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Literatura mexicana

versão On-line ISSN 2448-8216versão impressa ISSN 0188-2546

Lit. mex vol.21 no.2 Ciudad de México  2010

 

Estudios y notas

 

Un antecedente de El Espectador: críticas a la Revolución mexicana en 1959

 

An antecedent of El Espectador: critiques of the Mexican Revolution in 1959

 

Guillermo Hurtado

 

Universidad Nacional Autónoma de México

 

Fecha de recepción: 20 de julio de 2009
Fecha de aceptación: 15 de octubre de 2009

 

Resumen

En el número de enero-febrero de 1959 de Cuadernos Americanos apareció un cuestionario sobre la situación de la Revolución mexicana y sobre el papel de los intelectuales. En dicho cuestionario participaron Víctor Flores Olea, Carlos Fuentes, Enrique González Pedrero, Francisco López Cámara, Jaime García Terrés, José Luis Martínez, Jorge Portilla, Emilio Uranga, Leopoldo Zea. En este trabajo se comparan las posiciones de los miembros del grupo Hiperión y los del grupo de El Espectador, prestando especial atención a las opiniones del segundo grupo acerca de la Revolución y de su papel, en tanto que intelectuales, en la renovación de dicho movimiento.

Palabras clave: Revolución mexicana, intelectuales, Hiperión, El Espectador.

 

Abstract

In the 1959 January/February issue of Cuadernos Americanos, a questionnaire appeared on the situation of the Mexican Revolution and about the role of intellectuals. Participants in that questionnaire included Víctor Flores Olea, Carlos Fuentes, Enrique González Pedrero, Francisco López Cámara, Jaime García Terrés, José Luis Martínez, Jorge Portilla, Emilio Uranga, Leopoldo Zea. This work compares the positions of the group Hiperión with those of the group El Espectador, giving special attention to the opinions of the second group toward the Revolution and its role, as well as intellectuals, in the renovation of said movement.

Keyword: Mexican Revolution, intellectuals, Hiperión, El Espectador.

 

En el número de enero-febrero de 1959 de Cuadernos Americanos, Víctor Flores Olea (1932), Carlos Fuentes (1928), Jaime García Terrés (19241996), Enrique González Pedrero (1930), Francisco López Cámara (1926-1994), José Luis Martínez (1918-2007), Jorge Portilla (19181963), Emilio Uranga (1921-1988) y Leopoldo Zea (1912-2004) participaron en una encuesta con el título "Tres interrogaciones sobre el presente y el futuro de México". Todos ellos respondieron el siguiente cuestionario: 1.- ¿Cuál es la situación actual de la Revolución mexicana? 2.- ¿Cuál será la tarea principal de los grupos revolucionarios en el futuro inmediato? 3.- ¿Cuál debe ser, dentro de esta situación y de acuerdo con esta tarea, el papel de los intelectuales?" (Flores Olea 1959: 44-75).

La aparición de esta encuesta en Cuadernos Americanos fue un evento calculado por su director, Jesús Silva Herzog. Por una parte, la publicación coincidía con el inicio del sexenio y era una oportunidad para poner a prueba al nuevo gobierno. Durante su campaña electoral, Adolfo López Mateos había reivindicado la vigencia del ideario de la Revolución y en su discurso de toma de posesión, el 1 de diciembre de 1958, había declarado que los valores y los principios de la Revolución serían la inspiración de su gobierno. Sin embargo, los primeros meses de 1959 fueron críticos para el nuevo gobierno y pusieron seriamente en entredicho su orientación revolucionaria. En diciembre de 1958 los ferrocarrileros habían iniciado un movimiento de demandas laborales que amenazaba el control gubernamental sobre el sindicalismo, y en enero de 1959 la Revolución cubana había alcanzado el triunfo militar, despertando con ello una serie de expectativas políticas en toda la región. En este contexto, el pulido discurso revolucionario de López Mateos perdía credibilidad. Por una parte, la dura represión del sindicalismo independiente y el encarcelamiento de sus líderes hacían ver al gobierno de López Mateos como un enemigo del proletariado. Por otra parte, el triunfo de la Revolución cubana y la fascinación que generó en sectores muy diversos de la sociedad, hacían parecer al régimen mexicano como poco revolucionario, por no decir reaccionario.

