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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.71 spe Ciudad de México dic. 2009

 

Artículos

 

Ciencias sociales. Un nuevo momento*

 

Social Sciences. A New Moment

 

Cristina Puga**

 

** Doctora en Ciencia Política por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y profesora de tiempo completo en la misma institución. Temas de especialización: Sociología de las ciencias sociales, acción colectiva y organización, desempeño de asociaciones. Dirección: Consejo Mexicano de Ciencias sociales, A. C., Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM, Circuito Mario de la Cueva s/n, Ciudad Universitaria, 04510, Coyoacán, México, D. F. Tel.: 5622 7559; correo electrónico: crispunam@yahoo.com.mx.

 

Resumen

El nuevo momento de las ciencias sociales conlleva una necesidad de renovar instrumentos teóricos, responder a las exigencias de una sociedad compleja y preparar a las nuevas generaciones de científicos sociales para que estén en la mejor capacidad de aplicar sus conocimientos. El trabajo intenta caracterizar los rasgos más importantes de esta nueva etapa para luego revisar aspectos del desarrollo de las disciplinas en México y de los elementos institucionales que han intervenido en la formación de profesionales y en la investigación en las últimas décadas. Finalmente, señala algunos problemas a los que se enfrentan las ciencias sociales mexicanas en esta nueva etapa.

Palabras clave: ciencias sociales, investigación científica, investigación social, formación profesional, desarrollo regional, asociaciones de investigadores.

 

Abstract

The new moment in the social sciences entails the need to renew theoretical instruments, meet the demands of social complexity and prepare the new generations of social scientists to improve their ability to apply knowledge. The study attempts to describe the most important features of this new stage and to review aspects of the development of these disciplines in Mexico and the institutional elements that have been part of the training of professionals and research in recent decades. Lastly, it points out some of the problems faced by Mexican social sciences during this new stage.

Key words: social sciences, scientific research, social research, professional training, regional development, researchers' associations.

 

Con una experiencia acumulada de investigación, insertas en una dinámica internacionalizada y echando mano de nuevos esquemas explicativos, más eclécticos y más fundados en una tradición sociológica amplia, las ciencias sociales parecieran encontrarse hoy en un nuevo momento. Éste conlleva, para los académicos que las ejercen en universidades y centros de investigación, una necesidad inaplazable de renovar instrumentos teóricos, de responder a las exigencias de una realidad compleja y repleta de nuevos desafíos y de preparar a las nuevas generaciones de científicos sociales para que estén en la mejor capacidad de aplicar sus conocimientos con creatividad y responsabilidad.

Tal vez sea presuntuoso e incluso impreciso hablar de ciencias sociales en general, pero una tendencia creciente a la búsqueda de coincidencias teóricas y diálogos interdisciplinarios pareciera estar acercando a las disciplinas y volviendo cada vez más elásticas y permeables las fronteras entre unas y otras en el sentido propuesto hace poco más de una década por la Comisión Gulbenkian (Wallerstein, 1996). Así, hablar en colectivo de la Antropología, la Ciencia Política, la Economía, la Sociología y la Historia, por no mencionar más que las de mayor raigambre, parecería no sólo posible sino hasta obligado, para no incurrir en separaciones arbitrarias.

Vale la pena, en todo caso, señalar que al hablar de ciencias sociales nos referimos a un conjunto de disciplinas que, a partir del interés explícito por diferentes aspectos de la vida colectiva, han formulado teorías generales y planteamientos analíticos. En todas ellas se realiza investigación sobre la sociedad fundada en hipótesis, en métodos diversos de acopio de información y en interpretación de datos, proceso que permite formular nuevas explicaciones, elaborar escenarios y proponer conceptos que, con frecuencia, son rápidamente integrados a la experiencia y al lenguaje cotidianos (Giddens, 1996). Estos elementos son comunes a las disciplinas ya mencionadas arriba y a otras afines, surgidas frecuentemente de la combinación de las primeras con nuevos campos de especialización: la Psicología Social, la Geografía Política, la Administración Pública, las Relaciones Internacionales o las Ciencias de la Comunicación. En general, de acuerdo con la investigación o las clasificaciones generales en las grandes universidades (Oxford, Harvard, London School of Economics, Universidad de Montreal), ésas son las ciencias sociales reconocidas, aunque pueda haber muchas otras clasificaciones a partir de objetos de estudio (estudios latinoamericanos, asiáticos, de la mujer, etcétera) o de carreras profesionales como Gobierno, Política Social, Trabajo Social, Planeación Urbana, etcétera. En general se excluye al Derecho, cuyo carácter normativo le da un estatus distinto y a las disciplinas administrativas, con frecuencia separadas incluso por edificios, centros y escuelas completamente distintos. La Economía tiene un carácter ambivalente y se encuentra alternativamente como ciencia social o como ciencia económica en una especie de nicho separado, pero en este trabajo, atendiendo al planteamiento de Wallerstein (1996,1999) ha sido considerada también como ciencia social "fundadora".

El nuevo momento que viven las ciencias sociales estaría caracterizado, primero, por una notable ampliación de los temas de estudio abordados a partir de perspectivas disciplinarias, teóricas y analíticas diversas. En segundo lugar, una investigación fortalecida por el uso equilibrado de elementos empíricos, teorías de alcance medio y modelos explicativos, extiende su alcance a partir de la creación de redes de conocimiento interinstitucionales e internacionales. Al mismo tiempo, un mayor reconocimiento social a las capacidades profesionales conduce a la multiplicación de programas universitarios al nivel de licenciatura y postgrado y a una creciente demanda de proyectos que apliquen saberes de las ciencias sociales a problemas puntuales que demandan solución.

El cambio ha ido de la mano con las grandes transformaciones ocurridas en las últimas décadas del siglo XX, que obligaron a renovar instrumentos de análisis para entender fenómenos asociados a la globalización; a la vida en los grandes conglomerados urbanos; a la extensión de la democracia como forma política y de los derechos humanos como fundamento jurídico de la misma; a la organización de numerosos países en bloques económicos; al desarrollo de las nuevas tecnologías de la información; al deterioro ecológico, y a la igualdad entre los sexos.

Fernando Henrique Cardoso señalaba, desde 1999, que al menos cuatro grandes cambios desafiaban el trabajo de las ciencias sociales, al mismo tiempo que imponían nuevas condiciones a su quehacer: cambios en el sistema de producción e innovaciones tecnológicas, en particular las comunicaciones que vuelven imposible el aislacionismo; un nuevo concepto de Estado orientado hacia el consenso social; nuevas formas de organización social locales e internacionales, y el ascenso de una dinámica esfera no gubernamental que ofrecía nuevas formas de acción y colaboración (Cardoso, 2001).

