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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.71 no.3 Ciudad de México jul./sep. 2009

 

Reseñas

 

Geoffrey M. Hodgson. Economía institucional y evolutiva contemporánea

 

Carlos Mallorquín

 

(México: Universidad Autónoma Metropolitana, 2007).

 

Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

 

Este libro presenta cinco capítulos de la vasta obra de Hodgson y un prefacio elaborado para la edición en español de los mismos.1 Con excepción de uno de los textos —publicado en 2001—, el resto apareció entre 1997 y 1998, todos originalmente en el idioma inglés.

Además, incluye una breve introducción de Bruno Gandlgruber y Arturo Lara Rivero, quienes han realizado importantes esfuerzos profe sionales por conocer y divulgar la obra del profesor y del institucionalismo, aspecto que no puede quedar sin subrayarse dadas las difíciles condiciones para repensar el currículo de las ciencias sociales en las universidades de nuestro país debido al dominio del pensamiento neoclásico y, en otros casos, debido sencillamente al patético desconocimiento y/o al desinterés por conocer, recuperar o transformar alternativas teóricas pasadas y presentes, y no sólo o necesariamente construidas en otras latitudes. Además, cabe señalar que la importancia de la publicación se ve reflejada en el hecho de que la extensa obra publicada y en proceso del profesor Hodgson2 ya ha obligado a que el suyo quede entre los nombres ilustres que reciben un capítulo en una historia del pensamiento institucional contemporáneo,3 distinción sin duda alguna muy bien merecida.

En lo que sigue, no ofrezco detalles particulares de cada capítulo, lo que me propongo es subrayar los problemas teóricos centrales que articulan el libro. Son tres aspectos íntimamente relacionados entre sí por las reflexiones actuales del profesor sobre la disciplina de la economía: 1) la teorización en torno a la constitución del agente social (o del agente productivo) y sus condiciones de existencia; 2) la manera en que podemos, y tal vez debemos, pensar la evolución social o el desarrollo histórico de la sociedad; y finalmente 3) la pertinencia epistemológica u ontológica para las ciencias sociales de cierto modelo darwinista como concepción general del mundo.

Por lo que diré más adelante, creí importante haber realizado una diferenciación entre los problemas comprendidos entre el segundo y el tercer aspectos, los cuales desde otra óptica de lectura bien podrían haberse sub–sumido.

1) Estrictamente hablando, en la economía ortodoxa o neoclásica no existe problema alguno sobre la constitución del agente social; en otras palabras, se elude dicha reflexión. Dado que se parte de un agente que presenta ciertas preferencias fijas y estables, preguntarse sobre cómo se adquieren estas capacidades o cómo se realizan los cálculos en cada caso para alcanzar cierto tipo de maximización, no existe problema y su duda garantizaría fuerte regaño por parte de la ortodoxia que argumenta que todas las ciencias utilizan ciertas abstracciones de toda índole y tal es el caso en cuestión.

La problemática tiene una larga tradición en el pensamiento institucional, especialmente a partir del pensamiento institucional norteamericano de la década de 1920. La reflexión en torno a las condiciones de existencia de dicho agente social y las posibilidades de lograr cierta maximización de sus metas, deseos, utilidades o satisfacciones, así como sus motivaciones, siempre fueron el centro de sus reflexiones y ello se refleja en la reciente teorización del profesor Hodgson. Otro ángulo para observar el problema es preguntarse sobre la manera en que el agente social adquiere o se forma el aprendizaje necesario para calcular y tomar la decisión óptima entre diversas alternativas. Dado que el institucionalismo ha cuestionado la idea de que los agentes (seres humanos o empresas) están preconstituidos como calculadoras supersónicas, el fenómeno de la formación de precios requiere una explicación: las diversas condiciones de existencia de los agentes obligan a suponer la existencia de opciones alternativas que no se imponen por sí mismas, sino que requieren a su vez de algún mecanismo y algún vocabulario evaluadores para la toma de una elección y decisión.

