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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.72 no.2 Ciudad de México abr./jun. 2010

 

Artículos

 

Integración económica y desigualdad: tres generaciones de mexicanos en Estados Unidos*

 

Economic Integration and Inequality: Three Generations of Mexicans in the United States

 

Maritza Caicedo Riascos

 

Doctora en Estudios de Población por El Colegio de México, Investigadora asociada C por art. 51 del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM . Dirección: Circuito Mario de la Cueva, Ciudad de la Investigación en Humanidades, Ciudad Universitaria, México, D. F. 04510. Tel.: 56227400, ext. 341. Temas de especialización: migración y mercados laborales. Correo–e: <caicedor@unam.mx>.

 

Recibido: 3 de agosto de 2009
Aceptado: 12 de febrero de 2010

 

Resumen

En este artículo se analizan las diferencias salariales entre la población nativa blanca no–hispana, la afroestadounidense y la población de origen mexicano (de primera, segunda o tercera generación) en Estados Unidos a la luz de la teoría del capital humano. Se constata que la población de origen mexicano se encuentra en situación desventajosa en el mercado de trabajo. Dicha situación varía en cada generación y no se explica exclusivamente por las diferentes dotaciones de capital humano entre los trabajadores.

Palabras clave: trabajo, desigualdad, migración.

 

Abstract

This article analyzes the salary differences between the non–Hispanic white, U.S. born and African–American populations and the first, second and third generation of Mexican population in the United States in light of the theory of human capital. It concludes that the population of Mexican origin is at a disadvantage in the labor market. This situation varies between generations and cannot solely be explained by differences in human capital among workers.

Key words: work, inequality, migration.

 

Distintas investigaciones en torno a la inserción laboral de los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos (Caicedo, 2008; Gammage y Schmitt, 2004; Powers y seltzer, 1998, entre otros) han demostrado que mayoritariamente se concentran en ocupaciones de baja calificación. Otras investigaciones centradas en observar el comportamiento de las segundas y terceras generaciones de mexicanos, y de la población hispana en general, han señalado que, en comparación con las primeras, las segundas y terceras logran una mejor posición en términos de inserción ocupacional e ingresos (Farley y Alba, 2002).

Si bien los procesos de reestructuración económica en Estados Unidos han tenido un impacto importante en las actuales condiciones laborales de los trabajadores, y particularmente de los inmigrantes, entender la inserción laboral de la población de origen mexicano en dicho país implica además reconocer que las características de esta inmigración han jugado un papel central en la integración de los mexicanos, y que históricamente en la sociedad estadounidense han existido criterios de diferenciación social como la raza, el género y la etnia que han contribuido a la estratificación del mercado laboral.

El propósito de este artículo es analizar las características de la integración económica de los inmigrantes mexicanos y sus segundas y terceras generaciones en Estados Unidos. Para ello, se examina su inserción laboral y las diferencias salariales en comparación con los nativos blancos no–hispanos. Se emplea información sociodemográfica de la Encuesta Continua de Población —CPS –2008— de Estados Unidos. Ésta es una encuesta representativa de la población estadounidense que permite captar información laboral de la población inmigrante y su descendencia, pero no contiene información sobre el estatus migratorio —documentado o indocumentado— de los extranjeros.

El artículo cuenta con siete apartados. En el primero se presentan breves antecedentes de la migración mexicana a Estados Unidos, en el segundo se discute sobre las dificultades de la teoría de la asimilación lineal para explicar la situación de los descendientes de inmigrantes en el mercado de trabajo. En el tercero se ofrece información sociodemográfica y laboral sobre los inmigrantes mexicanos y su descendencia. En los apartados cuarto y quinto se presentan antecedentes y explicaciones de la desigualdad salarial en Estados Unidos. En el sexto se descomponen las brechas salariales entre distintos grupos de trabajadores y en el último se ofrecen breves conclusiones de esta investigación.

 

ANTECEDENTES DE LA INMIGRACIÓN MEXICANA EN ESTADOS UNIDOS

De acuerdo con García (2006: 3), la historia de la inmigración estadounidense a partir del siglo XVI se puede dividir en cuatro partes: la colonización europea —entre el siglo XVI y mediados del XIX —, las grandes olea das desde mediados del siglo XIX y comienzos del XX, las limitaciones al ingreso de inmigrantes entre 1925 y 1964, y la aceptación de inmigrantes de diversos orígenes por las transformaciones realizadas a la ley de inmigración en 1965. Es a partir de esta fecha que cobra gran relevancia la inmigración latinoamericana, especialmente la mexicana, en Estados Unidos.

Los cambios en la legislación migratoria a mediados de la década de 1960 eliminaron formas de discriminación en el otorgamiento de visas (Pellegrino, 2001), y aunque Estados Unidos quería promover la inmigración desde el sur y el este de Europa, se produjeron importantes desplazamientos desde América Latina —especialmente de México— y Asia —Filipinas, China, Indonesia, Taiwán, Vietnam y Laos, entre otros (Portes y Rumbaut, 2001; García, 2006). Buena parte de esa nueva inmigración estaba conformada principalmente por gente joven (Portes y Rumbaut, 2001).

Entre 1955 a 1965, la mitad de los nuevos inmigrantes en Estados Unidos procedían de países europeos. En la siguiente década, constituían me nos de la tercera parte, mientras que se incrementó de manera importante la inmigración latinoamericana, asiática y la procedente de África que había sido casi inexistente (Portes y Bach, 1985: 52).

Aunque el mayor crecimiento de la inmigración mexicana se registró a partir de 1965, es necesario enfatizar en que se trata de un proceso de larga data, determinado por factores sociales, políticos y económicos. El cambio de la frontera entre ambos países se podría considerar como un punto de partida para dicho proceso. Debido a la invasión de Estados Unidos al territorio mexicano, en 1848, México, a través del Tratado Guadalupe Hidalgo, terminó cediendo los estados de California, Arizona, Nuevo México y Texas. Desde entonces, aunque en ese momento de la historia el volumen de inmigrantes mexicanos en Estados Unidos era bajo (menos de 50 000 personas; Massey, Durand y Malone, 2002: 25), la emigración ha ido evolucionando paralelamente con los procesos socioeconómicos y políticos generados en ambos lados de la frontera. En la actualidad, los mexicanos constituyen el grupo de inmigrantes más numeroso (11 845 294 personas; CPS –2008).

