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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.72 no.3 Ciudad de México jul./sep. 2010

 

Artículos

 

Cartoneros en Buenos Aires: nuevas modalidades de encuentro

 

Cartoneros in Buenos Aires: New Forms of Encounter

 

Mariano Daniel Perelman* y Martín Boy**

 

* Doctorando en Antropología por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Departamento de Antropología, becario de Conicet, sede IIGG–UBA. Temas de especialización: antropología urbana y del trabajo, pobreza urbana. Dirección: Libertador 5722 4º 17, C.P. 1428. Buenos Aires, Argentina. Teléfonos: (5411) 4785 1115, (5411) 5478 1045. Correo electrónico: mdp1980@yahoo.com.ar.

** Doctorando en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Miembro del Centro de Investigaciones Hábitat y Municipios (CIHAM). Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU), UBA. Temas de especialización: análisis y evaluación de políticas sociales, marginalidad urbana, usos y significaciones en torno al espacio público. Dirección: Castro 1126, 3º12, C.P. 1237. Buenos aires, Argentina. Teléfono: (5411) 4957 3890. Correo electrónico: mgboy_99@yahoo.com y martinboy.boy@gmail.

 

Recibido: 25 de noviembre de 2009
Aceptado: 5 de abril de 2010

 

Resumen:

Este artículo investiga las transformaciones que tuvieron lugar en los últimos años en la ciudad de Buenos Aires, tomando el caso del cirujeo (recolección informal de residuos). Desde un trabajo etnográfico y el análisis de estadísticas y documentos, se analiza cómo los cartoneros se apropian del espacio urbano central de la ciudad y cómo enfrentan a los estereotipos sociales que los estigmatizan. Se da cuenta de los usos y estrategias que elaboran para en frentar y convivir con la diferencia social.

Palabras clave: cirujeo, pobreza urbana, desempleo, segregación urbana, anonimato, estigma.

 

Abstract:

This article explores transformations occurred in the past fifteen years in the city of Buenos Aires, taking the case of cirujeo (informal waste collection). In this ethnographic, statistical and documentary analysis undertaken the main objective is to understand the way cartoneros or garbage pickers appropriate the city's central urban space and deal with the social stereotypes that stigmatize them. The author describes the forms and strategies they devise to cope and coexist with social difference.

Key words: garbage picking, urban poverty, unemployment, urban segregation, anonymity, stigma.

 

Durante los últimos quince años la ciudad de Buenos Aires se ha enfrentado con diversos procesos sociales, políticos y económicos que la han modificado. En este periodo, los usos de la infraestructura de la ciudad cambiaron convirtiendo a las calles en un recurso material de supervivencia para grupos que quedaron excluidos del sistema económico. En este contexto, se produjo en la ciudad una aparición masiva de nuevos actores como los cartoneros,1 también denominados cirujas, personas que buscan en la basura de la vía pública elementos recuperables para revenderlos a nivel industrial o utilizarlos en el ámbito doméstico. Los cirujas, aun sin quererlo, se han transformado en un eslabón precarizado de una gran cadena económica de reciclado de residuos de la cual son los que menos se benefician económicamente.

Mucho se ha escrito sobre los procesos de segregación residencial y de segmentación social que han separado a los diferentes estratos sociales, profundizando el aislamiento de los pobres urbanos. La segregación residencial en Buenos Aires, sin embargo, se vio acompañada de la aparición de nuevas modalidades de encuentro entre los diversos estratos sociales a partir de la utilización diferenciada de un mismo espacio público. En el nuevo paisaje urbano, atravesado por la pobreza, ciertas zonas centrales de la ciudad de Buenos Aires se consolidaron como espacios de convivencia entre los sectores que pertenecen al orden económico formal y los marginados del sistema productivo, dando lugar a relaciones de contacto, reciprocidades y nuevos conflictos urbanos.

En este artículo, teniendo en cuenta las transformaciones que se dieron lugar principalmente en los últimos quince años, se analiza cómo los sectores desfavorecidos se reapropiaron del espacio urbano y cómo los cartoneros se enfrentaron a los estereotipos sociales que los estigmatizan. A partir del caso del cirujeo se dará cuenta de estos usos y de las estrategias que elaboran los cirujas para enfrentarse a la diferencia social con la que conviven a diario, para resistir o lidiar con los estereotipos estigmatizantes que los condenan.

En este nuevo contexto de cruce entre diferentes sectores socioeconómicos que se encarna en la zona central de la ciudad de Buenos Aires, surge una tensión entre la visibilidad y la invisibilidad: ¿cuánto se debe ocultar los rasgos de la pobreza y qué sucede cuando es imposible esconderla como en el caso de los cartoneros?

El artículo se divide en cuatro partes. Comenzamos dando cuenta del abordaje metodológico en el que se ha basado este trabajo. Luego se analizan las mutaciones urbanas y la aparición masiva de cartoneros a partir de las transformaciones ocurridas en el mercado de trabajo así como en el sistema de gestión de residuos y concepción de la ciudad iniciada durante la última dictadura (1976–1983). Luego damos cuenta de las diferentes formas en que los individuos experimentan la actividad del cirujeo y se analiza cómo las calles, los espacios públicos, se constituyen como lugares de contraste, contacto, aceptación y rechazo. Finalmente nos centramos en la tensión presente en los cirujas entre el deseo de pasar inadvertidos y la necesidad de ser reconocidos por los vecinos.

 

ABORDAJE METODOLÓGICO

El artículo es producto de un trabajo etnográfico, basado en la observación y la realización de entrevistas en profundidad entre 2002 y 2007, complementado con el uso de estadísticas y otras fuentes de información secundaria. En cuanto a la cantidad de entrevistas realizadas, a lo largo de seis años se entrevistó a decenas de personas que se desempeñaban en el cirujeo. Para este artículo se han seleccionado quince casos, a los cuales se ha entrevistado varias veces a partir de los siguientes criterios: a) en primer lugar, fue requisito que la persona se encuentre desarrollando la actividad del cirujeo en la ciudad de Buenos Aires; b) en segundo lugar, resultó importante distinguir la cantidad de tiempo que la persona había estado ejerciendo el cirujeo. Siete de ellos se han desempeñado en la recolección y venta de materiales desde hace por lo menos treinta años; los otros ocho entrevistados cuentan con una antigüedad de entre dos y diez años. El tiempo de ejercicio del cirujeo es importante tenerlo en cuenta porque los "nuevos cartoneros" encuentran en el cirujeo una estrategia de supervivencia frente a una situación de desempleo que es vivida como una novedad. Estos sujetos tuvieron un empleo estable (ya sea formal o informal), luego recurrieron a empleos transitorios y, profundizando su descenso en la escala social, encontraron en el cirujeo una estrategia de supervivencia para afrontar las necesidades más básicas. Tener presente esta división entre cirujas nuevos y estructurales (los de larga data en la actividad), nos permitió comprender qué ocurre con las personas antes empleadas en el mercado de trabajo en forma estable así como desnaturalizar los sentidos que pesan sobre la actividad; c) en tercer lugar, también se tuvo en cuenta el lugar de residencia. Ocho de los entrevistados habitaron en la periferia del Área Metropolitana de Buenos Aires (José León Suárez, Lomas de Zamora, Tres de Febrero, José C. Paz, San Miguel) y se acercaban al centro de la ciudad mediante trenes; los otros siete entrevistados vivían en villas miserias2 de la zona sur de la ciudad de Buenos Aires.