El cuestionario de Cuadernos Americanos tenía un significado especial ya que congregaba a algunos de los intelectuales jóvenes más destacados de México. Silva Herzog sabía que las críticas que algunos de estos jóvenes hacían al régimen eran muy duras y que no serían bien recibidas desde las oficinas de gobierno. De hecho, la encuesta había sido realizada originalmente por un importante diario de circulación nacional, el cual después de haber recibido las duras respuestas de algunos de los interrogados, había preferido no publicarla en un acto de autocensura (Rico Galán 1959: 54). Todo esto nos permite entender el sentido de las palabras iniciales del dossier: "Cada quien dijo lo que quiso al amparo de la libertad de pensar y de escribir de que se goza en México y que garantiza nuestra Constitución" (44).

Una reseña de la encuesta publicada en Novedades destaca la juventud de sus participantes y la "libertad inusitada" con la que habían hablado. Esa reseña llevaba el título de "Dos generaciones sientan en el banquillo de los acusados a la Revolución mexicana" (44).1 Lo del "banquillo de los acusados" podría parecernos exagerado, pero no lo era en aquel entonces en que las críticas al régimen tenían otras repercusiones. Por otra parte, es correcto señalar que los participantes del citado cuestionario pertenecían a dos generaciones intelectuales mexicanas. Una de ellas es la del Grupo Hiperión y la otra es la del Grupo de El Espectador. El único participante del cuestionario de Cuadernos Americanos que no pertenecía a ninguno de los dos grupos era José Luis Martínez y, casualmente, fue quien respondió de manera más parca y oficiosa a las preguntas. Antes de examinar las respuestas al cuestionario de Cuadernos Americanos, diré algo sobre los dos grupos a los que pertenecían sus participantes. El Hiperión fue un grupo conformado por Emilio Uranga, Jorge Portilla, Luis Villoro, Salvador Reyes Nevárez, Ricardo Guerra, Joaquín Sánchez Mac Gregor, Fausto Vega y Leopoldo Zea. El Hiperión se formó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1948. Su principal influencia intelectual fue el existencialis-mo, en especial el francés. Esta es la generación que adoptó la sartreana idea del intelectual engagé. El grupo nunca tuvo una posición opositora al régimen post-revolucionario, sin embargo, cuando se disolvió hacia 1952, algunos de sus miembros, como Sánchez McGregor y Villoro, pasaron a la oposición de izquierda.2

Los miembros del grupo de El Espectador fueron Jaime García Terrés, Víctor Flores Olea, Carlos Fuentes, Enrique González Pedrero, Francisco López Cámara y Luis Villoro.3 Se les conoció así por la revista El Espectador que fue publicada de manera independiente por ellos entre mayo de 1959 y abril de 1960. Mientras que la orientación del Hiperión era filosófica y, de manera general, humanista, la del grupo de El Espectador tendió hacia las ciencias sociales y la literatura. Si el trasfondo teórico del Hiperión fue el existencialismo de la preguerra, el de los espectadores fue principalmente el marxismo europeo post-estalinista. En el plano político más inmediato sus referentes fueron el cardenismo y la Revolución cubana. Para ellos, la Revolución mexicana había alcanzado su momento más alto con el cardenismo y a partir de entonces había perdido rumbo y declinado. La Revolución cubana era, para ellos, motivo de esperanza, o por lo menos así lo fue en sus inicios. La presencia de los espectadores en el cuestionario de Cuadernos Americanos puede verse como una especie de lanzamiento público de este grupo de jóvenes intelectuales. No es éste el lugar para narrar la historia del grupo ni de la revista que ellos fundaron, pero no podemos dejar de subrayar su importancia dentro de la historia intelectual de México de la segunda mitad del siglo XX.4 Podemos decir que así como el Ateneo de la Juventud fue el grupo de jóvenes intelectuales que despuntó en el entorno del centenario de la Independencia en 1910, el de El Espectador fue el grupo de jóvenes intelectuales que despuntó en el cincuentenario de la Revolución celebrado en 1960.