Al finalizar el siglo XIX, enganchadores estadounidenses reclutaron, entre la población del occidente de México, obreros para trabajar en la construcción de ferrocarriles y para abastecer de fuerza de trabajo la incipiente industria de Chicago (Verduzco, 1997). Según Verduzco (1997: 14), en la primera década del siglo XX, los mexicanos constituían 17% de los trabajadores dedicados al mantenimiento de las nuevas líneas ferroviarias más importantes de Estados Unidos. El autor señala que en 1916 los mexicanos constituían una parte importante de la fuerza de trabajo en las ciudades industriales del norte, aunque seguían concentrándose principalmente en el suroeste.

El rechazo de trabajadores chinos y japoneses y de otros países de Asia (a partir de 1882) y la participación de Estados Unidos en la Primera guerra Mundial (1914–1918) incrementaron la demanda de trabajadores mexicanos para su inserción en actividades agrícolas (Verduzco, 1997). La demanda de trabajadores mexicanos para este tipo de labores ha sido una constante, aunque con el paso del tiempo su inserción se ha diversificado entre las ocupaciones de baja calificación.

Massey, Durand y Malone (2002) definen el periodo de 1890–1929 como la "era del enganche", donde empresarios estadounidenses se dirigieron principalmente hacia los estados de Guanajuato, Jalisco, Michoacán, San Luis Potosí y Zacatecas para reclutar trabajadores agrícolas. En 1900, por ejemplo, las dos terceras partes de los inmigrantes mexicanos en la fuerza laboral estadounidense se concentraban en actividades agrícolas (Borjas y Katz, 2005: 11). De acuerdo con Verduzco (1997), además de tratarse de una inmigración fundamentalmente laboral, se caracterizaba por un alto nivel de estancias cortas.

Otro motivo que llevó a muchos mexicanos a salir de su país fue el de los sucesos violentos acontecidos en la Revolución mexicana (1910–1921), durante la cual buscaron refugio en países como Cuba, Guatemala y fundamentalmente Estados Unidos. Posteriormente, durante la gran Depresión —iniciada en 1929 y que se agravó en la década de 1930—, Estados Unidos optó por devolver a 347 000 mexicanos a su territorio de origen. Massey, Durand y Malone (2002: 33) señalan el periodo comprendido entre 1929 y 1941 como "la era de las deportaciones".

"La era del Contrato Bracero" es como definen el periodo 1942–1964. En este tiempo —y concretamente en 1941—, con la entrada de Estados Unidos a la segunda guerra Mundial, se produjo una relativa escasez de fuerza de trabajo agrícola, situación que dio lugar al establecimiento de un acuerdo entre México y Estados Unidos en 1942 (Massey, Durand y Malone, 2002). Este acuerdo permitió que aproximadamente 4.6 millones de mexicanos (Verduzco, 1998: 56), procedentes principalmente de la región histórica de la migración —conformada por estados ubicados en el centro–occidente de México— trabajaran en Estados Unidos de forma temporal —esencialmente en los estados de California, Colorado, Nebraska y Utah, que experimentaban escasez de fuerza de trabajo agrícola (Durand, 2007). Los "braceros", en su gran mayoría, eran trabajadores de origen rural y con bajos niveles de escolaridad. Borjas y Katz (2005: 54) muestran que entre 1940 y 1960 el porcentaje de hombres mexicanos en la fuerza laboral estadounidense con estudios inferiores al nivel de preparatoria completa se movió entre 94.6% y 88.3 por ciento.

Aunque se esperaba que la existencia de contratos de trabajo temporales fuese un elemento que inhibiera la inmigración indocumentada, ésta no dejó de presentarse durante la era del Contrato Bracero (Verduzco, 1998). La terminación de dicho contrato, basada en la idea de que desvalorizaba los salarios de los trabajadores nativos en la agricultura, condujo a un incremento abrupto de la inmigración indocumentada (Borjas y Katz, 2005), aspecto relevante en el análisis de la integración económica de los mexicanos.

La crisis económica experimentada por México en la década de 1980 y los cambios a las leyes migratorias de Estados Unidos incidieron en el monto y las características de la inmigración mexicana hacia ese país. Por ejemplo, con la implantación de la ley IR C A en 1986, buena parte de la inmigración mexicana de carácter de temporal se convirtió en permanente (Massey, Durand y Malone, 2002). A través de dicha ley se regularizó la situación de una cantidad importante de inmigrantes ilegales y, dado que imponía restricciones al ingreso de personas indocumentadas, muchos trabajadores en esa situación se vieron en la necesidad de establecerse permanentemente en Estados Unidos.

Gracias al reclutamiento de trabajadores, la migración laboral se ha con vertido en un fenómeno natural en México. Durante largo tiempo predominó un patrón migratorio caracterizado por la participación de hombres jóvenes, de baja escolaridad, procedentes principalmente de zonas rurales del occidente y el norte del país, que se insertaban de forma temporal en el sector agrícola del mercado estadounidense (Corona, 1998; Canales, 2001; Verduzco, 1997). Los destinos principales de los inmigrantes en Estados Unidos eran los estados de California y Texas, aunque se distinguían asentamientos en Illinois y el noroeste (Verduzco, 1997). En décadas recientes, la migración mexicana hacia dicho país se sostiene con altas tasas de crecimiento anual (Caicedo, 2008) y con cambios significativos en el perfil sociodemográfico de los migrantes. Ha habido un incremento en la participación de las mujeres y de población indígena en el proceso migratorio, así como también se han diversificado las zonas de origen y destino de dicha migración (Ariza y Portes, 2007).

 

¿CÓMO EXPLICAR LA ACTUAL INSERCIÓN LABORAL DE LOS MEXICANOS Y SU DESCENDENCIA?

