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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.71 no.3 Ciudad de México jul./sep. 2009

 

Artículos

 

Segmentación de la fuerza de trabajo e identidad obrera en Argentina*

 

Segmentation of the Labor Force and Worker Identity in Argentina

 

Verónica Viviana Maceira**

 

** Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Sociales. Líneas de investigación: cambio social, clase obrera, orientaciones obreras, segmentación del mercado de trabajo, mercado de trabajo y género. Dirección postal: Lavalle 3695 (1190) Ciudad de Buenos Aires, República Argentina.
Correo electrónico: spalten@mail.retina.ar. Tel: (005411) 4864–3566.

 

Recibido: 5 de septiembre de 2008
Aceptado: 10 de marzo de 2009

 

Resumen

El artículo explora la intensidad de la diferenciación entre trabajadores manuales regulares y aquellos largamente desocupados o con inserciones extremadamente precarias en la Argentina. A partir de un estudio comparativo, se analiza la modalidad e intensidad en que este tipo de heterogeneidad en la condición obrera se relaciona con la construcción de representaciones y posicionamientos diferentes sobre la propia identidad y el conflicto social, y afecta la solidaridad entre los distintos grupos.

Palabras clave: clase obrera, heterogeneidad social, marginalidad, trayectorias sociales, conciencia social, solidaridad obrera.

 

Abstract

The article explores the intensity of the differentiation between regular manual workers and those that have been unemployed for long periods or inserted in the labor force in extremely precarious conditions in Argentina. A comparative study is used to analyze the way and intensity in which this type of heterogeneity in workers' conditions is related to the construction of representations and positions on identity and social conflict, and affects solidarity between the various groups.

Key words: working class, social heterogeneity, marginality, social trajectories, social awareness, workers' solidarity.

 

La temática de la heterogeneidad obrera atraviesa los estudios sobre las clases sociales y el mundo del trabajo, desde los autores clásicos hasta nuestros días. Este artículo recoge esta temática, desplegándola en el contexto argentino de las últimas décadas.

En Argentina, como en otros países de la región, la década de 1990 se caracterizó por políticas de apertura comercial y financiera, privatización de empresas públicas y cambios en la legislación laboral orientados a la "flexibilización" de las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo. Estas políticas tuvieron como resultado una crisis de empleo inédita para el mercado urbano local. Sobre esto, el quiebre del régimen de convertibilidad —que se expresó en la debacle de 2001— involucró una nueva contracción de los niveles de empleo.

En este marco, nos propusimos explorar la hipótesis de una diferenciación, que pueda ser considerada como sustantiva, entre los trabajadores desocupados, o que tienen inserciones laborales extremadamente irregulares, y el resto de la clase obrera. En particular, en este artículo pesquisamos la manera e intensidad con que este tipo de heterogeneidad en la condición obrera, y especialmente la experiencia del desempleo prolongado, se relaciona con la construcción de representaciones y posicionamientos diferentes sobre la propia identidad y el conflicto social, y afectan la solidaridad entre los distintos grupos.

Para el contexto latinoamericano, el caso argentino presenta algunos rasgos distintivos que definen la particularidad de los sectores sociales objeto de este estudio. En estrecha relación con la forma que asumió la industrialización sustitutiva de importaciones en este país, el mercado de trabajo urbano argentino de la posguerra se había caracterizado por tasas de desempleo relativamente moderadas en comparación con las de otros países de la región. Estos rasgos derivan en que la problemática de la superpoblación relativa que se hace presente en las áreas centrales del país en la década de 1990 no remite centralmente (como sucedió históricamente en América Latina) a poblaciones aún no incorporadas a la producción capitalista o migrantes recientes, sino que involucra también a sectores otrora incluidos, social y políticamente.

Atentos a estas particularidades, en la exploración de nuestra hipótesis incorporamos una mirada diacrónica, partiendo de la reconstrucción y análisis de las trayectorias socio–ocupacionales inter e intrageneracionales de los grupos objeto de nuestro estudio, en la convicción de que para la caracterización social de una determinada posición se debe considerar el contenido de clase de la trayectoria como un todo.1 Antes que como procesos individuales, estas trayectorias fueron entendidas aquí como historias sociales de trabajo, comunes a un determinado segmento (Spilerman, 1977). Nos interesa particularmente la exploración de la relación que pueda establecerse entre estos trayectos de clase y la construcción de formas de conciencia social.

Por otro lado, en el marco de los niveles inéditos alcanzados por la desocupación abierta y la subocupación, los desocupados se incorporaron como protagonistas de la protesta social a través de múltiples organizaciones, utilizando de inicio el corte de ruta como forma de lucha (Spaltenberg y Maceira, 2001). Dicha protesta estuvo en el origen de la puesta en marcha y extensión de una política de asistencia gubernamental a través de planes de empleo que, gestionados en parte por las organizaciones de desocupados, contribuyeron a su vez a su sostén y fortalecimiento numérico.2

Justamente, del amplio conjunto poblacional involucrado en la problemática de la generación de superpoblación relativa, tomamos como objeto específico a los beneficiarios de programas de empleo, quienes aparecían, en el contexto de mayor desempleo abierto, como la personificación de la exclusión social.

Nuestra hipótesis se investigó en un territorio que tradicionalmente era un polo económico nacional, a la vez que escenario privilegiado de los procesos mencionados en esta introducción: el Área Metropolitana. Dada la extensión y heterogeneidad del área en cuestión, nos acotamos al partido de la Matanza, municipio fabril especialmente afectado por el proceso de desindustrialización, que supo ser además el de mayor concentración de beneficiarios de planes de empleo a nivel nacional y epicentro de una de las más significativas vertientes del movimiento de desocupados.

