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Literatura mexicana

versão On-line ISSN 2448-8216versão impressa ISSN 0188-2546

Lit. mex vol.21 no.2 Ciudad de México  2010

 

Estudios y notas

 

La presencia de José Enrique Rodó en las vísperas de la Revolución mexicana

 

The presence of José Enrique Rodó in the days before the Mexican Revolution

 

Leonardo Martínez Carrizales

 

Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco

 

Fecha de recepción: 1 de diciembre de 2009
Fecha de aceptación: 20 de enero de 2010

 

Resumen

Este artículo tiene como propósito plantear el influjo de la figura intelectual de la personalidad pública y la obra de José Enrique Rodó en el microclima intelectual de la Escuela Nacional Preparatoria, durante el primer decenio del siglo XX. Este influjo se operó gracias a la iniciativa de Porfirio Parra, director de este establecimiento educativo. Los términos de la admiración que Parra profesó por Rodó, y los ecos del ensayista uruguayo en los discursos del educador mexicano son un indicador de la asimilación de las Humanidades en los universos conceptuales y simbólicos de la educación universitaria del poririato. La importancia que el ámbito educativo tiene en la formación de la institución literaria del siglo XX vuelve necesaria la consideración de este influjo temprano del arielismo en las minorías universitarias de los primeros años de la centuria, comunidad que sería la base del círculo intelectual y literario organizado alrededor de figuras como Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña.

Palabras clave: Ateneo de la Juventud, Escuela Nacional Preparatoria, José Enrique Rodó, Porfirio Parra, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, porfiriato.

 

Abstract

This article proposes considering the influence of the intellectual figure, public personality and work of José Enrique Rodó in the intellectual microclimate of the Escuela Nacional Preparatoria, during the first decade of the 20th century. This inluence was operating thanks to the initiative of Poririo Parra, director of this educational institution. The terms of admiration which Parra professed for Rodó, and the echoes of the Uruguayan essayist in the discourses of the Mexican educator, are an indication of the assimilation of the Humanities in the conceptual and symbolic universes of the Poririato university education. The importance that the educational world has in the formation of the 20th century literary institution makes it necessary to consider this early inluence of Arielism in university minorities during the irst years of the century, a community which would be the basis of the intellectual and literary circle organized around igures like Alfonso Reyes and Pedro Henríquez Ureña.

Keywords: Ateneo de la Juventud (Atheneum of Youth), Escuela Nacional Preparatoria (National Preparatory School), José Enrique Rodó, Porfirio Parra, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Porfiriato.

 

I. Propósito y materia

Habitualmente, la cultura literaria correspondiente al periodo histórico constituido por la caída del gobierno de Porfirio Díaz y el inicio de la Revolución mexicana se asocia al grupo de hombres de letras conocido como Ateneo de la Juventud. Algunos integrantes de este círculo intelectual (Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, José Vasconcelos) redactaron ensayos y conferencias en cuyas páginas se desarrolla esta perspectiva, testimonio prestigioso que ha sido tomado como sustento documental de diversos investigadores que han adoptado la tesis revolucionaria del Ateneo.

En la integración de este expediente crítico se han desarrollado varias líneas argumentativas entre las cuales conviene destacar la relacionada con el pretendido desmantelamiento del positivismo por parte de los ateneístas gracias a la lectura que éstos hicieran de orientaciones intelectuales propias de las Humanidades, la filosofía idealista e intuitiva, la metafísica. En este contexto, la obra del ensayista uruguayo José Enrique Rodó fue reclamada por los jóvenes escritores del Ateneo de la Juventud con el propósito, entre otros, de acreditar su propio perfil público en el debate cultural e ideológico que caracterizó a las postrimerías del porfiriato (Henríquez Ureña 1984: 57-68). Con ello, los propios ateneístas construyeron una narrativa histórica que soslaya con cierta deliberación el aparato cultural del que se habían beneficiado y que, en mi opinión, determinaría las directrices de su trayectoria ulterior como hombres de letras en el México del siglo XX. En este aparato se destaca el microclima intelectual propio de la Escuela Nacional Preparatoria (Quirarte 1995; Díaz y de Ovando 1972).

En las aulas del antiguo Colegio de San Ildefonso se habían sucitado, casi desde la fundación del establecimiento de enseñanza secundaria de la república liberal, debates intelectuales que propiciaron la transformación del positivismo como disciplina del conocimiento. Cuando los educadores del Ateneo de la Juventud se hicieron cargo de la Preparatoria con el fin de convertirla en el eje de la reforma de la enseñanza pública que daría paso a la Universidad Nacional en 1910, el positivismo se había convertido ya en una estructura del conocimiento muy flexible que daba cabida a las Humanidades.

Aquí se inscribe la incorporación simbólica de José Enrique Rodó en los intereses educativos, ideológicos y políticos de la Escuela Nacional Preparatoria; una incorporación patrocinada por el propio Porfirio Parra, otrora seguidor de Gabino Barreda, director del plantel y maestro de los adolescentes ateneístas. Una incorporación que, en suma, caracteriza una atmósfera intelectual que, en modo alguno, podría entenderse sólo como consecuencia del interés de unas cuantas personalidades notables, y sí, en cambio, como un proceso colectivo de largo aliento que venía rectificando los discursos positivistas desde posiciones que, de acuerdo con el periodo, habían adoptado los principios del derecho natural, el idealismo romántico, el krausismo y el humanismo.

La cultura literaria de los albores de la Revolución mexicana se asienta en esta sólida estructura cultural que no sólo implica a la literatura y a los escritores tal y como ahora los concebimos, sino también la enseñanza y la ciencia. Confío en que este artículo pueda convencer a sus lectores de la pertinencia de enfocar el estudio de la cultura literaria de los primeros lustros del siglo XX en México, y específicamente de las personalidades del Ateneo de la Juventud, con base en una perspectiva que relacione la ciencia, el aparato de la enseñanza pública y la literatura; perspectiva más apropiada para el entendimiento cabal de la gestión y la expresión de las minorías letradas que se implican en cuanto se discute en seguida.

 

II. Una educación para la vida misma

Contamos con un testimonio de Alfonso Reyes acerca de la autoridad intelectual y pedagógica de Porfirio Parra que se encuentra en su muy citado ensayo Pasado inmediato, texto que suele ser consultado como una crónica retrospectiva de la cultura literaria que imperaba en las vísperas de la Revolución mexicana. Como es de esperarse, la Escuela Nacional Preparatoria ocupa un lugar destacado en esas páginas. Allí, la presencia de Parra se conforma de acuerdo con el interés de caracterizar la educación secundaria del régimen menguante de Porfirio Díaz como un viejo y agotado depósito de reliquias provenientes de un positivismo rígido, rutinario, caduco y, por supuesto, en trance de ser desmantelado por el grupo de Alfonso Reyes. Ésta es la aparición de Porfirio Parra en el balance que Reyes hizo de una institución que resbalaba "por su más fácil declive": la "herencia de Barreda" seca por los días del Centenario "en los mecanismos del método" (Reyes 1960: 189).