La adaptación de los inmigrantes y su descendencia ha sido tema de preocupación en la academia estadounidense. De acuerdo con García (2006), se ha producido una serie de trabajos que han abordado el tema desde comienzos del siglo XX . En 1918 se publicó el primer estudio sociológico sobre la inmigración en Estados Unidos: "El campesino polaco en Europa y en América" de Thomas y Znaniecki. En 1928, Robert Park dio a conocer "Human Migration and the Marginal Man", donde planteó el conflicto que viven los inmigrantes en el su proceso de inserción a la sociedad receptora. Según el autor, los inmigrantes en la nueva sociedad experimentan un periodo de transición en el que no han adoptado plenamente los hábitos del país de "acogida" ni se han desprendido por completo de los de su sociedad de origen. Cuando este periodo de transición se hace permanente, convierte a los inmigrantes en "hombres marginales", atrapados en el conflicto que implica vivir en dos culturas, "en dos mundos de los cuales son más o menos extranjeros" (Park, 1928).

Stonequist (1935) dio continuidad al análisis desarrollado por Park, centrándose en los hijos de los inmigrantes a quienes llamó la "segunda generación". Argumentó que los hijos de los inmigrantes afrontaban dificultades para la asimilación por moverse entre dos culturas: la del país de origen de sus padres y la predominante en el contexto de arribo. Dichas dificultades crecen cuando a las diferencias culturales se añaden las diferencias raciales.

De acuerdo con García (2006), en 1943 Child desarrolló un trabajo centrado en el análisis de la adaptación de los hijos de inmigrantes italianos a la sociedad estadounidense bajo el título de "Italian or american? The Second Generation in Conflict". En 1938, Hansen publicó su estudio "The Problem of the Third Generation Immigrant". El aporte de este autor se centra en señalar que la asimilación de los inmigrantes a la sociedad estadounidense pasa por varias etapas: la primera generación cumple un papel de inserción en la sociedad, la segunda sea cultura y sólo en la tercera se produce un proceso de asimilación como tal (García, 2006, veáse también Zhou, 1997).

Según García (2006), a mediados del siglo pasado la preocupación de los sociólogos seguía centrada en establecer hasta qué punto los hijos de los inmigrantes se habían asimilado a la sociedad receptora. En este contexto surgió el concepto de "asimilación lineal". Warner y Srole (1945) señalan que criterios como la etnicidad y la raza han jugado un papel central en la estratificación social estadounidense. Los grupos con características culturales y/o fenotípicas diferentes a las de los estadounidenses anglosajones se han ubicado en la base de la escala social. No obstante, los autores argumentan que con el paso de varias generaciones, la posición de los inmigrantes mejora en dicha escala.

Gordon (1964) distinguió tres momentos en el proceso de asimilación de los inmigrantes: la aculturación, la asimilación estructural y la formación de una identidad común. La primera tiene que ver con la adopción de patrones culturales de la sociedad mayoritaria por parte de los grupos minoritarios (lengua, forma de vestir y estilo de vida, por ejemplo). La asimilación estructural está relacionada con el hecho de que los inmigrantes o los grupos minoritarios se interrelacionan con la sociedad receptora a través de la amistad y los lazos familiares. Finalmente, la interacción de los dos grupos con el paso del tiempo puede dar lugar al establecimiento de una identidad común (véase también Pérez et al., 2001; García, 2006).

La teoría de la asimilación lineal ha sido fuertemente criticada, dados los obstáculos que han tenido algunos grupos de inmigrantes contemporáneos no–europeos para participar en términos de igualdad en los procesos de inserción laboral, movilidad ocupacional o integración espacial y matrimonial (Portes, 2005). Se ha notado que distintos grupos de inmigrantes siguen manteniendo vínculos estrechos con sus sociedades de origen y conservan las identidades de sus países en las sociedades receptoras. Este último aspecto ha agudizado la discusión en torno a la asimilación de los inmigrantes a las sociedades de acogida (véase Huntington, 2001).

Investigaciones más recientes han demostrado que tal tipo de asimilación lineal no constituye una regla general para todos los inmigrantes (Portes, 2005). Se ha acuñado el concepto de "asimilación segmentada" para ayudar a explicar la diferente forma de asimilación de los hijos de inmigrantes recientes —no–europeos— en Estados Unidos (Portes y Rumbaut, 2001). De acuerdo con Portes (2005), se trata de un concepto a través del cual es posible entender que las circunstancias socioeconómicas en que se encuentra la primera generación de inmigrantes son determinantes en el proceso de asimilación de sus hijos a la sociedad estadounidense.

El mismo autor señala que la segunda generación de algunos inmigrantes en Estados Unidos sufre procesos de discriminación y racismo en el mercado de trabajo y está expuesta a escoger modelos de asimilación no esperados. Por tanto, argumenta que "las posibilidades de las familias inmigrantes de llevar a sus hijos al proceso de adaptación deseado dependen en gran medida de los recursos sociales y económicos que posean y de los que sus comunidades puedan generar" (Portes, 2005: 15). En palabras de Zhou (1997: 976), los resultados de la adaptación de las segundas generaciones a la sociedad receptora varían de acuerdo con el contexto de inserción de los inmigrantes, es decir, de si los inmigrantes llegan a formar parte de una clase media establecida o si llegan a los ghettos de poblaciones pobres. La autora también destaca que el lugar de origen, el color de la piel, la lengua y la religión son factores centrales en este proceso.

Los planteamientos de la teoría de la asimilación segmentada son de gran relevancia a la hora de estudiar la asimilación de los inmigrantes a la sociedad estadounidense; además de señalar la existencia de distintos aspectos socioeconómicos que pueden influir de manera directa en ese proceso, permite entender que la integración socioeconómica no debe ser comprendida independientemente de procesos de discriminación y exclusión social a los que se ven sometidos los inmigrantes en estas sociedades. Estos aspectos son olvidados en la teoría de la asimilación lineal y son producto de las representaciones ideológicas que las sociedades construyen en torno a las diferencias visibles entre personas, tales como el género, la raza y la etnia. Estas representaciones, señala Comas (1995), tienen como función "la interpretación de la realidad, la organización de pautas de interacción y la legitimación de las relaciones que se establecen entre los individuos".

