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Comunicación y sociedad

versão impressa ISSN 0188-252X

Comun. soc  no.26 Guadalajara Mai./Ago. 2016

 

Reseñas

Ritmo revisitado. Representaciones de género en los 60

Andrea Baeza Reyes1 

1 Universidad de Chile, Chile. Correo electrónico: andreaa.baeza@gmail.com

Lamadrid, S.. 2014. Ritmo revisitado. Representaciones de género en los 60. Santiago de Chile, Chile: Cuarto Propio, 421p.


Silvia Lamadrid es socióloga de la Pontificia Universidad Católica de Chile; magíster en Ciencias Sociales mención Sociología de la Modernización, y doctora en Historia con mención en Historia de Chile, ambas de la Universidad de Chile. En el Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de esta última, la autora dirige el Núcleo de Investigación en Género y Sociedad Julieta Kirkwood. La publicación de su tesis doctoral sobre medios de comunicación y género guiada por el Premio Nacional de Historia, Gabriel Salazar, constituye el libro que analizamos.

Ritmo Revisitado. Representaciones de Género en los 60 combina historia social y teoría de género en un momento de fuertes cambios en Chile. Delimitando los contextos mundiales y de la región, el libro de nueve capítulos indaga en las representaciones sociales construidas y difundidas por la revista Ritmo de la Juventud, la más popular entre jóvenes de la década. Al desentrañar los contenidos valóricos atribuidos y propuestos para ellas y ellos, se trata de un medio de comunicación que, a pesar de proponer aperturas hacia lo moderno, no abandona la impronta tradicional generacional y de género de la sociedad chilena. Una obra ecléctica para seguidores de la historia social, los estudios de género y de comunicaciones, así como para el público general que fue joven durante los años sesenta en Chile.

Para empezar, el escrito comparte los aportes teóricos de Hobsbawm (1998a) sobre la historia desde abajo, en la exploración de las dimensiones desconocidas de la gente común del pasado, con la intención no solamente de descubrirlas, sino de explicarlas y "proporcionar un vínculo con el presente" (p. 217), otorgando sentido a los cambios y persistencias históricas de manera más amplia. De esta manera, las primeras secciones se enmarcan en el panorama internacional de la Guerra Fría y los movimientos contraculturales con la reactivación de luchas feministas, y con las clases medias y los jóvenes como protagonistas de la segunda mitad del siglo xx en el mundo occidental. Respecto de América Latina y la apropiación de dichos cambios económicos, políticos y socioculturales, destacan con fuerza las interpretaciones de la autora acerca de las disposiciones de apertura, en contraste con aquellas renuentes a la transformación de las prácticas que se arraigaban en los jóvenes por influencia de Europa y Estados Unidos.

En este contexto se comprende la importancia de la transición demográfica en Chile, con el proceso de "urbanización, la expansión de la matrícula educativa, la industrialización y la migración campo-ciudad" (González, 2010, p. 116). Con ella está el aumento de la población urbana y el auge de las clases medias y, sobre todo, el surgimiento de una nueva generación crítica hacia las normas, valores y los roles que se configuraban en torno a la familia. Como lo indica la autora:

La cultura juvenil llegó a ser la matriz de una revolución cultural que modificó el comportamiento y las costumbres, y el modo de vivir el ocio y los placeres ... Esta autonomía de y para los jóvenes e incipiente para las mujeres, implicó un cambio drástico en (nuestras) sociedades (p. 39).

En Chile los jóvenes se unieron en la movilización por la Reforma Universitaria, y denunciaron públicamente el adultocentrismo y las desigualdades estructurales en la sociedad de la época (Salazar & Pinto, 2002). Sin embargo, Lamadrid enfatiza que precisamente el activismo político de estos actores sociales fue el que los medios de comunicación de la época invisibilizaron, al estar ligados a poderes eclesiásticos y patriarcales. En contraste, gran parte de los mass media que interpelaban a la juventud desde la expresión artística/musical se dedicaron al control de dichos aires revolucionarios buscando domesticar los nuevos modelos y formas de expresión para mantener el orden político y social. Es así como esta nueva generación también se fue incorporando al mercado de las industrias culturales a través del consumo, subsumiendo el carácter político de lo juvenil.

