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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.77 no.3 Ciudad de México jul./sep. 2015

 

Reseñas

 

Benjamín Arditi. La política en los bordes del liberalismo.
Diferencia, populismo, revolución, emancipación

 

Raúl E. Cabrera A.

 

(Barcelona: Gedisa, 2011), 243 pp.

 

Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco

 

El libro de Benjamín Arditi es una construcción topográfica del universo que está presente pero a la vez intangible en la política. Y digo "topográfica" porque describe y analiza con intuición y claridad sorprendentes la producción de lugares desde donde se enuncian y se llevan a cabo la acción política y el tipo de interrelaciones que se dan entre estos lugares de enunciación, en un espacio que no los precede como forma ya dada, como stasis, sino que, por el contrario, dicho espacio se produce desde estos distintos lugares de enunciación de la política.

Arditi juega con estos lugares de enunciación, los piensa como producciones relevantes y al mismo tiempo en polémica constante, lugares que en las últimas décadas han formado parte sustantiva del debate en el escenario de la política contemporánea. Entre ellos hace énfasis en la relación de tensión que ha existido entre centro y periferia o el dentro y el fuera de un sistema institucional orientado por la política liberal, y con ello contribuye de manera sustantiva a dar cuenta de modos de darse de la acción política en zonas grises, híbridas entre uno y otro polo.

Para abordar estos escenarios y sus relaciones, Arditi parte de postulados como los que hace Carl Schmitt, quien define la condición propia de la política en función de la intensidad que cobran las relaciones de oposición amigo/enemigo. Pero Arditi no se queda ahí, desconfía de esta dimensión de fuerza en la medida en que, una vez planteada la intensidad, es necesario saber cómo medirla y, con ello, diferenciar relaciones que son políticas de aquellas que no lo son.

Esta reflexión crítica le permite elaborar una propuesta de enorme utilidad para pensar esos múltiples escenarios y lugares que configuran la política en los bordes del liberalismo y el tipo de relaciones que se producen entre ellos. Tomando prestada de Sigmund Freud la conceptualización del síntoma como "tierra extranjera interior", es decir, del síntoma como una expresión de aquello reprimido, que en la experiencia del sujeto aparece como algo que le es ajeno, a la vez que constituye un resorte de lo que le es más propio, Arditi elabora la noción de periferia interna. Ésta sería un lugar o más bien un sin lugar, en el cual la distinción entre el dentro y el fuera, el núcleo y la periferia de la política no son producto de perspectivas como la intensidad de las relaciones que Schmitt privilegia al separar al amigo del enemigo, sino que, por el contrario, son motivo de disputa, se convierten en escenarios polémicos constitutivos de la misma política.

Con este postulado, Arditi puede construir una hipótesis para pensar las relaciones que ocurren en los diversos escenarios de la política y partir de una puesta en cuestión de nociones como centro y periferia, que han sido referentes conceptuales trascendentes de la reflexión sobre la estrategia y la acción política. De esta manera logra proponer una perspectiva más dinámica y menos bipolar. En ella la periferia interna, lo reprimido que reaparece, no está al margen de un modo de constitución de la política como referente del gobierno, los partidos o la representación territorial. Más bien se conforma como un escenario negado en el interior de esa misma actividad política. Sobran ejemplos con los cuales mostrar este modo de denegación, para usar un concepto propiamente freudiano.

Cabe quizá señalar al respecto que cada vez es más frecuente observar reacciones a esta negación de los actores y de su acción política en los bordes, a través de manifestaciones que no sólo reaparecen como puesta en cuestión de las decisiones políticas de quienes ocupan cargos de representación o de gobierno, sino también y sobre todo son manifestaciones de rechazo a la manera de concebir y practicar la política.

Con base en un planteamiento de esta naturaleza, Arditi examina, en primer lugar, identidades constitutivas del escenario público con una mirada crítica, que parte del supuesto de que dichas identidades no son producto de una propiedad intrínseca a un grupo, sino resultado de relaciones. Estas identidades entran en la escena política cuando los grupos que las conforman (mujeres feministas por la igualdad de los géneros, jóvenes sin acceso a la educación, movimientos de defensa del agua, tierra y territorio, por nombrar algunos de ellos) defienden intereses particulares y exigen su reconocimiento en el espacio público. Ello propició, según Arditi, un desplazamiento de la política a un escenario cultural marcado por la presencia de los particularismos, creando a la vez una desconfianza de las grandes narrativas como las que estuvieron en boga en el siglo pasado a través de nociones como la lucha de clases.