 

CARACTERÍSTICAS SOCIO DEMOGRÁFICAS DE LA POBLACIÓN DE ORIGEN MEXICANO

Distintas investigaciones han demostrado la importancia de observar el mercado de trabajo estadounidense desde una dimensión intergeneracional. Estos trabajos generalmente han dividido a los inmigrantes y su descendencia en generaciones: 1, 1.5, 2, 3 y más. La primera corresponde a los que llegaron a Estados Unidos después de la adolescencia, mientras que la 1.5 se refiere a quienes llegaron durante la niñez y tuvieron oportunidad de realizar estudios de educación secundaria y/o superiores en dicho país. Incluso, algunos investigadores han clasificado a los inmigrantes de acuerdo con la edad de su llegada a Estados Unidos en tres generaciones: 1.25, 1.5 y 1.75 (Rumbaut, 2006). La segunda generación está conformada por personas nacidas en Estados Unidos con por lo menos uno de sus progenitores nacido en el extranjero, y la tercera o más generaciones la conforman aquellas personas que nacieron en Estados Unidos con ambos progenitores nacidos en ese país y que se autoadscriben a un determinado grupo étnico.

En esta investigación, se divide a la población de origen mexicano en cuatro grupos: generación 1: conformada por los inmigrantes. Ésta a su vez se subdivide en inmigrantes recientes y de antiguo arribo. Los primeros tienen menos de 10 años de vivir en Estados Unidos y los segundos 10 o más. La generación 2: integrada por población nacida en Estados Unidos con por lo menos uno de sus progenitores nacido en México. Siguiendo los criterios señalados por Farley y Alba (2002), para establecer el origen mexicano de las segundas generaciones, en esta investigación se tomará como referencia el país de nacimiento de la madre cuando los progenitores del individuo hayan nacido en países diferentes. Es decir, si el padre del individuo nació en Nicaragua y la madre en México, el origen del mismo será mexicano. Si la madre nació en Estados Unidos y el padre en México, el origen del individuo se establecerá por el lugar de nacimiento del padre. Esto se hace con el propósito de tener un mecanismo sistemático en la determinación del origen del individuo. Finalmente, la generación 3 o más la constituyen los mexicanos nacidos en Estados Unidos con ambos progenitores nacidos en dicho país y que se autodefinen como de origen mexicano.1

 

Composición por sexo

En el cuadro 1 se presentan los tamaños de las muestras, la población total en el estudio y su distribución porcentual de acuerdo con el sexo. En 2008, la población total de Estados Unidos fue de 299 105 719 personas, de las cuales 10.2% eran de origen mexicano. Entre ellas, los inmigrantes constituyen mayoría. Se puede notar que, entre los inmigrantes mexicanos, los hombres conforman la mayor parte, especialmente en el caso de los de reciente arribo (58.6%). En las segundas generaciones, los porcentajes de mujeres y hombres se distribuyen de manera casi igual. Tienden a presentar una distribución por sexo más cercana a la de la población nativa blanca no–hispana. En las terceras generaciones, las mujeres son mayoría (53.2%). El porcentaje es muy similar al de las mujeres afroestadounidenses (53.6%).

 

Estructura etárea

Hay diferencias entre los grupos de acuerdo con la edad: la mediana para los hombres nativos blancos no–hispanos es de 39 años y para las mujeres es 41 años. Los afroestadounidenses presentan una estructura mucho más joven: la edad mediana de los hombres es de 27 años y la de las mujeres es de 32. Para los inmigrantes de México, los hombres de arribo reciente son tan jóvenes como los afroestadounidenses (26) y la edad mediana de las mujeres es cinco años menor a la de las afroestadounidenses. En términos de edad mediana, los inmigrantes de antiguo arribo se parecen más a los nativos blancos no–hispanos, pero la estructura por edad de cada población es diferente. Como era de esperarse, las segundas y las terceras generaciones de mexicanos son muy jóvenes, aspecto que incide en su inserción laboral y en la obtención de ingresos, especialmente cuando se toma la edad como variable próxima de la experiencia laboral.

 

Escolaridad

Para analizar la escolaridad de la población se establecieron cuatro categorías: personas sin escolaridad; las que cursaron algún grado de primaria, secundaria o preparatoria sin obtener un título de preparatoria o high school; las que realizaron estos estudios y obtuvieron el título y las personas con estudios superiores al nivel de preparatoria. En el cuadro 2 se presentan los niveles de escolaridad de la población nativa, los inmigrantes mexicanos y las segundas y terceras generaciones de 16 años y más en Estados Unidos. Como se puede observar, hay diferencias importantes en la escolaridad de la población de acuerdo con la generación, el lugar de origen, el sexo e incluso la raza (como ocurre con los afroestadounidenses).

En términos generales, los nativos blancos no–hispanos presentan los menores porcentajes de población sin estudios de primaria y con estudios inferiores al nivel de preparatoria. Asimismo, presentan los mayores porcentajes de población con estudios superiores al nivel de preparatoria (56.6% para los hombres y 58.2% para las mujeres). En segundo lugar, se ubican los afroestadounidenses con 39.4% de los hombres y 46.9% de las mujeres en esta categoría de estudios. Luego se ubican los hombres y mujeres de tercera generación con 37.7% y 41.0%, respectivamente, y las segundas generaciones con 35.8% y 41.9% de la población con el mencionado nivel estudios.

En una situación extrema se ubican los inmigrantes de origen mexicano. Los de arribo reciente presentan un porcentaje bastante bajo de población con estudios superiores al nivel de preparatoria (10.9% de los hombres y el 12.9% de las mujeres). Entre los inmigrantes de antiguo arribo, 14.5% y 17.6% cuentan con este nivel educativo. Por el contrario, ambos grupos presentan los porcentajes más altos de población sin escolaridad y se concentran principalmente en el nivel de estudios de preparatoria incompletos. Pese a estos resultados, es necesario reconocer que el nivel de escolaridad de la población de origen mexicano mejora abismalmente cuando se pasa de las primeras a las segundas o terceras generaciones.

Sin embargo, subyace el interrogante: ¿por qué existen diferencias tan significativas entre las los nativos blancos no–hispanos, afroestadounidenses y las segundas y terceras generaciones de mexicanos, cuando se supone que esta población nació en Estados Unidos y, por lo menos en teoría, ha tenido igual oportunidad de acceder a la educación en ese país? siguiendo la teoría de la asimilación, se esperaría que en las segundas y terceras generaciones se diluyeran las diferencias de escolaridad entre los nativos blancos no–hispanos y los descendientes de inmigrantes mexicanos, así como con los afroestadounidenses. Al establecer el porcentaje de trabajadores entre 25 y 54 años de edad con estudios superiores al nivel de preparatoria, se constata la tendencia observada. Los nativos blancos no–hispanos se ubican en la mejor posición en materia de educación en relación con los demás grupos observados. La última posición es para los inmigrantes, especialmente para los de arribo reciente. Con ello se descarta que las diferencias encontradas obedezcan estrictamente a un efecto de la estructura por edad de la población.

