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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.80 no.3 Ciudad de México jul./sep. 2018

https://doi.org/10.22201/iis.01882503p.2018.3.57737 

Artículos

Jóvenes rurales y empleo en Tlaxcala, México: trayectorias inciertas*

Rural youth and employment in Tlaxcala, Mexico Uncertaim paths

Iñigo González-Fuente** 

Hernán Javier Salas Quintanal*** 

Héctor Daniel Hernández Flores**** 

** Doctor en Antropología Social por la Universidad de Salamanca, España. Universidad de Cantabria-Facultad de Educación. Temas de especialización: antropología rural, juventud, antropología de la educación. Avenida de los Castros s/n, Edificio Interfacultativo, 39005, Santander, España.

*** Doctor en Antropología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Antropológicas-UNAM. Temas de especialización: antropología rural, campesinado, globalización, identidad y patrimonio cultural. Circuito Exterior s/n, Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510, Ciudad de México.

**** Maestro en Antropología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Posgrado Programa de Doctorado en Antropología de la UNAM. Temas de especialización: antropología rural, juventud; empleo, consumo. Unidad de Posgrado, Edificio F, primer nivel, Circuito de Posgrados, Ciudad Universitaria, 04510, Coyoacán, Ciudad de México.


Resumen:

El objetivo de este artículo es describir e interpretar algunos de los procesos a través de los cuales las personas que habitan el medio rural se incorporan al mercado de trabajo desde edad temprana y trazan trayectorias caracterizadas por un alto grado de flexibilidad, incertidumbre e improvisación. La investigación se desarrolló en el estado mexicano de Tlaxcala entre 2013 y 2016, con metodologías propias de las ciencias sociales. Se discute cómo las prácticas cotidianas de los jóvenes incorporan disposiciones laborales, que dan lugar a un adulto trabajador-emprendedor precarizado en un marco de ausencia de oportunidades.

Palabras clave:  juventud; trabajador rural; precariedad del empleo; flexibilidad del trabajo; México

Abstract:

In this paper, the authors describe and interpret some of the processes whereby rural dwellers join the labor market at an early age and follow paths characterized by a high degree of flexibility, uncertainty and improvisation. The research was conducted in the Mexican state of Tlaxcala between 2013 and 2016, using social science methodologies. They discuss how the everyday practices of young people incorporate work arrangements, giving rise to an adult worker/entrepreneur in a precarious situation within a social framework that lacks opportunities.

Key words:  youth; rural worker; job insecurity; work flexibility; Mexico

En México viven 30.6 millones de jóvenes de entre 15 y 19 años, cifra que representa ٢٥.7% de la población total. En el primer semestre de 2016, la población ocupada entre estos jóvenes alcanzaba 92.8%. La mayor parte de ellos (80.7%) trabaja de manera subordinada y remunerada, 9.4% son trabajadores por cuenta propia, 8.8% son trabajadores sin pago y el resto son empleadores (1.2%). Si nos referimos al tipo de trabajo y de contratos, 71.8% de la población juvenil ocupada lo hace de manera informal. De ellos, 22.1% reciben hasta un salario mínimo1 (frente al 2.2% de trabajadores formales), 34.6% reciben más de uno y hasta dos salarios mínimos, 1.2% reciben más de cinco salarios mínimos, y finalmente 15% no reciben remuneración (frente al 0% de trabajadores formales) (INEGI, 2016). Estas cifras sobre trabajo juvenil muestran varias cuestiones que nos parecen especialmente relevantes: 1) Existe en México un contexto propicio para la incorporación temprana de los jóvenes al mundo del trabajo; 2) el acceso al trabajo evidencia una gran precariedad, en la que destaca una mayoría que trabaja en la informalidad, con ingresos mucho menores a los de trabajadores formales; 3) el tipo y la forma de empleo, contratos y remuneraciones, colocan a los jóvenes en desventaja.

Esta información es el punto de partida de nuestra propuesta. Nos interesa sobre todo explorar algunos de los procesos a través de los cuales las personas que habitan el medio rural se incorporan al mercado de trabajo desde edad temprana y, a partir del primer evento laboral, trazan trayectorias caracterizadas por un alto grado de flexibilidad e incertidumbre. Utilizamos estos conceptos en dos sentidos. Uno se refiere a la caracterización de las relaciones laborales como flexibles salarial (precarias), espacial (móviles), temporal (horarios y calendario indeterminados) y profesional (pluriactivas y rotativas entre sectores, ramas y ocupaciones). El otro sentido busca explicar el alto grado de decisiones laborales que son tomadas sin mediar estrategia,2 de manera imprevista, “de pronto, sin preparación”. Lo incierto, “inconstante, no seguro, no fijo” apunta a las consecuencias de la flexibilidad (RAE, 2016).

Con tal objetivo, consideramos fundamental hilvanar, por un lado, un contexto sociohistórico en el que las dinámicas rurales han sufrido intensas transformaciones sociales, económicas, culturales y tecnológicas y, además, han sido experimentadas de manera diferenciada al mundo urbano; por otro lado, la etapa biográfica de transición a la adultez y, específicamente, los itinerarios de incorporación al mercado laboral de las nuevas generaciones. El concepto de trayectoria laboral permite conocer la relación dinámica entre las condiciones estructurales y las acciones y los sentidos de los sujetos para acceder al mercado laboral. Estudiar a la población joven abre la posibilidad de revisar las diferentes características que asumen los procesos protagonizados por los propios jóvenes, sus familias de origen y otros sujetos pertenecientes a su comunidad más cercana, y que, a nuestra manera de ver, contribuyen de forma decisiva a naturalizar la incorporación temprana, flexible e improvisada de los jóvenes al mundo del trabajo.

La investigación se desarrolló en la región del valle Puebla-Tlaxcala entre 2013 y 2016, con una metodología propia de las ciencias sociales que combina estudio longitudinal, aplicación de encuesta, técnicas de trabajo de campo y generación de información etnográfica. Específicamente, se aplicaron cuestionarios a 10% del total de los hogares en siete localidades rurales del municipio tlaxcalteca de Nativitas, que incluyen información sobre 312 jóvenes entre 15 y 29 años. Con el objetivo de triangular la información, se realizaron además entrevistas abiertas semiestructuradas a 27 de los jóvenes que informaron tener un empleo (trabajo remunerado).

El artículo está estructurado en cuatro apartados principales. El primero presenta el diseño metodológico de la investigación. A continuación, se da paso a una caracterización de las nuevas ruralidades en México y, específicamente, en el municipio objeto de estudio. Enseguida se presentan datos y la descripción de las trayectorias laborales de los jóvenes seleccionados según los intereses de la investigación. Se concluye con una reflexión acerca de la manera en que las propias personas que habitan las sociedades rurales (miembros de la familia, grupo de pares, comunidad inmediata) son clave en los procesos a través de los cuales los jóvenes se incorporan tempranamente al mercado de trabajo, aceptan los mecanismos y técnicas laborales precarias, flexibles, móviles espacial y temporalmente, y por último, transitan, en diferentes intensidades, por la incertidumbre y la improvisación.

