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Literatura mexicana

versão On-line ISSN 2448-8216versão impressa ISSN 0188-2546

Lit. mex vol.22 no.1 Ciudad de México Mai. 2011

 

Estudios y notas

 

Cervantes de Salazar y las fundaciones en falso de la ciudad de México1

 

Cervantes de Salazar and the false foundations of Mexico City

 

Ivonne del Valle W.

 

Departamento de Español y Portugués, Universidad de California, Berkeley, Estados Unidos de América, idelvalle@berkeley.edu

 

Fecha de recepción : 07 de junio de 2010
Fecha de aceptación : 30 de agosto de 2010

 

Resumen

Los mexicas fundan Tenochtitlan en una isla sobre el lago de México y crean un complejo sistema hidráulico para manejar su medio ambiente. México en 1554 de Cervantes de Salazar propone la transición de la violencia de la conquista al establecimiento de un orden colonial a través de la urbanización y la creación de instituciones. El dominio del estado español y la formación de sus ciudadanos "legítimos" se funda, sin embargo, en su desinterés respecto al conocimiento indígena. Esta negligencia será la más grande limitante de la hegemonía colonial que tendrá que hacerse cargo de las constantes inundaciones provocadas por su descuido de las condiciones locales y el conocimiento que las manejaba.

Palabras claves: México en 1554, inundaciones, tecnología indígena, historia indígena, urbanismo, manejo del agua, ciudad de México, Tenochtitlan, Crónica Mexicayotl, Chapultepec, colonialismo.

 

Abstract

The Mexica founded Tenochtitlan on an island and developed a complex hydraulic system to manage their environment. México en 1554 by Cervantes de Salazar proposed the transition from the violence of the conquest to the establishment of a colonial order by means of urbanization and the creation of institutions. The ruling of the Spanish state and the formation of its "legitimate" citizens was founded, without doubt, on their disinterest in indigenous knowledge. This negligence would be the greatest limiting factor in the colonial hegemony which would have to deal with constant floods provoked by their lack of care for local conditions and knowledge of how to manage them.

Key words: México en 1554, floods, indigenous technology, indigenous history, ubanization, water management, Mexico City, Tenochtitlan, Crónica Mexicayotl, Chapultepec, colonialism.

 

[...] la historia del origen y fundamento, de cómo
empezó y principió la gran ciudad de México Tenochtitlan,
que está adentro del agua [.] nunca se perderá
ni olvidará lo que hicieran, lo que asentaran en sus
escritos y pinturas, su fama y el renombre y recuerdo que
de ellos hay, en los tiempos venideros, jamás se perderá
ni olvidará; siempre lo guardaremos nosotros,
los que somos hijos, nietos, hermanos menores, biznietos,
tataranietos, descendientes, sangre y color suyos.
Fernando Alvarado Tezozómoc
(Crónica Mexicayotl)

 

Debido a lo que ha sido considerado ya como una imposición sagrada (el deber de replicar a Aztlan, su lugar de origen) ya como una estrategia militar (aislarse de sus enemigos), los Mexicas fundan Tenochtitlan en 1325 en un pequeño islote que con el tiempo irían expandiendo artificialmente.2 Aunque la tecnología para el manejo del agua estaba ya bastante desarrollada entre otros pueblos de la región, para cuando los mexicas llegan a convertirse en un nuevo imperio, su poder y organización política les permitió construir un complejo sistema para el control de los elementos acuáticos. Este sistema comprendía una serie de mecanismos que protegían a la ciudad contra inundaciones, creaban terrenos para la agricultura y permitían el movimiento y la circulación dentro y fuera de la isla. El sistema consistía, por ejemplo, en la recanalización de ríos, la construcción de diques con compuertas que impedían o permitían el fluir del agua a la ciudad, acueductos, canales para la navegación y el transporte, calzadas que conectaban la isla a las ciudades vecinas, y mecanismos para separar el agua fresca de la salada.3 Bernal Díaz del Castillo indica la admiración que el orden y la complejidad de dicho sistema produjo en los primeros europeos que lo contemplaron al describir cómo, desde la distancia, los españoles se encontraron con una ciudad construida mitad en tierra, mitad en agua, y al verla se preguntaban si tal vista sería producto de un sueño o de las novelas de caballería.4

Se puede decir que una primera transformación sustantiva de este territorio ocurre con la guerra de conquista, durante la cual la ciudad es totalmente arrasada y su sistema hidráulico seriamente comprometido debido a la labor de los 10 mil indígenas aliados que Hernán Cortés, reconociendo la importancia de tal sistema para la defensa mexica, asigna para su destrucción (Palerm: 233). En este artículo, examinaré las implicaciones políticas de la fundación inicial de una Tenochtitlan acuática en un segundo momento de transformación, cuando el emergente imperio español intenta pasar de un estado de pura violencia conquistadora a uno de hegemonía a través de la reconstrucción de una nueva ciudad de México que serviría de asiento al estado colonial. Analizaré la representación de esta nueva fundación en México en 1554 de Francisco Cervantes de Salazar, texto en el que la ciudad está ya firmemente conectada al dominio español. Lo que me interesa en esta obra es cómo las circunstancias de la locación de la ciudad —el agua de los lagos entendida como contingencia mítica o histórica— y las tecnologías diseñadas para manejarla jugaron un papel primordial en la búsqueda de legitimidad del estado colonial. Es decir, estoy interesada en la relación entre una geografía específica, el conocimiento necesario para administrarla y las políticas coloniales. Aún si pensamos que el agua de los lagos donde Tenochtitlan estaba asentada era simplemente un accidente natural, este accidente tuvo importantes repercusiones en la relación entre el estado español y los habitantes de la región central a los que trataba de gobernar.

En mi lectura, el texto triunfalista de Cervantes, exaltando el nuevo estado político, es paradójicamente preludio de la catástrofe ya que el texto fue escrito pocos meses antes de una seria inundación que expuso la falta de conocimientos del estado español para manejar el agua, y que por ello mismo, detuvo abruptamente la consolidación de su poder. Enorme problema que no era, sin embargo, asunto de ingeniería y urbanización (o no principalmente), sino de un ejercicio político en el que el manejo de la naturaleza estaba fuertemente asociado a la construcción de una hegemonía. Y con esto no me refiero al conocimiento en abstracto, sino a las tecnologías específicas —diques, canales, compuertas, calzadas— que los pueblos de la cuenca de México habían utilizado para manipular y controlar el agua y en este proceso, alterar una geografía y transformarla en un medio ambiente culturalmente construido.

Mi discusión del texto de Cervantes de Salazar está informado por las ideas de Michel de Certeau respecto a la autoformación del sujeto a través del uso de distintas tecnologías (la escritura, el urbanismo) que proveen a quienes las ponen en práctica de un conocimiento minucioso respecto a ciertos espacios propicios a esta autoformación (la ciudad, en este caso). En el texto de Cervantes de Salazar, este momento de autorealización está relacionado al posicionamiento del sujeto colonizador en tanto que portador directo del poder político soberano, un poder extensivo a todo ciudadano español en sus relaciones con los pobladores originales de la isla. En este sentido, las ideas de Michel Foucault respecto a la soberanía y la guerra social en Society Must Be Defended son también útiles para mi análisis. En esta colección de seminarios, Foucault explora cómo debe ser concebida la soberanía, presentando la posibilidad de que ésta no sea sino una continuidad de la guerra por otros medios, y no una forma de contrato social (15). En este artículo analizo las posibilidades del sujeto español y criollo de establecer un estado de soberanía desligado de la guerra, tal y como estas posibilidades se presentan en el discurso político-urbano de México en 1554.