La base empírica del estudio es un conjunto de 70 entrevistas en profundidad, realizadas a varones de entre 18 y 60 años de edad. Se entrevistó a trabajadores beneficiarios de programas de empleo (50 entrevistas), y a un grupo numéricamente menor (20 entrevistas) de trabajadores regulares de la industria manufacturera y de la construcción.3

El artículo se organiza de la siguiente manera. En el próximo punto se reseñan antecedentes bibliográficos relevantes. En el tercer punto se sistematizan, en primer lugar, los rasgos generales de las trayectorias socio–ocupacionales que permiten caracterizar socialmente a los trabajadores incorporados al estudio; en segundo lugar, se introducen las dimensiones abordadas en la investigación y se presentan los agrupamientos construidos a partir de las observaciones realizadas; finalmente se describen los perfiles de trabajadores localizados, que surgen de la articulación de las distintas orientaciones observadas en las dimensiones presentadas anteriormente.

 

ANCLAJES RELEVANTES

Recordemos que el quiebre de la solidaridad y aun el enfrentamiento entre distintos destacamentos de la clase obrera fue tematizado por el mismo Marx en La ideología alemana (Marx, 1975b), y en gran parte de sus escritos políticos (Marx, 1972; 1973; Marx y Engels, 1983), en los que se refiere a la presencia de fracciones que se diferencian "hacia abajo" del grueso de la clase. En estos escritos, el "lumpenproletariado" es tratado como constituido por fracciones "desclasadas", propensas a la cooptación, manipuladas en contra de los intereses revolucionarios de la clase obrera.4

Con respecto al "borde" superior de la clase, en el intercambio de correspondencia que Marx mantiene con Engels aparece ya la preocupación por el surgimiento de una "aristocracia obrera" (Marx y Engels, 1957). Es Engels (1974) quien conceptualiza este punto, advirtiendo sobre la moderación política u oportunismo de esta "aristocracia" y estableciendo una vinculación clave entre las ventajas económicas de la misma y la posición de monopolio industrial de la Gran Bretaña en la que tal fracción emergía. Los elementos centrales de este análisis serían retomados y desplegados por Lenin (1957) en su intento por explicar los alineamientos nacionalistas de los partidos socialistas en la Primera Guerra Mundial. Es esta tesis leninista la que ha permeado todo el debate posterior de las ciencias sociales al respecto. Los operadores involucrados en esta tesis se extienden en las proposiciones leninistas sobre la conciencia corporativa (Hobsbawn, 1978), generalizándose a un estadio de la conciencia obrera del que pueden participar el conjunto de los trabajadores. Al respecto, Lenin consideraba que la lucha puramente sindicalista o economicista no es exclusiva de tal aristocracia sino que, en correspondencia con el desarrollo desigual del capitalismo, tiende a imponerse en los distintos sectores de actividad, fragmentando a la clase obrera (Lenin, 1974: 177).

Pero, como señalara Castel (1997: 358), no fue sino hasta finales de la década de 1970 que el proceso de unificación obrera a través de la toma de conciencia de sus intereses comunes pareció quebrarse "dejando la condición obrera librada a sus disparidades objetivas". En ese escenario, los estudios de los radicales segmentacionistas (Gordon et al., 1986) atribuyeron el origen de la heterogeneidad en la condición obrera a los requerimientos de disciplinamiento social de esa clase por parte del capital en su conjunto. Advirtieron a la vez sobre una diferenciación en la construcción identitaria de los trabajadores insertos en distintos segmentos, con consecuencias adversas para la construcción de su unidad política. En una vuelta de tuerca característica, los estudios de los segmentacionistas neoricardianos (Rubery, 1978) enfatizaron el papel activo de los sindicatos al respecto, advirtiendo que los mismos contribuyen a la creación de mercados internos, al buscar seguridad en el puesto y mayores salarios exclusivamente para sus representados.

En ese periodo se destacaron dos líneas de investigación de especial interés para este estudio.

Por un lado, en el contexto latinoamericano se desarrolló el llamado "debate sobre la marginalidad". En el marco de tal debate, los grupos que se vinculaban con el mercado de trabajo de maneras que diferían de lo que podía ser considerado como una relación salarial plena fueron caracterizados como un ejército industrial de reserva "excesivo", no reab sorbido periódicamente en etapas de expansión del ciclo productivo. La hipótesis central con respecto a sus orientaciones postulaba que los trabajadores marginales tenderían a adherirse "a metas más altas o más bajas" que las típicamente corporativas a las que se orientan los obreros estables. Esto es, "por una parte, se movilizarían en términos de reivindicaciones personales y de corto plazo; pero por otro lado, al carecer de una ocupación estable que les permitiese definir con claridad a su antagonista económico, dado un estímulo adecuado, estarían inclinados a reclamar soluciones del Estado, politizando de inmediato sus aspiraciones" (Nun et al., 1968).

Por otro lado, fue nuevamente debatida en esos años la ya mencionada "tesis de la aristocracia obrera", pero ligada, en este caso, al desarrollo de la fase monopolista de la acumulación del capital. En este contexto, la preocupación era la mayor "integración subjetiva" de los trabajadores manuales en empresas líderes. Goldthorpe et al. (1968) refutaron dicha tesis y concluyeron que la integración a las clases medias no era un proceso en curso, pero localizaron, sin embargo, importantes correspondencias entre la heterogeneidad de la condición obrera y las orientaciones con respecto al trabajo, a la empresa y al conflicto social. Las investigaciones para el caso argentino realizadas en aquel periodo concluyeron que de una inserción diferenciada no se derivaba necesariamente "una redefinición importante de la identidad de clase, ni el cuestionamiento de la solidaridad obrera ni una disminución significativa de la percepción de los conflictos que los oponen a los patrones" (Jelin y Torre, 1982).

Posteriormente, en el contexto de crisis de la década de 1980, el aumento de la desocupación y la pobreza en los países centrales volvió a traer la cuestión del quiebre de solidaridad con respecto a las fracciones más débiles de las clases subalternas. En esa dirección, en un planteo paradigmático que concita adhesión hasta la actualidad, se ha sugerido un supuesto desplazamiento del eje central de explicación del cambio social (esto es, la contradicción capital–trabajo) a una contradicción sis–témica (es decir, entre aquellos que están incluidos y aquellos que están excluidos del sistema) (Bauman, 1982; 2005; Van Parijs, 1989). Por otra parte, entre los autores que abordaron la problemática de la llamada "underclass" en Estados Unidos, se formularon hipótesis diversas con respecto a su papel en el cambio social, postulando que la misma podría activar la conciencia de clase o, por el contrario, contribuir a la conservatización del resto del proletariado (Giddens, 1979; Peterson, 1991).