El enorme cambio, con las múltiples consecuencias de fenómenos migratorios; nuevas formas de organización social del trabajo y de explotación humana; nuevas identidades y formas de participación social y política, y nuevas relaciones entre gobiernos y ciudadanos, modifica en efecto las formas de discurrir de las ciencias sociales. Las herramientas teóricas basadas ya en el análisis de la división entre capital y trabajo, ya en el funcionamiento autorregulado del sistema social se enfrentaron, desde hace décadas, a serias limitaciones que obligaron a buscar nuevas teorías, a utilizar perspectivas menos ortodoxas y más abiertas a otras explicaciones y, crecientemente, a una comprensión de los fenómenos coincidentes en una sociedad particular que permiten explicar expresiones sociales en un contexto determinado. Lo mismo las teorías de la racionalidad política que el análisis del discurso, la teoría de redes, la esfera pública, el habitus o el nuevo institucionalismo, por no mencionar sino algunas posibilidades teóricas, iluminan diferentes aspectos de la vida social y política y han permitido nuevas y más significativas explicaciones en las que se ha vuelto importante el enfoque interdisciplinario.

"En una perspectiva ancha" —dice Helio Trinidade— "las ciencias sociales han evolucionado considerablemente y presentan hoy una diversidad de puntos de vista sin precedentes. El profetismo del pasado ha cedido el sitio a una concepción que promueve una ciencia social pluridisciplinaria, empírica, ecléctica [...]" (Trinidade, 2007: 15). El cambio había sido advertido igualmente por Garretón años antes, al predecir que el cambio de "matriz sociopolítica" (para referirse a las grandes transformaciones del fin del siglo XX) estaba conduciendo a una mayor interdisciplinariedad y al fin "de los grandes paradigmas omnicomprensivos" (Garretón, 1994: 275–276).

Al mismo tiempo y en el plano internacional, la ampliación de los alcances de las ciencias sociales y de las expectativas generadas por su quehacer se manifiesta, por un lado, en el gran número de congresos con asistencia multitudinaria: el más reciente Foro de la Asociación Internacional de Sociología (Barcelona, 2008), intermedio entre sus dos congresos anuales, registró una asistencia de 2 600 científicos sociales provenientes de 86 países; el Congreso de la Asociación Internacional de Ciencia Política en Fukuoka, Japón (2008), tuvo 2 094 asistentes de 78 países; el de la Latin American Society en Río de Janeiro (2009), rebasó los 4 500 asistentes y, de acuerdo con algunas estimaciones, 4 000 académicos de diferentes disciplinas sociales y humanísticas acudieron al Congreso de Americanistas celebrado en la ciudad de México en junio de 2009. Por otro lado, en la expansión de las publicaciones periódicas (JStor, el servicio académico de publicaciones periódicas, enlista 255 revistas de ciencias sociales provenientes de diversos países);1 en el fortalecimiento de vínculos a través de grandes proyectos patrocinados por asociaciones o fundaciones internacionales y en la comunicación académica a través del correo electrónico y de las consultas por Internet. Asimismo, se encuentra en el reconocimiento e interés de organismos como la Unesco, la Comisión Europea y la Comisión de las Naciones Unidas para la Democracia, que han incorporado no solamente el trabajo realizado por las ciencias sociales como fundamento de su propio trabajo, sino la reflexión sobre el contenido esperado de las propias disciplinas, por ejemplo, el programa MOST de la Unesco (Management of Social Transformations) conjuntamente con el financiamiento directo a proyectos.

Lo anterior tiene correspondencia con dos vertientes del trabajo sociológico: una, vinculada a la aplicación de políticas públicas, al trabajo comprometido con partidos políticos, organizaciones no gubernamentales u organismos internacionales, o al desarrollo de formas de organización social y económica (como en el caso de proyectos productivos centrados en comunidades). La otra, orientada al análisis crítico y la producción teórica, fundada en la autonomía de la investigación. Ambas tendencias se encuentran en la preocupación común de colaborar con la comprensión de una sociedad crecientemente compleja y contradictoria que cada vez ejerce una mayor demanda sobre las ciencias sociales.

De hecho, el nuevo momento no está libre de contradicciones para las ciencias sociales. Más allá de la coexistencia no siempre completamente pacífica de perspectivas teóricas distintas que las ha caracterizado históricamente, al menos tres motivos de polémica se han fortalecido en los años recientes. En primer lugar, la crítica al llamado modelo "neoliberal" y sus resultados, con frecuencia se extiende al trabajo realizado por la propia ciencia social cuando ésta es utilizada por gobiernos o por organismos internacionales, cuyo patrocinio parecería poner en entredicho la objetividad de la investigación y el compromiso del investigador con valores de equidad y de democracia. Frente a esa crítica, numerosos autores defienden una importante producción editorial y, con frecuencia, proyectos de aplicación práctica con resultados positivos, que han sido sostenidos total o parcialmente por fundaciones o agencias oficiales de diversos niveles.

En segundo lugar, la globalización, que constituye en sí un motivo de inquietud académica por sus múltiples y contradictorios significados, contribuye además, por la posibilidad de los viajes internacionales o el uso de la Internet, a poner en contacto a científicos sociales de todo el mundo, con lo cual ha vuelto a adquirir relevancia la diversidad social (relacionada con diferentes procesos históricos, condiciones geográficas, relaciones con el resto del mundo, religiones dominantes, etcétera) y también, la relativa incapacidad de una ciencia social surgida en los países occidentales desarrollados, para explicar realidades profundamente distintas, en particular en los países africanos y asiáticos.2 La discusión aquí gira fundamentalmente en torno a conceptos como desarrollo y modernidad, pero cuestiones tales como el género, la religión y las formas de organización familiar no están ajenas al debate que, en el caso mexicano, como en el de otros países, remite igualmente a la cuestión indígena.

Finalmente, y muy relacionada con las dos anteriores, otra polémica que parecería regresarnos a épocas ya vividas, pero que regresa fortalecida por las consecuencias negativas de la economía de mercado y de la resistencia de las grandes potencias a ceder terreno en favor de las sociedades más desprotegidas, se genera entre los partidarios de una ciencia social participativa —la recientemente rebautizada "Sociología pública orgánica" vinculada a causas de justicia social o de derechos humanos— y entre aquellos que se inclinan por una Sociología académica comprometida fundamentalmente con la verdad y abierta a la deliberación, al intercambio de puntos de vista y a la posibilidad de su apropiación por la sociedad misma.3

En terrenos de argumentación como los mencionados, en el desarrollo de nuevo conocimiento y en la vinculación con la sociedad, el papel central lo siguen ejerciendo las universidades y centros de investigación, lugares en donde se producen los nuevos profesionistas de las ciencias sociales y en donde se realiza la investigación más significativa. En las páginas siguientes se hará un breve recorrido sobre la forma en que las ciencias sociales se han desarrollado en México; sobre los elementos institucionales que han intervenido en la formación y la investigación a lo largo de las últimas décadas, y sobre algunos problemas a los que se enfrentan las ciencias sociales mexicanas en esta nueva etapa.