De allí la importancia de recuperar la noción del hábito y las instituciones para resolver el problema de la "incertidumbre", ausencia de "información" o sus respectivos costos. El hábito generaría un procedimiento estable a partir de ciertas reglas generadas por la vía de las instituciones para que el agente social tome decisiones y las repita sistemáticamente, reduciendo así la aleatoriedad de su entorno y pudiendo elaborar algún tipo de racionalidad explicativa. En este sentido, la participación de los agentes forma parte de la reconstrucción y reproducción del mundo o la economía: sus elecciones no están necesariamente predeterminadas. En el libro se presenta un diagrama/modelo (p. 63) sencillo sobre el "ciclo institucional", sobre el proceso circular acumulativo entre la acción del agente y su proceso de "enculturación".

Además, se recupera y se supera la idea de la incertidumbre como único principio para explicar la existencia de las empresas, como lo haría la vertiente "neoinstitucional" (Williamson, North), en términos de los "costos de transacción". Además se requiere alguna idea de cómo se establecen las reglas con las cuales se podrían calcular los costos en cuestión, problema conceptual que Hodgson no elude.

Los dos primeros capítulos y el último presentan los aspectos teórico–prác–ticos para reflexionar sobre las condiciones de existencia del agente y de la empresa y sus respectivas bases para pensar la manera en que realizarían los cálculos en cuestión y, en nada subrepticio, el autor inicia la incitación a que la propia noción del hábito requiera una aclaración, o sea, requiera una explicación teórica que establezca la manera en que dichos hábitos se reproducen sistemáticamente y se trasladan a las futuras generaciones. Ya sea que se trate de metáforas o analogías, él hábito empieza a ocupar la función explicativa que los "genes" presentan en el discurso biológico para explicar los mecanismos replicantes de la cadena evolutiva entre las diversas especies. Surge así la posibilidad de proponer que la evolución social–económica debe verse en términos de cierta causalidad: que genera ciertas prácticas de los agentes a partir de la información y conocimientos repetidos a través de los hábitos. Esto nos lleva al segundo tema, tanto implícito como explícito, de los problemas discutidos en el libro.

2) Pareciera ser que una de las ideas más sugerentes para reflexionar y explicar la reproducción o la repetición de ciertas características entre ciertas especies o tipos sociales en términos evolutivos o históricos es la antigua idea darwiniana de la supervivencia de ciertos entes debido a su mayor capacidad adaptativa (competitiva, si se gusta) a ciertos ambientes cambiantes. La perspectiva de pensar el mundo social y el mundo biológico a partir de un mismo principio evolutivo se perdió a partir de la década de 1920, y Hodgson ha dedicado gran parte de su obra reciente a intentar explicar las razones de dicho declive en las ciencias sociales. Por lo tanto, el capítulo tercero presenta una amplia revisión de autores de las ciencias sociales o de la economía que utilizaron ciertas analogías o metáforas evolutivas darwinianas o lamarckianas que formarían parte de la primera etapa histórica de la constitución propiamente dicha de una "economía institucional evolutiva", propuesta que actualmente se procesa en la obra de Hodgson.

El capítulo cuarto discute la idea aparentemente "correcta", pero inadecuadamente desarrollada, o teorizada, por ciertos autores, de que la evolución social puede plantearse en términos lamarckianos. Antes de seguir habría que decir unas palabras sobre la diferencia teórica entre Lamarck y Darwin que daría sustento a la supremacía del último sobre el primero en materia de explicación evolutiva. Si el primero argumentaba que las especies o ciertos tipos demostraban la existencia de ciertas "características adquiridas" en el medio ambiente, que a su vez se replicaban o se transmitían a la progenie, Darwin suponía más bien una mayor posibilidad de variación y de herencia de las características replicadas entre los tipos y/o especies. No obstante, las presunciones evolutivas de Darwin se ven cumplidas con la obra de Mendel cuyo trabajo era desconocido por Darwin, lo cual supone que Lamarck estaría "equivocado": que el medio ambiente como única explicación de la adaptación y la supervivencia por la vía de ciertas características adquiridas era insostenible. Sin embargo, Hodgson y otros ahora le dan un interesante giro a la historia de los héroes intelectuales de la biología: la adopción de la noción lamarckiana de la herencia a través de las características adquiridas requiere, exige, supone de todas maneras, una concepción más general, o sea, la de Darwin, porque solamente a partir de dicha perspectiva se puede vislumbrar la evolución como un proceso de adaptación conforme a la variación inherente en la información genética en las especies.

