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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.80 no.2 Ciudad de México abr./jun. 2018

https://doi.org/10.22201/iis.01882503p.2018.2.57719 

Artículos

Aproximaciones sobre la contraposición Acción y Estructura en Teoría Social

Approaches to the contraposition between Action and Structure in Social Theory

Juan Ignacio Jiménez Albornoz* 

*Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Chile. Universidad de Chile . Temas de especialización: teoría social, sociología del trabajo. Avenida Ignacio Carrera Pinto 1045, Ñuñoa, Chile.


Resumen:

Es posible entender la evolución teórica de las últimas décadas como una exploración de diversas alternativas para resolver la antinomia entre acción y estructura. En la primera se ubica la estructura en el actor y el actor en la estructura. La segunda explora mantenerlos como elementos distintos pero relacionados. Otra forma de evitar la dualidad son los pensamientos más historicistas, particularmente importantes en América Latina. Una cuarta forma es explorar una perspectiva relacional que enfatiza la noción de red. A través de estas alternativas se puede observar un movimiento de construcción de conocimiento en la teoría social.

Palabras clave: teoría social; acción; estructura

Abstract:

Theoretical evolution in recent decades can be understood as an exploration of various alternatives to solve the contraposition between action and structure. In the former, the structure is located within the actor, and the actor within the structure. In the latter, it is explored to maintain the distinction between the elements but as related elements. Another way to avoid dualism is historicism, particularly relevant in Latin America. A fourth way is to explore a relational perspective emphasizing the notion of network. Through those alternatives it is possible to observe a movement of constructing knowledge in social theory.

Key words: social theory; action; structure

Una versión simplificada, pero no necesariamente incorrecta, de la historia de la teoría social nos diría que luego de la unificación parsoniana se dio un periodo de fuerte dispersión al que siguieron intentos de síntesis. Tanto Alexander (1987) como Joas y Knöbl (2009) estructuran sus revisiones de la teoría social con ese esquema. El texto más reciente además deja en claro que los intentos de síntesis desarrollados durante los años setenta y ochenta resultaron infructuosos, y que ese esfuerzo pierde relevancia durante la década de los noventa.

En ese sentido, se puede plantear que parte importante de la preocupación teórica reciente de la sociología ha estado en el diagnóstico del cambio social contemporáneo. Es esto lo que ha concentrado la atención de Bauman (1999, 2007), Beck (1990, 2000), Beck y Lau (2005), Castells (2000), Sennett (2000) o las obras de Giddens posteriores a sus textos más generales (1990, 1991).

Este movimiento afecta el estado del debate teórico general. Varias de las obras en las que se fundamenta ese debate ya tienen alrededor de 30 años: La teoría de la acción comunicativa es de 1981 y La constitución de la sociedad de 1984, el mismo año de publicación de la obra Sistemas sociales. Éstas son obras que representan el estado actual de la teoría, como lo muestra el espacio que se les otorga en Joas y Knöbl (2009), y mucha de la literatura secundaria corresponde a los epígonos de ese esfuerzo teórico. En otras palabras, el estado del arte, en teoría, requiere una observación de temporalidad relativamente larga.

La afirmación anterior no es una mera declaración. No sólo son los autores y obras que en el texto de Joas y Knöbl (2009) aparecen con fuerza, sino que tienen una presencia importante en las citas de las publicaciones de las ciencias sociales recientes. Ramos Zincke (2014) para el caso chileno, el cual podemos usar como una muestra en América Latina, ha mostrado que Luhmann (11.9%), Giddens (7.1%), Bourdieu (7.0%), Habermas (6.6%) y Beck (6.3%) son los cinco autores más citados, seguidos de cerca por Alain Touraine (4.5%), y todos ellos, menos Beck y Foucault, se replican en antropología. Pensando más globalmente (o al menos, más desde el centro), un análisis realizado por Neal Caren (2015) sobre los textos más citados en sociología entre 2008 y 2012 (de acuerdo con las revistas más importantes del core: las más citadas en Web of Science) muestran, si pensamos sólo en textos teóricos, de nuevo a Bourdieu (con La distinción como el texto más citado de sociología), agregan a Mark Granovetter (junto a otros textos, indica la fuerza que han adquirido aproximaciones de redes) y a James Coleman (con Foundations of Social Theory, indicando la relevancia de las aproximaciones de acción racional), confirman la continua relevancia de Goffman o Garfinkel (y esto indica la vitalidad de las aproximaciones centradas en la interacción) y la irrupción de autores como Latour.

Si uno quiere ordenar este panorama, se puede observar que una de las preguntas esenciales de los esfuerzos de síntesis postparsonianos fue intentar resolver el problema de la relación actor y estructura, y entender a partir de ello el problema del orden social.1 Podemos, entonces, exponer el debate teórico en torno a las respuestas a esa pregunta. Una pregunta que en realidad es muy tradicional en sociología, y sobre la cual se puede realizar una clasificación también muy tradicional. Por un lado, es posible distinguir las teorías de la acción y el actor (desde el rational choice hasta el pragmatismo). Por otro lado, se pueden distinguir posiciones estructuralistas o centradas en sistemas (el neofuncionalismo y también la teoría de sistemas). En medio de estas dos posiciones es posible vislumbrar las que intentan superar la oposición entre ambas dimensiones.

La búsqueda de formas para superar la oposición entre acción y estructura, y dar cuenta de una realidad social que tiene ambos aspectos, ha caracterizado a parte importante del debate teórico reciente (Alexander, 1988; Archer, 1995; Bourdieu, 1990; Giddens, 1984; Van der Berg, 1998), y se ha transformado en una suerte de consenso teórico (García Selgas, 2015: 76), con todas las limitaciones que dicha palabra pueda tener en sociología. Por ello, nos centraremos en describir esa aproximación en el presente artículo.

Dentro de esta aproximación general, empero, es posible distinguir al menos cuatro formas distintas de explorar cómo superar la separación entre acción y estructura. El primer momento se centra en disolver la separación entre acción y estructura, y se puede sintetizar bajo la idea de la estructura-en-actor. La segunda se centra en la idea de reconocer la diferencia y de que necesitan ser pensadas como elementos distintos, pero en relación, estructura-y-actor. La tercera corresponde a un énfasis en la construcción histórica de la vida social. La cuarta corresponde a una búsqueda de una aproximación relacional, en la cual un proceso único, las interacciones, genera acciones y estructuras. A continuación observaremos cada una de ellas.