La importancia de tener en cuenta las diversas dimensiones mencionadas para delimitar la muestra de casos, radica en poder dar cuenta de la diversidad que existe dentro de la población que ejerce el cirujeo en la zona céntrica de la ciudad de Buenos Aires y que puede dar forma a las distintas significaciones y vivencias que los cartoneros experimentan.

Las entrevistas en profundidad abiertas fueron grabadas siempre con el consentimiento previo del entrevistado. La elección de esta forma de entrevista se debió a la necesidad de contar con un instrumento flexible que permita captar cualquier tipo de respuesta inesperada y repreguntar. A su vez, se utilizó el método biográfico para recuperar trayectorias laborales y sociales de los entrevistados.

El acercamiento al trabajo de campo se enmarcó en un enfoque etnográfico, ya que éste posibilita aprehender las prácticas y relaciones intersubjetivas en un contexto determinado. Para poder analizar las emociones y las vivencias de los actores, la observación y la escucha fueron estrategias centrales que se complementaron con la realización de entrevistas y el análisis de otras fuentes.

 

BUENOS AIRES: ¿UNA CIUDAD PARA TODOS?

Durante el último cuarto del siglo XX, Argentina vivió grandes transformaciones como producto de la puesta en marcha de políticas neoliberales. Uno de los efectos más visibles fue el incremento del desempleo y subempleo del Gran Buenos Aires,3 que tuvo un amplio alcance en términos cuantitativos4 y profundas consecuencias en la vida cotidiana de las personas como, por ejemplo, la pérdida de una importante instancia de sociabilidad con pares y el acceso a derechos básicos como la cobertura médica y los beneficios salariales.5

Al mismo tiempo, las transformaciones sociales que tan largamente han sido descritas en los últimos años se vieron reflejadas en lo territorial. A partir de la década de los noventa se produce un cambio en las expresiones de la pobreza y surgen los denominados "nuevos pobres",6 que como sostienen Kessler y Di Virgilio (2008), escapan a la lógica que durante décadas fue el rasgo característico de la pobreza urbana en Argentina. Anteriormente, la pobreza era asociada a la villa miseria y, de esta forma, quedaba confinada a los "fragmentos de (la) ciudad sin (un) estatus de ciudad", al decir de Cravino (2008). Las villas miseria eran la expresión territorial, la posición que las personas ocupan en la estructura social. Ahora bien, la aparición de la denominada nueva pobreza trae como novedad que "ahora la posición social no se traduce necesariamente en formas estandarizadas de ocupación del territorio ni en condiciones uniformes de acceso al hábitat y a los servicios urbanos". Esta nueva pobreza, sostiene Prévôt Schapira (2002), modifica los usos y prácticas de la ciudad y en la ciudad, generando una nueva conflictividad en la vida urbana.

Es cierto que mucho se ha escrito acerca del aislamiento de los pobres urbanos a partir de fenómenos como, por un lado, la segregación residencial,7 la cual se manifiesta en la conformación de countries o barrios privados8 habitados por los sectores más favorecidos y, por el otro, en los asentamientos informales y villas.9 Sin embargo, la diversidad de situaciones que se hace presente en las calles de la ciudad y que tiene como protagonista al cruce entre diferentes sectores sociales en el espacio público, no es abarcada por el concepto de nuevos pobres ni por el de segregación. El caso de los cartoneros de la zona central de la ciudad da cuenta de este cruce y se produce en forma paralela al proceso de segregación residencial que vivió la ciudad y sus habitantes.

Por su parte, como ya señalamos en otro lugar (Boy y Perelman, 2008), existen diversos trabajos en los que se remarca, por un lado, la importancia de pensar a la ciudad y sus cambios a partir de su comunicación mediante redes con otras ciudades en un contexto de globalización y, por el otro, algunos estudios destacan las transformaciones locales que esta interconexión ha cristalizado en las ciudades, produciendo una especie de competencia global y una nueva división internacional de las urbes. Si bien estas posiciones han significado un gran aporte, ninguna de las dos explica acabadamente las transformaciones que ha sufrido el Gran Buenos Aires.

El proceso de cambio de la ciudad de Buenos Aires puede entenderse en función de los procesos globales recientes, pero también de los procesos (y discursos) históricos que la han construido y del incremento de las desigualdades urbanas producto del aumento del desempleo y de las formas de intervención pública y privada tanto sobre el espacio como sobre grupos cada vez más vulnerables.

Históricamente la ciudad ha sido un lugar de disputa de diferentes proyectos de vida. Desde su nacimiento como ciudad capital de la República Argentina, durante el último cuarto del siglo XIX, Buenos Aires ha sido pensada como una ciudad de élites. A comienzos del siglo XX se produjo un proceso de reconstrucción social, económica y política de la ciudad, dando lugar a una refundación imaginaria de Buenos Aires aún vigente en el imaginario porteño, basada en la construcción de un cuerpo social sano y en la inclusión social de los nuevos pobladores migrantes (Murillo, 2002: 30). Si bien Buenos Aires fue construida discursivamente como una ciudad homogénea (Lacarrieu, 2005), como una ciudad ideal (Liernur, 2000) y de élite, contrapuesta a la barbarie que supuestamente vendría a superar, los nuevos pobladores que llegaron a principios del siglo XX provenían de diferentes lugares, principalmente de España e Italia, respondían a lenguas y tradiciones distintas, presentaban diferencias de clases sociales y marcadas desigualdades (sociales, económicas, políticas). En la conformación de esta ciudad operó un discurso civilizatorio que buscó con persistencia la integración social en el contexto urbano (Lacarrieu, 2005). El discurso civilizatorio, moralizador, higienista, superador, europeizante dominante tendió a construir una ciudad de élite que se mantiene en el imaginario social —aunque resignificado— hasta nuestros días.