Como veremos, los miembros de El Espectador son más críticos del régimen que los del Hiperión. Además de las diferencias de edad entre ellos, quizá también habría que tomar en cuenta que algunos de los segundos ya eran parte del régimen. En 1959 Leopoldo Zea fungía como director del IEPES del PRI y Emilio Uranga como influyente asesor del gobierno (y José Luis Martínez era un flamante diputado federal). Mientras que Flores Olea, Fuentes, García Terrés, González Pedrero consideraban que la Revolución ya no era una realidad y que hablar de ella como algo vigente significaba pura demagogia, López Cámara, Uranga y Zea consideraban, de maneras muy diversas, que la Revolución seguía siendo, a pesar de todo, una realidad activa, y Martínez y Portilla evadieron la pregunta. La manera en la que los espectadores declaraban que la Revolución estaba muerta era tajante: Flores Olea decía que "el término revolución ha llegado a ser un término hueco, vacío de contenido" (46).

Flores Olea, Fuentes, García Terrés, González Pedrero y Uranga comparten el análisis de la Revolución efectuado por medio de categorías marxistas. Abstrayendo las diferencias, creo que podríamos resumir dicho análisis de la siguiente manera: la Revolución mexicana no fue una revolución proletaria como la rusa o la china, pero tampoco fue una típica revolución democrático burguesa, sino una revolución en la cual la pequeña burguesía y el proletariado nacionales se unieron en contra del gran capital latifundista e industrial, que era principalmente de origen extranjero, y en contra del sistema político que favorecía a aquellos dos grupos. Esta alianza estratégica en contra del feudalismo, el imperialismo y la tiranía se propuso impulsar con decisión los cambios políticos, legales, sociales, económicos, tecnológicos, laborales, educativos y culturales que requería el progreso de México. Por lo que toca a este proceso, no podía regateársele a la Revolución algún grado de éxito, tanto para el sector burgués como para el popular. Sin embargo, con el paso del tiempo, y, sobre todo, después del gobierno de Lázaro Cárdenas, el Estado había privilegiado los intereses de la alta burguesía nacional a la vez que descuidaba los de los intereses de los obreros y campesinos. De esta manera, el acelerado desarrollo económico y, sobre todo, la industrialización, no habían beneficiado a la clase trabajadora de la manera en la que se hubiera podido esperar: los niveles de pobreza, insalubridad, analfabetismo eran todavía demasiado altos; además, la reforma agraria estaba detenida. Por otra parte, el férreo control que ejercía el Estado sobre la clase trabajadora impedía que ella pudiera organizarse libremente para exigir, frente a la burguesía, sus derechos legítimos. En nombre de la concordia y de la paz, el Estado impedía cualquier movimiento que ahuyentara la inversión nacional y extranjera.

Esta interpretación de la Revolución coincide en varias aspectos con la del "ala izquierda de la Revolución", en la cual figuraron destacados políticos e intelectuales como Narciso Bassols, Lázaro Cárdenas, Vicente Lombardo Toledano y Francisco Mújica. Un texto clásico de esta lectura de la historia de la Revolución es el ensayo de Silva Herzog "La Revolución mexicana es ya un hecho histórico", de 1949 (7-16). De acuerdo con ella, la Revolución había acabado en 1940, con el final del sexenio de Lázaro Cárdenas, porque se había aburguesado. ¿Cómo se distingue el análisis de los espectadores del que había hecho Silva Herzog diez años atrás? Los defensores del régimen podrían haber respondido que los espectadores defendían una visión trasnochada de la Revolución. Pero es curioso que esta misma crítica les fue hecha por otros intelectuales marxistas. Uno de ellos fue el periodista Víctor Rico Galán, quien publicó en la revista ¡Siempre! del 11 de febrero una crítica al dossier que tituló "La Revolución maltratada". Dice así Rico Galán:

