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Literatura mexicana

versión On-line ISSN 2448-8216versión impresa ISSN 0188-2546

Lit. mex vol.22 no.1 Ciudad de México may. 2011

 

Estudios y notas

 

Sobre el discurso de la nostalgia en Garcilaso de la Vega y Bernal Díaz del Castillo

 

On the discourse of nostalgia in Garcilaso de la Vega and Bernal Díaz del Castillo

 

Manuel Prendes Guardiola

 

Facultad de Humanidades, Universidad de Piura, Perú, manuel_prendesg@hotmail.com

 

Fecha de recepción : 06 de octubre de 2009
Fecha de aceptación : 16 de enero de 2010

 

Resumen

Este ensayo identifica la incorporación de la subjetividad, propia del discurso autobiográfico, como rasgo de literariedad propio de las crónicas de Indias. Desde aquí analiza el sentimiento de nostalgia como elemento para la interpretación del pasado por parte de los cronistas Bernal Díaz del Castillo y el Inca Garcilaso de la Vega. Establece las diferencias entre las perspectivas de ambos escritores, basadas en sus divergentes circunstancias biográficas, para identificar a continuación recursos coincidentes en ambos cronistas como la creación de interlocutores ficticios, la conciencia de misión de erigirse en portavoces de una élite social postergada ante la llegada de advenedizos, la proyección en el pasado de una visión utópica o la presencia de elementos visuales y "pictóricos" en la evocación del pasado.

Palabras clave: Bernal Díaz del Castillo, Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios reales, crónica de Indias, autobiografía.

 

Abstract

The essay identifies the inclusion of subjectivity, belonging to autobiographical discourse, as a typical literary trait in the chronicles of the Indies. From here, the sentiment of nostalgia is analyzed as an element for interpreting the past on the part of the chroniclers Bernal Díaz del Castillo and the Inca Garcilaso de la Vega. We establish differences between the perspectives of both writers, based in their divergent biographical circumstances, to identify in continuation resources coincident with both chroniclers as the creation of fictitious interlocutors, the consciousness of mission to become spokespersons for a social elite affected by the arrival of newcomers, the projection of the past of a utopic vision or the presence of visual and "pictoric" elements in the evocation of the past.

Key words: Bernal Díaz del Castillo, Inca Garcilosa de la Vega, Comentarios reales, cronicles of the Indies, autobiography.

 

Old men forget; yet all shall be forgot,
But he'll remember, with advantages,
What feats he did that day.
(William Shakespeare, Henry V).

 

Lo literario en la crónica de Indias

El dilatado corpus formado por las crónicas de Indias representa, desde su mismo origen, una simbiosis entre el documento informativo y la expresión personal que actualmente tendemos a considerar propia de la noción de "literatura". En un ya famoso artículo, Walter Mignolo ha apreciado esa evolución desde las ambiciosas "historias generales" de las primeras décadas del siglo XVI, cuyos campeones serían Oviedo, Las Casas o Gómara, a las historias particulares o locales de los diferentes "reinos" ganados o recorridos por los españoles (1998: 89-90 a 98). Simultáneamente, la misma dinámica histórica de la empresa de Indias va transformando evolutivamente la crónica indiana desde el original registro de los sucesos recientes, cuando no inmediatos y directamente vividos, al de acontecimientos distantes que contemplan el descubrimiento, la conquista y organización del territorio como un proceso ya consumado.

A dichos rumbos habría que sumar un tercero, el de la subjetividad dentro de la narración: el autor, remitiéndose al pasado, o incluso al mismo presente en cuanto que su empresa aún se encuentra en proceso (el caso, por ejemplo, de Colón o de Cortés), no trata simplemente de referir los sucesos que ha presenciado, sino de destacar su participación en ellos. El conquistador compatibiliza aquí la aspiración de bienes materiales (honores o fortuna, según la pauta del "memorial de servicios") con la de honra y fama, indicio a veces enmascarado de esa subjetividad que abre a la crónica de Indias las puertas de lo que podríamos considerar el canon literario occidental, principalmente por asociación con el aún entonces incipiente género de la novela. Marcelino Menéndez y Pelayo, tal vez con un desdén menor del que algunos han querido atribuirle, fue pionero en identificar como novela ("novela utópica") los Comentarios reales (1945:153); por su parte, bien conocida es la valoración de Carlos Fuentes de la obra de Bernal Díaz del Castillo como "nuestro primer novelista" (1990:73) (hispanoamericano, mexicano y, por qué no, guatemalteco).

Entre otros aspectos, la novela supone una de las primeras manifestaciones de la modernidad en cuanto que interpreta el mundo desde esa perspectiva individualista como un conjunto de gran complejidad, en el que adquieren voz, junto con la misma figura del autor transmutado en personaje, otros caracteres alternativos e incluso contrapuestos. He aquí el bajtiniano concepto de "polifonía", y una muestra de la "ambigüedad de la novela" a que se refiriera Octavio Paz en El arco y la lira, consagrados en el transcurso de un siglo por autores como Rabelais, Cervantes o el autor (llamémosle Valdés) del Lazarillo de Tormes. Aspecto señalado en los siguientes términos por Ángeles Huerta en su análisis de las crónicas de la conquista de México:

También la obra de Díaz del Castillo —por poner el ejemplo más clamorosamente moderno- está manipulada por un narrador que ordena y distribuye el derecho a la palabra. Sin embargo, y aquí está la gran diferencia, el de la Verdadera Historia [sic] es un narrador que, en más de una ocasión, cede ese derecho.

[...]

Bajo el aspecto arcaizante de una historia militar, encontramos una serie de textos que reúnen muchas de las características de la novela: la novedad de la materia relatada, la elisión de lo superfluo según el criterio de un autor subjetivo, el gusto por la caracterización y por el detalle, la dosificación de la información, la manipulación de la intriga. [...] Pero sobre todo encontramos una multitud de voces y de discursos que nos hablan de un tiempo explosivo, de todo lo que pudo ser y no fue, o de todo lo que todavía puede llegar a ser. (Huerta González 2004:300-307).