Más adelante se profundizaría la investigación acerca de la intervención del Estado en la constitución de tal heterogeneidad obrera. Particularmente, Esping–Andersen (1993) postuló que la acción estatal no sólo interviene morigerando las desigualdades, sino que los rasgos del Estado de bienestar, según su configuración, promueven distintas estratificaciones sociales y, en esa dirección, viabilizan u obstaculizan distintas estructuras de conflictos potenciales y distintas articulaciones de la solidaridad social.

Como adelantamos en la introducción, además de la consideración de la segmentación entre las distintas posiciones actuales de los trabajadores, nuestra perspectiva incorpora explícitamente una mirada diacrónica, en el entendimiento de que las clases y las fracciones de clase no se definen solamente por su actualidad y coyuntura, sino también por su historicidad. Para ello partimos de la consideración de las trayectorias personales e intergeneracionales. Estos trayectos son localizados conceptualmente en el nivel de la "experiencia"5 de clase (Thompson, 1979), y se explora la relación entre tal experiencia y la construcción de formas de conciencia social.

Las trayectorias sociales son abordadas no sólo como recorridos biográficos, sino como personificaciones de un proceso de transformación histórica de los regímenes sociales de producción material, pero también de las ideologías que fueron producto (a la vez que condición de posibilidad) para su reproducción. Es esta articulación más amplia la que se expresa a través de marcadas diferencias en las representaciones y orientaciones de las distintas generaciones de trabajadores. Las generaciones funcionan, entonces, a la manera de indicador sintético de un conjunto de procesos económicos, políticos y culturales compartidos, anclados temporalmente y difíciles de escindir en su gran complejidad, que intervienen en la constitución identitaria produciendo configuraciones subjetivas específicas.

Cobra relevancia al respecto el reconocimiento de los contextos históricos que fueron centrales en la socialización política diferencial (Zeitlin, 1967; Jelin y Kaufman, 2001) de estas generaciones y la pesquisa de la dinámica a través de la cual se actualizan en las orientaciones presentes (Maceira, 2005). En este orden de cuestiones, cabe recordar que los estudios ya mencionados sobre heterogeneidad obrera y orientaciones, realizados en Argentina con anterioridad a la última dictadura (Sigal y Torre, 1979; Jelin y Torre, 1982), advirtieron sobre la mediación operada por las agencias de socialización política, particularmente por el peronismo, en la formación de estas orientaciones, y en la homogeneización de las mismas, articulando ideológicamente aquello que era socialmente heterogéneo.6

Coincidimos con Carchedi (1989: 120) en que el estudio de la conciencia de clase no consiste en descubrir su forma inmutable o en ubicar a los sujetos estudiados de acuerdo con un gradiente, sino que su riqueza radica justamente en localizar y analizar sus formas dominantes en circunstancias concretas. El desarrollo de la conciencia, en tanto proceso, asume distintos momentos así como formas culturalmente distintas de articulación, y a esto nos referimos cuando hablamos en este trabajo de formas de conciencia social.

Por último, advirtamos que la articulación entre patrones de trayectorias y formas de conciencia social no será requerida en términos de una correspondencia unívoca a nivel individual. En primer lugar, por el carácter mismo del objeto: en la medida en que lo social participa de lo fortuito, la explicación en sociología es más compleja y supone la posibilidad de encontrar correspondencias más o menos probables en el interior de agrupamientos y no necesariamente en lo que concierne al detalle de las relaciones entre elementos (Piaget, 1986: 48). En segundo lugar, porque cada individuo expresa conjuntos de relaciones sociales, a su vez contradictorias, cuya génesis y desenvolvimiento no se agota ni descifra a escala individual (Gramsci, 1986: 37).

 

NUESTRO ESTUDIO

Breve caracterización social de los trabajadores objeto de este estudio

Las trayectorias de los trabajadores insertos en programas de empleo presentan una heterogeneidad interna que se corresponde con los distintos momentos históricos en que hicieron su ingreso en el mercado laboral, expresándose por tanto en diferencias etarias.8

Entre los beneficiarios mayores de 44 años se destaca la continuidad en la fuerza de trabajo activa y la permanencia en una o más ocupaciones por un periodo relativamente prolongado, sobre todo como asalariados. Por lo menos la mitad de las trayectorias asalariadas pueden ser caracterizadas como relativamente estables, observándose inserciones en empleos formales típicos, permanentes y con los beneficios correspondientes, en establecimientos del sector formal. Se trata en su totalidad de trabajadores manuales, mayormente de calificación operativa, ocupados como obreros fabriles, aunque también, en menor medida, en la construcción, el transporte, la limpieza no doméstica y el comercio. La gran mayoría de los entrevistados de este gran grupo etario ha sufrido un quiebre abrupto de sus trayectorias laborales al perder por despido una inserción ocupacional estable, con antigüedades que oscilan entre los nueve y los 35 años. En casi todos los casos, el punto de inflexión de estas trayectorias fue al menos de dos años antes de realizada la entrevista, con un promedio de cinco años, a partir del cual se inicia un derrotero de precariedad y rotación en actividades refugio hasta changas de subsistencia.

Los entrevistados del segundo gran grupo etario (quienes tienen entre 30 y 44 años) tuvieron una inserción continuada en el mercado de trabajo, mayormente como asalariados, pero por periodos de menor duración, seguidos, en muchos casos, por inserciones cortas como changuistas sin relación de dependencia formal. A pesar de esta mayor rotación, en las trayectorias de todos los entrevistados es posible identificar la permanencia en, al menos, un mismo puesto de trabajo, por un periodo sostenido de por lo menos cuatro años. La mayoría registra aquí una coyuntura de desocupación de más de seis meses en algún momento previo de su trayectoria. La ocupación en la industria manufacturera se observa en poco más de la mitad de los entrevistados. Aparecen, con mayor frecuencia que en la cohorte anterior, ocupaciones en infraestructura y construcción, limpieza no doméstica, gastronomía y hotelería, y comercio minorista. En una parte de esta cohorte es posible establecer un quiebre abrupto que se impone a trayectorias relativamente estables. En otra, los últimos despidos se enmarcan en inserciones que ya venían precarizándose. En todos los casos, sin embargo, el año 2001 aparece como momento significativo a partir del cual se instala la desocupación abierta.

