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Comunicación y sociedad

Print version ISSN 0188-252X

Comun. soc vol.19  Guadalajara  2022  Epub Mar 24, 2023

https://doi.org/10.32870/cys.v2022.8538 

Artículos

A 35 años de Comunicación y Sociedad. Reflexiones sobre el campo

Trayectorias sobre el campo en el campo: meta-investigación académica de la comunicación en México

Raúl Fuentes Navarro1 
http://orcid.org/0000-0001-6494-8122

1 Universidad de Guadalajara, México. raul.fuentes@academicos.udg.mx


Resumen

Este texto responde al propósito de recuperar reflexivamente los procesos de elaboración y desarrollo conceptual y metodológico de un modelo de “campo académico” para interpretar las condiciones y las intenciones de la institucionalización de los estudios sobre la comunicación en México, según han sido asumidos durante más de tres décadas en términos de una propuesta de meta-investigación, que a su vez sirve para reconocer y articular las prácticas de investigación en sus diversas escalas contextuales. En ese trayecto se ubica la aportación de la revista Comunicación y Sociedad.

Palabras clave: Campo académico; comunicación; México; meta-investigación

Resumo

Este texto responde ao propósito de recuperar reflexivamente os processos de elaboração e desenvolvimento conceitual e metodológico de um modelo de “campo acadêmico” para interpretar as condições e intenções da institucionalização dos estudos de comunicação no México, como foram assumidos por mais de três décadas em termos de uma proposta de metapesquisa, que por sua vez serve para reconhecer e articular as práticas de pesquisa em suas diversas escalas contextuais. A contribuição da revista Comunicación y Sociedad está localizada neste caminho.

Palavras-chave: Campo acadêmico; comunicação; México; metapesquisa

Abstract

The aim of this essay is to reflexively recover the processes of elaboration and conceptual as well as methodological development of a heuristic model of an “academic field”, in search of interpreting the conditions and intentions of the institutionalization of communication studies in Mexico. These have been assumed for more than three decades in terms of a meta-research proposal, which in turn serves to recognize and articulate the research practices in their diverse contextual scales. The contribution of the journal Comunicación y Sociedad is located in this trajectory.

Keywords: Academic field; communication; Mexico; meta-research

“Al emprender la investigación sociohistórica, buscamos

comprender y explicar una serie de fenómenos que, de cierta

manera y hasta cierto punto, son comprendidos ya por los

individuos que forman parte del mundo sociohistórico;

buscamos, en resumen, reinterpretar un

campo preinterpretado” (Thompson, 1993, p. 23).

En 1987 comenzó a publicarse Comunicación y Sociedad, desde el entonces llamado Centro de Estudios de la Información y la Comunicación (CEIC) de la Universidad de Guadalajara, después transformado en el actual Departamento de Estudios de la Comunicación Social (DECS). Treinta y cinco años más tarde, la revista se ha consolidado como uno de los medios de comunicación académica de mayor influencia y reconocimiento en el campo académico de su especialidad, que se extiende desde Guadalajara en los espacios nacional e internacional.

En el mismo 1987, el autor de este ensayo había ya planteado las bases analíticas de lo que en los años siguientes se desarrollaría como su línea fundamental de investigación o, con mayor precisión, de meta-investigación -o investigación sobre la investigación (Fuentes Navarro, 2019a)-. El primer producto en esa línea fue publicado bajo el título La investigación de Comunicación en México. Sistematización documental 1956-1986 (Fuentes Navarro, 1988),2 originalmente su tesis de maestría. Diez años después, otro libro, La emergencia de un campo académico: continuidad utópica y estructuración científica de la investigación de la comunicación en México (Fuentes Navarro, 1998), a su vez basado en la tesis doctoral, expuso el análisis sistemático de la institucionalización de los estudios sobre la comunicación en el país, plenamente representados en un modelo de “campo”.

Como constructo de “nivel intermedio entre los conceptos y los paradigmas [que comporta] cierto número de hipótesis, algunas de ellas visibles, pero otras invisibles u ocultas” (Giménez, 1994, p. 36), este modelo pretende concentrar las explicaciones sistemáticamente generadas por el citado trabajo que, no obstante, requieren extenderse discursivamente más allá (o quizá mejor, “más adentro”) de él. Para efectos de referencia, a pesar de los cambios experimentados por su objeto en el tiempo, el modelo se reproduce como Anexo No. 1 de este artículo. Y en tanto que, por decisión metodológica, la confección y evaluación de este modelo estuvieron orientadas por una lógica heurística (Abbott, 2004), las representaciones que ofrece del campo mantienen características praxeológicas (Ibáñez, 1985), definidas en el proyecto en que se originó, así como en los marcos de lectura que otros investigadores han empleado al interpretarlo, adaptarlo y criticarlo. En esa medida, el modelo es un recurso tendencialmente colectivo.

La dimensión individual/colectiva de la trayectoria

En 1989 Enrique Sánchez Ruiz y quien escribe publicamos un texto que asumimos como producto de una búsqueda compartida de vías para avanzar en la “constitución de una comunidad científica que promueva la mejor atención a los innumerables problemas sociales que están articulados con la comunicación en México” (Fuentes Navarro & Sánchez Ruiz, 1989, p. 6). Ese texto se originó circunstancialmente en una invitación a colaborar con un capítulo en inglés en un libro sobre los problemas prácticos de la “investigación de campo”3 (Narula & Pearce, 1990), que decidimos también difundir en español, “pensando específicamente en los colegas mexicanos y latinoamericanos como interlocutores” (Fuentes Navarro & Sánchez Ruiz, 1989, p. 6).