 

La perspectiva autobiográfica

El discurso autobiográfico es un género que también cobra arraigo con la modernidad precisamente a partir de esa revalorización del "yo" narrativo. Dicho género no tiene por qué verse ceñido estrictamente al memorialismo, sino que concierne también a la irrupción del "yo" como organizador del discurso. Michel de Montaigne, al emprender la tarea de sus Ensayos en la tradición clásica y medieval de la prosa miscelánea y erudita, previene sin embargo al lector que:

Con [este libro] no persigo ningún fin trascendental, sino sólo privado y familiar; tampoco me propongo con mi obra prestarte ningún servicio [...]. Lo consagro a la comodidad particular de mis parientes y amigos para que, cuando me hayan perdido (lo que acontecerá pronto), puedan encontrar en él algunos rasgos de mi condición y humor, y por este medio conserven más completo y más vivo el conocimiento que de mí tuvieron. [... ] quiero sólo mostrarme en mi manera de ser sencilla, natural y ordinaria, sin estudio ni artificio, porque soy yo mismo a quien pinto. Mis defectos se reflejarán a lo vivo: mis imperfecciones y mi manera de ser ingenua [...]. Si hubiera yo pertenecido a esas naciones que se dice que viven todavía bajo la dulce libertad de las primitivas costumbres de la naturaleza, te aseguro que me habría pintado bien de mi grado de cuerpo entero y completamente desnudo. Así, lector, sabe que yo mismo soy el contenido de mi libro. (las cursivas son nuestras). (Montaigne 1941:15)

Philippe Lejeune reduce la diferencia entre novela y autobiografía a la existencia de un "pacto autobiográfico" en el que el autor se compromete "no a una exactitud histórica imposible, sino al esfuerzo sincero por vérselas con su vida y por entenderla" (1994:12). En la crónica de Indias, aunque el objetivo primordial del texto no sea el de referir la propia vida del autor, ofreciéndose éste tan sólo como testigo fidedigno en muchos episodios y personaje central en una minoría de ellos, su valoración del discurso histórico, ocurrido en un pasado lejano, transparenta una interpretación de la propia vida a partir de los hechos revividos. El presente pasa a entenderse con el pasado, a dialogar con él como una nueva voz dentro de esa concurrida polifonía del discurso:

Las novelas de estructura autobiográfica ofrecen así una composición temporal muy rica en matices, pues el balanceo entre el ayer vivido y el hoy desde el que se narra implica, a la vez que la alternancia de las formas temporales del presente y el pretérito, un juego de perspectivas, y todo se somete además a variaciones de ritmo narrativo que según sea más demorado o más vertiginoso subraya la importancia que el autor y protagonista concede al episodio de la configuración de su personalidad. (Villanueva 1988:24).

Este aspecto de enfoque personal y autobiografismo, entablado entre el pasado lejano y el presente, es uno de los muchos que han despertado el interés hacia la obra de Bernal Díaz del Castillo o del Inca Garcilaso de la Vega, aparte de su reconocimiento como fuentes historiográficas y modelos del esplendor de la prosa renacentista castellana (cada uno en su estilo: el oralizante y aparentemente espontáneo de Teresa de Jesús en el conquistador; el elegante, armónico y riguroso de Luis de León en el erudito mestizo).

Darío Villanueva considera que "el capítulo primero de una autobiografía cobra una importancia trascendental" (22), lo cual quizá no pueda aplicarse estrictamente a las dos crónicas objeto de este trabajo. La crónica de Bernal Díaz da comienzo con una autorreferencia que, sin embargo, pronto diluye dentro del relato general de conquista y descubrimiento, aun desde la novedosa perspectiva del soldado "de a pie": en poco tiempo integra el "yo" en el "nosotros". En cambio, Garcilaso prefiere destinar los capítulos iniciales de su obra a una sucinta introducción geográfica acerca de las Indias y el Perú, a la manera de otras crónicas "generales" como la de López de Gómara. Más relevante y resaltado por los autores, y notablemente situado al comienzo de las respectivas crónicas, está el capítulo que narra no el comienzo de la historia, sino la decisión de empezar a redactarla. En el caso del conquistador, mediante el descubrimiento, apenas emprendido su relato, de la versión de la conquista de México elaborada por López de Gómara, que le proporcionará tanto un estímulo de escritura a fin de desmentirla como una cierta pauta de orden para la narración (XVIII ).1 Por lo que se refiere a Garcilaso, el episodio referido en los Comentarios I, 15 es muy anterior a la redacción de la crónica, pero en todo caso lleva implícito que la empresa le está encomendada explícitamente a él, por boca del anciano tío del personaje-narrador-autobiógrafo: "a ti te conviene oírlas y guardarlas en el coraçón (es frasis dellos por dezir en la memoria)" (I, 15: 28).2

No es casual que esta "vocación" cronística aparezca como recibida por uno en la edad adulta, y por el otro en plena infancia. Se podría decir que guarda una relación bastante ajustada con la perspectiva que cada uno de los cronistas va a adoptar en la redacción de su historia, y en la manera en que en ellos mismos van a retratarse en su propia obra: volveremos sobre esto más adelante.

 

La memoria estilizada

El mencionado enfoque personal aportado al discurso, junto con la distancia temporal que media entre los sucesos y el momento de su redacción, más la conciencia misma de la proximidad de la muerte, tienen como producto la nostalgia, es decir, la tristeza, desde la perspectiva de un presente insatisfactorio, por el recuerdo un pasado que se percibe como irrecuperable. Este pasado que origina la nostalgia, a su vez, sufre por causa de ésta un proceso de transformación embellecedora. En el caso del pasado incaico recreado por Garcilaso, hace ya tiempo que José de la Riva Agüero (1952: 107-108) señaló cómo la verdad histórica, antes que sufrir un enmascaramiento deliberado por parte del cronista mestizo, habría estado sometida a una triple idealización desde unas perspectivas a las que Garcilaso concede autoridad por encima de los cronistas hispanos: la idealización de los quipucamayos o historiadores oficiales del imperio incaico, la de sus parientes maternos y a la suya propia motivada, precisamente, por la nostalgia.

En fechas más recientes, el elemento nostálgico en Garcilaso de la Vega ha sido destacado por autores como Max Hernández en su lectura psicoanalítica de la obra del escritor mestizo y, más recientemente, Christian Fernández en su revisión de diversos tópicos de la crítica garcilasiana. Fernández, precisamente, concede mayor importancia al factor de la nostalgia al juzgar el desencanto manifestado por Garcilaso de la Vega, frente a extendidas interpretaciones de tipo materialista: los proverbiales "rincones de la soledad y pobreza" (2004:49 n.72) a los que el Inca Garcilaso dice retirarse en la Historia general del Perú (v, 23:536), antes que reales y producto del desprecio a sus demandas, o tópico retórico en la tradición de "menosprecio de la corte y alabanza de la aldea"(Araníbar 2005:747) serían de orden psicológico y agudizados por la añoranza de su tierra natal a la que, por razones aún controvertidas, nunca regresó.

Como ya percibía Riva Agüero, la nostalgia resulta un estímulo para el poder reelaborador de una memoria que magnifica, distorsiona o simplemente olvida. Carlos Araníbar, en sus anotaciones a los Comentarios reales, se refiere repetidas veces a la relación garcilasiana entre memoria y escritura como "proustiana", y por tanto "dueña del tiempo" apoyándose en la fantasía. Cuanto hay de historiográfico propiamente dicho en Garcilaso, sería fruto de crónicas ya escritas, mientras que las fuentes documentales "privadas" a las que se acoge el cronista mestizo no tienen, para Araníbar, importancia más que como "puertas que conducen al país del ensueño" (829). No hay mejor ejemplo según este crítico que el de la descripción hecha por Garcilaso en los Comentarios VI: 20 de la fiesta del Inti Raymi, que acaba siendo una combinación de "crónicas, evocación y fantasía" en la que confluyen memorias dispersas que abarcan desde diferentes fiestas celebradas en el Cuzco prehispánico hasta la procesión del Santísimo Sacramento que el autor recordará haber presenciado en 1555 (1959, VIII: 8), repitiendo elementos y frases casi textuales del capítulo anteriormente citado.