Portes y Hao (2004), al observar los resultados del desempeño escolar de las segundas generaciones de inmigrantes mexicanos y asiáticos, encontraron que los primeros se hallan en desventaja en relación con los últimos, pues poseen los más bajos niveles educativos y ocupacionales. Para los autores, entender esas diferencias implica conocer la historia de la inmigración de cada grupo a Estados Unidos y tener presente que el contexto de recepción —las políticas migratorias del gobierno, las condiciones de inserción en el mercado de trabajo y las características de la comunidad étnica en que se insertan (Portes y Rumbaut, 1994)— juega un papel central en el proceso de adaptación a la sociedad receptora. De acuerdo con los autores, los inmigrantes mexicanos, además de ingresar al país con muy bajos niveles de escolaridad, cuentan con un contexto de recepción negativo por parte del gobierno y de la sociedad en general (Portes y Hao, 2004: 11927).

 

La inserción ocupacional

Para analizar la inserción ocupacional de la población de 16 años y más se establecieron cinco categorías ocupacionales: ejecutivos, profesionales y afines incluye todas las ocupaciones con niveles iguales y/o superiores al profesional y al técnico. Las ocupaciones en servicios están relacionadas con toda la gama de actividades de protección, apoyo al cuidado de la salud, preparación de alimentos, limpieza y mantenimiento de edificios y jardines, y cuidados personales. En la categoría de vendedores y trabajadores de oficina se incluyeron todas las ocupaciones relacionadas con el comercio, el trabajo de oficina y el soporte administrativo; incluimos una categoría para obreros de la industria, construcción y mantenimiento y otras relacionadas. Y finalmente, establecimos una con todas las ocupaciones relacionadas con la agricultura, pesca y silvicultura.2

En el cuadro 3 se puede observar el gran peso del origen y la generación en la inserción ocupacional. La población de origen mexicano en general tiene mayor participación en las ocupaciones de bajo perfil que la población nativa blanca no–hispana. Pero al interior de la misma hay diferencias importantes. Por ejemplo, 51.5% y 46.6% de los inmigrantes de reciente y antiguo arribo, respectivamente, se concentran en ocupaciones como obreros de la industria, construcción y mantenimiento, mientras que 25.6% de las segundas generaciones y 25.3% de las terceras realizan este tipo de trabajos. La participación de los afroestadounidenses y los nativos blancos no–hispanos es significativamente más baja.

Una tendencia similar se observa en la distribución de los trabajadores en las ocupaciones en servicios. Los inmigrantes de arribo reciente son quienes más se insertan en estas ocupaciones (30.6%) seguidos de los de antiguo arribo (26.8%). Las segundas generaciones de mexicanos son las que presentan el más bajo porcentaje de inserción en estas ocupaciones (16.8%) con respecto a las demás generaciones y con respecto a los afroestadounidenses, pero aun así, no es igual a la participación de los nativos blancos no–hispanos en la misma ocupación (13.8%).

La situación se torna la inversa al observar la categoría de ocupaciones calificadas. La mayor participación es para los nativos blancos no–hispanos (40.2%), seguidos de los afroestadounidenses (26.6%), y las terceras y segundas generaciones (23.2% y 23.1%, respectivamente). Los porcentajes más bajos son para los inmigrantes de reciente y antiguo arribo (4.5% y 9.5%, respectivamente). Esto confirma que, si bien la inmigración mexicana ha sufrido cambios a lo largo de más de un siglo, un rasgo prevaleciente es su bajo perfil ocupacional. Aspecto fundamental para entender la integración económica de las segundas generaciones en Estados Unidos.

Como lo han señalado otros autores (Farley y Alba, 2002), a medida que se avanza en las generaciones, la situación de los inmigrantes en el mercado de trabajo mejora, pero la pregunta simple que surge es: ¿cuántas generaciones tendrían que pasar para observar una situación similar en el mercado de trabajo entre los descendientes de inmigrantes y la población nativa blanca no–hispana? También debemos preguntarnos: ¿cuáles son los factores estructurales que explicarían las diferencias socioeconómicas entre estos grupos de trabajadores? Es necesario observar las formas de discriminación prevalecientes hacia determinados grupos de inmigrantes y hacia los afroestadounidenses como un aspecto que dificulta su total integración económica.

Para este último grupo, se ha señalado que la segregación espacial, producto de la discriminación, ha sido uno de los aspectos que han limitado sus oportunidades de empleo y educación, ubicándolo en permanente desventaja con relación a la población blanca (Dearden, 1988–1989). Por ejemplo, Castells (1998) señala que las escuelas de los ghettos donde estudian los afroestadounidenses no ofrecen las condiciones requeridas por el mercado laboral de las "ciudades informacionales". Allí podría encontrarse una explicación de su baja inserción en ocupaciones calificadas.

El análisis de la inserción ocupacional de estos grupos confirma la estratificación del mercado laboral estadounidense de acuerdo con el lugar de origen, el color de la piel y la generación de los trabajadores. En el caso de los inmigrantes, puede entenderse que sus bajos niveles educativos y su estatus migratorio —ciudadanos, no–ciudadanos, documentados e indocumentados— los confinan en las ocupaciones de más bajo perfil. Pero si se trata de los afroestadounidenses y de las segundas y terceras generaciones de mexicanos, pareciera ponerse de relieve una estructura de oportunidades que determina no sólo el acceso a la educación y formación para el trabajo, sino también la inserción en el mercado de trabajo.

 

¿INTEGRACIÓN ECONÓMICA CON DISPARIDAD SALARIAL?

Las investigaciones en torno a las diferencias salariales entre hombres y mujeres han revelado que, en parte, se deben a aspectos como la discriminación salarial, donde las mujeres son las peor remuneradas. Anker (1997) señala que, en promedio, la relación entre los ingresos laborales mensuales de hombres y mujeres es de 60% a 70%. Si se toman como referencia los ingresos semanales y diarios, la relación pasa de 70% a 75%, respectivamente, y para los ingresos por hora, la relación es de 75% a 80 por ciento.