Nuestro propósito básico era argumentar que “la naturaleza, orientación y posibilidades” de la investigación de la comunicación, y en ciencias sociales en general, están determinadas por “factores estructurales que van desde el nivel de desarrollo de la formación social analizada hasta factores culturales e ideológicos” como la “cultura científica general en la sociedad y las ideologías profesionales de la comunidad de investigadores” (Fuentes Navarro & Sánchez Ruiz, 1989, p. 7). Y para sintetizar una especie de hipótesis sobre nuestro caso nacional, elaboramos una fórmula que resultó tener un sorprendente valor heurístico: la triple marginalidad, “que significa que la investigación de la comunicación es marginal dentro de las ciencias sociales, estas dentro de la investigación científica en general, y esta última a su vez entre las prioridades del desarrollo nacional” (Fuentes Navarro & Sánchez Ruiz, 1989, p. 12).4

Dos años después, bajo otra fórmula también afortunada en cuanto a su valor heurístico, se concretó en un libro el proceso de desarrollo de un marco sociocultural entonces apenas bosquejado como fundamento de un proyecto de meta-investigación de la comunicación en México que dura ya más de tres décadas. Terminado de escribir en 1989, La comunidad desapercibida (Fuentes Navarro, 1991) buscaba “exponer una panorámica general del proceso de constitución en México de un campo de estudio especializado5 en la generación de conocimiento sobre la comunicación” (p. 15), propósito insertado a su vez en un doble contexto: por un lado como “un paso más” en el proyecto profesional-académico personal y, por otro, como contribución al Estudio Comparativo de los Sistemas de Comunicación Social en Brasil y en México, promovido por INTERCOM6 y CONEICC,7 siguiendo una iniciativa de José Marques de Melo.

Esta “exploración descriptiva” de una incipiente comunidad científica con propósitos comparativos entre México y Brasil, correspondiente al “subsistema de investigación de la comunicación”, fue el primer producto mayor de la amplia y extendida colaboración establecida y mantenida hasta la fecha con integrantes destacados de la comunidad académica brasileña, especialmente con Maria Immacolata Vassallo de Lopes, al mismo tiempo que el estímulo fundamental para la formulación, como tesis doctoral, de un proyecto que reconoció desde el principio “el carácter colectivo del proceso de constitución del propio campo” y que intentaba, “además de aportar elementos de comparación con la contraparte brasileña, reinsertarse praxeológicamente8 en el proceso mismo” (Fuentes Navarro, 1991, p. 18). Antes incluso de descubrir la pertinencia de los aportes de Bourdieu y de Giddens para la fundamentación teórico-metodológica de los modelos de análisis de la estructuración de la investigación de la comunicación como campo académico, la reflexividad práctica del conocimiento mediante la comunicación fue adoptada como un principio fundamental para este “ejercicio de la imaginación sociológica” (Fuentes Navarro, 1998, p. 339).

La referencia teórico-metodológica medular

La reflexión final del trabajo presentado en 1996 como tesis de Doctorado en Ciencias Sociales en la Universidad de Guadalajara, que fue publicado en su mayor parte como libro un par de años después (Fuentes Navarro, 1998) alude, en efecto, a un “ejercicio de la imaginación sociológica”, pues:

Este trabajo ha pretendido “captar la historia y la biografía y la relación entre ambas dentro de la sociedad” en un estudio concreto en que la “distinción entre las inquietudes personales del medio y los problemas públicos de la estructura social” (Wright Mills, 1961, pp. 26-27) se intentó construir auto-reflexivamente a propósito de la estructuración del campo de la investigación académica de la comunicación en México (p. 339).

Había escrito Wright-Mills (1961) que:

Lo que experimentamos en medios diversos y específicos es, como hemos observado, efecto de cambios estructurales. En consecuencia, para comprender los cambios de muchos medios personales, nos vemos obligados a mirar más allá de ellos. Y el número y variedad de tales cambios estructurales aumentan a medida que las instituciones dentro de las cuales vivimos se extienden y se relacionan más intrincadamente entre sí. Darse cuenta de la idea de estructura social y usarla con sensatez es ser capaz de descubrir esos vínculos entre una gran variedad de medios; y ser capaz de eso es poseer imaginación sociológica (p. 30).

Aquel estudio enfocó solo un “medio” específico, en que tanto el investigador como sus colegas “estiman unos valores y advierten que están amenazados” (Wright Mills, 1961, p. 30), es decir, experimentan una crisis, “ya como inquietud personal, ya como problema público” (p. 30). Se trató, entonces, de formular el problema a partir de la inquietud y de buscar comprenderlos -problema e inquietud- articuladamente en referencia a factores de la “estructura social”. Debido al método empleado para hacerlo, el proceso de investigación desembocó en la construcción de un modelo (ver Anexo No. 1), una representación que pretende objetivar el problema sin dejar de subjetivar las inquietudes. El modelo representa una explicación, cuya justificación última no puede ser otra que apoyar, en la práctica, la solución de la crisis experimentada y, en ese sentido, el cumplimiento del objetivo “más general” del trabajo rebasa los límites de lo contenible en unas cuantas páginas, señaladas como conclusión (Fuentes Navarro, 1998, p. 340).

Todo el estudio referido, así como el trayecto académico-profesional del que se desprendió en su momento, y sus secuelas, se formularon además como “una apuesta por la producción de sentido”, lo que supone también un plano doble de análisis: el de las prácticas sociales de comunicación y el de las prácticas sociales de estudio de esas prácticas (Fuentes Navarro, 2003). Ambos planos, el de la comunicación y el de la meta-comunicación (Wilmot, 1980), o el de la investigación y la meta-investigación (Fuentes Navarro, 2019a), sobra decirlo, se entienden concretamente situados en contextos donde los agentes generan el sentido.