Durante el último gobierno militar (1973–1983) la ciudad fue objeto de una fuerte intervención basada en la profundización de la idea de que Buenos Aires es sólo para quien merece vivir en ella. Esto se llevó a cabo a partir de una serie de políticas que incluyeron la desaparición de personas. En este periodo se desarrolló una serie de acciones que fueron parte de un intento de modificación total de la ciudad, en el cual el uso del suelo y del espacio urbano ocupó un lugar central.10 Oszlak (1991) señala que en aquel contexto se instala una nueva concepción de la ciudad basada en el cuidado del ornamento y en poner bajo cuestionamiento la moralidad de las personas, principalmente de los pobres. Esta nueva concepción de la ciudad dio lugar a la puesta en marcha de políticas como, por ejemplo, la erradicación de villas miseria y la construcción compulsiva de autopistas. Estas intervenciones del Estado trajeron consigo la demolición y expropiación masiva de viviendas sin atender las necesidades de los villeros ni de los inquilinos, teniendo como resultado la expulsión de los sectores más empobrecidos hacia la periferia de la ciudad e incluso hacia el interior del país y países limítrofes. Ambas políticas urbanas se convirtieron en las intervenciones públicas paradigmáticas de este periodo. Otra de las políticas más recordadas fue la modificación en el sistema de recolección de residuos: durante la dictadura se cerraron los vaciaderos a cielo abierto y se creó el Cinturón Ecológico del Área Metropolitana Sociedad del Estado, luego rebautizado como Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (CEAMSE), una sociedad compuesta por capitales estatales y privados. El nuevo sistema sería el de "relleno sanitario", para el cual se comenzaron a utilizar tierras en la periferia. En los años siguientes se reguló el sistema de disposición y eliminación de residuos. En este sentido, ciertas medidas tomadas apuntaron a la normalización del uso de los residuos por parte de la población a partir de la fijación de un horario para sacar la basura a las banquetas (entre las 20 y las 21 horas) y de días determinados para la recolección de residuos (de domingo a viernes), prohibiendo explícitamente la actividad del cirujeo. La creación y puesta en funcionamiento del CEAMSE, el cambio en la forma de la recolección, la nueva legislación y la erradicación de las villas miserias (donde la mayoría de los cirujas vivían), significó una transformación en las formas de recolectar.

A partir del retorno a la democracia en 1983, una de las formas que adquiere la negación de la ciudad, o su merecimiento, es desde el acceso a la estetización. Según Lacarrieu se impulsan "procesos que especulan con la integración social desde la promoción de la diversidad cultural, pero que sin embargo terminan generando desde sí mismos una mayor desintegración y severos procesos segregatorios que sólo integran a algunos y excluyen a los 'otros'" (Lacarrieu, 2005: 375). Todo este proceso ha influido en la nueva intervención estético–escenográfica de la ciudad (Amendola, 2000), recreando los sentidos e iluminando ciertos lugares y oscureciendo otros.

La aparición masiva de pobres en la ciudad desde la década de los noventa hasta la actualidad, tiende a poner en cuestión aquella visión de "la ciudad homogénea" nacida un siglo atrás. Sin embargo, los discursos en torno a la homogeneidad y la desconfianza hacia los otros no desaparece sino que se refuerza y se ven plasmados en conflictos urbanos protagonizados por las clases medias y altas contra los sectores populares y viceversa.

Hasta aquí hicimos alusión, en un primer momento, a las transformaciones en una ciudad que fue construida discursivamente como un todo homogéneo y, luego, la conformación del discurso que distingue entre quiénes merecen vivir en ella y quiénes no. A continuación nos interesa presentar las diferentes percepciones que se hacen presentes en los relatos de los cirujas en relación con el ejercicio de la actividad y la consiguiente exhibición de su condición de pobreza en el espacio público. Para ello, comenzaremos dando cuenta de que no todos los cirujas se perciben a sí mismos de igual manera. En un segundo momento, focalizamos nuestra atención en aquellos que comenzaron a cirujear recientemente para, finalmente, poner énfasis en las diferencias entre los nuevos y los viejos cirujas.

 

NUEVOS CARTONEROS Y VIEJOS CIRUJAS. FORMAS DIFERENCIALES DE EXPERIMENTAR LA ACTIVIDAD

El cirujeo es una actividad de larga data en la ciudad de Buenos Aires. Ya en las memorias municipales de 1860 se da cuenta de ella. Sin embargo, hasta no hace mucho tiempo la actividad estuvo invisibilizada.11 Esto se debió a diversos factores. Uno de ellos es dónde se desarrollaba. Hasta 1977, el cirujeo se ejerció principalmente en los vaciaderos a cielo abierto ubicados en los márgenes de la ciudad. Allí los cirujas esperaban los residuos que eran llevados por camiones. Si bien existían personas que recorrían las calles en búsqueda de basura, la mayor parte de la actividad se llevaba a cabo lejos de los barrios residenciales de la clase media porteña (Perelman, 2008a). Así, era una actividad periférica desarrollada en los márgenes de la ciudad. Otro de los factores que explica la invisibilización del cirujeo es la cantidad relativamente reducida de personas que lo ejercían, lo cual cambió drásticamente a partir de los años noventa con el crecimiento del desempleo y la pobreza.

En la actualidad, puede señalarse que dentro de la población que vive del cirujeo existe una gran diversidad de perfiles que, sin embargo, pueden agruparse en dos categorías analíticas: los nuevos cirujas, muchos pertenecientes a una clase media empobrecida producto del proceso de los años noventa ya reseñados, y los cirujas estructurales, quienes forman parte de la pobreza histórica argentina.

En cuanto al primer grupo, puede decirse que los nuevos cirujas se caracterizan por contar con una trayectoria laboral formal o por haber tenido un largo derrotero en el ejercicio de actividades que pendularon entre la formalidad y la informalidad laborales. Para este grupo, ser ciruja aparece como un estigma (Perelman, 2008b). Como plantea Goffman (2006), el término hace referencia a un atributo profundamente desacreditador. El estigma es una clase especial de relación entre atributo y estereotipo: existen algunos atributos (ser ciruja) que se estigmatizan confirmando la normalidad de quien no lo tiene. En tal caso, para estas personas acostumbradas a ganarse la vida vía el mercado de empleo, ser trabajador se ha constituido como una normalidad. Ahora bien, el hecho de que la actividad esté estigmatizada no implica que los sujetos se sientan estigmatizados, que exista una homogénea "recepción" de esa visión estigmatizante. En primer lugar, porque el ganarse la vida a partir de tener un empleo (ser trabajador) no es percibido como una normalidad por algunos cirujas. Esto es particularmente notorio en lo que hemos considerado como cirujas estructurales. Este segundo grupo, a diferencia del primero, construye la normalidad desde el ejercicio del cirujeo. Así, en las entrevistas realizadas a las personas que han recolectado en los vaciaderos (nombre con el que se conocía a los basurales a cielo abierto), suele aparecer recurrentemente la frase dicha con orgullo "yo soy quemero". Quemero se refiere a las personas que han vivido y/o trabajado en el vaciadero de residuos, conocido como La Quema, cerrado en 1977. Lejos de la vergüenza que aparece expresada en los nuevos recolectores, en los cirujas estructurales la tarea es investida de una serie de valoraciones positivas como el valor, el coraje, la posibilidad de solventar gastos y el conocimiento que hay que tener para realizar la actividad. Uno de los entrevistados, Carlos, quien hoy tiene 60 años, recuerda que "estar en la quema era como estar en mi casa, con eso te digo todo. Comíamos, juntabas las cosas, traías tu plata, era un mundo de gente. La llamábamos la fábrica a cielo abierto". Carlos, quien aún hoy sigue recolectando relataba: "Y bueno, después me quedé en la Quema, me casé, junté mi dinero para hacerme mi fiesta, por iglesia, por civil, yo me pagué mi ropa, yo me pagué mi fiesta, todo, todo de mi bolsillo gracias a la ciruja. Crié a mis hijos, me casé en el 74. Ahora sigo en lo mismo. Tengo mis tiempos, mi plata, no me falta nada, todo gracias al ciruja. Yo estoy orgulloso".