Adicionalmente, la autora relativiza el talante cuestionador que se le atribuye a la juventud chilena, donde:

Ni las más avanzadas expresiones políticas juveniles cuestionaban el autoritarismo en las relaciones dentro de la clase y sus organizaciones, ni menos al interior de la familia. En la práctica, quienes participaban en las tomas de las universidades, de terreno o de iglesias, quebrantaban y desafiaban a la autoridad pero no asumían en el discurso la tensión que ello implicaba con el orden de género (p. 86).

A partir del orden de género, comprendido como "forma primaria de relaciones de poder" (Scott, 1996, p. 290), uno de los aspectos claves de este libro consistió en la revisión de estudios pioneros desde la historiografía de la mujer sobre su situación dentro y entre clases (Argonés, 1986; Valdés, 2007). Estos trabajos comparten la tesis de la coexistencia de elementos tradicionales con otros modernos de larga duración coloniales, como parte de la identidad chilena basada en la superioridad del varón blanco y adulto, cuya autoridad es ejercida en el seno de la familia (Larraín, 2004). Ejemplos claros son: la misma familia tutelada por un Estado laico que resguarda las normas religiosas católicas; el mayor acceso de la mujer a la educación formal que establecía carreras de nivel superior como extensión de los roles domésticos y de cuidados; en política, aunque las mujeres constituían la mayor inscripción como votantes y demostraban menor tasa de abstención en los comicios, no se traducía en una significativa representación femenina. De este modo y vinculando con estudios de medios con perspectiva de género (Mattelart, 1982; Mattelart & Mattelart, 1968), vemos cómo la condición femenina atraviesa todas las dimensiones de lo social, en una posición de menor valor acerca de los roles, espacios y atribuciones.

En el ámbito de las comunicaciones, en Chile los cambios pasan por la injerencia de la industria cultural dirigida a jóvenes, dentro de la cual Lamadrid rescata el apogeo de las revistas y cómo ampliaron los imaginarios sociales sobre jóvenes. Ofreciendo amplia información sobre la estructura, los fundadores, la ideología a la que adscribían, y estadísticas sobre la frecuencia de aparición, lectoría y tiraje, la autora nos escribe sobre un momento de diversificación de la oferta de los medios escritos que buscaban llegar a públicos cada vez más diversos. Dentro de este "auge editorial", Lamadrid indaga, desde una perspectiva histórica y de género, a la revista semanal impresa Ritmo de la Juventud, vigente desde 1965 hasta 1975, la cual constituyó un éxito de circulación y ventas a lo largo del territorio nacional.

Con pluma ágil y mirada crítica, acompañando con ilustraciones propias de la revista, la autora analiza e interpreta las representaciones sociales que Ritmo de la Juventud construía para la juventud chilena, amparadas en la concepción tradicional sobre los intereses y roles naturalizados como diferentes y complementarios entre hombres y mujeres jóvenes. En las distintas secciones del magazine aparece el discurso normativo sobre la personalidad, la presentación individual, así como el comportamiento en familia y con el otro sexo, siendo el cortejo un ámbito central de desarrollo. Cabe señalar que nos situamos en un momento de ciertas aperturas sociales, que paulatinamente van fisurando la hegemonía adulta de los años anteriores. Ejemplos claros son el posicionamiento del amor romántico europeo que trasladaba la búsqueda de pareja -antes asunto de los padres- hacia la voluntad de los jóvenes, relativizando la unión conyugal impuesta y eterna, y cómo la escuela se convierte en una nueva comunidad de referencia para el establecimiento del pololeo (noviazgo preconyugal).

