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Comunicación y sociedad

versão impressa ISSN 0188-252X

Comun. soc vol.16  Guadalajara  2019  Epub 10-Jul-2019

https://doi.org/10.32870/cys.v2019i0.7299 

Tecnopolítica y ciudadanía digital

La posibilidad tecnopolítica. Activismos contemporáneos y dispositivos para la acción. Los casos de las redes feministas y Rexiste

Juan Manuel Avalos González1 
http://orcid.org/0000-0001-6354-8610

1Universidad Iberoamericana Tijuana, México. manuel.avalos@tijuana.ibero.mx


RESUMEN

En este artículo se analiza la producción política de jóvenes activistas que puede reconocerse en claves contemporánea y tecnopolítica. Se aproxima al activismo que emplea tecnologías comunicativas para disputar la hegemonía a través de la cual sus participantes proyectan sus códigos y valores en torno a un conflicto. Para el análisis se recurre a dos experiencias juveniles de activismo político posteriores al movimiento YoSoy132.

Palabras clave: Activismo político; acciones colectivas; subjetividades juveniles; tecnopolítica; tecnologías comunicativas

ABSTRACT

This article analyzes the political production of young activists, recognizable in contemporary and technopolitical codes. It approaches to the activism that uses communicative technologies that make possible the hegemony dispute through which young activists project their codes and values around disputes and conflicts. The analysis draws from two youth experiences of political activism that took place after the YoSoy132 movement.

Keywords: Political activism; collective actions; youth subjectivities; technopolitics; communicative technologies

Introducción

Existe una densidad de reflexiones sobre las tecnologías y la cultura digital como resultado de la gran cantidad de autores e investigadores interesados por su comprensión. La significación deslumbrante de lo tecnológico no es la excepción cuando se analizan los movimientos sociales y el activismo, pues como ha sido evidente en las experiencias sociopolíticas de los últimos años, desde la Primavera Árabe hasta Nuit Debout, pasando por Occupy Wall Street, Indignados, y YoSoy132, el papel de las tecnologías ha sido relevante y característico de la producción política de nueva data. En palabras de Benson (2015), académico y activista, “desde 2010, hemos presenciado una ola de levantamiento global sin precedentes protagonizado por jóvenes, nucleado por las redes, incubado por renovadas tácticas de disidencia, ensayado con nuevas formas de participación y propagado un torrente de creatividad e imaginación” (p. 112), donde la comunicación que transita por los medios digitales e interactivos hace reapropiable los repertorios y las formas de organización y participación política.

Los activistas, la conformación de acciones colectivas de la mano de las tecnologías, y los contextos del presente -amalgamados como objeto de estudio en una diversidad de campos académicos- han recibido mucha atención, particularmente desde la irrupción de Internet. Resulta de interés específico rescatar las escalas que ha tenido la relación entre la producción política y lo tecnológico. Por un lado, desde los estudios de los movimientos sociales, el reconocimiento de la tecnología ha estado determinado por la idea de reconocerla como una herramienta vinculada al aumento de capacidades en términos de flujos de información y conexión (véase della Porta & Diani, 2006; van de Donk, Loader, Nixon & Rucht, 2004). Por otro lado, dentro de los ámbitos de los nuevos medios y los estudios de comunicación, la objetivación de la tecnología se ancla a los procesos de organización y desarrollo de las movilizaciones, muchas veces con atenuantes demarcados por la idea del mundo digital, como en los casos de la ciudadanía digital (Mossberger, Tolbert & McNeil, 2008), el ciberactivismo (Bell, 2007; Khan & Kellner, 2007), el activismo digital (Joyce, 2010) o los nuevos medios alternativos (Downing, 2010; Guedes, Cammaerts & Carpentier, 2007). Como analistas de las transformaciones que suscitaron formas concretas de acción dentro de las movilizaciones de la época reciente, estos autores dirigieron su atención hacia una serie de procesos y características que les permitieron sostener que en la tecnología reside el gran cambio de la participación y la acción política.

Lo que estos autores descuidaron en sus conceptualizaciones es la indisociable constitución de la producción política de las movilizaciones organizadas que incorpora acciones colectivas en los espacios físicos y en los entornos digitales. De tal manera que la dicotomía de lo real y lo virtual, y la concepción sin límites de la tecnología, provocaron la generación de un aura emancipatorio per se de los grupos de activistas y ciudadanos a raíz del uso y posesión de tecnologías. El problema también radica en la descontextualización de los procesos que suele propiciar una concepción de lo tecnológico anclada solo en términos de los mundos virtuales y que omite la premisa metodológica precisada por Mosca (2014) que refiere que el recorrido de las prácticas de activismo se da tanto en los espacios físicos como en Internet.

En este texto tomaré como punto de partida la relación entre activismo y tecnologías comunicativas para analizar la producción política en clave contemporánea, a partir de experiencias juveniles posteriores al movimiento YoSoy132 en México. Exploro en específico algunas características de las culturas políticas juveniles que posibilitan una disputa de hegemonía vinculada a la potenciación de las acciones colectivas, que es resultado del uso estratégico de tecnologías y plataformas digitales e interactivas. Me dedicaré a argumentar, a partir de los casos de las redes de activismo feminista de Guadalajara y del colectivo Rexiste de Ciudad de México -particularmente tomando como referencia las experiencias y los sentidos de los jóvenes- que el activismo encuentra a la tecnopolítica desde los usos estratégicos de tecnologías comunicativas que surgen de una conceptualización comunicacional, asociada a la misma producción política que tiene en su punto cero un conjunto de ideas, nociones y orientaciones que suscitan la apuesta por lo tecnológico como una predisposición.

Con la intención de explorar lo distintivo del activismo político actual, el primer caso es un relato en el que recupero la experiencia de una mujer joven que participa intensamente en la red de activismo feminista de Guadalajara, que permite enfatizar los lindes del pensamiento comunicacional que se articula a los repertorios de acción de las resistencias y movilizaciones. En cambio, el segundo caso tiene en el centro al colectivo Rexiste de Ciudad de México, a partir del cual busco precisar los elementos clave de la performatividad política y, en general, de las estrategias de activismo y las estéticas que la materializan. Mi interés por estos casos intenta llamar la atención sobre la importancia de calibrar los factores que concretan y materializan la posibilidad tecnopolítica, en función de las prácticas de activismo y la dimensión simbólica en donde se recrea su configuración.