En síntesis, este trabajo se sostiene (subjetivamente) en la convicción de que, en una situación de crisis -no solo de “paradigmas” y de “infraestructuras” como la que atraviesan las ciencias sociales y las instituciones universitarias en México-, sino de crisis del sentido mismo de los quehaceres intelectuales críticos y rigurosos, tratar de responder a la pregunta por las determinaciones socioculturales del campo académico9 propio implica un esfuerzo por reconocerlas lo más sistemática y profundamente que sea posible para buscar cómo reconfigurar las prácticas que estructuran el campo, y de que ese esfuerzo tiene sentido mientras no se demuestre lo contrario (Fuentes Navarro, 1998, p. 12).

Más de dos décadas después, tal formulación mantiene su vigencia praxeológica, que desde el origen se ha definido en términos de una búsqueda de comprensiones y explicaciones, y simultáneamente de intervenciones prácticas, que convierten al investigador en un “dispositivo metodológico”, pues:

La unidad del proceso de investigación no está en la “teoría” ni en la “técnica” (ni siquiera en la articulación o intersección entre las dos): está en la persona del investigador, que a su vez está socialmente determinada por el sistema de las relaciones sociales (Ibáñez, 1985, p. 218).

Siguiendo así a Ibáñez (1985), si “el investigador es la verdadera máquina de investigar”, y si “las condiciones de posibilidad de esa máquina de investigar están socialmente determinadas”, se desprende de ahí la necesidad de “una vigilancia epistemológica continua” (p. 218) por parte de la comunidad académica de pertenencia del investigador, socialmente responsable de su trabajo, mediado por tal comunidad.

El “campo académico” como constructo y referente empírico

El trabajo de tesis doctoral, realizado entre 1992 y 1995, sostuvo la intención de explicar cómo es que en el entorno sociocultural de México, “en transición global”, dentro de un sistema nacional de educación superior caracterizado por fuertes tensiones tanto internas como externas, la investigación académica de la comunicación emergió en los años setenta en algunas universidades como un proyecto articulado por la utopía, atravesó la “crisis” de los ochenta sentando paradójicamente las bases de su institucionalización, y enfrentaba, en los años noventa, los retos de su consolidación como práctica académica profesionalizada y legitimada.

Hipotéticamente, este proceso multidimensional, complejo y contradictorio, de desarrollo del campo académico de la comunicación en México, ha sido determinado, en su escala más general en los últimos veinticinco años,10 por la coincidencia de intensos y extensos procesos de cambio, por una parte, en las condiciones del mercado académico nacional y por otra en los marcos epistemológicos y teórico-metodológicos del estudio de la comunicación. Así, han confluido factores económicos y políticos con factores intelectuales y culturales en la conformación del “escenario” sociocultural en el que los investigadores mexicanos de la comunicación se han constituido como agentes responsables y relativamente autoconscientes de las prácticas académicas que a su vez han estructurado el campo (Fuentes Navarro, 1998, p. 26).

En una de las obras “ejemplares” cuya lectura orientó el desarrollo de este proyecto, Homo Academicus de Bourdieu (1988), se encuentra sintetizado admirablemente en un párrafo el desafío fundamental de la sociología reflexiva:

¿Qué provecho científico puede haber en tratar de descubrir lo que implica el hecho de pertenecer al campo académico, ese lugar de permanente pugna por la verdad del mundo social y del campo académico mismo, y el hecho de ocupar una determinada posición dentro de él…? (p. xiii).

La respuesta planteada por Bourdieu (1988) es doble: “en primer lugar es una oportunidad para neutralizar conscientemente las probabilidades de error que son inherentes a una posición”, un punto de vista. “Pero, sobre todo, revela los fundamentos sociales de la propensión a teorizar o a intelectualizar, inherente a la postura misma del académico que se siente libre de apartarse del juego para conceptualizarlo…” (1988, p. xiii).

La objetivación participante, principio metodológico que para Bourdieu (1989) es: “sin duda el ejercicio más difícil que existe, porque requiere la ruptura de las adherencias y las adhesiones más profundas y más inconscientes [del investigador]… todo aquello que él menos pretende conocer en su relación con el objeto que procura conocer” (p. 51), remite a una condición epistemológica fundamental: la reflexividad, una “obsesión” de Bourdieu, definida por Wacquant (1992) como la “inclusión de una teoría de la práctica intelectual como componente integral y condición necesaria de una teoría crítica de la sociedad” (p. 36), es decir, remite a una dimensión praxeológica inescapable.

Consecuentemente, al construir el objeto de la investigación “no se trata de proponer grandes construcciones teóricas vacías, pero sí de abordar un caso empírico con la intención de construir un modelo -que no necesita revestirse de una forma matemática o formalizada para ser riguroso-”, de ligar los datos pertinentes de tal modo que funcionen como un programa de investigaciones que plantee preguntas sistemáticas; “en resumen se trata de construir un sistema coherente de relaciones, que debe ser puesto a prueba como tal” (Bourdieu, 1989, p. 32).