Porfirio Parra, discípulo directo de Barreda, memoria respetable en muchos sentidos, ya no era más que un repetidor de su tratado de Lógica, donde por desgracia se demuestra que, con excepción de los positivistas, todos los filósofos llevan en la frente el estigma oscuro del sofisma, y por nada quería enterarse de las novedades, ni dejarse convencer siquiera por la hamiltoniana "cualificación del predicado", atisbo de la futura logística (Reyes 1960: 160. El subrayado es mío).

Poco más adelante en su Pasado inmediato, cuando se ocupa de la Escuela Nacional de Altos Estudios, Reyes trae a cuento el testimonio de Pedro Henríquez Ureña gracias a una cita un tanto desencaminada en el argumento del escritor regiomontano para decirnos que Porfirio Parra murió aislado "entre la bulliciosa actividad de la nueva generación enemiga del Positivismo" (Reyes 1960: 211). Por cierto, esta imagen fúnebre no se condice con la documentación que ha llegado a nosotros de unos funerales dispensados con todos los fastos del Estado recientemente revolucionario a quien había sido, luego de Justo Sierra, uno de los constructores más destacados del aparato educativo del porfiriato en el siglo XX.

Sin embargo, hay cuando menos otro testimonio de Alfonso Reyes sobre Porfirio Parra que no obedece a los propósitos reivindicadores de la llamada Generación del Centenario. Se trata de un recuerdo cordial vinculado a los testimonios autobiográficos que nuestro hombre de letras redactó hacia los últimos años de su vida, cuando ya se habían destilado los empeños por abrirse paso a codazos entre la gente de letras en pos del reconocimiento y la consagración. En tales páginas, la figura de Porfirio Parra es por completo diferente a la que ya hemos aludido y se presenta como un tesoro de los afectos que se cuenta luego de casi medio siglo.

Alfonso Reyes había tenido en la Escuela Nacional Preparatoria "un sonado éxito de oratoria puramente ornamental y epidíctica" hacia 1907. Al día siguiente de su triunfo, el orador de 18 años fue requerido por su maestro de Lógica, Porfirio Parra, director de la Escuela, como ya lo anunciamos. A solas, "con paternal delicadeza, aquel viejo" lo felicitó. Así es como Reyes reconstruyó las palabras de su profesor:

Las palabras que dirigió a usted anoche, después de su alocución, el señor ministro de Instrucción Pública, don Justo Sierra, fueron la expresión del sentir común. Quedamos prendados de su discurso y todos lo hemos aplaudido de corazón. Pero algo me inquieta en usted. No sé si la música de sus párrafos, el ademán o la entonación nos hicieron recordar a algunos el caso de Jesús Urueta, talento muy salpicado de locura. Don Justo y yo hemos resuelto que, valiéndome de la relativa autoridad del maestro y usando el derecho que me da el cariño hacia usted, le dé a tiempo un consejo. Alfonso: cuídese de las sirenas, de las sirenas que usted evocaba anoche en frases brillantes. Ponga rienda a su natural andar. Hay en usted un noble entusiasmo, casi frutal, para la vida. Que no lo cieguen sus arrebatos. Domestique a tiempo su fuego, úselo y aprovéchelo, pero no permita que lo consuma (Reyes 1990: 594-595).

En estas palabras se encuentra no sólo la caracterización moral del locutor, sino también una evocación del ambiente intelectual que, según veremos, primaba en esa Escuela de ciudadanos y de hombres cabales para servir a la república. Tan es así, que, en su memoria, Reyes acepta emocionadamente, agradecidamente, el consejo del paternal maestro:

Yo navegaba mis primeras pasiones, las más intensas y definitivas de todo mi existir. Sentí el picorcillo de las lágrimas. Me eché en los brazos de mi maestro y me alejé precipitadamente sin poder contestarle nada. No quiero perder esta memoria. Han pasado cuarenta y siete años antes de que me atreva a contarlo (Reyes 1990: 595).

En este testimonio, la figura del viejo profesor de Lógica y director de la Escuela Nacional Preparatoria se construye con base en los valores de una autoridad educativa que también hace las veces de un conductor de almas. Pedagogo y mistagogo por derecho de un Estado que ha confiado a Porfirio Parra y a los de su clase la tarea de preparar a sus ciudadanos dirigentes. Parra es así un profesor que se ocupa no sólo de hacer madurar la inteligencia de sus alumnos, sino también de rectificar su salud psicológica y de orientar su integridad moral. Un educador de la razón y de los sentimientos que poco o nada se condice con el seco discípulo de Gabino Barreda, médico cirujano y lógico por método que impone a la juventud la disección de la realidad según la inexorable escala comtiana de la ciencia positiva.

Este retrato no sólo se debe a la emoción cordial del anciano Reyes que vuelve su mirada hacia las figuras tutelares de su adolescencia y de su primera juventud. En los trazos de esta imagen también se advierten las directrices de la estructura cultural que dio coherencia y solidez a ese almácigo de minorías políticas y culturales, "grupo muy reducido y selecto", que fue la Escuela Nacional Preparatoria: la pedagogía, la moral, la psicología y la lógica en cuanto esta ciencia trata del conocimiento de los valores; es decir, las disciplinas de un conocimiento especializado que organizaba los principios de la educación integral del ciudadano. Estos principios se hicieron explícitos por parte de Justo Sierra con motivo de la reforma de la Escuela Nacional Preparatoria de 1907, capítulo principal del nuevo diseño del aparato educativo del Estado que se orientaba a la fundación de la Universidad Nacional en 1910.

De acuerdo con esta perspectiva, la Escuela Nacional Preparatoria había sido reorganizada "conforme a sus bases tradicionales" (Sierra 1991: 376): "la jerarquía científica adoptada por Augusto Comte", de acuerdo con la cual se había aligerado el repertorio de asignaturas, se había descargado un peso excesivamente teórico y se había uniformado la enseñanza, todo ello con el afán de articular "una preparación a la vida misma" (Sierra 1991: 375). En palabras de Sierra, esta "preparación consiste precisamente en educar sistemáticamente las facultades de los alumnos para que puedan seleccionar, para que puedan elegir con acierto las armas con que han de luchar en la vida". En esta preparación a la vida misma tenía cabida la dimensión cívica y moral de este predio educativo del Estado mexicano. Así lo expuso Sierra en 1905:

La Escuela Preparatoria debe ser una escuela de educación, porque en ella queremos hacer hombres, y, con estos hombres, ciudadanos, hacer de esta escuela un plantel, no sólo de educación intelectual, sino moral, sobre todo moral [...]. La Escuela Preparatoria trata de desenvolver espíritus y de rectificar caracteres (Sierra 1991: 365).