Diseño metodológico

Las reflexiones presentadas son resultado de una investigación que se desarrolla en el estado de Tlaxcala desde enero de 2008, la cual ha pretendido y pretende contribuir a entender la relación local-global desde la perspectiva de las transformaciones sociales, a partir de la experiencia de las poblaciones. Para ello, durante este tiempo hemos podido establecer vínculos estrechos con familias cuyos miembros tienen residencia en varias comunidades pertenecientes al municipio de Nativitas, y en cuyas viviendas hemos sido hospedados. Específicamente, y como señalamos, los datos sobre jóvenes rurales recogidos en estas páginas corresponden al periodo de 2013 a 2016. Para tal registro, aprovechando las experiencias de investigación desde 2008, se han seguido dos estrategias. Por un lado, se ha aplicado de forma aleatoria3 un cuestionario a 251 hogares pertenecientes a siete localidades del municipio,4 con lo que se obtuvo finalmente información sobre 868 personas mayores de 15 años y, específicamente, sobre 312 jóvenes entre 15 y 29 años, que son los que interesan en este artículo.

Por otro lado, entre los 151 jóvenes que refieren estar ocupados (48% de la muestra), se han realizado entrevistas abiertas semiestructuradas a 27 de ellos, hombres y mujeres, pertenecientes a familias nucleares y extensas5 de diferentes niveles socioeconómicos. Asimismo, una vez realizada la primera entrevista, se hicieron seguimientos anuales a cada uno de ellos. Esta labor nos ha permitido establecer con gran precisión los itinerarios laborales de los jóvenes y de los miembros de sus familias.

En este contexto, la presente propuesta entiende como prioritario el análisis de los eventos que han sido significativos para que los jóvenes hayan transitado (o superpuesto) del sistema escolar al mundo del trabajo. Los datos y testimonios que se recogen en este artículo no pretenden señalar la existencia de un determinado patrón transicional (Echarri y Pérez, 2007; Saraví, 2009a, 2009b), sino que más bien se selecciona un compendio de itinerarios de diferentes velocidades y formas, el cual, a modo de proceso típico construido con distintos casos, muestre la articulación entre estos eventos transicionales (micro) y las específicas transformaciones socioeconómicas que ocurren en el ámbito rural (macro).

Concretamente, nos hemos centrado en el estudio y la observación de tres elementos transicionales clave -estrechamente relacionados- de los jóvenes rurales tlaxcaltecas: 1. Las disposiciones laborales de origen aprendidas en el ámbito familiar; 2. Los procesos de apoyo a la colocación y la continuidad en el primer empleo -y sucesivos- por parte de los familiares, redes de amigos y conocidos de la comunidad inmediata de los jóvenes, y 3. Las prácticas laborales -incluido el auto(pluri)empleo- y de consumo personal.

Las transformaciones socioeconómicas en la región Valle Puebla-Tlaxcala y Nativitas

En la actualidad tenemos los datos suficientes para conocer que las sociedades, aun las más distantes temporal o espacialmente hablando, han mantenido vínculos con otras sociedades o grupos de manera permanente con diferentes grados de intensidad. Desde luego, la expansión del capitalismo ha tenido como consecuencia la aceleración y la intensificación de los mencionados lazos, lo que ha permitido el desarrollo y la consolidación del sistema global. En este marco, las sociedades rurales también han sido parte de este proceso; la articulación más evidente es la que se ha dado a través del mercado, incluido el laboral. Asimismo, las sociedades rurales se han conectado social y culturalmente con el resto de la sociedad, por medio de las migraciones, las nuevas tecnologías o las formas de organización espacial en asentamientos agrupados y cada vez más similares a las formas urbanas.

En el México rural, hacia finales de la década de los años noventa del siglo XX, los procesos asociados con la globalización y la reestructuración de la economía han tenido el efecto de la llamada desagrarización, es decir, una disminución paulatina y sostenida de la superficie cultivada y del valor de la producción, especialmente en la pequeña propiedad y en las tierras ejidales, en algunos casos desarticulando formas históricas de organización de la producción y del trabajo rural, lo que se refleja en una reducción del aporte de las actividades agrícolas a la generación de ingresos de las familias rurales (Escalante et al., 2007; Carton de Grammont, 2009).

Específicamente, la desarticulación productiva ha modificado los estilos de vida centrados en actividades agropecuarias de unidades campesinas, lo que ha dado lugar a nuevas ruralidades que han diversificado las actividades, especialmente asalariadas y remuneradas, que son las que permiten la vida y reproducción de las familias y comunidades. Se trata de una estrategia para aumentar los ingresos, reducir los riesgos de la producción y hacer frente a los altos niveles de precarización. En ese sentido, más de la mitad de la Población Económicamente Activa (PEA) en el campo a nivel nacional corresponde al sector secundario (21.3%) y terciario (33.7%), frente al 45% de las actividades agropecuarias (INEGI, 2010a).

Este panorama invita a repensar las sociedades rurales más allá de las actividades agropecuarias o forestales, y a tomar en cuenta las demás actividades desarrolladas por su población, como el trabajo en fábricas o agroindustrias, los procesos migratorios y el comercio formal e informal en los ámbitos local, regional, nacional e internacional (Lara Flores, 1998; Appendini y Torres-Mazuera, 2008; Arias, 2009; Carton de Grammont y Martínez, 2009; Salas et al., 2011; Torres-Mazuera, 2012). Consecuentemente, consideramos que se debe apuntar hacia la pluriactividad generada en los espacios rurales contemporáneos. A través de este concepto, se reconoce de forma significativa la actual diversidad de actividades que desarrollan los habitantes rurales, además de las agrícolas. Si bien la combinación de actividades productivas ha sido recurrente en el medio rural, concordamos con María José Martínez (2010: 219) en que la particularidad actual radica en que esta forma ha dejado de ser un recurso ocasional y temporal para convertirse en una estrategia generalizada, utilizada por las familias rurales para ingresar al mercado de trabajo, inserción que es acompañada de diferentes formas de intercambios mercantiles, expansión tecnológica y otras dimensiones de consumo. Nos referimos a consumo como aquel que ya no está ligado únicamente con necesidades básicas de subsistencia, sino cada vez más con el resultado de procesos sociales de mercantilización, así como de necesidades y adscripciones creadas por industrias alimentarias y culturales dominantes a nivel global.

En esta línea de análisis, el municipio de Nativitas puede considerarse un caso paradigmático de nuevas ruralidades y pluriactividad en el sentido que, a diferencia del promedio de México, ha mantenido un alto porcentaje de población rural y, entre ella, un porcentaje importante de población dedicada a las actividades primarias. Ubicado en el Altiplano Central mexicano, al sur del estado de Tlaxcala, el municipio comprende una superficie de 61 990 km2, lo que representa 1.52% del total del territorio estatal, el cual asciende a 4 060 923 km2 (INEGI, 2001). Si bien hacia 1950 el porcentaje de población rural de México era 57% y en el estado de Tlaxcala 61% (DGE, 1950), para 2010 este porcentaje en el país había descendido a 28%, mientras que en Tlaxcala el porcentaje se redujo únicamente a 55% (INEGI, 2010b). Por su parte, la población del municipio ha experimentado un ligero aumento en las últimas décadas. Entre 1990 y 2010 pasó de 21 485 personas a un total de 23 621 (INEGI, 1991), de la cual 48% son hombres y 52% mujeres (INEGI, 2010a). La proporción de mujeres ha aumentado de acuerdo con la disminución de las actividades agrícolas y el consecuente cambio de actividades; los hombres han tendido más a la migración de tipo laboral hacia la Ciudad de México, Puebla o los países del norte (Estados Unidos y Canadá).

