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Literatura mexicana

versión On-line ISSN 2448-8216versión impresa ISSN 0188-2546

Lit. mex vol.22 no.1 Ciudad de México may. 2011

 

Estudios y notas

 

El Manual de viajeros de Marcos Arróniz

 

The Manual de viajeros by Marco Arróniz

 

Marina Martínez Andrade

 

Departamento de Filosofía marinamrmr@att.net.mx

 

Fecha de recepción: 04 de noviembre de 2009
Fecha de aceptación: 15 de marzo de 2010

 

Resumen

El objeto de estudio de este artículo gira en torno a El Manual de viajeros en México, ó compendio de la historia de la ciudad de México, escrito por Marcos Arróniz, publicado en París, 1850, con el fin de satisfacer el enorme interés de un amplio público lector por todo lo que ocurría allende los océanos e informar sobre la historia, desarrollo cultural, geografía, literatura, puntos de interés, servicios, usos y costumbres mexicanas a la cauda de viajeros que llegaron al país durante el siglo XIX, siguiendo las huellas de Gran Viajero, Alejando de Humboldt. El Manual se inscribe en la tradición de las guías de viajeros, género o subgénero muy poco estudiado por la crítica literaria, que puede ubicarse dentro o en las fronteras de la literatura de viajes, donde, por un lado, se proyecta la imagen del mundo a que se pertenece y, por otro, las imágenes que se tienen sobre los otros.

Palabras clave: Marcos Arróniz, Humboldt, guías de viajeros, tipismo, imagología, viajeros vs turistas.

 

Abstract

The objective for study in this article revolves around El Manual de viajeros en México, ó compendio de la historia de la ciudad de México, written by Marcos Arróniz, published in Paris, 1850, for the purpose of satisfying the enormous interest of a broad reading public for everything happening beyond the oceans, and to inform about the history, cultural development, geography, literature, points of interest, services, Mexican usages and customs to the trail of travelers who came to the country during the 19th century, following the footsteps of the Great Traveler, Alexander von Humboldt. El Manual was written in the tradition of travel guides, a genre or subgenre little studied by literary criticism, which can be situated on the boundaries of travel literature, where, on the one hand, the image of the world to which one belongs is projected, while, on the other, the images one has about others.

Kewords: Marcos Arróniz, Humboldt, travel guides, typology, imagology, travelers vs. tourists.

 

De la famosa México el asiento,
origen y grandeza de edificios,
caballos, calle, trato, cumplimiento,
letras, virtudes, variedad de oficios,
regalos, ocasiones de contento
, primavera inmortal y sus indicios,
gobierno ilustre, religión y Estado,
todo en este discurso está cifrado.

Bernardo de Balbuena

 

El triunfo del movimiento de Independencia en 1821 permitió abrir el país mexicano a las miradas de los viajeros extranjeros que durante trescientos años habían tenido el paso al mismo denegado o sumamente restringido.1 De esta manera, para emplear la brillante metáfora de Ortega y Medina, México fue zaguán abierto a la cauda de extranjeros que siguiendo las huellas del Gran Viajero, Alejandro de Humboldt, se lanzaron a la aventura de visitarlo. (Ortega y Medina 1987).

El discurso humboldtiano fue uno de los factores decisivos para provocar tan enorme interés, pues su Ensayo político sobre el reino de la Nueva España atrajo a ciudadanos de los países anglosajones, a fin de invertir sus capitales en "aquellas tierras" y en ellas desarrollar "sus métodos de trabajo":

La situación física de la ciudad de México ofrece inestimables ventajas, considerándola respecto a sus comunicaciones con el resto del mundo civilizado. [.. .]El vasto reino de Nueva España, bien cultivado, produciría por sí solo todo lo que el comercio va a buscar en el resto del globo: el azúcar, la cochinilla, el cacao, el algodón, el café, el trigo, el cáñamo, el lino, la seda, los aceites y el vino. Proveería de todos los metales, sin excluir ni aun el mercurio. Sus excelentes maderas de construcción y la abundancia de hierro y de cobre favorecerían los progresos de la navegación mexicana; bien que el estado de las costas y la falta de puertos desde la embocadura del río Alvarado hasta el del río Bravo, oponen obstáculos que serían difíciles de vencer. (Humboldt, I: 30).

Además de que dicho discurso no sólo influyó en el deseo de viajar a la novel nación mexicana, sino también en escribir sobre el viaje y en hacerlo a la manera del ilustre alemán, lo que puede constatarse al leer algunos de los múltiples libros que acerca de esta materia se produjeron durante la primera mitad del siglo XIX y un poco más allá, con el objetivo de satisfacer el enorme interés de un amplio público lector por todo lo que ocurría allende los océanos.

Por el mundo se propaló la idea de la riqueza legendaria de México: en realidad tierra abundante en recursos materiales y humanos, pero empobrecida y agobiada por la guerra, el racismo y la mala administración, justo en los momentos de la gestación de su nacionalidad.2 Circunstancias que permitieron que Estados Unidos y las potencias europeas —Gran Bretaña, Francia y Alemania, principalmente— la colocaran en su mira, convirtiéndola en vasto campo de confrontación por la plata, el oro, el comercio y la posibilidad de promover en ella una fuerte industria. Todavía a mediados del siglo XX se representaba a México mediante la opulenta imagen de una cornucopia de la abundancia con el vértice clavado en nuestras tierras y abierto al norte, simbolizando sin proponérselo lo que ocurría realmente, la canalización de sus riquezas hacia el extranjero. Fue tan desaforada la explotación y entrega de nuestros bienes que, con el tiempo, de cuerno de la abundancia pasamos a ser el patio trasero de los vecinos del norte.

Así que, pese a los riesgos y a los peligros, pues, por un lado, a la independencia aparentemente consolidada en 1821 siguieron 55 años de guerras fratricidas, invasiones y enfrentamientos armados con algunos países extranjeros y, por otro, se carecía de la infraestructura necesaria para recibirlos: ni carreteras ni mesones ni higiene ni vigilancia segura, fueron llegando a tierras mexicanas hombres de todos los oficios y todos los niveles sociales, económicos y culturales: comerciantes, industriales, mineros, banqueros, agiotistas, diplomáticos, científicos, escritores, periodistas, marinos, soldados y una buena cantidad de aventureros, unos con miras de establecerse en él por un buen tiempo y otros con el fin de desempeñar su doble papel de viajeros y agentes al servicio de las naciones interesadas; todos o casi todos en busca de la presa supuestamente fácil de adquirir. (Iturriaga de la Fuente 1987 y González Navarro 1993).