En consecuencia, esta clase de orientaciones también se hizo presente en las alocuciones verbales y en los textos de quien fuera encargado de conducir la reforma de la Escuela Nacional Preparatoria y de integrar este recinto en el aparato educativo que se proyectaba consumar con ocasión del Centenario de 1810: Porfirio Parra, el profesor paternal que llamó en ayuda de sus intereses a José Enrique Rodó, antes del pretendido desmantelamiento del positivismo por parte de los integrantes del Ateneo de la Juventud, según veremos en el siguiente apartado. Gracias a los vínculos intelectuales de Parra con el arielismo es posible trazar una línea de continuidad en materia de cultura letrada que va del liberalismo militante al orden cultural de la Revolución mexicana.

 

III. Porfirio Parra, editor de Ariel

El orden cultural de la Revolución mexicana que se constituiría como consecuencia de los hechos políticos y militares acaecidos en nuestro país luego de 1910 tiene como sustrato simbólico la compleja y diferenciada cultura literaria del porfiriato. Me refiero a un maduro sistema de instituciones, discursos, prácticas, universos conceptuales, liderazgos y disciplinas del conocimiento que el propio régimen de gobierno del presidente Porfirio Díaz había consolidado sobre la base del aparato cultural y educativo diseñado por el liberalismo triunfante a partir de 1867. Gracias a la índole del patrocinio y del perfil socialmente construido de los responsables de estas empresas de cultura letrada que se puede advertir en el origen y el desarrollo histórico señalados, este sistema tuvo un carácter público, y aun estatal. El horizonte espacial y temporal de este sistema de cultura letrada es el determinado por las diferentes instancias del Estado republicano y liberal. En ese panorama se destaca la Escuela Nacional Preparatoria, eje del aparato educativo del Estado mexicano desde su fundación en 1867.

La importancia de este establecimiento educativo de índole estatal y pública no sólo radica en la formación de los cuadros dirigentes necesarios para el funcionamiento de un gobierno que se desarrolló ininterrumpidamente a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX de acuerdo con pautas de modernización y racionalización administrativas, sino también —y sobre todo— en el triunfo político e ideológico que significa el control del Estado liberal sobre la educación de los ciudadanos. Ese triunfo se asienta simbólicamente en el eje del plan de estudios de la educación secundaria, constituido en obediencia de la serie positiva y racional de los conocimientos científicos planteada por Augusto Comte e interpretada en México por Gabino Barreda. Cualesquiera que hayan sido las transformaciones del liberalismo mexicano luego de la muerte de Benito Juárez, y cualesquiera que hayan sido los desafíos a los cuales fue sometida esta institución de enseñanza durante el porfiriato, la cultura letrada de México no abandonará una fuerte inclinación pública y estatal. Esta inclinación se advierte hacia el siglo XX, por ejemplo, gracias a la estrecha vinculación entre escritura, conocimiento y enseñanza; vinculación que es una directriz de la mentalidad que sostiene la pertinencia de la fundación de la Universidad Nacional en 1910, y que preside las actividades del Ateneo de la Juventud.

En los términos de la cultura literaria de México, la Escuela Nacional Preparatoria fue, desde su fundación, varias veces escenario y siempre materia de disputas intelectuales que, alrededor del positivismo, poco a poco fueron depurando un eje de tensiones que articuló una zona significativa de la historia de las ideas abrigadas por las minorías culturales de México en el siglo XIX. En un extremo de ese eje se encuentran quienes concedían primacía a la persona en cualquier predio de la vida social, ya literario, ya económico, ya jurídico, ya político; y en el otro, quienes consideraban al "organismo social" como la base de todo entendimiento de la realidad y, consecuentemente, fuente de legitimidad de toda gestión de gobierno. Estas polémicas tienen una sólida base jurídica y su matriz ya se advierte en las discusiones parlamentarias que dan lugar a la Constitución de 1857, para luego recorrer todo el siglo XIX dividiendo a la clase letrada, por una parte, entre liberales puros o doctrinales, y, por otra, liberales conservadores, positivistas o científicos.

A propósito de la Escuela Nacional Preparatoria, este eje de tensiones intelectuales se manifestará en torno a problemas cada vez más especializados tales como la naturaleza del conocimiento, la índole del sujeto que conoce y las del objeto conocido, o susceptible de ser conocido racionalmente, problemas todos ellos organizados por la Lógica, aun en sus derivaciones psicológicas y éticas. Recuérdense a este respecto las discusiones sostenidas hacia 1880 entre liberales doctrinales y liberales conservadores a propósito del libro de texto que debía imperar en las clases de Lógica impartidas en la Preparatoria (Sánchez Cuervo 2004). Estas discusiones, alimentadas por las reformas constitucionales debatidas en 1878, dejan reflejos en obras como Los ceros de Vicente Riva Palacio, además de innumerables alusiones en textos de Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano, José María Vigil y Justo Sierra, entre otros.

En el curso de estas polémicas formalizadas gracias a las normas y los hábitos sociales de disciplinas cada vez más especializadas y, si cabe decirlo, técnicas, los extremos antagónicos se transformaron tanto en la identidad pública de quienes polemizaban entre sí como en la naturaleza de sus enunciados. Los polemistas se convirtieron, al paso de los años, en figuras profesionales de carácter docente, dependientes de un aparato educativo sólido, complejo y permanente; los enunciados disminuyeron la tensión retórica propia de su función pública y, en cambio, adoptaron la formalización de la trama teórica de sistemas conceptuales maduros y en pleno funcionamiento (Ramos 1989: 51-62). Tal es el caso de Porfirio Parra, autor de un tratado de Lógica de larga vigencia escolar, y que nos ofrece la medida de la especialización a la cual habían llegado hacia los albores del siglo XX los debates referidos.

En vísperas de la Revolución mexicana, el positivismo de la Escuela Nacional Preparatoria permanecía como una marca de la identidad política del recinto, aunque había perdido vigor doctrinal y se había transformado gracias al influjo de disciplinas científicas que habían cobrado autonomía y habían seguido su propio camino conceptual en las aulas de la Escuela y en las de los colegios profesionales. Además, una visión más compleja del individuo y sus atributos sustanciales había conseguido incorporarse en diferentes niveles de la enseñanza pública y, con ello, había alterado la perspectiva mecánica y materialista de la sociedad según el positivismo de la primera hora en México (Zea 1968).