Y es que no podemos desdeñar en la composición de los Comentarios reales (como en tantas otras obras memorialísticas), "el coeficiente imaginativo de una obra escrita a tantos años de distancia de la experiencia misma" (Avalle-Arce 1964: 7). Ricardo Mora ha resaltado el conflicto que establece la condición del exiliado entre la exigencia de sinceridad que se presupone en el autobiógrafo y

La cuestión clave: la desfiguración de la memoria. El Ponto de Ovidio: ese mar en el que él sólo ve invierno pero en el que olvida todo lo demás, y que actúa como Leteo en que ocultarse de sí mismo o como espejo en que ver ampliadas las ilusiones frustradas, o deformadas sin concavidades, pero desde luego donde se revela el eje de la nueva vida. (Mora de Frutos 2004:113-148).

 

El desarraigo

Bernal Díaz del Castillo no es un exiliado: la considerable distancia que éste debe salvar para escribir su crónica es puramente temporal. Como fundador de la Nueva España, se asienta y permanece en el suelo conquistado hasta su muerte, y los esporádicos retornos a la Península Ibérica no parecen contradecir esta libre elección de residencia: las alusiones en el texto de la Historia verdadera a la villa natal de Medina del Campo sugieren, más que otra cosa, la búsqueda de términos de comparación que sean familiares, o quizás la habitual vanagloria de un linaje castellano viejo. En todo caso, no comportan una emotividad como la que aflora regularmente en Garcilaso de la Vega, cuyo sentimiento de pérdida se incrementa por vía de la distancia física. Max Hernández ha destacado el contraste entre la nostalgia que siente Garcilaso por su patria y el hecho de que nunca regresara a ella. (1993:103). El cronista peruano configura su propia personalidad como autor/narrador, cuando la deja translucir, no simplemente como orgulloso peruano o como humilde indio, sino como triste desterrado que sabe por referencias o por recuerdos lejanos (a los que, sin embargo, concede toda credibilidad) cuanto sigue ocurriendo en su patria.

Como ha señalado Carlos Araníbar, es muy significativo que, de los recuerdos de juventud del Inca en los Comentarios reales, la mayoría y muchos de los más relevantes se concentren en el año 1560, el de la definitiva partida del Cuzco de su autor (733): la travesía desde el Callao a Panamá (las bandadas de alcatraces en VIII: 19; los nativos de las regiones ecuatoriales IX: 8), el trazado urbano del Cuzco (VII: 8) y las ruinas que aún vio en pie (VI: 29); muy especialmente, la admiración de las momias de sus antepasados (V: 29). Este tipo de "despedidas", en opinión de Max Hernández, acaban revistiendo un carácter solemne, casi de "ritual" para el joven mestizo, o para el anciano que reordena sus experiencias desde España (91-92). Lo cierto es que en algún caso, y como hemos indicado en nota anterior, a tales recuerdos unidos al abandono del Perú va unido el encargo de "contarlas" en el Viejo Mundo.

Acudimos nuevamente a Ricardo Mora y a su análisis de la condición de exiliado y sus materializaciones literarias, que podríamos perfectamente aplicar al Inca Garcilaso de la Vega: la búsqueda de un arraigo, una esperanza y una comprensión que configuren las señas de una identidad inestable al convivir diariamente con la alienación. Así escindida, la personalidad del desterrado transforma la literatura en una suerte de "terapia del alma" al revelar la intimidad, y por otro lado determina —precisamente — la polifonía o el dialogismo dentro de la configuración de la obra: el contacto "con otra realidad, con otra literatura, con nuevas experiencias [...] pueblan de nuevos significados el texto"(115). Damos, pues, nuevamente con los síntomas de la escritura moderna: las voces de acá y de allá, de vencedores y vencidos, encuentran su lugar en las páginas de nuestros cronistas y prolongan en ellas su conflicto.

 

Voz del presente e imagen del pasado

Las voces múltiples también pueden emanar del mismo autor, quien no es sorprendente que pueda desdoblarse en interlocutores ficticios. No podemos estar completamente seguros de si realmente tuvo lugar la trascendental conversación entre el joven Gómez Suárez de Figueroa y su tío, o si se trata de un típico recurso para dar veracidad a la historia de los reyes del Perú que en ese momento da comienzo; tampoco si efectivamente Bernal Díaz del Castillo sometió su crónica al escrutinio de dos licenciados (CCXII), dándole así ocasión de salir al paso de ciertas objeciones, siguiendo su costumbre de anticiparse en las páginas de la Historia verdadera a sus posibles lectores. Bernal establece un diálogo abiertamente ficticio con la Fama donde da cuenta de sus méritos y los de sus compañeros (CCX), mientras que Garcilaso (1985 VIII: 18) discute con su propia memoria fatigada e incapaz de responder a su exigencia: "Reprehendiendo yo mi memoria por estos descuidos, me responde que por qué le riño de lo que yo mismo tengo la culpa; que advierta yo que ha cuarenta y dos años que no hablo ni leo en aquella lengua".

Pero el dialogismo tampoco se agota en este tipo de imágenes, ya que tanto la Historia verdadera como los Comentarios reales se construyen, en buena medida, estableciendo una alternancia entre el plano del presente y el plano del pasado, característica del género autobiográfico sobre la que ya llamamos la atención citando a Darío Villanueva. Dos extremos de la vida son percibidos como opuestos: el muchacho que ejerce de criado en casa de su padre o el joven y arrojado conquistador; contemplándolos, sendos ancianos que recuerdan lo vivido aquellos días. El resultado de esta referencia es doble y contradictorio:

Por una parte, el fluir de los recuerdos obedece a la profunda corriente que, salvando tiempo y distancia, conecta los extremos de una vida. Por otra, el texto y su composición hacen evidente la discontinuidad —no sólo temporal— que separa al niño del recuerdo del adulto que recuerda. (Hernández 1993:45).

En su edición de la crónica mexicana, Luis Sáinz de Medrano se refiere al diálogo que entablan un personaje que es el "Bernal joven" con el reflexivo narrador o "Bernal viejo", y en el que el tiempo de la historia es desbordado por el "ahora" de la escritura, que intenta acortar distancias entre ambos extremos temporales: "a manera de decir, ayer pasó lo que verán en mi historia", escribe el cronista en el prólogo de la Historia verdadera, y los momentos más emotivos de ésta, ya sea por el asombro, la tristeza o la cólera (ésta especialmente contra quienes, como Gómara, ofrecen versiones diferentes), serán explícitamente revividos por el Bernal escritor (1992: XXXV):

Muchas veces, ahora que soy viejo, me pongo a considerar las cosas heroicas que en aquel tiempo pasamos, que me parece las veo presentes (XCV: 290)

Allí perdió la vida este esforzado varón [Cristóbal de Olea] que ahora que lo estoy escribiendo se me enternece el corazón, e me parece que ahora le veo y se me representa su presencia y grande ánimo (CCV: 874)

Ese "otro Bernal" evocado por el autor es valeroso y reconocido por sus compañeros como tal: traza su firma en importantes documentos junto a los capitanes (LIII: CXVI), se halla presente en momentos de gran peligro y se le encomiendan delicadas responsabilidades:

Apartaron a Cortés cuatro de nuestros capitanes, y juntamente doce soldados de quien él se fiaba e comunicaba, e yo era uno de ellos. (XCIII:280).