 

Un manual para los viajeros

Con el fin de facilitarles el viaje e informarles sobre la historia, el desarrollo cultural, la geografía, los usos y las costumbres de esta parte del mundo, la librería de Rosa y Bouret, siguiendo la boga europea,3 publicó en París, 1858, el Manual de viajeros en México, ó compendio de la historia de la ciudad de México,4 escrito por Marcos Arróniz, delicioso libro que marca la temprana presencia en la literatura mexicana de una de las modalidades o subgéneros a que dio lugar la literatura de viajes, las guías de viajeros, muy cultivadas en la actualidad, como pueden testimoniarlo los miles de lectores del Lonely Planet o el Let's go; con el avance de la tecnología digital, desde fines del siglo XX los formatos escritos de dichas guías se han ido sustituyendo por diversas modalidades electrónicas.

Se pensó ingenuamente que los de afuera, los otros, al posar su mirada sobre lo nuestro, sólo verían aquella pura naturaleza moral y política —o por lo menos la intención— con que surgió la nación al mundo; sin embargo, muchos de los visitantes dejaron registrada en sus relatos una imagen estigmatizante y difamatoria del país, donde los tópicos enfilados a caracterizar a sus habitantes fueron la indolencia, la incapacidad, el desorden, el falso orgullo, el fanatismo, la intolerancia, la crueldad y la barbarie: México, país de salvajes. No obstante, también hubo viajeros cuya mirada fue más afectuosa o por lo menos más objetiva al señalar tanto los aspectos negativos como los positivos descubiertos por su mirada.

Por las razones antes expuestas, Arróniz al escribir su Manual se propuso dos objetivos centrales: por un lado, "presentar a la vista del viajero todo lo que pudiese interesarle, y estuviera en relación con lo útil y pintoresco", tal como lo anuncia el subtítulo, y por otro, refutar "con ejemplos irrecusables a esos autores que se han ocupado ligeramente y con malevolencia de nuestra querida patria, la que sean cuales fueren sus errores y desgracias, merece un tributo de admiración y respeto del mundo civilizado" (5).5

En la producción de la guía, Arróniz empleó, en una vertiente, fuentes bibliográficas y hemerográficas; en otra, noticias, observaciones y recorridos directos por los lugares que recomienda visitar a los viajeros:

Nos hemos servido en nuestros trabajos de obras notables dadas á luz recientemente, del Diccionario publicado por el señor Escalante, de varias publicaciones periódicas; reuniendo elementos dispersos, reforzándolos con propias noticias y observaciones; escribiendo cosas enteramente originales; y a veces copiando algunas noticias importantes ó presentándolas en extracto, aunque siempre derivadas de autores dignos de mayor crédito y renombre. (6).6

 

Marcos Arróniz, el autor

Poeta ultraromántico, militar, periodista, biógrafo, traductor de líricos franceses e ingleses, entre ellos Byron, a quien consideraba como su maestro. "Marcos Arróniz es un escritor decimonónico prácticamente desconocido" (Clark de Lara y Speckman Guerra 2005: 17); si bien en la ida y vuelta al siglo XIX intensificada en la última década del siglo XX y la primera del actual, se han rescatado, mediante ediciones facsimilares, dos de sus manuales y una significativa parte de su poesía, publicada originalmente en revistas: Album de las Señoritas Mexicanas, Los Presentes Amistosos Dedicados a las Señoritas Mexicanas, La Ilustración Mexicana y periódicos de la época: El Siglo XIX y El Monitor Republicano, hasta donde se tiene noticia.7

Arróniz nació en Orizaba, Veracruz, en el seno de una familia pudiente, circa 1828-1830 (la fecha exacta se desconoce), a edad temprana se trasladó a la ciudad de México en donde recibió una educación a la europea que reforzó sus hábitos y opiniones aristocráticas, así como sus ideas conservadoras; el primer dato que nos permite saber de su vida en la capital del país —apunta Marco Antonio Campos— data de 1845, cuando ganó el segundo premio de un concurso del idioma inglés en el Colegio de Minería al que asistía como alumno externo (2007:13-14). No obstante que fue admirador y colaborador de Santa Anna, inclusive con las armas, fue amigo de Ignacio Manuel Altamirano, Francisco Zarco, Florencio M. del Castillo y otros escritores militantes del bando contrario que dejaron testimonio de su conocimiento y amistad con el joven poeta.

Uno de los primeros en referirse a la figura de Arróniz y su obra poética fue don José Zorrilla en su libro de viajes La flor de los recuerdos, cuya última sección, a la que volveré más adelante, se publicó por separado con el título México y los mexicanos,8 Zorrilla describe al poeta mexicano como un:

Joven apasionado, entusiasta y melancólico [que] consagra toda su poesía a un recuerdo triste, torcedor eterno de su memoria, a un sentimiento enamorado morador eterno de su corazón. Sus versos, como suspiros de una pasión tan verdadera como desgraciada, participan del desarreglo de sus pensamientos ya tiernos, ya melancólicos, ya desesperados, siendo a veces incorrectos, a veces robustos y armoniosos, a veces duros e incisivos, como su idea del momento se los inspira. (140).

Además, Zorrilla comenta que debió haber escrito el prólogo de un libro que recogiera los poemas de Arróniz, mas nunca lo hizo porque "las revoluciones políticas y el aislamiento en que yo vivo en el campo, nos separaron: el manuscrito de su volumen no llegó a mis manos." (140-141).