Movimientos sociales y acciones colectivas

Snow, della Porta, Klandermans y McAdam (2013) señalan que los movimientos sociales han tenido un rol clave en el desarrollo de las transformaciones sociales y políticas a través de la historia humana o, como precisa Castells (2015), estos son actores de los cambios históricos, pues “los cambios que se producen son siempre cambios impulsados, imaginados, por movimientos sociales” (p. 52). Para Melucci (1996) los movimientos sociales son una construcción social y una forma de comportamiento colectivo que se constituyen de un sentido de solidaridad entre sus miembros, de un conflicto y de una transgresión de las acciones de quienes se movilizan frente al sistema político. En términos de Jaspers (2014), los movimientos sociales y las acciones colectivas que les constituyen refieren a actitudes individuales, emociones en contextos sociales y procesos de interacción entre actores sociales. El anterior es un enmarcamiento fundamental, pues como señala Melucci (1996), los movimientos sociales se han desplazado a los ámbitos culturales debido a que los conflictos sociales se encuentran vinculados a “las dimensiones cruciales de la vida cotidiana” (p. 8).

Mientras della Porta (2013) advierte la característica transnacional de las movilizaciones contemporáneas, donde destacan las referencias de lucha de diversas experiencias geográficamente distantes y una concepción simbólica de las acciones que las integran. Castells (2012a) plantea la importancia de pensar en la proyección mediática de los movimientos sociales debido a que las tecnologías representan un recurso potente para negociar significaciones en la esfera pública. Ahora bien, a pesar de los rasgos emergentes de las movilizaciones organizadas, las acciones colectivas mantienen un valor central en su constitución. Según Melucci (1996), las acciones colectivas son un conjunto de prácticas sociales que resultan de la participación consciente de personas que actúan de manera colectiva y que exhiben características constitutivas similares en contigüidad de tiempo y espacio dentro de un campo social de relaciones. Para este autor la acción colectiva se relaciona con un potencial de movilización que permite a las personas negociar sus posibilidades y límites en torno a la acción, con determinadas redes que habilitan la incorporación de más individuos participantes y con la motivación que construyen estos en sus interacciones con los grupos convocados. Sin embargo, las interrelaciones anteriores solo pueden concebirse si forman parte de un proceso de configuración de identidad colectiva, como apunta Melucci (1996), que refiere a la identificación producida y compartida por quienes participan en las acciones colectivas y que es resultado de sus interacciones.

Recupero el razonamiento de Nunes (2014) para cernir y matizar los procesos definidos hasta el momento en torno a las acciones colectivas. Según este autor, la organización y desarrollo de estas pasan por la articulación entre sistema red y movimiento red. El primer concepto refiere a un sistema de diferentes redes compuestas por personas, grupos (temporales o permanentes, formales o informales), cuentas de redes sociodigitales y espacios (físicos y digitales) que conforman diferentes capas de interacciones. En cambio, el segundo concepto alude a los elementos y actores del sistema que sostienen interacciones a partir de un reconocimiento y un conjunto de metas, acciones y afectos compartidos. Esto significa que el sistema red es el esquema amplio de interacción entre actores, y el movimiento red es el acto de autorreconocimiento e identificación de estos frente a un tema o causa. Empero, a mi entender, un aspecto clave se traduce en la existencia de niveles intermedios de relaciones e interacciones asociadas a las acciones colectivas que dan cuerpo a los movimientos sociales, aspecto que vislumbra el campo de acción del activismo que transcurre mediante la adscripción o en referencia a los colectivos.

La variable tecnológica es otro elemento fundamental de la producción política del activismo y los movimientos sociales. Además de las funciones de las acciones colectivas orientadas por los objetivos de las movilizaciones, estas también representan mensajes para la sociedad a través de los cuales es posible cuestionar las lógicas de la reproducción social (Melucci, 1996). De esta manera, los movimientos sociales anuncian el inicio del cambio -como el “tiempo-ahora” de Benjamin (1989)-, característica que Eyerman (2006) enmarca dentro de las lógicas internas y externas de la performatividad política de oposición de las protestas y expresiones de disidencia, y que incluye los espacios interrelacionados de la acción colectiva, los oponentes y el público en general. Por lo tanto, la dimensión comunicativa de las acciones colectivas cobra mayor centralidad en la actualidad, debido tanto a los escenarios mediáticos como a las disposiciones de los activistas para desarrollar prácticas de activismo que se sustentan en prácticas de comunicación, mediante la apropiación de tecnologías y medios digitales e interactivos.

Para Mattoni y Treré (2014) las prácticas de activismo tienen una característica mediática que es resultado de prácticas sociales y comunicativas, que aluden tanto a procesos de participación y organización de acciones colectivas, como a flujos de información e interacción en el entorno más amplio. Por su parte, Bustamante (2014) destaca la existencia de un proceso de activación digital que tiene lugar dentro de las movilizaciones y resistencias, donde resalta el carácter mediático de las prácticas comunicativas que transcurren por las redes multimedia globales que “se encuentran vinculadas a las prácticas performativas de la protesta y la vida cotidiana, en función de los malestares y los fines que movilizan a sus participantes” (p. 66). Concuerdo con estos autores en el sentido de que la producción política se desarrolla en escenarios altamente mediatizados, no obstante, desde mi perspectiva, esta condición de la acción colectiva no radica en una impronta mediática que poseen como algo dado en su constitución. Al contrario, mi argumento gira en torno a la idea de que esta condición se manifiesta solo si las personas dentro de las movilizaciones organizadas detonan procedimientos y acciones a partir de nociones y estrategias que se articulan a alfabetismos digitales.

della Porta y Diani (2006) precisaron que las tecnologías expandieron las capacidades de otros medios, y, por lo tanto, generaron nuevas opciones para las movilizaciones. En cambio, Gerbaudo (2012) advierte que las tecnologías han reconfigurado los repertorios de comunicación disponibles para quienes participan de las protestas, habilitando nuevas alternativas para propiciar el acto de reunión de las personas en el espacio público. La diferencia entre estas nociones radica en la dimensión simbólica que reviste a la tecnología, que permite trascender la idea de que las tecnologías son solo herramientas. Recupero la noción de “dispositivo” de Agamben (2015) para argumentar que los usos de tecnologías en la producción política no se reducen al empleo de herramientas. Para este autor “los dispositivos siempre deben implicar un proceso de subjetivación, es decir, deben producir su sujeto” (p. 21). De tal manera que la relación de personas y tecnologías implica no solo una percepción de la realidad, como enfatizó Benjamin (1989), sino que también modela una forma de actuación. Esto me permite señalar que, dentro de la producción política, las tecnologías comunicativas deben ser reconocidas como “dispositivos para la acción” que, junto con el pacto comunicacional posibilitado por el vínculo de los actores sociales con lo interactivo, permite a los activistas desarrollar procesos de comunicación y organización, disputar significados en el espacio público y concretar dinámicas de interpelación.