Por otro lado, Foucault también explora el papel de los conocimientos históricos (en plural) en la legitimación o el rechazo del poder soberano cuando luego de una conquista se presenta lo que puede caracterizarse como una guerra racial dentro de una entidad política. Como veremos, pese a su maestría tecnológica (en la escritura y el urbanismo), el saber histórico de Cervantes de Salazar implicaba varios puntos ciegos: uno respecto al sistema hidráulico prehispánico que había dado forma a Tenochtitlan; y otro, respecto a las formas de legitimidad presentes en la cultura mexica que habrían podido fundamentar algún tipo de hegemonía para el estado español. Frente a esta ceguera se erige otro saber histórico que pese a la nueva fisonomía renacentista de la ciudad, la seguía conectando a una tradición prehispánica. De la misma manera que las ideas de Foucault pueden iluminar un texto colonial hispano del siglo XVI, el colonialismo hispano indica por su parte, uno de los puntos ciegos en el pensamiento de Foucault: la ausencia en todo su trabajo del colonialismo europeo como una de las primeras formas en las que el poder soberano probó su expansión y sus posibilidades.5

 

La ciudad colonial: regímenes lingüísticos y espaciales en conflicto

En 1554 Francisco Cervantes de Salazar publica en la ciudad de México una serie de ejercicios en latín escritos por Luis Vives a los que agrega siete diálogos de su propia autoría. De estos diálogos, tres se refieren a la ciudad de México y constituyen la obra ahora conocida como México en 1554, separada del corpus con el que se publicó originalmente para ser leída no como un ejercicio de latín, sino como panegírico del temprano urbanismo colonial.6

Estos tres diálogos entre dos amigos que recorren la ciudad para mostrarle sus distintos espacios a un español recién llegado (la universidad, el área de la traza y la salida de la ciudad con vista panóramica desde Chapultepec),7 forman un texto paradigmático de la forma particular de poder que Ángel Rama ha llamado "la ciudad letrada". Quizás de hecho son uno de los ejemplos más tempranos en la Nueva España de un orden inscrito en la escritura y determinado a trasladar sus designios a una realidad determinada. Los diálogos intentan dar una fisonomía particular a la ciudad, enmarcarla dentro de un orden Renacentista (el saber, la cultura, el urbanismo) del que formaría parte, desplazando con ello el viejo orden de Tenochtitlan. Para ello, el recorrido por la ciudad hispana tiene como preámbulo una visita a la universidad recién inaugurada (a la que Cervantes de Salazar dedica su obra).

Esta doble articulación de una manera de andar (el régimen de lo que constituye el espacio propio de la ciudad) con una manera de hablar enunciada desde el centro del saber (la universidad) es el sueño del urbanismo y el poder colonial. Tal y como un grupo de frailes franciscanos señalaban unos años antes en su petición al Emperador para que se fundara una universidad en México, el saber de ahí surgido tendría una misión importantísima en los nuevos territorios. En primer lugar, permitiría reincorporar el detritus originado por la colonización al sacar de la ociosidad y dar ocupación a "los muchos vagabundos que hay y cada día habrá más de mestizos y españoles". En segundo lugar, contribuiría a la "firmeza y estabilidad de la cristiandad" de los indígenas al formar al grupo encargado de instruirlos. Como había enseñado el caso de España (y Grecia e Italia eran lo mismo, agregan) las letras eran las únicas capaces de arrebatar las naciones de los bárbaros, y en el caso de la Nueva España, la universidad sería el suplemento ideal a las armas, el que mejor que ellas contribuiría a formar una "tierra quieta y sin sospecha o peligro de rebelión" (O'Gorman: 13-14). La universidad funcionaría entonces como el principio que separaría a la ciudad de México, y a partir de ésta a las periferias, de una supuesta barbarie. Pese a este optimismo, los conocimientos generados en la universidad, desconectados como se encontraban de este nuevo territorio, representaban un importante límite a la hegemonía española. El sistema educativo de la universidad se limitaba en esos momentos a tradiciones, géneros y lenguas que ya conocía: el conocimiento clásico y el latín y el español, junto con los trabajos que ahora conocemos como parte del canon occidental. Como veremos, esta construcción monológica era a veces forzada a sostener un diálogo con eso que descuidaba: el náhuatl y otras lenguas indígenas y los saberes tecnológicos e históricos elaborados en ellas.8 Sin embargo, la naturaleza desigual de las relaciones entre un grupo y otro, producto del sistema colonial, predeterminaban que este posible encuentro —el diálogo forzado entre españoles y criollos provocado por las circunstancias— no se llevara a cabo satisfactoriamente. Por ello, los gestos hacia un diálogo cultural continuaban siendo un ejercicio político que no podía construir la hegemonía para el nuevo poder.

En la dedicatoria del texto, Cervantes de Salazar señala que su escritura le permitía servir en "una nueva región y...en una nueva universidad" (XXXVI; mi énfasis), crear pues, como diría Michel de Certeau, un espacio propio para la expansión (134). En su insistencia en la novedad podemos leer el deseo de que los territorios americanos sirvieran potencialmente como un página en blanco, un espacio vacío para la expansión—en un eco del gesto colonial que de Certeau lee en la pintura de Jan van der Straet de Américo Vespucio en la que éste es presentado, totalmente vestido, frente al cuerpo desnudo y semi-yaciente de una mujer representando a América (134). Este deseo de novedad se extiende para formar una nueva ciudad, una ciudad de México que no incluyera desde luego a los indios ni a la historia que precedía a la conquista, para empezar allí, en un lugar todo nuevo, una nueva historia. Y tal vez el deseo no era tan descabellado en la medida en que, al menos visiblemente, para entonces poco quedaba (fuera del medio lacustre, canales, acequias y calzadas no destruidos por Hernán Cortés durante la conquista) de la antigua Tenochtitlan.9 Con esto Cervantes de Salazar pretendía crear lo que Foucault llama una "heterotopía", un espacio otro, pero no tanto en relación con la metrópoli, como señala el filósofo francés, sino sobre todo en relación a los espacios indígenas.

En este sentido, los diálogos son un texto fundacional, aunque efectúen una fundación en falso. Y falsa, en principio, por dos anomalías estructurales en la consagración de esta nueva ciudad. En primer lugar, el que el texto se escriba en latín, lengua "tan común a todas las naciones" (167),10 dice Cervantes de Salazar, aunque quizás no tanto puesto que él mismo se corrige años más tarde en su Crónica de Nueva España, a la que agrega, en lo que considera una "gran digresión", un par de capítulos que retoman, en español, el recorrido de la ciudad hecho en latín con anterioridad. Así para elogiar el dominio español en su escritura, Cervantes emplea una sucesión de acercamientos lingüísticos y tecnológicos inadecuados que van del latín al español por un lado, y del poder militar al deber de la universidad de alcanzar "la paz", por otro, sin tocar nunca la densidad lingüística y cultural que las autoridades coloniales intentaban controlar. Si la reescritura del viaje por la ciudad en español puede ser entendida como un intento de democratización ya que en la Nueva España se hablaba, por supuesto, español y no latín, el gesto era todavía insuficiente si consideramos que los hablantes de náhuatl constituían la mayoría de la población. El México recreado en esas páginas habría sido incomprensible para los indígenas. De la misma manera, si en México en 1554 la Universidad es la responsable de garantizar la "paz" lograda a través de la derrota de los indios en la guerra, el conocimiento producido allí seguía siendo ajeno al universo epistemológico indígena. Por no recurrir al náhuatl y los conocimientos locales existentes, la Universidad y sus lenguas construyen una división epistemológica entre colonizados y colonizadores en una manera paralela a eso que Foucault encuentra en textos europeos del siglo XVII en los que el idioma mismo constituía la "stigmata" de una presencia extranjera (Foucault 2003: 100), y por ello, obstaculizaba el establecimiento de la hegemonía en la medida en que los nuevos gobernantes y su conocimiento no eran entendidos por la gran mayoría de los sujetos que intentaban gobernar, y viceversa.