Tres décadas después de haber adoptado tales premisas para analizar la constitución del campo académico de la comunicación en México (Fuentes Navarro, 1991, 1998) mediante la construcción de modelos heurísticos (Abbott, 2004; Velasco, 2000), puede constatarse que los cuestionamientos fundamentales, que la meta-investigación permite atender cada vez más analíticamente y responder de maneras cada vez más convincentes, han estado presentes en buena parte de la historia de las “ciencias de la comunicación”, sobre todo en relación con su identidad teórica, pensada en varios idiomas (Craig, 1999; Martín-Barbero, 1987; Martín-Serrano, 2007; Miège, 1995; Moragas, 2011; Nordenstreng, 2007; Pasquali, 1978; Sodré, 2014; Verón, 1987; Vizer & Vidales, 2016; Waisbord, 2019).

Y, también, que el interés por la búsqueda de constantes internacionales y transnacionales en la institucionalización del estudio de la comunicación ha generado una amplia proliferación de acercamientos meta-investigativos (Averbeck-Lietz, 2017; Eadie, 2022; Gehrke & Keith, 2015; Koivisto & Thomas, 2008; Miike & Yin, 2022; Park & Pooley, 2008; Simonson & Park, 2016). Estos y otros aportes recientes a la meta-investigación de la comunicación fueron sistemáticamente revisados por Corner (2019), quien destacó en particular la expansión del trabajo histórico sobre el estudio de la comunicación para incluir contextos internacionales y “el examen sobre cómo han contribuido los programas de enseñanza y la actividad de investigación a institucionalizar el área como una con una discreta, aunque muy debatida, identidad académica” (p. 1).

Los tres factores subrayados por Corner son los diversos contextos donde se originaron los programas, los vínculos históricos de la investigación con las prácticas profesionales y el impacto de los nuevos medios en la historia reciente tanto de la enseñanza como de la investigación. La meta-investigación contribuye así, finalmente, a:

Hacernos más conscientes de los diversos, y a veces precarios, modos de institucionalización mediante los cuales se ha desarrollado el estudio de la comunicación pública, rompiendo los marcos académicos y profesionales más antiguos al tiempo que continuamos recurriendo a ellos (Corner, 2019, p. 9).

La última parte de esta apreciación recuerda inevitablemente aquella “persistencia de la teoría negada” que en América Latina denunciaba Martín-Barbero (1982, p. 101) muchos años atrás.

Asimismo, la diversidad de objetos de conocimiento que se han agrupado bajo el término “comunicación” y la diversidad de disposiciones institucionales para organizar su estudio académico en distintos países y regiones se han convertido inevitablemente en centro de atención para las secciones de “Historia” de las principales asociaciones académicas internacionales.11 Si bien “hasta ahora, la mayor parte de las historias han sido nacionales, con una predominante atención sobre América del Norte y Europa Occidental” (Simonson & Peters, 2008, p. 764), se ha fortalecido recientemente una perspectiva que “nos ayuda a ver cómo el estudio organizado de la comunicación al mismo tiempo ha reflejado, refractado e impulsado la geopolítica transnacional, los patrones institucionales de educación y profesionalización y maneras de conocer y de actuar” determinantes de la vida colectiva (Pooley & Park, 2013, pp. 85-86).

En esta línea, ha cobrado un fuerte impulso la búsqueda de marcos sociohistóricos adecuados para fundamentar una investigación transnacional de los procesos de constitución del campo académico de la comunicación (Craig, 2015; Curran & Park, 2000; Löblich & Averbeck-Lietz, 2016; Löblich & Scheu, 2011). Y una búsqueda similar puede encontrarse en y sobre América Latina (Bolaño et al., 2015; Crovi & Cimadevilla, 2018; Crovi & Trejo, 2018; Enghel & Becerra, 2018; Fuentes, 1992, 2006, 2014; González-Samé et al., 2017; León Duarte, 2006, 2007; Marques de Melo, 1992, 1998, 2007; Orozco, 1997).

Los modelos heurísticos de estructuras y de procesos del campo

En español, heurística es el “arte de inventar”; proviene del griego heurisko, “hallar” (Moliner, 1992, pp. 11, 37) y de ahí surge su acepción técnica en el discurso científico, que Greimas y Courtés (1983) definieron como sigue:

Dícese que una hipótesis de trabajo es heurística si el discurso que la desarrolla tiene el efecto de producir y formular un proceso de descubrimiento... De forma más general y más vaga, se califica a veces de heurística una actitud científica: un enfoque estructural, por ejemplo, que busca en primer lugar captar las relaciones, y obliga, por tanto, a prever las posiciones eventuales de los términos de una categoría (términos cuyas manifestaciones no son evidentes a primera vista) puede, en este sentido, ser denominado heurístico (pp. 216-217).

De esta manera, las opciones teórico-metodológicas tomadas para orientar la búsqueda de respuestas a las preguntas centrales de la investigación sobre la constitución del campo académico de la comunicación en México condujeron a la formulación de dos modelos heurísticos. El primero de ellos (“estructural”), tuvo como propósito distinguir (y relacionar entre sí) tres modalidades de prácticas académicas: las centradas en la producción, en la reproducción y en la aplicación del conocimiento sobre la comunicación (Figura 1). El supuesto de este modelo es que cada una de estas modalidades está sujeta a determinaciones (tanto “internas” como “externas”) diversas, y que tendrían que estar articuladas entre sí mediante un núcleo común de sentido básico compartido, que constituiría lo que podría llamarse “matriz disciplinaria”, mejor que “paradigma” (Kuhn, 1982).

Fuente: Fuentes Navarro (1998, p. 69).