El positivismo de Gabino Barreda permanecía como doctrina identitaria de una enseñanza preparatoria cada vez más práctica, simplificada, descargada de especulaciones teóricas y materias especializadas que se reorganizarían en las escuelas profesionales ya plenamente integradas entre sí bajo la idea de la Universidad Nacional. La Preparatoria no abandonaría sus "bases tradicionales" constituidas alrededor de "la jerarquía científica adoptada por Augusto Comte", ni siquiera a propósito de la reforma de sus estatutos o de su plan de estudios. Tal es el estado de la cuestión disciplinaria y conceptual del aparato educativo mexicano hacia 1907, año de la reforma de la Escuela Nacional Preparatoria instrumentada para darle poder y vigencia a este recinto en el nuevo horizonte de la educación pública que se proyectaba inaugurar plenamente el año del Centenario (Sierra 1991: 376).

Porfirio Parra fue el educador encargado de gobernar la institución a partir del primer año de los cursos que ya se impartieron de acuerdo con el plan de estudios reformado. Al hacerse cargo del célebre instituto de enseñanza secundaria de la república liberal, cargo para el que fue nombrado el 19 de diciembre de 1906, luego de las renuncias consecutivas de José Terrés y Manuel Flores, Parra tuvo que separarse de la secretaría del Consejo Superior de Educación que había ocupado desde el 1 de julio de 1902.1 Desde el comienzo de su gestión se advierte el propósito de difundir las líneas fundamentales de la Escuela Nacional Preparatoria, según el diseño del sistema educativo del Estado mexicano que caminaba entonces a la consagración de su plenitud. Así es que este médico con una larga trayectoria docente y una gran familiaridad con el planteamiento y la administración de los intereses educativos del Estado porfiriano no sólo asumió la máxima responsabilidad al frente de la Escuela, sino que también lo hizo con respecto del órgano oficial de este establecimiento educativo y aprovechó este instrumento periodístico como un vehículo de propaganda intelectual. Gracias a este caso notable en la prensa institucional del porfiriato, habitualmente soslayada por la historia del periodismo, contamos con un documento muy estimable para el estudio de la historia intelectual del periodo y, por tanto, la comprensión del orden de la cultura propio de la Revolución mexicana.2

La dirección del Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria no hizo sino confirmar la influencia de Porfirio Parra en el clima cultural e ideológico del periodo, especialmente en lo que concierne a las orientaciones doctrinales de la enseñanza secundaria del Estado, estratégica para el régimen desde el triunfo de la república. A este respecto, piénsese en la defensa del positivismo que Parra llevó a cabo como eje del plan de estudios de la Escuela Nacional Preparatoria, y también recuérdense las formulaciones que a este propósito planteó y desarrolló en el terreno especializado de la Lógica, en el cual llegó a ser una autoridad indiscutible. En cualquier caso, Parra era un ejemplo insuperable del estado disciplinario que el positivismo había alcanzado en la época, aliviado de sus obligaciones políticas, estimulado por un ámbito universitario cada vez más sólido, maduro y estable, y fortalecido por una constante discusión teórica. Con base en esta autoridad y en esta trayectoria intelectual, Porfirio Parra sumó el prestigio del ensayista uruguayo José Enrique Rodó a favor de su causa mediante la presencia de éste en las aulas de la institución cuya marcha regía y en las páginas de su Boletín. El arielismo no tuvo que aguardar para su incorporación en la atmósfera intelectual de México la autoproclamada cruzada reformadora del Ateneo de la Juventud (Henríquez Ureña 1960: 610-617); por el contrario, las orientaciones idealistas de la obra de Rodó se instalaron con naturalidad en las aulas de la Preparatoria gracias a la diferenciación especializada de los universos conceptuales que se habían operado allí luego de varios lustros, y que había abierto un espacio a la consideración compleja de las facultades del individuo y sus atributos.

Hacia 1907, los principios fundamentales de la Escuela Nacional Preparatoria habían llegado a concentrarse en torno a dos focos: por un lado la enseñanza de la ciencia y, por otro, el estímulo de la moral, la estética y el sentido cívico en el individuo. La Escuela era entonces, por voluntad y convencimiento intelectual de sus dirigentes, recinto del entendimiento y del hombre pleno que, convertido en ciudadano, serviría naturalmente a los intereses colectivos de la república.

Desde las primeras semanas de 1907, Porfirio Parra se ocupó de difundir mediante todo tipo de folletos publicados bajo el sello de la Escuela Nacional Preparatoria y salidos de las prensas de la Tipografía Económica las actividades desarrolladas en esta institución conforme a los principios rectores de su acción educativa. Así se publicaron conferencias pronunciadas por estudiantes, profesores y autoridades de la Escuela, discursos y polémicas a cargo del director, planes de estudio y, por supuesto, el Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria, órgano periodístico del establecimiento dirigido por el propio Porfirio Parra desde su primera entrega correspondiente a septiembre de 1908 hasta diciembre de 1910 (su etapa más constante e influyente), como un instrumento más de las responsabilidades públicas del funcionario al frente de la enseñanza secundaria financiada por el Estado. A este respecto, Parra expuso sus propósitos publicitarios en la nota editorial que encabeza al Boletín:

La importancia de este gran plantel exigía de una manera imperiosa que un órgano de publicidad le pusiese en comunicación con la población toda de la República, dando a conocer a la nación los programas que resumen la enseñanza de sus cátedras, los reglamentos y prescripciones que norman su vida interior, los trabajos de sus alumnos y de sus profesores, y en una palabra, todos los latidos del gigantesco organismo científico que, para bien de las generaciones futuras, fue fundado por el patriotismo de Benito Juárez, por la ilustración de Martínez de Castro y por la alta sabiduría de Gabino Barreda. [...] nuestro propósito no es otro que promover, por cuantos medios estén a nuestro alcance, el gran fin de este plantel: hacer de la inquieta y bulliciosa juventud que lo puebla un grupo de hombres que sean útiles a la familia, a la patria y a la humanidad (Parra 1908: 3, 5).

El Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria nos obliga a considerar un régimen de la comunicación social de carácter periódico más o menos soslayado con respecto de los patrones de estudio de la prensa dominantes entre nosotros. Me refiero a la prensa institucional, al instrumento periodístico de una institución pública que no puede ser traducido plenamente a los términos del espacio público, la democracia informativa, la crítica y la deliberación políticas. A diferencia de estos términos, el Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria es el órgano de una institución educativa que reproduce el conjunto de los valores, las ideas y las prácticas que hacen posible su funcionamiento gracias a los esquemas y los códigos de la prensa periódica. Una prensa cuya circulación es restringida —el campo educativo del porfiriato— y cuya velocidad es relativamente lenta; tiempo retardado y espacio limitado que son claves de una comunidad socioprofesional muy estable, diferenciada y especializada. Esta comunidad controla la producción del Boletín y agota su circulación y su apropiación.