Solamente a partir de dicha postura se puede plantear un sustrato "necesario" pero aleatorio: en otras palabras, para sostener y defender la postura lamarckiana se requiere un mecanismo de selección —que solamente presupone Darwin— que efectivamente haga su presencia a favor de ciertas características y no de otras, y la postura lamarckiana no ofrece dicho mecanismo explicativo más que remitiéndonos al medio ambiente. Por lo tanto, Hodgson sostiene que los hábitos transmitidos de los agentes (seres humanos o empresas) pueden pensarse como lamarckianos (ex ante) a corto plazo, pero darwinistas a largo plazo (ex post) incorporando una perspectiva menos general dentro de la darwiniana. Hasta aquí podríamos argumentar que dicha discusión no afectaría nuestras apreciaciones o evaluaciones sobre la importancia de pensar la evolución histórica de la economía a partir de la perspectiva de Hodgson sin que necesariamente tengamos que defender alguna postura general sobre la evolución del mundo o su ontología. Y esto nos conduce al tercer aspecto, señalado al inicio, porque pareciera que no podríamos adoptar los importantes avances teóricos de su obra sobre la importancia de los hábitos y su evolución histórica sin comprometernos con una concepción general sobre el mundo.

3) Y de hecho Hodgson ha intensificado en los últimos diez años su trabajo teórico para impulsar dicha concepción ontológica y epistemológica para pensar la economía y las ciencias sociales. A veces se intuye que sería muy importante defender la perspectiva institucionalista a partir de cierta metateoría darwinista sobre la evolución del mundo social u orgánico que sea congruente. Es con este aspecto de su obra que podrían producirse ciertos malos entendidos mientras no se aclare hasta qué punto se trata de una concepción en torno a una teoría general u ontológica del mundo, y no una teoría del "todo". Igualmente, ¿es una metáfora o una analogía? Yo insistiría en la pregunta: ¿vale la pena precisamente hoy día —cuando la disciplina de la economía gobernada por la ortodoxia neoclásica se encuentra en una estado de extrema indefensión analítica— reconstruirla a partir de una concepción general sobre el mundo social y orgánico? El pensamiento occidental siempre ha añorado dichas construcciones o cosmovisiones generales de totalidades organizadas bajo principios únicos. Toda la algarabía en torno a los discursos tachados negativamente por ser portadores del virus "posmodernista" solamente se explica debido al asesinato y la violación infligida a la "gran cadena del ser" (Lovejoy, 1936). Y ¡en buena hora!4

El problema central e importante es obviamente cómo pensar la evolución sociohistórica o la evolución en general. Hace más de 70 años, en su texto clásico La estructura de la acción social (1937),5 Talcott Parsons iniciaba preguntándose: "¿Hoy quién lee a Spencer? Fue un confidente de un Dios extraño, no muy agradable, a quien él llamó el principio de Evolución. Su Dios lo ha traicionado" (p. 3). Hoy nuestra tarea sería, por el momento, examinar cuidadosamente concepciones evolutivas generales quedando advertidos de una posible y reincidente traición.

 

NOTAS

1 Los capítulos, por orden de aparición, son los siguientes: "La propuesta de la economía institucional"; "La ubicuidad de los hábitos y las reglas"; "La economía evolucionista y la evolución de la economía"; "¿La evolución social es lamarckiana o darwiniana?"; "Teorías evolucionistas de la empresa basadas en las competencias".

2 Una entrevista con el profesor puede verse en Carlos Mallorquín, La economía entre/vista. México: Universidad de la Ciudad de México, 2004.        [ Links ]

3 Véase Bernard Chavance. Institutional Economics. Londres: Routledge, 2008.        [ Links ]

4 Arthur O. Lovejoy. The Great Chain of Being. Cambridge/Londres: Harvard University Press, 1936.        [ Links ]

5 Talcott Parsons. La estructura de la acción social. Madrid: Guadarrama, 1968 (edición original en inglés: 1937).        [ Links ]

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