[...]

En aquella sazón presumía de buen soldado y era tenido en esta reputación, y había de hacer lo que los más osados y atrevidos soldados suelen hacer, y en aquella sazón yo hacía delante de mis capitanes [... ] cuando desbaratamos a Narváez me señalaron para que les fuésemos a tomar la artillería [...], los cuales les tomamos, y este trance fue de mucho peligro. (CLVI : 576-577)

[...]

Y como yo quedaba solo y mal herido, porque no me acabasen de matar, e sin sentido e poco acuerdo, me metí en unos matorrales, y volviendo en mí con fuerte corazón dije "¡Oh, válgame nuestra señora! ¿Si es verdad que tengo que morir hoy en poder destos perros?" Y tomé tal esfuerzo, que salgo de las matas y rompo por los indios, que a buenas cuchilladas y estocadas me dieron lugar que saliese de entre ellos. (CLXVI: 648)

El atractivo del joven conquistador seduce también a los príncipes mexicanos: "De noble condición me parece Bernal Díaz", recuerda que declaró Moctezuma (XCVII), así como el que Cuauhtémoc y su pariente el señor de Tacuba "me hacían honra en el camino en cosas que se me ofrecían" (CLXXVIII). Al carisma del joven Bernal probablemente no sea ajena, además de su cortesía y arrojo, una apostura física que igualmente se ufana en evocar:

Trajeron un hueso o zancarrón [...] desde la rodilla hasta la cadera; yo me medí con él, y tenía tan gran altor como yo, puesto que soy de razonable cuerpo. (LXXVIII: 213)

[...]

En la capitanía del Sandoval había tres soldados que tenían por renombre Castillos: el uno dellos era muy galán, y preciábase dello en aquella sazón, que era yo, y a esta causa me llamaban Castillo, el galán (CLX: 606-607).

Bernal llegará incluso a afirmar — en exageración que, por serlo, sí ha podido desmentir la historiografía — haber sido participante, ya maduro, en la controversia de Valladolid (CCXI). Como ya observan los susodichos licenciados del capítulo CCXII, el cronista "se alaba mucho de sí mismo" dentro de sus páginas: el espejo deformante de la memoria al que aludíamos en cita anterior actúa en este caso para crear un personaje heroico en el que el cronista, desde su vivencia presente de frustración, goza viéndose reflejado.

El viejo Garcilaso de la Vega, por su parte, no puede menos que remontarse a una edad más tierna, en la que su rol como personaje tendrá un carácter menos protagónico pero más íntimo (casi diríamos "intrahistórico", al modo unamuniano). El cronista mestizo ha sido considerado por algunos como el iniciador del género de los recuerdos infantiles (Hernández 45); según Menéndez y Pelayo, esa "mentalidad infantil" nunca habría abandonado al cronista a lo largo de su vida, al caracterizar su escritura "por la ingenuidad del sentimiento y la extraordinaria credulidad" que asimismo considera propias del nativo americano (1945:51).3 Claro que la infancia no conlleva simplemente ingenuidad, como sabemos, sino asimismo un fértil caudal de fantasía que le puede servir para dar coherencia a aquello que la credulidad recibe como verdad incuestionable, por proceder de fuentes tan autorizadas como son las de "los mayores"4: la distancia temporal se ve así compensada en la producción garcilasiana "por el mismo tono de candor con que narraba [sus 'sueños' utópicos sobre el incanato], y la sinceridad, a lo menos relativa, con que los creía"(153).

La fantasía y credulidad infantiles. También, por qué no, la curiosidad por aprender y la fascinación tanto "ante el misterio de las cosas viejas y olvidadas" (Hernández 1993:59) como ante un mundo que desde la perspectiva europea ha sido bautizado como "nuevo", pero que también lo es desde la misma óptica indígena, a causa de los cambios introducidos por los conquistadores en la sociedad e incluso en la naturaleza del Perú, a los que los Comentarios dedican enciclopédicos capítulos, principalmente en el Libro IX. La irrupción de estas nuevas realidades en el Perú coincide con el descubrimiento de éstas por el niño cuya perspectiva adopta el narrador.

 

La figura del padre

También el ámbito familiar en que el niño forma su personalidad encuentra su espacio en los Comentarios reales. La autocreación de Garcilaso como personaje de los Comentarios reales o su proceso de maduración en España son imposibles de entender sin el referente del padre, tal como ha destacado (psicoanalista al fin y al cabo) Max Hernández. Frente a la no rara pero sí discreta presencia de su madre, la palla Chimpu Ocllo, son recurrentes los episodios en los que el autor se representa a sí mismo a la sombra de su progenitor español, el capitán Garcilaso de la Vega, quien asume un decisivo protagonismo en la turbulenta historia de las guerras civiles que se narra en la Historia general del Perú.

Garcilaso el mestizo admira profundamente la figura heroica y señorial de su progenitor. En primer lugar, asume también como misión el reivindicar su buen nombre, como narra en un episodio de la Historia general del Perú de trascendencia equiparable a la del relato del Inca viejo en la primera: el joven mestizo ve frustrada su aspiración de recibir mercedes ante la dudosa actuación de su padre durante la rebelión de Gonzalo Pizarro. Ese "Tiénenlo escrito los historiadores ¿y queréislo vos negar?" (V: 23) parece recordarle su destino de cronista. En segundo lugar, convierte dicha figura en un patrón para su propia personalidad, desde el momento en que adopta el mismo nombre y obtiene la conducta de "capitán de Su Majestad". Si la aventura militar del Inca fue breve dentro del largo recorrido de su vida, él la habría de magnificar por vía de las palabras, como versión refinada del clásico miles gloriosus en la dedicatoria de su Historia general del Perú, define como "temeridad soldadesca" la que lo indujo a tomar la pluma (esa misma pluma que secunda a la espada en el lema de su inventado blasón familiar); en las mismas páginas vuelve a su socorrida excusa de sus pretendidas pocas letras el haber nacido "entre armas y caballos, y criado en el ejercicio dellos".5

En la Historia general (VII: 2), un episodio cobra particular relevancia dentro del desarrollo de las relaciones entre padre e hijo: cuando, al iniciarse la rebelión de Francisco Hernández Girón, éste irrumpe en la boda de Alonso de Loaysa y el capitán Garcilaso logra escabullirse con varios invitados. Por primera vez en la narración de las guerras civiles, el protagonismo recaerá sobre el propio cronista, el muchacho Gómez Suárez, en quien el capitán —convertido en cabecilla de los fugitivos— confía su salvación, al servirles de guía explorador por las calles del Cuzco y buscar él solo una cabalgadura para su padre.