Un órgano periodístico de carácter institucional como el Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria es la proyección en la dimensión social de las formas simbólicas de una comunidad regulada por sus propias convenciones y claves de autoridad y autorización. Entre estas convenciones de índole escolar se destacan el calendario anual de tareas docentes, la aplicación de exámenes, la distribución de premios, la discusión de los contenidos de las asignaturas, la celebración de ritos de sociabilidad, la observancia de medidas disciplinarias, etcétera. Estamos ante una comunidad continuamente acotada y controlada mediante los procedimientos que ella misma ha sancionado no sólo como recursos de vigilancia y castigo, sino también como instrumentos de reconocimiento, prestigio y autoridad. La Escuela Nacional Preparatoria era el recinto de la juventud dorada de la república, la clase dirigente en cierne de la sociedad, la minoría selecta...3

Los discursos a los cuales aluden estos epítetos suponen una visión del mundo y, por lo tanto, una determinada organización de la sociedad, y en esa condición integran el Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria en varios niveles. Entre éstos, se destacan los correspondientes a la construcción de imágenes de autoridad, distinción y prestigio. Imágenes articuladas con base en las figuras del estudiante y el profesor solidarios en el espacio del más poderoso recinto educativo del porfiriato (el estudiante Reyes y el profesor Parra contenidos en la escena inicial de este artículo). Una de estas imágenes, célebres si las había en el periodo, se debe a la pluma de José Enrique Rodó: el profesor anciano que, en un aula llena de libros, y ante la estatuilla propiciatoria de Ariel, reúne a sus alumnos luego de haber concluido su curso para pronunciar ante éstos una peroración dirigida a estimular la acción pública dictada por el Ideal a la que estaban obligados como jóvenes hombres de letras. He aquí la entrada en materia de Ariel, proyección simbólica del espacio escolar que sirve de identidad y distinción a quienes en la América española formaban parte de microclimas semejantes a la Escuela Nacional Preparatoria (Molloy 1996: 133-145).

Hay evidencias documentales en el propio Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria de que la presencia de Rodó en sus páginas se debe a la voluntad expresa del director Porfirio Parra. La autoridad que éste reconocía en aquél fue proyectada a la comunidad estudiantil del recinto y a su Boletín con el objeto de alimentar y sustentar en la prestigiosa obra del ensayista uruguayo uno de los principios rectores del programa educativo preparatoriano, precisamente aquél que venía a dar respuesta al desafío histórico que al positivismo habían planteado los aspectos del individuo irreductibles a la organización social. Me refiero, en principio, al reconocimiento de la complejidad integral de la persona y, en consecuencia, a su dimensión moral y estética. De acuerdo con la lectura de Porfirio Parra, la obra de Rodó, reconocida, asimilada y aplaudida por la dirección de la Escuela Nacional Preparatoria, daba expresión a las preocupaciones de orden moral y estético que ésta abrigaba a propósito de sus alumnos. Tal es la estrategia que se advierte con relativa transparencia en la misiva que Parra envió a Rodó el 29 de septiembre de 1908 y que aquél hizo pública en la entrega correspondiente a enero/febrero de 1909 de su "órgano de publicidad". Copio en seguida un párrafo de la carta, elocuente a este propósito:

Tampoco se propone la Escuela Nacional Preparatoria desenvolver sólo el intelecto, trocando a los jóvenes en máquinas de discurrir; quiere, sobre todo, desenvolver las facultades morales de los educandos y la parte estética de la inteligencia, a fin de que los espíritus juveniles cultiven un ideal amplio, generoso y apoyado además en cimientos reales.

Deseando con anhelo realizar hasta donde sea posible a mis modestas facultades el grandioso plan que sirve de base a la Escuela que tengo la alta honra de dirigir, hojeo sin cesar folletos y libros a fin de encontrar en sus páginas rayos de aquella luz que pedía Goethe moribundo, que puedan servirme para desempeñar mi ardua labor.

En esta infatigable pesquisa de altas ideas y profundos sentimientos, tuve un día venturoso la suerte de leer el folleto de Ud. intitulado Ariel, y cuadró tanto a mis propósitos que juzgué que en sus brillantes páginas se reflejaba con vivos matices el ideal que dio vida a esta Escuela (Parra / Rodó 1909: 129-130).

El concurso de José Enrique Rodó quería convertirse en un desmentido eficaz de las afirmaciones proferidas por quienes seguían alegando hacia 1907 que la enseñanza impartida en la Escuela Nacional Preparatoria era insuficiente y sectaria en virtud de su orientación positivista. En consecuencia, la obra de Rodó sancionada por el Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria cumplía con una función propagandística.

Sin embargo, es conveniente proceder con calma a este respecto. Ariel y Motivos de Proteo, obras que dan pie a la presencia del escritor uruguayo en nuestro Boletín, también son un indicio de una matriz conceptual que hacia el periodo que nos ocupa ha logrado incorporarse y formalizarse en el discurso pedagógico del Estado; esta matriz organizó bajo su campo disciplinas que no eran ajenas en modo alguno a la enseñanza secundaria. Tal es el caso de algunos conocimientos bien afincados en la historia de la Escuela Nacional Preparatoria relativos a la gramática, la filología y la lexicografía que se reconocen en la cátedra de profesores como Rafael Ángel de la Peña.4 Otro tanto ocurre con asignaturas como Lengua Nacional y Lectura Comentada de Producciones Literarias Selectas que se impartía tres veces por semana durante los cinco años de la instrucción regulada por el plan de estudios de 1907.5 El conocimiento de las Humanidades de corte clásico no era en modo alguno desconocido en el entorno preparatoriano, tal y como lo prueba el documentadísimo discurso "El helenismo en las buenas letras", de Francisco de P. Herrasti (1909: 3-32), pronunciado a manera de conferencia en el Salón de Actos de la Preparatoria, con motivo de una ceremonia presidida por el secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, Justo Sierra. Esta conferencia ocupó todas las páginas de un solo número del Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria con la necesaria anuencia de su director.