 

LAS CIENCIAS SOCIALES EN MÉXICO. EL CAMINO A LA INSTITUCIONALIZACIÓN

A lo largo de poco más de un siglo, la Antropología, la Sociología, la Economía y la Ciencia Política se consolidaron como disciplinas académicas y como esferas de actividad profesional en nuestro país. Con ellas, otras disciplinas nacidas bajo su amparo teórico y temático, como la Etnología, la Demografía, las Relaciones Internacionales, la Administración Pública y la Comunicación establecieron límites profesionales y exigieron, a su vez, su reconocimiento como ciencias. De alguna manera puede advertirse un movimiento paralelo al que diferenció a las disciplinas en otros países (Wallerstein, 1996, 1999) y que en el nuestro se caracterizó primero por la incorporación de la Sociología como parte de la formación de bachillerato, luego por la inclusión de la Economía y de la propia Sociología como materias de estudio de la formación jurídica y más tarde por la independización de las mismas en carreras universitarias separadas. Ello al mismo tiempo que se desarrollaba una tradición nacional de investigación social fundada inicialmente en el positivismo (autores como Andrés Molina Enríquez y Miguel Othón de Mendizábal) y alimentada a partir de la segunda década del siglo XX con autores tan diversos como Bergson, Keynes, Boas, Marshall, Weber, Pareto y Marx.

El amplio estudio realizado bajo la coordinación de Francisco José Paoli hace algunos años (Paoli, 1990), puso de manifiesto el papel destacado que tuvieron varias instituciones estatales y universitarias en el proceso de desarrollo de las ciencias sociales después de la Revolución: el Instituto de Arqueología, fundado en 1917 y cuyo primer director fue Manuel Gamio; el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, fundado en 1930 durante el periodo de Ignacio García Téllez como rector; El Colegio de México, surgido en 1940 de la iniciativa de Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas, quienes reunieron a un nutrido grupo de intelectuales republicanos españoles llegados al país durante la Guerra Civil en España; el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el Instituto Nacional Indigenista (INI), fundados respectivamente en 1939 y 1948 por Alfonso Caso, y el Fondo de Cultura Económica que, bajo la dirección de Daniel Cosío Villegas, publicó importantes traducciones de los autores fundamentales de las ciencias sociales a partir de 1934.4 José Luis Reyna (2007) se ha referido a este proceso, que se dio de la mano de las grandes agencias estatales, justamente como el de la "institucionalización de las ciencias sociales".

La otra parte de este camino recorrido por las ciencias sociales en la primera mitad del siglo XX fue la correspondiente a la profesionalización, es decir, la apropiación —el monopolio, dicen algunos autores (Sciulli, 2005)— de un conjunto de conocimientos y competencias por una comunidad reconocida y claramente identificada respecto a otras. El primer paso se dio con la creación de tres escuelas de estudios superiores: la Escuela Nacional de Economía impulsada en 1935 por Enrique González Aparicio,5 la Escuela Nacional de Antropología e Historia surgida en 1942 de un acuerdo entre el Instituto Politécnico Nacional y el INAH,6 y la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM (ENPCS), creada por el rector Luis Garrido a iniciativa de don Lucio Mendieta y Núñez en 1953. Unos años más tarde se fundó la Escuela Superior de Economía en el Instituto Politécnico Nacional (Ludlow, 2003). Con todas ellas se abrió a las nuevas generaciones la posibilidad de realizar una carrera profesional especializada en el estudio de la cultura, la economía, la sociedad y la política.

 

PROFESIONALIZACIÓN Y FORMACIÓN

Hasta la década de los setenta, la mayor parte de las instituciones y recursos humanos dedicados a las ciencias sociales estuvieron concentrados en la ciudad de México. A partir de entonces hubo una notable ampliación de los espacios académicos y profesionales, primero en el Distrito Federal, con la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) fundada en 1973, luego a través de las universidades de los estados, y posteriormente con la creación de centros estatales y regionales de investigación. Con excepción de la UAM, que planteó nuevos modelos de organización curricular y de aproximación a los estudios sociales, las nuevas escuelas de ciencias políticas y sociales en el país, casi todas fundadas después de 1970, reprodujeron, en términos generales, las carreras impartidas en la UNAM a partir de los años sesenta. En el periodo de Pablo González Casanova como director de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales (ENCPS), se reformularon los planes de estudio que originalmente habían contenido solamente Sociología, Periodismo y Diplomacia.7 Entonces aparecieron claramente la carrera de Sociología y la de Ciencia Política y Administración Pública, esta última como una formación única, más tarde separada parcialmente a partir de la aplicación de la segunda a la práctica gubernamental.8 Diplomacia se convirtió en Relaciones Internacionales y Periodismo continuó como tal hasta casi dos décadas más tarde cuando se transformó primero en Comunicación y, más tarde, en Ciencias de la Comunicación.9 Junto con ello, como señala Reyna (2007), el contenido de las materias, hasta entonces ecléctico y más orientado hacia el Derecho y la Filosofía, empezó a volverse propiamente sociológico y politológico. Es interesante anotar que, a pesar de cambios importantes de los que hablaremos más adelante, en varias universidades del país algunas de estas carreras universitarias, al igual que la de Antropología, están, hasta la fecha, albergadas en las escuelas o facultades de Humanidades o de Derecho.

A pesar de estar limitadas por un mercado de trabajo relativamente reducido, por restricciones presupuestales y por condiciones frecuentemente precarias en infraestructura, las carreras de ciencias sociales han crecido considerablemente a lo largo del país. Datos de 2005 proporcionados por la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) arrojan un total de 88 programas de licenciatura en Sociología, Ciencia Política,10 Trabajo Social o Relaciones Internacionales en universidades privadas y 92 en universidades públicas.11 A ellos hay que agregar cerca de 140 de Economía, con frecuencia asociada al área administrativa, de finanzas o agrícola y alrededor de 20 licenciaturas en diversas ramas de la Antropología, así como 57 programas de Comunicación en universidades públicas y 209 en privadas.12 Hoy, la formación universitaria, además de las carreras "madres": Antropología, Sociología, Economía, Historia y Ciencia Política, ofrece una alta variedad de opciones profesionales. Carreras como Arqueología, Antropología Social, Lingüística, Antropología Física y Etnohistoria se suman a las variedades de la carrera de Comunicación (Ciencias de la Comunicación, Periodismo, Medios, Publicidad, Comunicación Organizacional), a las de Relaciones Internacionales, Trabajo Social, Geografía (todavía con muy pocas opciones a nivel nacional) y Psicología Social, así como, a nivel de postgrado, a las numerosas maestrías en temas tales como Estudios del desarrollo, Grupos y organizaciones, Estudios urbanos, Estudios sobre género, Desarrollo sustentable, Estudios internacionales, Estudios fronterizos, Estudios asiáticos, y otras semejantes. Las llamadas universidades interculturales de reciente creación, han ampliado la oferta de programas de ciencias sociales en campos de interés para comunidades étnicas. Hay adicionalmente una oferta interdisciplinaria que tiene con frecuencia un cariz regional: turismo en Campeche y Quintana Roo, comercio internacional en Baja California, desarrollo indígena en Chiapas. Se han multiplicado, asimismo, las carreras relacionadas con el manejo de organizaciones y con la educación —estas últimas como combinación de saberes pedagógicos y Sociología. En cambio la oferta a nivel nacional de carreras de Historia es relativamente baja (Catálogo ANUIES, 2005 y 2008).