Víctor Flores Olea, Carlos Fuentes, Jaime García Terrés y Enrique González Pedrero [...] sostienen un esquema bastante arcaico, según el cual la Revolución Mexicana es una revolución democrático-burguesa, en la cual el pueblo actuó de fuerza de choque para llevar a la burguesía al poder. Una vez que ésta se encontró firme, olvidó o traicionó las aspiraciones populares, lo cual plantea actualmente una contradicción entre el Estado burgués, por un lado, y los obreros y campesinos, por otro. Aparte de viejo, el esquema es falsísimo. Quien vea nuestro movimiento de 1910 como algo esencialmente igual a la Revolución Francesa, por ejemplo, no está miope: necesita un bastón y un perro. ¿Dónde estaba la famosa burguesía a la cual nuestro pueblo entronizó en el poder? ¿Cuándo ha sido el Estado mexicano un simple patrocinador de negocios? ¿Qué burguesía es esa que sostiene como esencial en su programa el artículo 123? Podrían formularse otras muchas preguntas como las precedentes, que ponen de manifiesto la falsedad del esquema (54).

Rico Galán exagera en sus críticas, pero aún así, creo tenía razón en que la interpretación de la Revolución ofrecida por los espectadores en Cuadernos Americanos era muy simple. Tendrían que pasar algunos años para que desde esa perspectiva se hicieran lecturas más complejas y profundas, como las que aparecen en los libros: El gran viraje (1961) de Enrique González Pedrero, La democracia en México (1967) de Pablo González Casanova (quien no formó parte de El Espectador, pero coincidió con sus editores en varias causas), Marxismo y democracia socialista (1969) de Víctor Flores Olea, Tiempo mexicano (1971) de Carlos Fuentes y Signos políticos (1974) de Luis Villoro. Rico Galán pasa por alto que los espectadores ofrecían un programa político diferente del de los intelectuales marxistas de generaciones anteriores. Los espectadores creían que el ideario social de la Revolución todavía tenía valor, pero que para reactivarlo era indispensable reformar el sistema político mexicano desde una posición que fuese a la vez democrática y popular. Ante este panorama, la solución que ellos concebían ya no era la gastada estrategia de Lombardo Toledano de que el proletariado mexicano debía apoyar estratégicamente a la burguesía nacional para realizar las condiciones materiales que posibilitaran el socialismo, pero tampoco era la de organizar un movimiento independiente del proletariado que intentara tomar el poder, como propuso José Revueltas en 1962 en su Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, y mucho menos era la de apoyar un movimiento armado subversivo que operara con el esperado apoyo del proletariado urbano y rural, como pocos años después intentara el propio Rico Galán y otros intelectuales que ingresaron a las filas de la guerrilla. Los espectadores no eran revolucionarios sino reformistas, es decir, pensaban que se podía convencer al régimen de manera democrática, es decir, pacífica, que tenía que corregir el rumbo para que pudiera volver a encontrase a sí mismo en sus mejores causas. Para lograr lo anterior, el proletariado urbano y rural, y la pequeña burguesía progresista deberían organizarse de nuevas maneras, pero siempre dentro del esquema convencional de la democracia electoral y partidista. En este sentido los espectadores pensaban que el papel de los intelectuales era fundamental. En su momento, los hiperiones habían pensado que su función en tanto intelectuales era la de interpretar o comprender de manera profunda el cambio que había efectuado la Revolución en el ser de México. Los espectadores, en cambio, pensaban que su función consistía en fungir como vanguardia del cambio. Flores Olea, por ejemplo, consideraba que los intelectuales tenían un papel histórico que desempeñar, lo cito: "Más que nunca, es preciso que los intelectuales preparen el advenimiento de una nueva fase en la historia de México: una nueva fase que aplique la solución de raíz de los problemas de las masas populares de nuestra nación" (47). Carlos Fuentes también opinaba que la responsabilidad del intelectual era enorme, en sus palabras: "el intelectual tiene el deber exacto y permanente de dar voz a las exigencias de la verdad revolucionaria mexicana" (54). González Pedrero afirmaba que los jóvenes intelectuales tenían que prepararse para poder servir a México y "esperar —preparándola— la coyuntura histórica que nos permita ingresar un día en la política nacional" (64). Estas palabras de González Pedrero resultaron proféticas, ya que los espectadores tendrían puestos importantes en diversos gobiernos. No es aventurado afirmar que este grupo de intelectuales creía —con esa mezcla de ingenuidad y ambición que es característica de la juventud— que eran ellos los que estaban destinados a reconducir la Revolución mexicana por nuevos caminos. Y creo que también podríamos decir que su posterior desencanto con la Revolución fue, de alguna manera, un reflejo de su desilusión por haber fracasado en su intento de reactivarla de acuerdo con la idea que tenían de ella. La única voz discordante entre los espectadores acerca del rol del intelectual era la de García Terrés. El poeta consideraba que la responsabilidad del intelectual no era distinta de la de cualquier otro ciudadano, además, como buen discípulo de Alfonso Reyes, defendía al arte no político como una opción legítima en un país como el nuestro.