Altamirano, en el prólogo de Pasionarias de Manuel M. Flores, aparte de comparar la poesía del veracruzano con la de éste, nos deja una semblanza de Arróniz, a propósito de su reciente y trágica muerte:

Así murió uno de los poetas más inspirados de México, el aristócrata entre ellos por su educación europea, por sus hábitos y aun por sus opiniones. Nosotros, revolucionarios y demócratas, respetábamos siempre sus ideas, de que por otra parte se abstenía de hablar en presencia nuestra, y respetábamos más todavía su desgracia y su talento, nublado ya por la demencia. Arróniz había empapado su poesía en la poesía de Byron. El gran poeta inglés era su modelo, su maestro, su favorito. Como él, era hermoso, enfermizo y escéptico; como él, había amado mucho y había sufrido tremendos desengaños; como él también, manejaba bien las armas; pero al contrario de él, no amaba la libertad, al menos la combatió sirviendo al dictador Santa Anna contra el pueblo, y se expuso después a todos los peligros, peleando valerosamente en la batalla de Ocotlán al lado de la reacción. Fueron vanos los esfuerzos de su gran amigo Zarco para atraerlo a nuestras filas. Estaba en la desgracia y rehusó, hasta que se trastornó su cerebro. ¡Pobre Marcos! (1949: 71-72).

Con Francisco Zarco, Florencio M. del Castillo, Francisco González Bocanegra, Luis G. Ortiz y Juan Díaz Covarrubias, Arróniz asistió a las reuniones iniciales del Liceo Hidalgo en 1847, realizadas en plena guerra contra Estados Unidos; asociación que fue formalizada en 1849 en un momento de calma después de los aciagos años de la invasión norteamericana: "[El Liceo] fija un reglamento sencillo, para evitar el escollo en que tropezó la Academia de San Juan de Letrán" escribe al respecto Arróniz, quien llegó a ser uno de los presidentes del grupo, como él mismo lo registra en el Manual del viajero...: "Sucesivamente fueron sus presidentes D. Francisco Granados Maldonado, D. Francisco González Bocanegra, D. Marcos Arróniz y D. Francisco Zarco, que se esforzaron en su fomento por cuantos medios estaban a su alcance"(211). Con todo "por efecto del carácter nacional y de la instabilidad[sic] de nuestra política y continuas guerras, fue decayendo hasta su completa clausura" (211).

En las reuniones del Liceo, refiere Luis G. Ortiz, el poeta orizabeño "hablaba muy poco aun entre sus amigos, que le llamaban Byron no porque le equiparasen jamás con el gran poeta, sino por la admiración que Arróniz conservó siempre por el autor del D. Juan, uno de cuyos cantos tradujo".9 Refrendó así su adhesión a las ideas románticas buscando por un lado la exaltación de los sentimientos en la gama que va del amor a la tristeza, la melancolía y el sufrimiento y, por otro, buscando la promoción del carácter nacional en la expresión del paisaje, tipos y escenas pintorescas; no con el fin de cumplir con el proyecto de mexicanización del país y la cultura de los románticos liberales, aunque indirectamente lo hizo, sino para rescatar del olvido nuestras costumbres que se estaban perdiendo y cuyo conocimiento consideraba como necesario en un futuro, con el fin de conocer esa etapa de la vida mexicana que pronto habría de desaparecer, porque México era un pueblo nuevo que deseaba alcanzar la perfección europea y habría de lograrla muy pronto:

Esa instabilidad que se ha atribuido al carácter mejicano no lo es en realidad, sino simplemente las diversas fases del desarrollo de un pueblo nuevo que desea alcanzar la perfección europea, y que por algún tiempo es necesario sea víctima de la inexperiencia y haga diferentes ensayos para la consecución de sus fines. (174).

Arróniz vivió una época conflictiva, donde los gobiernos de signo liberal y conservador se sucedían sin que ninguno llegara a tener realmente el control del poder. Lo que permitió que Santa Anna ya por un partido, ya por otro, ocupara en forma discontinua por once veces la presidencia, estableciendo una dictadura de oropel que descansaba en la represión, el ejército, la policía, la injusticia social y el incremento de impuestos sobre perros, puertas, ventanas y balcones que afectaban, como siempre, a las capas sociales más desprotegidas. El joven escritor se lamentaba así de la situación en su Galería de hombres célebres de Méjico:

El flujo y reflujo de los partidos en Méjico, que hoy ocupan el poder para caer mañana, y que han sido en sus vicisitudes un obstáculo evidente para la prosperidad del país, posponiéndose los intereses generales a los particulares, y manteniendo el juego de la discordia que ha enervado sus fuerzas (2006: 259).

Sin embargo, como ya se ha comentado, Arróniz se vio envuelto en esa desgastante lucha, que personalmente le costó mucho sufrimiento, cárcel, tortura y enfermedad. Comenta el distinguido arronizta Ángel José Fernández, que "La carrera militar de Arróniz resultaba incomprensible para todos sus colegas escritores" (2005:133), seguramente a causa de su condición enfermiza y escéptica y su fina elegancia, lo cual no fue obstáculo para que se alistara en el Cuerpo de Caballería del Ejército Nacional donde alcanzó el grado de Capitán de Caballería en 1853.

Ante los excesos y corruptelas de Santa Anna, Juan Álvarez con la ayuda de Ignacio Comonfort lanzó una proclama en que se le desconocía como gobernante, hecho que desembocó en el movimiento conocido como Revolución de Ayutla, al que se sumaron los miembros de la elite liberal. En 1855, Santa Anna se retiró a Veracruz con su familia y de ahí se embarcó a Turbaco, Colombia, dejando a sus seguidores enfrascados en la batalla y a los mexicanos un legado de frustraciones y desencantos, al igual que de pobreza, inseguridad pública y bandidaje, circunstancias de las que Arróniz quizá fue víctima, pues en los últimos días de 1859 se le encontró muerto en las inmediaciones de Río Frío, en un paraje del camino entre México y Puebla conocido como Agua del Venerable. La noticia se difundió en diversos periódicos de la época y fue muy comentada en el mundo literario, atribuyéndose el terrible suceso a un asalto; aunque también se pensó que el enloquecimiento por la pena de un amor no correspondido lo condujo a la tragedia.

No alcanzaría, pues, a ver la derrota de su partido, la victoria de los liberales y el periodo de la República Restaurada, en que en torno a Altamirano artistas conservadores y liberales se reconciliaron.

 

Estructura y temática del Manual

El Manual de Arróniz se forma de una breve introducción en la que expone sus objetivos centrales, se deslinda de los aspectos políticos de este momento y se refiere en forma general a las fuentes consultadas en la elaboración de la obra. El contenido se divide en seis capítulos, cada uno con un subtítulo seguido de un sumario de los temas que en el serán abordados.