Figura 1 Estructuras del campo académico de la comunicación (Primer modelo heurístico) 

Las prácticas de producción de conocimiento se engloban bajo el término “investigación”, cuya institucionalización se considera escindida en dos vertientes: la “académica” y la “aplicada”. Aunque la primera (realizada en las universidades, sujeta a las normas de la actividad académico-científica, y por tanto pública en su financiamiento, objetivos, procedimientos y resultados) es la enfocada en este trabajo, no puede ignorarse la segunda (realizada generalmente por empresas especializadas, sujeta a las leyes del mercado de prestación de servicios y, por tanto, privada, confidencial o hasta secreta en su financiamiento, objetivos, procedimientos y resultados). En sus dos vertientes, las prácticas de investigación se realizan como concreciones de marcos lógicos, ideológicos, técnicos y éticos de las ciencias sociales, a los cuales realimentan.

Las prácticas de aplicación del conocimiento se centran en el ámbito general de la “profesión” que opera los sistemas de comunicación social y son reguladas por el mercado en que concurren tanto las instituciones especializadas en esta función (medios “masivos”, agencias de publicidad o de noticias, etc.), como individuos calificados formal (título universitario, colegio o asociación profesional) o informalmente (“experiencia” reconocida) como competentes en alguna de las múltiples especialidades de esta rama de la actividad económica.12 Las prácticas profesionales en las industrias culturales han sido el referente primordial del campo académico, especialmente en su modalidad reproductiva de los saberes instrumentales que las constituyen.

Las prácticas de reproducción del conocimiento y de los agentes que lo portan operativamente en el campo de la comunicación, consideradas en tanto “formación profesional”, son las que median desde las universidades la conformación del campo en términos socioculturales. Para hacer esto, las prácticas académicas articulan los planos científico y profesional, mediante programas institucionales de docencia e investigación. En este punto se considera la tradicional definición de las “tres funciones sustantivas” de la institución universitaria (la formación profesional o docencia superior; la investigación científica y humanística; y el servicio o extensión universitaria) y su integración, como determinantes de la inserción (función) social concreta de cada institución.

Los modos y grados de articulación del campo académico (entre las prácticas de “investigación”, “profesionales” y de “formación”, que a su vez se estructuran en los subcampos científicos, profesionales y educativos), sirven como parámetros de contrastación externa de la estructuración consistente del campo académico, al proporcionar indicios de su “ajuste” a las condiciones de desarrollo de las prácticas (y las agencias) sociales que toma como objetos y, en consecuencia, al otorgar reconocimiento y legitimidad en grados variables a las prácticas académicas diferencialmente institucionalizadas.

Pero es específicamente en los modos y grados de articulación entre los subcampos científico y educativo (y entre las prácticas de investigación y de formación profesional), donde se ubican los parámetros de la consistencia interna de la estructuración del campo académico, mediante una matriz disciplinaria, que consistiría no solo en “generalizaciones, modelos y ejemplares” como estableció Kuhn (1982, p. 321), sino también, y sobre todo, en esquemas interpretativos, en una ideología profesional específica conformada por sistemas de significación, de valoración (reglas morales y éticas) y de recursos de poder, que son el referente estructural del habitus y de la agencia de los sujetos.

A partir de ese primer modelo heurístico (estructural) del objeto de la investigación, se definió el énfasis analítico sobre las prácticas de investigación (subcampo científico), pero sin “recortarlas” del campo académico, para poder dar cuenta de su papel como “estructura estructurante” en él. En consecuencia, se distinguieron en el segundo modelo heurístico nueve procesos de estructuración, operantes en tres diversas escalas contextuales: una “individual” (que incluye los procesos de constitución de los sujetos; formación/conformación del habitus; y profesionalización). Otra, “institucional” (especificando la institucionalización social, la institucionalización cognoscitiva, y la especialización científica); y una escala “sociocultural” (en la que se distinguen los procesos de auto-reproducción del campo, legitimación social y “asimilación/acomodación” de las prácticas) (Fuentes Navarro, 1998, p. 73). Al mismo tiempo, se supone que los nueve procesos ocurren en contextos sociales (económicos, políticos, culturales) específicos (Figura 2).

Fuente: Fuentes Navarro (1998, p.73).

Figura 2 Procesos de estructuración del campo académico de la comunicación (Segundo modelo heurístico) 

En ese marco de “estructuración”, la hipótesis central de la tesis postulaba cómo los agentes enfrentaban mediante la “continuidad utópica”, la “institucionalización académica” y la “autonomía intelectual” como objetos de sus principales estrategias, las determinaciones sociales correspondientes: “inconsistencia disciplinaria”, “desarrollo dependiente” y “crisis universitaria”, y mediante esa dinámica constituían el “campo académico” de la comunicación en México.13

Los resultados de este análisis se organizaron para su exposición en cuatro capítulos, cuyo orden pasa de las manifestaciones más “estructurales” u “objetivas” de la estructuración del campo académico de la comunicación en México, a las más “subjetivas”: respectivamente, los programas de enseñanza e investigación; las asociaciones académicas y la “articulación disciplinaria”; las publicaciones académicas y la “configuración comunicacional”; y finalmente, la “configuración cognoscitiva” (Fuentes Navarro, 1998).

Difusión, apropiación y contrastación en el campo del modelo del campo

En febrero de 2022, Google Académico14 documentaba 195 citas a Fuentes Navarro (1998), aproximadamente el 12% de las 2 344 citas totales registradas en el “perfil” del autor, y distribuidas de una manera relativamente homogénea por año. Si se extraen 27 autocitas de la suma, las 168 restantes remiten a más de cien autores, la mayoría identificados como “investigadores de la comunicación” en México, otros doce países latinoamericanos o España, y unos cuantos como analistas de otros campos académicos, como el de la enseñanza de las matemáticas o el turismo. Hasta ahí, la “presencia” de la propuesta sobre el campo en el campo puede entenderse como “discreta y constante”, aunque no especialmente influyente.