Castells (2012a) advierte la existencia de procesos de resistencia al poder que cuentan con valores, intereses y proyectos por fuera de las redes hegemónicas. Para este autor, la posibilidad de producir mensajes autónomos es clave pues “los ciudadanos de la era de la información pueden inventar nuevos programas para sus vidas … subvierten la práctica habitual de comunicación ocupando el medio y creando el mensaje” (2012b, p. 26). En ese sentido, la subversión desde la comunicación vislumbra el contrapoder, pues según Castells (2012b), corresponde al “intento deliberado de cambiar las relaciones de poder” que “se activa mediante la reprogramación de redes en torno a intereses y valores alternativos o mediante la interrupción de las conexiones dominantes y la conexión de redes de resistencia y cambio social” (p. 26).

En consecuencia, el activismo y la producción política devienen contrapoder y llevan al límite las coordenadas que estructuran el imaginario social y político, es decir, las prácticas de activismo descolocan y disputan significados en relación con los conflictos frente a los cuales entran en juego las acciones colectivas. Así, dicho proceso puede entenderse como una disputa de los términos hegemónicos que rigen la comprensión sobre la realidad y los sucesos de los conflictos. Este proceso también remite a la articulación entre comunicación y acción, desde la concepción de Jensen (2010), y en sintonía con el concepto de tecnopolítica que Toret (2015) define como “el uso táctico y estratégico de las herramientas digitales para la organización, la comunicación y la acción colectiva” (pp. 35-36).

Estrategias de activismo y tecnopolítica

En otro trabajo he definido el activismo político juvenil contemporáneo como la participación de los actores sociales jóvenes en la organización, desarrollo y difusión de acciones colectivas, a partir de un conjunto de posicionamientos sociopolíticos respecto a una causa o frente a un conflicto social y mediante el uso estratégico de tecnologías comunicativas para convocar a otros actores sociales y disputar hegemonía (Avalos, 2018). En ese sentido, dos condiciones fundamentales del activismo son: la condición relacional de la participación a un contexto social concreto y el elemento tecnológico como potenciador de los procesos organizativos y de las estrategias de activismo de interlocución e interpelación, así como de disputa de códigos y valores.

Los usos de las tecnologías comunicativas por parte de los activistas refieren al empleo reiterado de repertorios de acción, sin embargo, las diferencias estriban en las ideas en torno a los dispositivos tecnológicos y las habilidades que han sido adquiridas con la experiencia. Esta diversidad de usos alude, por un lado, a las prácticas de activismo que implican el manejo de cámaras, computadoras, teléfonos móviles y redes sociodigitales para la convocatoria, organización y difusión de las acciones colectivas, usos que identifico como derivados de las capacidades técnicas de las tecnologías y plataformas. Por otro lado, el sentido estratégico de las prácticas en el transcurso y desarrollo de las protestas, ocupaciones y acciones directas confiere un uso diferenciado, un uso estratégico de las tecnologías comunicativas; me refiero al registro y circulación de las acciones en tiempo real para articular los hechos y vivencias a otras experiencias en distintas ciudades y para sumar significaciones a las movilizaciones y resistencias en sentido más general.

En consonancia con lo que señalé en el apartado anterior, los usos estratégicos de tecnologías comunicativas restablecen la concepción de lo tecnológico más allá de la idea de herramienta y le colocan un significado como dispositivos para la acción que se encuentran entrelazados con procesos de subjetividad diferenciados según las condiciones contextuales de los activistas, incluidas sus propias trayectorias dentro del espacio social.2 Lo tecnológico, desde su acepción estratégica, y los procesos de subjetivación, derivan en una potenciación de la acción colectiva, justo como ha señalado Toret (2015) en la definición de tecnopolítica, que inscribe el uso táctico y estratégico de las herramientas digitales para la organización, la comunicación y la acción.

Es fundamental señalar que el uso del término tecnopolítica se ha orientado al reconocimiento de la interrelación entre gobierno, política y tecnología (Barry, 2001), como una forma de gobierno de una sociedad tecnologizada en términos espaciales y de ciudadanía en relación con habilidades técnicas, capacidades y formas de conocimiento de los individuos. Un segundo uso del concepto está relacionado directamente a los usos de tecnologías por parte de grupos de oposición y movimientos sociales que son ajenos a la ruta mainstream (Kellner, 1999), donde sobresale el dominio contestatario de los usuarios anclado a los ámbitos de la cibercultura. De manera más reciente, Treré y Barranquero (2018) señalan que efectivamente dos usos del término remiten, por un lado, a la innovación científica, a la transferencia tecnológica y su distribución geopolítica, es decir, se concibe un sentido amplio de la tecnología. Por otro lado, remiten a la relación entre tecnología y esfera política que incide en la transformación de los espacios, tiempos y procesos políticos que condicionan nuevas formas de participación de los ciudadanos, pero también permiten la emergencia de formas de opresión y control político.

Los condicionantes del activismo señalados anteriormente suscitan diversas formas de organización y producción política por parte de los colectivos juveniles, cuestión que inhabilita la naturalización de los usos de las tecnologías dentro de los escenarios donde se recrea la cotidianidad de los jóvenes y concede un espacio fértil para el análisis a la perspectiva del proceso de apropiación que según Sierra y Gravante (2018), implica usos creativos, una dimensión emocional, una forma colectiva de proceder y un proceso de empoderamiento de los activistas.