En el primero, "Méjico Antigua", narra la fundación de la gran Tenochtitlan y muestra el grandioso pasado indígena para dar a conocer el alto grado de civilización alcanzado por un pueblo visto por los europeos como bárbaro. Aunque esta actitud idealizadora de los indios no correspondía a la situación y trato que realmente se les daba a éstos en la sociedad decimonónica con todo e Independencia de por medio. Asimismo describe la antigua ciudad de México, sus palacios, templos, plazas, armamentos, utensilios, fauna, flora, célebres calzadas y chinampas, sin faltar los testimonios de los soldados cronistas que la vieron, Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo:

La ciudad comunicaba con tierra firme, volviendo al recinto de Tenochtitlan después de nuestra excursión á los jardines, por cuatro calzadas firmes, anchas, de manera que podían andar por ellas ocho ó diez hombres á caballo de frente, y con elevación bastante sobre el nivel de la laguna para que no pudieran cubrirlas las mayores crecientes. Una calzada corría al E. de Méjico hasta Iztapalapan; otra al N. hasta Tepeyacac la tercera al O. que terminaba en la ciudad de Tlacopan; y la última que iba á dar á Cuyoacan. Las que arrancaban de este lugar y de Iztapalapan, se reunían antes de llegar á Méjico, siendo la segunda la mas recta y hermosa, pues fuera de un pequeño recodo que formaba al principio, desde el extremo se descubrían las calles de la población: en el punto donde se juntaban estaba construido el fuerte de Holoc, con sus murallas, almenas, parapeto y foso, bien construidos y muy dignos de ver. (35).

El segundo capítulo, subtitulado "Ciudad Moderna", contrasta con el anterior y junto con el tercero, quinto y sexto, es de lo más parecido a las guías de viaje entonces en boga. El autor comienza explicando como sobre las ruinas de la antigua Tenochtitlan la ciudad fue construida de nuevo por los españoles en 1524, ofrece datos sobre su actual extensión y geografía, para introducir al lector en su vida cotidiana, luego de exaltar su belleza y vitalidad:

El aspecto que presenta la ciudad es hermoso para el viajero. Sus calles tan rectas que se descubren en muchas de ellas allá muy lejos los árboles del campo y las montañas del anchuroso valle; a los lados del transeúnte casas hermosas de arquitectura sólida y pintadas de colores muy claros [...] Las elegantes señoritas mejicanas que por la mañana salen á cumplir con sus devociones á los templos, y cuyo breve pié se mueve con gracia van volviendo á renovar el uso de la graciosa mantilla que les da al mismo tiempo un aspecto grave y recogido. Los grupos de indios vendedores con sus trajes de lana azul; los aguadores con el suyo propio original; los rancheros con arreos de campo y sus caballos que lucen la montura mejicana que tiene alguna semejanza con la árabe; todo contribuye á dar un aspecto de rara novedad. (40).

Continúa proporcionando detalles de interés y utilidad para los viajeros tales como medios de transporte y comunicación, horarios, destinos y costos de las diligencias que partían de la ciudad de México hacia lugares del interior; hace la relación de la gran variedad de servicios que se podrían encontrar: librerías, mesones, fondas y cafés, pensiones de caballos, cervecerías, zapaterías y demás; enlista templos y conventos y cuenta la historia de su fundación; indica los establecimientos culturales —academias, bibliotecas, escuelas y sociedades literarias— y públicos —casas de cabildo, hospitales, asilos, mercados, hospicios—; explica la división de la ciudad e incluye un plano de la misma; además de registrar, no sólo el número de habitantes, sino hasta lo que comían. Cito por curioso e interesante el siguiente fragmento:

Su población se calcula en más de 200,000 habitantes solamente en el caso de la ciudad, y para su subsistencia se calcula que el consumo anual es de 17,000 reses, 280,000 carneros, 60,000 cochinos, 1,260,000 gallinas, 125,000 patos, 250,000 pavos, 65,000 pichones, 140,000 codornices y perdices, 118,000 cargas de maíz de tres fanegas, 13,000 cargas de harina, 300,000 cargas de pulque, 12,000 barriles de aguardiente y 6,000 arrobas de aceite de comer (38)

El capítulo tercero "Trajes, usos y costumbres" no escapa, como su nombre lo indica, al tipismo propio de la época y está escrito frente a aquéllos que califican la descripción de costumbres como "bagatelas [...] indignas de su consideración" (129), en lugar de considerarlas —dice el autor— como fuentes que nos remiten al conocimiento de las sociedades, el estado de sus manufacturas y sus adelantos sociales. En el texto recoge gritos y pregones,10 trajes y tipos populares: el aguador, el ranchero y la china —en el cual me detengo a continuación— representados también en otras obras y en los grabados de los pintores viajeros (Claudio Linati, Johann M. Rugendas, Carl Nebel):

La china es una criatura hermosa, de una raza diferente de la india: su cutis apiñonado, sus formas redondas y esbeltas, su pié pequeño. Se visten una enagua interior con encajes ó bordados de lana en las orillas, que se llaman puntas enchiladas; sobre esa enagua va otra de castor ó seda recamada de listones de colores encendidos ó de lentejuelas: la camisa es fina, bordada de seda ó chaquira [...]no deja de encerrar su breve pié en un zapato de raso: sabe lavar la ropa con perfección, guisar un mole delicado, condimentar unas quesadillas sabrosísimas y componer admirablemente el pulque con piña y almendra ó tuna: no hay calle por donde no se vea, airosa y galana, arrojar la enagua de una acera á otra; y en el jarabe, baile bullicioso y nacional, cautiva con sus movimientos lascivos, con la mirada de sus pardos ú oscuros ojos. Su cabello negro está graciosamente ondulado, y de ahí les ha venido sin duda el nombre. Su carácter en lo general es desinteresado, vivo, natural, celoso y amante de su marido. (137-138).

Pero, a fin de que en el extranjero no se crea que todos los mexicanos andaban vestidos de rancheros o de chinas —como luego se piensa— aclara:

Los demás trajes son comunes a todos los países, como los de los religiosos y las monjas, soldados y demás clases de la sociedad. En la alta reinan las modas parisienses, que llegan á esta capital sin retardo y encuentran en sastres y modistas, hábiles intérpretes. (138).

