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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.79 no.4 Ciudad de México oct./dic. 2017

 

Reseñas

Pablo Herreros Ubalde. Yo, mono. Nuestros comportamientos a partir de la observación de los primates (Barcelona: Destino, 2014), 245 pp.

César Cisternas Irarrázabal* 

*Instituto de Estudios Indígenas, Universidad de La Frontera, Chile

Herreros Ubalde, Pablo. Yo, mono. Nuestros comportamientos a partir de la observación de los primates. Barcelona: Destino, 2014. 245p.


Las ciencias sociales, en una manifestación antropocéntrica, suelen abordar la cultura como un fenómeno exclusivamente humano. Incluso las proclamas pro-multidisciplinariedad restringen su horizonte a las ciencias sociales, y se niegan a tomar en consideración los avances en otras ciencias. Esto es lo que sucede, por ejemplo, con las visiones sobre la cultura que acotan ésta a la especie humana, obviando el hecho de que desde las ciencias del comportamiento animal se han identificado prácticas que no dependen de la herencia genética, sino del aprendizaje social, que son transmitidas de generación en generación y que otorgan características propias a cada grupo (Kevin Laland y Will Hoppitt, 2003. “Do animals have culture?”. Evolutionary Anthropology 12: 150-159). Por supuesto, tal hecho no diluye la particularidad de la cultura humana, pero la transforma en un punto más avanzado evolutivamente de un rasgo que se encuentra presente en otros animales sociales.

En el caso de la sociología, la limitación arbitraria a explicaciones sociales constituye una suerte de pecado original de la disciplina, tornado mandamiento en las palabras de inspiración separatista de Émile Durkheim (Las reglas del método sociológico. México: Fondo de Cultura Económica, 2001: 204): “Hemos hecho ver que un hecho social sólo puede ser explicado por otro hecho social […]. La sociología no es pues el anexo de ninguna otra ciencia; es por sí misma una ciencia separada y autónoma”.

El libro de Pablo Herreros Ubalde Yo, mono entrega la posibilidad a la sociología iberoamericana de entrar en un debate plenamente vivo en el mundo angloparlante y en la modernidad central: aquel sobre la influencia de la conformación biológica en las prácticas sociales. En efecto, este sociólogo, antropólogo y primatólogo expone una serie de rasgos compartidos entre las prácticas sociales de los primates no humanos y las del Homo sapiens.

El libro está dirigido al público en general y tiene la ventaja de estar escrito en un estilo de fácil acceso, aunque juega en su contra prescindir de la citación rigurosa de varias de las investigaciones mencionadas a lo largo del trabajo. Aborda principalmente los tópicos de la organización política y el papel de la cooperación en las sociedades de primates, tanto no humanos como humanos. La obra se estructura en 10 capítulos, un prólogo, un acápite en el que comenta el descubrimiento de una nueva especie de primate, una introducción, agradecimientos y bibliografía.

Los cuatro primeros capítulos abordan temáticas afines: las relaciones de poder y la cooperación. El primer capítulo está dedicado a repasar el papel que juega el poder en las sociedades de los grandes primates (concepto que incluye al Homo sapiens), las estrategias para mantenerlo y el rol de las alianzas. Por su parte, el segundo capítulo aborda los tipos de liderazgo que tienen lugar en las manadas de primates. Explica que, mientras babuinos y gorilas suelen preferir líderes más autoritarios y fuertes, aquellas especies más cercanas al hombre, como los chimpancés, privilegian líderes que se relacionen de buena manera con el resto del grupo. En estas especies, un jefe, por más fuerte que sea, si es autoritario y agresivo con los miembros del grupo, terminará por ser rechazado y depuesto. Con todo, el chimpancé puede elegir este tipo de líderes en momentos de crisis. Esto acerca mucho el fenómeno del liderazgo en las manadas de primates a la historia de los líderes humanos.

El tercer capítulo trata el papel adaptativo de la “corrupción” (engaño). Entre los motivos evolutivos de este tipo de prácticas, común en los primates, se encontrarían robar alimento, evitar agresiones e impedir que el líder se apropie de la comida obtenida por un subordinado. El cuarto capítulo trata el tema de la colaboración, una práctica común a todos los primates. Indica Herreros Ubalde que en esta faceta colaborativa emergen como elementos clave la tolerancia, la confianza y el respeto a las normas sociales. Es este último punto, junto con la penalización a la infracción de estas reglas en las sociedades primates, lo que lleva al autor a plantear un origen evolutivo de la moral, anterior a la aparición del género homo. En este contexto, la especie humana aparece dotada de una capacidad profunda de colaboración, la cual la ha llevado a formar redes sociales extensísimas que han desembocado en sociedades altamente complejas.

El quinto capítulo abre con una revisión sobre el papel del conflicto en las sociedades primates y cómo parece haber determinadas normas -incluso de carácter moral- que, en caso de romperse, se tornan origen de desencuentros, incluso de conjura contra líderes de la manada. Al mismo tiempo, en esta sección el autor presta atención a las modalidades de resolución de estas discordias (pedir perdón, darse la mano, acicalarse). Asimismo, describe la importancia de reducir los conflictos al mínimo y/o solucionarlos de manera rápida en pro de la estabilidad del grupo (colaboración entre los miembros), métodos que incluso abarcan la mediación de un tercer mono “juez” y “monos policía” o vigilantes de la armonía del grupo.

El sexto capítulo está dedicado a un tópico diferente: el juego. Sobre éste, Herreros Ubalde plantea que corresponde a un rasgo de un ancestro común a gran parte de los mamíferos. Así, el juego tendría un rol evolutivo de crucial importancia, puesto que se constituye como una “escuela” para aprender a respetar las normas sociales. Este capítulo corresponde a un excurso dentro de la estructura del libro, que toca asimismo el tema de las habilidades estéticas de los monos, indicando a éstas como precedentes de la capacidad artística humana.