Al recorrer los diferentes pueblos que conforman el municipio y la propia cabecera municipal, el visitante puede constatar que las viviendas, aunque concentradas, están rodeadas por los campos de cultivo y las áreas reservadas a la crianza de animales. La vida cotidiana gira en torno al mercado, las pequeñas actividades comerciales, la molienda del maíz y el transporte de pastura, leña, carbón. Como en los pueblos campesinos, desde la madrugada, los agricultores se encargan del regadío, de cuidar sus parcelas, de la cosecha, de alimentar a sus animales, dependiendo de la etapa del ciclo agrícola. Las actividades más urbanas se concentran alrededor del edificio municipal, junto a las escuelas y algunas oficinas públicas. El tráfico por la carretera que atraviesa la entidad conecta los distintos pueblos con San Martín Texmelucan, Puebla y Tlaxcala, las tres ciudades más recurridas por los nativitenses en busca de servicios y mercados.

En el año 2010, la pea del municipio de Nativitas era de 8 062 personas, de la cual 30.8% se dedicaba a actividades primarias (agricultura por cuenta propia, jornaleros y unidades de producción familiar), contrastando con la pea del estado en estas actividades, que es de 15.6% (INEGI, 2010a); 25.5% se dedica a actividades secundarias, ocupados de obreros y empleados en industrias manufactureras, y 43.5% a actividades terciarias en servicios comerciales, negocios por cuenta propia, empleados en servicios educativos, en la administración pública, en hoteles y restaurantes (INEGI, 2010a). En cuanto al nivel de ingresos, casi 35% ganaba entre uno y dos salarios mínimos y casi 70% menos de dos; tan sólo 4.1% ganaba más de cinco salarios mínimos mensuales (INEGI, 2003).

Con base en datos obtenidos de nuestra encuesta, se observa en Nativitas una consolidación de estrategias de formación del ingreso familiar basadas en la pluriactividad laboral. En el cuadro 1 se puede observar que, de los 444 entrevistados que informan estar empleados, 73 señalan tener dos empleos y cuatro llegan a tener tres simultáneamente. Asimismo, destacan los 12 entrevistados que trabajan y estudian simultáneamente, los nueve jubilados que siguen activos en diversos empleos o actividades remuneradas y, sobre todo, los 97 casos de personas que simultáneamente tienen un empleo y trabajan en el hogar.

Cuadro 1 Encuesta: tipo de empleo de la población ocupada en Nativitas 

Fuente: Elaboración propia con base en el cuestionario aplicado por los autores a 251 hogares.

En los recorridos de campo hemos observado que, en cada familia, algunos de sus miembros -incluidas las generaciones más jóvenes- laboran en las industrias cercanas, cuentan con un pequeño comercio, continúan cultivando para el autoconsumo y criando animales de traspatio, y realizan múltiples actividades centradas en generar ingresos monetarios, como vender lonches, lavar y planchar ropa, cuidar niños, manejar un taxi, labores de limpieza, etcétera. Es evidente que la ruralidad actual que viven los jóvenes es diferente a la de los ejidatarios y campesinos en el pasado reciente, cuya principal actividad era cultivar la tierra. Además, la fragmentación industrial ha reducido el trabajo formal y estable, el cual ha sido sustituido por otras formas de contrataciones, precarias con bajos salarios, autoempleo, labores informales y actividades móviles.

En el cuadro 2 podemos observar que de los 151 jóvenes ocupados entre 15 y 29 años que declaran tener un empleo remunerado, sólo 27 de ellos lo hacen en actividades agropecuarias en cultivos familiares y 13 son jornaleros en la localidad. Paralelamente, los datos señalan un acceso creciente y diverso de los jóvenes a mercados laborales fuera de la agricultura: algunos son profesionistas (26), comerciantes (27), obreros (13) y empleados en servicios (11). Esto supone que los jóvenes dedicados a actividades remuneradas monetariamente fuera de la agricultura conforman 74%, frente a 26% de jóvenes que colaboran en la parcela familiar y se emplean como jornaleros. Sin duda, nos encontramos ante una transición laboral generacional que deja de lado la actividad agrícola para acceder a trabajo en el sector secundario (fábricas e industrias locales) y terciario (comercio y servicios). Asimismo, desde otro punto de vista, los 124 jóvenes que se ocupan como jornaleros, maestros, comerciantes, artesanos, profesionistas, obreros y empleados (82% del total de jóvenes que declararon algún empleo remunerado en el momento de la encuesta) evidencian una transición hacia la monetarización de las formas de remuneración, modificando las relaciones sociales y las formas de consumo que se experimentaban en las sociedades rurales.

Cuadro 2 Encuesta: tipo de empleo de población entre 15 y 29 años ocupada en Nativitas 

Fuente: Elaboración propia con base en el cuestionario aplicado por los autores a 251 hogares.

Transiciones a la adultez en Nativitas (Tlaxcala, México)

Nuestro planteamiento entiende a la juventud asociada a tres dimensiones en la transición a la adultez: 1. La transición de la escuela al trabajo (“finishing school and getting a full-time job”); 2. La formación de una nueva familia (“becoming financially independent from one’s parents, being able to support a family, marrying, and becoming a parent”); 3. La transición residencial (“leaving home”) (Berlin et al., 2010; Settersten y Ray, 2010).

Este enfoque concede una gran centralidad a los conceptos de evento, itinerario y transición. El itinerario vital está constituido por elecciones y decisiones del individuo (agencia) bajo disposiciones estructurales del entorno sociohistórico y determinaciones de orden cultural y simbólico (estructura). El itinerario -como sucesión no desligada de eventos puntuales de la vida cotidiana- pretende enfatizar la interpretación de dichos sucesos en el contexto del pasado (itinerario recorrido) y las expectativas de futuro (itinerario probable). El primero supone un conjunto de adquisiciones encadenadas con una gran disparidad de resultados. El segundo identifica un haz de probabilidades en función de factores a favor (ventajas) o en contra (desventajas) que tienen que ver con las elecciones de la persona y las constricciones sociales (Casal et al., 2006: 30 ; Saraví, 2009 a: 41). En la práctica, se tienen en cuenta las posibilidades de realizaciones en cuestiones pertinentes al proceso de emancipación: las posiciones de partida en la familia de origen, logros en formación escolar, experiencias laborales previas, la transición profesional, la construcción de expectativas, el aprovechamiento de oportunidades eventuales (como la de migrar), la vida afectiva, el acceso a la vivienda propia, etcétera.