ESTRUCTURA-EN-ACTOR

Una primera variante teórica intenta superar la separación entre el estructuralismo y la teoría de la acción mediante esquemas que muestren que la estructura está en la acción, donde se puede encontrar fundamentalmente a Giddens y a Bourdieu. Los dos autores comparten la idea de que esa oposición es una muestra de la insuficiencia del pensamiento sociológico.

En Giddens esto se logra equiparando la estructura con los recursos y reglas que los actores usan en sus vidas cotidianas (Giddens, 1984; Sewell, 1992). La estructura es algo que es interno al propio actor. Lo cual es similar a lo que Parsons (1949), tan criticado por Giddens, también sostenía. Para Parsons el parámetro estructural, los valores y las normas son algo que es interno al actor. En Bourdieu es la noción de habitus la que cumple esa función: es una disposición del actor que está en homología con las condiciones estructurales donde ella se genera (Bourdieu, 1990, 1999). En este sentido, la estructura también está en el actor, y la solución nuevamente resulta equivalente a la parsoniana: el habitus, aunque pensado como predisposición y no como norma, cumple con la función que los valores cumplían en Parsons (1949).2 Las referencias a Parsons no son inocuas: muestran que, por todas sus críticas al pensamiento tradicional, la idea de Giddens y de Bourdieu de que la estructura está en el actor es algo tradicional en el pensamiento sociológico (Dubet, 1994).

En esta visión la estructura no puede ser pensada como un límite a la libertad del actor, es también algo que permite la acción: la “libertad” del actor depende de esas estructuras. El lenguaje ilustra lo anterior: está claramente estructurado y al mismo tiempo permite una infinidad de frases, y su carácter reglado no consiste en que los actores lean un libreto, sino que tienen que crearlo continuamente. El hecho de que la estructura esté en los sujetos tiene como consecuencia una creciente relevancia de la corporalidad en ambos autores, lo que constituye una de las características esenciales del enfoque de prácticas (Schatzki, 2001). En otra característica común, el hecho de que la estructura esté en el actor implica una dimensión significativa de la vida social (los conceptos de los actores son constitutivos de esas prácticas), y en ambos esa dimensión significativa es un elemento “práctico”, no una conciencia “teórica”: la teoría explícita, reflexiva, de los autores sobre sus prácticas no equivale a su conocimiento práctico de ellas. Y es en este último donde opera la vida social.

La acción en ambos casos se concibe como un ejercicio de una expertise tácita del actor. Giddens enfatiza el hecho que los actores conocen las reglas y prácticas que constituyen la vida social, y que al mismo tiempo ése es un conocimiento implícito que no corresponde a las declaraciones explícitas del actor (Giddens, 1976, 1984). Para Bourdieu la lógica práctica se constituye precisamente como una forma de dominio del actor sobre las reglas, que les permite “jugar” con ellas, que no requiere su explicitación: eso sería aplicar la lógica de la teoría al mundo de las prácticas (Bourdieu, 1990). El actor sabe hacer y logra realizar la acción “correcta”, pero lo hace sin realizar un cálculo racional (Bourdieu, 2000a).

Esta cercanía de los autores no impide diferencias: Giddens pone más énfasis en el carácter “creativo” y reflexivo de los actores, en que la estructura ha de “recrearse” en cada acción, influido como está por la etnometodología (Giddens, 1976), Bourdieu destaca que el habitus está en homología con las condiciones estructurales (Bourdieu, 1994, 1999). Bourdieu tiende a darle más importancia que Giddens al espacio social como tal; y el concepto de campo -que es su concepto “estructural”- incluye actores como parte de su funcionamiento, pero no discute cómo las posiciones en el campo son generadas por los actores, que más bien las ocupan. Otra diferencia, que quizás es más crucial, es cómo se entiende esa regla estructural que es parte del actor. En Giddens seguir una regla es una fórmula, que quizás el sujeto no puede explicitar, pero que está tan delineada como se quiera. En Bourdieu una regla, el habitus, es pensada precisamente como aquello que, si bien genera resultados reglados, no es una regla formal. Concebir el pensamiento práctico como seguir reglas delineadas es el problema del pensamiento escolástico (Bourdieu, 2000b). En cierto sentido, es esa diferencia la que hace, en parte, que la aproximación de Bourdieu sea más poderosa.3

En estos diferentes énfasis uno puede observar la reemergencia de la distinción acción y estructura, que como observó hace años Van der Berg (1998) es el principio bajo el cual se organizan las críticas a ellos. La dicotomía acción y estructura no resulta fácil de superar.

Entonces, a Giddens se le suele criticar por ser “accionalista”, porque su versión de estructura no da real cabida a la fuerza de la estructura. Por ejemplo, Kontopoulos plantea que “he has nothing to say about the specific mechanisms and logics that constitute the structure or, being the structure, operate to structure any social system” (Kontopoulos, 1993: 219). De hecho, la elaboración teórica de los que intentaron desarrollar la teoría, por ejemplo Sewell (1992), se centró en superar los problemas de su noción de estructura. Pensar en términos de agencias y expertise arroja a esta aproximación al cajón de la acción.

Por el contrario, a Bourdieu se le critica por “estructuralista”. Dada la importancia que ha tenido esta aproximación en la investigación social reciente, y por el hecho que ilustra con gran nitidez las dificultades de superar la antinomia entre acción y estructura, la abordaremos con mayor detalle.

La crítica plantea que el habitus es un elemento estructural: es una forma en que la estructura está en el actor anulándolo. Para recuperar niveles de agencia más fuerte habría que salir de Bourdieu (Atkinson, 2010). Más allá de las declaraciones del propio Bourdieu, estamos ante una posición estructural y objetivista: “Thus Bourdieu efforts to ‘trascend’ the opposition between objectivism and subjectivism in the end seem to boil down to little more than lip service to the intention to transcend it combined with a decidedly objectivist slant in actual practice” (Van der Berg, 1998: 219).

Si el habitus es una disposición basada en las circunstancias estructurales, ¿qué lugar hay para la acción? Las personas simplemente ejecutarían la estructura y el habitus sería sólo una forma de reproducción (King, 2000, o Aguilar, 2008: 20), la acción que subyace en él no es más que una especificación de la historia y las estructuras colectivas de clase (Martuccelli, 2013: 112). Incluso si se reconoce el carácter abierto del habitus, se plantean sus límites: el habitus, si bien no determina, tampoco innova (Cristiano, 2011: 50).