Para enfatizar el carácter heterogéneo de la producción política que se recrea en las lógicas participativas y conectivas que conforman la cultura digital actual, y a partir del uso de tecnologías comunicativas por parte de los jóvenes activistas, recupero la categoría analítica de producción de presencia que propone Reguillo (2017) para la comprensión de las estrategias y tácticas desarrolladas por los participantes de los movimientos sociales en los entornos de la calle e Internet, para obtener visibilidad y posiciones favorables para materializar la disputa de códigos y valores en torno a los conflictos sociales.

Las estrategias de activismo desarrolladas por los jóvenes activistas junto con las tecnologías comunicativas dan lugar a procesos de conceptualización de las protestas, ocupaciones o acciones directas en la medida en que buscan proyectar la presencia de algún conflicto, convocar a la participación de la gente y retar el horizonte de sentido que permite comprender la problemática identificada. En ese proceso, el pensamiento comunicacional confiere centralidad a la construcción de narrativas contrahegemónicas, puesto que desde la posición de los activistas se construye una perspectiva para contar una historia sobre los sucesos, la cual difiere de las explicaciones de los gobiernos y actores económicos, que a su vez define una dinámica de interlocución en la que participan diversos actores y grupos y que es posible gracias al vínculo con lo interactivo de los medios digitales y las tecnologías comunicativas.

Los códigos y valores de los activistas configuran contenidos comunicativos que abren la narrativa al contacto entre personas, grupos y redes para incidir en la construcción de una gran conversación sobre el conflicto, dinámica en la que participan distintas comunidades interpretativas que pueden convertirse en comunidades de acción. Las narrativas contrahegemónicas las reconozco como parte de un proceso de disputa de hegemonía que se integra de una doble dimensión: la parte simbólica de las ideas y las orientaciones, y la parte material de las prácticas y posiciones objetivas de los activistas dentro de colectividades; ambas, en conjunto, buscan la construcción de nuevos imaginarios sociales y pautas de transformación social.3

Sin embargo, a la capacidad de enunciación y de generación de contenidos por parte de los activistas se anteponen algunas vicisitudes que aluden al poder mediático constituido por los medios de comunicación masiva, que suelen estar articulados a la defensa del capital y el statu quo, y, en términos de Reguillo (2008), a la tensión entre poder de representación y espacio interpretativo que habilita dicha dinámica comunicacional. Me refiero a que la disputa de hegemonía suele estar determinada o condicionada por lo que Suzina y Pleyers (2016) llaman asimetría de representaciones, que refiere a la disparidad para generar visibilidad que impera en los ecosistemas comunicacionales actuales, donde a las representaciones elaboradas por los activistas se anteponen el poder mediático. Por lo tanto, la oposición entre narrativas contrahegemónicas y poder mediático habilita o constriñe la capacidad de los activistas para abrir espacios interpretativos, donde su lectura y relato de los sucesos pueden encarnar un dispositivo que subvierta la narrativa dominante o hegemónica.

Nota metodológica

Este trabajo se enmarca en mi apuesta por la comprensión sobre los movimientos sociales y el activismo político contemporáneo donde los jóvenes son protagonistas, evidenciando usos de tecnologías y estéticas múltiples en la concreción de sus acciones contenciosas. Desde 2011 he desarrollado diversos acercamientos a las experiencias juveniles de Guadalajara, Ciudad de México y Tijuana, mediante la realización de entrevistas, la observación de protestas y la documentación hemerográfica. No obstante, fue entre 2014 y 2016, mediante el proyecto de investigación que dio lugar al libro Activismos políticos contemporáneos. Juventudes, movilizaciones y comunicación en Guadalajara, publicado en 2018 por el Instituto Mexicano de la Juventud, que logré consolidar un diseño metodológico integral para aproximarme al proceso de conformación del activismo político desde la participación de jóvenes en acciones colectivas. De manera particular, analicé la organización, desarrollo y la difusión de las acciones colectivas, a través de prácticas sociopolíticas y el uso de tecnologías comunicativas. En este proyecto recurrí a la etnografía para solventar la generación de datos que fuera pertinente al objeto de estudio, de tal manera que trabajé con discursos y observación de prácticas de activismo, combinando el desarrollo de entrevistas a profundidad y observación de protestas y plataformas digitales e interactivas como Facebook, Twitter y YouTube.

El material empírico analizado para este trabajo se desprende de algunas entrevistas realizadas para el proyecto referido, así como de la observación y seguimiento a casos específicos de la producción política de colectivos y redes de activismo del México contemporáneo. Los datos que aquí analizo los presento en forma de relato, con la finalidad de condensar lo distinguible de las experiencias sociopolíticas y narrar lo relevante de la vida de algunos jóvenes en torno a la relación de las acciones colectivas y los usos estratégicos de tecnologías comunicativas.

En primer lugar, narro la experiencia de una joven activista que inició su trayectoria en las movilizaciones organizadas en el movimiento YoSoy132 y que decidió volcarse a la lucha feminista como resultado de una transición política biográfica, que agrupó sus malestares en relación con las asimetrías de género identificadas en sus vivencias y su búsqueda por pertenecer a una comunidad de convivencia acorde a sus intereses. Este relato no solo es significativo por el punto de inflexión en términos biográficos, sino también por la convergencia del desplazamiento de esta joven con los grupos o colectivas de mujeres que encarnan las redes de activismo feminista que existen en diferentes ciudades del país.

El relato está elaborado a partir de las entrevistas que realicé a Mariana el 5 de agosto y el 23 de noviembre de 2015 y el 28 de junio de 2017, así como de las comunicaciones personales del 29 y 30 de agosto de 2018. En las dos primeras entrevistas abordé su experiencia de participación política y construí su trayectoria de activismo para reconocer las convergencias entre su desplazamiento individual y sus encuentros colectivos. En cambio, en la tercera entrevista, realizada por videoconferencia, dialogué con ella sobre su valoración respecto al papel de los medios de comunicación masivos e interactivos dentro de la lucha feminista. Es importante señalar que para referirme a su historia utilizo un seudónimo con la finalidad de proteger su identidad.

En segundo lugar, construyo el caso de un colectivo de activismo que deriva de la transformación del movimiento YoSoy132, que hace manifiesto una conceptualización sofisticada de la producción política en términos comunicacionales y tecnopolíticos. El relato lo he construido con la información del sitio www.rexiste.org y la observación sistemática de Facebook y Twitter durante las principales protestas acaecidas entre 2014 y 2016, con las comunicaciones personales con el colectivo del 9 de mayo de 2017 y con los datos de referencia que surgieron tanto en las entrevistas a profundidad realizadas con los activistas del colectivo Másde131 iteso de Guadalajara, en el marco del proyecto antes referido, como en algunas comunicaciones personales con activistas de la Ciudad de México.