No obstante, las principales problemáticas del “campo” se han retomado, con o sin referencia a Fuentes Navarro (1998), en un buen número de libros publicados en México, que vale la pena revisar,15 como el editado en 1988 por Sánchez Ruiz (La investigación de la comunicación en México. Logros, retos y perspectivas), y el de 1995 coordinado por Galindo y Luna (El campo académico de la comunicación: hacia una reconstrucción reflexiva). La participación de Fuentes Navarro en ambos libros, con sendos capítulos basados en avances previos y posteriores a la tesis doctoral, planteó algunas cuestiones útiles a la discusión, pero sin duda fue más lo que pudo él aprovechar del diálogo con los demás participantes, cuyas contribuciones fueron extensamente incorporadas en la tesis y sus secuelas.

Sin el término “campo” en el título, pero el objetivo de exponer “qué tanto se ha avanzado en México en el análisis y la investigación de los diferentes campos de la comunicación”, Lozano coordinó diez años después un volumen publicado por el CONEICC en el que entre otros “diagnósticos actualizados y críticos sobre los más variados temas” (Lozano, 2005, p. 17), Fuentes Navarro analizó la bibliografía disponible sobre la conformación del campo de la comunicación “y sus condiciones de desarrollo como proyecto académico-social en México”, publicada en la década 1995-2004. Para organizar esa revisión, utilizó los modelos de los “tres subcampos” (Figura 1) y los “nueve procesos de estructuración” del campo (Figura 2). En conclusión:

Puede decirse que, en términos de Bourdieu, el campo académico de la comunicación en México tiene aún serias deficiencias en cuanto a la conquista de su autonomía relativa, clave inseparable de su legitimidad, académica y social; que su consolidación paulatina tiene como condición inescapable la resolución en la práctica de disyuntivas como las caracterizadas por algunos de sus miembros; y finalmente, que en un contexto de cambios acelerados en las condiciones externas de desarrollo, hay también mucho por reorientar y reinterpretar, auto-reflexivamente, en términos de los constitutivos internos del campo (Fuentes Navarro, 2005, p. 46).

Tanto en los Anuarios de Investigación de la Comunicación del CONEICC, publicados desde 1994, como en los libros editados anualmente por la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación (AMIC) desde 2002, y por supuesto en las revistas y otras ediciones de varias universidades mexicanas, han aparecido múltiples contribuciones sobre aspectos relevantes de la problemática del campo y propuestas analíticas que, explícita o implícitamente, argumentan sobre disyuntivas, condiciones o perspectivas sobre su constitución.

Los libros coordinados por Chávez y Karam (2008) sobre El campo académico de la comunicación. Una mirada reflexiva y práctica, y por Méndez Fierro y Vizcarra (2009), Huellas compartidas. Ensayos sobre el campo académico de la comunicación en Baja California, son elocuentes ejemplos de la disposición cada vez más extendida en el país para desarrollar una discusión bien fundamentada e informada sobre el desarrollo y el futuro del campo académico. En ambos casos, la iniciativa y la mayoría de los autores incluidos se identificaron “en alguna forma con la Red de Estudios en Teorías de Comunicación (Redecom) y el Grupo Hacia una Comunicología Posible (Gucom)” (Chávez & Karam, 2008, p. 9); en el primero de los libros citados, Gómez Vargas, Galindo, Rizo, Soto, Figueroa, y tres colectivos con referentes curriculares institucionales: Serrano, León y González de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), Macías y Cardona de la Universidad Intercontinental (UIC), y Chávez, Covarrubias, Gómez, Rocha, Uribe y Zermeño de la Universidad de Colima. Ese libro se cierra con “un ejercicio de sistematización de información de la autoría de León sobre un cúmulo de acervo bibliográfico relacionado con el campo académico de la comunicación” (Chávez & Karam, 2008, p. 14), explícitamente concebido como continuidad de la “Bibliografía general del campo académico de la comunicación en México (1986-1994)” elaborada por Fuentes Navarro e incluida como anexo en el libro de Galindo y Luna (1995). Aunque el ejercicio de León Barrios (2008, p. 436) lleva como subtítulo “Un balance a diez años de su producción”, abarca en realidad doce años (1996-2007) e incluye 119 documentos.16

Por su parte, en el libro coordinado por Méndez y Vizcarra (2009), se concreta la intención de elaborar “un recuento colectivo en torno a los procesos de institucionalización del ámbito académico de la comunicación en Baja California”, mediante nueve ensayos escritos por 14 autores, todos ellos profesores e investigadores de la UABC en Mexicali, Tijuana y Ensenada, y de la Universidad Iberoamericana Tijuana: Ortiz, Ortega, Méndez, Espinosa, Paz, Vargas, Soto, Gutiérrez, Morales, González, León, Serrano, Calderón de la Barca y Vizcarra. El capítulo final es un “compendio razonado” que, como etapa posterior a un “análisis documental exploratorio sobre los proyectos de investigación y análisis que se desarrollan en nuestro campo” en el estado, actualiza y delimita el universo documental al ámbito de las revistas de investigación arbitradas, “a fin de profundizar en el análisis descriptivo de la producción sociocientífica sobre comunicación y cultura en la entidad, a la luz del debate actual sobre las temáticas y enfoques desarrollados en el escenario académico mexicano y latinoamericano” (Vizcarra, 2009, p. 227). Posteriormente, Vizcarra publicó en libros individuales (2014, 2020), informes de investigación más amplios sobre los Estudios sobre comunicación en Baja California. Referencias documentales 1943-2014, y La producción escrita sobre comunicación y sociedad en Baja California: sistematización documental 2000-2019.