Éste fallecerá una vez pacificado el Virreinato, y el cronista le dedica un extenso panegírico de sabor conceptista (VIII: 12) después del que poco queda que incluir en la crónica. Para remachar el desolador panorama en que concluye del mundo de la infancia del autor, en el mismo libro, último de la Historia general, resurgen los hace tantas páginas desterrados y olvidados reyes Incas, parientes maternos del autor, para que el lector presencie la sumisión de Sayri Túpac, a quien el joven mestizo acude a presentar sus respetos (VIII: 11) y, tras la muerte de Garcilaso (quien cuenta que por enfermedad no pudo ser padrino de bautismo de dicho príncipe), el injusto proceso y ejecución de Túpac Amaru. El autor narra el episodio con una precipitación en la que no sabemos si pudo influir más la conciencia de proximidad de la muerte, o bien el que la segunda parte de los Comentarios había perdido, con la modélica y omnipresente figura paterna, su principal razón de ser.

La identificación con el padre no se ve empañada por la condición mestiza e ilegítima de Garcilaso, puesto que la relación paterno-filial parece anular dentro de los Comentarios la barrera existente entre el indígena y el español. Hernández (107) sostiene que la relación que busca establecer el cronista con su padre es análoga a la que retrata en la Historia general entre el conquistador Almagro y su hijo mestizo que llegará a ser por corto tiempo gobernador rebelde del Perú:

Este fin tuvo don Diego de Almagro el Mozo, tan semejante al de su padre que parece que en todo les quiso asemejar la fortuna, que, además de ser padre y hijo, hubieron ambos un mismo nombre, un mismo ánimo y esfuerzo en la guerra, la misma prudencia y consejo en la paz, que, aunque mozo, lo mostró Don Diego muy grande, porque desde su niñez fue siempre bien doctrinado, y él tenía buena habilidad y buen juicio (III, 18:306).

Poco más adelante, al concluir esta semblanza paralela, se califica al Mozo de "mejor mestizo que ha nacido en todo en Nuevo Mundo si obedeciera al ministro de su Rey". Semejante perfil problemático tiene otro de los modelos personales del cronista, no ahora por mestizo sino por correlato heroico de la imagen paterna. Nos referimos a Gonzalo Pizarro, indiscutible aunque también ambiguo y conflictivo héroe de la segunda parte de los Comentarios, de quien ya en la primera (VII, 10: 291) recuerda el cronista cómo a él le trataba "como a proprio hijo", y a Garcilaso padre, su prisionero, con grandes atenciones que acabaron saliendo caras para la fama del padre del cronista, como éste pudo comprobar en España. Ya en este país, el Inca Garcilaso de la Vega halla también personalidades a las que acogerse y admirar, que es lo mismo que tomarlas como personajes literarios. No sólo se trataría de su tío y valedor Alonso de Vargas, viejo soldado de las guerras de Flandes que lo acoge en Montilla y nombra su heredero, o de Gonzalo Silvestre, desterrado conquistador de Perú y, como el mestizo, frustrado reclamante de mercedes. El mundo de los conquistadores no es simplemente un "marco" para la evocación garcilasiana: adquiere verdaderamente un carácter "de familia", necesario por tanto para explicar su propia identidad. "El nombre del padre conquistador lo ligaba a la patria conquistada" (107).

 

El cronista como portavoz

De hecho, la memoria personal no es simplemente relativa a la construcción del individuo, sino a la del grupo al que pertenece, del que el autor se reivindica como parte y se presenta como miembro y portavoz cualificado. Los conquistadores de Indias que retrata Garcilaso tienen muy arraigado el orgullo de haber ganado una tierra cuyo señorío se resisten a dejar en manos de quienes consideran advenedizos:

Ninguno merecía ni podía gobernar aquel imperio con más mérito ni más satisfacción de todos [que Gonzalo Pizarro], porque lo había ganado con sus hermanos a su costa y riesgo, y conocía a los demás conquistadores y sabía los trabajos y méritos de cada uno para gratificarlos, lo cual no podían hacer los Gobernadores nuevamente idos de España. (1959, IV, 27: 410).6

Entre ellos mismos, los encomenderos se reconocen el mérito de la antigüedad. Nunca dejará de indicar Garcilaso quiénes de cuantos menciona fueron conquistadores "de los primeros" junto con Pizarro o quiénes llegaron más tarde con Almagro o Alvarado. Bernal Díaz del Castillo, por su parte, nos muestra cómo tampoco entre los conquistadores de México merecen igual consideración los esforzados veteranos de Cortés que los novatos de la expedición de Pánfilo de Narváez que se les unieron en Cempoala.7 Asimismo, infunde un peculiar patetismo a la apología del cronista el reivindicarse como "conquistador más antiguo", presente en las exploraciones de Grijalva y Hernández de Córdoba narradas —con toda intención — en los primeros capítulos de la Historia verdadera, antes de que Cortés haya entrado aún en escena. De la conquista surge una primera aristocracia colonial que se sabe superviviente de una época; una declinante élite militar que pugna por mantenerse como élite social. En calidad de cronistas, nuestros autores se erigen en portavoces de generaciones enteras de un mundo que con ellos ha de desaparecer. Vuelve a surgir aquí la idea de la labor cronística como una misión. En Bernal, ésta se manifiesta en la conciencia de que, muertos sus compañeros en el anonimato, sin fama ni recompensas, alguien ha de contarlo:

En este mundo se suelen alabar unos vecinos a otros las virtudes y bondades que en ellos hay, y no ellos mismos; mas él que no se halló en la guerra, ni lo vio ni lo entendió, ¿cómo lo puede decir? ¿Habíanlo de parlar los pájaros en el tiempo que estábamos en las batallas, que iban volando, o las nubes que pasaban por alto, sino solamente los capitanes y soldados que en ello nos hallamos? (CCXII: 917)

Hacia el final de la Historia verdadera (CCV), la memoria del cronista convocará ante el lector esa multitud en nombre de la que habla: los conquistadores de México, uno por uno hasta sobrepasar ampliamente los dos centenares, desde los capitanes hasta los más anónimos soldados que sólo pueden ser recordados como "Fulano" o por algún pequeño rasgo o anécdota, hasta concluir con el propio autor. El efecto pretende ser, sobre todo, visual: aun cuando no se facilitan los rasgos físicos de la mayoría, Bernal afirma que si "supiera pintar y esculpir sus cuerpos y figuras y talles y meneos, y rostros y facciones [...] dibujara a todos los que dicho tengo al natural" (CCVI: 895). De hecho, el frecuente recurso a la memoria visual en Bernal Díaz se puede traducir ocasionalmente en materializaciones pictóricas por medio de la referencia a un particular tipo de documentos: los pictogramas indígenas que, al igual que su relato, hacen perdurar la fama de sus hechos y le permiten contemplarse a sí mismo y a sus compañeros tal como fueron entonces:

Muchas veces he visto pintada entre los mexicanos y tlascaltecas esta batalla y subida que hicimos en este gran cu; y tiénenlo por cosa muy heroica, que [... ] nos pintan a todos nosotros muy heridos corriendo sangre, y muchos muertos en retratos que tienen dello hechos (CXXVI: 390).