Al mismo tiempo ha crecido notablemente el número de postgrados. Conacyt registra 130 postgrados de calidad en ciencias sociales, de los cuales 78 son catalogados como "consolidados" y 20 "de competencia internacional".13 Por otra parte, el aumento general en el número de profesores de tiempo completo con grado de doctor en las universidades públicas del país de 15% a 27% entre 2000 y 2006, ha resultado también en un fortalecimiento real de las carreras y departamentos de ciencias sociales que en cinco años aumentaron de dos a 30 el número de cuerpos académicos consolidados y de 12 a 111 el de cuerpos académicos "en consolidación" (Rubio, 2006: 98 y ss.).14

A partir de la década de los noventa, un nuevo énfasis en la evaluación del trabajo académico y en particular de los programas educativos, impulsado principalmente desde la Subsecretaría de Educación Superior del gobierno federal, inició una nueva etapa de reflexión sobre la formación profesional. A pesar de limitaciones importantes en sus esquemas de interpretación y de una gran dosis de improvisación (al menos en sus primeras épocas), la labor de evaluación realizada por los Consejos Interdisciplinarios de Evaluación de la Educación Superior (CIEES) a los que a partir de 2001 se añadieron las asociaciones de acreditación, abrió un espacio importante de diálogo entre académicos procedentes de instituciones distintas con experiencias semejantes y, en el caso de las ciencias sociales, tuvo al menos tres resultados importantes: 1) promovió la revisión, actualización y modificación de planes de estudio de las licenciaturas; 2) colaboró con el ordenamiento de la planta académica, incluyendo con frecuencia su contratación formal y la asignación de tareas relacionadas con el programa al que cada profesor estuviera adscrito; 3) derivó en una reflexión acerca del destino profesional de los egresados y, consecuentemente, en un replanteamiento del contenido de las carreras en relación con su entorno nacional o local y en nuevas formas de vinculación del trabajo académico con el mismo entorno.15 Entre los tres principales organismos de acreditación en ciencias sociales se han evaluado y acreditado 176 programas de formación profesional en los últimos seis años.16

No siempre, sin embargo, la acreditación refleja una calidad uniforme entre programas diversos, ni las recomendaciones realizadas por los evaluadores se toman en cuenta por administraciones sucesivas lo cual provoca, además de un mejoramiento muy lento de los programas, críticas y desconfianza hacia los procesos de evaluación.

Los cambios políticos y sociales de las décadas recientes en el país, conjuntamente con el nuevo perfil de las carreras, han aumentado la demanda de estudiantes sobre las carreras de ciencias sociales, lo cual ha generado, a su vez, el replanteamiento de las mismas para responder a demandas locales y regionales. En la última década, un número importante de las carreras de ciencias sociales que se imparten en las universidades públicas del país, han actualizado sus programas de estudio. Los cambios han estado referidos en parte a la incorporación de nuevas teorías o perspectivas de análisis, pero también, de manera destacada, a la modificación de sus contenidos en una dirección más práctica, basada tanto en los adelantos tecnológicos (uso de programas de cómputo, producción digital en radio y televisión, búsquedas en Internet) como en necesidades concretas de la región, para garantizar a los egresados una inserción en el mercado de trabajo. Entre otras consecuencias, la democratización ha creado una nueva demanda de sociólogos, politólogos y comunicólogos que se incorporen a procesos electorales, apoyo y asesoría a partidos políticos, gobiernos municipales y oficinas de gobierno, a las que llegan con frecuencia funcionarios sin experiencia previa. Es interesante que, en el campo profesional, en los últimos años también se registra una tendencia, hasta muy recientemente inédita entre egresados de ciencias sociales, que apunta hacia la fundación de pequeñas empresas de asesoría y análisis que encuentran clientela en gobiernos y organizaciones no gubernamentales.17

Éste no ha sido un proceso sencillo ya que, dentro de las universidades, ha encontrado la oposición de quienes consideran que la formación profesional basada en un esquema productivista, centrado en el mercado profesional y en la solución práctica a problemas apremiantes, estaría despojando a las ciencias sociales de su contenido crítico y de su capacidad para proponer grandes transformaciones en la organización social y política, lo cual ha creado tensiones en el interior de los centros de enseñanza. No obstante, parece que se está consolidando una dinámica de fortalecimiento de la preparación profesional con mejores herramientas analíticas y teóricas, relacionadas frecuentemente con problemas locales y regionales. A su vez, el mercado de trabajo ha cambiado gradualmente en la medida que descubre en los profesionistas de las ciencias sociales, habilidades y conocimientos que producen resultados favorables en diferentes ámbitos: facilidad para tratar con diferentes actores sociales; habilidad para debatir, negociar y concertar; rapidez en el análisis de coyunturas políticas; comprensión de estructuras organizativas y diseño de estrategias de comunicación; manejo de datos estadísticos, conocimiento de leyes y reglamentos administrativos. Por lo mismo, gobiernos, empresas, partidos políticos, organizaciones civiles y grandes asociaciones locales emplean cada vez más a los egresados, aunque aún subsisten numerosos problemas, producto del desconocimiento de las carreras o de la desconfianza hacia profesionistas caracterizados por un sentido crítico y renuentes al sometimiento a reglas rígidas.

En el caso de los postgrados, también se ha llevado a cabo un proceso similar de evaluaciones, dependiente directamente de Conacyt y asociado al otorgamiento de becas, lo cual ha favorecido importantes cambios: en primer lugar, la presencia mayoritaria de estudiantes de tiempo completo, lo cual significó un vuelco importante en los postgrados de ciencias sociales, anteriormente considerados como un complemento de preparación para egresados incorporados a la vida profesional, lo cual daba como resultado estudiantes que duraban inscritos hasta quince años o más, antes de obtener el grado. La exigencia de tiempos perentorios para la obtención del grado ha obligado a una relación más estrecha con el tutor y/o el comité tutoral, lo cual a su vez tiene efectos sobre un mayor compromiso de los profesores y la mayor calidad de las tesis de grado. Sin embargo, la misma exigencia de eficiencia terminal conduce con frecuencia a reducir los alcances de las investigaciones, escribir conclusiones apresuradas o abandonar la tesis antes de su conclusión por la extinción de la beca correspondiente. Los severos parámetros de Conacyt para incorporar a los postgrados al padrón "de calidad" (PNPC), han producido tensiones entre tutores, estudiantes y responsables de los mismos, que consideran excesivos los requisitos y, en el caso de las ciencias sociales, poco flexibles para adaptarse a las necesidades de investigaciones que demandan tiempos adicionales de procesamiento.18

 

INVESTIGACIÓN Y CAMBIO TEÓRICO

El desarrollo de escuelas y facultades, así como centros e instituciones a partir de los años cuarenta del siglo anterior, proveyó de centros especializados, publicaciones y espacios de discusión a la investigación social que se realizaba en México de manera desarticulada, aunque con resultados importantes. Fernando Castañeda (2004), por ejemplo, menciona Los grandes problemas nacionales de Andrés Molina Enríquez, La estructura social y cultural de México de José Iturriaga y La industrialización de México de Manuel Germán Parra, tres estudios realizados relativamente fuera del ámbito universitario (respectivamente en 1906, 1951 y 1954), como antecedentes importantes de La democracia en México de Pablo González Casanova (1965), que marca un punto de despegue del trabajo académico de las ciencias sociales en el país.19

En un proceso influido frecuentemente por la vida política nacional y por la situación de Latinoamérica y del mundo, la reflexión social caminó del enciclopedismo a la especialización, de la vocación normativa y especulativa al trabajo analítico y sistemático, frecuentemente fundado en observación directa o en datos de primera mano. Ello, a lo largo de un sendero teórico que incluyó entre otros paradigmas el positivismo, el desarrollismo, la modernización, la dependencia, el estructuralismo y diversas modalidades de la teoría marxista, como puntos de vista desde los cuales se estudió la condición social, económica y política del país. El sistema del partido único, el presidencialismo, las condiciones sociales de las clases campesina y trabajadora, las carencias de un país centralizado geográfica y políticamente, las contradicciones del Estado de bienestar, sus relaciones internacionales y sus políticas de gasto social, fueron algunos de los temas predominantes (Paoli, 1990; Leal et al., 1994; Castañeda, 2004 ).