En Estados Unidos, las diferencias salariales entre hombres y mujeres han sido históricas. Los salarios de los hombres siempre han sido superiores (O'Neil, 1985: s93; Oaxaca, 1973; Oaxaca y Ransom, 1994). Si se trata de los inmigrantes mexicanos, se sabe que sus ingresos son inferiores a los percibidos por los nativos blancos no–hispanos, y los ingresos de las inmigrantes mexicanas son inferiores a los de sus homólogos hombres (Caicedo, 2008).

En 2008, los mexicanos de arribo reciente constituyeron el grupo con el menor porcentaje de salario en relación con los nativos blancos no–hispanos (51.4%), seguidos de los mexicanos de antiguo arribo con 65.1%. Para las segundas generaciones de mexicanos, dicha relación aumenta, pero sigue siendo bastante baja (74.3%). Una situación más favorable se observa entre los afroestadounidenses y las terceras generaciones de mexicanos con relaciones de salario por hora de 83.2% y 80.0%, respectivamente. Se debe señalar que las diferencias salariales entre nativos blancos no–hispanos y la población de origen mexicano son mayores a las observadas entre hombres y mujeres dentro de cada grupo.

Bajo el supuesto de que los trabajadores de determinada ocupación tienen perfiles más o menos similares, en la gráfica 1 se calculó la mediana del salario por hora para cada categoría ocupacional. Evidentemente, hay una relación casi lineal entre los ingresos y el grado de calificación en la ocupación. Las ocupaciones en servicios —que generalmente requieren niveles bajos de calificación— son las peor remuneradas, y las ocupaciones calificadas —ejecutivas, profesionales y afines— son las que gozan de mayores salarios. Además, la percepción del salario en cada ocupación es diferente de acuerdo con el origen y la generación de los trabajadores. En todas las ocupaciones, los nativos blancos no–hispanos perciben salarios superiores a los demás trabajadores. De la misma forma, los inmigrantes mexicanos de arribo reciente son los peor remunerados en cada ocupación. La mediana del salario por hora para nativos blancos no–hispanos en ocupaciones en servicios es de 10.4 dólares y para los mexicanos de arribo reciente es de 8.0 dólares; en ocupaciones calificadas, para los primeros el valor asciende a 23.1 dólares y para los segundos a 14.4 dólares.

Es difícil explicar estas diferencias sin un análisis desagregado de las ocupaciones; podría ocurrir que los afroestadounidenses y la población de origen mexicano calificada estén concentrados principalmente en ocupaciones calificadas de los servicios sociales de baja remuneración. Finalmente, es necesario señalar que en los grupos en cada ocupación, las mujeres perciben salarios inferiores a los de los hombres.

 

ALGUNAS EXPLICACIONES SOBRE LA DESIGUALDAD SALARIAL

Desde la economía se han generado distintas teorías para explicar las diferencias salariales entre hombres y mujeres. La teoría del capital humano en términos generales plantea que la inserción de los trabajadores en el mercado se da a través de un proceso racional, donde los individuos, teniendo en cuenta sus atributos personales como la escolaridad y la experiencia en el mercado de trabajo, buscan siempre insertarse en los empleos más rentables. Esta teoría plantea que buena parte de las diferencias en los ingresos entre trabajadores se explica por las diferencias en las primas compensatorias y los años de escolaridad de los individuos.

Mincer (1974) y Mincer y Polachek (1978) han señalado que las diferencias salariales entre hombres y mujeres se deben a sus diferentes expectativas frente al trabajo; por ello, sus inversiones en capital humano son distintas. Las inversiones en capital humano de las mujeres son inferiores a las de los hombres y en ello tiene que ver la corta y discontinua permanencia de las mismas en el mercado de trabajo. Las empresas en donde la experiencia, constancia y capacitación son importantes para el desarrollo del trabajo, los empleadores evitan contratar a mujeres debido a su menor experiencia y productividad promedio (véase también Anker, 1997).

La teoría de las preferencias y la hipótesis de discriminación estadística también han explicado las diferencias salariales entre hombres y mujeres (Del Razo, 2003). La primera es desarrollada por Becker (1971) y se fundamenta en la idea de que en el mercado existe discriminación, dado que prevalece un gusto o prejuicio del empleador hacia determinados grupos de personas. La discriminación, según este autor, puede ser ejercida por los empleadores, los trabajadores o los consumidores. Según Becker, la discriminación genera costos para la empresa, ya que muchas veces se deja de emplear a personas capaces y productivas. El mismo autor plantea que las diferencias salariales entre hombres y mujeres encuentran una explicación en la discriminación hacia las últimas en los empleos tradicionalmente "masculinos", la cual genera una mayor oferta de fuerza de trabajo femenina en los empleos "femeninos" y hace bajar los salarios para las mujeres contratadas (véase también Anker, 1997; Ribas y Sajardo, 2004).

En cuanto a la hipótesis de la discriminación estadística, hay una discriminación que es ejercida por parte de los empleadores porque les es difícil establecer los niveles de productividad de los potenciales trabajadores; por lo tanto, actúan de manera racional cuando deducen el nivel de productividad y el salario de un individuo a partir del conocimiento que se tiene sobre el nivel medio de productividad del colectivo al que pertenece (Anker, 1997; del Razo, 2003).

De acuerdo con Anker (1997) y con Ribas y Sajardo (2004), existen enfoques feministas y "sociosexuales". Los primeros han subrayado que las explicaciones acerca del lugar subordinado que ocupan las mujeres no necesariamente deben buscarse en las teorías económicas, dado que existe una serie de factores que son ajenos al mercado de trabajo que ayudan a entender la desigualdad entre hombres y mujeres, y tienen que ver con la estructura patriarcal que permea la familia y la sociedad, ubicando a las mujeres en una situación de desventaja en los ámbitos familiar, laboral y social. Los segundos establecen que la situación desventajosa de las mujeres en el mercado de trabajo se debe a que en la sociedad existe una serie de representaciones ideológicas como el género, la raza o la etnia, que tienen como fin señalar las funciones y tareas que hombres y mujeres deben desempeñar. Estos enfoques permiten suponer que la situación de la población de origen mexicano en Estados Unidos en parte podría obedecer a las visiones estereotipadas en torno a la inmigración mexicana en dicho país.