La transición viene definida por el conjunto de procesos biográficos de socialización que, de forma articulada entre ellos, intervienen en la vida de las personas desde que ingresan a la pubertad y que proyectan al sujeto joven a alcanzar la emancipación profesional, familiar y residencial, y a la adquisición de posiciones sociales. Específicamente, tomando la información registrada en la encuesta, las entrevistas y nuestra propia observación, analizamos las trayectorias formativo-laborales de los jóvenes de Nativitas, en las cuales se encuentran muy diversos casos, definidos por la edad, las oportunidades, el tipo de familia, la pertenencia a redes y el azar. Para precisar estas trayectorias, y sin la intención de reducir la complejidad y la diversidad de las mismas, hemos construido tres eventos transicionales que nos parecen centrales: 1. La socialización primaria, contexto en el cual el joven aprende observando y viviendo las decisiones de sus padres-tutores; 2. Los procesos de búsqueda y obtención del primer empleo, o lo que es lo mismo, cómo se van articulando las primeras decisiones laborales personales con las de otras personas de su entorno inmediato, y 3. Los hábitos de trabajo articulados con los de consumo.

La socialización laboral de origen: “Ayudo porque es mi familia”

En el momento de la primera entrevista (julio de 2013), Lucía6 tenía 17 años, edad que no impide trazar una trayectoria laboral reproductiva7 que puede datarse siete años antes. Cursando quinto grado de primaria, esta joven residente en la comunidad de Santo Tomás La Concordia compró su primera mochila ahorrando parte de los 100 pesos -“más pasajes”- semanales que unos familiares le daban por cuidar al hijo de estos tres veces por semana. Hija de padres separados y hermana de un varón menor y una mujer mayor, Lucía vivía desde años atrás con su madre y hermano, a quien cuidaba. Ambos hermanos acudían a la casa de sus abuelos -en la comunidad limítrofe de Nativitas-, donde ella participaba en diferentes actividades domésticas e incluso ayudando a su abuelo a dar de comer a los animales criados en el patio. En aquel momento, ella combinaba sus estudios en la “prepa” -aspiraba a estudiar Comunicación Social- con participaciones puntuales en una compañía de teatro a la que accedió a través de una compañera de clase, y también preparando dos coreografías para el baile de 15 años de una prima de su ex novio a cambio de 1 500 pesos, con los que renovó su teléfono celular.

Lucía no recordaba completamente las trayectorias laborales de sus padres, aunque tenía claro que su padre había trabajado sobre todo de chofer particular y vigilante, y que su madre era “multiusos”, es decir, que había sido trabajadora informal doméstica en casa de unos familiares de sol a sol desde 12 años atrás, y había hecho todo tipo de trabajos conseguidos “por recomendación”, como vendedora ambulante de comida -ayudada por la propia Lucía-, en la confección de pantalones de mezclilla en una fábrica ubicada cerca de su hogar, etcétera. Lucía reconocía que su madre había hecho grandes esfuerzos para que todos sus hermanos se graduaran de nivel universitario, aunque la única con perspectivas de conseguirlo -sin haber empezado aún- era ella misma: por un lado, al primer año de llegar a la universidad, su hermana comenzó a trabajar en una boutique, abandonó los estudios y se casó, en ese orden; por otro lado, señalaba que su hermano “está descontrolado”, que se fue a vivir una temporada con su padre a la Ciudad de México (ciclo en el que se inició laboralmente como ayudante de taller mecánico por 50 pesos al día por tres horas), para después seguir estudiando secundaria en un internado. Finalmente, entre los veranos de 2015 y 2016 la propia Lucía tuvo que dejar los estudios al quedarse embarazada, contraer matrimonio y empezar a trabajar en los negocios de su familia política.

Manuel (19 años) era el mayor de cuatro hermanos. Cuando lo entrevistamos por primera vez (agosto de 2013), su padre se dedicaba a trabajar como supervisor de seguridad en una fábrica y su madre vendía ropa deportiva en tianguis8 de la región y realizaba ventas por catálogo. Anteriormente, el padre contaba con tierras que eran parte de un ejido, el cual vendió para irse a Estados Unidos, de donde regresó hace tres años. Si bien alguno de sus tíos trabajaba en el ejido, a ninguno de los hermanos les ha tocado participar en actividades agrícolas, debido a que “se requiere mucho tiempo y se gana muy poco”. Manuel se encontraba estudiando una Ingeniería en Ciencias de la Comunicación (en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla), trabajaba por las tardes en un cibercafé de Puebla y los fines de semana compartía su tiempo entre ayudar en la venta de ropa con su madre en los tianguis y su participación en una asociación de jóvenes católicos. Manuel comentaba que su familia siempre ha sido muy trabajadora, al igual que la mayoría de gente de su comunidad, San Rafael Tenanyecac:

Pues, aunque ya muchos jóvenes no trabajan el campo, aquí en San Rafael todo el mundo es muy chambeador.9 Aquí trabajan, o bueno, trabajamos desde muy chicos […]. Pues sí hay algunos que todavía trabajan el campo, pero son los menos, lo hacen porque la familia lo hace, pero ahí no les pagan o les pagan poco, por lo que prefieren otra cosa ya cada vez más […]. Sí pues sí, hay muchos que se han ido a Estados Unidos, algunos pusieron negocios o se dedicaron al comercio o buscaron otra chamba, como mi papá, pero también ya cada vez son más los que no van, sobre todo como joven ya la piensas, aquí también hay trabajo y ya depende de ti si quieres echarle ganas pa’ salir adelante, puedes vender ropa, comida o cosas así, también puedes trabajar en Puebla o Tlaxcala, en Santa Ana, Tepe o por acá en Zacatelco, trabajo hay, sólo es cosa de uno.

Verónica tenía 18 años y estudiaba bachillerato cuando la entrevistamos en San Miguel del Milagro (diciembre de 2014). El padre era ejidatario y, al igual que muchos habitantes de la comunidad, se dedicaba al cultivo de amaranto, del cual vendía una parte y utilizaba la otra para elaborar dulces que también ponía a la venta. La madre se dedicaba al comercio; concretamente, a la elaboración de comida que vendía en un tianguis en el municipio colindante de Zacatelco y en su propia comunidad de San Miguel durante los fines de semana y las fiestas patronales. Si bien Verónica nunca había tenido un empleo remunerado, reconocía que algunas veces ayudaba a su madre en el puesto de comida:

Pues sí hay muchos jóvenes que trabajan, yo ayudo de vez en cuando, pero para mí no es un trabajo, lo hago porque es mi familia pero incluso no tengo necesidad de hacerlo […] pues a ellos les va bien, no tan bien, pero digo a nosotros [hermanos] no nos hace falta nada, lo único que nos piden es que estudiemos y que hagamos algo de bien […]. Pues me gusta la escuela, sobre todo por los amigos, también me gusta pasear y asistir a conciertos. Me gusta mucho la música, me gusta ir a la ciudad [Tlaxcala] con mis amigos y pasármela bien.