Producción política juvenil y dispositivos para la acción

El activismo político que se recrea entre los escenarios de la calle y de la cultura digital define procesos diferenciados de construcción de experiencia y sentido, no solo por las prácticas y estrategias de activismo que definen la organización y producción política actual -que van de la mano de los dispositivos y tecnologías comunicativas- sino por las nociones y predisposiciones para incorporar estos dispositivos a los repertorios de acción y comunicación.

En este apartado presento dos casos de análisis para interpretar las experiencias de producción de presencia y de disputa de hegemonía en dos registros espacio-temporales distintos. Como señalé en el apartado anterior, el primero es un relato sobre el activismo ejercido por Mariana, quien ha vivido un proceso de intensificación dentro de su experiencia de organización y producción política que se ha acompañado de una reflexividad en torno a las estrategias de activismo y comunicación y, en particular, a partir de los usos de tecnologías comunicativas en la organización, desarrollo y difusión de las acciones colectivas. En cambio, el segundo remite al caso de Rexiste, colectivo que es resultado de la transformación del movimiento Yosoy132, que emplea como estrategia de desestabilización y la intervención de los discursos políticos mediante el uso de tecnologías.

Nociones de sobrevivencia y lucha, redes de activismo feminista

Este relato se ubica en Guadalajara, ciudad que dentro de la coyuntura de participación política que he referido en otro trabajo (Avalos, 2018), se ha logrado articular a las expresiones sociopolíticas de la Ciudad de México, gracias a las relaciones de cercanía de algunos grupos y colectivos. La historia contenida en este relato se conforma de sucesos que tuvieron lugar entre 2012 y 2017 y remite a la producción política juvenil que surge de las reivindicaciones y posiciones en torno al género y al feminismo.

A partir del 2012 las redes de activismo feminista se nutrieron del movimiento YoSoy132, acontecimiento que interrumpió las trayectorias biográficas de muchas jóvenes y que posibilitó una secuencia de transiciones políticas en cuanto a las nociones y posicionamientos dentro de las resistencias y movilizaciones, pero también en relación con los repertorios de acción empleados en estas experiencias. Mariana, joven profesionista que participó en YoSoy132, y que actualmente forma parte de las redes de activismo feminista de esta ciudad, colabora en el proyecto Femi Bici y en las campañas #YoVoy8deMarzo y #CallesSinAcoso, escenarios que le permiten sostener interacciones intergeneracionales y entre diferentes estructuras organizativas de la política institucionalizada y no formal.

La experiencia de Mariana en el activismo político tiene como antecedentes directos las movilizaciones estudiantiles y la lucha por justicia frente a algunos casos de feminicidio de la Ciudad de México. Su incorporación al Yosoy132 no solo consolidó su participación en términos de organización, sino que también reflexionó las inequidades de género dentro de los grupos mixtos de activismo y recuperó su determinación por los temas de justicia y género; por ello decidió transitar a las redes de activismo feminista, que se caracterizan por articularse en función de causas específicas, circunstancia que define la temporalidad de sus conexiones y colaboraciones.

De manera intercalada, según refirió en nuestros encuentros, la agenda de actividades en la que participa actualmente se conforma de espacios de encuentro para el estudio y el intercambio de ideas, de la construcción de redes de mujeres para el acompañamiento e intercambio de afectos para quienes son víctimas de la violencia y de organización de protestas y acciones directas para sostener la sobrevivencia y la defensa de la vida frente a la misoginia, el acoso y la violencia machista.

Como resultado de sus trayectos dentro de la lucha feminista, Mariana ha reflexionado y puesto en práctica un conjunto de saberes relacionados con la organización y el desarrollo de protestas y espacios para el diálogo, así como con los usos de tecnologías comunicativas que son transversales a estas actividades y que también se orientan a la convocatoria e interpelación de la sociedad y a la disputa de narrativas en torno a los feminicidios y la violencia de género. En 2017, después de cinco años de una intensificación de su experiencia de participación, Mariana ya había aprendido y dominado el lenguaje interactivo de las redes sociodigitales, particularmente orientado a la conceptualización de las acciones colectivas y al diseño-circulación de convocatorias en Facebook y Twitter.

De manera reciente, y como continuación de la experiencia de las jóvenes feministas respecto al 24 de abril de 2016 -donde se posicionó en el espacio público la propuesta de despenalización del aborto- Mariana trabajó en el diseño de la campaña “Aborto Legal México” que se preparó para el 28 de septiembre de 2018 y que buscó impulsar de nueva cuenta esta propuesta en el país. Esta acción colectiva, que se materializó tanto en las calles como en Internet, se organizó en sentido articulado entre distintas ciudades de México, proceso de trabajo en el que Mariana se encargó de diseñar carteles y logos desde la perspectiva feminista (véase Figura 1).

Fuente: Captura de pantalla de Twitter, 2018.

Figura 1 El diseño y la conceptualización feminista por el #AbortoLegal en México 

Ahora bien, cuando advierto los saberes y las prácticas desarrolladas por ella que están vinculadas a las plataformas digitales y las tecnologías comunicativas, me refiero a las actividades que constituyen su estrategia para diseñar e impulsar las convocatorias de las acciones colectivas, donde destacan las reuniones de trabajo para la discusión de la idea principal que define la protesta o la acción directa, la traducción de esta idea a un hashtag que condense el sentido de dicha conceptualización, el diseño de los materiales visuales que serán incorporados a las publicaciones de las redes sociodigitales de los colectivos de la red y las pautas de las publicaciones que corresponden a la comunicación en tiempo real y a la difusión que proyecta el recuento final de las actividades realizadas.

Mariana también comprendió la relevancia de la comunicación para el activismo y los movimientos sociales. Por un lado, en relación con el papel de los medios de comunicación masiva que juegan un papel clave en la criminalización y la estigmatización de la protesta y respecto a la construcción de visibilidad y las consecuencias de la enunciación, donde destaca la desacreditación y la doble victimización. Por otro lado, su aprendizaje implicó una reflexión sobre la creación y difusión de protestas y acciones directas a partir de los criterios del hashtag, que permite buscar la conexión de las personas y delinear una perspectiva para comprender el conflicto.