 

DESCOMPOSICIÓN DE LAS BRECHAS SALARIALES

Siguiendo el modelo de ingresos propuesto por Mincer (1974), se ajustaron modelos lineales de los ingresos. La variable dependiente fue el logaritmo natural del salario por hora y las variables independientes se introdujeron como variables dummy; la edad en decenios de los 16 a los 64 años se introdujo como variable próxima de la experiencia laboral. La escolaridad se estableció en las categorías: inferior al nivel de preparatoria, hasta preparatoria incompleta y superior al nivel de preparatoria. Se incluyó la ocupación en cuatro categorías: ejecutivos, profesionales y afines, ocupaciones en servicios, vendedores y trabajadores de oficina y obreros de la industria, construcción y mantenimiento. La jornada de trabajo se dividió en trabajadores de tiempo parcial y trabajadores de tiempo completo, y se introdujo la variable estado civil bajo el supuesto de que las personas unidas —que generalmente tienen cargas familiares— buscan insertarse en empleos mejor remunerados. En todos los casos, la primera categoría se usó como referencia.

A partir de estos modelos se realizó la descomposición de las brechas salariales entre la población de origen mexicano y los nativos blancos no–hispanos, así como entre hombres y mujeres. El método empleado es el desarrollado por Oaxaca en 1973. Éste divide las brechas salariales en dos partes: una que refleja las diferencias de capital humano entre trabajadores y otra que se debe al posible trato desigual ejercido hacia determinados grupos en el mercado, y a las variables no observadas. La manera de descomponer la brecha se sintetiza en las siguientes fórmulas (tomado de Oaxaca, 1973):

Se ajustan dos regresiones lineales del logaritmo natural del salario para cada grupo.

Donde: Wi es el salario por hora de hombres o mujeres, Zi es un vector de características individuales, ß es un vector de coeficientes, ui es un término de error e i = 1, …., n. La ecuación de descomposición de la brecha salarial es la siguiente:

La primera parte de la ecuación (después del igual) expresa los diferenciales de capital humano entre hombres y mujeres. La segunda muestra el trato desigual que reciben las mujeres en el mercado de trabajo.

En el cuadro 4 se observa la descomposición de las brechas salariales entre grupos de trabajadores, tomando como referencia a los nativos blancos no–hispanos. La mayor brecha se presenta entre mexicanos de arribo reciente y nativos blancos no–hispanos (0.624 puntos logarítmicos). Ésta se debe principalmente a que los mexicanos cuentan con menores niveles de capital humano (0.341 puntos logarítmicos); sin embargo, la parte correspondiente al posible trato desigual que reciben los mexicanos en el mercado —y el peso de otras variables no observadas— explica la diferencia de 0.283 puntos. Las variables que más contribuyeron a dicho comportamiento fueron la edad en las categorías 35–44 (0.119) y 45–54 (0.088 puntos) y la escolaridad superior a la preparatoria (0.086 puntos logarítmicos). Esto quiere decir que el mercado no otorgó a los mexicanos de arribo reciente salarios acordes a su experiencia en el trabajo, en este caso derivada de la edad y la escolaridad. Es necesario resaltar que el comportamiento de esta brecha en parte puede ser explicado por la alta incidencia de la inmigración indocumentada en este grupo (véase Passel y Cohn, 2009). El arribo reciente también puede ser un factor que ayude a determinar el comportamiento de la brecha salarial.3

Para los mexicanos de antiguo arribo, la brecha fue de 0.368 puntos logarítmicos. El diferencial de dotaciones tuvo un peso de 0.165 puntos y el trato desigual del mercado, 0.203 puntos logarítmicos. En este caso, la variable con mayor peso en el comportamiento de la brecha fue la escolaridad superior al nivel de preparatoria (0.084 puntos). En términos porcentuales puede interpretarse que 55.2% de la diferencia salarial entre estos trabajadores y los nativos blancos no–hispanos se debe al trato desigual que reciben en el mercado de trabajo y a otros posibles factores que no fueron controlados en este análisis, como el dominio del inglés y la concentración en una comunidad étnica (Borjas, 2003).

En las segundas generaciones se obtuvo una brecha salarial logarítmica de 0.309 puntos, aspecto que llama la atención, puesto que se trata de población nativa, y es más llamativo aún encontrar una brecha salarial de 0.244 puntos logarítmicos entre las terceras generaciones de mexicanos y los nativos blancos no–hispanos, puesto que no es el comportamiento esperado desde la teoría de la asimilación lineal. El aspecto que más contribuyó al menor salario de las segundas generaciones fue el nivel de escolaridad superior a la preparatoria (0.051 puntos). Para las terceras generaciones, los rangos de edad 45–54 y 55–64 fueron los que más contribuyeron al comportamiento de la brecha (0.021 y 0.042 puntos logarítmicos, respectivamente).

La brecha salarial logarítmica entre los nativos blancos no–hispanos y los afroestadounidenses es de 0.202 puntos logarítmicos, de los cuales 0.114 se deben al menor capital humano de los últimos y 0.088 al trato desigual que reciben en el mercado de trabajo. La variable que más contribuyó a la brecha fue la categoría de edad 55–64. Sin duda alguna, ésta es la situación más difícil de entender. A la luz de la teoría de la asimilación lineal, no se esperaría encontrar tales diferencias entre este grupo y los nativos blancos no–hispanos. No obstante, es necesario recordar que los primeros afroestadounidenses que ingresaron al país lo hicieron en condición de esclavos, y sin duda su proceso de integración como ciudadanos a la sociedad ha tomado mayor tiempo porque partieron de una base socioeconómica muy diferente a la de los inmigrantes europeos y a la de los recientes inmigrantes latinoamericanos y asiáticos. A esto debe agregarse que se encuentran en una sociedad con una amplia tradición de exclusión social y discriminación.

En el cuadro 5 se presenta la descomposición de la brecha salarial entre hombres y mujeres. La descomposición de la brecha en todos los casos indica que, en conjunto, las características de capital humano de las mujeres —las que se controlaron en este análisis— son superiores a las de los hombres; sin embargo, los salarios percibidos por ellas fueron inferiores a los de sus homólogos. En otras palabras, las brechas están sobre–explicadas por el trato diferencial que reciben las mujeres en el mercado de trabajo.