La segunda anomalía tiene que ver con la paradójica afirmación según la cual México es el sitio del que emana todo el poder en un texto que concluye con referencias respecto a la necesidad de subyugar la remota tierra de Florida. Esta conclusión representa una línea de fuga, que al mismo tiempo que articula un plan de colonización, indica una falta fundamental. Si México es visto como el lugar del que se saldría a conquistar otras tierras (171), Florida y el resto de los territorios fronterizos (la "sola cosa" necesaria "para completar la felicidad" de la provincia) (67) continuarían escatimando al imperio un sentido de integridad durante siglos, al permanecer fuera del dominio español.

Los ejercicios de Cervantes de Salazar son así más que textos renacentistas de aprendizaje de una lengua, textos políticos que cumplen la función de reiterar, ligándolo a un saber "universal" (en latín), el itinerario de la nueva ciudad hispana. Y ahí "México" es explícitamente tan sólo el terreno marcado por la traza, lo demás es addendum inclasificable. Los mexicanos son por consiguiente no los indios (aunque es "mexicana" el área donde viven), ni el español recién llegado, sino los jóvenes "mexicanos" que debían ser doblemente aplaudidos por asistir a la Universidad "en medio de los placeres y la opulencia de sus familias" (22 y 63).

De esta forma, el ejercicio de Cervantes de Salazar administra recursos espaciales y humanos al dividir el espacio —discriminando lo que constituye en sí la ciudad— y al asignarlo jerárquicamente a distintas poblaciones. En su narración, los criollos son los habitantes legítimos de la ciudad, mientras que los españoles son tratados como visitantes y los indios relegados a un espacio marginal fuera de los límites de la ciudad propia. En sus diálogos los amigos crean categorías estéticas, clasifican las cosas de acuerdo a su noción de orden, pero sobre todo, presentan a la nueva ciudad como una hipóstasis enorme, aunque fragmentada, del poder. Si los indios quedan fuera (o deformados) por este campo de visión (Rivera-Ayala 2002), tampoco los españoles están presentes (aunque Cervantes de Salazar lo era). Los caminantes prácticamente no encuentran gente en el recorrido, tienen ante sí los edificios (y el eco de los nombres de quienes los habitan) desde los cuales el estado colonial impone la ley. La ciudad aparece así como una extraña prueba, sinécdoque absoluta de un poder que se esconde detrás de sus muros. En Cervantes de Salazar, la ciudad de México es extrañamente tanto el espacio para la auto-formación de los españoles en un "nuevo" lugar (el resultado de una fundación ex nihilo), como un espacio que pese a esto requería el ocultamiento de sus habitantes "legítimos".

Este tipo de discurso predicaba un poder basado en el desarrollo de una voluntad carente de un significado histórico local. En oposición a este discurso, surgen otros, como el de Tezozómoc, un miembro de la todavía existente élite indígena al que cito en el epígrafe.11 En su Crónica Mexicayotl (1609), Tezozómoc rememora la fundación de México-Tenochtitlan en pasajes como el del epígrafe, que oscilan entre la enunciación del deseo y la imposición de un deber. El tono solemne y profético de su narración es sin duda producto de la conquista, de la enorme ruptura que aún para sujetos como Tezozómoc, quien era cristiano y formaba parte del nuevo sistema político, debía haber producido un sentido de urgencia (la obligación de recordar) ante la continuada pérdida de su cultura.

Sin embargo, si Tezozómoc enlaza el futuro al pasado mexica, este ejercicio de memorización es selectivo ya que deja fuera importantes aspectos del universo prehispánico. Por ejemplo, no menciona las medidas de segregación implantadas por el estado mexica en sus ciudadanos décadas antes de la conquista: las leyes suntuarias por las que se obligaba a distintos grupos a usar ropa y adornos diferenciadores "bajo pena de muerte". Estas leyes marcaban la desigualdad en el cuerpo de los mexicas, creando un campo visual de diferencias entre la élite a cargo de los asuntos imperiales y los macehuales encargados de otras formas menores de trabajo (Durán: 254-255). A partir de esta combinación estratégica de olvido y memoria, Tezozómoc construye un pasado prehispánico sin fracturas internas que podía, sin embargo, introducir elementos disonantes y heterogéneos en relación al estado colonial. La insistencia de la Crónica Mexicayotl en el significado de ciertos elementos, como el agua de los lagos, se opone al proceso de elisión de la historia y el saber indígena llevado a cabo en el discurso de la universidad y su saber transportable debido a su supuesta universalidad. Junto con el agua y los habitantes indígenas de la ciudad, esta memoria indígena invalidaba de algún modo la heterotopía colonial que españoles y criollos intentaban crear.

Debido a la naturaleza conflictiva de estos reclamos, la ciudad de México de Cervantes de Salazar servía como una especie de hiper-referente: si se estaba ahí, se la nombraba, se la admiraba, la ciudad se convertía en territorio propio. Con esto se da inicio a la obsesión criolla (desbordante en los siglos posteriores) por la ciudad de México, por nombrar sus calles, explicar quién y por qué vivía ahí, como una tarea que justificara la propia presencia y compensara la falta de un saber local de los criollos. Por otro lado, como muestra el texto de Cervantes de Salazar (y lo mismo ocurre, por ejemplo, con textos como los de Bernardo de Balbuena y Agustín de Vetancurt, que están más allá de los límites de este artículo) este género del panegírico urbano está ligado a un programa político que iba más allá de la simple descripción y alabanza de la ciudad. Por el contrario, el panegírico se enfoca en la ciudad por supuestamente mostrar la realización de programas políticos, económicos y religiosos que la trascendían, pero de los cuales era una culminación.

La ciudad de México por la que caminan los personajes de Cervantes de Salazar en 1554 no era el mismo sitio que contemplaba con nostalgia Tezozómoc a principios del siglo xvii. Los textos de estos autores muestran las rupturas de una ciudad que luego de la conquista no podía constituir una entidad orgánica, ya que mientras la ciudad era producto de un proyecto estético y político español, indígenas y mestizos continuarían reclamando ese territorio a nombre de una profundidad histórica no vinculada a esa estética y esa política. De esta manera, México es reclamado en exclusividad por cada grupo. Tezozómoc, por ejemplo, habla del legado de Tenochtitlan como posesión de los mexicas, dejando completamente fuera a cualquier otro grupo indígena. La labor de recordar competía únicamente a los tenochcas y sus descendientes; "Tlatelolco", dice, "nunca nos lo quitará, porque no es en verdad legado suyo" (1975: 5).12 Si los tenochcas —y junto con ellos muchos otros, incluidos desde luego los tlatelolcas, pese al deseo de Tezozómoc— tenían la memoria, la densidad histórica del lugar, los españoles habían reservado para sí el eje central de la ciudad; operaciones que implicaban rupturas entre el lugar, la historia y la gente, revelando fragmentos que no terminarían nunca de ajustar uno con otro: la ciudad podía ser española, pero la historia era indígena.