Las revistas desempeñaron en ese recorrido un papel central. Destacan El Trimestre Económico, fundada en 1934 por Daniel Cosío Villegas y Eduardo Villaseñor, antes incluso de la Escuela de Economía, y la Revista Mexicana de Sociología, fundada en 1939 por Lucio Mendieta y Núñez en el Instituto de Investigaciones Sociales, que a lo largo de 70 años ha sido un foro permanente de intercambio y renovación del pensamiento social. A ellas se sumaron, a partir de la segunda mitad del siglo XX, otras publicaciones que contribuyeron a fortalecer la investigación: Investigación Económica en 1941; la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales en 1951; Foro Internacional en 1960; Relaciones Internacionales en 1973; Estudios Políticos en 1975; Iztapalapa en 1979; Estudios Sociológicos en 1983, y Sociológica en 1986.20

Coincidentemente con los cambios señalados antes en el panorama internacional y en la orientación de las ciencias sociales, diversos temas asociados por un lado a la transición democrática de México y por otro a su nueva inserción en el mercado capitalista mundial, empezaron a ocupar la atención de los nuevos centros a partir de la última década del siglo XX. Cuestiones tales como el crecimiento de la industria maquiladora en el norte; las transformaciones en las relaciones de trabajo; los procesos electorales; el funcionamiento de los tratados comerciales; la propaganda política; la inserción de los pequeños y medianos productores en la economía global; la emergencia de una sociedad civil participativa; la proliferación de nuevas iglesias, y los fenómenos migratorios sustituyeron paulatinamente a una temática que durante décadas se preocupó más bien por el presidencialismo, la relación entre gobierno y grandes organizaciones, los movimientos sociales, la pobreza y la desigualdad.

Ello no quiere decir necesariamente que los viejos temas hayan dejado de ser importantes, sino que el espectro se ha ampliado junto con la cantidad de investigadores que se ocupan de su estudio desde diferentes ángulos. Un ejemplo es el problema de la desigualdad, centrado hasta hace poco en la oposición entre campo y ciudad o en la atención a las necesidades básicas. En torno al mismo, hoy aparecen investigaciones relacionadas con el crecimiento de la población adulta y en proceso de envejecimiento; la drogadicción; el reclamo de los grupos indígenas; los movimientos por los derechos humanos, y las diferencias sociales basadas en el género.

Los cambios en el objeto mismo de las ciencias sociales en las décadas recientes, junto con los sustanciales replanteamientos de su acción de los que se habló en párrafos anteriores, se manifestaron, en el caso mexicano, por un abandono paulatino del paradigma marxista que durante décadas predominó como marco teórico de referencia para explicar el conflicto social y proponer un horizonte de cambio radical.21 Al lado del mismo, las teorías de la dependencia en los años setenta habían servido para comprender las limitaciones del desarrollo de América Latina bajo la sombra del crecimiento de los grandes países industrializados. Ambos esquemas suponían la posibilidad de ofrecer explicaciones de amplio alcance que, a partir de un esquema único, ofrecieran respuestas para una enorme variedad de problemas, pero empezaron a manifestar sus limitaciones para analizar la multitud de cambios que se producían en el mundo y en el país y obligaron a voltear los ojos hacia el trabajo teórico que se estaba realizando en otras partes del mundo.

Durante un periodo relativamente breve, las teorías de la postmodernidad, cargadas de escepticismo y relativismo teórico, sirvieron para explicar lo inexplicable: los nuevos nacionalismos, los movimientos no clasistas, la protesta social proveniente de nuevos sectores. Luego, al igual que en muchos otros países, una nueva ola, más basada en teorías de alcance medio, empezó a predominar en los proyectos de investigación. Coincidentemente, una perspectiva inter y multidisciplinaria ha conducido a la desaparición de fronteras, a veces artificiales, para ligar los estudios de la sociedad con los del poder y los del mercado; los de la región o la nación con los del ambiente internacional, y los de la motivación colectiva con los de la motivación individual. Pese al celo profesional con el cual algunas de las disciplinas defienden sus fronteras en torno a campos específicos del conocimiento, las ciencias sociales mexicanas encuentran, como sucede en otros países, que el diálogo entre disciplinas permite una aproximación más rica y sugerente a problemas complejos.

El cambio teórico y la convergencia disciplinaria han estado asociados a la expansión de centros de investigación y de académicos de tiempo completo vinculados a proyectos. A lo largo de los años setenta y ochenta, la creación de divisiones de ciencias sociales en los tres planteles de la nueva Universidad Autónoma Metropolitana, el establecimiento en México de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, la fundación del Centro de Investigación y Docencia Económicas y del Instituto José María Luis Mora, así como del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), los colegios fundados a semejanza del Colegio de México en Michoacán, Jalisco, Tijuana, Sonora, San Luis Chiapas y el Estado de México,22 simultáneamente con el surgimiento de institutos, escuelas y departamentos de ciencias sociales en universidades públicas de todo el país, ampliaron considerablemente el número de científicos sociales y favorecieron un mayor diálogo académico entre perspectivas teóricas, abordajes de problemas y proyectos colectivos que vinculan diferentes centros de estudio en la búsqueda de respuestas a problemas políticos y sociales de diversa índole, aunque problemas de comunicación se traducen, con frecuencia, en un acceso difícil a información que ya está siendo procesada por algún investigador.

En conjunto, el número de investigadores de ciencias sociales en el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) da cuenta de un acelerado crecimiento. En el año 2000 había 340 investigadores de ciencias sociales en el SNI. En 2008, el número había crecido a 2 187: un crecimiento del 543% en ocho años, que puede atribuirse, entre otras razones, a la expansión de los postgrados de ciencias sociales en el país y a los nuevos criterios de evaluación impuestos por la Subsecretaría de Educación Superior que exigieron la formación de "cuerpos académicos" en torno a temas concretos de investigación y estimularon la obtención del grado de los profesores que aún carecían del mismo. Los investigadores de ciencias sociales conforman hoy el 15% de los investigadores en el país. De manera paralela, el número de revistas especializadas que cuentan con reconocimiento del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt),23 ha ascendido a 32, un número superior al de las revistas de cualquier otra área del conocimiento (Conacyt, página web). A diferencia de lo que sucedía hasta hace algunos años, la mayor parte de ellas se publica fuera de la ciudad de México. Muchas otras revistas sin registro albergan también trabajos de investigación en ciencias sociales y numerosas editoriales mexicanas (Fondo de Cultura Económica, Plaza y Valdés, Siglo XXI Editores, Miguel Ángel Porrúa, etcétera), dedican una parte sustancial de su producción a resultados de investigación de los diversos centros de investigación en ciencias sociales en el país. Asimismo, ha crecido la producción de material audiovisual y electrónico.