Las mayores brechas se presentan entre hombres y mujeres nativos blancos no–hispanos, seguidos de los inmigrantes mexicanos de arribo antiguo (0.288 y 0.244, respectivamente). Para los nativos blancos no–hispanos la variable que más contribuyó a que las mujeres percibieran salarios inferiores fue su condición de unidas, con 0.127 puntos logarítmicos. Lo que quiere decir que para las mujeres, en contraste con los hombres, el hecho de estar unidas no implica mayor remuneración. Entre las mexicanas de arribo antiguo, las variables que más aportaron a la brecha fueron la edad en la categoría 35–44 años (0.068 puntos logarítmicos) y la condición de unidas (0.066 puntos logarítmicos).

Las menores brechas salariales se presentan entre los afroestadounidenses (0.089). Las variables que tuvieron mayor peso en el comportamiento de la brecha fueron la condición de unidas (0.075) y la participación como obreras de la industria, construcción y mantenimiento, en donde las mujeres no perciben salarios acordes con los de sus homólogos (0.029 puntos logarítmicos).

La situación no varía mucho para las mujeres de los otros grupos. Entre los mexicanos de segunda generación, las variables que más aportaron a la brecha fueron la edad en la categoría 25–34 con 0.029 puntos logarítmicos y la condición de unidas con 0.020. Para las mexicanas de arribo reciente que presentaron una brecha total logarítmica de 0.144 puntos logarítmicos, las variables que más explican el comportamiento de la brecha son la condición de unidas (0.031) y la escolaridad en los niveles preparatoria y superior a la preparatoria (0.010). La brecha total salarial en la tercera generación fue de 0.188 puntos logarítmicos y, al igual que en el caso de las nativas blancas no–hispanas, la variable con mayor peso en la brecha salarial fue la condición de unidas (0.098).

Como se mencionó antes, el planteamiento central de la teoría del capital humano es que el mercado es perfecto y que las diferencias en los salarios se deben a diferencias en dotaciones de capital humano. Lo que se ha observado en este análisis es que tal teoría no explica por completo las diferencias salariales entre los grupos de trabajadores aquí analizados, particularmente cuando se descompone la brecha salarial entre hombres y mujeres. Las mujeres ganan menor salario que los hombres y estar unidas no significa incrementos a sus salarios, como sí sucede para ellos.

 

CONCLUSIONES

En este artículo se analizó la inserción laboral y la desigualdad salarial entre los trabajadores de origen mexicano en comparación con los nativos blancos no–hispanos y los afroestadounidenses. Se encontraron diferencias significativas en la participación económica, la inserción ocupacional y la distribución salarial de los trabajadores. La información presentada deja ver una clara estratificación del mercado de trabajo estadounidense de acuerdo con el lugar de origen, el año de llegada, el género y el color de la piel. Los inmigrantes revelan la peor situación, especialmente los de arribo reciente.

Siguiendo a la teoría de la asimilación lineal se esperaba que las segundas y terceras generaciones de mexicanos presentaran una mejor situación en el mercado de trabajo, dado que han estado más expuestas a la sociedad estadounidense y por tanto han tenido mayores posibilidades de adaptación a la misma. Efectivamente, encontramos que al pasar de la primera a las segundas y terceras generaciones, mejora la situación laboral de la población de origen mexicano, pero aun así se observa gran desigualdad en relación con los nativos blancos no–hispanos.

Al descomponer las brechas salariales se pudo constatar que la teoría del capital humano explica sólo una parte del diferencial salarial entre trabajadores, dado que una fracción importante del mismo se debe al trato desigual que ejerce el mercado hacia ciertos grupos de trabajadores y a otras variables no controladas en este análisis. Las brechas calculadas entre hombres y mujeres constituyen una muestra de ello. En todos los grupos, el conjunto de características de capital humano de las mujeres fue superior al de los hombres; sin embargo, percibieron salarios inferiores a ellos. Las inmigrantes de arribo reciente se encuentran en mayor desventaja en el mercado, pues además de contar con menores niveles de capital humano, reciben un trato desigual en el mercado no sólo por ser inmigrantes, sino también por ser mujeres.

Es necesario aclarar que las brechas salariales aquí observadas presentan potencialmente un sesgo de selección de los datos, pues analizamos los salarios de las personas que reportaron ingresos al momento de ser encuestadas. Dicho sesgo se intentó corregir, pero la base de datos tiene un limitado número de variables que no permiten una corrección adecuada del mismo. También se debe enfatizar que en el caso de los inmigrantes, especialmente los de arribo reciente, el comportamiento de las brechas salariales puede estar afectado por la incidencia de la inmigración indocumentada. Además, las brechas podrían modificarse al incluir otras variables de capital humano, como el dominio del inglés que no fue posible incluir en este análisis.

Finalmente, se puede señalar que este análisis crea la necesidad de profundizar en los aspectos que limitan la adquisición de capital humano en las segundas y terceras generaciones. Por un lado, es necesario establecer si existen oportunidades limitadas para que esta población acceda a mejores niveles de educación y formación para el trabajo. Por otro lado, sería interesante saber si existen factores culturales en la población de origen mexicano que lleven a no privilegiar la educación formal como un camino a la movilidad social ascendente y a eso se deba su bajo nivel de escolaridad en comparación con la población nativa blanca no–hispana.

 

AGRADECIMIENTOS

Agradezco el apoyo del Conacyt a través del proyecto 24408: "Mercados de trabajo y condiciones de vida de las familias en México: una propuesta de indicadores", coordinado por la doctora Brígida García.

 

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NOTAS

1 Se toma el origen de la madre porque es necesario establecer cierta sistematicidad en el conteo de las segundas generaciones y porque los montos son diferentes tomando uno u otro como referencia. Es decir, cuando se toma el lugar de nacimiento de la madre, el monto de la segunda generación es mayor al obtenido cuando se usa el lugar de nacimiento del padre como referencia.

2 Los ejecutivos, profesionales y afines corresponden a la clasificación internacional de la migración calificada (OCDE, 2002).

3 Passel y Cohn (2009) señalan que, de acuerdo con la CPS, en 2008 había aproximadamente siete millones de inmigrantes mexicanos indocumentados en Estados Unidos, los cuales constituían 59% de los inmigrantes mexicanos en dicho país.

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