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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.80 no.4 Ciudad de México oct./dic. 2018

 

Reseñas

Jose Santiago. Siete lecciones de sociología de la religión y del nacionalismo (Madrid: Anthropos, 2015), 303 pp.

Antonio Álvarez Benavides* 

* Centro de Análisis Sociológico e Intervención. Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, Francia.

Santiago, Jose. Siete lecciones de sociología de la religión y del nacionalismo. Madrid: Anthropos, 2015. 303p.


Desde la década de los años noventa, tras el triunfo del capitalismo, la emergencia de la globalización y la normalización de la posmodernidad, la sociología experimentó una crisis, una mutación, que se ha extendido hasta bien entrado el milenio. Sin duda, los cambios han sido enormes en cuanto a su dimensión, alcance y magnitud, como también lo han sido la producción académica y la purificación de corrientes explicativas de lo social. En este camino han surgido formulaciones tremendamente interesantes, grandes intentos de reconducir la teorización hacia explicaciones más cercanas, exhaustivas y veraces de las nuevas realidades, pero al mismo tiempo también ha habido una obsesión por descartar lo clásico. El oficio de sociólogo, sobre todo en su dimensión teorética, se ha visto permeado por una antropología más descriptiva, y los grandes paradigmas y conceptos han ido dejando paso a lo particular, lo micro, muchas veces influido también por la omnipresencia de la lingüística y de la cada vez mayor complejidad de nombrar y de ser nombrado.

En este contexto, resultan especialmente valiosos los intentos de reconstruir una ciencia que verdaderamente ha mutado, pero que no necesariamente debe prescindir de su pasado, del trabajo precedente de grandes teóricos que quizá no pueda ser trasladado de un modo directo al mundo contemporáneo, pero que es ciertamente imprescindible para comprender la evolución de la realidad social.

El libro de Jose Santiago se embarca en esa tarea: tratar temas, conceptos y paradigmas que evidentemente han cambiado, a veces de manera radical, pero que siguen siendo imprescindibles para comprender y explicar nuestras sociedades contemporáneas. Como el propio autor indica nada más comenzar su introducción: “Se quiera o no el nacionalismo sigue estando presente en nuestras sociedades avanzadas. Algunos intentan explicar este hecho como un vestigio irracional y atávico de un mundo que ya no es el nuestro. Al igual que se decía de la religión, el nacionalismo sería un fenómeno premoderno condenado a sucumbir a medida que las luces de la modernidad se vayan imponiendo sobre los diferentes oscurantismos de la condición humana. Pero lo cierto es que ni la religión ni el nacionalismo parecen haber iniciado el final de su recorrido, e incluso podemos observar cómo se manifiestan bajo nuevas formas y revivals” (7).

Por lo tanto, nacionalismo y religión, como conceptos y como prácticas, son los temas centrales de este trabajo, dividido en siete lecciones de sociología. No nos encontramos exclusivamente ante un libro histórico en el que se desgranan el análisis y la operativización de estos conceptos desde el siglo XIX, aunque también esté presente esta dimensión, sino ante una suerte de manual que nos señala cómo podemos actualizarlos y utilizarlos para la investigación sociológica contemporánea.

El libro se divide en tres partes: la primera, dedicada al advenimiento de la modernidad y el proceso de secularización característico de las sociedades modernas; la segunda aborda la relación entre la nación y lo sagrado; la tercera, con una dimensión más empírica, está dedicada a los procesos de secularización y sacralización de los nacionalismos vasco y quebequense, de manera comparativa, que constituyeron los casos prácticos de la tesis doctoral del autor.