Se puede discutir la validez de esta crítica, dado que para Bourdieu la acción del habitus implica un trabajo importante que requiere toda la capacidad de acción del agente. El sentido práctico está asociado por la estructura, pero no es una mera aplicación de una regla estructural (Frank, 2012: 53, o Swedberg, 2011: 77). En relación con sus estudios etnológicos en Béarn (en Francia), Nieto Calleja nos recuerda que Bourdieu propone que el individuo es un agente social impulsado por un interés, personal o colectivo (su grupo, su familia), y por ello realiza sus prácticas en el marco elaborado por sus habitus. Es decir, que sobre la base de un conjunto reducido de algunos principios normativos, que corresponden a una posición social y una condición material, el agente desarrollará la estrategia que mejor se adapte a sus objetivos. Aplicada al campo de parentesco, esta perspectiva permite mostrar a las personas tomando decisiones cruciales para los matrimonios de sus descendientes, y al hacerlo los agentes determinan, preservan o mejoran la condición social de la familia (Nieto Calleja, 2012: 484).

Para el actor hay mucho en juego (los hijos pueden no casarse o casarse “mal”, la casa puede no venderse, o se puede comprar/vender una mala casa). Desde la perspectiva del actor, esto no es un mejor juego de reproducción y menos un mero ejecutar un guion preestablecido. A través de estas acciones guiadas mediante el habitus, bien pueden cambiarse las estructuras y el campo: hay cambios en la situación de las alianzas matrimoniales, y a partir de las jugadas de los actores se puede modificar el campo total en juego a través de, por ejemplo, sus efectos. En el Homo Academicus(1988), Bourdieu muestra cómo una transformación exógena, la ampliación de la educación superior, genera cambios en un campo mediado a partir del habitus, y en Las estructuras sociales de la economía (Bourdieu, 2000a) que la transformación es producto de las jugadas mediadas por el habitus en otro campo: el campo burocrático, en el cual los movimientos generan cambios estructurales en el campo de la vivienda. Puede quizás retrucarse que, aunque empíricamente, Bourdieu resuelva el cambio, eso no implica que lo pueda resolver teóricamente, algo que de nuevo también se podría aplicar a Parsons.

Más allá de la resolución del debate, y de si los críticos tienen razón, se muestra aquí lo fuerte de la antinomia en cuestión y la dificultad teórica (pero también práctica) de pensar una forma de superarla. Hay un hábito de pensamiento, si se quiere, bajo el cual sólo hay acción cuando se sale de la tradición o de la reproducción, el actor sólo es realmente actor cuando crea algo nuevo (por ejemplo, Dubet, 1994).

El esfuerzo de pensar la estructura-en-actor arrojó varios elementos que pueden considerarse adquisiciones teóricas (desde la importancia del conocimiento tácito, las discusiones sobre lo que implica seguir una regla, la idea de práctica, etc.). Sin embargo, lo que es claro que no lograron fue producir herramientas teóricas que efectivamente cumplieran con la promesa de superar la distinción entre acción y estructura.

ESTRUCTURA-Y-ACTOR

Una segunda forma de intentar solucionar el problema es plantear que más que reducir la vida social a uno de los polos en cuestión, o de intentar fundirlos, resulta más adecuado simplemente reconocer que existen tanto la acción (libre) como la estructura (condicionante). Margaret Archer (1995) es una de las exponentes más claras de esa idea: intentar superar no sólo a las vertientes reduccionistas sino también al conflacionismo central que une los dos niveles.4

La estructura es algo que existe antes de los actores, es un efecto de las acciones de actores pasados que afecta la situación presente, por ejemplo, la estructura demográfica. Nadie puede producir ahora una persona que tenga 30 años; ellas fueron producidas 30 años atrás. Más en general, los actores tomaron una acción X que tuvo consecuencias Y, que afectan a otras futuras acciones X. Lo anterior implica para Archer la existencia de dos niveles separados, porque la estructura tendría una capacidad causal separada, no reducible a los actores. Las estructuras no serían producto de las acciones de los actores vivos, y esta diferencia temporal requiere separar los niveles para producir un análisis coherente de la vida social. Es interesante que las críticas a Archer, al contrario de las que se hacen a los autores anteriores, no se han centrado en que sea “accionalista” o “estructuralista”. Ello implica un avance efectivo en relación con la dicotomía en análisis, dado que implícitamente se acepta que su postura implica que ésta fue superada. El hecho de que la argumentación de Archer sea posterior a los autores anteriores y se base en ellos (particularmente en una discusión teórica contra Giddens) permite hacerlo.

Las críticas han seguido más bien otro camino. Se denota la reificación de la relación entre actor y estructura. Se plantea que el hecho de que la estructura actual sea producto de actores muertos no evita que de todas formas sea producto de actores (Healy, 1998) o “that we do not need dualism (and some form of reification) to explain that actors face real people and other environmental features they did not choose and design” (Dépelteau, 2008: 65). El hecho de que las acciones anteriores produzcan estructura que no se puede transformar en tiempo presente no implica nada social. Es algo que le ocurre a Robinson Crusoe.

Pensemos el caso de la estructura demográfica, que claramente no se produce en tiempo presente. Sin embargo, con lo anterior no terminamos de dar cuenta del efecto estructural, porque la relevancia de la estructura demográfica depende de las prácticas en tiempo presente. Es a través de las prácticas de trabajo, el financiamiento de jubilaciones, la conscripción, los ciclos de vida familiar, etc., que una determinada estructura demográfica es relevante: el hecho de que el país X tenga menos jóvenes en edad militar que el país Y impacta en la manera en que se relaciona con las prácticas militares en uso. La estructura puede ser previa, pero la forma en que se engarza en la vida social depende de las prácticas actuales.

En algún sentido, Archer tiene dificultades para observar estructura en tiempo presente. Si toda la “estructura” está en el presente, ¿ello no depende, entonces, de los actores? ¿no pueden ellos cambiarla a su arbitrio? ¿Qué “estructura” podría ser ello? Ello olvida que la vida social es plural y no reducible a un actor (Arendt, 1958: 7). Lo que evita que la estructura se pueda cambiar a arbitrio son los otros actores. Luego, existiendo pluralidad de éstos, se dan necesariamente efectos estructurales.

Habermas, en cierto sentido, también puede ser ubicado bajo esta rúbrica. La división que se encuentra al nivel de acción (acción comunicativa y estratégica) se repite al nivel estructural (mundo de la vida y sistema): “Esta separación [entre integración social y sistémica] presupone, en el plano de la interacción, una diferenciación entre acción orientada al éxito y acción orientada al entendimiento” (Habermas, 2010: 670). Tenemos dos planos (uno asociado con la acción y otro asociado con la estructura) y en ambos se replica una distinción basada en la forma en que se distingue una orientación comunicativa y una no-comunicativa.