En otra universidad pública del norte del país, la Autónoma de Coahuila, se han realizado también esfuerzos y publicado productos de rescate de referencias documentales sobre el campo en escala regional (Carabaza et al., 2011). Pero seguramente el proyecto más extenso en ese sentido es el coordinado por Portillo (2016) desde la AMIC, por abarcar el país completo en cinco regiones, estudiadas por diez investigadores (Guadarrama y Valero la región Centro; Fuentes Navarro, Padilla y Flores la Centro-Occidente; León Barrios la Noroeste; Hinojosa y Chong la Noreste; Echeverría y Karam la Sur-sureste).

Este trabajo, posterior y complementario al recuento de programas temáticos de investigación de la comunicación de la misma Asociación, coordinado unos años antes por Vega (2009), ayudó a identificar la persistente desigualdad de condiciones y recursos y los diversos modos de institucionalización de las prácticas de investigación de la comunicación vigentes durante la primera década del siglo XXI en México; los procesos de regionalización que diferencian entre sí los horizontes de desarrollo y participación en el “campo”, aunque también la prevalencia de los principios de la colaboración académica “por encima de los impulsos competitivos que parecen favorecer el entorno de la cultura y las políticas institucionales” (Fuentes Navarro, 2016, p. 11).

La contenida en el libro coordinado por Portillo puede considerarse la revisión analítica más actualizada de la que se pueda disponer sobre la producción de conocimiento en el campo académico de la comunicación en México.17 Aunque “los resultados apuntan a la concentración de la producción en unas pocas ciudades, a la fragmentación y a la desarticulación”, Portillo señala que “se abre otra” fase de trabajo colaborativo, “la del análisis más cualitativo”:

… que permita problematizar la constitución de esta comunidad académica a través de su producción, haciendo hincapié en los temas más recurrentemente abordados, el tipo de trabajos producidos, las conexiones, la fragmentación y formas de articulación de los investigadores, así como las condiciones estructurales en las que éstos trabajan, dando cuenta de las políticas gubernamentales que incentivan, o no, cierto tipo de trabajo científico (Portillo, 2016, pp. 16-19).

Por otro lado, entre los 617 artículos publicados en Comunicación y Sociedad desde 1987 (Gómez et al., 2022, p. 3), al menos 38 firmados por autores mexicanos contienen análisis de alguna o varias dimensiones del campo académico. Sin ese recorte de nacionalidad de los autores, cinco años antes el recuento de artículos sobre “campo académico”, en sus dos subcategorías de “Epistemología, teoría, metodología”, y de “Institucionalización, producción académica”, alcanzaba la suma de 51 (24%) de los 209 textos publicados entre 2004 y 2016 en los números 1 a 26 de la Nueva Época de la revista (Gómez et al., 2017, p. 32).

Esbozo de una posibilidad de futuro

El recuento hasta aquí desplegado, inevitablemente incompleto y sesgado, como reinterpretación de un campo previamente interpretado y como ejercicio de la reflexividad académica, puede desembocar en la insistencia sobre la importancia de compatibilizar la estadística y la historia como métodos fundamentales de la meta-investigación (Fuentes Navarro, 2019a), y de las prácticas cooperativas más que las competitivas en los procesos de meta-comunicación constitutivos de una comunidad científica comprometida como tal con sus entornos socioculturales, cuyas crisis y “desarticulaciones múltiples” se manifiestan cada vez más elocuentemente.

Ojalá en ese marco pudiera encontrarse -y verificarse sistemáticamente- algún sentido compartible sobre datos referidos al campo académico de la comunicación en México como los citados en el panel conmemorativo de los 40 años de la AMIC (Fuentes Navarro, 2019b): en un corpus formado por 6 066 documentos (844 libros y 5 222 capítulos y artículos de revistas académicas), publicados entre 1979 y 2018, los 40 años de existencia de la Asociación, se percibe un aumento constante de la proporción, que se ubica ya cerca del 20% del total, de las investigaciones que se ocupan de la propia investigación de la comunicación, sea en cuanto a los procesos de su institucionalización, organización y vinculación académicas, o sea en relación con su desarrollo epistemológico, teórico y metodológico. Ya hablar de meta-investigación de la comunicación en México es hablar de un creciente esfuerzo colectivo por aportar al propio campo académico análisis y reflexiones que pudieran debatirse y compartirse, algo que, no obstante, sucede todavía en muy escasa proporción. Y parece evidente que esa limitada capacidad de aprendizaje colectivo sería todavía menor si no fuera por la AMIC y muy pocas otras instancias institucionalizadas, pendientes constantemente de las condiciones contextuales del campo.

Ante los crecientes cuestionamientos públicos y la deslegitimación demagógica de las prácticas científicas y académicas todavía tan precariamente institucionalizadas en México, que reducen a estereotipos maniqueos las cada vez más complejas relaciones ciencia-sociedad, dentro y fuera de la academia, un recurso consistente puede ser el fortalecimiento de una perspectiva comunicacional crítica, articulada con procesos de meta-investigación, con evidencias empíricas no solo estadísticas y métodos de escala amplia no limitados a la interpretación histórica, siempre discutidos y evaluados colegiadamente. Suponiendo la viabilidad futura de procedimientos institucionales, pacíficos y democráticos en el país, ese sería uno de los más productivos ejes de desarrollo del “campo”, por venir en los próximos años.