Ramiro, otro de los entrevistados, señalaba: "Sí, a veces te tratan mal, pero yo hago mi trabajo ¿Sabés desde cuándo estoy en esto?, desde que era así [gesto de que era muy pequeño]. La gente siempre habla, pero a mí no me preocupa que digan macanas [mentiras]. Yo me siento orgulloso de lo que hago. Y, ojo, esto no es para cualquiera, ¡hay que saber!, es un trabajo duro, no es para cualquiera".

En los testimonios de Carlos y de Ramiro, ambos pertenecientes al grupo de los cirujas estructurales, puede apreciarse la presencia de una valoración positiva del cirujeo como modo legítimo de ganarse la vida. Son personas que han construido su trayectoria en relación con la basura y, si bien conscientes de que es una actividad que está mal vista por algunos sectores de la población, no ven en ella nada de qué avergonzarse. Por el contrario, existe una percepción de la actividad como un trabajo peligroso, con riesgos, que hay que saber realizar. En este sentido, para ellos el cirujeo "no es para cualquiera", es para los que tienen el valor de hacerla. Así, en vez de sentir un estigma se conforma un orgullo. Más aún, en los últimos años ha surgido en los discursos de los cartoneros un "nosotros quemeros" frente a la aparición masiva de nuevos cirujas con trayectorias sociales diferentes, donde ya no son ellos los únicos que realizan la actividad, lo cual les permite reconstruir positivamente un pasado de fuerte marginación social, resignificando las memorias para los cirujas estructurales (Perelman, 2009). El crecimiento del desempleo en los años noventa provoca que dos formas de experimentar el cirujeo comiencen a convivir. El contexto de crisis legitimó socialmente a la recolección informal de residuos como una estrategia de supervivencia frente a la masificación de la actividad.

En el caso de los nuevos cirujas, en cambio, aquel imaginario sobre el trabajo o, para ser más preciso, sobre ciertos tipos de actividades culturalmente reconocidas como trabajo, debe reacomodarse a la nueva situación que es vivida muchas veces de una forma traumática.

Tomemos como ejemplo el caso de Esteban y su esposa Estela: él fue empleado en una carnicería durante 15 años, y Estela se encargaba de las tareas del hogar y el cuidado de los niños. En 2000 la carnicería ubicada en la zona norte de la periferia de la ciudad ("en un barrio pobre, pero bien", aclara) cerró. Entonces, comenzó a realizar trabajos temporales hasta que estas opciones fueron también escaseando. Pasado el tiempo, sin poder ya recurrir a la ayuda de amigos y parientes, fue Estela, junto a una vecina que se encontraba en la misma situación, quien empezó a pedir comida: primero en los restaurantes, panaderías y almacenes de la zona, para luego acudir a los del resto de la ciudad de Buenos Aires. Comenzó a recibir también ropa usada, cartones y otros materiales desechados. Esteban tardó unos meses en tomar la decisión de comenzar: le daba pavor que sus vecinos lo vieran, le daba vergüenza que él, sustento de la familia, necesitara hurgar en las bolsas de residuos. Pero más vergüenza le daba que ahora el ingreso familiar proviniera de su esposa. Entonces, recuerda Estela, tomar el tren e ir a cirujear a la ciudad de Buenos Aires se convirtió en una posibilidad más confortable para Esteban que hacerlo por el barrio, ya que podía darles ese anonimato necesario para escaparse de los propios prejuicios y de la posible mirada estigmatizante de la gente allegada. Sin embargo, le costó asumir su condición de cartonero. Esteban se sonroja un poco cuando recuerda lo que pensaba de los cartoneros cuando los veía transitar por la puerta del local donde trabajaba: "te juro que los veía pasar y me daban ganas de gritarles 'vayan a trabajar vagos de mierda'. Ahora los veo desde otro lado, son cirujas no por elección sino porque no les queda otra. Además esto no es nada malo, yo me gano el mango laburando [el dinero trabajando]".

Este caso no es excepcional. Durante los últimos siete años escuchamos decenas de historias similares en donde la vergüenza, la resignación y el cambio de percepción sobre la actividad son recurrentes. Al mismo tiempo aparece la idea de que en la ciudad son seres desconocidos, anónimos.

En el relato de Esteban, como en muchos otros testimonios de los nuevos cirujas, la realización del cirujeo es percibida como un descenso en la escala social. E incorporarse a la actividad es visto como una fuerte ruptura en las trayectorias laborales y sociales. Es por ello que, para la mayoría de este grupo, el cirujeo no fue la primera opción luego de la pérdida del empleo. Trabajos temporales y diferentes planes sociales del gobierno formaron parte de la nueva cotidianidad, que luego se fueron combinando con la recolección informal.

Saraví (1994) plantea que una de las dificultades que presenta el ingreso a la actividad del cirujeo está relacionada con el conocimiento y saber propios del recolector; que los cirujas estructurales, como dijimos, aprenden en el seno del grupo familiar. Sin embargo, esto no es percibido como obstáculo de acceso a la actividad por los nuevos cirujas entrevistados. Muchos plantean que lo único necesario para comenzar es un carro. Sí existen otros obstáculos, barreras sociales y simbólicas que hacen que el salir a la calle (a diferencia de lo que ocurre con los cirujas estructurales) sea un paso difícil de dar. Y, una vez dado, genera una serie de sentimientos que dan cuenta del abrupto quiebre en sus vidas.

A diferencia de los cirujas estructurales, entonces, los de más reciente inserción en la actividad recurrieron al cirujeo como forma de supervivencia ante la pérdida del empleo o de la imposibilidad de seguir realizando la actividad que hasta entonces realizaban, percibiendo al cirujeo como una ruptura en su trayectoria laboral, intentando esconderse y buscando espacios de anonimato.

A su vez, como dijimos, el ejercicio del cirujeo deja al descubierto la situación de pobreza en forma pública, lo cual tiene implicaciones subjetivas a la hora de realizar la actividad. Las diferencias en las percepciones en torno a la actividad y en la manera de configurarse como sujetos, se hicieron presentes en las entrevistas y en las observaciones realizadas. Por un lado, los cirujas estructurales construyeron un discurso basado en el orgullo de ser "quemeros" a partir de un pasado y un presente compartido; por el otro, los nuevos cirujas significan a la actividad como una forma de supervivencia en un contexto adverso y transitorio.