La forma de investigar también ha cambiado paulatinamente de la investigación aislada a la colectiva y a la formación de redes. La formación de grupos de investigación promovidos por el Consejo Mexicano de Ciencias sociales (Comecso) en la década de los ochenta, alentó en el país el diálogo interdisciplinario a partir de temas específicos (empresarios y empresas, cuestiones electorales, desastres, religión) y favoreció la creación de grupos de trabajo que, con distintas modalidades, subsisten hasta la fecha. Ha crecido también el número de proyectos con financiamiento, el cual proviene fundamentalmente de las propias universidades, del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y ocasionalmente de gobiernos locales. Hay algunos proyectos, pero aún muy pocos, financiados por la Fundación Ford, la Unesco, la Fundación Guggenheim o el Banco Mundial.

Tres problemas de diferente índole afectan la realización de proyectos financiados. Por un lado, sobrevive una cierta desconfianza de los investigadores respecto a las limitaciones que las agencias financiadoras les puedan imponer, lo cual en un campo caracterizado por la permanente demanda de autonomía, crea una barrera que se ha derribado muy lentamente. Pero, de parte de las agencias patrocinadoras, incluidas las propias universidades, existen restricciones para proporcionar el tipo de fondos que la investigación social requiere. Se privilegia, por ejemplo, la compra de equipo, en lugar de la contratación de encuestadores o el pago de viáticos para prácticas de campo. No se considera importante (ni remunerable) el trabajo de transcripción de entrevistas grabadas o de incorporación de datos en bases computarizadas. Adicionalmente, en el caso de los proyectos de ciencia básica de Conacyt funcionan, al parecer, "cuotas" asignadas previamente que favorecen al resto de los programas por encima de los de ciencias sociales y los de humanidades.24 Sólo a manera de ejemplo, en 2004 se asignó un poco más de 100 millones de pesos a 185 proyectos del área de ciencias físico–matemáticas y ciencias de la tierra, mientras que al área de ciencias sociales correspondieron 29 proyectos con solamente 25.9 millones de pesos. En la más reciente promoción de proyectos, nuevamente se aprobaron 100 millones de pesos para 88 proyectos de ciencias físico–matemáticas y de la tierra. En este caso, los de ciencias sociales aumentaron el monto: 39 proyectos con alrededor de 40 millones de pesos (Conacyt, página web, consultada en septiembre de 2009). La proporción, como se ve, es francamente desventajosa para las ciencias sociales y puede tener que ver, como argumentaremos un poco más adelante, con un problema de legitimidad de las mismas frente a otro tipo de disciplinas. Un problema adicional es el reconocimiento oficial al trabajo individual a través del Sistema Nacional de Investigadores, el cual desalienta la investigación colectiva.

No obstante, los requisitos formales por parte de programas de financiamiento y la multiplicación de los postgrados con una cada vez mayor exigencia en los productos finales, han contribuido a un mayor rigor metodológico en el trabajo de las disciplinas. Si bien algunos analistas han observado que la exigencia de publicaciones por parte de los programas de estímulos académicos para profesores (el esquema "publish or perish") ha dado lugar a una proliferación de artículos y revistas de muy diverso nivel (Ugalde, 1994), en términos generales, la investigación en ciencias sociales en el país ha caminado hacia una mayor sistematización, una mayor precisión conceptual y a la obtención de resultados significativos a partir del estudio de datos de primera mano. Se ha fortalecido una clara tendencia a la investigación empírica: la utilización de software estadístico y una mayor atención por parte de las instituciones académicas para la aplicación de encuestas y cuestionarios, producen hoy más explicaciones sustentadas en datos frescos que en épocas anteriores en que había que recurrir exclusivamente a la información oficial o hemerográfica. No menos importante es la gran cantidad de información especializada a la que se puede acceder a través de Internet, incluidos numerosos trabajos de reciente aparición, lo cual contribuye al diálogo académico. Como en décadas anteriores (Comecso, 1987), también una buena parte de la investigación se realiza en oficinas públicas locales, regionales o estatales, aunque existe poca información sobre sus resultados y aplicaciones.

 

CIENCIAS SOCIALES Y DESARROLLO REGIONAL

Como parte de las nuevas tendencias en las ciencias sociales mexicanas, se ha puesto atención a la especificidad de las regiones: la paulatina disolución de los centralismos políticos y económicos, aunada al resurgimiento de la diversidad étnica y cultural y a frecuentes movimientos sociales por reivindicaciones locales, han obligado a percatarse de cómo configuraciones sociales y económicas propias de las distintas regiones del país dan lugar a fenómenos sociales diferentes. La dinámica de cada región encierra múltiples posibilidades de articulación social con formas distintas de cooperación, organización, participación política y conflictividad derivadas de la historia, la composición étnica, la cercanía con las fronteras, el crecimiento urbano, las formas de explotación agrícola, el avance de la industrialización y de nuevos factores como el narcotráfico o la pluralidad democrática.

Si bien el desarrollo regional, a grandes rasgos, implica establecer la relación adecuada entre características geográficas, recursos naturales y características poblacionales, cortes diversos implican atención a problemas distintos: la diferenciación norte–sur hace énfasis en grados distintos de industrialización, agricultura de subsistencia o comercial y niveles educativos; la distinción entre este y oeste debe tomar en cuenta elementos como el turismo, el comercio internacional, la actividad portuaria y la explotación petrolera, mientras que la relación de las regiones con la metrópoli sigue caracterizándose por la asimetría en recursos y por la concentración de servicios en la ciudad de México.

La reciente reorganización del Consejo Mexicano de Ciencias Sociales (Comecso), organismo que agrupa a los centros de investigación y escuelas de ciencias sociales del país, ha sido sensible a esa diversidad.25

Con base en las regiones establecidas por la ANUIES, se han conformado coordinaciones regionales para articular la investigación y la docencia, al mismo tiempo que recuperar información necesaria sobre ambos quehaceres. Una de las expectativas de esta nueva distribución regional de tareas es la posibilidad de constituir redes de investigación con base en nuevos temas a nivel regional e interregional y de establecer formas de vinculación entre formación, investigación y necesidades locales que colaboren al desarrollo de cada región.

 

LOS DESAFÍOS DE LA NUEVA ETAPA

Ante una realidad que cambia continuamente y que presenta nuevos problemas por ser estudiados, explicados o resueltos, las ciencias sociales requieren renovar continuamente sus conceptos y actualizar sus objetos de estudio. A los temas anotados unas líneas más arriba tanto en el plano nacional como regional, se han sumado en los últimos dos años el cambio climático, el crimen organizado, la extensión de derechos humanos o políticos a las comunidades indígenas, el desempleo, la calidad de la democracia y el manejo responsable de la economía de mercado como asuntos urgentes que reclaman de la atención de los sociólogos, politólogos y economistas.

