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Revista mexicana de sociología

On-line version ISSN 2594-0651Print version ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.71 n.4 Ciudad de México Oct./Dec. 2009

 

Reseñas

 

Moisei Ostrogorski. La democracia y los partidos políticos

 

Francisco Reveles Vázquez*

 

(Madrid: Trotta, colección Mínima, 2008 [1912]), 142 pp.

 

* Facultad de Ciencias Políticas y Sociales Universidad Nacional Autónoma de México

 

En los albores del siglo XX, Moisei Ostrogorski publicó un texto de referencia indispensable para el estudio de los partidos políticos: La democracia y los partidos políticos. Recientemente en España se publicaron solamente las conclusiones que el autor escribió para su segunda edición en 1912. El libro es una extensa obra centrada en lo que sucedía a principios del siglo con los partidos ingleses y estadounidenses, estableciendo una aguda crítica hacia estas formas organizativas debido principalmente a su carácter no democrático. Su punto de vista partía del predominio del individuo por encima de la organización, de manera que cualquier forma de encuadramiento de los sujetos no podía ser sino una camisa de fuerza para su libre albedrío. Su crítica nos muestra la posición de quienes en ese entonces experimentaban una forma novedosa de participación política, que iba más allá de la participación individualista y elitista de los regímenes aristocráticos y monárquicos. Sus preocupaciones anunciaban la existencia ya no solamente de partidos de cuadros, sino que daban cuenta de la presencia de máquinas electorales y partidos de masas. El riesgo en ellos era que el individuo fuese presa de los designios de sus líderes, de los esquemas de participación del mismo régimen político, de las formas de movilización social de masas, de la participación electoral guiada por el interés de los políticos y no por el de los electores. Ostrogorski fue testigo de la transformación de los primigenios partidos en poderosas organizaciones orientadas a la participación electoral y a la lucha social. Y plasmó su crítica hacia los usos cada vez más comunes, develando lo que parecía un carácter antidemocrático de los partidos en general.

Sin llegar a establecer una tendencia a la oligarquía (como sí lo haría Robert Michels en esa misma época), Ostrogorski cuestionó a los partidos por ser organizaciones colectivas permanentes, rígidas, corruptas y tiranas. Visto en perspectiva amplia, su enfoque consideraba reglas y prácticas, puesto que el comportamiento de las masas estaba vinculado con la actuación de los partidos. La incapacidad de las masas para autogobernarse en armonía y de común acuerdo las hacía aceptar un gobierno aparentemente democrático, distante de una genuina representación de los intereses de todos. El papel de las masas no era gobernar, sino intimidar a los gobernantes, en el sentido de vigilarlos, presionarlos para que cumplieran con su cometido de manera legítima. En la actualidad, nosotros usaríamos la idea de la rendición de cuentas para expresar la antigua propuesta de Ostrogorski.

De acuerdo con nuestro autor, el régimen político establece candados para la participación aun a pesar de sus pretensiones pluralistas, pues restringe la libertad del individuo para, en primer lugar, participar o no en los asuntos públicos. En segundo lugar, mediante el sistema electoral, establece límites para seleccionar a sus representantes de entre organizaciones partidistas que dicen representar los intereses sociales. En tercero, estos partidos encuadran a los ciudadanos y potenciales militantes bajo su estructura y con base en su ideología. En cuarto, ya en el partido, los militantes son presa fácil de los líderes, quienes tienen en sus manos el control de los principales asuntos. La posibilidad de influir en la toma de decisiones de parte de los militantes es reducida debido a sus propias características, poco propicias para la participación autónoma, libre, colectiva y consciente.

