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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.81 no.1 Ciudad de México ene./mar. 2019

 

Reseñas

Lisa Stampnitzky. Disciplining Terror: How Experts Invented “Terrorism” (Cambridge: Cambridge University Press, 2013), 232 pp.

Maximiliano E. Korstanje1 

1 Universidad de Palermo, Argentina.

Stampnitzky, Lisa. Disciplining Terror: How Experts Invented “Terrorism”. Cambridge: Cambridge University Press, 2013. 232p.


Luego del 11 de septiembre de 2001, el terrorismo como fenómeno social ha cautivado la atención de los antropólogos y los sociólogos con mayor intensidad. Dicho evento, indudablemente, no sólo instaló una nueva forma de hacer terrorismo, sino que destapó la extraña relación entre el terror y los medios masivos de comunicación. Diversos estudios han destacado la necesidad de comprender al terrorismo como una nueva forma de hacer política que se nutre de la extorsión y de publicidad que le dan los medios.

En los últimos años, el tema no sólo ha ocupado la agenda pública de los gobiernos más importantes del planeta, sino que se ha visto plasmado en la multiplicación de la oferta académica en doctorados, congresos, seminarios, libros y revistas especializadas.

Dentro de este contexto, el presente libro de la profesora Lisa Stampintzky promueve una fértil pero no por ello menos polémica discusión respecto del rol de los expertos en la formación del terrorismo como objeto de estudio. Su objetivo central radica en comprender los límites epistemológicos del terrorismo antes de los años setenta, que cambiaron notablemente hasta nuestros días. La idea del terrorismo como una forma política, racional y centrada en un objetivo fue originalmente el argumento de los primeros trabajos en la materia, pero con el paso del tiempo esta argumentación dio lugar a formas más radicales, en las que el terror y la irracionalidad fueron dos categorías distintivas sobre aquellos quienes tautológicamente se llamaban terroristas. En pocas palabras, el terrorista dejaba de ser un actor político y racional legítimo para transformarse en un “loco fundamentalista” cuyas tácticas estaban totalmente desacreditadas por irracionales, y porque optaba por cometerlas, dicho actor no podía dejar de ser llamado terrorista.

Esta forma de pensar, que tuvo mucho peso dentro de los neoconservadores, estipulaba un aura de tipo moral sobre el fenómeno del terrorismo, en lugar de intentar comprenderlo. Entonces, las dos preguntas básicas de la disciplina quedaban respondidas de manera sesgada: ¿quién es un terrorista?, y ¿por qué existe el terrorismo? Stampintzky lo resuelve muy bien en su capítulo introductorio, cuando sugiere que la formación de los expertos en terrorismo a lo largo de la historia ha sido una necesidad supeditada a la idea de luchar contra el terrorismo, comprenderlo como un problema social, y a medida que eso sucedió, la red de expertos supo consolidar un objeto que se fundamentó sobre una dialéctica entre el Estado nacional y el principio precautorio, es decir, la posibilidad del Estado para prevenir el ataque próximo.

El Estado determinaba quién era terrorista y por qué obtenía tal título. Quien usara una violencia no querida, deseada y aceptada por el Estado, era candidato a ocupar el rol de terrorista.

No menos importante es comprender que la lectura del término a lo largo de los años ha tomado diferentes direcciones. Si originalmente se trataba a esta clase de grupos como apegados a una “violencia ilegal” en su constitución, ello ha denotado que el terrorismo se calificaría como una forma incorrecta de política; en otras palabras, una patología de la política. Mientras algunos marxistas sostienen erróneamente que los expertos trabajan en complicidad con un argumento que en esencia está construido por el gobierno, los pensadores liberales sostienen que el terrorismo es el resultado directo de las promesas incumplidas del capitalismo respecto a la distribución de la riqueza. Para Stampintzky, en forma categórica, ambas posturas están erradas. En primer lugar, ni la teoría del centro y la periferia ni la idea de la pobreza son categorías suficientes para explicar el terrorismo en forma clara; asimismo, los expertos mantienen pocas conexiones con el poder real, y sus influencias dentro del politburó son mínimas.

El segundo capítulo explora los intereses de los expertos en terrorismo luego del atentado de Múnich, contra la delegación israelí, en plenos Juegos Olímpicos (1972). En esta etapa, si bien los Estados comprendieron la necesidad de producir información respecto a estas nuevas células, la disciplina se encontraba en un estatus incipiente y se daba una alta fragmentación del conocimiento disponible en la materia. Evolucionando sobre cimientos endebles, la disciplina pronto adquiere un carácter moral cuya única forma de estudio requiere un instrumento racional. Se trata de una multiplicación en la aplicación de modelos aritméticos y cuantitativos para poder dar a los gobernantes la información exacta de dónde y cuándo será el próximo golpe.