Precisamente por esta serie de desplazamientos es que Cervantes de Salazar pone en práctica un nuevo régimen de visibilidad,13 disciplina del cuerpo y la mirada para andar y ver únicamente donde la percepción no contradijera el itinerario compuesto por el deseo. Pero si la disciplina era necesaria lo era porque quien a ella se sometía conocía de sobra la ambigua naturaleza de la ciudad. En este sentido, Cervantes de Salazar no se engaña. Si en algunas partes la llegada de los españoles representa la "felicidad" y la "fortuna" (64) de los indios liberados de abominables prácticas; en otras, lo que ve no le permite este optimismo retórico porque en 1554 la ciudad hispana, era —o eso dicen sus diálogos— una ciudad esperando el asalto. Al español de visita, las casas, más que casas, le parecían "fortalezas" (42) y al llegar a la de un famoso conquistador comenta que no sería fácil "entrarla por fuerza" por el "foso" que la rodeaba (50). Las referencias a un supuesto estado de peligro son constantes. El addendum ("esta ciudad con la población de indios"), (170 mi énfasis) irrumpía aunque fuera del campo de visibilidad. Ahí, en medio de la ciudad letrada (y fortificada) estaba otra que obligaba a levantar altas paredes y a la que, desgraciadamente —por su extensión, por la laguna— no se podía separar totalmente con muros protectores (65).

Al iniciar la caminata en una universidad cuyos cometidos de producir orden y paz son ejecutados también por un régimen constructor de fosos y muros protectores, Cervantes de Salazar postula el dominio colonial en una ambigua zona transicional entre el orden dictado por la guerra y la ley de la universidad que esperaba poder eliminar la amenaza de la rebelión. Es decir, en el México de mediados del siglo xvi la invasión está todavía muy presente, visible en toda su desnudez en la misma superficie de las cosas. O eso es al menos lo que el burócrata español invoca indirecta, pero claramente: la realidad de una guerra entre fuerzas opuestas. Las técnicas militares (fosos y fuertes) a las que se refiere el texto, sirven para negociar la formación de los nuevos señores, quienes, debido a su voluntad de dominar, y temiendo constantemente un levantamiento, se ven obligados a estar siempre en guardia, produciendo una subjetividad en extrema vigilancia.

El texto de Cervantes de Salazar evita señalar la manera en que los indígenas y sus prácticas constantemente inscribían a la ciudad en otro registro, pese a los signos visuales de un orden renacentista en la arquitectura de la ciudad. Con todo y esto, la manera de vida de los indios constituía lo que de Certeau catalogaría como una serie de prácticas "obstinadas" que "eludían la disciplina" de quienes los gobernaban hallándose sin embargo, dentro del mismo campo visual (1984: 96). Por estas prácticas, la voluntad política de la escritura de Cervantes de Salazar fallaba. Al estar ahí, en medio de la ciudad hispana, viviendo una cultura no reconocible para los españoles, los indios marcaban la ciudad con significados incómodos que debilitaban los mecanismos retóricos de un texto que los relegaba a los márgenes de la ciudad. Por ejemplo, en el momento en que el deambular está a un punto de dar un giro —los amigos han visto ya los edificios del poder, la amplitud de las calles "principales", las casas de muchos españoles— con el paso a una zona en la que lo indígena es (inevitablemente) visible; ahí la advertencia: "Todo México es ciudad [...] no tiene arrabales, y toda es bella y famosa" (48), e inmediatamente después la visión de lo que desde otro lugar y desde la altura del caballo era imperceptible: los indios y su desordenada manera de vivir (52-55). El espacio abierto por esta debilidad escriturística y urbana, incapaz de contener del todo la barbarie (lo sucio de los indios, su mundo de "poca calidad y precio", lo risible de sus alimentos, 53-54) da a la frase que enmarca el didactismo de los diálogos un aire profundamente irónico: la esperanza de que al enseñar (al recién llegado) se aprendiera lo no sabido (21-42). Y lo no sabido, o al menos lo no admitido, era que la ciudad también era otra, que desde otra perspectiva, la visión era muy distinta.

Si dentro de la misma traza había elementos que desequilibraban el proyecto estético y urbanístico hispano, por otro lado, estaba también la ambigua relación que desde Hernán Cortés se había establecido entre la antigua Tenochtitlan y la nueva ciudad de México, que tenía el paradójico papel de ser una nueva Tenochtitlan, pero diferente a ella. Después de debatir consigo mismo y con los demás, y pese a las dificultades, Cortés insiste en construir allí mismo la ciudad, buscando que el prestigio del lugar que acababa de convertir en historia quedara simbióticamente transferido al nuevo: "viendo que la ciudad de Temixtitan, que era cosa tan nombrada y de que tanto caso y memoria siempre se ha hecho, pareciónos que en ella era bien poblar, porque estaba toda destruida".

En esta frase, la destrucción parece ser lo que inclina la balanza. Si bien era cierto que vivir en un lugar conectado a tierra firme por calzadas no era parte de la experiencia hispana, por otro, la devastación permitía de alguna forma empezar de nuevo, al menos no tener ante sí los referentes visuales de la otra cultura. En la misma carta al rey, Cortés agrega que la ciudad se iba reparando y asegura "crea vuestra majestad que cada día se irá ennobleciendo de tal manera, que como antes fue principal y señora de todas estas provincias, que lo será también de aquí adelante" (184-185). Cervantes de Salazar, como muchos otros, en la Crónica de la Nueva España vuelve a reiterar la continuada primacía sin fracturas de la ciudad de México en el Nuevo Mundo (167).

Los nuevos fundadores tenían así una doble carga: haber acabado con la ciudad que los había impresionado, y quedar perseguidos por las imágenes de un pasado monumental. Puesto que la gloria de Tenochtitlan quedaba siempre atrás, la autoimposición de replicarla implicaba tanto el ímpetu para la hazaña (la fortaleza de acometer la tarea), como la posibilidad de la derrota.14 Para evitar que la sombra de la Tenochtitlan mexica empequeñeciera al nuevo México sus constructores tuvieron primeramente que vencerse a ellos mismos: anteponer a la maravilla producida por la visión de la ciudad indígena, la lógica y armonía de la hispana.

La ciudad tenía por ello un peso. En el recorrido de Cervantes de Salazar, cada edificio y cada calle debían cancelar una vieja semántica: ahí, esa iglesia era la religión; la audiencia, la ley; la universidad, el conocimiento; el diseño de un edificio, la estética. Hay lugares, dice de Certeau, tan saturados que es imposible respirar en ellos (106). Por eso tal vez la falta de otros transeúntes en el recorrido de los caminantes. Por eso, tal vez, el escape final organizado por Cervantes de Salazar. Pero, antes de eso, el fin del recorrido: la gran cantidad de agua que llegaba a la ciudad.

 

Hidráulica indígena y otras omisiones históricas

En las afueras de la ciudad, al ver lo bien irrigado de las huertas, el agua que corría por las acequias y después de ser informado que había más corriendo en cañerías subterráneas, el visitante pregunta por la fuente de "tanta agua". Uno de sus guías, prometiendo llevarlo allí más tarde, responde que el origen estaba en "Chapultepec, lugar célebre por las historias de los indios" (49). Cuáles son esas historias no lo dice, pero precisamente por no hacerlo, Chapultepec adquiere cierta aura. Desde su carácter impreciso (¿sobre qué son esas historias?), representa una intersección, una posibilidad de desviación que más que acallar el pasado apunta a una profundidad inasequible para el hablante.