Algunos lugares privilegiados de los libros de José Enrique Rodó ya referidos tuvieron que haber estimulado la atención de Porfirio Parra para invocarlos en beneficio de su proclamado interés en el orden moral y estético de sus estudiantes. Así nos es dado plantearlo a propósito de la discusión de Rodó en Ariel sobre la integridad compleja de la persona, de ninguna manera reductible al interés utilitario y al rendimiento económico de la organización social. Algo similar puede haber ocurrido con respecto de la tesis desarrollada en Motivos de Proteo acerca de la tarea constante que implica el conocimiento de sí mismo. No menor interés debió comportar para Porfirio Parra el alegato que se desarrolla en Ariel sobre el sentimiento de la belleza como vía que induce en la persona la inclinación a la virtud y a la verdad; por ello, piensa Rodó por intermedio del maestro Próspero, es conveniente que los estudiantes que salen al mundo luego de haber completado su paso por las aulas se preocupen por disponer en el mayor número de los seres humanos las condiciones necesarias para el aprecio de la belleza. No otra cosa piensa Porfirio Parra acerca de las potencias pedagógicas de la belleza y la virtud, aunque con arreglo a una sólida función cívica del individuo que resulta un tanto ajena a Rodó. Al margen de esta divergencia —cuya importancia merece explicación aparte—, hay en las páginas de Rodó una caracterización del escenario en el cual ocurren las relaciones docentes entre los seres humanos que debió impresionar vivamente la sensibilidad de Porfirio Parra. Me refiero a un escenario como el descrito en los apartados primero y segundo de Ariel, relativo a un maestro de inclinaciones paternales, dulce, cálido y cordial, rodeado de jóvenes ante quienes practica "un género de oratoria sagrada", porque tal se le antoja el "hablar a la juventud sobre nobles y elevados motivos"; maestro que reúne en torno suyo a los estudiantes a quienes ha preparado para la vida con el propósito de pronunciar un consejo que avive en todos las virtudes humanas de la calificación intelectual que acaban de obtener. Este escenario construido simbólicamente en el texto de Rodó se corresponde punto por punto con el elaborado por Porfirio Parra en sus discursos pronunciados regularmente con motivo de la apertura de los cursos del recinto que dirigía y de sus informes de actividades. Parra adopta el papel prestigioso de Próspero/Rodó y, paternalmente (padre vicario por obra del Estado), comparece ante sus estudiantes con el propósito de orientar sus conocimientos mediante los "nobles y elevados motivos" que constituyen "un género de oratoria sagrada": la del predicador docente.

El testimonio de Alfonso Reyes sobre Porfirio Parra que ha sido el motivo que da inicio a este artículo es un ejemplo de la solidaridad que impera en el coloquio educativo y moral del profesor y el alumno; coloquio que tan estimado fue como motivo de los discursos reguladores de la identidad de la Escuela Nacional Preparatoria. Este motivo simboliza una situación real de las relaciones sociales ocurridas entre los sujetos a quienes correspondía comportarse de acuerdo con los principios educativos del Estado: una preparación para la vida; una preparación integral del ciudadano que habría de llevarse a cabo en la Escuela Nacional Preparatoria, vestíbulo de la sociedad. A este respecto, el Boletín difundía la noticia de los ritos anuales de la comunidad en los cuales se refrendaban los votos de la pedagogía civil que hemos referido. Entre estos ritos se destacan las aperturas de cursos. En el número doce de nuestra publicación, correspondiente a junio de 1910, se reprodujo el "Discurso de bienvenida a los alumnos de la Escuela Nacional Preparatoria en la solemne inauguración de los cursos el año de 1910", pronunciado por el director Porfirio Parra. Conviene citar el planteamiento enunciativo de esa pieza oratoria:

A vosotros me dirijo, ¡oh jóvenes!, que henchidos de brío juvenil, y mostrando inquietante, bulliciosa y casi febricitante movilidad, os precipitáis hoy por los espaciosos ámbitos de esta Escuela [...].

Función de la edad provecta es dirigir palabras de aliento y brío a la edad juvenil que, en plena y briosa mocedad, se precipita inexperta por los vastos campos de la vida. Los que hemos cruzado el meridiano de la existencia, y gravitamos por trayectoria inevitable, hacia el melancólico trasmontar, en que la persona humana desaparece del horizonte visible, tenemos el imperioso deber, poniéndoos en contacto con vuestras almas, de hablaros de la vida y de sus senderos, de sus escollos y puertos, de sus panoramas, ya sombríos, ya sonrientes, de ilustraros, en fin, sobre lo acerbo y lo dulce del fruto del existir que ya hemos gustado, y que incitante, maduro y no tocado, se ofrece a vuestros ojos, despertando vuestro apetito.

Ejercitando ese ministerio de la edad, y recordando que la confianza del gobierno me ha colocado al frente de este Establecimiento de enseñanza, creo de mi deber, hoy que venís aquí dispuestos a escuchar durante un año la sapiente voz de vuestros maestros, dirigiros, a la par que una salutación, tierna como el paternal afecto, advertencias útiles e importantes admoniciones (Parra 1910: 237-238).

Como se advierte, el maestro/padre se propone hablar de cuantos instrumentos dispone la Escuela para transformar al joven en adulto, hombre y ciudadano, y capacitarlo para el desempeño de "las graves funciones de la edad madura". Y, de modo parecido a como había hecho con Alfonso Reyes, según el testimonio de éste, Porfirio Parra no se limitaría a proclamar el primero de esos instrumentos de forja de ciudadanos, la ciencia, sino que destacaría los incentivos que la institución ofrece "a vuestros afectos". El maestro/padre enseñará, además de pensar, a amar, pues el recinto al cual se aproximan los jóvenes "no sólo es el jardín de las Hespérides que contiene los frutos de oro de la ciencia", sino que también lo esmaltan "las flores de las bellas letras", "los destellos del ideal", "los perfumes del afecto", "los ilimitados campos de la acción". "Esta Escuela quiere hacer de vosotros hombres libres, cuyo espíritu, curado de toda preocupación ominosa desenvuelva todas sus energías naturales, y se lance a la conquista del bien, después de haber hecho coincidir, y de haber identificado la aspiración individual con la aspiración común" (240). Tal había sido la orientación ideológica de Justo Sierra; tal la que había normado la gestión de Porfirio Parra al frente de la Escuela Nacional Preparatoria desde fines de 1906.

Por lo anterior, cabe detallar el empeño que Porfirio Parra desarrolló con el fin de conducir a las páginas del Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria la figura prestigiosa de José Enrique Rodó. Este empeño se concentra en dos pruebas documentales publicadas por nuestro Boletín. La primera de ellas consiste en dos cartas intercambiadas entre Parra y Rodó como consecuencia del envío que el primero hizo al segundo el 29 de septiembre de 1908 de la "edición modesta" del "folleto" Ariel que el director de la Preparatoria dispuso tirar "violando acaso los sagrados derechos de la propiedad literaria"; así, el mexicano ofreció al uruguayo una "humilde muestra de la admiración y simpatía que Ud., con sus brillantes y oportunas concepciones, ha sabido despertar en la intelectualidad mexicana". Con motivo de este testimonio epistolar de admiración y simpatía, Parra informó a Rodó —y a todos los lectores de la misiva que no conocían el hecho— que había dispuesto "que el eminente poeta D. Luis G. Urbina, profesor de Literatura en este Plantel, diese lectura solemne en el Salón de Actos y en presencia de los alumnos al hermoso folleto de Ud. a que me refiero". En efecto, como consta en el informe del subdirector J. Mansilla Río a propósito de "la marcha del Establecimiento durante el año 1908", publicado en el Boletín, el poeta modernista Luis G. Urbina leyó "en el Salón de Actos y en presencia de los alumnos", durante cuatro sesiones, "el hermoso folleto Ariel del eminente escritor uruguayo José Enrique Rodó".