Las ciencias sociales en México han tenido que remontar rezagos teóricos e institucionales para ponerse al día con los cambios, pero aún tienen mucho camino por recorrer. Hace falta una ciencia social alerta, sólida y capaz de comunicar coherente e imaginativamente sus resultados a un público que los necesita para normar su acción. Ello, sin hacer descender necesarios niveles de calidad analítica y expositiva y, en lo posible, a partir de un intercambio crítico con los propios colegas, tarea con frecuencia descuidada por el gremio de los investigadores sociales (Bartra, 2007).

Es fundamental, igualmente, fortalecer las redes temáticas multidisciplinarias de investigación y, a partir de ellas, impulsar un diálogo de carácter más internacional que abra al mundo unas ciencias sociales en las que aún persisten muchos rasgos de localismo (Loyola et al., 2008).

No menos importante será conocer cómo se ha dado la relación entre las ciencias sociales y los proyectos de desarrollo de las regiones y hacia dónde debería caminar la investigación y la formación de nuevos profesionales. El inventario de proyectos en curso y de la orientación de los programas de licenciatura y postgrado es urgente para sustentar esa tarea. Aún están pendientes de revisar los fundamentos teóricos y la actualización temática de muchos programas de licenciatura.

Por otro lado, el compromiso de interpretar la realidad social e intentar su transformación aún se enfrenta a barreras de incomprensión. Los resultados de la investigación social referidos a menudo como una descripción "desencantada" de la realidad (Kent et al., 2003: 13), no siempre satisfacen a sus interlocutores y, a pesar del crecimiento de su mercado de trabajo, las profesiones sociológicas están catalogadas con frecuencia en un segundo nivel de sueldo y de prestigio social. Aquí se han anotado ya algunos problemas de corte burocrático que afectan a la investigación y a la formación (en particular a la de postgrado), y otros más que parecieran surgir de un prejuicio acerca de la utilidad relativa de las ciencias sociales frente a otras consideradas como de mayor profundidad. Quienes escatiman presupuesto a la investigación social o salarios dignos a sus egresados, quizá olvidan que algunos de los cambios más significativos que se han producido en México en los últimos veinte años —la transición democrática, la defensa de los derechos humanos, la ley de transparencia— han estado a cargo de egresados de las ciencias sociales, y que es entre sus investigadores y académicos en los que se mantiene la tradición crítica que alimenta la transformación de las instituciones en el país. Un mayor reconocimiento a las ciencias sociales debería expresarse mediante mayores recursos a la investigación y por su aprovechamiento de parte de un sector público que con frecuencia utiliza, como base para sus políticas, información deficiente o mal interpretada.

Por otro lado, de parte de los propios científicos sociales también hay obstáculos que afectan la consolidación de la investigación social y la formación de nuevos profesionistas. La falta de consenso en torno a los estándares de calidad exigibles en los productos académicos conduce a publicaciones de mediana calidad, a investigaciones inacabadas y a una dificultad real para que los productos obtengan un reconocimiento más allá de las fronteras locales; la ausencia de mecanismos sociales e institucionales en el interior de las comunidades científicas que garanticen la formación y renovación de liderazgos académicos, problema al que se suma el de la "fuga" de académicos hacia puestos públicos o a la ciudad de México, da como resultado una exagerada dificultad para echar a andar proyectos, así como la falta de continuidad en los mismos; la conflictiva relación entre investigación básica y aplicada hace que algunos investigadores rechacen involucrarse en investigaciones orientadas a la toma de decisiones, mientras que otros, a veces a partir de una vocación mesiánica, desatienden el rigor conceptual y metodológico para responder a las demandas pragmáticas de los actores. Finalmente, la carencia de recursos en universidades y centros de investigación en diversas ciudades del país, que se manifiesta en exiguos presupuestos para la investigación; acervos bibliotecarios insuficientes; formación deficiente en idiomas y cómputo; el escaso apoyo para la participación en congresos y conferencias; la ausencia de conferencistas y profesores invitados nacionales y extranjeros impone serias restricciones al desarrollo de una ciencia social con calidad internacional.

Un problema adicional es el de la misma indefinición del universo de las ciencias sociales en la estadística científica del país. El uso arbitrario de éstas para agrupar carreras diversas en las universidades, impide una apreciación justa del número de estudiantes en las carreras de ciencias sociales. Carreras como Derecho, Administración de Empresas y Contaduría, que en justicia no pueden ser consideradas como ciencias sociales, aumentan considerablemente el padrón de estudiantes inscritos que hoy es de 53% del total de alumnos de licenciatura del país (Loyola et al., 2008: 174). La UNAM, por ejemplo, registra 4 350 estudiantes de maestría y doctorado en el área de ciencias sociales la cual, además de los postgrados en ciencias sociales y políticas, incluye Antropología, Administración, Derecho, Economía, Geografía, Psicología y Trabajo Social. Conacyt incluye igualmente proyectos de Derecho y Administración en las ciencias sociales, pero incluye a Psicología con las Humanidades, donde también se siguen colocando los estudios sobre educación, y envía todo lo relacionado con Geografía al área de Ciencias de la Tierra. Un censo propuesto por Comecso para cruzar y actualizar información puede tal vez brindar próximamente cifras más homogéneas y confiables.

Todo lo anterior apunta hacia la necesidad de que las ciencias sociales, en un esfuerzo conjunto, profundicen acerca de sus formas de trabajo y de vinculación con la sociedad. Si bien se ha dado un avance importante lo mismo en la investigación que en la docencia, es preciso intensificar el diálogo entre investigadores y el fortalecimiento de una comunidad intelectual que integre experiencias y avances internacionales con su propio quehacer y que aumente sus propios niveles de exigencia y calidad.

Ello requiere de fortalecer las labores de formación y de investigación, al mismo tiempo que el ámbito institucional en el que éstas se realizan, incluidas sus formas de evaluación y de recompensas (Contreras, 2000). Es necesario mejorar la información acerca de temas de investigación, contenidos curriculares, alternativas de vinculación y de difusión de los productos para caminar hacia un trabajo más sistemático, interdisciplinario, interinstitucional e interregional. Hacen falta más líneas de investigación de carácter interactivo que se centren en problemas y que, al tiempo que desaparecen las separaciones entre unas disciplinas y otras, conduzcan a resultados más integrales y consensados porque han sido previamente sometidos a la crítica rigurosa y al intercambio de ideas. La multiplicación de campos de estudio donde las ciencias sociales se cruzan con otras disciplinas como la Biología o las Matemáticas, vuelve aún más amplio e interesante ese panorama de colaboración y trabajo colectivo que forma parte del futuro de los procesos creadores de nuevo conocimiento y que abre muchos derroteros, aún inexplorados, a las ciencias sociales en México.

 

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NOTAS

* Una primera versión de algunas partes de este trabajo fue incorporada en Loyola et al., 2008.