Del mismo modo, Garcilaso acude en los Comentarios (IX: 40) a una excusa plástica, digno remate de su historia de los reyes del Perú, describiendo el envío que recibe de sus parientes de América: la pintura del árbol genealógico de los Incas en "tafetán blanco de la China", acompañando a una serie de demandas a la Corona. Al igual que ante la momia del inca Viracocha, el Inca Garcilaso de la Vega vuelve a tener una confirmación de la grandeza real de su pasado que llega mucho más allá: ante sus ojos (y esa impresión busca comunicar al lector) se dilata la descendencia, hasta los mismos días del cronista, de todos los Incas que han sido héroes de la primera parte de los Comentarios reales

Descendiendo desde Manco Cápac hasta Huaina Cápac y su hijo Paullu. Venían los Incas pintados en su traje antiguo. En las cabeças traían la borla colorada y en las orejas sus orejeras; y en las manos sendas partesanas en lugar de cetro real; venían pintados de los pechos arriba, y no más (IX, 40: 428).

El otro grupo social presente e idealizado en las dos partes de los Comentarios es el de los "vecinos" o primeros conquistadores y dueños de indios en el Perú. El autor encomia su esfuerzo en la guerra, su gran devoción (VII: 12), su generosidad con los vasallos, su honestidad (VIII: 16), su templanza (IX: 26). Se diría que esta evocación de Garcilaso, dando refugio "a cuanto pudo ser bueno en esa dimensión atemporal de la experiencia humana que llamamos el pasado" (Araníbar 842), construye una modesta utopía que complementa la de los Incas. No es ya el mundo de los príncipes y grandes legisladores anteriores a la Conquista, sino el ideal del pequeño hidalgo español, ocioso salvo en la administración de su hacienda. Un universo perdido, en este caso, por obra de las Leyes de Indias, es decir, por la intromisión de advenedizos y de un poder legítimo pero mal informado (la Corona) en esa bien ordenada república que, en la versión garcilasiana, se presenta como casi restauración o consumación del Incanato destruido por Atahualpa.8 Lo cual pone a los vecinos ante la trágica disyuntiva de actuar como los leales vasallos que son, o de resistirse —siempre respetuosamente y con justificación legal — a las disposiciones de la Corona. Antes de narrarse la victoria de ésta, el fin de un mundo en orden ya está más que anunciado.

 

Utopías y paraísos

La añoranza por el tiempo de los conquistadores no tendría una mera dimensión personal, sino que incluiría, como en el caso de la parte dedicada a los Incas, un programa de gobierno. Según Christian Fernández, la crisis a finales del siglo XVI de la vasta organización colonial realizada por el virrey Toledo —el ejecutor de Túpac Amaru — hizo volver los ojos hacia las épocas anteriores del Perú (Fernández 2004:152). Del mismo modo, añadimos, que por aquellas mismas fechas en la otra orilla del Atlántico la crisis de la monarquía austriaca hizo que numerosos pensadores políticos extrañaran el pasado glorioso de los monarcas y "claros varones" que dieron origen al Estado moderno: Fernando el Católico, ídolo de Gracián y de Saavedra Fajardo como antes lo fuera de Maquiavelo, o la antigua nobleza guerrera de Castilla invocada por Quevedo en su "Epístola satírica y censoria".

En la recreación del Tahuantinsuyu elaborada por Garcilaso de la Vega confluyen el aspecto de utopía, con su implicación de modelo político propuesto para un futuro más o menos inmediato, y el de "paraíso perdido" asociado indefectiblemente al pasado. Ambos términos no son incompatibles, e incluso pueden resultar necesariamente complementarios (Hernández 171 y López-Baralt XI-LXXIX). De manera explícita, el que predomina es el último. La estructura de las dos partes de los Comentarios traza un círculo bien cerrado: desde la "misión" encomendada al autor por su tío hasta la contemplación de los supervivientes de su estirpe en la primera; desde la destrucción del estado Inca en su pleno apogeo hasta la eliminación del último Inca legítimo. Como en los antedichos capítulos de semblanza y recapitulación de la crónica de Bernal Díaz, todo lo vivido regresa hasta el presente del autor mediante este tipo de estructuras,9 pero, en el caso del cronista peruano, se lamenta de continuo la desaparición del señorío de los Incas, necesariamente unido al de la infancia cuzqueña. Según Carlos Araníbar, sobre la idea intelectual de imaginar una organización social perfecta, o la artística de recrear una "Edad dorada" análoga a la de la literatura bucólica latina resurgida durante el Renacimiento, prima una función subjetiva manifestada en "la tristeza provecta y reminiscente" que, elaborada en la madurez, aúna el sentimiento de pérdida, que no es sólo de una época histórica esplendorosa sino de la propia vida que se extingue (844). El estudioso trae a colación citas literarias bien conocidas como "cualquiera tiempo pasado fue mejor" y "juventud, divino tesoro"; perfectamente podríamos también tomar, por contemporáneas del cronista, las del Cervantes agonizante que prologa sus Comedias y entremeses o el Persiles. Un tema universal que, por otra parte, halló amplio campo de representaciones en la sensibilidad barroca que tanto el autor del Quijote como Garcilaso verían nacer, y por tanto con implicaciones no sólo personales sino de una general "visión del mundo". En Garcilaso se suman la imagen del arqueólogo que busca "salvar de la destrucción los símbolos de la cultura vencida" (Hernández 202) y la del filósofo desengañado que en los restos de esa misma destrucción corrobora la eterna caducidad de las empresas humanas. Si es habitual la referencia al Cuzco como "otra Roma de aquel imperio", ésta no habrá de implicar tan sólo las reminiscencias cesáreas de la antigüedad, sino las modernas de las ruinas admiradas por todos, las mismas que son cantadas por Quevedo o por Rodrigo Caro.10

Las ruinas son sólo un aspecto —importante — más de la apelación a la realidad visual del presente en relación con el pasado. Como Bernal Díaz del Castillo, que ha visto el fin del imperio azteca y la formación del Virreinato de la Nueva España, el testimonio no es sólo de un mundo desaparecido, sino también transformado. "Miren esta Nueva España" (CCXII: 916), escribe orgulloso, a modo de irrefutable prueba de sus méritos como conquistador en la que se ha extendido durante varios capítulos (CCVIII-CCX). No encomia ya las grandezas del reino mexica, como al rememorar su estancia en la corte de Moctezuma, sino los buenos frutos de esa reproducción del Viejo Mundo que empezó en el momento en que, al pie de un templo, el propio Bernal Díaz plantara con fortuna unas semillas de naranjo (XVI).