Algo que ha impactado las dinámicas de jóvenes como Verónica es el mayor acceso a otros mercados de comunicación y consumo. Así, ella se jactaba de “tener como 900 o casi 1 000 amigos” en la red social Facebook. Nos comentaba que le “gusta ver las fotos” y prestar atención a “cómo visten o cómo visto yo y eso, cosas como nuevas, luego ves lo que está de moda y pues lo buscas […]. A mí me gusta mucho la ropa”.

Aunque los casos de Verónica, Manuel, Lucía y sus hermanos contienen numerosos aspectos que analizar, se han seleccionado en esta ocasión por tres aspectos fundamentales. En primer lugar, nos encontramos ante trayectorias laborales esencialmente tempranas; los 10 años de Lucía son la referencia más evidente. En segundo lugar, se trata de una parte de las biografías de los jóvenes en la que sus experiencias laborales se construyen a partir de las decisiones que toman otros -sus padres en este caso- por ellos. Lucía empezó a cuidar a sus primos empujada por su madre, y su hermano tuvo su primera experiencia laboral en el mismo taller en que trabajaba su padre. Manuel explicó que se empieza a trabajar en el campo “porque la familia lo hace”. Verónica empezó en el negocio familiar sin “necesidad de hacerlo”.

Por último, los jóvenes, aun teniendo expectativas de estudiar en la universidad, han socializado y siguen socializando en la familia de origen las actuales prácticas laborales flexibles de las generaciones más adultas de asalariados. Especialmente significativos son los contextos laborales en los cuales Verónica aprende a preparar comidas, Manuel a vender ropa en los tianguis, Lucía a cuidar niños y vender comida, o su hermano a realizar pequeñas tareas en el taller: los jóvenes consiguen su primera remuneración precaria bajo la atenta e inmejorable supervisión de sus propios padres, contexto que, sin lugar a duda, supone una singular expresión de cómo el individuo de la generación más joven interioriza disposiciones laborales flexibles salarial y temporalmente dentro de relaciones sociales significativas en el marco de su cultura local, en este caso, dentro del municipio de Nativitas.

Los primeros y sucesivos empleos: “Vender algo, tener dinero y comprar ropa”

Habitante de la comunidad de San Bernabé Capula, Mónica tenía 20 años cuando la entrevistamos en agosto de 2013. Sus padres eran maestros en escuelas del municipio; destaca la trayectoria laboral del padre hasta antes de conseguir su plaza de maestro en el nivel preescolar. Además de mantener su ejido de tres hectáreas, lo cual le ha dado oportunidad de ser dirigente de organizaciones campesinas regionales, alternó diversos empleos en fábricas cercanas al domicilio, caracterizadas por ofertar puestos rotatorios y en cadena de montaje. Una vez que estuvo seguro de estudiar magisterio, el padre trabajó como personal de mantenimiento de las escuelas hasta ganar su plaza y convertirse en dirigente gremial a nivel estatal, además de incursionar en la venta de diversos artículos.

En el momento de la entrevista, Mónica cursaba estudios universitarios en la ciudad capital del estado, realizaba tareas domésticas en la casa de su familia de origen, trabajaba en casa a través de la venta por catálogo -ingresos variables por comisión-, fuera de casa de mesera en eventos de fin de semana gestionados por dos empresas diferentes -por 200 pesos más propinas el servicio de entre ocho y 12 horas-, era vocalista y corista en un grupo musical -500 pesos por actuación-, presidenta de una organización política juvenil, miembro de asociaciones feministas y ecologistas, y participaba en los procesos de elección de autoridades comunitarias en que la mujer puede hacerlo.

Si fuera por su padre, educado en las costumbres del papel tradicional de las mujeres y quien paulatinamente ha aceptado los cambios en el papel de la mujer trabajadora fuera del hogar, ella no trabajaría. Sin embargo, desde hace aproximadamente tres años, Mónica genera los ingresos suficientes para proporcionarse “ropa, teléfonos y cosas de la escuela” e incluso colaborar en la economía de la unidad doméstica. Fue a través de redes de parentesco y sociales que empezó a convocar a amigas y vecinas para la venta de artículos del hogar, cosméticos, ropa y zapatos en su domicilio; a través de un primo contactó con la primera de las empresas de eventos; a través de una prima contactó con la segunda; a través del hermano de un padrino se presentó al casting del grupo musical, que finalmente ganó, y a través de su padre entró a participar tanto en organizaciones políticas formales como en los procesos comunitarios de elección de autoridades.

Entre las relaciones trabajo-capital de Mónica mencionadas arriba destaca el contrato que tiene con una empresa de venta por catálogo que únicamente se preocupa de recibir a tiempo lo acordado entre ambas partes. De esta forma, alrededor de una taza de té o café, Mónica solía reunir cada sábado a diferentes grupos de familiares, amigas y vecinas de la comunidad. Como no podía ser de otra manera, se generaba un ambiente distendido, amistoso y propenso a los chismes. Cuando la pieza a vender se salía del presupuesto de la mayoría de las potenciales compradoras, el grupo utilizaba el denominado “sistema de apartados”, también llamado tandas.10 En palabras de la propia Mónica, “es como un crédito” sin intereses, en el que cada participante -10 como máximo- anticipaba en cada reunión un porcentaje de la prenda, de manera que todas ellas terminaban con una pieza de idéntico valor; a través de un sorteo se determinaba quiénes lo recibían en las primeras reuniones y quiénes en las últimas.

Valentina, vecina de la cabecera municipal y maestra de primaria de un centro situado en un municipio cercano a Nativitas, encontraba “obvio” recordar cuál fue su primer empleo. Con 23 años recién cumplidos en el momento de la entrevista (agosto de 2014), tenía 12 años cuando sus padres la dejaron por primera vez sola a cargo de la tienda que tiene la familia en su propia casa. Hoy en día sigue ayudando en el negocio. Sin embargo, si algo caracteriza el itinerario laboral de Valentina es su alto nivel de iniciativa para poner en marcha pequeños proyectos comerciales en periodos de vacaciones. Con 23 años, propuso a su prima organizarse para “vender algo, tener dinero y comprar ropa”: prepararon unos “cocteles”, agarraron una canasta y se pusieron a ello. Finalmente, “no salían las cuentas”, comentaba, en el sentido de que el dinero reunido era insuficiente, y meses más tarde, con 14 años, lo intentaron con la venta -en la propia vivienda- de quesadillas, churritos y papas. Con 15 años, dieron un paso más y se decidieron a comprar pan por mayoreo y, utilizando el vehículo de sus padres, venderlo en otras comunidades. Tras otros intentos comerciales menos exitosos, como la venta de raspados, cerveza michelada y cohetes en las fiestas patronales, Valentina empezó a dedicarse a la venta de zapatos por catálogo con el mismo procedimiento que ha sido descrito en el caso de Mónica. Por fin, nos contaba que aquel año (2014) quería intentar algo “más serio”, de manera que iba a invertir 3 000 pesos en comprar bolsos de piel para venderlos luego a un mayor precio. Sin duda, es el perfil de una emprendedora.