Arditi plantea que la liberalización de las diferencias en una política del reconocimiento de los particulares coincide entonces con el ascenso y la visibilidad de las identidades que aparecen en la periferia interna, ofreciendo en las diferencias entre grupos homosexuales, indígenas y migrantes, entre otros, la oportunidad de conformar una comunidad de iguales. Si bien este postulado permite pensar en una perspectiva de emancipación de los grupos minoritarios que buscan su reconocimiento y equidad en los intercambios con otros, también desacredita, desde la mirada de Arditi, la construcción de un nosotros más amplio y basto, capaz de configurar una perspectiva más universal, como puede ser la noción de ciudadano. La diferencia que encuentra en la lengua guaraní para pensar el nosotros y distinguir un nosotros oré, de carácter exclusivo, de un nosotros ñandé, más bien inclusivo, resulta un hallazgo fundamental a través del cual Arditi examina también la noción de universalidad y las repercusiones que ha tenido en la constitución de un pensamiento sobre la política.

En la segunda parte del libro Arditi introduce otro campo de reflexión u otro borde interno en la relación que existe entre populismo y democracia. A través de una lectura en filigrana de autores como Canovas, Laclau, Worsley o Manin, sólo por mencionar algunos, Arditi construye una relación directa entre la crisis de la representación en las democracias liberales y la emergencia del populismo. Para el autor, la desacreditación de la primera en el imaginario social es equivalente a la movilización de un imaginario simbólico en el que cobran fuerza la figura del líder y la relación directa del pueblo con él.

Siguiendo esta reflexión, Arditi propone pensar el populismo como un fenómeno que si bien se establece al margen, en el borde, implanta una relación particular con la política democrática en tanto que retorna cada vez a ella como síntoma de la democracia. Es decir, el populismo, en tanto periferia interna, es expulsado o mal visto como práctica política en las democracias procedimentales, pero configura una parte fundamental de la política, que retorna a ella, a través de su emergencia en aquellas zonas de turbulencia donde se mueven a la vez el espacio institucionalizado de la política y la presencia o convocatoria que se hace del pueblo.

El autor lleva todavía más lejos esta formulación del populismo como retorno de lo reprimido de la política democrática. Al final de la segunda parte del libro propone la idea de que el populismo opera como un "otro" de la democracia, como una sombra que la sigue continuamente, como un espectro o más bien como el fantasma del pueblo que se erige como unidad, cuando la representación que se constituye como proceso cardinal en las democracias procedimentales ha entrado en crisis.

En la tercera y última parte del libro, Arditi identifica un conjunto de prácticas que se producen en los intersticios de la política y que constituyen también un borde interno. Estas prácticas van desde la agitación política como resultado de una desidentificación de los espacios preconstituidos de su ejercicio, hasta la puesta en juego de sus límites. Éstos, según Arditi, están presentes en la idea misma de revolución, como interrupción radical de la relación que existe entre el núcleo y el borde de la política. La revolución es la transformación de este ámbito relacional para dar lugar a una refundación del todo, a una "reinstitución", como Arditi lo llama, de la sociedad. El autor, sin embargo, llega a la conclusión de que la revolución es un término equívoco en la medida en que está nombrando tanto "la invocación mesiánica de un cambio radical" (p. 201), la constitución de un paradigma cultural de un cambio generacional y la emergencia de un punto de inflexión que puede revertirse sobre quienes han luchado por ella. Así, señala Arditi, no se puede establecer a priori una herencia del concepto, ya que asumir esta herencia implica necesariamente deshacerse del significado otorgado previamente, transformarlo en la medida en que se es fiel a él.

Finalmente, Arditi cierra esta travesía teórica con una reflexión sobre el giro a la izquierda en América Latina. Se pregunta cómo evaluar las experiencias y manifestaciones políticas tanto fuera como dentro de la democracia representativa en países como Bolivia, Brasil, Ecuador, Argentina, Uruguay y Venezuela. Señala que los triunfos electorales no constituyen elementos suficientes para dar cuenta de las transformaciones sociales y abre una perspectiva de reflexión que pone sobre la mesa una pregunta fundamental: ¿es posible pensar a partir de estas experiencias en un escenario posliberal, es decir, un escenario que dé lugar a una política por venir? No hay una respuesta a esta pregunta; sin embargo, la experiencia política que se agita al margen del Estado, lo reprimido que reaparece como síntoma, brinda orientaciones que hoy muestran, al menos en nuestro país, un lugar de enunciación política muy distinto a aquel que supone la participación de la ciudadanía en la exigibilidad y el cumplimiento de los derechos fundamentales. Las actuales manifestaciones tienden más a reconocer el agotamiento del modelo liberal y a dar lugar a experiencias de autogestión en la defensa de los sectores más afectados por la constante descomposición de las instituciones públicas. Así, vemos por ejemplo el nacimiento de las autodefensas y las policías comunitarias, la emergencia de prácticas de colectivización y autocuidado de defensoras y defensores de derechos humanos, como ocurre en particular en el caso de las mujeres enfrentadas a los constantes feminicidios, las estrategias de producción y consumo de información a través de diversos medios independientes, capaces de escapar al dominio y la tergiversación de la información ejercida por los grandes monopolios; en síntesis, la construcción de alternativas políticas al margen de los partidos y de las estructuras formales de representación del sistema político instituido.

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