Tampoco faltan restos de ese orgullo a Garcilaso, al remontarse a su infancia para recordar la llegada a su tierra de las cosas de España. Los indios se asombran de los nuevos conocimientos que traen consigo sus dominadores, como la escritura o la construcción de puentes de arco (1985 IX: 29); igual que huyen de los caballos, reciben con festivo entusiasmo los bueyes de labor (IX, 17: 399: "creo que los más solenes triunfos de la grandeza de Roma no fueron más mirados que los bueyes aquel día"). Garcilaso recuerda en anécdotas numerosas —interviniendo siempre que puede — tanto la fertilidad de las tierras del Perú como la misma añoranza de los conquistadores y vecinos por las cosas de Castilla, que cultivan con ahínco y por las que están dispuestos a pagar grandes fortunas. Si en las ingratas jornadas de la Florida, la evocación de las riquezas del Viejo Mundo — que también las había — venía teñida de desolación o humor amargo,11 en el Perú de los encomenderos son recibidas con un júbilo que llega a hacer necesaria la solemnidad ritual, como ocurre con los primeros espárragos que el capitán Garcilaso sirve en una cena en el Cuzco (IX: 30) y de los que al autor "no cupo cosa alguna".

Sin embargo, priman la tristeza y el sentimiento de pérdida de quien también ha sido testigo del mal pago recibido por sus dos ramas familiares. Una pérdida cuyo grado es variable en una y otra parte de los Comentarios reales: el Incanato aparece como una utopía tristemente desaparecida, pero a la vez destinada por la Providencia a dejar paso al señorío de los cristianos; en cambio, las guerras civiles que determinan el fracaso de los "vecinos" (padres de mestizos, héroes en la guerra, virtuosos y magníficos caballeros en la paz), se interpretan como directa responsabilidad del diablo (diabolos desunión), y por tanto como algo que "no debiera haber ocurrido" (1959, III: 19 y VI: 8). Llevado "del amor de la patria" como en todo su relato, Garcilaso presta su atención al Perú virreinal, pero no olvidemos que de él tan sólo conoce referencias indirectas que nunca superan el esplendor de los recuerdos. No parece muy optimista acerca de los cambios que habrán afectado a un Perú ya en proceso de deterioro en el momento axial de su partida:

Aquellas dos plaças en mis tiempos no estavan divididas [...]. El año de mil y quinientos y cincuenta y cinco, siendo corregidor Garcilasso de la Vega, mi señor, se labraron y adjudicaron para propios de la ciudad; que la triste, aunque havía sido señora y emperatriz de aquel grande Imperio, no tenía entonces un maravedí de renta; no sé lo que tiene ahora.

[...]

Por estas divisas [...] era conoscido cada indio de qué provincia y nación era. En mi tiempo también andavan todos con sus divisas; ahora, me dizen que está ya todo confundido.

[...]

Todo lo que hemos dicho passava en mi tiempo, que yo lo vi por mis ojos; no sé ahora cómo passa; [... ] tanto como esto se estimava entonces la palabra de cada uno para creer y ser creído, fuesse mercader, fuesse vecino señor de indios, fuesse soldado, que todos havía este crédito y fidelidad y la seguridad de los caminos, que podía llamarse el siglo dorado; lo mismo entiendo que habrá ahora. [¿Ironía?] (1985: 293, 332, 353).

Pese a su aversión por Bartolomé de las Casas, el Inca Garcilaso hace de los Comentarios reales su propia "relación de la destrucción de las Indias", menos preocupada de la libertad y el bienestar de los indios que de cuanto revelaba el poderío o el ingenio técnico y administrativo de los Incas: las fortalezas, los templos, los monumentos, las acequias, los puentes, las artesanías... o, incluso, con "moderna" preocupación ecológica, del paisaje por la devastadora acción de la caza (VI, 6: 222: "Esto havía entonces; ahora, digan los presentes el número de las que se han escapado del estrago y desperdicio de los arcabuzes, pues apenas se hallan ya huanacus y vicuñas, sino donde ellos no han podido llegar").

 

Conclusión

No podemos olvidar que esta dimensión colectiva de las crónicas que estudiamos también tiene unas implicaciones individuales: Garcilaso emprende en sus Comentarios la tarea de "construirse una identidad" (Fernández 17). Elabora una imagen del imperio incaico a su medida, precisamente porque aspira a elaborar una imagen de su vida y de sí mismo en el presente: del individualismo renacentista al que antes aludimos procede la idea de que el hombre no se limita a recibir su identidad, sino que es capaz asimismo de formarla, y el cronista decide hacerlo a través de la historia de sus antepasados... y la propia identidad del Perú. Después de todo, parte de una concepción de la historia en la que la historia de los pueblos se identifica con la de sus príncipes. El elemento directamente autobiográfico resulta minoritario, y sin embargo proporciona una especial relevancia a determinados momentos de la historia, anécdotas en muchos casos, que sin embargo se elevan por obra del recuerdo personal hasta la importancia de los grandes acontecimientos históricos que pueden ser corroborados por otros cronistas.

Vimos en su momento que la memoria distorsiona la perspectiva. Con frecuencia la engrandece: también Bernal Díaz se concede a sí mismo un protagonismo que según doctas personas (a quienes cede la voz el propio Bernal, para así poder refutarlas) estaría por encima de sus méritos. Sin embargo, esa exageración de lo secundario aspira también a corroborar la verdad histórica y al mismo tiempo mostrar una realidad íntima, al igual que —por hacer una observación chestertoniana — el microscopio ayuda a la ciencia gracias a su capacidad de exagerar el tamaño de las cosas. La escritura es presentada por Bernal Díaz del Castillo no sólo como resultado de un proceso de investigación, sino el proceso en sí mismo (XVIII: 54): ("quiero volver con la pluma en la mano, como el buen piloto lleva la sonda por la mar, descubriendo los bajos cuando siente que los hay, así haré yo en caminar, a la verdad de lo que pasó, la historia del cronista Gómara"), y a él confía la justificación de su existencia.

Perdidas las esperanzas y a punto de perderse la vida, queda tan sólo la palabra: invirtiendo la frase hecha, Garcilaso o él no aspiran a otra cosa que a "contar para vivirla". Por eso el mestizo de Córdoba ruega sistemáticamente a Dios que le sea concedido tiempo para acabar su obra, lográndolo por poco; por eso el viejo regidor de Guatemala no deja de añadir capítulos a su manuscrito, a modo de epílogo inacabable: si no han obtenido fama mediante las armas (o las de sus ascendientes), confían a las letras tal misión. Mediante sus pequeñas historias, sus "cuentos viejos" y recuerdos vivamente personales (por más que nunca íntimos), se erigen en representantes de pequeñas historias que sin ellos habrían de ser borradas del recuerdo, y que constituyen el melancólico testimonio de cuando ellos mismos y su gente merecieron el nombre de "hijosdalgo" o caballeros "dignos de imperios".

 

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Notas

1 Utilizaremos números romanos para indicar los capítulos de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España en cuanto a los Comentarios reales y a la Historia general del Perú (a la que evitaremos llamar, por evitar confusiones, con el que sería más apropiado nombre de "Segunda parte de los Comentarios reales'), el número del libro vendrá indicado en romanos y el capítulo en arábigos. En uno y otro caso, se añadirá también el número de página de la edición manejada cuando se considere oportuno.