Los eventos transicionales descritos en esta sección registran nítida-mente un fenómeno social ampliamente caracterizado (Saraví, 2009a; Salas et al., 2011): la mayoría de los jóvenes obtiene el primer empleo y los sucesivos a través de su red de familiares, amigos o miembros de la comunidad inmediata, y lo hace en negocios o actividades informales desarrollados en el municipio de residencia. La combinación de las decisiones propias con las de otras personas cercanas a los jóvenes propicia que la ocupación de empleos precarios e informales se produzca de manera natural. Por un lado, Valentina combina el aprendizaje en la tienda de sus padres con sus propias iniciativas; por otro, Mónica representa el caso típico de una persona joven que ha de negociar constantemente los planes que sus padres tienen para ella con sus propias decisiones laborales y de emprendimiento.

En estos casos, es interesante observar cómo Mónica y Valentina han desarrollado el emprendimiento. Vender productos por catálogo en casa, comprar productos por mayoreo para venderlos por un valor mayor, montar y mantener pequeños proyectos comerciales, son prácticas incentivadas por la reproducción de las personas y, al mismo tiempo, por el impulso de acumulación enmarcado en el proceso de maximización de ganancias. Sin lugar a duda, esta conjunción de capital social, informalidad y localización contribuye a generar contextos sociales en los cuales tienen lugar interacciones clave en la articulación del presente modelo económico y cultural hegemónico, y las experiencias de la gente y, consecuentemente, en la reproducción de una diversidad de formas de relación trabajo-capital. Estas formas tienen en común que son construidas en la intersección entre la necesidad del individuo de ganarse la vida -abrazando identidades significativas en el marco de la cultura local- y la necesidad del capital de garantizar la máxima extracción de excedente (Narotzky, 2004: 302 y ss. ). También son una evidencia de la encrucijada entre la búsqueda de soluciones individuales para satisfacer las necesidades de consumo y las tareas familiares de reproducción del colectivo doméstico.

El nuevo adulto, emprendedor y consumidor: “Chambear desde morro 11 para conseguir mis cosas”

Cuando nos entrevistamos con Cristina (julio de 2013), ella completaba a sus 29 años la denominada transición a la adultez. Acababa de encontrar un puesto de trabajo estable en una empresa relacionada con sus estudios, contrajo matrimonio con un nativitense, tuvo un hijo con él y empezó a construir su nuevo hogar en la comunidad de Jesús Tepactepec, en ese orden. Antes de todo ello, Cristina había finalizado dos licenciaturas que compatibilizaba desde sus 21 años con diferentes empleos. La tienda de ropa de unos “conocidos” en su municipio de origen fue su primera incursión en el mercado laboral. Aunque “no necesitaba trabajar”, Cristina comentaba que siempre había querido “comprar su propia ropa”. En este trabajo sin contrato formal, le pagaron 600 pesos por semana, hasta que su hermana la invitó a participar en un proyecto conjunto de venta de artículos de jardinería en el estado de Veracruz. Los continuos viajes entre Tlaxcala y Veracruz durante cuatro años mantuvieron “boyante” el negocio, aunque finalmente Cristina prefirió emplearse en su ciudad natal, desde telefonista en una financiera hasta ayudante en la tienda de otro hermano. En el momento de la entrevista, Cristina trabajaba en una empresa de automoción, cuidaba de su hijo y colaboraba en las tareas domésticas en la casa de sus suegros mientras esperaba poder trasladarse a su nueva vivienda.

En la primera entrevista que le hicimos, Javier (17 años) era el mayor de tres hermanos. El padre era ejidatario y su madre se dedicaba principalmente al trabajo en casa y a cuidar algunos animales. En ese momento, Javier se encontraba estudiando el último semestre de la carrera de Mantenimiento de Sistemas Automáticos. Si bien consideraba poder estudiar “hasta donde se pueda”, esto se ha visto dificultado porque, al ser el mayor de los hermanos, su familia lo ha hecho responsable también de aportar dinero al hogar. Es por ello que, en el último año, ha dejado de asistir “un poco” a la escuela: primero tuvo que acompañar a su padre en las labores del campo y, posteriormente, encontró empleo en una lavandería de mezclilla en una comunidad cercana. Una de las principales transformaciones en la región, y que experimenta un buen número de jóvenes de Nativitas, tiene que ver con aceptar empleos precarios y peligrosos para la salud como única alternativa para obtener un oficio, tener un futuro en la localidad y, al mismo tiempo, tener la oportunidad de obtener alguna satisfacción material o de consumo:

Pues vi un anuncio aquí en San Miguel, hablé y fui, fue rápido, al principio sí es pesado pero te acostumbras, sobre todo porque no sabes bien cómo, pero pues ahí vas aprendiendo, además pues es en los únicos lugares donde encuentras trabajo seguro […]. Pues depende de lo que hagas, yo empecé en la caldera, eso está fuerte pues tienes que estar toda la noche echando lumbre, que no se apague, ahí no pagan tanto […]. También es pesado cuando te ponen a tallar con piedra, pero le vas agarrando el pedo y entonces sí sale, con unas 30 o 40 piezas que te avienten te ganas unos 200 o 300 pesos diarios […]. También está lo de blanquear [proceso en el que se sumergen pantalones en grandes cantidades de cloro para eliminar el teñido índigo], ahí el pedo es el olor, luego sí duele la cabeza y hasta te revuelve el estómago al principio, pero pues ya te dan tantita leche o te sales tantito y le sigues, ahí alguien rifado saca unos 400 pesos […]. Y pues así depende de lo que haga uno, ya casi llevo cinco meses, algunos no aguantan pero pues se gana bien, la verdad, yo salgo de la escuela [turno vespertino], de ahí a San Mateo, entro a las 8 pm y salgo a las 6 am, antes de las 7 am ya estoy durmiendo […]. Con eso ya me compré un buen celular, ropa, algunas cosas para la casa, ya sabes, la jefa y la carnalita. Se sufre pero se gana, con eso a lo mejor consigo algo mejor después, pero pues ya qué, a dormir de día, para trabajar de noche, pero bueno ya al menos no me levanto a ayudar a mi jefe en el campo, eso es bueno, ¿no?

Roberto tenía 18 años cuando lo entrevistamos en Guadalupe Victoria (agosto de 2014). Estudió únicamente hasta el primer semestre de educación media. Hace un año “se juntó” con Sandra, con quien tenía una niña de seis meses, aunque seguían viviendo en la casa de origen con su madre y su hermano menor. Desde que el padre los abandonó hace siete años, ha sido la madre la que ha mantenido el hogar con su empleo como asesora financiera en un municipio cercano. Ello también impuso que Roberto comenzara a trabajar desde temprana edad “en el campo”, concretamente “ayudando” en el ejido de su abuelo. Nos comentaba que empezó “trayendo y llevando pastura” y, poco a poco, empezó a realizar otras actividades dentro de la milpa. A los 12 años, un familiar le comenzó a pagar por deshierbar su terreno, momento en el que se propuso buscar otros empleos.