La relación entre estructura y acción en Habermas es más compleja que lo anterior, en todo caso, porque la categoría de mundo de la vida está como tal asociada con la teoría de la acción, mientras que la categoría de sistemas ya no lo es. El mundo de la vida es parte de un mundo de sujetos que se coordinan, lo cual no ocurre con los sistemas. En algún sentido, Habermas opera con dos términos polares extremos, que son acción comunicativa y sistema. Lo que requiere coordinación sistémica es, precisamente, la situación en la cual es imposible coordinar comunicativamente (entendida la acción comunicativa como acción mediada por el lenguaje). “Las sociedades modernas alcanzan, como veremos, un nivel de diferenciación sistémica en el que la conexión entre organizaciones que se han vuelto autónomas queda establecida a través de medios de comunicación deslingüistizados” (Habermas, 2010: 637).

En Habermas se replica una relación entre estructura y acción que es análoga a Archer: el análisis debe reconocer la coexistencia, separada y en relación de acción y estructura. Aunque es una relación bastante más cohesiva que lo que sucede en Archer. Así, en lo que concierne a la situación en el plano comunicativo, “quienes actúan comunicativamente se mueven siempre dentro del horizonte que es su mundo de la vida” (Habermas, 2010: 604). Esta tendencia a buscar una relación cohesiva se manifiesta también en su análisis del derecho, en el cual, para Habermas, y en las sociedades modernas diferenciadas, es donde se realiza la conexión entre las diversas dimensiones y planos. El derecho opera comunicativa (generando razones para sus decisiones) y sistemáticamente (a través de una orientación instrumental en él). El derecho permite una coordinación “basada simultáneamente en la coerción fáctica y en la validez legítima” (Habermas, 1998: 89).

La teoría de Habermas es también una forma de pensar estructura-y-actor. Más aún, se puede decir que el hecho de que piense dualmente tanto la acción como la estructura le da una flexibilidad teórica mayor que otras alternativas. Sin embargo, en Habermas la distinción le da prioridad, finalmente, a uno de los ejes: al final es el mundo comunicativo el que tiene/debe tener prioridad, lo cual se parece al planteamiento de Parsons. Esta falta de equilibrio en la distinción, el hecho de que el sistema tienda a operar como “enemigo” (como un peligro de colonización) ha dificultado el uso intenso en la investigación -no es clara la utilidad de la diferencia-, y así se desaprovecha lo que es la flexibilidad intrínseca del esquema.

El potencial efectivo de la teoría de Habermas ha quedado reducido al campo de la esfera pública (Habermas, 1994), donde ha generado una fuerte literatura secundaria y se ha convertido en un paradigma dominante (Melton, 2001; Wickham, 2010). Pero representa una alternativa que, finalmente, no ha generado mayor desarrollo: sólo es un instrumental teórico que, más allá de su plausibilidad, no ha podido generar el conjunto de estudios y de investigaciones que muestren su potencia.

En este sentido, puede ser interesante comparar estas aproximaciones con, por ejemplo, el vilipendiado funcionalismo. Por todas sus críticas, éste sí pudo configurarse en un programa de investigación relevante (lo mismo puede decirse del rational choice, otra bestia negra habitual de la teorización social). A todas estas perspectivas les ha faltado un Robert Merton, alguien que muestre a través de múltiples estudios la fecundidad de la aproximación: es cosa de observar el rango de temas tratados en su Teoría y estructura sociales (Merton, 2002). En términos más analíticos, se puede decir que, en el caso de Archer, la discusión sobre la idea de reconocer acción y estructura como niveles distintos de la realidad social, y sobre la idea de que considerar a la estructura como algo del pasado también resulta problemático, no terminó de convencer. En el caso de Habermas, las distinciones no han podido generar un campo de análisis. La pregunta por la relación entre acción y estructura sigue en pie.

PERSPECTIVAS HISTORICISTAS

Otra forma de intentar superar la oposición de planteamientos estructurales y accionalistas es a través de una perspectiva que enfatice el carácter histórico de la vida social (Dubet, 1994; Ianni, 2005; Ibáñez, 1979). Aquí también se plantea que, a través de una perspectiva que reconoce el carácter histórico de las sociedades, es posible incorporar los elementos válidos de otras teorías (Ianni, 2005: 222). Si bien la preocupación por el carácter histórico puede enmarcarse dentro de una visión estructural (Skocpol, 2003: 424), la idea, para usar la frase de Marx en el 18 Brumario, de que los hombres hacen su historia, pero no en condiciones elegidas por ellos, da pie para desarrollar una perspectiva que intente superar la oposición acción-estructura.

En particular, en las ciencias sociales latinoamericanas se ha enfatizado que la vida social es algo creado por los seres humanos, que es un proceso histórico y que, ante todo, no está constituida por leyes naturales que no pueden ser modificadas por los seres humanos y por su voluntad (Dussel, 1998; Lechner, 2007; Osorio, 2001; Retamozo, 2015).5 Las ciencias sociales tienen como labor fundamental comprender la problemática histórica de la sociedad, de lo que está en juego como una transformación social dada, uniendo la vocación científica con la intelectual-crítica, toda otra cosa es una tarea profesional y parcial, o pura retórica testimonial (Garretón, 2014: 78-90), y deben también pensar su carácter crítico como parte de ese mismo proceso de construcción (Bidaseca et al., 2014). La historicidad permite rescatar la subjetividad y ambas dan cuenta del carácter constructor, de la capacidad de reactuar ante las circunstancias y de constituirse como un ser autónomo y no sólo construido desde las determinaciones (Zemelman, 2007: 29). Ello no implica una vuelta a una posición subjetivista, porque no se olvida que esa construcción se realiza en determinadas circunstancias y no se olvida que es una construcción y una producción real.

Es una característica del pensamiento latinoamericano radicalizar este historicismo. Es un énfasis en el carácter autoproductivo de la vida social, y es en este sentido, por ejemplo, que Dussel (1998) analiza las ideas de Paulo Freire. El desarrollo histórico no se reduce a uno determinado por leyes históricas y no es un proceso que tenga un final. El proceso es abierto y la producción del mundo no sigue una teleología preestablecida.