Finalmente, las trayectorias de los beneficiarios más jóvenes contrastan abiertamente con las que, a esa misma edad, tenían los entrevistados mayores. Parte de los mismos son nuevos trabajadores que ingresan al mercado de trabajo como desocupados. Entre quienes han tenido alguna experiencia laboral continuada, la nota saliente es la falta de significación de las ocupaciones fabriles. Por su parte, sólo uno de los padres de estos jóvenes entrevistados ha sido un obrero industrial, ocupación que caracterizaba en términos generales las trayectorias de los beneficiarios más viejos, de quienes es coetáneo.

La incorporación de las trayectorias de trabajadores ocupados a nuestro análisis nos provee de parámetros con respecto a los cuales contrastar los recorridos de los entrevistados desocupados. Se trata de asalariados formales, regulares, insertos en la industria metalúrgica, la textil y la de construcción (sectores escogidos en virtud de su centralidad como empleadores en las trayectorias de los desocupados ya entrevistados y, en este marco, por su heterogeneidad en cuanto a las condiciones laborales).9 Comparando las trayectorias de los beneficiarios con las de estos trabajadores regulares de la región, podemos esquemáticamente señalar que: a) las trayectorias de los ocupados y beneficiarios mayores de 44 años compartían hasta principios de la década de 1990 rasgos generales sustantivos, aun cuando las de los beneficiarios tendían ya a un mayor nivel de rotación; b) los recorridos de parte de los desocupados de la cohorte intermedia compartían rasgos generales con los de algunos ocupados de los sectores menos dinámicos, y especialmente con los de asalariados de la construcción. Estos parámetros los definen como trabajadores de un mercado secundario caracterizado por un régimen de precariedad, imperante en la región en la década de 1990; c) son los jóvenes beneficiarios quienes muestran mayores brechas sociales con respecto a sus coetáneos ocupados, las cuales remiten tanto a sus disímiles logros educativos como a las trayectorias laborales propias y de los jefes de sus hogares de origen.

 

Las dimensiones del estudio

La primera pregunta específica del estudio se refiere a los cambios en la identidad social subjetiva que pueden ocurrir a partir del desempleo prolongado y, en esa dirección, a las correspondencias que pueden establecerse entre la heterogeneidad de la condición obrera y la diversidad de las formas de autoidentificación social.

La segunda pregunta busca explorar los contornos de esta construcción identitaria (la mayor o menor inclusividad que la misma asume en la representación de los trabajadores) y los niveles de solidaridad que se establecen (o no) con los otros grupos o fracciones al interior de las clases subalternas. Al respecto, será particularmente significativo identificar las orientaciones recíprocas entre trabajadores ocupados y desocupados (beneficiarios de programas de empleo) objeto de este estudio. Nos preguntamos entonces si la diferenciación social que se abre actualmente entre los distintos segmentos ha operado debilitando la solidaridad de clase.10

Por último, el principio de identidad se implica con el de oposición. Esto es, la propia identidad social se construye escindiéndose de aquellos grupos sociales que se consideran como alteridad y según sea el carácter que se atribuye a tal oposición. Entonces, se trata de explorar la intensidad que asume, en los distintos grupos estudiados, aquel "sentido de distinción, de separación, de independencia instintiva" del que hablaba Gramsci (1986) y la medida en que el mismo se resuelve o no en este universo en una conciencia del antagonismo social. En esta dirección, nos preguntamos si la situación de desempleo prolongado, y la crisis que tal situación ha significado en la trayectoria de un grupo de nuestros entrevistados, podrían contribuir a, u obstaculizar esta construcción.11

Entendemos que la conciencia debe ser abordada como totalidad, en el sentido en que es el carácter del todo lo que impregna el significado a sus partes. En esa dirección, las dimensiones que discriminamos con fines analíticos no sólo se encuentran imbricadas, sino que sus contenidos se definen recíprocamente.

 

Pertenencia social y autoidentificación

Podemos adelantar que las formas de autoidentificación social de los trabajadores se diferencian según la situación ocupacional actual, pero se vinculan también, de manera más amplia, con las trayectorias sociales como un todo.

Prácticamente todos los trabajadores ocupados definen su identidad en relación al mundo del trabajo. Se pueden observar diferencias en estas representaciones, según la mayor o menor inclusividad de distintos grupos o estratos de la clase en el proceso de identificación de intereses comunes. Al respecto, dos son las representaciones dominantes entre los ocupados: mientras la mitad incluye en esta identificación a todos aquellos que viven de su salario, una proporción algo menor restringe dicha identificación a los trabajadores de su mismo sector de actividad o de su mismo tipo empresa. Son sólo unos pocos entrevistados quienes proponen un tipo de identificación más amplia, que no se restringe a los ocupados y que incorpora al conjunto de los trabajadores (ocupados y desocupados, activos e inactivos).

En contraste, entre los desocupados beneficiarios de programas de empleo, la referencia al mundo del trabajo como autoidentificación pierde su exclusividad y adquieren centralidad otras formas. Básicamente tres son las formas más relevantes que asume la autoidentificación social de los entrevistados desocupados: a) quienes se consideran entre los pobres y/o los humildes de este país (un primer conjunto de veinte entrevistados); b) quienes construyen una representación de su identidad ligada a su pertenencia o exclusión del mundo del trabajo (trece entrevistados);12 c) quienes restringen su identificación a sus vecinos o a los beneficiarios del plan asistencial (seis entrevistados).