Volveré a Chapultepec, pero antes quisiera detenerme en lo que Cervantes de Salazar había sido dejado fuera de la construcción de la ciudad hispana. "El terreno en que ahora está fundada la ciudad", le habían dicho al visitante, "todo era antes agua". De hecho, el genio de Cortés consistía precisamente en haber tomado una ciudad protegida por el medio que la rodeaba (46).15 Sin embargo, ese medio acuático (la Tenochtitlan "lugar de entronque de aguas abrasadas" de la que escribe Tezozómoc), (1975: 3) ya no era parte constituyente, estaba relegado a las inmediaciones. La construcción de la ciudad, calles anchas y edificios no muy altos, obedecía a la lógica urbanística de permitir la circulación del aire que alejara "los miasmas pestíferos de la laguna vecina" (42; mi énfasis). Esta inscripción sugiere dos cosas. Primero, alude a los puntos ciegos de Foucault que sugerí antes: el racismo estatal que él encuentra en las formas de poder del siglo XIX en Europa y que de hecho habían estado operando desde el siglo XVI en las colonias. En el caso de México, la administración colonial había creado una separación entre diferentes poblaciones que debían ser gobernadas a través de técnicas e instituciones distintas cuyos objetivos deben verse por ejemplo, en la construcción de una ciudad que protegería a un grupo racial de los así considerados problemas higiénicos de la laguna, mientras que relegaba a otro grupo al agua y sus supuestos efectos negativos.

En segundo lugar, el adjetivo usado para referirse al agua (laguna "vecina") desvincula a la ciudad de su misma razón de ser. Si el agua había sido para el primer México-Tenochtitlan el fundamento de la elección (ya que la ciudad tenía que ser igual a Aztlán, ya que fuera el mejor medio para protegerse de sus enemigos), esta misma agua es, años después, el límite señalando el fin de la ciudad. Y sin embargo, con todo y este desplazamiento, los problemas urbanos debido al exceso de agua son una constante: la ciudad fundada en el agua se negaba a desaparecer.16 Según Cervantes de Salazar la mejor calle de México lo era, porque en tiempo de lluvias no se enlodaba, ni ensuciaba; las mejores calzadas eran las construidas por encima de los campos para que la lluvia no las inundara igual que a ellos (41, 61).17 En la nueva asignación de lugares, la lluvia —contingencia natural— era el problema. Las múltiples entradas de agua que recorrían la ciudad a lo largo y ancho, aparecen desconectadas de todo el entorno hidráulico, son casi parte del paisaje y no una realización humana, simples medios de transporte aparecidos en la ciudad como por magia.18 Nunca un problema, sino al contrario, fuente de gran "utilidad" para los españoles a quienes por ahí llegaba "desde muy lejos en canoas" todo cuanto necesitaban (46).

La tecnología indígena que había hecho de la ciudad un laberinto de agua y tierra ni siquiera es mencionada. Y sin embargo, desde el escape de la pesadez de la ciudad, el agua de nuevo es conectada a la especificidad de la "grandeza" del lugar. Cuando el español es guiado por sus dos amigos a lo largo de la calzada de Tacuba que dejaba la ciudad, el primero sufre una especie de "rapto" ante lo que ve: la extensión de los campos, su fertilidad, la belleza de las huertas ("¿qué vista hay en España que pueda igualarse o compararse con ésta?") (62). Sin embargo, lo que verdaderamente impacta al visitante es la fuente de Chapultepec, convertida de nuevo en paisaje bucólico, sitio "natural" del que se había tomado posesión con dos actos sencillos: la presencia de una cerca para evitar que los indios y otros que pasaran "ensuciaran" el agua, y la colocación de un letrero en el cual el virrey lo designaba lugar de "recreo público". El agua y el lugar hacen que los amigos se extiendan en señalar científicamente sus propiedades (lo que decían Avicena, Plinio e Hipócrates de aguas semejantes), su efecto estético ("aunque he visto mucho", dice el español, "jamás hallé cosa tan digna de verse como esta fuente"), pero sobre todo, su aspecto emotivo: "apenas se acerca uno a ella, cuando ya admira, recrea y reconforta la vista y el ánimo con extraño y casi increíble deleite" (63-64). De todo México, lo mejor era el agua, acordonada ya por el poder colonial, pero reintegrada a su supuesto ser natural,19 el mejor lugar para estar en la ciudad, era precisamente fuera de ella: un sitio enfáticamente no construido, al menos no por ellos.

El Chapultepec con aura mencionado antes tiene aquí un efecto imprevisto, es el único sitio donde se podía de verdad respirar, y como práctica espacial restaba impacto al tono de admiración del recorrido anterior. Casas y palacios, iglesias, las bellas construcciones, todo estaba borrado por la experiencia, el "increíble deleite", de estar sentado en la fuente.20 Allí, los personajes de Cervantes de Salazar establecen una extraña relación con las "historias de los indios" a las que había aludido antes. En estas historias, Chapultepec era importante no solamente por la abundancia de agua de la que dependía Tenochtitlan, sino por ser el mítico lugar donde da inicio una importante transferencia simbólica de poder. Ahí, las divinidades del agua (los tlaloques) se habían aparecido para señalar el fin de Tula (los toltecas) y el principio del poderío mexica —principio y fin ligados también a la correcta elección del maíz vis-à-vis chalchihuites y plumas preciosas— (Botta: 110-113). Como esperando una nueva señal, el signo final de la legitimidad, los amigos se sientan en Chapultepec. Aunque desde luego, y dada la disparidad histórica y lingüística, si esta señal hubiera aparecido, habría sido ininteligible para ellos. Así se puede decir que Chapultepec era un sitio mudo para estos personajes. A pesar de la toma de posesión de las autoridades coloniales, el significado mítico de Chapultepec permanecía impenetrable, volviéndolo un sitio cuya extrañeza no es descifrada. Hecho enfatizado por la conversación de los amigos vinculando a Plinio con el agua, en latín.

Al final, después de la transición narrativa representada por la fuente, los caminantes terminan su recorrido con una vista panorámica de la ciudad de México desde la cima de Chapultepec. Desde allí, fuera de las turbias y hostiles relaciones que daban forma a la vida diaria, es posible verlo todo, y desde allí puede verse claramente que la ciudad estaba compuesta tanto de españoles como de indios, y que allí "ambos mundos" se hallaban "reducidos y comprendidos" (65). Solamente desde fuera (y desde arriba) era posible la certeza de eso que desde el controlado recorrido interno (el régimen de visibilidad) era constituido como ausencia.

Apenas unos meses después de la publicación de los diálogos, la ciudad de México sufre la primera inundación importante (hubo muchas a lo largo del periodo colonial).21

Esta inundación obliga a los españoles a reconocer que canales, acueductos, acequias y calzadas no eran "naturaleza" sino producto de un saber que les era extraño. El cabildo de la ciudad pide entonces a los indígenas que hagan mapas especificando la hidrología de la zona; se empieza también a reparar todo el sistema hidráulico, incluidos los albarradones de construcción indígena que estaban siendo desmantelados para construir las casas-fortalezas de la nueva ciudad; se ordena cambiar el curso de los ríos que habían sido desviados para la agricultura, tal y "como los indios los solían llevar" (Palerm: 353-357).

Ángel Palerm señala que los estudios contemporáneos del sistema hidráulico indígena se topan con la dificultad de que las fuentes son españolas y, a decir de Palerm, los españoles "nunca llegan a entender la situación hidrológica del valle, ni el sentido de las obras hidráulicas indígenas" (353). Las peticiones del cabildo que se quedaron sin respuesta, y la dificultad encontrada por Palerm al estudiar en el siglo XX el sistema indígena, sugieren la existencia de una voluntad que iba en sentido contrario a la voluntad de quienes estaban en el poder. Aunque el estado colonial pedía ayuda, los indios no parecen responder.