Continúa con la descripción de las costumbres y rituales de los días de fiesta: Semana Santa, el viernes de Dolores, las Posadas y la Rifa de compadres (entonces de moda), más bautizos, entierros, paseo de las cadenas, rodeos, herraderos, charreadas y días de campo que recomienda mucho a los viajeros porque son muy propios y típicos del país. Todo lo cual muestra, en contra de lo que han dicho los extranjeros en sus libros de viajes —y transcribo el fragmento a continuación porque en el perfila la imagen de los mexicanos y la contrapone a la difundida por los otros— que:

El carácter de nuestros compatriotas, á pesar de lo que digan Lowenstern, Chevallier y otros viajeros visionarios o mal intencionados, es franco, social, hospitalario y suave, sin que se crea que esta última cualidad excluye el valor cuando se requiere [.] así es que en el campo de batalla se muestra impetuoso y enérgico, como lo prueban mil ejemplos en las guerras de independencia, en las civiles y aun en la desgraciada de Norte—América, pues siempre en los combates singulares, en que el valor era el solo que debía decidir del éxito, llevábamos la ventaja. (173).

El cuarto capítulo llamado escuetamente "Literatura" pareciera estar fuera de lugar en un manual de viajeros; sin embargo, aun en las guías actuales se suele proporcionar información histórica y cultural del país, localidad o área geográfica a que se refieren. En esta sección el autor traza un panorama de la literatura mexicana a lo largo de la historia, con el fin de enaltecer la cultura mexicana ante los ojos de los lectores y dotarlos de un termómetro para graduar la ilustración del país.

Inicia su recorrido a partir de la antigua poesía indígena y de la española en las que considera se sitúan sus orígenes, continúa con la escrita durante la colonia y finaliza con la etapa independiente, deteniéndose en la semblanza y comentario de algunos autores relevantes de los diversos periodos, no sin cometer algunas imprecisiones; por ejemplo, en el primer grupo sitúa al célebre rey Netzahualcóyotl junto a Fernando de Alva Ixtlixóchitl y Hernando de Alvarado Tezozómoc y, en el segundo, une al Siglo de Oro español figuras sobresalientes de la época colonial como Juan Ruiz de Alarcón, Sor Juana Inés de la Cruz, Carlos de Sigüenza y Góngora y Francisco Javier Clavijero. Al hablar del último grupo se muestra más conocedor por la cercanía de los hechos que refiere y porque en algunos de ellos fue protagonista, menciona a los autores más destacados de la primera mitad del siglo XIX, entre ellos, Manuel Eduardo de Gorostiza, Fernando Calderón, Francisco Zarco, Guillermo Prieto y José Tomás de Cuéllar; enfatiza la importancia de la Academia de Letrán y el Liceo Hidalgo en la formación de la literatura nacional, y da noticia sobre El Año Nuevo, El Mosaico, El Museo del Liceo, El Ateneo y otras publicaciones de la época.

De esta forma, el escritor orizabeño puede considerarse como uno de los observadores iniciales de la literatura mexicana que proporciona una visión general de la misma. El principal fue José Zorrilla, el gran romántico español, que residió en México cerca de once años —de enero de 1855 a junio de 1866— y escribió tres libros sobre las experiencias vividas en nuestro país,11 encabezados por La flor de los recuerdos, un relato de viajes cuyas primeras seis secciones, escritas casi totalmente en verso, fueron en su momento las más populares; no obstante que la última, en prosa, publicada por separado con el título México y los mexicanos, resulta la más interesante y substancial. En su producción, el autor aprovechó cuatro cartas dirigidas a su amigo Ángel de Saavedra, duque de Rivas, en la tercera de las cuales proporciona una lista de autores mexicanos —básicamente poetas— con datos biográficos, juicios críticos y algunas muestras de sus poemas; entre los cuales, como ya se ha visto, incluye a Arróniz.

De esta forma, Zorrilla y después Arróniz dan los primeros pasos en la elaboración de la historiografía de la literatura mexicana, si bien "la reflexión crítica y la ordenación de una secuencia histórica, propias de la historia literaria, sólo llegarán con los escritos que Altamirano publica" en Las revistas literarias de México (1821-1867) (Martínez 1949,I:VIII), así como en sus diversos ensayos, biografías, prólogos y artículos críticos sobre la materia.

En los dos últimos capítulos del Manual, su autor invita a los visitantes a ir más allá del casco de la ciudad de México. En el capítulo V les presenta los lugares de interés cercanos al "Valle de México": La Villa, Teotihuacán, Chapultepec, Tacubaya, Tlalpan, Cuajimalpa y Churubusco; y va describiendo cada uno de los sitios que recomienda y contando, a propósito de los mismos, diversos lances y anécdotas. Así, la Villa le da oportunidad de narrar la historia de Juan Diego y las apariciones de la virgen guadalupana, y Otumba, pueblecito cercano a Teotihuacan, le recuerda la retirada de Cortés después de la Noche Triste; de Tacubaya comenta que era un hermoso y aristocrático lugar donde estaban las casas de algunos famosos miembros de la política y la aristocracia: "la de Jamison, la de Escandón, la del Conde de la Cortina, la del general Carrera, la de Bardet, la de Iturbe, la de Carranza, la de Algara y algunas otras." (240-241), además, menciona el edificio del Arzobispado donde vivió Santa Anna; y en Tlalpan —explica— estaban las casas de apuesta más concurridas de la época, porque allí se jugaba con la mayor "legalidad" en la Pascua del Espíritu Santo.

En contraposición al anterior, en el capítulo siguiente, "Curiosidades de la República", describe puntos de la provincia que pueden resultar interesantes a la mirada extranjera por su belleza natural o por su riqueza arqueológica: las cavernas de Cacahuamilpa; la pirámide y el observatorio de Hochicalco; Real del Monte con sus bosques, minas y cascada; las ruinas de la Quemada en Zacatecas y las de pueblos remotos y desconocidos en Yucatán; el camino de Perote hacia Veracruz; el Aguacerito de Zapopan en Guadalajara; así como el Cerro del Mercado, cerca de Durango. Muchos de los lugares que recomienda a los lectores fueron visitados por él, porque gustaba mucho de desplazarse a los alrededores de la ciudad de México y al interior de la república, inclusive hizo un viaje a Europa y visitó Cádiz y otras tierras andaluzas; pero, ahora, el recorrido textual le da oportunidad de recordar algunos comentarios que sobre ellos hicieron algunos famosos viajeros: William Bullock, Madama Calderón de la Barca, John Stephens, Mathieu de Fossey, inclusive cita la litografía de las ruinas de La Quemada — que se creía era la antigua Chicomostoc— hecha por Carl Nebel.