El capítulo séptimo vuelve al tópico que aborda el capítulo cuatro: el problema de los líderes. El autor describe cómo aquellos monos que se perciben a sí mismos en una posición insegura y amenazada (menos alianzas dentro del grupo) tienden a ser autoritarios, mientras que los que poseen vínculos sociales más estrechos y sólidos con el resto del grupo tienen más posibilidades de mantenerse en el poder -o llegar al poder en movimientos políticos dentro de la manada que se asemejan a revueltas populares-; por ende, tienden a prescindir de prácticas autoritarias. Asimismo, ahonda aspectos de la relación entre subordinados y dominantes.

El octavo capítulo vuelca su interés en la sexualidad, los roles de género y el consumo de sustancias medicinales y sustancias adictivas o “drogas”. Sobre la primera materia, plantea que existen paralelos entre comportamientos de primates y el humano, como las conductas de cortejo en los chimpancés (estrategias para llamar la atención, entrega de regalos), la presencia de prácticas homosexuales en primates, sobre todo en bonobos, y la existencia del tabú del incesto. En cuanto a los roles de género, esta sección del libro describe cómo las hembras chimpancé manejan estratégicamente la paternidad para ascender socialmente o evitar agresiones, y cómo tienen lugar alianzas de grupos de hembras en contra de machos que son agresivos. Sobre la medicina y las drogas, el autor plantea que también en estos animales se puede observar el uso de ciertas especies vegetales que les reportan beneficios en su salud, y también atracción por ciertas sustancias adictivas, como frutas fermentadas.

El capítulo nueve profundiza en el problema de los sentimientos, la presencia de autoconocimiento y empatía en los chimpancés. Sostiene que esta última ha tenido un rol evolutivo claro ya que, dado el largo periodo de tutela de las crías, los padres necesitan saber qué quieren éstas, al tiempo que vuelve más probable la cooperación. Por su parte, la autoconciencia permitió el desarrollo de redes sociales más complejas, ya que un requisito fundamental para mantener relaciones de este tipo es que el individuo sea capaz de distinguirse claramente del otro.

El décimo capítulo corresponde a la conclusión; se plantea que a pesar de haber abandonado el hábitat en el que vivió aquel antepasado común del Homo sapiens y otros grandes simios, la naturaleza de mono permanece presente en todos los individuos de nuestra especie. En definitiva, pertenecer al mismo orden que especies como el chimpancé o los bonobos no sólo nos hace ser agrupados porque sí junto a ellos en los libros de biología, sino que nos hace contenedores de una carga biológica común que se expresa en una multitud de similitudes que mantenemos con otras especies de monos y que repercuten en nuestras prácticas sociales.

Sin duda alguna, este libro recordará al lector la obra que Desmond Morris publicara en 1967, El mono desnudo. Cinco décadas más tarde, Yo, mono es un intento por profundizar en los rasgos biológicos que el Homo sapiens comparte con otros primates, pero la obra de Herreros Ubalde se distancia diametralmente de Morris, puesto que ésta mira con recelo el corpus de conocimiento de las ciencias sociales y es hostil a estas disciplinas. En Yo, mono no sólo no se encuentra tal actitud, sino que el autor emplea su formación como antropólogo y sociólogo para profundizar y ejemplificar los paralelos que plantea entre los primates humanos y no humanos.

Sin duda alguna, el libro se vuelve un aporte para abrir un debate marcado por concepciones fuertemente ideologizadas que niegan la existencia de un vínculo entre las bases biológicas del ser humano y sus prácticas sociales. Esto, tal como lo sugieren Steven Pinker (The Blank Slate. The Modern Denial of Human Nature. Nueva York: Penguin, 2002) y Anthony Walsh (Science Wars. Politics, Gender and Race. Londres: Transaction, 2013), se debe en parte al miedo que la aceptación de la validez de tal tesis conduzca a un recrudecimiento del racismo y la discriminación hacia la mujer, o, en el caso más extremo, a la consideración de las propias tesis como racistas y misóginas en sí mismas. Sin embargo, la sociobiología -o biosociología- no puede hacerse cargo de las distorsiones que los no-expertos hagan de ella.

La corriente principal de la sociología -y de las ciencias sociales en general- históricamente ha prescindido del componente biológico del humano en sus estudios sobre la sociedad. Ante la ingente evidencia de las interrelaciones que existen entre la cultura y la genética (Luigi Cavalli-Sforza, La evolución de la cultura. Propuestas para futuros estudios. Barcelona: Anagrama, 2007), ha permanecido inalterable o ha desviado la mirada voluntariamente. Y aunque existen complejidades para establecer relaciones entre genes particulares y prácticas sociales específicas, puesto que estos vínculos no son nunca de determinación ni lineales, complejidad que aumenta exponencialmente cuando se añade la influencia de la cultura (Christopher Chabris, James Lee, Daniel Benjamin, Jonathan Beauchamp, Edward Gleaser, Gregoire Borst, Steven Pinker y David Laibson, 2013. “Why it is hard to find genes associated with social science traits: Theoretical and empirical considerations”. American Journal of Public Health 103: 152-165), lo cierto es que mirar los rasgos comunes que el humano comparte con otras especies del orden de los primates podría arrojar grandes luces sobre esa naturaleza de la especie que Walsh (2013: 59) describe como “el cimiento, el andamiaje y los ladrillos usados en la construcción de nuestras naturalezas personales y sociales”. No es otra tarea la que emprende Herreros Ubalde a lo largo de las páginas de este libro.

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