Este silencio se puede leer cuando menos de dos maneras. Como nota Orlando Bentancor para la región andina, la erradicación de "idolatrías" era un ataque de la metafísica cristiana-occidental al eje que daba sentido a la tecnología indígena (61). En este sentido, se podría considerar que el trabajo misionero que eliminaba las prácticas religiosas indígenas a través de las cuales se articulaba el manejo del agua había terminado con su conocimiento técnico respecto al sistema hidráulico (Arnold 1999). Otra forma de interpretar esta ausencia sería cuestionar la síntesis cultural y religiosa que supuestamente confería legitimidad al nuevo gobierno. En este otro sentido, tendríamos que concluir que al menos en lo que se refiere a las tecnologías necesarias para vivir en la isla, el pacto colonial no se había logrado.22 Aunque los indígenas habían sido derrotados militarmente, el conocimiento necesario para manejar el agua, eludía a los colonizadores. De esta forma es posible ver que el problema no era entonces de contingencias naturales como sugiere Cervantes de Salazar, sino de las tecnologías empleadas para manipular un sistema particular. Este asunto volvía a ser relevante en momentos de crisis, cuando se "recordaba" que existía un cuerpo indígena de conocimientos ligados al agua. 23 A partir de 1555, el agua se convierte, otra vez, en un serio problema como lo fue durante la conquista.

Si en los diálogos Cervantes de Salazar expresa ciertas reservas sobre la estabilidad política de la ciudad colonial —sus casas tenían que ser fuertes, después de todo— años más tarde en la Crónica, hay un cierto endurecimiento. La maquinaria de una conquista —dada por finalizada en los diálogos— aparece lista para ser de nuevo puesta a funcionar. Las trece embarcaciones usadas por Cortés para vencer a los mexicas adueñándose de los caminos del agua son una visión reconfortante: debajo de las Ataranzas (fortaleza construida en el límite que separaba el este de la ciudad, del lago), los bergantines estaban colocados en orden "ad perpetuam memoriam"y, agrega, que después de tanto tiempo, daba gusto verlos "tan enteros como cuando se hicieron" (168). Si el pasado amenazaba con reaparecer, el museo estaba también listo a cobrar vida.24

Ante la sorpresiva revelación de que la mucha agua que llegaba a la ciudad estaba allí no por orden de la naturaleza, sino debido a la voluntad humana, Cervantes de Salazar impone a la indígena, la española:

Y porque las insignes ciudades para el proveimiento de los vecinos han de tener agua de pie y esta ciudad la tenía por algunas calles de ella, al presente se trae por todas, y en cada esquina se hace una arca de piedra, donde los vecinos puedan tomar agua, sin la que entrará en muchas casas (170).

Si los mexicas tenían agua, ellos tendrían más y de manera más eficaz; si la ciudad había sido reconocida por ello, ahora lo sería más. Claudio de Arciniega, el arquitecto mayor de México construía para recibir el agua que sería traída, un edificio "muy hermoso y de gran artificio" (170). Lo que nunca dice, de nuevo, es que dicha construcción remplazaría parte del sistema indígena destruido durante la conquista. Aunque tampoco lo dice, es evidente que se daba cuenta de que el manejo del agua estaba asociado no sólo a un cierto prestigio, sino sobre todo, al poder y la hegemonía. Haber reconocido que por debajo de la traza existía otro sistema de calles, calzadas y acequias que en muchos sentidos determinaban a la primera, era reconocer que el saber que permitía habitar la ciudad continuaba siendo ajeno.

 

Sobre el conocimiento y otras digresiones

Con todo lo anterior no quiero sugerir que el problema básico para las autoridades coloniales era una cuestión de hidrografía e hidráulica, como si además del agua no existiera la población indígena a la que debían gobernar. Por el contrario, me interesa enfatizar la contigüidad entre conocimiento (tanto histórico como tecnológico) y poblaciones específicas. El conocimiento y la tecnología utilizados por los indígenas para manejar el agua de la cuenca de México pueden haber sido resultado de desarrollos fortuitos (ninguna hidrografía determina la manera en que debe ser enfrentada), pero aún si esto hubiera sido el caso, habían terminado imponiendo una manera de vivir en la Tenochtitlan prehispánica. Como señalé antes, las técnicas prehispánicas para controlar el agua implicaban una especie de pacto entre tecnología y religión.25 Buzos, constructores, sacerdotes, magos, todos parecen participar en ceremonias que tenían un carácter público y masivo. Debido a la magnitud de los trabajos hidráulicos en la región, se puede inferir que eran llevados a cabo por miles de personas. Esto sugiere la existencia de conocimientos y habilidades (técnicas, de supervisión, administración) que aunque especializadas no pueden haber estado concentradas en un número reducido de individuos. Los lagos eran una forma de vida e implicaban una serie de tecnologías cotidianas que estaban fuertemente asociadas con la economía, la religión y la cultura en general.

Es por ello que es especialmente interesante que los pasajes de Cervantes de Salazar sobre la ciudad en la Crónica de Nueva España estén narrados en lo que éste considera una digresión, es decir, desde un lugar que le parece ajeno a lo quiere registrar, y que sin embargo, aunque de forma enigmática, toca de alguna forma lo que escribe. Cervantes de Salazar deja de lado las hazañas de Cortés para describir la ciudad (171), y esta interrupción en el tiempo lineal de la narración lleva a cabo un corte a profundidad que da otro significado a la cadena de los acontecimientos.

Stephen Greenblatt dice que las anécdotas, registros de lo que es único y contingente que se desarrollan en los márgenes y no en el centro de la acción, tienen el poder de detener la narrativa porque han sido consideradas como representativas de algo, de algo mayor que es, de acuerdo con Greenblatt, "el verdadero tema de una historia perpetuamente diferida" (3). La ciudad como anéctoda o el recorrido por una ciudad que de pronto se les iba de las manos, nos lleva a la historia que queda diferida en los textos de Cervantes de Salazar y a la que sin embargo, alude indirectamente en esta discusión de la ciudad. Se trata precisamente del conocimiento de una población recientemente transformada en fuerza de trabajo por la colonización. De haberle dado su lugar a este conocimiento, la historia narrada habría sido otra. No una de triunfo y culminación, sino quizás una de confusión ante la falta de correspondencia entre la imagen que de sí tenía el poder soberano (el estado español, el heroico Cortés, e incluso los orgullosos y legítimos ciudadanos de México) y la imagen de este yo que puede leerse en el silencio de una población que no respondía a los llamados de ayuda para aliviar los problemas con el exceso de agua. Esta desarticulación nos recuerda la fragilidad de proyectos monológicos de autoformación que descartan la presencia de otros sujetos quienes serán los que finalmente otorguen o no el reconocimiento. Como consecuencia, la ruptura infligida en la secuencia lineal de los eventos puede ser vista como una desviación incómoda en la cual el máximo logro de la astucia de Cortés (conquistar la isla-ciudad) había resultado en la posesión de un (pesado) lugar en el cual, de acuerdo con Cervantes de Salazar era mejor no estar, tal y como se ve en la salida final de los amigos a Chapultepec y en la ausencia de otras personas a lo largo de su recorrido. El archivo histórico puesto en marcha para la implementación de un estado colonial exhibe así en la forma de una fractura en la narración, las exclusiones que eran al mismo tiempo su condición de posibilidad (el conocimiento y la historia indígenas), y su limitante ya que serían un reto constante a su hegemonía. En este sentido, cada inundación debe haber recordado a las autoridades coloniales su extraña posición de dueños de un lugar que no sabían, ni podían manejar.26

No estoy sugiriendo tampoco que el conocimiento necesario para vivir en la región de los lagos pertenecía exclusivamente a los grupos indígenas. Una tecnología y los discursos y prácticas que la sostienen no son cuestión de genética. Los fundadores españoles de la nueva ciudad podían haber escogido participar de este conocimiento y sin embargo, prefirieron no hacerlo. En este sentido, el conocimiento ocupa un lugar marginal debido, entre otras cosas (como la visibilidad del aparato de guerra), a la discontinuidad colonial entre lenguas, historias y culturas. Los españoles y los criollos no podían querer lo que no conocían o sabían que existía, y más tarde, no podían tampoco extraer o exigir conocimiento de los indígenas de la misma manera en que obtenían el trabajo forzado.