A los 13 años, combinando el tiempo con la escuela, comenzó como ayudante en una tienda de abarrotes en San Bernabé Capula y, de ahí, pasó por otros negocios, “ayudando” a comerciantes de dulces o de comida de la localidad. A los 15 comenzó a trabajar en un local de reparación de motos, donde adquirió su gusto por estas, a las que le gustaría dedicarse en el futuro. Un año más tarde, a los 16, se trasladó a Tlaxcala a trabajar de ayudante de cocina y mesero en el mismo restaurante. Un año después, por invitación de otros peones de su comunidad, trabajó como jornalero de la temporada de la naranja en Tamaulipas y Sonora. En 2015 planeaba ir de nuevo, ya que la temporada tiene “sólo” una duración de dos a tres meses, y a pesar de lo que les descuentan (pago por comidas, estancias y contratista), se puede ganar hasta 10 000 pesos, dinero con el cual se compró una motoneta en su primera experiencia. En los últimos meses, Roberto ha trabajado de cinco a seis días a la semana en el puesto de venta de artículos religiosos de un familiar, quien le paga 120 pesos por día de 10 a 18 horas aproximadamente, en función de la cantidad de personas que asisten al santuario de San Miguel. Cuando le “sobra” tiempo, también ayuda a su abuelo en la elaboración de dulces (palanquetas, barras de amaranto, obleas, etcétera).

En ese contexto, para Roberto, trabajar desde temprana edad ha representado no sólo la posibilidad de ayudar a su familia, sino también poder tener independencia ante sus decisiones:

A mí me gusta trabajar, lo aprendí de mi abuelo, el cual sigue trabajándole en su tierrita y haciendo dulces de vez en cuando, y de mi mamá, que siempre le ha buscado, ya sea de secretaria, de lo que hace ahora o de lo que sea, toda la familia lo hace, aquí no hay nadie que no haga nada. Si bien faltan cosas, todos chambeamos y así se van consiguiendo cosas […]. Cuando estaba en la escuela no necesitaba ya pedirle a mi mamá para lo que necesitaba, nunca lo he sentido como una necesidad, también muchos de mis amigos trabajan y, por lo mismo, la gente no nos dice nada, si luego andamos dando la vuelta, o echándonos unos tragos en los bailes, saben que nosotros trabajamos y nos los pagamos… Yo ahorita quiero lo mejor para mi niña. Cuando decidimos hacerlo [juntarse], la familia de ella y la mía no dijeron nada, igual nos ganó, ¿no?, pero pos sabían que siempre le he chambeado desde morro, y he conseguido mis cosas, ahora ya tengo una familia y voy a seguir trabajando para sacarla adelante, si bien no hay mucho trabajo por aquí, buscándole siempre sale y es algo que me gusta.

Lo que más nos llama la atención de los casos de Cristina, Javier y Roberto es el alto grado de improvisación que rodea la toma de decisiones en el mundo del trabajo. Aunque parece claro que Cristina termina cumpliendo el denominado patrón normativo de futuros probables, no es menos cierto que gran parte de sus decisiones laborales se tomaron sin mayor planificación, determinadas por la necesidad de sobrevivir. Por otra parte, Javier dibuja una trayectoria fundamentada en empleos perjudiciales para su persona. Finalmente, Roberto es un caso paradigmático de lo que queremos decir cuando hablamos de trayectorias inciertas e improvisadas: sus decisiones laborales no son planificadas ni siguen una estrategia definida; al contrario, sus eventos laborales se caracterizan por ser decididos prácticamente en el momento y casi de manera azarosa, sin mediar en ellos prospectiva alguna.

Trayectorias laborales de la juventud rural: flexibilidad e improvisación

Si algo llama poderosamente la atención de las transformaciones en el mercado de trabajo en el medio rural es la capacidad de las personas a la hora de asumir como una responsabilidad propia la carencia de recursos o ingresos, optando en la mayoría de las ocasiones por estrategias individualizadas que, entre otras cosas, destruyen las solidaridades de clase y ponen en cuestión el carácter colectivo y familiar de las estrategias reproductivas de las unidades domésticas de origen campesino.

En el caso de jóvenes que han crecido en este contexto, algunos aspectos que hemos observado son los siguientes:

En primer lugar, los jóvenes ya tienen incorporada a su acervo cultural la denominada cultura del esfuerzo y del emprendimiento, ambas cuestiones ligadas con la influencia que las agencias de socialización ejercen sobre ellos: familia, grupo de pares, comunidad inmediata, escuela, medios de comunicación. Se observa que, como en el caso de Lucía con sus estudios universitarios, las expectativas de lo que les gustaría estudiar desaparecen en el momento en que se presenta una oportunidad laboral -no tanto buscada como encontrada gracias a las redes familiares y comunitarias- que se traduzca en ingresos monetarios. La mayoría de los jóvenes han conocido el mundo del trabajo a partir de la observación y la experimentación de las prácticas laborales de sus progenitores-tutores. Con ellos han aprendido de primera mano y a muy temprana edad lo relativo a la flexibilidad que es necesaria en sus respectivos trabajos: en la venta ambulante (Lucía), en el comercio minorista (Valentina) o en el sector restaurantero (Roberto), por señalar tres de los sectores en los que ingresan los jóvenes nativitenses en su primer contacto con el mundo laboral. Esta situación pone en evidencia una transición laboral generacional que va del empleo agrícola (en la parcela familiar o como jornalero) hacia el remunerado en comercio y servicio.

En segundo lugar, algunos jóvenes llegan a su primer empleo en un contexto de relaciones sociales precarizadas, esto es, consiguen trabajos en el ámbito de una red de relaciones que involucra decididamente a su familia, a sus amigos y a otros miembros ligados con la comunidad. En otras palabras, estos primeros empleos están significativamente asociados con la existencia de una oferta informal cuyas condiciones son establecidas por personas -propietarios y/o arrendatarios de pequeños negocios, trabajadores asalariados, etcétera- que implementan y desarrollan la precariedad y la flexibilidad hasta el límite, como lo evidencian los riesgos para la salud del empleo de Javier en la maquila. Así, esta investigación constata la existencia de un sentido común que naturaliza la búsqueda del máximo beneficio por encima de cualquier otra consideración, como el ejercicio de los derechos laborales. Este ha sido el caso de la madre de Lucía, quien durante los últimos 12 años ha trabajado en el servicio doméstico de un familiar en la ciudad, sin contar en todo este tiempo con un contrato, con un salario y horario fijos, con un seguro o previsión social; en definitiva, sin ninguna prestación laboral.

En tercer lugar, algunos jóvenes han transitado desde edad muy temprana y en pocos años al mundo laboral como tal, y pueden ser considerados como trabajadores precarizados y, “con suficiente suerte, con ingresos suficientes” (Barkin, 1999: 16 ), como consumidores de baja intensidad. El trabajo no constituye un fin en sí mismo, sino un medio. El dinero, como en el caso de los jóvenes nativitenses, se convierte en un elemento de gran centralidad y atracción en el sentido de que se utiliza para expandir las posibilidades de consumir productos -como telefonía móvil, ropa y accesorios- asociados con “las connotaciones simbólicas que acompañan e intervienen en los procesos de construcción identitaria” (Saraví, 2009 b: 100). Al mismo tiempo, como documenta Lourdes Flores (2009: 103), “el consumo es efímero, desechable”: la mayoría de gastos que tienen los jóvenes entrevistados -sobre todo los relacionados con las “tandas”- han sido realizados antes incluso de recibir los salarios, lo que provoca que las personas tengan que seguir trabajando para pagar sus deudas, como son los casos de Mónica y Valentina.