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Anexo 1

Fuente: Fuentes Navarro (1998, p. 345).

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2Dos tomos más, productos de la sistematización documental, fueron publicados por el autor en 1996 (La investigación de la comunicación en México. Sistematización documental 1986-1994) y en 2003 (La investigación académica sobre comunicación en México. Sistematización documental 1995-2001). Las referencias contenidas en esos tres libros fueron convertidas a un formato digital para constituir la base de datos inicial del repositorio cc-doc, puesto a disposición abierta por el ITESO en octubre de 2003 (http://ccdoc.iteso.mx), y ha continuado actualizándose hasta la fecha.

3La expresión “field research”, traducida como “investigación de campo”, refiere a esa genérica fase empírica de recopilación de información en “el terreno” o “escenario natural” del objeto de estudio en ciencias sociales, que en todo caso es una fase genérica también de la investigación “sobre el campo de investigación” (field research on the research field).

4En 2006, el CIC-Museo de la Universidad Autónoma de Baja California convocó en Mexicali a una “reflexión colectiva” sobre las “transiciones y desafíos del campo académico de la comunicación” donde se expuso un trabajo sobre “La triple marginalidad de los estudios sobre comunicación en México: una revisión actual”, posteriormente publicado en la revista Culturales en el que se afirmaron “ciertas tendencias, sobre todo cuantitativas, que indican que se va remontando paulatinamente algún grado de marginalidad de nuestro campo, pero el esquema general sigue siendo válido” (Fuentes Navarro, 2007, p. 42).

5Todavía aquí se utilizaba la acepción “simple” de área delimitada (field) para denominar “campo” a un área de estudios, pues siguiendo distintas tradiciones de la sociología del conocimiento, los modelos teóricos predominantes referían a términos tan diversos como “disciplina”, “paradigma” o incluso “sistema”. Puede encontrarse una detallada reconstrucción del proceso que llevó a adoptar una combinación de aportes de Bourdieu y Giddens sobre todo, en medio del juego de “campos, disciplinas, profesiones” de la comunicación, en un texto publicado en 1995 (Fuentes Navarro, 1995).

6INTERCOM: Sociedade Brasileira de Estudos Interdisciplinares da Comunicação.

7CONEICC: Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

8La dimensión praxeológica en la investigación social refiere a métodos que son, al mismo tiempo, instrumentos de conocimiento y de intervención sobre la realidad, como “la semiología, el análisis de sistemas, la teoría de la información y sus derivados”. Según Martín Serrano (1978), “desde el punto de vista de una epistemología praxeológica, las ciencias sociales se ocupan del conocimiento que permite controlar la reproducción y el cambio de los sistemas sociales” (pp. 20-21).

9Ya aquí, “campo académico” (“champ” y no “field”) es el concepto construido y adoptado para este estudio, derivado específicamente del “campo científico” (1975) y del “campo universitario” de Bourdieu (1988), consistente en un espacio sociocultural de posiciones objetivas donde los agentes luchan por la apropiación del capital común, referido a su vez, siguiendo a Giddens (1984), a la estructuración institucional de una especialidad de producción y reproducción del conocimiento.

10Esa referencia temporal remite, aproximadamente, al periodo 1970-1995.

11Como la International Communication Association (ICA), la International Association for Media and Communication Research (IAMCR), la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación (ALAIC) y la Asociación Iberoamericana de Investigadores de la Comunicación (AssIBERCOM).

12Según Latapí (1979), “una profesión -cualquiera-, no es la prestación de un servicio de un individuo a otro individuo. Es un conjunto de relaciones estables entre hombres con necesidades y hombres con la capacidad de satisfacerlas. Por esto, las profesiones adquieren modos de funcionamiento acordes con la formación social en que están insertas. Por esto son estructuras sociales” (p. 200).

13Cabe recordar que el diseño y la instrumentación empírica del estudio se organizaron siguiendo el “paradigma analítico” propuesto por Thompson en Ideología y Cultura Moderna (1993), como “marco metodológico de la hermenéutica profunda”, en tres fases y operaciones, lógica, aunque no temporalmente sucesivas, denominadas “Sistematización de representaciones”, “Análisis estructurales”, y “Reinterpretación” (Fuentes Navarro, 1998, pp. 75-77).

15Aunque es difícil trazar una línea divisoria clara, varios estudios publicados en México que problematizaban el estudio de la comunicación, sin referirlo a modelos de campo, pueden considerarse “antecedentes” relevantes, como los de Jiménez (1982), Corral (1982), López Veneroni (1989) y del Río Reynaga (1993), todos ellos originados en la Universidad Nacional Autónoma de México.

16Aunque León Barrios considera que “se empieza a notar el efecto de las mediaciones campales en la formación de agentes académicos que reconocen la importancia de reflexionar sobre el metaobjeto CAMC”, sus propios datos indican únicamente nueve nombres de “investigadores con tres textos o más” en el periodo, y 37 de los 119 documentos (31%) corresponden a Fuentes Navarro.

17También se encuentran aportes analíticos de este género en los libros coordinados por Martell (2004), Cornejo y Guerrero (2011), Padilla y Herrera (2016) y Vaca y Guerrero (2021a, 2021b).

Cómo citar este artículo:

Fuentes Navarro, R. (2022). Trayectorias sobre el campo en el campo: meta-investigación académica de la comunicación en México. Comunicación y Sociedad, e8538. https://doi.org/10.32870/cys.v2022.8538

Recibido: 24 de Febrero de 2022; Aprobado: 26 de Abril de 2022; Publicado: 07 de Septiembre de 2022

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