Si bien la obra tiene como destinatarios principales a los viajeros extranjeros con el afán de guiarlos en su viaje y mostrarles que "[En México] no hemos permanecido estacionarios en la marcha civilizadora del espíritu humano" (6), no dejó de ser pensada en función de los lectores mexicanos contemporáneos, para conocer su propia patria y elevar el orgullo de ser mexicanos o comenzar por sentirlo.

 

La tradición de las guías de viajeros

Relegadas a los márgenes de la literatura, las guías de viajes constituyen un género o subgénero muy poco estudiado por la crítica literaria que puede ubicarse dentro o en las fronteras de la literatura de viajes12. Norman Doiron plantea que, en el siglo XVII, junto con el surgimiento de los relatos de viaje, aparece un género literario conexo llamado "arte o artes de viajar" que consistía en tratados sobre cómo viajar; dichos textos, considera este autor, no constituyen simples episodios aislados sino cuerpos coherentes estrechamente ligados a la evolución de los relatos de viajes (Doiron 1988:86). Sin embargo, es hasta el siglo XIX, entre 1820 y 1830 —según James Buzard—, cuando las editoriales Murray y Baedecker establecieron formas nuevas y sin precedentes de estos libros guías, en los que además de proveer de información práctica a los viajeros, se construía una Europa poética y estetizada (Buzard 1993: 34). Las guías turísticas propiamente modernas fueron ideadas por separado por Karl Baedeker en Alemania (1835) y John Murray III en Inglaterra (1836) en forma más impersonal y objetiva.

La definición que da Sainz de Robles en su Diccionario viene bien al Manual de Marcos Arróniz: "Libro en el que se describe un lugar, una comarca, una región, un país, dándose en él otras noticias acerca de personas célebres, monumentos artísticos, hechos históricos que tienen relación con el lugar o el país descrito" (1972: 566), se diferencia de la guía de forasteros en que ésta, publicada periódicamente, contiene noticias sociales, administrativas, económicas, políticas, literarias y artísticas circunscritas a un lugar para la enseñanza y orientación de cuantos llegan a él.

Las guías de viajeros tienen una larga tradición histórica y literaria. Heródoto (siglo V a. C.) con su Historia, Pausanias (siglo II d. C.) con La descripción de Grecia, y Estrabón (siglo I a. C.) con su Geografía, sientan las bases de un género literario que se ramificaría luego en numerosas direcciones: la crónica histórica, la geografía, el relato de viajes, la etnografía, las ciencias naturales y también las guías de viajeros, porque en algunas de sus secciones describen los pueblos y las tierras que iban conociendo.13

Heródoto para poder interpretar las causas de las guerras persas realiza varias incursiones de carácter etnográfico en poblaciones persas, egipcias y escitas de las que da cuenta en su obra, Pausanias explica minuciosamente los lugares y los monumentos de la zona de Ática, Grecia Central y el Peloponeso, y Estrabón, aprovechando la pax romana, recorre casi todas las tierra de la Ecumenia, centrándose más que en las causas físicas de los fenómenos naturales en los aspectos humanos, la historia y los mitos para componer un retrato de las gentes y los países que observaba 8Herodoto 1976; Pausanias 1964; Estrabón 1991).

 

Proyección de una imagen de los otros

Tanto Herodoto como Pausanias obedecen en sus obras a un proyecto ideológico: el primero proyecta una imagen de lo que es su cultura y su patria, con el objetivo de destacar la superioridad cívica, moral y política de los griegos frente a la "cultura inferior" de los bárbaros; el segundo escribe con el fin de proporcionar información a la clase dirigente sobre la nueva realidad política y administrativa creada por el imperio romano, pero, en la selección de lugares y monumentos que aconseja visitar, refleja la sensibilidad estética del mundo al que pertenece (Nucera 271 y ss).

Otra obra muy importante en el surgimiento del género o subgénero —citada por Domenico Nucera— es el Liber Sancti Jacobi (siglo XII) de autor anónimo, al parecer de origen galo, escrito en torno a la peregrinación a Santiago de Compostela, que en el siglo XI estaba ya consolidada como una de las devociones más difundidas en el mundo europeo, pese a lo lejano del santuario y los peligros del camino para arribar al mismo: "El quinto libro de la obra de hecho es una auténtica guía de viaje, que introduce novedades tales que supondrían un hito en la evolución del género" (272). ¿Cuáles son éstas? Aparte de describir con mucho detalle los lugares del culto, presenta itinerarios más completos, con segmentación de los desplazamientos y duración aproximada de las etapas, señalamiento de los lugares de asistencia, ciudades y pueblos que vale la pena visitar por el camino, así como aspectos prácticos tales como el precio de los transbordadores para cruzar el río.

Por otra parte, el Liber Sancti en su capítulo séptimo, presenta una característica enfatizada como muy propia tanto de las guías antiguas como de las actuales, pues al proporcionar los nombres de las tierras que cruza el autor, éste describe las características de sus respectivos pobladores; es decir, da una imagen de los otros, en la que trasmina sus impresiones y prejuicios, así personales como generales de su época. Por ejemplo, a los habitantes galos de Poitou, cerca de Tours, los pinta en forma positiva, y a los gascones, más o menos bien, pero para vascos y navarros tiene juicios muy severos y negativos; para muestra bastan dos citas:

[Los vascos] Son feroces y la tierra que moran es feroz, silvestre y bárbara: la ferocidad de sus caras y los gruñidos de su bárbara lengua aterrorizan el corazón de quienes los ven.

[Los navarros] Comen, beben y visten puercamente. Pues toda la familia de una casa Navarra, tanto el siervo como el señor [...] suelen comer todo el alimento mezclado al mismo tiempo en una cazuela, no con cuchara, sino con las manos, y suelen beber todos en un solo vaso. Si los vieras comer, los tomarías por perros o cerdos. Y si los oyeses hablar, te recordarían el ladrido de los perros, pues su lengua es completamente bárbara (1951:518-520).