Estos puntos ciegos nos llevan de vuelta a la memoria histórica y la indexicalidad de los lugares que pueden hacerla surgir y conectarla con nuevos eventos y nuevos significados. El hecho de señalar hacia cierto lugar ante cuya presencia se desataría de inmediato cierta densidad histórica (la saturación de significado en frases como "Mira, aquí está"), podía por el contrario, convertirse en lo opuesto. El "aquí está" del finalmente haber llegado, se convertía para criollos y españoles en una experiencia de falta de significado, o cuando menos, en la de su ocultamiento. En el caso de los españoles y criollos del siglo xvi en México, no era posible ningún Chapultepec, lo que equivale a decir que no había forma de articular su dominio a ninguna fuente local de legitimidad histórica. Lo que queda de Chapultepec en tanto que texto político de legitimación es tan sólo el arrobamiento estético que refiere a Avicena y Plinio, pero nunca a Tula y Tláloc, su verdaro eje de significación. Aquí no ocurre ninguna transferencia de hegemonía, sino más bien un desplazamiento de significados (Avicena por Tula) y de idiomas (latín por náhuatl) llevado a cabo por un emergente sujeto criollo que carecía de los medios para siquiera notar la pista sugerida por las "historias de los indios". En cierto sentido, la fuerte emoción de los amigos —el bienaventurado momento junto a la fuente— ocupa el vacío del conocimiento. Puesto que la memoria y el conocimiento español estaban ligados explícitamente a la universidad, y puesto que la voluntad de conocimiento es parte fundamental de la voluntad de poder, aquí este conocimiento aparece como accesorio y superfluo en relación a la mayoría de la población a la que quería dirigir. No representaba una forma de establecer hegemonía, sino un suplemento a la guerra y un espacio de refugio para la vagancia y la opulencia como se vió en la primera parte de este artículo. Es por esto que el régimen de visibilidad presentado por Cervantes de Salazar implica una retirada a la fantasía: la de aprender a negar la percepción e imaginar algo distinto en su lugar. Los españoles y criollos, o eso sugiere Cervantes de Salzar, no podían darse el lujo de verdaderamente notar lo que existía a su alrededor, pero precisamente por esto tenían que estar constantemente alertas, siempre vigilantes. Este ejercicio debe haber enturbiado considerablemente su proceso de autoformación.

 

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Notas

1 Agradezco a Hispanic Review el que me hayan permitido reproducir aquí una versión de un artículo mío que apareció allí en inglés.

2 La isla original —separada de Tlatelolco, que era otra isla— medía aproximadamente 750 hectáreas, y carecía de roca y madera para la construcción, tanto como de tierra suficiente para sembrar (Suárez: 21). Esto último obligó a sus habitantes a recurrir a la construcción de chinampas para la agricultura.

3 Ver la obra de Ángel Palerm para un estudio del sistema hidráulico indígena.

4 "y desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua, y en tierra firme otras grandes poblaciones, y aquella calzada tan derecha por nivel como iba a México, nos que. damos admirados, y decíamos que parecía a las cosas y encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, por las grandes torres y cues y edificos que tenían dentro del agua, y todas de cal y encanto; y aun algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían era entre sueños" (248).

5 "Of Other Spaces", las notas de un seminario que Foucault nunca revisó, ni autorizó para su publicación, son una excepción. Sin embargo, en su análisis de estos espacios diferentes, las colonias aparecen únicamente como sitios de lo que él llama heterotopia de compensación en relación a las metrópolis. Es decir, en su concepción las colonias son espacios alternativos a Europa para la autorealización de los colonizadores. Apreciación que no toma en cuenta los desplazamiento de otras concepciones del espacio y el tiempo que estas alternativas implicaban. Además, sus únicos ejemplos —las "extraordinarias colonias jesuitas" y los "perfectos espacios otros" establecidos por los puritanos ingleses en Norte América— ignoran la violencia que funda la mayoría de los sitios coloniales.

6 En el siglo XIX Joaquín García Icazbalceta publicó estos tres diálogos de forma separada. Desde entonces han sido leídos de forma independiente del resto del trabajo de Cervantes de Salazar en latín (Rivera-Ayala: 271).

7 Aunque Cervantes de Salazar era español, este texto es sin duda "criollo". Zamora y Zuazo, los habitantes locales muestran a Alfaro (el español) una ciudad supuestamente sin par en España.

8 Si bien es cierto que en la universidad se impartían clases de náhuatl y se educaba a algunos indígenas, no lo es menos que toda esta educación tiene como fin no un diálogo verdadero entre dos culturas y epistemes diferentes, sino la imposición de una sobre la otra. Se trataba de educar indígenas para que evangelizaran e hispanizaran a otros miembros de su grupo y no de educar a indígenas para que pudieran transcribir, traducir el saber indígena al español. Ver, por ejemplo, Los indios, el sacerdocio y la Universidad en Nueva España, Siglos XVI-XVIII de Margarita Menegus y Rodolfo Aguirre.

9 Según Ignacio Marquina "ninguna ciudad ha sido destruida en forma tan sistemática" tanto durante el sitio de la conquista (los españoles iban destruyendo mientras avanzaban), como posteriormente con el derribo de los antiguos edificios para la construcción de la ciudad hispana (181).

10 El uso del latín puede estar ligado también a lo que señala Patricia Seed respecto a la necesidad española de crearse autoridad política en los nuevos territorios frente a otros europeos (11). Como indica ella misma, en el caso de la conquista española, importaba no sólo imponerse militarmente sino mostrar el derecho a hacerlo. Por eso la lectura del requerimiento —también en latín— a los indígenas: documento que los colocaba (si es que lo entendían, desde luego) en la disyuntiva de la sumisión o la guerra.

11 Aquí me refiero a individuos que eran parte de la vieja élite prehispánica (Chimalpahin, Ixtlixóchitl, por ejemplo) que participaban activamente en la vida colonial.

A fines del siglo XVII, la familia de Fernando de Alva Ixtlixóchitl entrega los manuscritos y mapas de éste a Carlos de Sigüenza y Góngora en un gesto que quizás podría considerarse como de transferencia indígena y apropiación criolla de un legado que hasta entonces había permanecido en manos indígenas. Esta lectura, desde luego, no tiene por qué aceptar las premisas de dicha apropiación.

12 Thomas Ward analiza las ciudades-estado prehispánicas en tanto que "naciones" no constituidas en razón de la etnicidad —por ejemplo, los tlatelolcas y los mexicas eran del mismo grupo azteca— sino basadas en una organización económica, un sistema legal, la posesión de un territorio y la historia compartida en dicho territorio. Como es bien sabido, cada grupo había sido formado a través de alianzas matrimoniales interétnicas.

13 El término es de Gustavo Verdesio y se refiere específicamente a "las reglas y protocolos que determinan nuestra mirada, y por tanto lo que podemos y lo que no podemos ver". Verdesio lo utiliza para referirse a la mirada experta (del arqueólogo en el caso de su artículo), en oposición a la mirada de las personas que simplemente habitan un lugar. Según él, su constitucion está asociada al "diferencial de poder" que permite a dicha mirada crear sitios con un significado distinto (el sitio arqueológico en su caso) al del medio ambiente que los rodea. Partiendo de esto me interesa enfatizar no sólo el aspecto epistemológico del término (lo que permite o no permite ver), sino sobre todo, su aspecto volitivo y disciplinario.