Rexiste: desde las calles y las redes se nombra

Derivado del momento YoSoy132 en 2012, Rexiste apareció en la escena pública del activismo en México para defender la vida y la dignidad en un contexto cifrado por múltiples violencias y relaciones de connivencia entre las instituciones del Estado y el crimen organizado. El objetivo particular del proyecto es la “reinvención de los modos de intervención del debate público”4 y a partir de las referencias y nociones para hacer política (humor, burla, arte, fiesta), apostaron por su autoreconocimiento como un personaje de ficción.

Rexiste, colectivo de los tiempos y lógicas posteriores al YoSoy132, emergió con la hipótesis de hackear el discurso político a través de un dron grafitero, lo que implicó un proceso de diseño particular: la determinación por un dispositivo novedoso para las acciones contenciosas, y la apuesta por el personaje Droncita y la construcción de una narrativa que enmarcara sus actividades. De esta manera, tanto la desestabili+ zación y la intervención de los discursos contaron con una plataforma narrativa que fue elaborada en código abierto y replicable para producir narrativas contrahegemónicas con la intención de contaminar y disputar la agenda política y sus discursos.

Rexiste participó en las movilizaciones ciudadanas por la justicia de Ayotzinapa entre 2014 y 2015.5 Una de sus actuaciones iniciales más relevantes fue la pinta monumental “Fue el Estado” que realizaron en la explanada del Zócalo de la Ciudad de México el 22 de octubre de 2014 (véase Figura 2). Con esta pieza, resultado del uso de 30 litros de pintura, un registro y una estrategia de circulación que generaron un mensaje viral, el colectivo recuperó la consigna que imputó responsabilidad al Estado mexicano por la desaparición forzada de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Isidro Burgos en Iguala, Guerrero.

Fuente: Perfil de Twitter @Lalo777.

Figura 2 Pinta monumental “Fue el estado” realizada por rexiste 

Casi al cumplirse un año de la resistencia por Ayotzinapa, el 24 de septiembre de 2015, Rexiste publicó el video “Es hora de cambiarlo todo” en su canal de YouTube. La principal protagonista es Droncita, quien exige la renuncia del presidente Enrique Peña Nieto por el montaje del engaño que las instituciones mexicanas buscaron sostener por medio de la “verdad oficial” de la Procuraduría General de la República (PGR). La secuencia de acción principal remite a la sentencia que Droncita hace al presidente: “trataste de encuartelar la verdad, trataste de engañarnos; es hora de cambiarlo todo”,6 al tiempo que unos trazos de pintura roja borran el rostro de la figura de Peña, que yace pintada en una pared, y aparece la consigna “¡Que se vaya!”.

Otro video que forma parte de la estrategia de subversión narrativa en torno a Ayotzinapa se titula “The Hunger Games Mexico” y fue publicado en YouTube el 4 de octubre de 2015. La primera parte del video inicia con una toma de la explanada del Zócalo de la Ciudad de México que está ocupada por cientos de manifestantes que se dieron cita el 2 de octubre de 2015 para asistir a un mitin organizado por el Comité 68 y las familias de Ayotzinapa. El audio refiere al mensaje que el gobierno comenzó a transmitir desde los altavoces de Palacio Nacional, donde se advertía el respeto a los derechos constitucionales de las personas a manifestarse y la actuación de las autoridades conforme a la ley para mantener la seguridad y el orden público.

Sin embargo, el corte hacia la segunda parte del video se desarrolla con irrupción de algunas detonaciones y el vaciamiento de las personas de la explanada, que refiere al inicio de un desmedido operativo de seguridad ejecutado por las autoridades policiales. Este corte se acompaña de una voz en off que señala que la violencia está ocultando algo y se da paso a una secuencia de imágenes de diversas protestas y a un audio del conteo de los 43 desaparecidos. El video cierra con la sentencia: “Es hora de cambiarlo todo”.7

Otra participación de Rexiste dentro de esta coyuntura de participación política refiere a las movilizaciones por el asesinato de Ricardo Cadena, joven patinador y grafitero de San Pedro Cholula, Puebla, que fue asesinado el 3 de mayo de 2015 por el subdirector de Seguridad Pública. A partir de la información provista por la Procuraduría General de Justicia de Puebla se conoció que la ejecución fue intencional, cuando el joven estaba inmovilizado y sometido en el suelo, es decir, aludía a un acto de homicidio calificado y abuso de autoridad (Redacción Animal Político, 2015).

El caso logró conocerse a nivel nacional y Rexiste, junto con el apoyo de otros colectivos, impulsó la convocatoria “Ricardo Cadena, las calles te nombran”. Esta convocatoria fue parte de otros recursos generados por estos activistas, entre los que desatacan la documentación del caso y la construcción del perfil de este joven. La convocatoria perfiló la organización de una acción colectiva de manera simultánea en la Ciudad de México, Guadalajara, Puebla y Nueva York para el 9 de mayo de 2015. No obstante, a un mes del asesinato, la convocatoria se amplió a la recuperación de diversas expresiones e intervenciones en el espacio público para nombrar a Ricardo Cadena, como el registro fotográfico y visual que sería expuesto en San Pedro Cholula para mantener viva la memoria y los espacios de su intervención.

Así, el 21 de junio, día internacional del patinaje callejero, tanto el colectivo como familiares y amigos de Ricardo Cadena convocaron a un evento para rememorar una de sus pasiones, pero también para impulsar la creación de un parque de patinaje en su memoria. Después de 2015, Rexiste continuó ampliando la reflexión y la circulación de contenidos sobre este caso, contribuyendo a la construcción de la memoria colectiva y edificando una perspectiva diferenciada y distante de la estigmatización y la criminalización de las juventudes (véase Figura 3).8

Fuente: Rexiste, 2017.

Figura 3 Ricardo Cadena, “Hoy hace dos años que no puedo verlos” 

Resta señalar que Rexiste, además de su participación en torno a la desaparición forzada de los estudiantes de Ayotzinapa y el asesinato de Ricardo Cadena, ha sumado su estrategia de ocupación del espacio y la intervención de los discursos al caso de la Colonia Narvarte, de la Ciudad de México, donde el 31 de julio de 2015 fueron asesinados Nadia Vera, Rubén Espinosa, Mile Martin, Yesenia Quiroz y Olivia Negrete, y a la guerra contra las mujeres que es materializada por la violencia feminicida del machismo exacerbado que tiene lugar en este país, entre otras experiencias.