Y ya que andamos por tierras españolas ¿cuáles son los antecedentes del subgénero escritos en castellano? José Miguel Oviedo ha comentado que El lazarillo de ciegos caminantes (1773) de Alonso Carrió de la Vandera, "Es, en esencia, un Baedecker sobre una popular ruta americana, con la advertencia de que esta guía antecede por casi 50 años a la primera que publicó Baedecker en Alemania (1828)" (1995:320).

Pero antes de Carrió, se encuentran antecedentes de las guías, muy ligados a los del costumbrismo en El pasajero (1617) escrita por Cristóbal Suárez de Figueroa en forma de diálogos, en los que un doctor, un teólogo y un platero se ocupan de conversar sobre detalles de la clase social a que pertenecen y sobre las distintas ciudades que vienen a cuento en la conversación; también en la Guía y avisos de forasteros que vienen a la corte (1623), Antonio Liñán y Verdugo deja verdaderos recortes costumbristas de los viajeros de la época y una serie de notas sobre los usos y costumbres de Madrid en el primer tercio del siglo XVII. Y, ya en el siglo XIX, en el Manual de Madrid: Descripción de la corte y de la villas (1831), Ramón de Mesonero Romanos, tras una serie de dificultades con la censura, inicia su larga trayectoria como estudioso de la capital —sea como proyectista de reformas y planes urbanísticos, sea como periodista de a pie— y consigue rescatar de la piqueta destructora edificios y reliquias del viejo Madrid. Todas las obras citadas son muestra de la tradición literaria en que se inscribe el Manual de Viajeros de Marcos Arróniz y subrayan la importancia del género que éste cultiva.

 

Viajeros y turistas

En Europa desde la primera mitad del XIX y en México a fines del mismo siglo, a la figura del viajero se va a contraponer la del turista, producto de una industria iniciada en el mundo anglosajón sumamente favorecida por el desarrollo de los nuevos medios de transporte; consolidada como verdadera estructura comercial por un lado le quita el encanto y lo elitista a los viajes, por otro, los democratiza al ponerlos al alcance de las clases medias.

La llamada "industria sin chimeneas" surge con la inauguración de la agencia de viajes de Thomas Cook, el 15 de julio de 1841, seguida por Cook and Son, Murray y la Baedecker antes citada, dedicadas totalmente al mercado del turismo: compra de pasajes, diseño de itinerarios, ediciones de guías de viajes, organización de tours cada vez más sofisticados; en fin, todo un aparato desplegado en la administración del ocio de sus criaturas: los turistas. Obviamente, los auténticos viajeros —y así se refleja en la narrativa de viajes— lucharon en el pasado y continúan luchando por distanciarse de esa nueva estructura e independizarse de la figura del turista, es el caso de Rubén Darío que durante su visita a la Exposición Universal de París en 1900, se aterrorizaba ante el hecho de ser considerado como un turista, ya que se sentía viajero genuino, miembro de una elite poseedora de los secretos de una gran ciudad como París, en ese momento ombligo del mundo (Darío 1958:18 y ss); pero esto podría ser asunto de otra investigación.

En una época de turismo de masas, las guías de viaje, sobre todo las actuales con enorme éxito editorial, no deben marginarse del género literatura de viajes, pues pueden ofrecer interesantes instrumentos de investigación en el ámbito de estudios sobre la colonización, la imagología (estudio de las imágenes que se tienen sobre los otros) e incluso sobre la definición de un canon artístico figurativo relacionado, por ejemplo, con las obras señaladas o recomendadas para ver en los museos o las que habrá que leer como en el caso de Arróniz, pues éstas y las ciudades, los monumentos, las comidas, las notas históricas, geográficas y demás, se seleccionan en cuanto se consideran elementos "característicos" de una cultura. A través del conjunto ofrecido se capta la imagen que tenemos de nosotros mismos y de los otros y el modo en que unos a otros nos vemos recíprocamente.14

La de Marcos Arróniz parece ser la primera guía de viajeros en México, en la que proyecta una imagen de lo que somos o de cómo este joven escritor ve a su país y a sus habitantes para contraponerla a la forma en que nos veían los extranjeros, llena de estereotipos muy deformados y deformantes, similares a los que el autor anónimo del Liber Sancti acomodaba a vascos y navarros. Si ya te califican de flojo, taimado y salvaje va a ser muy difícil ser definido al mismo tiempo como trabajador, leal y civilizado. Visionariamente a Arróniz se le ocurre que a una imagen se le pueden acercar otras para formar un cuadro o visión más compleja, plural y articulada que muestre no sólo a la comunidad que él está observando, sino la manera en que una comunidad observa a otra y/o se observa a sí misma. Por eso al final del texto reitera los objetivos que persigue con su creación:

Nuestra patria merece ser visitada y estudiada por aquellos viajeros ilustrados e imparciales que encontrarán en ella "mil objetos de recreo y magnificencia"; mas no por los que han ignorado dichos lugares y la han pintado como un desierto estéril, y a sus habitantes "casi al nivel de las tribus bárbaras de la frontera" (292).

A los viajeros que le han rendido justo homenaje a México, generalmente los más célebres e ilustres, es necesario hacerles justicia "consagrándoles nuestra gratitud y aprecio eternos"; pero para los que la han difamado, insiste y con estas palabras cierra el texto, "hemos entresacado estas pruebas, entre otras muchas, de que no han visto á México, ó lo han descrito al antojo de su fantasía y con miras siniestras y dañada intención" (293). Lo que prueba que los libros y guías de viaje, al igual que otros géneros literarios, tienen la capacidad o actitud textual de "crear no sólo un conocimiento, sino también la realidad que parecen describir" (Said 1990:124).

Igualmente habrá que hacerle justicia a Marcos Arróniz, difundiendo y haciendo un reconocimiento de su obra, tanto la literaria como la de carácter histórico e informativo, con la cual se sumó a la inmensa tarea asumida por los escritores mexicanos del siglo XIX: construir a la nación.

 

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Notas

1 Entre los viajeros que lograron quebrantar la barrera antes de esta fecha se encuentran Giovanni Francesco Gemelli Careri que escribió Viaje a la Nueva España, incluido en el sexto volumen de la edición napolitana de Giro Mundo (1699-1700), del que hay edición mexicana con est. prel., trad. y notas de Francisca Perujo, México, UNAM, 1976 (Nueva Biblioteca Mexicana, 29); Lorenzo Boturini Benaducci, autor de Idea de una nueva historia general de la América Septentrional (1746), est. prel. Miguel León Portilla, México, Porrúa, 1974 ("Sepan cuantos...", 278); y Alexander von Humboldt que, como resultado de su viaje a la todavía Nueva España en 1803, publicó su famoso y fundamental Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, (1808) est. prel. Juan A. Ortega Medina, 6a. ed., México, Porrúa, 2002 ("Sepan cuantos...", 39).