La intuición sobre la vida social como un hecho construido representa uno de los aportes permanentes de esta aproximación; sin embargo, es posible volver a preguntar si con ello efectivamente se resuelven las viejas antinomias. Pensemos en cómo la tradición que más paradigmáticamente ha enfatizado la importancia de la historia (el marxismo) y observaremos que ahí también se repiten las acusaciones recíprocas de que se le da excesiva importancia a la acción o a la estructura (Therborn, 1976). Y volviendo a los autores mencionados en esta sección, ¿no sería posible criticar a estas visiones que son excesivamente accionalistas porque no han destacado de forma suficiente la segunda parte de la frase de Marx? En la medida en que el debate sigue estando ordenado por la pregunta por acción y estructura, sigue sin cumplirse la promesa de esta alternativa.

INTERACCIÓN Y RELACIÓN

Las dicotomías que pusieron en marcha la discusión teórica reciente no han podido ser resueltas. Además de los argumentos de las secciones anteriores, podemos observar un artículo reciente de Hitlin y Johnson (2015) en el que se plantea, resumiendo a los mismos autores que hemos mencionado, que: “A general consensus coheres around the idea that individual action is circumscribed by structural constraints at the same time that structural forces fundamentally constitute the selves of individual actors” (1430). Al querer mostrar un consenso que supere las dicotomías (que reconozca “individual action” y “structural force”), éstas vuelven a aparecer. La frase tiene un talante estructural y en sus dos partes se dice cómo la estructura constituye o limita la acción.

La última variante que abordaremos plantea que es a través del análisis de las relaciones e interacciones que se forman en la vida social que se puede superar la dicotomía entre acción y estructura que las versiones anteriores todavía no han logrado. Esa vertiente es la que parece haber adquirido más fuerza en los últimos años (King, 2010) y con ella concluiremos el examen de alternativas que hemos realizado.

Dentro de un panorama que es muy amplio, y que está en pleno desarrollo, es posible distinguir tres modalidades: a) una perspectiva interaccional, donde se analiza el conjunto que forman las relaciones entre elementos, siendo el análisis de redes el que se ve más claro en esta forma; b) aproximaciones teóricas con las cuales se observa cómo se constituye esa interacción en su concretitud (la versión material del análisis formal de interacciones si se quiere), c) y una perspectiva relacional, donde además se plantea que cada elemento se instituye a través de esos procesos de interacción.

INTERACCIONES

El análisis de redes es probablemente uno de los programas de investigación más fuertes en la sociología de inicios del siglo xxi. Como programa teórico es interesante que en un inicio esta aproximación tenía un carácter fuertemente estructural: la vida social se explica desde la estructura de la red, no desde los atributos o acciones de los actores (Burt, 1992; White, 2008). Es sintomático que lo que constituyó durante varios años el “manual de análisis de redes”, es decir, el texto de Wasserman y Faust (1994), se publicó en una serie denominada Structural Analysis in the Social Sciences. Lo que importaba eran las relaciones entre los nodos de la red, no lo que pasaba en estos nodos. La postura estructural también se manifestaba en la crítica, desde esta perspectiva, de las explicaciones culturales (Bearman, 1993; Pachucki y Breiger, 2010).

Sin embargo, se puede observar un movimiento de esta literatura en que se empieza a incorporar al actor al interior del análisis, y luego se ubica como un intento de superar la dicotomía. La pregunta por la dinámica de las redes que ha adquirido importancia en los últimos años implicó una mayor preocupación por los actores como implicados en la creación y mantenimiento de los vínculos que las forman. La trayectoria del argumento estructural de agujeros estructurales de Burt (1992) es de interés a este respecto. La explicación inicial era estructural, enfatizaba los efectos posicionales de actores con redes con baja redundancia, los cuales luego podían acceder a recursos distintos a través de la diversidad de conexiones que los diferentes nodos les permiten (mientras que si fueran redundantes todos los nodos dirigirían a los mismos recursos); lo que importaba era la ubicación estructural en la red. Al agregarse la pregunta por la dinámica ¿qué pasa con los agujeros estructurales si los actores desarrollan sus conexiones con otros pensando en aprovechar esos agujeros?, el puro estructuralismo resultó insostenible. La respuesta es que el agujero estructural tiene la ventaja de que es transitorio, y en equilibrio ya no hay ventajas (Buskens y Van de Rijt, 2008), ello porque los actores van tomando decisiones que afectan la estructura de la red. Sin embargo, esto no le quita importancia al tema de los agujeros estructurales (por ejemplo, en relación con las dinámicas de creatividad, ver Burt, 2004), pero su dinámica exige analizar los procesos de los agentes.

El mismo efecto de que una pregunta dinámica implica incorporar de manera importante al actor se descubre en otros análisis. Es el efecto de la diferencia entre posiciones robustas y frágiles en las redes sobre los estatus alcanzados (Bothner, Smith y White, 2011), o sobre la coevolución de redes y convenciones: “Our results indicate that people are able to coordinate on efficient behavior if the interaction structure is not exogenously determined, but rather co-evolves with behavioral choices” (Corten y Buskens, 2010: 15), o el efecto de la disolución de elementos en la red, que también se ha analizado (De Martino y Marsili, 2008; Matsubayashi y Yamakawa, 2006). O también en las dinámicas de evolución de los grafos si los nodos (actores) tienen memoria (Grindrod y Parsons, 2011). La relación en la evolución de redes sociales entre factores estructurales y los atributos del actor ha generado además estudios empíricos (Kossinets y Watts, 2006, 2009) y metodologías específicas (Steglich, Snijders y Pearson, 2010). Al mismo tiempo se ha enfatizado recientemente integrar aspectos culturales y de significados en el análisis de redes (Fuhse, 2009; Pachucki y Breiger, 2010). Así, en relación con la creatividad se ha argumentado (De Vaan, Stark y Vedres, 2015) que ésta aumenta cuando existen determinadas condiciones de red (overlapping groups) y culturales (grupos cognitivamente distantes).

La evolución mencionada también ocurre en los programas de análisis de redes. Mientras ucinet, uno de los primeros, está más orientado a temas estructurales, otros más recientes (como siena) están más orientados al proceso mediante el cual los actores crean o eliminan lazos (ver Borgatti, Everett y Johnson, 2013: 145). Esta creciente importancia de las dinámicas de los actores y de los aspectos culturales pone al análisis de redes fuera de una visión estructural en la que se busca la superación de la oposición entre acción y estructura. La visión de White (2008) sobre identidades y control es un exponente de ello. Si, como lo dice la primera frase del libro: “identities spring up out of efforts at control in turbulent context”, entonces los actores no son las unidades primarias (las identidades son creadas) pero al mismo tiempo lo que ellas hacen no es la ejecución de una posición estructural (es producto de esfuerzos en contextos turbulentos). En conclusión: “Structure and fresh action each presuppose the other, while countering it” (White, 2008: 279), lo cual implica la imposibilidad de reducir un elemento al otro. Después de un largo movimiento podemos pensar que la aproximación de redes se ha movido hacia una perspectiva donde lo fundamental es la producción de la interacción.