La posibilidad tecnopolítica

Si se revisa el texto que Tufekci (2018) publicó en la revista Technology Review del Instituto Tecnológico de Massachusetts, uno se enfrenta a un análisis agudo que atempera el tono eufórico y celebratorio de los diversos usos de tecnologías vinculados a los movimientos sociales recientes, y a una reflexión precisa sobre el entramado de problemáticas de la cultura digital que están asociadas a la concentración mediática, la vigilancia y el robo de datos, la polarización y el marketing de precisión, el uso de bots y la cooptación de las herramientas tecnológicas por parte de regímenes autoritarios, que en conjunto deben reconocerse como la recomposición del poder junto con los entornos de Internet. No obstante, lo que llama la atención es la sentencia de que la tecnología puede ser no tan positiva.

El dibujo no puede ser solo figurativo de la narrativa oscura -al estilo Black Mirror- que reviste el elemento tecnológico de la distorsión informativa generada por las noticias falsas, la cultura de Internet que abreva de las expresiones de odio o las estrategias que los gobiernos policiales desarrollan para imponer sus narrativas dominantes (control de información, tecnocensura, entre otras). Por otro lado, la representación de esas experiencias tampoco puede concebirse desde la espectacularización de las acciones de los activistas, y, por lo tanto, de las juventudes.

Las experiencias presentadas en el apartado anterior, la exploración de sus elementos y las conexiones entre estos permite conocer los escenarios donde la apropiación y la potenciación tecnológica tienen lugar, es decir, proveen una perspectiva para comprender las posibilidades y los límites de la tecnopolítica en contextos situados. Mientras la experiencia de Mariana remite a la sedimentación de un pensamiento comunicacional y a la concreción de una reflexión sobre los usos de tecnologías comunicativas en sentido estratégico y los alfabetismos digitales implicados, el caso de Rexiste refiere a las estrategias de una performatividad política que a través de narrativas contrahegemónicas abre la perspectiva a otro marco de inteligibilidad de la realidad, donde destaca la lógica transmedia -cruce del relato del operativo policial con las referencias del juego controlado y de sobrevivencia de la película Los juegos del hambre (The Hunger Games)-, los elementos creativos y una estética que busca narrar de manera distinta la lucha como acompañamiento paralelo de la disputa de poder.

Abrevo del pensamiento de Rancière (1996) la lógica de litigio, disputa y contienda que permite comprender las tensiones sobre el orden social que el activismo político dinamiza. El planteamiento de este autor sobre el desacuerdo entre policía y política es un marco de reflexión pertinente para aproximarse al juego de la continuidad y el cambio-ruptura de la reproducción social en el que intervienen las movilizaciones organizadas. Para Rancière (1996) el término policía alude al establecimiento del orden mediante el cual las instituciones definen las relaciones de los cuerpos, las ideas y los límites entre ellos dentro de un proyecto civilizatorio. En cambio, política refiere a la ruptura de ese orden a partir de la apertura de una instancia de disputa para cuestionar las regulaciones sociales, es decir, la búsqueda de la distorsión de lo establecido. Si bien, la distorsión de lo establecido señalada por Rancière implica una restitución contingente igualitaria de las partes que resquebraja el estado de dominación e incorpora la parte de los sin parte -sujetos marginales excluidos de la palabra, de nombre y de poder que producen su visibilidad-, también funciona de manera importante para construir el proceso del establecimiento del poder y la estructuración de los órdenes instituidos, así como las posibilidades de ruptura de la continuidad del sistema social que también son posibles de producir y generar.

En ese sentido, a partir de los casos trabajados y reconociendo la lógica de litigio implícita en las movilizaciones organizadas -configurada comunicacionalmente-, lo que propongo refiere a una posibilidad tecnopolítica que no solo depende de la condición performática de la comunicación, sino de las pautas que estructuran la condición conectiva de las movilizaciones y resistencias. Esta posibilidad tecnopolítica -anclada a la idea de aptitud o facultad para hacer algo- tiene relación directa con la capacidad que posean y habiliten los jóvenes activistas en su proceso de empoderamiento, para disentir, interrumpir el relato dominante y configurar imaginarios distintos.

En su análisis de las subjetividades insurrectas, Reguillo (2017) articula la producción de presencia al espacio público expandido, donde los jóvenes activistas hacen uso de las redes sociodigitales para manifestar sus malestares e imaginar mundos distintos. Para esta autora, quien recupera a Appadurai (2001), la tecnopolítica es posible por el trabajo de la imaginación que define escenarios para la acción, en los que las redes sociodigitales habilitan acciones conectivas al establecer mecanismos de organización y recursos para elaborar narrativas de contestación.

Una característica del activismo político contemporáneo es la capacidad de sus participantes de decir cosas con la fuerza de las imágenes, es decir, el poder de enunciación que es ejercido por medio de un lenguaje propio que encuentra en la generación de contenidos audiovisuales una potencia importante (Rovira, 2015). De ahí que Reguillo (2017) se refiera a la transmisión de video en tiempo real, los memes, el micrófono humano y los hashtags como los repertorios de la acción conectiva que permiten la construcción de las narrativas que encarnan el litigio.

La performatividad política que se despliega a través de los alfabetismos digitales, que forman parte de las estrategias de activismo y de comunicación, adquiere su capacidad de interpelación por los elementos que recupera de las visualidades que atraviesan la producción política. Para Sánchez (2015) las imágenes constituyen una modalidad interactiva que es aprovechada por los activistas mediante los contenidos que proyectan dentro de las redes sociodigitales, debido a que las imágenes no solo son parte de un acto contemplativo, sino que propician posibilidades de agrupación, interacción y socialización. Por lo tanto, señala este autor, dado que las imágenes son operadoras de lo político, los activistas son intérpretes y ejecutores de una política de las imágenes que les permite deconstruir la política.