2 "Miserables entre la abundancia>, llama Simón Rodríguez a los países hispanoamericanos que se debatían en los procesos de la transición republicana; y al hacerlo, urgido como estaba por su ardiente utopismo reformista, contrastó, en una fórmula elocuente, los dos grandes modelos de representación del mundo americano: el discurso de la abundancia y el discurso de la carencia", (Ortega 1995, VII: 14-15).

3 Las editoriales Baedeker, en Alemania, y Murray, en Inglaterra, popularizaron el uso de las guías de viajeros por los europeos y de paso ayudaron a afilar el género, separándolo de las narraciones de viajes que, a veces, también servían como guías turísticas a los lectores.

4 Marcos Arróniz, Manual del viajero en México, presentación Regina Hernández F., México, Instituto Mora, 1991, facsimilar de Manual del viajero en Méjico ó Compendio de la historia de la ciudad de Méjico con La descripción é historia de sus Templos, Conventos, Edificios públicos, las Costumbres de sus habitantes, etc., y con el plan de dicha ciudad, París, Librería de Rosa y Bouret, 1858. (He respetado en títulos, nombres y citas de ediciones del siglo XIX el uso ortográfico de la época, lineamiento que seguiré en lo sucesivo).

5 En lo sucesivo después de las citas tomadas de este Manual sólo apuntaré la página (s) de que proviene (n).

6 Se refiere al Diccionario universal de historia y geografia, obra dada a luz en España por una sociedad de literatos distinguidos y refundida y aumentada considerablemente para su publicación en México. 10 vols. Tipografía de Rafael, Librería de Andrade, 1853-1856.

7 a) El ya citado Manual de viajeros; b) Manual de biografía mexicana o galería de hombres célebres de México, presentación de Ignacio Díaz Ruiz, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, 2006, facsimilar de la ed. de Librería de Rosa y Bouret, París, 1857 (Enciclopedia Popular Mexicana); c) Marcos Arróniz, La lira rota, est. intr. y comp. Marco Antonio Campos, México, UNAM, 2007 (Ida y regreso al siglo XX).

8 México y los mexicanos, selec., pról. y notas de Pablo Mora y Silvia Salgado, México, CNCA, 2000. También he consultado la edición anterior, México y los mexicanos, pról., notas y bibliografía de Andrés Henestrosa, México, Ediciones de Andrea, 1955 (Studium, 9).

9 Luis G. Ortiz, "Florencio M. del Castillo. Algunos rasgos biográficos. Su carácter. Sus obras", cit. por Ángel José Fernández, "Marcos Arróniz y sus amigos del Liceo Hidalgo", en La República de las letras, vol. III, p. 144.

10 Son varios los autores de libros de viajes en los cuales podemos encontrar el tratamiento de este tópico, una de las primeras, France Erskine Inglis (Mme. Calderón de la Barca), La vida en México durante una residencia de dos años (1842), México, Porrúa, 1997 ("Sepan cuantos...", 74); otro, Guillermo Prieto, Viajes de orden suprema (18531855), pról. Francisco López Cámara, Crónicas de viajes 1, en Obras completas, t. IV, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1993.

11 El primero, La flor de los recuerdos, ya citado; el segundo, El drama del alma. Algo sobre México y Maximiliano, poesía en dos partes, con notas en prosa y comentarios de un loco, Burgos, Imprenta de D. T. Arnaiz, 1867; el tercero, Recuerdos del tiempo viejo, pról. José Velarde, Barcelona, Imprenta de los Sucesores de Ramírez y Compañía, 1880, sobre el que existe edición mexicana con pról. de Emilia Pardo Bazán, México, Porrúa, 1998 ("Sepan cuantos...", 681).

12 En las fronteras del género de viajes las sitúaDomenico Nucera en (2002:241289).

13 Vid. Heródoto, Historias. Heródoto, intr., versión, notas y comentarios de Arturo Ramírez Trejo, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, 3 vols., 1976 (Biblioteca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana); Pausanias, Descripción de Grecia, Atica y Laconia, intr., trad. del griego y notas de A. Díaz Tejera, Madrid, Aguilar, 1964; Estrabón, Geografía, en Obra completa, vol. 1, libros I-II, Madrid, Gredos, 1991.

14 Muchas veces las imágenes literarias asumen una posición central en la estructura del texto, y así llegan a ser un elemento fundamental en su estudio y análisis. En Europa el estudio del papel de images y mirages ha dado lugar a la imagología, disciplina cercana o giro epistémico de la literatura comparada, actualmente en proceso, que emprende el estudio de las imágenes, prejuicios, clichés, estereotipos y, en general, las opiniones sobre otros pueblos y culturas que la literatura transmite, y que revelan el valor ideológico y político que pueden tener ciertos aspectos de una obra literaria precisamente porque en ella se condensan las ideas que un autor comparte con el medio social y cultural en que vive. Dos de las principales corrientes imagológicas son encabezadas una, por el belga Hugo Dyserinck y, otra, por el francés Daniel-Henri Pageaux. Vid., Armando Gnsci (ed.), Introducción a la literatura comparada, trad. Luigi Giuliani, Barcelona, Crítica, 2002.

 

INFORMACIÓN SOBRE LA AUTORA

Marina Martínez Andrade: Maestra en Letras Iberoamericanas por la Universidad Nacional Autónoma de México y doctora en Literatura por la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, donde es profesora de Literatura hispanoamericana. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores. Ha publicado: "José Zorrilla en México", en A través del espejo. Viajes, viajeros y la construcción de la alteridad en América Latina (2005); "Una mirada al país del norte en 1877, en Homenaje a Alejandro de Humboldt. Literatura de viajes desde y hacia Latinoamérica (2006); "La otredad en la literatura de viajes de Rubén Darío", en Signos Literarios (2007). Sus líneas de investigación: literatura hispanoamericana de los siglos XIX y XX y la literatura de viajes.

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