El binarismo de género se distingue con precisión. Mientras la revista les prescribía a los jóvenes buenos modales, responsabilidad hacia los adultos e independencia económica a través del trabajo según vocación; a las muchachas les fomentaba el desarrollo del encanto hacia otros, con claros elementos que consagraban la relación con lo doméstico. Es la división sexual del trabajo incuestionada, inmutable y de larga duración como diría Braudel (1970), la que se encuentra en la base de las relaciones de pareja. Ellos son quienes toman la iniciativa y las decisiones. Ellas han de ser condescendientes y mantener el justo equilibrio entre el relajo y la demanda afectiva, siempre con miras al aprendizaje interior y la reserva para la pareja final ... el esposo. En la invitación que realiza este medio solo a hombres para explorar el entorno físico y social de la calle, reproduce el binomio activo/pasivo del varón conquistador y la muchacha conquistada. Tal como lo plantea la autora, "mientras la realización de los hombres estaba en el hacer, ellas lo lograban vinculándose con otros" (p. 260).

Dentro de la propuesta está la hegemonía de las secciones dedicadas a las jóvenes con el objetivo de orientarlas en el logro del interés de algún muchacho por cortejarlas. Estamos frente a un mecanismo de control y disciplinamiento (Foucault, 1976) por parte de la dirección editorial, cuyo argumento sobre el accionar libre en términos sexuales versa en la menor dignidad y seriedad frente a los varones y las consecuencias de embarazos no deseados; ello pese a que el aborto era practicado ampliamente en el periodo (Requena, 1990). En oposición a los derechos de segunda generación que se comenzaban a tematizar en los años sesenta, la revista Ritmo de la Juventud rechaza las relaciones sexuales prematrimoniales, reforzando la retórica halagadora de la "supremacía moral de las madres" (Vera, 2009, p. 117). Así mismo, el magazine calla frente a episodios de violencia de género en la pareja comentados en cartas publicadas de algunas lectoras. De esta forma la suave dominación tematizada por Bourdieu (2000) mantiene intacta el origen de la desigualdad entre géneros.

A medida que avanzaba la década, sin embargo, los contenidos del magazine se vuelven cada vez más discordantes con el contexto sociopolítico de las demandas sociales: movimiento antiguerra de Vietnam, los hippies, la revolución sexual, etc. Es esta superficialidad temática, reductora de las problemáticas juveniles a problemas del corazón, el centro de las principales críticas que recaen en esta revista, ya que no ofrecía a los jóvenes de clase media y popular más que espectáculos y entretención. Como sostiene la autora, existe una operación ideológica de deshistorización de los jóvenes, como si todos tuvieran los mismos problemas, omitiendo diferenciaciones según clase social, edad, ocupación, educación o capital cultural. Las posibilidades de cambio que ofrecía la revista a este grupo se circunscribían a la propia individualidad, relegando la transformación social y el cuestionamiento del orden en el seno de la familia y sus relaciones de poder generacional y de género.

La obra de Lamadrid es una mezcla fructífera de la historia social y la teoría de género, que superando el acontecimiento episódico, nos muestra la reproducción de la ideología de género en un medio de comunicación altamente consumido por jóvenes en un momento de cambios sociales en Chile. Las representaciones sociales presentes en la revista analizada tutelan las tradiciones y la autoridad familiar, sin lograr articular una propuesta alternativa sobre los roles de género, presentados como binarios, dicotómicos y complementarios (León, 1995) para la pareja juvenil, absolutamente heterosexual y con miras a la consagración del matrimonio.

En esta nueva visita al pasado queda establecido cómo se desarrolla cierta organización y coherencia respecto del género en la sociedad chilena de segunda mitad del siglo pasado, como "una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar" (Braudel, 1970, p. 70). La restauración del pasado en lo simbólico y en lo práctico encuentra una legitimación muy fuerte como continuidad y tradición acerca de las representaciones sociales dirigidas a los jóvenes de los años sesenta. Con prácticamente nulas innovaciones en los marcos normativos del pasado, Lamadrid nos invita a conocer más a profundidad las "artes de vivir, pensar y creer" (p.72) dentro de una producción mediática específica y situada, y cómo es que "encajaban en el resto del sistema de valores ... de la sociedad de la cual formaba parte" (Hobsbawm, 1998b, p. 218) sin generar cambios. Un infaltable para quienes abordan la producción mediática y gustan de los estudios de género como "nueva forma de hacer historia" (Burke, 2003).

Bibliografía

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