La alternativa del autor para superar todas las carencias de la democracia y de los partidos políticos es lo más vigente de su obra en nuestros días: la eliminación de los partidos permanentes y su sustitución por partidos temporales con base en banderas específicas. A contracorriente de muchas ideas y tipologías que se dieron a conocer posteriormente, Ostrogorski pone en tela de juicio la perdurabilidad de los partidos como una necesidad para su buen funcionamiento. Desde su punto de vista, esta perdurabilidad no hace sino mantener maniatados a los militantes a los designios de sus líderes por el mayor tiempo posible. Los dirigentes conservan esta condición a toda costa, por lo que a las bases no les queda más que seguirlos, aun cuando no estén de acuerdo con ellos o con sus posiciones ideológicas.

La perdurabilidad de la organización implica la adopción de un ideario pragmático que guíe al partido político. En la época de la publicación de La democracia y los partidos políticos, los principios ideológicos parecían la esencia de estas organizaciones. Ostrogorski refutó esta idea indicando la manera en que las ideologías se subordinaban a la conservación del poder por parte de los líderes. Asimismo, le resultaba difícil creer que un partido pudiera tener un programa que abarcara todos los asuntos de la cosa pública. Le parecía ilógico que una formación partidista tuviera a la mano propuestas de solución para todos los problemas (políticos, económicos y sociales); no había más que simulación. Lo peor es que el programa del partido restringía los puntos de vista diversos que el militante pudiera tener a la hora de discutir un tema en específico. Con ello nuestro autor aludía a otra restricción al individuo, en este caso, a su libertad de expresión.

La propuesta de Ostrogorski consistía en la creación de partidos que lucharan por banderas específicas, con militancia abierta, financiamiento proveniente de los propios miembros, profundo debate ideológico interno y con capacidad de hacer gobierno y de producir leyes. Al alcanzar sus objetivos (es decir, sus banderas específicas) los partidos se disolverían para que los individuos, en caso de desearlo, construyeran una nueva organización para la consecución de otra bandera específica. Y así sucesivamente.

Ostrogorski pretendía eliminar muchos de los problemas de los partidos políticos de su tiempo: en lugar de partidos rígidos, partidos temporales; en vez de oligarquías, dirigencias que pudieran variar de acuerdo con los fines y los participantes en su formación; en vez de masas manipuladas por sus líderes, militantes activos y participativos en la búsqueda de una solución a un problema concreto; en lugar de grandes y ambiguos programas de partido (programas ómnibus), posicionamientos especializados sobre fines particulares; en lugar de financiamiento estatal, autonomía financiera con base en recursos de los militantes; en vez de individuos distantes de la forma de gobierno democrática (producto del protagonismo de los partidos), ciudadanos prestos a la participación por la necesidad de resolver sus problemas a partir de su propia organización.

Es probable que la propuesta de Ostrogorski en 1902 pareciese una utopía, pero en la actualidad ya no lo es. En su tiempo era prácticamente irrealizable: los partidos de masas eran el modelo a seguir por parte de las elites, las grandes ideologías políticas estaban en plenitud y las instituciones de democracia representativa tenían varios años de probar su eficacia para el ejercicio del poder, en comparación con las monarquías y aristocracias de la misma época. Sin embargo, después de un siglo y considerando los problemas de representación política que la democracia y los partidos siguen teniendo, su propuesta no parece estar tan lejana de un futuro deseable y posible.

En muchos casos, sobre todo en las nuevas democracias de América Latina y otras partes del mundo, el derrotero de los partidos ha sido determinado por cambios sustanciales en instituciones políticas y reglas electorales. Como la forma de gobierno adoptada ha sido la democracia representativa, el peso de las leyes en la vida interna de los partidos, en el sistema electoral y en el sistema político en general es sustantivo. El cambio de los partidos por la vía legal ha sido comprobado en muchos casos concretos. ¿Por qué no pensar en el uso de ese recurso para llegar a lo que Ostrogorski planteó hace más de cien años? ¿Por qué no institucionalizar una utopía? Por lo menos en este caso, desde ahora sabríamos que el futuro no será peor de lo que tenemos en el presente.

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