En el tercer capítulo -a nuestro entender, el mejor logrado de todo el libro-, la autora destaca que el terrorismo fue fundamentalmente un problema asociado con la insurgencia y con la forma de hacer una guerra indirecta siempre contra un enemigo más fuerte. Si los europeos disponían de una camada de expertos en el tema, no menos cierto era que ellos venían de las filas castrenses, formados militarmente, y muchos de ellos consagrados dentro de las fuerzas armadas. Contrario parecía el panorama dentro de Estados Unidos, donde la mayoría de los secretarios y personas dedicadas a la lucha contra el terrorismo eran civiles, académicos y profesores universitarios. Esta distinción es vital para comprender por qué los temas de la pobreza y de la exclusión social se transforman en elementos de peso en el discurso estadounidense respecto a cómo se hace un terrorista.

No obstante, luego de la década de los años setenta, se dan una convergencia de factores que coadyuvan en lo que Stampintzky llama “la demonización del terrorismo”. Los especialistas estadounidenses, muchos de ellos sin experiencia militar previa, se congracian con la idea que el terrorista ya no busca atacar grandes objetivos, personas importantes o gobernantes, sino que emplea a civiles inocentes, gente indefensa que no estaba a la altura del conflicto. En segundo lugar, en la configuración de estos blancos se empieza a notar la preponderancia de estadounidenses frente a otras nacionalidades. En efecto, surge un discurso antiestadounidense que alimenta una supuesta hostilidad hacia todo lo relacionado contra el país del norte y que, en tal razón, explica por sí mismo la maldad irracional de los terroristas.

En el cuarto capítulo se debate sobre las técnicas usadas por los expertos para construir un objeto definido de estudio, y que pueda ser comunicado y comprendido por el lego, es decir, por el público estadounidense. Los especialistas comprenden que el fenómeno debe estudiarse siguiendo el lineamiento de tres axiomas principales: racionalidad/diplomacia, riesgo/calculabilidad, y crisis/rutina. Por primera vez, se defiende la tesis sobre el uso de ciertas herramientas racionales, las cuales pueden prevenir el terrorismo, anticipándose al ataque.

En los capítulos quinto y sexto se hace referencia expresa a la demonización que sufre la Unión Soviética como instigadora principal de “todos los grupos terroristas”, con el único fin de fomentar la inestabilidad en los gobiernos occidentales y democráticos. La noción de que el terrorismo es una fuerza gestada y alimentada por potencias extranjeras que amenazan a Estados Unidos no sólo maduró a través de los años ochenta, sino que acompañó a la política gran parte de los años noventa, y mucho más luego del 9 de septiembre de 2001.

Los capítulos séptimo y octavo resumen parte de la interesante discusión propuesta por Stampnitzky respecto a cómo Estados Unidos reacciona a los ataques del World Trade Center, el Pentágono y el Capitolio. Este libro nos sugiere prestar atención a las diferentes etapas en la configuración de la disciplina y en el discurso de la seguridad nacional gestado por gobiernos anteriores, que culmina en la radicalidad puritana de George W. Bush y los neoconservadores. Luego del 11 de septiembre, la administración Bush empleó el antiguo sentido de la racionalidad occidental contra un enemigo que por esencia se constituía como malvado, patológico e irracional; al hacerlo, sentaba las bases para la adopción del principio de preemption como el único instrumento legitimo para disciplinar al terrorismo. Si bien en forma preventiva, Estados Unidos tomó un rol protagónico, los límites entre un peligro real o imaginado se hicieron cada vez más difusos, y este hecho culminó con una crisis política dentro del propio gobierno que, lejos de solucionar el problema, lo ha agravado.

Al margen de su participación en este proceso, los expertos siguen guardando cierta autonomía respecto a los políticos, y lejos de monopolizar la producción en la disciplina, la idea del terrorismo encuentra direcciones más que fascinantes que permiten un mayor diálogo con otras disciplinas. Paradójicamente, a medida que la disciplina se fue consolidando, más alejados están los académicos y sus diagnósticos de una idea uniforme y clara de qué es el terrorismo.

En lo personal, este libro se constituye como una obra obligada para todos aquellos interesados en la problemática, a la vez que discute críticamente las bases culturales de Occidente para comprender qué es la seguridad. Un aporte valioso que sin lugar a dudas perdurará a la acción del tiempo.

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