Es posible decir que más allá de estas diferencias identitarias entre ambos grupos, no existen conflictos a la hora de recorrer las calles de la ciudad. En otro lugar (Perelman, 2009) planteamos, sin embargo, cómo los cirujas estructurales tienden a culpar a los nuevos recolectores por la estigmatización creciente de la actividad. Sin embargo, estas disputas quedan en el plano de lo discursivo y no se plasman en las calles en las cuales conviven sin mayores dificultades.

 

TENSIÓN ENTRE EL ANONIMATO PRETENDIDO Y EL RECONOCIMIENTO NECESARIO

Como dijimos, el incremento del desempleo y el aumento de la pobreza y la indigencia impulsaron a una gran cantidad de personas a desarrollar la actividad de recolección de residuos en la vía pública. A diferencia de lo ocurrido tres décadas atrás, los nuevos cirujas que comenzaron la actividad durante los años noventa tuvieron que buscar la basura en las calles y no en los vaciaderos, haciéndose visibles, marcando presencia sin distinguir lugares brillantes y oscuros, generando más bien corredores de pobreza, continuos urbanos que interpelan divisiones y lugares gentrificados.12 Y a no serán los lugares alejados de los años setenta en los que buscarán la basura, sino en las zonas donde más residuos reciclables se desechan, esto es, en los barrios más ricos de la ciudad y en la zonas de mayor actividad comercial. De esta forma, cuando la actividad aparece masivamente, se produce un corrimiento de las zonas donde se lleva a cabo el cirujeo: de la periferia hacia las calles céntricas de la ciudad.

Este proceso tiene importantes consecuencias para los nuevos cirujas que, como dijimos, sienten el cirujeo como un atributo fuertemente estigmatizado y que es imposible de invisibilizar: una vez en la calle, para quienes quieren disimularlo, no pueden esconder quiénes son. Son vistos como cartoneros imposibilitados de esconder su pobreza ante la mirada del otro.

Es más, una de las características de la práctica del cirujeo es que se desarrolla en los barrios y zonas más comerciales de la ciudad (Palermo, Belgrano, Núñez, Barrio Norte, micro centro), y que suele depender de los desechos de la economía formal. Como puede observarse en los mapas 1 y 2, son los barrios con niveles sociohabitacionales altos los más transitados por los cirujas. En ellos conviven constantemente con otros cartoneros, vecinos, porteros de edificios, transeúntes, principalmente en los horarios de la tarde y el anochecer cuando los porteños sacan la basura a las banquetas. De esta forma el espacio público, las calles de la ciudad, se conforman como el lugar donde los distintos sectores sociales se cruzan, se chocan, se diferencian, se solidarizan y se contrastan: los rascacielos o edificios inteligentes característicos en el centro porteño conviven con los marginados del sistema productivo. Es cierto que en los barrios céntricos suele existir poca tolerancia a la pobreza o, al menos, su presencia es conflictiva. Ejemplos de ello pueden verse en los enfrentamientos que ha generado la instalación de un comedor comunitario en Puerto Madero,13 la instalación de un asentamiento cartonero en una plazoleta de Barrancas de Belgrano,14 o los constantes intentos de erradicación del asentamiento Rodrigo Bueno ubicado también en el barrio de Puerto Madero.15

Las calles céntricas de Buenos Aires dan cuenta del contraste social, son una manifestación de la creciente polarización que convive y se turna para llevar a cabo un uso diferenciado del mismo espacio urbano. De esta forma, pensar sólo en el desencuentro de los distintos sectores sociales propuesto por los conceptos de segregación y segmentación y en los espacios institucionales que ya no comparten, no da cuenta de, en primer lugar, cómo en ciertos ámbitos sí se ponen en contacto las diferencias sociales y, en segundo lugar, de las nuevas formas de articulación entre unos grupos y otros.

A contramano de la percepción que tienen los cartoneros y su necesidad de ser anónimos, sin embargo, el ejercicio de la actividad económica que llevan a cabo tiene como una de sus características principales la visibilidad. No nos referimos sólo a la cantidad de personas que recorren las calles y que cambian el paisaje urbano de la ciudad, sino también a la imposibilidad de pasar inadvertidos ante la mirada del otro mientras cirujean y, más aún, a la necesidad de ser reconocidos como cartoneros, lo que les permite acceder a una serie de recursos imposibles si el otro no los reconoce como tal y se solidariza. Esto genera una serie de contradicciones en los cartoneros en la calle ya que, al mismo tiempo, quieren ser anónimos y necesitan ser reconocidos.

En la vía pública será donde entrarán en juego las interacciones de los cirujas y el resto de los actores. En este sentido, Carreteiro y Santos (1999) ponen énfasis en concebir la calle como un espacio de encuentro de universos complementarios y opuestos y, como tal, la vía pública es vivida como el territorio de la multiplicidad por excelencia. Sin embargo, este encuentro suele ser conflictivo y los sujetos intentan pasar inadvertidos. Goffman (1979), en sus estudios sobre la interacción de personas en las calles, destaca que no todos los contextos son iguales.16 Esto quiere decir que existen normas de comportamiento que pueden ser pensadas como situacionales. Los individuos se comportan correcta o incorrectamente en relación con los contextos pero también con los encuentros. Pero para los cánones de la ciudad, los cartoneros se encuentran en un (gran) contexto incorrecto: en las colonias ricas de la ciudad, "rompiendo e invadiendo", como dijimos, espacios que hasta hace relativamente poco no eran transitados por ellos. Están utilizando un espacio que no les correspondería ya que los vecinos lo sienten como propio. Estos vecinos, a diferencia de los cartoneros, pueden anónimamente transitar por el espacio sin ser individualizados. En las calles, nos dice Goffman (1979), los sujetos se están dando pruebas de confianza mutua. Se produce una cortés desatención, una indiferencia amable, al decir de Delgado Ruiz (1999a).17

En Buenos Aires, los discursos basados en el merecer vivir y usar la ciudad fueron remarcando las diferencias sociales como desigualdades, como motivo de discriminación, lo que ha provocado que los sectores populares intentaran esconder o adecuar las diferencias.18 Los cartoneros no logran ser anónimos frente al otro. Más bien todo lo contrario, se encuentran en las calles con un uniforme de pobreza que los hace tan reconocibles como a los policías o a los bomberos. Ese uniforme trae consigo todo un estigma que publica la pobreza y en varios casos la vergüenza. Debemos destacar, como dijimos anteriormente, que no todos los cartoneros sienten esta vergüenza ni aceptan el estigma sobre ellos y sobre la tarea.19 Los sentimientos, al estar socialmente construidos, expresan valores personales (Lutz, 1986) y las experiencias emocionales singulares, sentidas y vividas por un actor social específico, como establece Koury (2005), son productos relacionales entre los individuos, la cultura y la sociedad. Los sujetos no sólo responden a la interacción, a los contactos mixtos (Goffman, 2006), sino a las trayectorias de los que se encuentran, en este caso en las calles de la ciudad a partir de un proceso experiencial.