Si bien Uranga coincide con los espectadores en su análisis marxista de la Revolución, su posición es diferente y, por lo tanto debe considerarse por separado. Uranga sostiene que la Revolución tenía que poner en orden a la burguesía pero a diferencia de los espectadores que sostenían que para ello el régimen tenía que reformarse de manera democrática y popular, Uranga sostenía, por el contrario, que el Estado posrevolucionario tenía que fortalecerse en su estructura vigente. Dice así Uranga:

La tesis central del Partido "oficial" me parece correcta: salvaguardar la unidad nacional, y se podría añadir: poner el Estado a su servicio. El Estado y la Nación lograron, con la Revolución, identificarse. La Revolución fue expresión de una nación, se modelaron mutuamente. y se salvarán o morirán juntos (72).

La labor de los intelectuales no era la de intentar convencer a la burguesía de que cambiara su actitud, sino la de participar, desde el Estado, en el combate político en contra de ella. Uranga se mofa de la novela de Carlos Fuentes, La región más transparente, recién publicada en 1958, por considerar que en ella el escritor intentaba conmover a la burguesía con píldoras de nostalgia revolucionaria. Y concluye así: "A la burguesía hay que hablarle en otro lenguaje y no en el de la nostalgia. ¡Acuérdate que tu madre fue revolucionaria! La fórmula me parece poco eficaz, inocua... ¡Hablarle con otro lenguaje y no en el de los intelectuales, en otro, en otro...!" (73). Poco después, en un agrio debate con Daniel Cosío Villegas, Uranga atacaría con "otro lenguaje" a otros intelectuales que se atrevían a criticar al Estado revolucionario, lo que, desde su perspectiva, equivalía a que criticaran a la Nación.5

Otra respuesta interesante a la primera pregunta del cuestionario es la de Leopoldo Zea, quien afirma que la Revolución mexicana fue un momento de la insurrección global de los pueblos colonizados. Esta es una posición que, por una parte, le daba un sitio privilegiado a la Revolución mexicana en la historia mundial y, por otra, le abría puentes de comunicación con los movimientos de liberación anti-colonialistas y tercermundistas que tuvieron lugar en la posguerra. Esta visión de la Revolución mexicana fue importante en la política internacional de López Mateos y de gobiernos posteriores y sería diseñada e impulsada por el propio Zea desde la Dirección General de Asuntos Culturales de la Secretaría de Relaciones Exteriores. A la pregunta de cuál debe ser el papel de los intelectuales en esa coyuntura responde así Zea: "realizar, con toda su plenitud, ese salto de lo particular a lo universal, esto es, a lo humano" (Flores Olea: 75). Zea afirma que los intelectuales de la generación anterior, es decir, la del Hiperión, se habían ocupado de lo nacional, pero que a los jóvenes intelectuales del momento correspondía hacerlo de lo universal. De alguna manera, esta proclama internacionalista de Zea suponía que la tarea interna ya se había hecho, supuesto que no era aceptado por los espectadores.