LA CONSTRUCCIÓN DE INTERACCIONES

La perspectiva de redes trata sobre las conexiones, pero no sobre el contenido ni la materialidad de esa conexión. Lo más que hace es reconocer que hay diferentes tipos de lazos (y empíricamente suele investigar una red bajo un tipo de lazo), pero no investiga cómo se producen ni cuáles son las características específicas de esos lazos. En parte porque intuye que el hecho mismo de que exista el lazo bien puede ser más relevante que su materialidad específica.

Sin embargo, hay otras aproximaciones sobre la interacción que parten precisamente del examen específico a esa materialidad de la interacción. Distinguiremos al menos dos aproximaciones a este respecto: a) la primera se refiere al análisis de la conversación, y b) la segunda corresponde al análisis de cómo se construye la intersubjetividad como tal (y, de hecho, a menudo es al mismo tiempo una pregunta por la construcción de la subjetividad).

En algún sentido, el enfoque de la pura conectividad, que finalmente es lo que se hace con el análisis de redes, en su abstracción y generalidad es válido para todo tipo de conexiones, pero para analizar las conexiones específicamente sociales (o al menos, las conexiones entre sujetos culturales, con lenguaje y tras características que suelen interesar a los científicos sociales) parece necesario incorporar este tipo de preguntas.

El análisis de conversación tuvo sus orígenes en la década de los años sesenta en la obra de Sacks y Schegloff. Uno de los resultados e ideas de esta vertiente es que si la vida social está ordenada, lo está debido a la forma en que opera en sus niveles más básicos y en las interacciones más cotidianas: no en las grandes estructuras ni en las relaciones a largo plazo, sino en la interacción inmediata. Una de sus críticas habituales a las perspectivas más tradicionales es que las grandes preguntas sociológicas pasan por alto esta microconstrucción, y al hacerlo no permiten entender en realidad la vida social, en particular el carácter altamente ordenado de ella, ni el carácter del tipo de orden que construyen: uno secuencial y procedimental (Mondada, 2011; Schegloff, 1992). La organización de los turnos del habla sigue siendo uno de los temas centrales de esta tradición de investigación, lo cual se muestra con claridad.

Sólo a través de un examen atento y detallado de la interacción, y en particular de la conversación, se puede comprender cómo opera y se desarrolla la vida social. Este examen atento y detallado es en sí mismo un requerimiento para interactuar (Drew, 2005: 72). Estos análisis muestran cuánta habilidad requiere estar atento al otro en la interacción cotidiana: cuántas señales de habla y corporales se proyectan y son usadas por otros actores, y los procedimientos muy específicos a través de los cuales esto se realiza,6 procedimientos que implican además un orden temporal, no sólo en términos de secuencias, sino en términos de que cada acto (cada dicho, cada movimiento) proyecta algo hacia adelante, una resolución y una continuación (la descripción de Mondada (2011: 546-550) de una interacción de instrucción de manejo es una entre muchas otras posibles). Aunque precisamente por el hecho de realizarlas de manera rutinaria es fácil pasarlas por alto, el nivel de habilidades requerido para construir esa rutina como tal es elevado (Schegloff, 1986). Así, Schegloff se pregunta, por ejemplo, en relación con una forma de confirmar: “And, if so, exactly what might someone be doing by confirming in this way that is, by repeating, and (to make explicit another feature of these two instances, excerpts 1 and 2) by repeating in the next turn, that which is being agreed with or confirmed” (Schegloff, 1996: 176).

Schegloff enfatiza que aquí se está realizando un trabajo bien particular, que corresponde a situaciones muy distintas de, por ejemplo, cuando se confirma a través de otros medios (diciendo “sí”, o “es correcto”, etc.). Todas las características de la conversación son significativas, y es a través de esas interacciones concretas -en la forma en que las personas contestan y siguen el habla de otros- que se produce y se realiza cualquier orden y vida social. Pasar por alto esta construcción para analizar constructos más generales (normas, prácticas, cultura) no permite entender la vida social.7

El análisis de conversación es una invitación, en ese sentido, a tomarse en serio la interacción y la forma en que se produce. El material de las conversaciones reales y concretas -no conversaciones estilizadas- es la “materia” de la vida social, los hechos de los cuales hay que dar cuenta. Y es ello lo que la ciencia social en general no ha observado.

Otra forma de analizar la materialidad de la interacción es pensar en la construcción de los sujetos a través del prisma de la intersubjetividad. Si se quiere, es la exploración de una de las ideas básicas de Mead: “Que el sujeto se constituye como tal a través de las interacciones en las cuales participa”.

¿Qué es lo que emerge a partir de esta preocupación por la co-constitución de los sujetos? Un elemento al cual se le ha dado importancia en los últimos años es la idea de juicio, de cómo los sujetos se enjuician entre sí. Uno de los elementos que constituye la interacción es precisamente esa capacidad de enjuiciar al otro que genera, de forma inmediata, la necesidad de justificarse frente a otros (Boltanski y Thévenot, 2006; Giannini, 2004, 2007). Se puede plantear que lo intersubjetivo se constituye dialógicamente a través de esos respectivos enjuiciamientos: que es a través de esa justificación frente a otros que se desarrolla una justificación frente a sí, que es parte de la subjetividad (Boltanski y Thévenot, 2006: 347). Más aún, la disposición cotidiana a estar disponible a las posibilidades que trae el otro puede resultar crucial para constituirse a sí mismo (que es lo que enfatiza Giannini, 2004).

Esto nos lleva a un punto que postulan varios de quienes analizan la intersubjetividad: que en lo referido a este nivel no hay ventaja alguna del saber experto externo sobre el saber de los propios actores. “Everyone acts as a theoretician in this domain” (Dubet, 2009: 1), y en estos asuntos las personas “no reconocen ventaja alguna al juicio científico respecto del valor de sus propias opiniones” (Giannini, 2004: 266). O descubre, como Boltanski y Thévenot (2006), que los argumentos de la filosofía política son homólogos a los que aparecen en situaciones bastante más “triviales” (como manuales para negocios). Más aún, estos análisis por razones intrínsecas tienden a disolver esta diferencia: en la visión objetivizante de las ciencias, éstas objetivizan lo que estudian, pero el científico es un sujeto. Al reconocer como sujeto lo que se estudia, al analizarlo en tanto sujeto, entonces quien es analizado queda en la misma posición de quien estudia.