Dijimos que los cartoneros no pueden esconder su pobreza. En los estudios sobre clases medias empobrecidas se ha destacado que una de las características de los "caídos" en la escala social es la de intentar mantener su estatus social. Los nuevos pobres provenientes de la clase media invisibilizan la pobreza, ya que logran mantenerla dentro del ámbito privado. Teniendo en cuenta las características del cirujeo antes mencionadas, para los "nuevos" cartoneros la pobreza y sus marcas estigmatizantes se transforman en algo público ante la imposibilidad de ocultarla. Prost (2001) remarca que tener una vida privada es un privilegio de clase que, como sostiene Elías (1998), en tanto espacio, no debe ser entendido como un sitio, un lugar, una localidad. El espacio se vuelve privado sólo porque otras personas, entre ellas y ante todo los vecinos, lo consideran y lo respetan como tal; se vuelve realmente privado en relación con el desarrollo de un canon social específico del comportamiento y del sentir.20 En los "nuevos cartoneros", aquellos nuevos pobres, puede apreciarse esta exposición de la pobreza en público, que querrían refugiar en el ámbito privado, o que al menos desearían esconder. Así es como muchos de los entrevistados se refieren a la elección de la ciudad de Buenos Aires como el lugar del anonimato donde no son conocidos ni reconocidos. Pero, como ya ha sido destacado (Suárez, 2001; Schamber, 2008), los cirujas necesitan generar relaciones estables con personas (a los que llaman clientes) para asegurarse la mercadería. Para ello, crean recorridos fijos, lo que les permite entrar en este círculo de confianza construido a partir de ser vistos diariamente en la zona en la que recolectan. Esta necesidad de conseguir cierta seguridad material no puede llevarse a cabo sino a partir de revertir ese no anonimato estigmatizado, esa visibilidad acusada. En este sentido, la confección de recorridos fijos se transforma en un recurso material y simbólico para los cartoneros y en reconocimiento personal. Los recorridos son confeccionados preferentemente en "zonas de más rentables económicamente" (como se puede observar en los mapas), pero no sólo depende de ello, sino también de la posibilidad de generar las relaciones necesarias para lograr predictibilidad.

En este transitar, al mismo tiempo se genera un rechazo en parte de la población así como también se presentan formas de relacionarse y acceder a recursos. Aquí, el ser reconocido como cartonero es un componente central.

Así, los cirujas necesitan del encuentro, sobrellevando el estigma al ser reconocidos individualmente (en tanto personas poseedoras de un recorrido y de clientes) y socialmente (en tanto cartoneros) para poder acceder a una serie de beneficios. De esta forma, los cirujas viven en un constante juego de equilibrio entre el rechazo, la vergüenza y la utilización del uniforme de pobreza como forma de acceder a mercaderías tales como ropa, alimentos, materiales en desuso, entre otros.21

De esta manera, se produce una tensión entre esconder la diferencia y dar cuenta de ella para acceder a una cantidad de recursos en los circuitos de confianza generados con personas que pertenecen a otros grupos sociales, como manera de configurarse en una sociedad excluyente, de conformarse de manera compleja en el marco de relaciones sociales (estructurales–estructurantes) que se activan situacionalmente.

 

A MODO DE CIERRE. CIRUJAS EN LA CIUDAD, ENTRE LA VISIBILIDAD Y EL ANONIMATO

En los últimos años la ciudad de Buenos Aires ha sufrido transformaciones que responden al impulso de un nuevo modelo de ciudad que tiene como protagonista principal los contrastes. La creciente desigualdad social se cristaliza en el territorio y delimita qué grupo utiliza un espacio y qué sector social utiliza otro. Sin embargo, en forma paralela, se han generado nuevos puntos de encuentro en la ciudad que cuentan con características propias que no han sido analizadas aún en forma suficiente.

A lo largo de este artículo se analizaron las profundas transformaciones que vivió la ciudad a partir de la puesta en marcha de políticas de corte neoliberal que impulsaron la desindustrialización y el consecuente incremento de las tasas de desempleo y de subempleo. Entendiendo al trabajo no sólo como un dador de ingresos sino también como una fuente de sociabilidad e integración social, la pérdida del empleo implicó para vastos sectores comenzar a ejercer actividades económicas no planeadas para sus vidas y que se conforman como estrategias de supervivencia.22 De esta forma, el cirujeo comienza a ser una opción para colonias enteras, principalmente a partir de mediados de la década de los noventa, empeorando con la crisis de 2001–2002 y cambiando el paisaje urbano de la ciudad.

La masificación de la actividad del cirujeo resalta una nueva relación entre la economía formal y la informal, los integrados al mundo global y los marginados sociales en el marco de una economía cada más flexibilizada que busca mano de obra barata. La novedad es que todos estos elementos se concentran en un mismo territorio: las calles céntricas de la ciudad de Buenos Aires. Allí conviven los edificios inteligentes de empresas transnacionales que se transforman en grandes generadoras de residuos, que luego son acopiados por los propios cartoneros cuando la jornada laboral de las oficinas llega a su fin. De esta forma, la zona central de la ciudad comienza a tener nuevos usos, nuevos actores, que se alternan diariamente para utilizar en forma diferencial el mismo espacio público.

La actividad del cirujeo de por sí implica una gran visibilidad ante la mirada del otro. Quien en los residuos busca materiales para revender o para uso doméstico queda expuesto públicamente. En este artículo se han descrito dos grandes grupos dentro de la población cartonera: los cirujas estructurales y los nuevos cirujas. Para unos y otros no significa lo mismo llevar a cabo esta actividad. En el momento de comenzar a cartonear, los estigmas sociales y los prejuicios cumplen un papel importante para quienes nunca habían imaginado experimentar esta situación.

La vivencia de ser cartoneros a partir de la necesidad de resolver un problema económico no sólo enfrenta a las personas a los estigmas y los propios prejuicios, sino que expone públicamente su situación de pobreza. Y aquí se nos presenta una paradoja, una tensión: muchas veces los cartoneros sienten la necesidad de alejarse de sus colonias para no ser vistos por los allegados, sin embargo, necesitan ser etiquetados en la ciudad como cartoneros para poder obtener una mayor cantidad de residuos revendibles a partir de los círculos de confianza que generan. El "cliente" necesita poder identificar al cartonero, y el cartonero necesita que el "cliente" lo vea como tal. De esta forma, la sensación de no ser reconocido, de ser un anónimo como cualquier persona en la gran ciudad, se entremezcla con la necesidad de ser registrado por el otro como un receptor de residuos. En este sentido, el hecho de vivir la pobreza en público se ve atravesado por esta tensión: la visibilidad necesaria y la invisibilidad añorada.