Una opinión compartida por todos los participantes del cuestionario, aunque subrayada con mayor énfasis por los más jóvenes, es la de que para los intelectuales era fundamental denunciar y combatir la simulación y la mentira. Este era de algún modo un tema recurrente, ya que este había sido uno de los temas del desencanto de los intelectuales con la Revolución en los años treinta y cuarenta, cuya expresión clásica quizá sea El gesticulador de Rodolfo Usigli (aunque el tema haya sido abordado desde Los de abajo de Mariano Azuela). Me parece que esta insatisfacción con la atmósfera de mentira social y política explica la admiración por la figura de Lázaro Cárdenas compartida con intensidad por los espectadores. Cárdenas era para ellos el ejemplo viviente de los ideales de la Revolución. Es por ello que los espectadores creían que la Revolución mexicana debía reformarse siguiendo una línea neo-cardenista, lo que significaba, entre otras cosas, un cardenismo democrático.6

Como vimos, en 1959 los jóvenes intelectuales críticos del sistema pensaban que la Revolución mexicana ya no existía en los hechos y que era demagógico que el gobierno se proclamara revolucionario. Sin embargo, todavía creían en el resto de los postulados de la idea oficial de la Revolución, a saber, que la Revolución había acabado con el antiguo régimen, que había sido popular y nacionalista, que había tenido un programa de justicia social y que, en efecto, había transformado a México para bien. Tendrían que pasar algunos años para que, primero desde los círculos académicos, y luego desde otros espacios de la opinión pública, se llevara a cabo una revisión muy profunda de la historia de la Revolución mexicana que no sólo destrozara la idea oficial, sino que la caracterizara como un mito, es decir, como una idea falsa, y, para ser más exactos, como un constructo ideológico del sistema político.7

Más allá de las diferencias académicas entre los que aceptan la idea oficial y los que la rechazan desde un revisionismo histórico, podríamos decir que ambas posiciones ejemplifican dos actitudes políticas, éticas e incluso retóricas frente a la Revolución. Para ilustrar esto, comparemos dos novelas sobre la Revolución: La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, y Los relámpagos de agosto, de Jorge Ibargüengoitia. Aunque ambas obras fueron publicadas con apenas dos años de diferencia, la primera en 1962 y la segunda en 1964, hay entre ellas un abismo en términos exegéticos y axiológicos. Mientras que la primera es una crítica de índole política y moral a la Revolución por haber fallado en la realización de sus ideales (y que, por tanto, asume que la Revolución tuvo ideales), la segunda es una sátira en la que se da a entender que en realidad el movimiento no tuvo ideales de ningún tipo. Mientras que Artemio Cruz, quien personifica a la Revolución en la primera novela, puede verse como un personaje dramático (por ser consciente de que se había corrompido para alcanzar poder y riqueza), José Guadalupe Arroyo, quien personifica a la Revolución en la segunda novela, es un personaje ridículo. Hecha esta comparación, yo diría que la crítica que hacían los jóvenes intelectuales a la Revolución en 1960 aún estaba en el horizonte hermenéutico de la novela de Fuentes. O para ponerlo de otra manera, ellos criticaban la gastada retórica de la Revolución con el fin de reconstruirla de acuerdo a un ideal moral y social, no de destruirla por medio de una sátira escéptica o nihilista. Es por ello que creo que podríamos decir que, a pesar de su actitud crítica, el grupo de El Espectador es, por su profunda creencia en la posibilidad de reforma del régimen, el último grupo de intelectuales de la Revolución mexicana.

 

Bibliografía

Flores Olea, Víctor, et al. "Tres interrogaciones sobre el presente y el futuro de México", en Cuadernos Americanos, México: Universidad Nacional Autónoma de México, VIII. 1 (enero-febrero 1959): 44-75.         [ Links ]

Rico Galán, Víctor. "La revolución maltratada", en ¡Siempre! 294 (11 de febrero 1959): 54.         [ Links ]

Silva Hérzog, Jesús. "La Revolución mexicana es ya un hecho histórico", en Cuadernos Americanos. VIII (septiembre-octubre 1949): 7-16.         [ Links ]

 

Notas

1 "Reseñas de revistas: dos generaciones sientan en el banquillo de los acusados a la Revolución mexicana", en Novedades. (18 de enero de 1959): 4 y 11.