14 Inga Clendinnen encuentra en las cartas de Cortés señales de que él mismo veía en su victoria una profunda derrota. Para Clendinnen, la barbarie del prolongado sitio a la ciudad durante la conquista, arrebata el verdadero triunfo a Cortés quien entra victorioso no a la bella y ordenada ciudad de la que había escrito, sino a tomar posesión de ruinas y cadáveres (como literalmente lo dice él: "hallábamos los montones de los muertos, que no había persona que en otra cosa pudiese poner los pies". (Cortés 1995: 180).

15 Tanto Cortés como Bernal Díaz del Castillo enfatizan la dificultad de la conquista debido al carácter semi-acuático de Tenochtitlan.

16 Estoy parafraseando a Ernesto Aréchiga quien utiliza la frase para referirse incluso a las condiciones de la época actual (65).

17 Probablemente esta preocupación por el exceso de agua tiene que ver con las inundaciones, menores, por las que había pasado la ciudad en 1552 y 1553 (Mathes: 425-426). En 1552 el cabildo solicita que toda la zona oriental de la ciudad (hacia Chapultepec y Tacuba) se mantuviera seca. Se ordena también reconstruir los sistemas que protegían contra las inundaciones "de la manera que los indios antiguamente los tenían" (Palerm: 351).

18 Era imposible que Cervantes de Salazar no viera que el mecanismo por el cual el agua llegaba y circulaba por la ciudad era producto de una compleja tecnología. En su caso, se trata de la puesta en práctica de una voluntad.

19 Más tarde, en la Crónica de la Nueva España, Cervantes de Salazar no duda en decir que la mejor calle era esa de Tacuba, la más "hermosa y vistosa" y por donde se salía a las huertas (169).

20 Richard Kagan señala que Cervantes de Salazar estaba menos impresionado por el aspecto físico de la ciudad (su arquitectura) que por aspectos como su gobierno y religiosidad y el medio ambiente que la rodeaba (25-26). En mi lectura, Cervantes de Salazar resalta el carácter planeado, la lógica (urbanidad) de la ciudad tanto como su estética —y aunque estaría de acuerdo en parte con la afirmación de Kagan—, me interesa aquí el juego entre los significados de uno y otro medio (ciudad / afueras) para tratar de entender la elección de Cervantes de Salazar quien como sea, escribe un panegírico a México.

21 Hubo también varias inundaciones durante la época prehispánica, dos de ellas muy severas. Sin embargo, el modo de vida de los españoles (erosión debido al ganado, el negligente manejo del sistema hidráulico, etc.) causó importantes cambios en un equilibrio de por sí precario. A esto se deben la frecuencia y severidad de las inundaciones coloniales, que fueron uno de los retos más formidables del estado colonial.

22 Obviamente los indios eran la fuerza laboral detrás de las obras hidráulicas coloniales, y en este sentido, la tecnología indígena estaba desde luego presente en los trabajos hispanos. Lo que quiero enfatizar aquí, sin embargo, es la distinción entre una labor contingente (reparar un dique durante la temporada de lluvias, rehacer una calzada, reconectar ríos, limpiar las acequias, etc.) en la que los indios participaban de forma obligada, y la ausencia de propuestas indígenas para la planeación general de un manejo a largo plazo del agua.

23 Charles Gibson por ejemplo, indica que para resolver los problemas de la inundación de 1555, los españoles reactivan el sistema de organización laboral prehispánico (27-28).

24 Otro ejemplo: de los capítulos que dedica ahí a la ciudad, desaparece la mención hecha en los diálogos de los gramáticos indígenas, "nada inferiores" a los españoles que aprendían el latín en Santiago Tlatelolco (55) y en cambio, aboga por la transferencia del colegio a los españoles, asegurando que lo que ahí aprendían los indios les resultaba superfluo ("fuera de aquel recogimiento no usan bien de lo que saben") (170) puesto que finalmente nunca podían, ni debían, ser ordenados. En los diálogos hay momentos de apertura a la otra cultura (el pasaje en el mercado, por ejemplo) que están ausentes en los capítulos de la crónica. Por otro lado, al parecer el temor a la insurrección indígena estaba ligada desde muy temprano al manejo del agua. Las notas de cabildo de 1542 por ejemplo indican un constante temor de un levantamiento indígena y ante la aparente energía con que los indios reparaban por su cuenta el sistema hidráulico destruido durante la conquista, se ordena que vayan observadores a ver qué era exactamente lo que aquellos hacían (Palerm: 349-350).

25 Philip Arnold hace un análisis muy interesante de la relación entre cultura, religión y medio ambiente entre los mexicas. Para Arnold, la compleja serie de rituales en honor del dios de la lluvia, Tláloc, permitía a los mexicas manejar sus condiciones hidrográficas y climáticas, y derivar de ellas significados importantes para la vida cotidiana. Como todos sabemos, la mayoría del conocimiento que se tiene ahora sobre los grupos indígenas prehispánicos proviene de la labor de largos años de recopilación e investigación (y muchas veces de un interesante trabajo de equipo con indígenas) dirigida principalmente por religiosos como Diego Durán, Bernardino de Sahagún, Motolonia, Torquemada, etc. En esta sección no estoy negando el interés en el conocimiento indígena de los religiosos, aunque por otro lado, como también sabemos, escriben compendios interesados en obtener el conocimiento para poder identificar ciertas prácticas y destruirlas posteriormente. El que de forma indirecta estos compendios puedan servir para lo opuesto, es una ironía respecto a las intenciones con las que fueron escritos. Más allá de esto, me parece sin embargo, que hay una desvinculación entre lo que hacían las órdenes religiosas y lo que el gobierno de la ciudad —el cabildo, los virreyes en turno— pueden o no tomar en cuenta.

26 Rodrigo Martínez Baracs (2003 y 2007) sugiere que fue precisamente la inundación de 1555 a la que aquí me refiero, lo que permitió conjuntar dos universos: el trascendental católico representado por la virgen de Guadalupe (supuestamente aparecida en esas fechas por primera vez) con el universo mesoamericano de la lluvia y la necesidad de acudir a deidades específicas para resolver los excesos y la falta de agua. A decir de Martínez Baracs, Cervantes de Salazar habría participado indirectamente en esta transmutación pragmática y ad hoc del saber indígena que intentaba desplazarlo a través de subsumirlo en una hegemonía distinta (Guadalupe, el cristianismo). Esto sugeriría un posible pacto entre saberes distintos. Mi lectura es distinta por varias razones: primero, este empleo del saber indígena es obligado por la contingencia y no producto de un acercamiento voluntario; en segundo lugar, por el hecho de que de haber tomado lugar este temprano intento habría ocurrido en 1555 y no en el momento de la escritura del poema. Finalmente, la continuidad y constancia de las inundaciones debieron darle un carácter necesariamente fallido.

 

INFORMACIÓN SOBRE LA AUTORA

Ivonne del Valle: Doctora por la Universidad de California en Berkeley. Profesora de literatura colonial, tecnología, barroco e ilustración en el Departamento de Español y portugués de dicha Universidad. Ha escrito: Escribiendo desde los márgenes: colonialismo y jesuitas en el siglo XVIII. Sus proyectos de investigación son: "En torno a los vínculos entre religión, tecnología y medio ambiente en el proyecto de la desecación de los lagos de la ciudad de México" y "Las modificaciones del pensamiento imperial / colonial español en sus intentos por integrar la realidad americana".

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