Atenta y cuidadosa esa Dirección de su merecido cargo, de todo lo que significa el desenvolvimiento de las facultades morales de los educandos, comisionó al C. Profesor Luis G. Urbina para que leyese en el Salón de Actos y en presencia de los alumnos, el hermoso folleto Ariel del eminente escritor uruguayo José Enrique Rodó, habiendo tenido lugar los días 7 y 13 de agosto, 9 y 21 de octubre [de 1908] (Mansilla 1909: 203-204).

José Enrique Rodó respondió a Parra dos meses más tarde. En esa respuesta de 30 de noviembre de 1908, el ensayista no sólo reconoció el "derecho plenísimo" ejercido por la Preparatoria "al reimprimir mi obra para difundirla entre la juventud", sino que también agradeció la nueva edición, "puesto que contribuye eficazmente a la realización del propósito que me movió a escribir el libro".

La segunda prueba de la autoridad que Porfirio Parra reconocía en el escritor uruguayo José Enrique Rodó, y que se propuso proyectar sobre la comunidad de la Escuela Nacional Preparatoria mediante las facultades de que gozaba como director, radica en la reproducción que el Boletín hizo de los cuarenta primeros apartados de Motivos de Proteo distribuidos en siete entregas que se extendieron desde el número correspondiente a diciembre de 1909/enero de 1910, y sólo se interrumpieron en el de diciembre de 1910, último de la vida regular de esta publicación institucional que, bajo el cobijo del canto del cisne del régimen de Porfirio Díaz, buscaba acreditar el interés del recinto del cual era expresión en la orientación moral y estética de sus estudiantes, un reclamo que había recibido de acuerdo con diferentes formulaciones por un lapso de poco más de cuarenta años.

 

IV. Apéndice

Conviene reproducir las misivas que intercambiaron José Enrique Rodó y Porfirio Parra, y que éste hizo públicas en el Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria. En este brevísimo intercambio epistolar, Parra insiste en la orientación moral y estética del modelo educativo del recinto que dirige; orientación cuya prueba es la incorporación del Ariel de Rodó en las experiencias educativas de la Escuela Nacional Preparatoria. Hasta donde tengo noticia, estas cartas no han sido integradas en ningún epistolario relativo a nuestros autores ni han sido publicadas una vez más luego de los años finales del régimen de Porfirio Díaz.6

 

[1]

29 de septiembre de 1908
Sr. D. José Enrique Rodó
Montevideo, Uruguay

 

Eminente y admirado escritor:

Tengo la honra de ser Director de la Escuela Nacional Preparatoria de México, plantel de enseñanza secundaria, de la mayor importancia, pues en él por la primera vez, no sólo en América sino en el mundo entero, se ha roto abiertamente con las tradiciones docentes que nos legó el pasado y se ha intentado, de una manera franca y resuelta, dar a la juventud una educación emancipada de toda preocupación teológica o metafísica y basada únicamente en las ciencias, manantial inagotable de verdad, modelo incomparable de método, y solemne y continuado acto de culto que el hombre tributa a la Naturaleza investigando sus inmutables leyes.

Aunque la educación que se imparte en la Escuela Nacional Preparatoria se funda en la ciencia, sólo mira a ésta como motivo de ejercicio intelectual que desenvuelve por maravilloso modo las facultades discursivas del hombre.

Tampoco se propone la Escuela Nacional Preparatoria desenvolver sólo el intelecto, trocando a los jóvenes en máquinas de discurrir; quiere, sobre todo, desenvolver las facultades morales de los educandos y la parte estética de la inteligencia, a fin de que los espíritus juveniles cultiven un ideal amplio, generoso y apoyado además en cimientos reales.

Deseando con anhelo realizar hasta donde sea posible a mis modestas facultades el grandioso plan que sirve de base a la Escuela que tengo la alta honra de dirigir, hojeo sin cesar folletos y libros a fin de encontrar en sus páginas rayos de aquella luz que pedía Goethe moribundo, que puedan servirme para desempeñar mi ardua labor.

En esta infatigable pesquisa de altas ideas y profundos sentimientos, tuve un día venturoso la suerte de leer el folleto de Ud. intitulado Ariel, y cuadró tanto a mis propósitos que juzgué que en sus brillantes páginas se reflejaba con vivos matices el ideal que dio vida a esta Escuela.

Dispuse, pues, que el eminente poeta D. Luis G. Urbina, profesor de Literatura en este Plantel, diese lectura solemne en el Salón de Actos y en presencia de los alumnos al hermoso folleto de Ud. a que me refiero.

También me permití, violando acaso los sagrados derechos de la propiedad literaria, hacer de su folleto una edición modesta, de la cual remito a Ud. un ejemplar, ofreciéndoselo como humilde muestra de la admiración y simpatía que Ud., con sus brillantes y oportunas concepciones, ha sabido despertar en la intelectualidad mexicana.

Concluyo suscribiéndome de Ud., apasionado y entusiasta admirador.

P. Parra.7

[2]

Ateneo, Montevideo, 30 de noviembre de 1908

Sr. Director de la Escuela Nacional Preparatoria, don P. Parra

 

Muy distinguido señor mío:

He tenido la honra de recibir su atenta nota del 29 de septiembre, y junto con ella, los ejemplares que Ud. me envía de la edición de Ariel hecha por la Escuela Nacional Preparatoria que Ud. dignamente dirige.

Es para mí motivo de honda satisfacción que las ideas y los sentimientos que infundí en las páginas de aquel libro mío, concuerden con el espíritu que anima a esa noble y afamada institución hasta el punto de que ella le haya considerado merecedor de tan alta prueba de estima como la que le ha dispensado. Conservaré el recuerdo de esto como el de una de las mejores recompensas a que hubiera podido aspirar.

Dediqué Ariel a la juventud de América y a la juventud de América pertenece. No sólo, pues, ha usado esa Escuela Nacional de un derecho plenísimo al reimprimir mi obra para difundirla entre la juventud, sino que con ello obliga mi agradecimiento, aun dejando aparte la distinción con que me honra, puesto que contribuye eficazmente a la realización del propósito que me movió a escribir el libro.