Finalmente, los cuestionarios, las entrevistas y la observación participante en las comunidades nos permiten señalar un haz de trayectorias laborales que, en diferentes grados, se caracterizan por la improvisación y la incertidumbre. Por un lado, hablamos de trayectorias improvisadas, esto es, caracterizamos jóvenes que viven cotidianamente eventos sociolaborales que en ocasiones (las menos) forman parte de decisiones programadas, planeadas por ellos mismos o por otras personas (por ejemplo, el caso de Cristina, cuando prefiere abandonar su negocio itinerante para afincarse en su ciudad de residencia), y que en otras ocasiones son decisiones que están modeladas por la irrupción del acontecimiento, el azar o la suerte (Saraví, 2009 a: 28 ), por ejemplo, cuando Roberto es invitado a Sonora como jornalero. Por otro lado, y totalmente asociado con lo primero, observamos biografías cargadas de incertidumbre, en la cuales las prospectivas de futuro son aparcadas temporalmente y muchas veces canceladas ante la falta de oportunidades.

Conclusión

En el presente artículo hemos expuesto cómo los jóvenes -las personas dependientes del mundo adulto en algún grado- se incorporan al mercado de trabajo de manera temprana, proceso que incluye una mayoría de eventos imprevisibles, que hacen que las biografías discurran con altas dosis de incertidumbre.

El texto ha documentado cómo las disposiciones laborales precarizadas se aprenden y transmiten: 1. En el seno de la familia, de manera que las personas socializan -y con ello reproducen- a sus hijos en el trabajo precario y flexible; 2. En el seno de la comunidad inmediata: las redes familiares y comunitarias apoyan e incentivan a los niños y jóvenes a aceptar empleos precarios, lo que se acopla, paralelamente, con que las personas que ofertan los empleos buscan maximizar beneficios; 3. En el mundo del trabajo: las personas más jóvenes aceptan como legítimas las condiciones precarias en un contexto en el que se combinan -en función de otros factores- la necesidad de ganarse la vida y la entrada en el mundo de las decisiones en libertad que supone el consumo, aunque este sea de baja intensidad y lleve al endeudamiento y, con ello, a la necesidad de seguir trabajando.

Asimismo, en este trabajo hemos observado dos cuestiones que, desde nuestro punto de vista, deben seguir siendo investigadas: cómo la generación actual de jóvenes entre 15 y 29 años ha transitado de lo agrícola al comercio y servicios; y la reorganización de la unidad doméstica o la familia encargada de la reproducción social, en tanto que los proyectos colectivos son desplazados por los intereses individuales de sus miembros.

Finalmente, el análisis de los individuos a través de sus transiciones laborales constituye, a nuestra manera de ver, un espacio privilegiado para entender la manera en que se construye el sentido común del actual modelo económico y cultural hegemónico. Considerando la enorme influencia que para asumir dicha cultura tienen las instituciones macro, como los gobiernos regionales y nacionales, las instituciones supranacionales, los sistemas educativos o los medios de comunicación, resulta cuanto menos revelador detallar los procesos de interiorización de las disposiciones laborales flexibles y precarias que son consecuencia de la participación de las propias personas en los mercados de trabajo. Se trata, sin duda, de una responsabilidad más o menos involuntaria, más o menos intencional, la cual se produce y reproduce a través de prácticas cotidianas que son socializadas de la generación más adulta a la más joven, asegurando así la reproducción exitosa del modelo en contextos socioculturales dispares. Esas prácticas cotidianas acaban configurando esquemas de percepción que incorporan disposiciones laborales precarizadas, que dan lugar al adulto requerido por el sistema: un trabajador-emprendedor precarizado, un consumidor fragmentado entre el endeudamiento y la satisfacción de sus necesidades individuales y, en definitiva, un adulto que toma decisiones en un marco de incertidumbre y ausencia de oportunidades.

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* Este trabajo es resultado del proyecto “Ruralidades, sujetos sociales y respuestas comunitarias en el valle Puebla-Tlaxcala” (financiamiento PAPIIT-UNAM in 300115).

1El salario mínimo vigente en México a partir del 1 de enero de 2016 era de 73.04 pesos al día (SAT, 2016). En el intervalo de la investigación (2013-2016), un dólar estadounidense equivalía a entre 12 y 17 pesos mexicanos.

2Nos referimos a la acepción de estrategia como “serie de acciones muy meditadas, encaminadas a un fin determinado” (RAE, 2016).

3Con base en los planos de cada comunidad, se realizó una encuesta por cada cuadra, para alcanzar 10% de los hogares de cada localidad.

4La población se asienta en 13 comunidades y tres barrios o colonias: Santa María Nativitas (cabecera municipal), San José Atoyatenco, San Miguel Xochitecatitla, San Rafael Tenanyecac, San Vicente Xiloxochitla, Santiago Michac, Guadalupe Victoria, Jesús Tepactepec, San Miguel Analco, Santo Tomás La Concordia, San Miguel del Milagro, San Bernabé Capula, San Francisco Tenexyecac. Las tres colonias son Santa Clara Atoyac, Ex Hacienda Santa Elena y Ex Hacienda Segura.

5En nuestra definición, familia nuclear incluye padre y/o madre e hijos; familia extensa incluye tres y más generaciones y/o miembros no parientes que cohabitan en una misma vivienda.

6Los nombres que aparecen en el texto de las personas entrevistadas no corresponden a los reales.

7Se comparte con De la Garza (2003: 769-770) que las trayectorias de empleo no pueden asumirse como “la simple sucesión de ocupaciones”, sino que el trabajo tiende “posiblemente a ampliarse y confundirse con otros mundos de vida considerados propios de la reproducción social de los trabajadores”, como la unidad doméstica y la familia, el grupo de pares, la comunidad o las organizaciones político-sindicales.

8Tianguis: palabra de origen náhuatl que proviene de tianquiztli que significa sitio para vender, comprar o permutar (Montemayor, 2007); se utiliza para designar al mercado que se realiza al aire libre con diferente frecuencia de tiempo, casi siempre semanal.

9En el léxico informal mexicano, chamba significa trabajo.

10“Tanda” o “caja” suelen ser asociaciones rotativas de ahorro y crédito. También conocidas como cundina, quiniela, vaca, ronda, rifa, etcétera, se utilizan para pagar deudas, reparar la vivienda, enfrentar urgencias, comprar regalos, útiles escolares, etcétera; es decir, para la obtención de productos y bienes que no se compran ni consumen todos los días (Gissi, 2009).

11En el léxico informal mexicano, se les llama a los niños morros.

Recibido: 07 de Diciembre de 2016; Aprobado: 06 de Noviembre de 2017

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