1 http://www.jstor.org/. Solamente se incluyeron las de Antropología, Arqueología, Ciencia Política, Demografía, Economía, Historia y Sociología. Se han dejado fuera de la lista las de Educación, Psicología, Negocios y Derecho. Con un criterio similar encontramos 162 revistas en el catálogo de Sage y 30 dedicadas a sociedad y economía de América Latina editadas solamente en Francia.

2 Diversos números recientes de Current Sociology han estado dedicados a los problemas de utilizar conceptos sociológicos o politológicos en sociedades islámicas o simplemente atrasadas. En ciertos autores (por ejemplo, Connell, 2007) parecería haber un redescubrimiento de las teorías de la dependencia como alternativa útil para explicar la realidad asiática o africana.

3 Para esta polémica en particular, en la que participan Michel Burawoy, Alberto Martinelli y Michel Wieviorka, cfr. Current Sociology 56 (3), 2008.

4 Para una profundización bien informada sobre este proceso cfr. Ludlow, 2003.

5 Ya funcionaba como formación separada dentro de la Escuela Nacional de Jurisprudencia desde 1929.

6 Era en realidad la segunda escuela de Antropología, porque entre 1911 y 1915 funcionó en México la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas, producto de una colaboración de varios gobiernos y de la Universidad de Columbia con el gobierno de Porfirio Díaz, a quien aún alcanzó el tiempo para inaugurar la nueva institución antes de renunciar al gobierno de México. El primer director fue Eduardo Seler. Franz Boas, quien había hecho el diseño del plan de estudios, figuró como director en 1912 y Manuel Gamio en 1915, antes de su cierre definitivo (Fábregas Puig, 2005).

7 La ENCPS se convirtió en Facultad en 1967 cuando el Consejo Universitario aprobó su programa de maestría y de doctorado. Este último sufrió importantes modificaciones en 1998, al reducir el número de grados otorgados y al incorporarse el Instituto de Investigaciones Sociales y otras entidades universitarias en su dirección colegiada.

8 O semiseparada, como en la propia Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en donde se imparte como única carrera con dos líneas de especialización.

9 De hecho, la primera carrera de Ciencias de la Comunicación se impartió en la Universidad Iberoamericana. La UNAM reformó el plan de estudios de Periodismo hasta 1976, después de que se habían fundado carreras de Comunicación en la Universidad Autónoma Metropolitana (Xochimilco), en la Universidad Autónoma de Nuevo León y en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Cfr. Lourdes Romero, 1997.

10 En su modalidad de Ciencia Política o de Ciencia Política y Administración Pública. En algunas universidades la carrera es de Políticas Públicas.

11 Hay un ligero aumento en el número de acuerdo con el catálogo de 2008, pero no se cuenta con el dato de la diferencia entre públicas y privadas.

12 El número de programas en Comunicación es tan grande porque, principalmente en las universidades privadas, un gran número de ellos proporcionan una formación a un nivel muy operativo (manejo de cámaras de televisión, Internet, locución, etcétera) y poco referida a las ciencias sociales, como sí acontece en otros programas.

13 Estadísticas publicadas en la página del Foro Consultivo Científico y Tecnológico con datos de 2008: http://www.foroconsultivo.org.mx/home/index.php/estadisticas–del–foro. Los datos no son exactos por el carácter frecuentemente interdisciplinario de los postgrados, lo que dificulta la clasificación.

14 De acuerdo con los lineamientos de la Subsecretaría de Educación Superior "los profesores deben constituir cuerpos académicos articulados en su interior y vinculados activamente con el exterior para desarrollar valores y hábitos académicos modernos, sustentar una efectiva planeación del desarrollo institucional, hacer contribuciones originales al conocimiento universal, así como asegurar el cumplimiento de las funciones universitarias" (Rubio, 2006: 91).

15 Cfr. Puga (2008), para diferentes experiencias de revisión y transformación de planes de estudio de ciencias sociales en el país.

16 Existen actualmente tres asociaciones reconocidas oficialmente en el área de ciencias sociales: la Asociación para la Acreditación y Certificación en Ciencias Sociales (Acceciso), fundada en 2003, que tiene a la fecha 141 programas acreditados; el Consejo Nacional para la Acreditación en Ciencias Económicas (Conace), fundado en 2005, con 26 programas, y el Consejo Nacional para la Acreditación en Comunicación (Conac), fundado en 2006, con nueve programas acreditados. Cfr. Copaes http://www.copaes.org.mx/.

17 Cfr. diferentes estudios sobre egresados en Puga (2008).

18 Muchas de las observaciones anteriores se originan en la propia experiencia como miembro de comités de evaluación así como en el intercambio entre los asociados del Consejo Mexicano de Ciencias Sociales.

19 A los que habría que agregar otros más, entre los cuales El problema agrario de México, de Lucio Mendieta y Núñez (1934) y El desarrollo económico de México y su capacidad para atraer capital del exterior, de Raúl Ortiz Mena et al. (1953). Fue muy importante la traducción de estudios norteamericanos sobre México publicados por la revista Problemas Agrícolas e Industriales de México en la década de los cincuenta.

20 Investigación Económica se edita en la Facultad de Economía de la UNAM; la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPS) de la UNAM; Foro Internacional en El Colegio de México; Relaciones Internacionales y Estudios Políticos en la FCPS; Iztapalapa en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Unidad Iztapalapa; Estudios Sociológicos en El Colegio de México, y Sociológica en la UAM–Atzcapotzalco. Sin duda la lista es mucho más larga pero se han anotado solamente algunas que abrieron brecha en el tercer cuarto del siglo XX.

21 De hecho, entre 1960 y 1980, el funcionalismo, las teorías de sistemas, la investigación cuantitativa y las teorías de la acción social que se utilizaban con eficacia en otros países, fueron descartadas por una ortodoxia marxista frente a la cual la única alternativa era la integración de las explicaciones sociales al discurso nacionalista, todo lo cual disminuyó la capacidad teórica y explicativa de las disciplinas. Cfr. Castañeda (2004), para un análisis de este proceso (al que también hace mención Reyna) en el caso de la Sociología.

22 Los de Tijuana y Chiapas son los colegios de la Frontera Norte y de la Frontera Sur (Eco–Sur), respectivamente. Eco–Sur tiene sedes en Campeche, Tabasco y Villahermosa.

23 Para obtener el reconocimiento, las revistas deben tener, entre otros requisitos, un comité editorial reconocido y procedimientos transparentes de arbitraje.

24 Entrevista con un miembro de las comisiones dictaminadoras, septiembre de 2009.

25 El Consejo Mexicano de Ciencias Sociales, A. C. (Comecso) es una organización civil fundada en 1977 por un grupo de académicos responsables de diversos centros de investigación y docencia preocupados por impulsar el desarrollo de las ciencias sociales en México. Hoy cuenta con 62 centros, institutos, escuelas y facultades de ciencias sociales asociadas de todo el país. A partir de la promulgación de la Ley de Ciencia y Tecnología en julio de 2002, Comecso se integró como miembro de la mesa directiva del Foro Consultivo Científico y Tecnológico (FCCT), organismo asesor del gobierno mexicano. La idea de la organización regional surgió en principio de los seminarios itinerantes organizados por el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM en varias universidades del país.

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