Lo mismo esas páginas mías que todas las que puedan salir de mi pluma, son y serán propiedad de la juventud que trabaje y combata por la civilización, por la cultura, por la elevación moral e intelectual de nuestra América.

Siempre me han inspirado vivo y afectuoso interés los progresos y el engrandecimiento de México, destinado a tan envidiable porvenir dentro de la unidad de nuestra gran patria hispano-americana. Las manifestaciones de benevolencia que recibo de ahí me satisfacen, pues, doblemente. Y aquel interés que todo lo de México me inspira, será aún mayor cuando se trate de una institución como la que Ud. tiene dignamente a su cargo. Seguiría con la más perseverante atención el desenvolvimiento y la influencia de la Escuela Nacional Preparatoria, si Ud. llevase su amabilidad hasta proporcionarme en adelante las memorias y publicaciones de cualquier especie, en que pueda enterarme de ello.

Reiterando a Ud. mis más expresivos agradecimientos, me es grato saludarle con mi mayor consideración.

José Enrique Rodó
C. de Ud.: Cerrito, 102 A (130-131).

 

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Notas

1 Archivo Histórico de la Universidad Nacional Autónoma de México. Personal. Expediente personal de Porfirio Parra, núm. 1220, fs. 30-35, 54-64.

2 El Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria puede reducirse, para la explicación del modo en el cual se textualiza en sus páginas el campo discursivo que le es propio, en tres líneas: 1.- Defensa y legitimación de la Preparatoria en el ámbito público; 2.- Difusión de las tareas llevadas a cabo por parte de la institución, principalmente las acciones correspondientes a la enseñanza formal y la divulgación de conocimientos, el encomio de los hombres notables relacionados con las tareas de la escuela, y noticia de los ritos académicos sobre los cuales descansaba una identidad pública que, precisamente, quería acreditarse a toda costa en un escenario en el cual nunca habían escaseado opositores y malquerientes. En virtud de estos puntos tenemos un discurso corporativo cuyos enunciados, al ser incorporados y avalados por la política editorial del Boletín, prueban la idea de que quienes eran responsables de este órgano y de la institución por éste representado se construyen a sí mismos como un cuerpo aparte en el aparato del Estado, una corporación en trance de acreditar sus privilegios, esto es, las licencias públicas de su acción, el reconocimiento del ámbito público que la corporación reclama como exclusivo de sus tareas. Y 3.- Formulación de los universos de conceptos y de las tradiciones intelectuales que distinguen a los miembros de la institución. Entre estas tradiciones y estos universos se destaca la Lógica, disciplina que había cobrado un nivel muy alto de formalización luego de haber servido como escenario de las disputas entre los partidarios del espiritualismo y los del positivismo. La lógica, disciplina en la cual se había distinguido hasta el grado de la especialización profesional Porfirio Parra, es la plataforma conceptual que hizo posible, entre quienes prestaban sus servicios y se educaban en el aparato educativo del Estado, el auge de las humanidades que caracteriza a las postrimerías del régimen de Porfirio Díaz. La formulación de estos discursos constituye la sustancia del perfil social y simbólico del hombre de letras/educador que habita en el recinto de la Escuela Nacional Preparatoria.

3 El Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria es el eje de una estructura cultural de la sociedad mexicana de principios del siglo XX en la cual se destaca la clase letrada que se había consolidado gracias al modelo de desarrollo económico y social del régimen de Porfirio Díaz; específicamente gracias a las instituciones educativas y culturales imperantes en el periodo. Hablamos de una clase letrada que hacia las postrimerías del porfiriato era altamente especializada, diferenciada, definida, apartada de la función política y, por ello mismo, poseedora de discursos disciplinarios muy refinados sólo pertinentes en el campo específico de la enseñanza. Se trata de un grupo sociocultural que podríamos denominar como hombre de letras en el sentido en que lo hace el crítico Julio Ramos: un sujeto histórico que gracias a la especificidad, racionalidad y modernidad de sus tradiciones intelectuales ofrece al Estado no sólo su concurso como servidor público sino también modelos según los cuales consolidar la solidez teórica de las tareas públicas, especialmente las relativas a la enseñanza de los ciudadanos. Entre estos modelos se destacan los correspondientes a la integridad racional de la cultura letrada, como la filología, la historia literaria, la lógica y la filosofía. En la estructura cultural articulada en torno del Boletín también son notorios los sujetos que sirven como referentes tanto por la gestión que ellos mismos desarrollaron en tanto administradores de asuntos públicos, tribunos, oradores, escritores, educadores, etcétera, como por haberse constituido en ejes de redes de interés o de meras afinidades electivas con base en los repertorios de ideas que imperan en la época y el desarrollo específico de estas ideas. A este respecto cabe destacar la posición de Justo Sierra como patriarca de la comunidad.

4 Consúltese a este respecto el testimonio erudito de Francisco Labastida, "Discurso pronunciado por el Sr. Presb. D. Francisco Labastida" (1907: 7-23).

5 Plan de Estudios de la Escuela N. Preparatoria, México, Tipografía Económica, 1907 (artículo primero).

6 Tal es el caso del epistolario general de José Enrique Rodó que, con sumo cuidado y con los materiales que en su tiempo le eran asequibles, editó Emir Rodríguez Monegal en José Enrique Rodó, Obras completas, Madrid, Aguilar, 1957. En el apartado relativo a la "Correspondencia" se encuentran las cartas que Rodó intercambió con personalidades como Max Henríquez Ureña, Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, todas éstas relacionadas con nuestra materia de estudio.

7 Porfirio Parra/José Enrique Rodó, Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria, t. I, núms. 5-6, enero/febrero de 1909, pp. 129-130. El Boletín publicó, al calce de esta carta, la siguiente nota: "La edición que la Preparatoria hizo del folleto Ariel no fue para venderlo, mancillando así con un propósito de explotación el sublime ideal que destella en sus páginas, sino para repartirlo gratuitamente entre alumnos, profesores, directores y otras personas que descuellan en la intelectualidad mexicana" (p. 130).

 

INFORMACIÓN SOBRE EL AUTOR

Leonardo Martínez Carrizales: Doctor en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Actualmente es Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco (Departamento de Humanidades), integrante del cuerpo académico encargado del Posgrado en Historiografía de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalcoo, y Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Sus libros más recientes son: El espacio. Presencia y representación (2009), y El recurso de la tradición. Jaime Torres Bodet ante Rubén Darío y el modernismo (2006). También es autor, entre otros volúmenes, del estudio introductorio, edición y anotación de Alfonso Reyes/ Enrique González Martínez, El tiempo de los patriarcas. Epistolario 1909-1952 (2002).

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