2 Aunque sin duda el más importante, no es el único ni mucho menos de los momentos de los Comentarios en que se (le) encomienda referir su testimonio: en V: 29, el licenciado Polo de Ondegardo muestra a Garcilaso los cuerpos de Viracocha y otros Incas "para que llevéis qué contar por allá"; en IX: 29 el vecino Garci Vásquez alardea de su gran cosecha de pan ante Garcilaso "por que llevéis qué contar a España".

3 Por lejanos que puedan parecernos hoy tales prejuicios antropológicos, no debemos olvidar que coinciden en gran medida con el retrato transmitido por Garcilaso de sus hermanos o hermanastros de raza.

4 "Desenfrenado amor a lo extraordinario y maravilloso" que Menéndez y Pelayo (152) parece caracterizar como genuinamente americano, adelantándose sin saberlo a los profetas del barroquismo y el "realismo mágico" que surgirían en las primeras décadas del siglo XX.

5 La mención ecuestre merece un inciso. Max Hernández (85-86) concede un significado muy especial a la discreta presunción de Garcilaso como caballista en su juventud: en la Historia general al hacer referencia a los juegos de cañas en honor del bautismo del Inca Sayri Túpac, Garcilaso afirma "soy testigo dellas, porque fui uno de los que las tiraron" (VIII, 11: 815). No se trata de un detalle casual de memoria involuntaria, o mera aseveración del testigo: recordemos (como el cronista en los Comentarios IX: 16) el pánico que sentían los indígenas hacia los equinos. Ello acerca una vez más a Garcilaso al mundo de su padre, dada la importancia concedida al papel de los corceles en la empresa de Indias. En esto último, probablemente ningún otro cronista puede superar a nuestro cuzqueño-andaluz, aunque Bernal Díaz pueda aproximársele momentáneamente al enumerar en el capítulo XXIII de su Historia verdadera a todos los caballos que pasaron a México desde Cuba, con sus respectivos dueños, en la expedición de Cortés. Pero la dedicación de Garcilaso al comercio de caballos en la ciudad de Montilla aporta a su obra no sólo el habitual énfasis en lo decisivo de la caballería para el éxito de la conquista sino también un interés "profesional" por las calidades de los corceles criados en Indias y por su valor en el mercado e incluso, en tercer lugar, momentos de particular patetismo (sobre todo en La Florida) al referir las muertes de las estos animales.

6 Esta frustrante paradoja atormenta a los conquistadores garcilasianos hasta el punto de aparecer en boca de un desdeñoso cacique indio en La Florida (11-1,17:150): "A lo del vasallaje y a lo que decían que eran criados del emperador y rey de Castilla y que andaban conquistando nuevas tierras para su imperio respondía que lo fuesen muy enhorabuena, que ahora los tenía en menos, pues confesaban ser criados de otro y que trabajaban y ganaban reinos para que otros los señoreasen y gozasen del fruto de sus trabajos; que ya que en semejante empresa pasaban hambre y cansancio y los demás afanes y aventuraban a perder sus vidas, les fuera mejor, más honroso y provechoso ganar y adquirir para sí y para sus descendientes, que no para los ajenos...".

7 Los soldados de Narváez aparecen en general como bisoños, codiciosos e indisciplinados. Cuando Cortés se ve obligado a abandonar su botín de oro antes de dejar la ciudad de México, "muchos soldados de los de Narváez y aun algunos de los nuestros cargaron dello", "[Cortés] nos rogaba que en Tlascala no les hiciésemos enojo, ni se les tomase ninguna cosa; y esto dio entender a los de Narváez, porque no estaban acostumbrados a ser sujetos a capitanes en las guerras, como nosotros" (CXXVIII 396: 408). En el capítulo CXV, Bernal Díaz incide también una diferencia geográfica: castellanos los de Cortés, vizcaínos los de Narváez.

8 Como pretende demostrar el cronista al afirmar que los conquistadores fueron también llamados Incas, nombre que pasaría a los mestizos tenidos en las pallas (1985, ix: 40). Lo cual es dudoso, sin embargo, desde el momento en que sólo consta que uno de ellos se arrogara el nombre de Inca: el propio Garcilaso de la Vega (Araníbar, 747).

9 El final de La Florida del Inca presenta también una interesante muestra de relato "panorámico", en el capítulo xix del libro sexto: "Dan cuenta al visorrey de los casos más notables que en la Florida sucedieron". En él, Gonzalo Silvestre (el mismo informante de Garcilaso para la redacción de la crónica) narra al virrey Mendoza la expedición de Hernando de Soto. En pocas páginas se realiza un exhaustivo resumen de toda la narración anterior, incluyendo las reacciones que ésta causa en sus oyentes (o espera haber causado en los lectores).

10"En el mundo barroco del Siglo de oro, uno de cuyos tópicos obligados es la visión pesimista del descaecer de hombres e imperios [...], cae bien el testimonio de quien pinta los vestigios de la sociedad de los Incas. Con él de la mano, de los ojos de quien 'alcanzó' a ver las ruinas, su lector debiera revivir el crecimiento del Tahuantinsuyo pujante, deleitarse con las hazañas de los hijos del sol y sus prestigios inauditos, pero también oír con H. Cápac los augurios del derrumbe imperial y estremecerse con el sic transit, la moraleja barroca" (Araníbar 875).

11 Valgan como ejemplo los lamentos de un soldado veterano (2002, IV, 8: 402): "La mala ventura ne trajo a estos desesperados, que Dios en buena tierra me había echado, que era en Italia, donde, según el uso del lenguaje, me hablaban de señoría [...], me regalaban y socorrían en mis necesidades como si yo fuese hijo de ellos. Esto tenía yo en la paz y en la guerra: si acertaba a matar algún enemigo turco, moro o francés, no faltaba qué despojarle, armas, vestidos o caballos, que siempre me valían algo; más aquí he de pelear con un desnudo que anda saltando diez o doce pasos delante de mí, flechándome como a fiera sin que le pueda alcanzar; y ya que mi buena dicha me ayuda y le alcance y mate, no hallo qué quitarle sino un arco y un plumaje, como si me fueran de provecho".

 

INFORMACIÓN SOBRE EL AUTOR

Manuel Prendes Guardiola: Licenciado por la Universidad de Oviedo, y doctor por la Universidad de La Rioja, España. Autor de La novela naturalista de Federico Gamboa (2002); La novela naturalista hispanoamericana. Evolución y direcciones de un proceso narrativo (2003); de "Guía de lectura de Los de Abajo de Mariano Azuela" (2007); "Guía de lectura El capitán Alatriste de Arturo Pérez-Reverte" (2008). Coordinador de las Jornadas de Humanidades "El Inca Garcilaso de la Vega. Primer Humanista Peruano. Cuatrocientos años de los Comentarios Reales" en la Universidad de Piura, donde es profesor de Lengua y Literatura. Ha dirigido la página de autor, dedicada a Eugenio Cambaceres, en la Biblioteca Virtual Cervantes.

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