Las visualidades desde donde Mariana y Rexiste conceptualizan y desarrollan las acciones colectivas y, por lo tanto, las narrativas que colocan en las publicaciones dentro de las redes sociodigitales y sus esquemas de circulación para desarrollar dinámicas de interlocución e interpelación, son evidencia de los rasgos y elementos emergentes de la producción política y los movimientos sociales contemporáneos. Sobre todo, la distinción respecto a los movimientos sociales anteriores recae en el potencial de los lenguajes audiovisuales, que producen representaciones sobre la realidad que no pasan por la mediación de las corporaciones mediáticas, la esfera política institucionalizada o los capitales económicos (Avalos, 2018).

Conclusiones

La tecnología es un elemento central de la vida cotidiana de los jóvenes y también es un dispositivo importante en sus experiencias de participación social y política. La relación entre la producción política dentro del activismo y las tecnologías comunicativas no solo posibilitan dinámicas de organización, sino también la generación de contenido, donde destaca el lenguaje audiovisual, que les sitúa en un escenario de disputas de códigos, valores y relatos sobre los conflictos sociales.

La experiencia de Mariana sitúa la disputa frente a la narrativa patriarcal de género que es dinamizada por los medios de comunicación y por quienes suman a la reproducción de las representaciones estereotipadas dentro de la cultura digital. Para las redes de activismo feminista lo que está en juego es la existencia de un conjunto de representaciones que relaten de una manera distinta el drama de los feminicidios, el acoso y la presencia de las mujeres en los espacios públicos.

En cambio, el caso de Rexiste vislumbra con mayor claridad el dibujo de la disputa frente a los discursos políticos que construyen los gobiernos. En torno a Ayotzinapa, la contienda implicó el rechazo de la tesis oficial elaborada por el gobierno federal y la contribución a un relato alternativo sobre la desaparición forzada de los estudiantes. Por otra parte, en relación con el asesinato de Ricardo Cadena, la disputa se manifiesta frente a la narrativa que criminaliza a los jóvenes por su forma de vestir o por sus acciones en las calles. No obstante, independientemente de las partes que entran en disputa, mi argumento estriba en que es en el mismo proceso de producción política donde los activistas aprenden a disputar una idea de lo político y el poder.

La disputa de hegemonía que he referido se vincula a la tecnopolítica que implica la suma no solo de habilidades y competencias de uso de tecnologías, sino el pensamiento estratégico comunicacional que le confiere relevancia a este proceso dentro del activismo. A su vez, el sentido estratégico está articulado a la posibilidad tecnopolítica, que refiere a la ampliación de los repertorios de acción y la potenciación de las acciones colectivas y que está determinada por la posición objetiva de los jóvenes activistas tanto en la situación concreta donde se desarrolla el litigio o contienda como en el espacio social más amplio.

A partir de las experiencias juveniles de producción política donde se manifiesta la posibilidad tecnopolítica -desde los usos estratégicos de las tecnologías y hacia la ampliación de la organización, la comunicación y la acción colectiva- destaco dos marcas significativas de los activismos políticos contemporáneos. La primera refiere a la emergencia de un sujeto político juvenil que se maneja de manera estratégica en los escenarios de la calle y la cultura digital para construir su posicionamiento y proceder con la elaboración de narrativas y la disputa de hegemonía. Esto significa que los jóvenes activistas logran traducir sus experiencias y conocimientos de los entornos lúdicos y de socialización que son mediados tecnológicamente en posiciones y recursos para ganar visibilidad y disputar hegemonía a través de narrativas.

La segunda marca significativa alude a las derivas de la posibilidad tecnopolítica. Me refiero a la acumulación de práctica y la reflexibilidad de la experiencia, de tal manera que el sujeto político juvenil se constituye también como un intelectual orgánico, en el sentido gramsciano, que tiene la capacidad de realizar las acciones contenciosas, emplear los repertorios de acción colectiva y de comunicación y registrar-valorar sus experiencias. En gran medida, la vivencia de una intelectualidad orgánica se define a partir de cierta intensidad del tiempo social en donde la trayectoria biográfica de los jóvenes activistas converge con la colectividad y con un acontecimiento.

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2 El término “dispositivos para la acción”, además de referir a la problematización general de la relación entre tecnología y prácticas de activismo, como apuntan Treré y Barranquero (2018) al explorar mi artículo sobre los sujetos políticos juveniles (Avalos, 2016), alude a las conceptualizaciones, capacidades y agencias de quienes participan en la organización y desarrollo de las movilizaciones, y los múltiples factores que inciden en el saberhacer junto con las tecnologías comunicativas. Para ampliar la revisión sobre esta idea por fuera de la literatura sobre juventudes, sugiero consultar el trabajo de Franco Migues (2019), quien emplea de manera clara y solvente el uso de los dispositivos, entendidos como “tecnologías de esperanza”, en su análisis sobre las apropiaciones tecnológicas en la búsqueda de los desaparecidos que realiza el colectivo “Las Rastreadoras del Fuerte” en el estado de Sinaloa, México.

3 El proceso de disputa de hegemonía, derivado de la dimensión comunicacional de las acciones colectivas, cuenta con un componente de carácter performativo que completa la articulación entre comunicación y acción acuñada por Jensen (2010), donde destaca la comunicabilidad de las acciones y la reflexividad. Para ampliar la lectura sobre performatividad, comunicación e interactividad véase Jensen (2010, pp. 51-52).

4 Recuperado de www.rexiste.org, consultado el 9 de mayo de 2017.

5 Para ampliar la información sobre el activismo político juvenil en el caso de Ayotzinapa véase Avalos (2017).

6 Recuperado de www.rexiste.org, consultado el 9 de mayo de 2017.

7 La publicación del video en YouTube se complementa de una breve crónica de los hechos, colocada en la descripción del contenido, que precisa que mientras el operativo policial desarticulaba las actividades en el Zócalo, en las redes miles de bots replicaban información falsa sobre actos violentos en Palacio Nacional a cargo de los manifestantes.

8 Para consultar el trabajo de Rexiste sobre Ricardo Cadena véase la siguiente liga en Internet: http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache: http://rexiste.org/ricardocadena.

Cómo citar este artículo:

Avalos González, J. M. (2019). La posibilidad tecnopolítica. Activismos contemporáneos y dispositivos para la acción. Los casos de las redes feministas y Rexiste. Comunicación y Sociedad, e7299. DOI: https://doi.org/10.32870/cys.v2019i0.7299

Recibido: 07 de Septiembre de 2018; Aprobado: 26 de Marzo de 2019

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