Estas dos últimas son las autoidentificaciones que más abiertamente se distancian entre sí, en términos del conjunto de relaciones que involucran como referencia. Una, supone la construcción de una identidad en referencia al mundo del trabajo, mientras que la otra habla de subjetividades marcadas por la exclusión de ese mundo y por las relaciones actuales que se establecen tanto entre los perceptores de subsidios como con relación al Estado. Tienden a ser también expresiones de los desocupados con trayectorias más heterogéneas. En efecto, quienes se identifican con el resto de los trabajadores son personas mayores de 45 años, que han tenido una trayectoria laboral estable como productores de bienes. Por el contrario, quienes se identifican acotadamente con los beneficiarios del plan o con el barrio son exclusivamente personas muy jóvenes, con trayectorias laborales discontinuas o tempranamente frustradas.

Unos y otros (quienes se identifican como trabajadores y quienes lo hacen como beneficiarios de planes) a su vez se diferencian de la representación más frecuente en este universo de desocupados: la que remite al conjunto de "pobres y humildes". En tanto dominante, esta representación se articula con una heterogeneidad social mayor.

Estas autoidentificaciones refieren entonces a pertenencias subjetivas que no son ajenas a la pertenencia social objetiva (presente e histórica) de estos trabajadores. Son, asimismo, representaciones más o menos embrionarias de un territorio social que se considera propio o de iguales. Sin embargo, si bien la identificación de aquellos con los que se comparten intereses y problemas define un campo de solidaridades al interior de esa pertenencia, no implica unívocamente menores niveles de solidaridad con respecto a quienes se encuentran en situaciones que se entienden como diferentes. Sobre estos niveles de solidaridad con respecto a otros grupos de la clase nos detendremos a continuación.

 

Representaciones sobre el desempleo y la pobreza. Solidaridades entre grupos

Los ocupados y los desocupados se diferencian de manera relevante en sus maneras de entender las causas de la pobreza y la desocupación.

Entre los desocupados, siete de cada diez consideran que la pobreza y la desocupación son efectos sociales causados por malas políticas del gobierno (en la mitad de los entrevistados)13 o por la acumulación de riquezas de otros grupos sociales.14

Un conjunto mucho menor expresa cierta naturalización o más bien una falta de problematización sobre las causas de la propia situación, mientras que sólo marginalmente se apela a explicaciones que tienden a culpabilizar a los mismos pobres o a sacralizar la pobreza.

Por su parte, entre los ocupados adquieren relevancia las respuestas que culpabilizan a los mismos grupos desaventajados. Para la mitad, la supuesta falta de predisposición para el trabajo pasa a ser un elemento central en la explicación.15 La responsabilidad de los gobiernos nacionales es también importante entre las explicaciones de los ocupados, aunque su presencia es menor, y se observa no tanto como un posicionamiento general sino como una crítica a políticas específicas.16 Algunos pocos ocupados hacen referencia a un problema económico estructural, si bien en estos casos, las explicaciones tienden a ser convencionales y de tipo circular.

Los trabajadores ocupados y los desocupados son vecinos de las mismas localidades, a veces hasta de los mismos barrios, y comparten, como tales, espacios geográficos y sociales. Sin embargo, la referencia espontánea a los desocupados por parte de los ocupados raramente se hace en términos personales. Por el contrario, "los desocupados" son considerados mayormente en sus identidades de "piqueteros" y de perceptores de "los planes". Identidades respecto de las cuales los ocupados difícilmente muestran una solidaridad activa.

Seis de cada diez ocupados se posicionaron abiertamente en contra de la política de asistencia gubernamental a los desempleados, mientras que una mayoría absoluta de los ocupados se opuso espontáneamente a la forma que han asumido las acciones de lucha de las organizaciones de desocupados durante el periodo.17

La solidaridad que se hace presente acotadamente entre los ocupados, se abre paso a costa de desarticular estas identidades de los desocupados como piqueteros y/o beneficiarios de planes sociales. En esa dirección, las expresiones solidarias que pueden apreciarse involucran mayormente las siguientes restricciones: a) se dirigen a los desocupados en términos individuales y no como actores sociales o políticos; b) se dirigen a determinados desocupados en términos corporativos, entendiendo que la solidaridad activa corresponde exclusivamente con aquellos que se identifican a partir de la pertenencia a un mismo sector de actividad; c) se expresan imponiendo las propias metas, y en forma condicionada a determinadas formas de acción. Estas operaciones suelen aparecer combinadas en el discurso de los entrevistados.

Un ejemplo del primer tipo de operación es el que se observa entre quienes proponen la instrumentación de bolsas de trabajo (mayormente por parte de los sindicatos). Un ejemplo del segundo tipo de razonamiento es el que se hace presente entre los ocupados que critican la falta de acción de los propios sindicatos en relación con los desocupados y proponen que cada sindicato debería organizar y preocuparse por sus propios desocupados. En estos casos, la solidaridad activa no sólo se restringe a quienes provienen del mismo sector, sino a reivindicaciones estrictamente corporativas y, en algunos casos, expresamente a acciones gremiales que excluyen las medidas de acción directa.18

En tercer lugar, un hipotético apoyo a los desocupados acompañado, sin embargo, de la impugnación de sus metas y formas de lucha reales, es el que esgrimen aquellos ocupados entre quienes —como referimos anteriormente— opera con fuerza la responsabilización de los propios desocupados por su situación; en estos casos, la solidaridad se restringe a aquellos trabajadores que "demuestran" que no faltan a lo que se considera el imperativo moral del trabajo.19

De lo analizado podemos entonces concluir que, al menos en ausencia de políticas obreras que vayan en dirección opuesta, la segmentación del mercado de trabajo logra debilitar la solidaridad de la clase en su conjunto, lo que se expresa en una solidaridad acotada por parte de los segmentos más favorecidos con respecto a los más desaventajados.