¿Qué nos dicen estas dos aproximaciones que hemos reseñado, muy brevemente, sobre la disputa de acción y de estructura? A pesar de que son textos que no necesariamente se organizan en torno a esta disputa, sí tienen algo claro que mostrar a este respecto: en ambos casos se muestra un trabajo de construcción de orden social de forma concreta y específica. Si la estructura se piensa, como se hace usualmente, como algo macro y previo, entonces se podría decir que estamos ante perspectivas “accionalistas”. El énfasis en que estamos ante órdenes construidos por los actores daría esa impresión. Pero eso sería olvidar lo que nos plantean estas perspectivas: lo altamente ordenada que es esa interacción cotidiana (como lo muestra el análisis de conversación) o cómo es a través de los otros que me conformo, a través de, por ejemplo, ese enjuiciamiento que realiza el otro (en los análisis de intersubjetividad). “In this sense, our undertaking aims at a dynamic realism, in that it seeks to bring the work of construction to light yet without reducing reality to a purely labile and local agreement about meaning” (Boltanski y Thévenot, 2006: 17). Pensar esa construcción como algo ligero y fácil de modificar no da cuenta del carácter de construcción que realizan los actores. Los actores producen el orden social, pero la palabra “producir” ha de entenderse en un sentido fuerte: producen el orden social de forma tan real como producen una casa (que al fin y al cabo es también parte de ese mundo social). Es porque en estas perspectivas se disuelve la distinción acción-estructura, se disuelven sus connotaciones, que ellas pueden tomarse como intentos de superar esta antinomia, y se pueden entender como formas de intentar superarlo a través del examen de la interacción.

RELACIONES

Finalmente nos encontramos con lo que se puede denominar la aproximación relacional (Emirbayer, 2007; King, 2010; Mische, 2011; Vautier, 2008).8

Más que pensar en estructuras y acciones que pueden codeterminarse (como lo critica Dépelteau, 2008, 2013), la idea es observar una unidad que se puede tomar como estructura o como agencia, pero que es un solo proceso (Powell, 2013). Es en las relaciones que se genera la vida social y todo ha de pensarse desde una relación.

En ese sentido, los análisis relacionales enfatizan la disolución de la escisión entre actor y estructura. Si nos preguntamos cómo una red creada por los actores los afecta, nos planteamos una pregunta que en sí misma no opera a través de una escisión (la red es un producto de los actores y los actores, producto de su red) ni de una conflación (la red es distinta del actor).9 En la interacción hay tanto actor como estructura.

Bajo esta vertiente se requiere avanzar no sólo hacia una perspectiva interaccional sino hacia una relacional, usando las distinciones de Emirbayer (2007). El movimiento de abandono de un pensamiento de entidades estáticas es común, pero es insuficiente. Es necesario pasar al nivel estrictamente relacional, donde se estudian los procesos y se constituyen y crean las entidades que analizamos: “The very terms or units involved in a transaction derive their meaning, significance, and identity from the (changing) functional roles they play within that transaction. The latter, seen as a dynamic, un-folding process, becomes the primary unit of analysis” (Emirbayer, 2007: 287). Es posible ubicar la perspectiva del actor-red (Latour, 2008; Law y Hassard, 1999) en este lugar. La insistencia en que el actor se constituye como tal a través de su inclusión en una red, y en que es ella la que le permite ser actor, es relacional. Para la teoría del actor-red, el actor separado de sus contextos no es un actor libre, sino uno que no actúa. ¡Por supuesto que las marionetas están atadas! Pero lo que se requiere para emanciparlas, por cierto, no es cortar todos los hilos, sino que el que las maneja sea un buen titiritero. Lo mismo sucede con nosotros, no tenemos que disminuir la cantidad de relaciones para llegar por fin al santuario del ser (Latour, 2008: 306).

La intención de superar las oposiciones tradicionales es, como ya se ha planteado en relación con otras vertientes, difícil de realizar. Pensemos en la distinción que realiza Latour entre ensamblar y lo ensamblado, porque en ella vuelve a aparecer la oposición entre un momento agencial (cuando se ensambla) y un momento más estructural (cuando estamos ante ensamblajes ya construidos). En varios puntos del texto, Latour nos plantea que la sociología tradicional de lo social sí funciona cuando estamos ante ensamblados hechos, en los cuales el ensamblar puede verse como “finalizado”, o al menos relativamente estable. Pero es en las situaciones de “creación” de ensamblajes, cuando están in statu nascendi, cuando debiéramos usar una sociología de las asociaciones y no una sociología de lo social. El mismo repertorio que resulta adecuado para guiarse a través de una sociedad establecida nos paraliza en tiempos de crisis (Latour, 2008: 346). Sin embargo, la separación nítida entre momentos de ensamblaje (producción) y momentos de ensamblado (algo ya producido) no resulta acertada. Bajo la misma lógica de que la red y los actores son parte de un mismo proceso, el trabajo de asociación y las asociaciones también son parte de un solo proceso. En la crítica de Latour a la idea de contexto reaparece la dificultad para superar las antinomias tradicionales. En vez de pensar en contextos inespecíficos y amorfos, ha de pensarse en las asociaciones concretas de un nodo. En la seudoentrevista que aparece en la mitad del texto se dice que el “contexto es una porquería” (Latour, 2008: 313). Al hacer esta crítica se usa un modo particular de pensar el conjunto, y con ello “lo estructural”. El ejemplo más claro es la imagen del centro de mando, que muestra que para Latour el conjunto (el contexto global) es otro lugar local. Pero que “el conjunto” sólo pueda ser observado en lugares locales (es decir, el frente sólo es observado desde el centro de mando) no implica que ese efecto conjunto no exista como tal (es decir, el frente). El efecto estructural general desaparece al ser visto sólo como otro lugar concreto, y con ello tenemos otra muestra de la dificultad para pensar fuera de las categorías usuales y del sentido común de nuestras disciplinas. Lo que hemos llamado interacción y relación representa nuevas versiones del intento para superar la separación entre acción y estructura, una tarea que es compleja porque el hábito de separar estructura y acción es algo muy establecido en nuestra cultura disciplinar, y uno de los resultados de este análisis es precisamente mostrar esta dificultad. Explorar alternativas que permitan pensar la relación entre ambos términos sin dualismos ni conflaciones es un esfuerzo que merece la pena, incluso si, como con muchas de las esperanzas teóricas de la sociología, no fructifica plenamente.