2 Para un panorama y una selección de textos del grupo Hiperión, vid. Guillermo Hurtado (comp.), El Hiperión, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2006 (Biblioteca del Estudiante Universitario).

3 Al grupo de El Espectador se le subsume en ocasiones dentro lo que se ha venido a llamar la Generación del Medio Siglo. Sin embargo, el uso de este término se ha extendido tanto que puede generar confusiones. A veces se le usa para referir a los literatos del grupo de la Casa del Lago y de la Revista Mexicana de Literatura y otras veces incluso para referir a todos los intelectuales y artistas mexicanos nacidos entre 1920 y 1935. En su sentido original, refiere a un grupo de alumnos de la Facultad de Derecho de la Uiversidad Nacional Autónoma de México conformado por Miguel Alemán Velasco, Víctor Flores Olea, Carlos Fuentes, Enrique González Pedrero, Mario Moya Palencia, Porfirio Muñoz Ledo, Sergio Pitol y Javier Wiemer, entre otros; todos ellos organizadores y colaboradores de la revista estudiantil de la Facultad llamada Medio siglo.

4 Cuenta Flores Olea que los miembros del grupo recurrieron a Silva Herzog para sacar adelante el proyecto de la revista. Con un préstamo de veinticinco mil pesos publicaron los primeros dos números. Para trabajar se reunían en un café de la Zona Rosa en el cual, entre todos, diseñaban, formaban y corregían la revista. La revista no tenía anuncios ni subsidios y la dirección era rotativa. Para no depender de los circuitos oficiales de distribución, la revista era vendida a través de suscripciones. "El Espectador, tribuna juvenil", en El Universal (21 de noviembre de 2008).

5 El debate entre Uranga y Cosío Villegas tuvo lugar en las páginas de ¡Siempre! en los meses de mayo y junio de 1961 y ha sido recogida por Gerardo de la Concha en La razón y la afrenta. Antología del panfleto y la polémica en México, Toluca, Instituto Mexiquense de Cultura, 1995 (499-518).

6 La creación del Frente Democrático Nacional que impulsó en 1988 la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas y que luego fue base para la creación en 1989 del PRD tiene, entre sus antecedentes, aquella convicción compartida por muchos de los intelectuales de esa generación.

7 Los revisionistas han afirmado que la "Revolución mexicana" no implantó un régimen político y económico radicalmente diferente del porfiriato, ni alcanzó a todas las regiones del país (i.e., no fue nacional), ni fue un movimiento con unidad política e ideológica, ni fue obrera o campesina ya que fue liderada por pequeños burgueses y benefició al gran capital, incluso al capital extranjero, y que, por lo mismo, tampoco fue tan nacionalista como se piensa; además tampoco generó cambios significativos en favor de las clases populares, ya que no erradicó la miseria, el analfabetismo, o la explotación. La lista de los historiadores y politólogos revisionistas es larga y puede formularse de diversas maneras. Vid. David Bailey, "El revisionismo y la historiografía reciente de la Revolución mexicana", en La cultura en México (mayo 4, 1979): II-VIII; Enrique Florescano, El nuevo pasado mexicano, México: Editorial Cal y Arena, 1991; Luis Barrón, Historias de la Revolución mexicana, México: Fondo de Cultura Económica, 2004 (27-41).

 

INFORMACIÓN SOBRE EL AUTOR

Guillermo Hurtado: Licenciatura en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Bachelor of Philosophy in Philosophy y Doctor of Philosophy in Philosophy por la Universidad de Oxford, en donde fue miembro del Magdalen College. Investigador de tiempo completo del Instituto de Investigaciones Filosóficas. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Sus campos de investigación son la filosofía y la historia intelectual. Es autor de los libros Proposiciones russellianas (1998), El buho y la serpiente (2007) y Por qué no soy falibilista. Los libros de Homero (2009). Es investigador y director del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México. En al año 2000 recibió la Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos en el área de investigación en humanidades.

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