A su turno, entre los desocupados entrevistados, la expectativa de recibir apoyo proveniente de los trabajadores ocupados es mesurada: 65% de los desocupados entrevistados creen que los trabajadores ocupados se solidarizan con ellos. En el resto encontramos quienes advierten con distintos énfasis el rechazo activo a sus métodos de lucha y la estigmatización de la que son objeto.20

Las limitaciones de los apoyos esperados no determinan, sin embargo, los niveles de solidaridad con que los desocupados se orientan hacia los trabajadores ocupados en lucha: más de ochenta por ciento de los desocupados presenta un apoyo activo hacia los reclamos de los ocupados. La solidaridad es casi total entre los beneficiarios de 45 años y más y se funda, en mayor medida que en el resto de los desocupados (aunque no exclusivamente), en un principio de pertenencia social común.21 Entre los desocupados más jóvenes y los de la generación intermedia, la solidaridad es un poco menos intensa, pero igualmente dominante. En estos casos, las razones esgrimidas desplazan relativamente la idea de pertenencia al mismo grupo social, y se relacionan fundamentalmente, o bien con una reciprocidad posible y deseada, o bien con la preservación de la fuente de trabajo de los ocupados, para evitar engrosar las propias filas del ejército de reserva.

 

Antagonismo social

Adelantamos ya una última pregunta: si la diferenciación entre las situaciones de estos trabajadores (particularmente, la experiencia del desempleo prolongado) involucra formas e intensidades distintas en la percepción de los conflictos sociales y en el posicionamiento al respecto.

Tomando como referencia las áreas más cercanas a la propia experiencia del trabajador (tales como la relación obrero–patronal en una empresa), casi la mitad de los ocupados y poco más de cuatro de cada diez desocupados tienden a localizar intereses opuestos entre obreros y patrones, evaluando que los mismos están —en lo que a esta escala de consideración se refiere— "en veredas opuestas".

Pero sabemos (Jelin y Torre, 1982; Nun, 1984) que de la representación de intereses divergentes en el ámbito de la empresa no debe derivarse, linealmente, una representación de la estructura social como un todo intrínsecamente contradictorio.

Al respecto, la mitad de los trabajadores de este universo (ocupados y desocupados) considera que el origen de la riqueza remite a la explotación de los trabajadores y/o más ampliamente, a la expropiación del pueblo en su conjunto.22

La otra mitad expresa representaciones variadas que no presuponen un orden social intrínsecamente contradictorio. Entre éstas se cuentan, en primer lugar, aquellas que localizan la acumulación de capital en el trabajo y el esfuerzo del propio capitalista. En segundo lugar, una visión típicamente funcional de las relaciones entre clases sociales: en ésta, se torna observable que la ganancia de los patrones depende del trabajo obrero, pero se interpreta este hecho no en términos de explotación, sino más bien de distribución de roles.23

Finalmente, encontramos conceptualizaciones según las cuales los ricos o los empresarios hicieron su fortuna con base en la corrupción, el tráfico de influencias, su relación con los gobiernos de turno o bien no pagándole a los obreros lo que les corresponde, pero interpretando esto último como una conducta delictuosa particular, más que como el orden normal de las cosas en el capitalismo. Estas últimas interpretaciones, que tienen en común la apelación a cierta ruptura normativa a la hora de explicar la acumulación de capital, no consideran las relaciones entre clase sociales como intrínsecamente contradictorias o explotadoras. Parafraseando a Barrington Moore (1989: 449), lo que aquí parece cuestionarse es "la violación de un contrato" preexistente, pero este cuestionamiento no se hace desde la diferenciación con ese orden normativo, es decir, desde un principio de autonomía.24

Estas interpretaciones suponen definiciones diferentes del conflicto social. Mientras los trabajadores antagonistas definen sus posiciones en términos de las relaciones entre las personificaciones del capital y el trabajo, éstas tienen una relevancia secundaria para quienes expresan interpretaciones no antagónicas, dado que no es en torno a las mismas que entienden las diferencias sociales sustantivas. En esta dirección, la interpretación que localiza el origen de la riqueza en la corrupción y/o en las vinculaciones de los empresarios con el aparato del Estado se articula en muchos de estos trabajadores con una referencia privilegiada al gobierno como causante de los problemas sociales fundamentales, definiendo a partir de este eje (y no en términos de las relaciones de clase) a su adversario social.

Tomados conjuntamente los posicionamientos de los trabajadores en las distintas escalas de las relaciones obrero–patronales ya mencionadas, observamos que sólo uno de cada tres entrevistados tiene una representación consistentemente antagónica de las relaciones entre clases sociales. Esta observación puede realizarse tanto para los ocupados como para los desocupados. Por lo tanto, no sería posible concluir que el desempleo prolongado y aun la participación en organizaciones sociales necesariamente contribuyan a desencadenar, de por sí, un proceso de radicalización. Ocupados y desocupados se muestran como grupos orientados de manera internamente heterogénea en esta dimensión. Es nuevamente la consideración de las diferencias etarias la que introduce una clave de inteligibilidad al respecto. Volveremos sobre esto, en el próximo apartado, al describir los perfiles presentes en el área.

 

Configuraciones dominantes y perfiles generacionales

Así como los distintos tipos de trayectorias se recortan según la edad de los trabajadores, no es sorprendente que la consideración de estos grupos etarios descubra patrones y articulaciones en el campo de las representaciones y posicionamientos de los trabajadores de este universo. Entendemos que este conjunto de correspondencias nos habilita a pensar en lo que llamaremos perfiles generacionales.25

 

Los trabajadores de 45 años y más

Señalamos que una porción importante de los beneficiarios mayores han compartido con los ocupados de sus mismas cohortes las experiencias que dan lugar a la estructuración inmediata de la clase obrera. Lo dicho se expresa también en una relativa comunidad de la matriz con las que estos hombres interpretan estas experiencias pasadas y presentes, lo que permite observar configuraciones comunes a ocupados y desocupados beneficiarios.

La pertenencia obrera objetivamente más intensa de estas cohortes se expresa en una conciencia mayor de su identidad como trabajadores, del papel de los mismos en la sociedad capitalista y de su necesidad de una defensa colectiva de sus intereses comunes. En esa dirección, se hace presente con mayor claridad (tanto entre ocupados como entre desocupados) lo que entendemos como un principio de separación social (Gramsci, 1986) entre dominantes y dominados, que puede asumir la forma de una autodiferenciación social positiva y conjugarse incluso, en algunos casos, con una mayor autonomía con respecto a quienes detentan el poder social.