 

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NOTAS

1 El problema de la basura es un tema recurrente en todas las grandes urbes del mundo. Generalmente, intentando dar respuesta a la demanda de la población, éstas cuentan con un sistema formal de recolección y disposición de residuos. Al mismo tiempo, especialmente en los "países del tercer mundo", miles de personas recurren a la recolección informal como forma de ganarse la vida. La actividad tiene distintos nombres según el país. Así, en Dakar son conocidos como packs y teugs (estos últimos pertenecientes a una casta social inferior); wahis y zabbaleen en El Cairo; gallinazos en Colombia; chamberos en Ecuador; buzos en Costa Rica; catadores en Brasil; scavengers o garbage pickers en países de habla inglesa; pepenadores o resoqueadores en México (cfr. Castillo, 2006). Sin embargo, en cada país, y dentro de éste en cada región, la actividad está configurada de manera diferente en función de los propios procesos históricos en relación con el manejo de residuos, con las políticas sociales y con las trayectorias sociales de los diferentes actores presentes en la actividad. Asimismo, los conceptos dan cuenta de diferentes valoraciones que tiene la actividad en cada región. Para el caso argentino véase Perelman (2005) y Schamber (2008).

2 En otros países se las conoce como favelas (Brasil), chabolas (España), slums (en los países de habla inglesa). Para un análisis de las villas miseria en la ciudad de Buenos Aires, su población, su caracterización y la intervención estatal, pueden consultarse Cravino (2006), Ratier (1972), Ziccardi (1983), entre otros.

3 Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC, 2003), debe entenderse por Gran Buenos Aires al área metropolitana que comprende a la ciudad de Buenos Aires y los 24 partidos del Gran Buenos Aires.

4 En cuanto a la situación laboral, en términos cuantitativos, según el Instituto de Estadística y Censos (INDEC), en mayo de 1993 por primera vez el desempleo alcanzó una cifra de dos dígitos (10.6%), creciendo en forma sostenida hasta alcanzar, en 2002, al 22% de la población. Otra dimensión a tener en cuenta es el aumento sostenido de la pobreza y de la indigencia. La pobreza en el Gran Buenos Aires comienza a incrementarse sostenidamente en mayo de 1994 cuando, según el INDEC, 16.1% de la población vivía bajo la Línea de Pobreza (LP), alcanzando la cifra mayor en octubre de 2002 con 54.3% de la población viviendo en situación de pobreza. Finalmente, en cuanto a la indigencia, el valor más alto se registró en mayo de 2003: 25.2% de la población no cubría las necesidades mínimas para subsistir.

5 En Argentina, durante el siglo XX el desarrollo de la ciudadanía estuvo ligado al empleo formal: la seguridad social, los derechos sociales, la salud, las relaciones sociales, la participación política y gran parte de la identidad social eran beneficios que les pertenecían a los individuos a partir de la tenencia de un empleo (Grassi et al., 1994). La expansión y consolidación de derechos se dio en Argentina en estrecha relación con la posición ocupada por los sujetos en la estructura productiva, en la cual el Estado de mediados del siglo XX se instituyó en un actor activo de política económica alineando sus acciones hacia la conformación de un orden que ponía al trabajo y a la categoría de trabajador en el centro de la escena, tanto en lo que refiere a la construcción legal como identitaria del sujeto. De este modo, los derechos sociales se fueron configurando como derechos del trabajo y quedaron indisolublemente ligados a éste. La condición socio–ocupacional y la capacidad de aporte al sistema fue el determinante de la seguridad social (obras sociales y previsión) de las personas.

6 Minujin (1991), en uno de los trabajos pioneros sobre el tema para el caso argentino, define a los nuevos pobres como aquellos que viven bajo la LP, pero que no sufren ninguna de las carencias tomadas en consideración por el indicador de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), marcando una diferencia con respecto a los denominados "pobres estructurales". Durante la década de los noventa, conforme iba subiendo el índice de pobreza e indigencia para abarcar a nuevos sectores que hasta ese momento nunca lo habían sido, la bibliografía comenzó a multiplicarse. Entonces nuevos pobres, nueva(s) pobreza(s), heterogeneización de la pobreza, caída, clases medias empobrecidas, fueron algunas de las caracterizaciones que se trazaron sobre la Argentina de los años noventa, en la cual se rompían viejas formas de sociabilidad a la vez que aparecían nuevas (cfr. Minujin, 1992; Kessler y Minujin, 1995; Svampa, 2000; Murmis y Feldman, 2002a, 2002b; Feijoó, 2003).

7 Sabatini (2006) se refiere a la segregación (residencial) como un proceso que corresponde a la aglomeración en el espacio de familias de una misma condición social que puede ser étnica, de origen migratorio, etaria o socioeconómica, entre otras. A su vez, agrega que en términos más específicos, la segregación requiere una definición compuesta en pos de dar cuenta de aspectos diferenciables con distintas implicaciones ya sea en términos de sus impactos sociales y urbanos como en lo relativo a la política pública. Así, diferencia tres dimensiones: el grado de concentración espacial de los grupos sociales; la homogeneidad social que presentan las distintas áreas internas de las ciudades, y el prestigio (o desprestigio) social de las distintas áreas o barrios de cada ciudad. Por su parte, Kaztman (2001) distingue entre "diferenciación", "segmentación" y "segregación". El primer término designa diferencias en los atributos de dos o más categorías sociales. El segundo agrega al anterior una referencia a la existencia de barreras para el paso de una categoría a otra. El tercero agrega a los dos anteriores una referencia a la voluntad de los miembros de una u otra categoría de mantener o elevar las barreras que las separan entre sí. Kaztman (2001: 172–173) se interesa por la localización de los pobres dentro de la estructura, que varía no sólo según la profundidad de las brechas que los separan de otras categorías sociales en el mercado de trabajo, sino también según el grado de segmentación en cuanto a la calidad de los servicios de todo tipo y el grado de segregación residencial. Plantea que las disparidades de ingresos y las diferencias en cuanto a protecciones y estabilidad laboral también se manifiestan en la localización de las clases en el territorio urbano, y que la reducción de los ámbitos de interacción informales entre distintos estratos socioeconómicos es la progresiva polarización en la composición social de los vecindarios y es una de las expresiones más notorias de la segregación. A su vez, la segregación espacial, dice, tiene otras consecuencias ya que se extiende a prestacionesbásicas (como el transporte, la educación, la seguridad pública, la salud y los servicios de esparcimiento), lo cual produce al menos tres cambios importantes en la estructura social que, al mismo tiempo, alimentan los mecanismos de aislamiento social de los pobres urbanos: se reducen los ámbitos de sociabilidad informal entre las clases; se encoge el dominio de problemas comunes que los hogares enfrentan en su realidad cotidiana; los servicios públicos pierden el importante sostén que se derivaba del interés de los estratos medios por mantener la calidad de las prestaciones que utilizaban, activando un círculo vicioso de diferencias crecientes de calidad entre los servicios públicos y los privados, lo cual tiende a deteriorar aún más la posición de los pobres con respecto al resto de la sociedad. Así "el resultado de estos procesos es un creciente aislamiento social de los pobres urbanos con respecto a las corrientes principales de la sociedad. Dicho aislamiento se convierte en un obstáculo importante para acumular los activos que se necesitan para dejar de ser pobre, lo que hace que la pobreza urbana socialmente aislada se constituya en el caso paradigmático de la exclusión social" (Kaztman, 2001: 173).