La primera lección de sociología analiza el acontecimiento que de paso dio origen a esta disciplina como ciencia: la llegada de la modernidad. Para ello, Jose Santiago acude a los también insignes inauguradores de la teoría sociológica moderna: Max Weber y Émile Durkheim. La modernidad supuso un cambio enorme en las sociedades occidentales con respecto al mundo tradicional, toda una nueva serie de procesos tenían que ser explicados, entre ellos el nuevo papel de la religión en la sociedad, y en esta tarea se embarcaron ambos, configurando dos grandes paradigmas. Por un lado, el mundo desencantado y racionalizado de Weber y su explicación histórica; por otro, la concepción cíclica del cambio social y la explicación evolucionista de Durkheim. La constitución moderna y el análisis del cambio social de la sociedad tradicional a la moderna representan un hito en el desarrollo explicativo de la secularización. Para Weber, éste es un proceso histórico marcado por la diferenciación social y la progresiva racionalización de la sociedad, hechos que estudia a través de la sociología histórico-comparativa. Las condiciones sociales del capitalismo y la ética protestante impulsaron, sin pretenderlo, un mundo cada vez más racionalizado que no dejaba lugar a Dios, una sociedad desencantada, falta de amor fraternal y de un sentido ético religioso que ordenara el mundo. En este contexto, la integración social pasa por la búsqueda de nuevas religiones. Durkheim, sin embargo, no sacraliza el mundo primitivo, ya que para él lo sagrado no desaparece, sino que se transforma, evoluciona. La integración social se mantiene a través de una nueva concepción de lo sagrado, los valores laicos.

En la segunda lección de sociología se ahonda en el debate sobre la secularización, partiendo de la distinción de tres niveles: el individual, el organizacional y el del sistema social, que afectan a distintas esferas, como la económica, la política, la científica, etcétera. Será la secularización de la ciencia el tema de análisis central. En primer lugar, volviendo a los trabajos de Durkheim y Weber, que analizaron la ciencia como una de las distintas esferas que se iban emancipando de lo religioso; en segundo lugar, a través de las contribuciones de Joseph Need ham y su análisis del concepto de ley de la naturaleza y su influencia en el desarrollo científico; en tercer lugar, a través de las contribuciones de Robert K. Merton, que otorgaba un papel fundamental al puritanismo protestante en el desarrollo de la ciencia por su concepción de la negación del mundo y de su dominación, y de la crítica que hace Robert H. Nelson de este determinismo de la ética ascética, a través de su estudio sobre las áreas culturales católicas como mediadoras en la transición entre religión y ciencia.

En el tercer capítulo, que cierra la primera parte del libro, pasamos al análisis del nacionalismo, planteando dos grandes cuestiones: la primera sobre su relación con los procesos de secularización, y la segunda, sobre la configuración del nacionalismo como una nueva religión en la modernidad. Para abordar la primera cuestión volvemos a los trabajos de Durkheim, y principalmente a los de Weber, a través de la sociología histórico-comparativa y de las categorías de las afinidades electivas y el principio de heterogonía de los fines, lo que permite profundizar en la génesis del nacionalismo y, al mismo tiempo, en los procesos complejos de sacralización de la etnia y de la nación. Es interesante en este capítulo la incorporación de la perspectiva de las modernidades múltiples a la hora de afrontar la segunda cuestión de este apartado, ya que permite tener un punto de vista más plural y menos teleológico en el análisis de la ecuación modernidad-secularización-nacionalismo, yendo más allá de la aproximación recurrente al caso francés, y señalando dos grandes tipos de nacionalismo también modernos: el secular y el religioso.

La segunda parte tiene como hilo conductor la nación y lo sagrado. En el primer capítulo de esta parte, el cuarto del libro, se analizan las distintas formas de sacralización de la nación. De la misma manera que la religión no desapareció con la modernidad, el nacionalismo no ha desaparecido con la posmodernidad y la globalización, a pesar de los diagnósticos y pronósticos de muchos científicos sociales en las últimas décadas del siglo XX. En esta parte del texto se discuten toda una serie de teorías que pretenden comprender esta persistencia e incluso revitalización del nacionalismo, volviendo a Durkheim y a Weber, pero también a través de trabajos más recientes de Karel Dobbelaere y Danièle Hervieu-Léger que exploran distintas formas de sacralización del nacionalismo: por lo sustantivo (el nacionalismo y la transcendencia), por lo funcional (el nacionalismo y el vínculo comunitario), y por la modalidad de creer (el nacionalismo y el imaginario de continuidad).