Dos perfiles son los dominantes en estas cohortes, expresándose tanto entre ocupados como entre desocupados —con las especificidades de su situación actual— y con igual intensidad en el interior de cada grupo.

El primer perfil es el de los trabajadores que entienden las relaciones entre el capital y el trabajo en términos contradictorios. Esto involucra un conjunto de explicaciones con respecto a las causas actuales de la desocupación y la pobreza: estos trabajadores tienden a considerar que la pobreza de muchos es producto de la riqueza de pocos, excluyendo la culpabilización de los pobres y desocupados. Los desocupados incorporan a otras clases sociales como causantes de la actual situación social, mientras que los ocupados apelan mayormente a las políticas económicas. A la vez, tanto los ocupados como los desocupados de este perfil muestran una fuerte identidad sindical: suelen ser críticos de las conducciones gremiales, pero reivindican la importancia que tienen los sindicatos para los trabajadores y priorizan decididamente la acción colectiva a la hora de plantear sus demandas.

En sintonía con esto último, entre los ocupados de este perfil encontramos el más alto nivel de solidaridad con los desocupados que se ha hecho presente en este estudio. Como contrapartida, los desocupados de este perfil muestran un alto nivel de solidaridad con las luchas gremiales de los trabajadores ocupados, operando en los mismos un principio de identificación (por pertenencia común) con aquéllos.

Asimismo, entre los desocupados con este perfil localizamos la configuración más consistentemente radical, en términos de su antagonismo de clase, de todo este universo. Son estos desocupados quienes, a pesar de los años transcurridos en situación de desempleo, tienden a continuar significando su identidad a partir de su relación con el mundo del trabajo y muestran además la convicción sobre la necesidad de construir organizaciones de trabajadores independientes de la tutela de otros grupos sociales. Los mismos experimentan en mayor medida la injusticia social a la que están sometidos y expresan juicios menos matizados con respecto al carácter contradictorio de las relaciones entre clases sociales. Esta conjugación entre autoidentificación como trabajadores, reivindicación positiva del principio de separación entre clases, orientación a la acción colectiva e interpretación del orden social como contradictorio, no volverá a presentarse. En la mayoría de estos casos, dicha orientación aparece como construida a lo largo de la vida laboral de estos hombres, y la actual situación de desempleo no parece operar significativamente al respecto. Aunque presentes, son menos los casos en los cuales esta radicalización es disparada por el quiebre de trayectoria y la participación en los movimientos de desocupados.

Por otro lado, el segundo de los perfiles observados entre los ocupados y desocupados de 45 años y más tiende en mayor medida a una visión de las relaciones entre el capital y el trabajo como no contradictorias, e incluso como armónicas.

Ocupados y desocupados participan de un posicionamiento positivo con relación a los sindicatos y la acción colectiva, pero sus valoraciones al respecto no tienen la fuerza que presenta el perfil anterior. Esto es, los trabajadores actualmente ocupados con este perfil priorizan la acción colectiva como método de resolución de conflictos, pero esperan, tanto de los sindicatos como de la buena disposición de los patrones, una mejora en las condiciones de vida de los trabajadores. Por su parte, los desocupados de este perfil, si bien no presentan una orientación antisindical, valoran su papel en menor medida que el resto de los desocupados de estas cohortes y tienen una expectativa también menor con respecto a los mismos. Estas expectativas menores redundan en un menor nivel de criticismo con respecto a las dirigencias sindicales actuales.

En la explicación del desempleo y de la pobreza, los ocupados con este segundo perfil incluyen factores políticos y socioeconómicos, pero también recurren a la responsabilización de los propios damnificados. Tienen con los desocupados una solidaridad "corporativa", esto es, restringida a los despedidos del mismo sector, o bien condicionada al reclamo por fuentes de trabajo. Los desocupados con este perfil se identifican en mayor medida con los pobres y los humildes y se caracterizan por una menor problematización sobre las causas de su actual situación, lo que se expresa en respuestas convencionales.

En los dos perfiles delineados para estas cohortes es posible identificar un conjunto de rasgos que parecen remitir a una matriz común, aun cuando en el segundo aparezcan desleídos los componentes clasista y corporativo que reconocíamos en sus coetáneos. Este desleimiento se corresponde además con una menor problematización de lo social en general y con cierto repliegue de sus áreas de relevancia a su ámbito de sociabilidad específico.

En este subuniverso de las cohortes más antiguas, la adhesión peronista es prácticamente excluyente. En contraste con lo que ocurrirá entre los más jóvenes, no se observan aquí diferencias entre ocupados y desocupados al respecto, si bien pueden advertirse diferentes intensidades en cuanto a los distintos significados atribuidos a la experiencia peronista. Entendemos que ésta ha sido relevante en términos de la modelación de esta matriz cultural común a través de la cual los viejos trabajadores significan la propia identidad y el conflicto social.26

 

La generación intermedia

A pesar de la diversidad de sus trayectorias sociales, localizamos también aquí tendencias comunes en las configuraciones subjetivas de ocupados y desocupados, cuyas particularidades nos hablan de la importancia de ciertos contextos sociales y políticos compartidos, en la formación de sus orientaciones.

Se observan en esta cohorte formas de representación de la estructura y el conflicto social que desplazan la importancia que el clivaje de las clases sociales tuviera en las interpretaciones de las cohortes anteriores. Los entrevistados de esta generación tienden a entender la estructura social como un sistema de jerarquías, y la relación entre las clases, como posiblemente armónica. El rasgo característico de esta cohorte es que toda autonomía con respecto a quienes detentan el poder social aparece como ajena a sus orientaciones, y aquel principio de separación social que se hiciera presente (aunque con fuerza diversa) en las cohortes anteriores aparece aquí especialmente desdibujado.