8 Los countries o barriosprivados remiten a urbanizaciones cerradas que son habitadas por personas de ingresos medios altos y altos, por lo general ubicados en la periferia de la ciudad en zonas aledañas a autopistas que comunican a la urbanización cerrada con el centro.

9 Véase Svampa (2001) para el primer caso; Merklen (1991 y 2000), y Cravino (2006) para el segundo.

10 Como plantean Gupta y Ferguson (1992), la intervención del espacio debe ser siempre pensada dentro de un contexto político–económico que estructura formas de simbolizarlo, de imaginarlo, de recordarlo y, por ende, de vivirlo.

11 Por cuestiones de espacio no nos es posible explayarnos en relación con la "historia del cirujeo". Para ello puede verse Perelman (2008a) y Paiva y Perelman (2010). Diremos brevemente que la aparición masiva de cartoneros en las calles de la ciudad no sólo se debe a los cambios en las manifestaciones de la pobreza urbana, sino también a las políticas en torno a la recolección formal e informal de residuos, las transformaciones territoriales y las trayectorias de los cirujas. Desde principios del siglo XX y hasta 1977, la gestión formal de residuos sólidos urbanos consistió en dos sistemas que funcionaron en paralelo. Por un lado, la cremación de basuras en hornos industriales (usinas) y domiciliarios. Por el otro, la disposición de residuos en vaciaderos a cielo abierto alejados de los barrios céntricos. Es respecto a esta última modalidad que se fue configurando el cirujeo. En 1977, la creación de la Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (CEASME) supuso el fin de los basurales y la necesidad de los cirujas de buscar la basura en las calles y que ésta sea compactada y posteriormente enterrada.

12 Sobre el concepto de gentrificación, sus debates y las implicaciones para la ciudad de Buenos Aires, véase Herzer (2008).

13 Cabe aclarar que Puerto Madero es un barrio construido a partir de mediados de la década de los noventa y que se caracteriza por tener los inmuebles con el mayor valor inmobiliario de la ciudad. Por consiguiente, es habitado por los sectores socioeconómicos más privilegiados.

14 Barrancas de Belgrano es una de las zonas donde viven en su mayoría personas de nivel socioeconómico medio alto y/o alto.

15 Con esto no queremos decir que no existan también movimientos de solidaridad, de afinidad y de apoyo a los cartoneros. En varios barrios han surgido durante 2001 asambleas barriales y vecinales que han tendido a apoyar y asesorar a grupos que iban empobreciéndose. Sin embargo, estas actitudes, que no suelen ser la norma, son al mismo tiempo contradictorias. El caso nombrado del asentamiento cartonero de Barrancas de Belgrano, el cual fue desalojado con una brutal represión policial, es paradigmático en este sentido: el reclamo y apoyo de los vecinos no versó por el asentamiento en sí sino por el cierre del tren para que ellos viajasen, lo cual tendería a alejar a los cartoneros de la zona. Por su parte, el desalojo se produjo por pedido y reclamos de varios vecinos de la zona.

16 Somos plenamente conscientes de las limitaciones que tienen los análisis de Goffman, especialmente la focalización plena en el individuo y la inexistencia de relaciones de poder a la hora de la interacción. Como veremos en el caso de los cartoneros, justamente la interacción de ellos y los vecinos no puede entenderse sino se considera a las personas como sujetos históricos, o sea, construidos socialmente.

17 Sostiene Delgado Ruiz (1999b) que el hombre invisible deviene metáfora perfecta del hombre público.

18 Un argumento similar utiliza Delgado Ruiz (1999a) en su análisis sobre los inmigrantes en Europa. Es en este marco en donde el anonimato es un derecho al que acceden los "normales".

19 La vergüenza no es una emoción natural que se expresa al trabajar con los desechos. Los cirujas estructurales —para los cuales realizar la actividad no supone una ruptura en las trayectorias sociales y laborales—, por ejemplo, sienten orgullo (cfr. Perelman, 2007, 2008b). De la misma forma, si bien es cierto que es una actividad estigmatizada, tampoco todos lo sienten de la misma manera.

20 Para Elías existen cánones de comportamiento diferente, cánones diferentes de privatización que varían de nación a nación, de una capa social a otra y también a lo largo de la historia.

21 Muchas veces existe una división familiar en torno a las actividades. Mientras hombres y jóvenes revisan bolsas o las reciben de los porteros que se las guardan, mujeres y niños piden plata y alimentos.

22 En su sentido más amplio, las estrategias de sobrevivencia involucran las redes familiares, vecinales y de paisanaje. Implican el acceso a recursos materiales y no materiales desde la realización de diferentes tipos de actividades y el mantenimiento de reciprocidades entre las que se incluye una diversidad de unidades, agentes, procesos, prácticas, flujos e intercambios que configuran sistemas más o menos lábiles. Como ha sido planteado por Bartolomé (1985), hablar de estrategias no implica asumir una perspectiva afín al "análisis transaccional" o al individualismo metodológico. En este sentido, dice Bartolomé (1985: 80–81) que "los marginados de Posadas [ciudad donde hace trabajo de campo] no son 'jugadores', buenos o malos, que persiguen estrategias ganadoras o perdedoras. Son seres humanos que hacen lo que pueden para sobrevivir. Las fuerzas sociales —léase estructura socioeconómica— que los han colocado en esa situación conforman un marco de restricciones y condicionantes que interactúan constantemente y retroalimentan los sistemas de supervivencia; sistemas que a su vez están constituidos por la conjunción de recursos, procedimientos para el acceso y explotación de éstos, y las relaciones interpersonales que resultan instrumentales para el funcionamiento del sistema". Nosotros no ponemos tanto énfasis en la vertiente ecológica como lo hace él, sino que marcamos la necesidad de sumar a la hora de las estrategias otro tipo de componentes a los socioeconómicos, como las opciones morales existentes en un contexto sociohistórico. Por su parte, las redes tienen un reflejo directo en las estrategias de obtención de bienes y servicios así como en las ocupacionales. De esta forma, por las redes no sólo circulan recursos económicos sino distintos tipos de capitales.

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