En el quinto capítulo se examina la sacralización de las fronteras (étnicas) y del espacio-tiempo de la nación. Si el nacionalismo tiene un componente siempre sacralizado, sus límites, su articulación de lo que es y lo que no es, es decir, de la nación (del nosotros-nación), también conlleva la sacralización de sus fronteras. Así, se trata la dimensión política de la nación (a través de los trabajos de Dominique Schnapper); su componente étnico y el papel de la cultura; el tiempo y los tiempos de la nación, como historia, tradición, pasado, presente, futuro, simbología, cultura; y el espacio, como territorio, tierra, primordialismo, propiedad, soberanía, apego, patrimonio, como lo interior y lo exterior.

Por último, en la tercera parte del libro, titulada “De la comunidad religiosa a la comunidad nacional”, se realiza un análisis comparado de los nacionalismos vasco y quebequense. Dividida en dos capítulos, sigue la estructura de las dos primeras partes, es decir, el primero se dedica al análisis del proceso de secularización en estas dos comunidades, y el segundo, a la sacralización de la nación. Como decía más arriba, esta última parte tiene un componente eminentemente empírico y es, en efecto, un buen soporte para las anteriores. Es verdaderamente interesante la elección de estos dos nacionalismos peculiares y cada vez más relevantes desde el punto de vista académico, una vez alejados del excesivo influjo político. Desde una perspectiva histórica muy bien desarrollada, se corrobora una de las tesis centrales del texto: la de que el nacionalismo no se convierte necesariamente en una nueva religión en la modernidad, ya que ambos surgen en un contexto de fuerte presencia del catolicismo. De hecho, estos nacionalismos no sólo no lo sustituyen como parte del proceso secular moderno, sino que el catolicismo se configura como un sustento importante en su desarrollo, si bien con el tiempo se acaban convirtiendo en nacionalismos seculares debido también a diversos acontecimientos históricos como La Revolución Tranquila, la Guerra Civil española, E.T.A., los procesos de institucionalización, etcétera.

Para cerrar esta parte y el libro, se analizan los soportes del nacionalismo y sus procesos de sacralización. Son especialmente interesantes los procesos comprendidos más allá de los años setenta del siglo XX, momento en el que el nacionalismo secular deja de lado el catolicismo y la dimensión de corte más racial, que había estado presente desde, al menos, el siglo XIX tanto en Quebec como en el País Vasco, para (re)formularse en aspectos históricos, lingüísticos y culturales que marcarían las nuevas fronteras simbólicas. Un tiempo nuevo frente a un tiempo viejo, presente en la definición del “nosotros nación” en ambos nacionalismos, que a la hora de (re)configurar sus referentes presenta ciertas rupturas, pero también un buen número de continuidades. Finalmente, hay un pequeño análisis de otros conceptos y temáticas adyacentes, como la relación entre nacionalismo y violencia, el concepto de autodeterminación, o todo lo referente a la ciudadanía o ciudadanías, que en algunos casos necesitarían estar más desarrollados.

En definitiva, se puede afirmar que nos encontrarnos ante un libro que es grato de leer, de una gran profundidad teórica, y que si bien está más escorado hacia el estudio del nacionalismo que al de la sociología de la religión, presenta una temática que desde el punto de vista histórico es tremendamente interesante para comprender los cimientos de éste en la modernidad, pero también para afrontar su estudio ya bien entrada la globalización. Quiero insistir en esta doble dimensión, ya que aunque haya una perspectiva histórica recurrente y excelentemente tratada, es un libro que sirve para entender el momento actual, que no está desconectado, y cuya perspectiva diacrónica es tremendamente valiosa para sustentar un análisis empírico como el que constituye la tercera parte del texto, o cualquier otro que pudiera hacerse y que tenga como tema central la nación, la religión, el nacionalismo, la secularización y todos los procesos sociales en los que se ramifican, se re(crean) y/o se re(editan) estos fenómenos, aparentemente modernos y también aparentemente condenados a la extinción.

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