EL ESTADO DEL DEBATE

La discusión teórica contemporánea ha entregado diversos resultados y ha profundizado en diversas intuiciones, cuestionando cosas como ¿qué hay detrás de toda esta diversidad?, recordando además que no hemos incluido versiones “unilaterales” en esta revisión. Por cierto, es evidente que no hay consenso en estas discusiones, por lo que se mantiene el carácter plural de la discusión teórica. No por ello deja de existir un movimiento que tiene sentido y que ha generado aportes sustanciales a nuestra comprensión del mundo social.

Así, es necesario recalcar que las perspectivas y conceptos de Bourdieu, habitus y campo, han mostrado su potencia para investigar. También son valiosas, y no debieran olvidarse, las afirmaciones de Archer en torno a la producción pasada de al menos ciertos elementos estructurales.

Más allá de lo anterior, se puede plantear que existen ciertas adquisiciones que, aunque quizá sean básicas, constituyen una construcción de acervo de conocimiento. Al menos tenemos: a) una apuesta común de la teoría social en los últimos decenios -el intento de superar la mera oposición simple entre acción y estructura-, b) y que es posible detectar movimientos y trayectorias al interior de estos intentos de solución, donde cada nueva postura responde a insuficiencias detectadas en otras. Así, por ejemplo, Archer desarrolla su argumentación sobre la base de las insuficiencias de los intentos de Giddens; la perspectiva relacional, aunque no sea explícito, intenta dar cuenta de una relación entre actor y estructura que no presente conflaciones ni dualismos analíticos y, por lo tanto, que no replique los problemas de otras alternativas. Como ya planteamos, el hecho de que las críticas a Archer no sigan ya el molde de accionalismo vs. estructuralismo es un avance teórico relevante. Por cierto, estos movimientos no implican superación o abandono de la situación anterior: cada vertiente sigue teniendo potencia para producir investigación más allá de los subsiguientes movimientos teóricos.

Es importante recuperar el hecho de que, contra ciertas visiones que ven sólo acumulación cuando hay consenso, tenemos un debate que puede avanzar y construir conocimiento siendo pluralista, y sin necesidad de eliminar su carácter plural.10

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1La centralidad de la relación actor y estructura opera más allá de las fronteras de la teoría social: “Individual actions shape the structure and functioning of animal societies. Yet these actions are themselves shaped by the environments in which individuals live and, this, by the actions of others” (Rubenstein, 2015: 184). No sólo plantea la importancia de entender la relación entre acciones y estructuras, sino que además la formulación -buscando incorporar ambas relaciones- corresponde a una de las tendencias más fuertes en la actualidad, y el artículo en cuestión está analizando sociedades de equinos.

2De hecho, la cercanía es aún mayor. En la obra citada Parsons habla de que el esfuerzo es precisamente la labor del actor, quien debe, a partir de una situación dada, buscar el cumplimiento de normas; ese trabajo es parte de lo que la noción de habitus quiere recoger.

3El intento de concebir el pensamiento práctico alejado de toda idea de reglas formales, y como pensamiento de lo particular, que no es reducible a la mera aplicación de una regla general, sino que es una empresa más amplia que la propuesta por Bourdieu. Por una parte, ya está en Aristóteles (2009, 1140ab, 1142a), y también se la encuentra en la distinción entre juicio determinante y reflexionante en Kant (2012), tan criticado por Bourdieu, o en la argumentación de Searle (1995) sobre las habilidades de trasfondo.

4En algún sentido, el análisis de Crozier y Friedberg (1977) sigue hasta cierto punto la misma línea: plantean que se requiere tanto un análisis estratégico, que proviene desde el actor, como uno sistémico, que proviene desde la estructura, y la necesidad de entender el juego que se produce en sus dinámicas conjuntas. Entre nosotros, Gibert (2008) plantea también el problema como reconocer la existencia de acción (libre) y estructura (determinista), e intenta una solución vía un principio socioantrópico: que “el determinismo social opera de manera más intensiva y menos extensa en la cúspide de lo social; mientras que opera menos intensivamente pero más extensamente en la base, los sistemas de interacción”.

5Es una tendencia que también afecta a la filosofía, en el caso chileno se puede hacer notar que tanto Jorge Millas (1970: II, 429) como Roberto Torretti (2013: 503) enfatizan el carácter integrador de la experiencia del conocimiento, y en ambos casos lo que se enfatiza es el carácter procesual, creador, histórico de dicho proceso. El conocimiento se hace, no está dado.

6El complejo carácter de las capacidades requeridas para la conversación también ha sido observado desde otras disciplinas. Sicología: Richardson, Dale y Kirkham (2007) en relación con la coordinación de la vista mutua. Neurobiología: Zion Golumbic et al. (2013) sobre la activación de neuronas para seguir la conversación en ambientes ruidosos.

7Desde otra postura, enfatizando más las emociones y negando más el rol de los macroconstructos en ese foco en las interacciones básicas, Collins (1981), en particular en su inicio (1984), muestra que “microsociology is the detailed analysis of what people do, say, and think in the actual flow of momentary experience”.

8Como todo movimiento teórico, se ha publicado un texto-manifiesto de él: Conceptualizing Relational Sociology (Powell y Dépelteau, 2013), que tiene un texto compañero sobre aplicaciones. La aproximación se puede aplicar a más autores de los que aparecen en el texto. Bourdieu se presenta a sí mismo como un pensador relacional (Bourdieu, 1994; Crossley, 2013): todo se entiende sólo desde la posición que se tiene en un campo, en las relaciones con otros al interior de dicho campo. Sin embargo, falta el momento en el cual ese campo es generado por esas relaciones y en Bourdieu éste tiende a aparecer como ya dado.

9Los movimientos del análisis de redes que discutimos en su respectivo lugar tienden a orientarse hacia esta perspectiva y hacerse esas mismas preguntas. Así, la forma en que se relacionan los actores afecta los procesos de difusión (Cowan y Jonard, 2004; Motter, Zhou y Kurths, 2005), y ése es un efecto “estructural”, pero que al mismo tiempo es generado por las interacciones en las cuales los actores entran o salen, y, por lo tanto, no pueden ser pensadas sin ellos.

10White (2008: XVI) suscribe la misma conclusión al final de los reconocimientos de la segunda edición de Identity and Control: “The somewhat carping tone of 1992, complaining about the state of social science, gives way to a celebratory tone”.

Recibido: 14 de Octubre de 2016; Aprobado: 18 de Septiembre de 2017

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