Es entre los entrevistados de esta cohorte que se abre paso con mayor fuerza otro tipo de explicación con respecto al origen de la riqueza, reseñada ya anteriormente: los ricos o los empresarios hicieron su fortuna con base en la corrupción, el tráfico de influencias, su relación con los gobiernos de turno o, en menor medida, no pagándole a los obreros lo que les corresponde. Nuestra hipótesis interpretativa al respecto es que esta forma en que se pone de manifiesto el origen de la riqueza correspondería con una etapa de dominancia de valorización financiera del capital, etapa en la que estos trabajadores han realizado su experiencia sustantiva como adultos. En ese marco, la corrupción no ha sido un agregado coyuntural, sino que se transformó en un factor intrínseco al patrón de acumulación dominante, mediante el cual se articularon el capital oligopólico y el sistema político, sellando la creciente intervención directa que ejercen los grupos económicos concentrados en la definición de las políticas públicas (Basualdo, 2001). A su vez, es probable que las apelaciones a la lucha contra la corrupción, en torno a las cuales se aglutinó la oposición moderada al menemato, actuaran en el sentido de una articulación y reforzamiento de este discurso.

Asimismo, la pérdida de gravitación política del movimiento obrero en las últimas décadas (consecuencia de los relativamente más cercanos cambios en el mercado de trabajo, pero también de la derrota del movimiento popular infligida por la última dictadura militar argentina) se expresa a su vez en el nivel de la configuración subjetiva de estos trabajadores, en procesos regresivos en cuanto a la construcción y diferenciación de sus intereses corporativos.

Para los desocupados de esta cohorte, lo dicho se articula con el corrimiento de la referencia al mundo del trabajo como contexto a partir del cual significar la propia identidad (en tanto la identificación con los pobres y humildes es excluyente). Al tiempo que, como comentamos, se desplaza en esta cohorte una interpretación clasista del cambio social, sus acciones se orientan más directamente hacia el Estado, pero estableciendo bajos niveles de autonomía social con respecto al mismo, en la medida en que se prioriza el papel del gobierno por sobre el de las organizaciones sociales en la construcción de mejores condiciones para los sectores populares.27 En esa dirección, su vinculación con las organizaciones de desocupados aparece como más claramente instrumental, acotándose a la medida que consideran necesaria para la obtención del beneficio del plan.

Al respecto y por su parte, si bien para los trabajadores ocupados el cambio generacional no supone un desplazamiento de la propia identificación con relación al mundo del trabajo, sí involucra una disolución del principio de separación entre clases y una erosión del componente corporativo que operaban en las cohortes anteriores. A diferencia de sus coetáneos desocupados, los ocupados de esta cohorte reconocen la colaboración de los sindicatos en la defensa de los intereses económicos de los trabajadores, pero en el planteo y resolución de conflictos obrero–patronales se orientan tanto hacia la acción individual como hacia la colectiva (en una equiparación totalmente ajena a las cohortes anteriores) y rehuyen el uso de las medidas de fuerza.

Entre estos ocupados podemos delinear dos perfiles que, si bien comparten los rasgos ya señalados, se diferencian en lo referido a la caracterización de su situación laboral inmediata y, fundamentalmente, a su relación con los otros grupos dentro de los sectores populares.

El primer perfil es el de quienes muestran una relativa conformidad y confianza con respecto a su inserción y su futuro ocupacional, y un alto nivel de involucramiento técnico en su trabajo. A pesar de interpretar en última instancia el orden social como armónico, no dejan de encontrar el origen de la desocupación y la pobreza en causas políticas y económicas de las que no responsabilizan a los mismos desocupados, mostrando con éstos algún tipo de solidaridad. Este perfil es el que presentan tendencialmente los trabajadores metalúrgicos de esta cohorte.

El segundo perfil es el de quienes presentan una gran disconformidad con su situación actual de trabajo. Disconformidad que se dirige hacia la patronal, no en términos del cuestionamiento de un orden de relaciones que consideran ilegítimo, sino en términos de una demanda de cumplimiento de las obligaciones que los mismos deben atender, en el marco de relaciones que se entienden como de dependencia recíproca. Expresan una ética del esfuerzo e interpretan, consistentemente, que una de las causas fundamentales de la desocupación es la poca disponibilidad de los desocupados para el trabajo, con los cuales se muestran especialmente poco solidarios. Éste es el perfil que presentan tendencialmente los trabajadores de las industrias menos dinámicas de esta cohorte, afectadas por procesos críticos que comprometieron en mayor o menor medida la inserción ocupacional de estos entrevistados.

Por otro lado, tanto los ocupados como los desocupados de esta cohorte expresan una definida orientación cívico–democrática, que se expresa en una oposición a las experiencias políticas autoritarias, una condena bien informada a las violaciones de los derechos humanos en nuestro país y, en términos generales, un alto nivel de incorporación de la esfera pública como área de relevancia en sus prácticas de razonamiento. Pensamos que ni esta orientación con respecto a distintos tópicos del ámbito político ni su peculiar conjugación con las representaciones y posicionamientos respecto del resto de las dimensiones de lo social analizadas son ajenas al periodo formativo de esta generación. Se trata, como comentamos, de quienes experimentaron su socialización política durante la llamada "transición democrática", contexto en que justamente la reivindicación de los valores democráticos y el respeto por los derechos humanos fueron el eje central de la agenda política, pero en el que primó una concepción procedimentalista de la democracia, desembarazada a la vez de las condiciones económicas y sociales que suponía su puesta en marcha (Nun, 2000). En este perfil "ciudadano" la relevancia de un ámbito político parece incorporarse de forma relativamente autónoma, desplazando no sólo la observabilidad del carácter social de tal ciudadanización sino también la reivindicación corporativa de los derechos sociales, sin proveer, en resumen, una clave de lectura para la dominación social.

 

Los más jóvenes

Entre los ocupados y los beneficiarios más jóvenes se pronuncian los niveles de heterogeneidad social, en función de los atributos de sus inserciones ocupacionales anteriores y las trayectorias socio–ocupacionales de los jefes de los hogares de origen, y se diferencian también las orientaciones y representaciones sociales.

Los jóvenes ocupados entrevistados se caracterizan mayormente por una representación no antagonista de las relaciones entre clases sociales. Entre los mismos, se prolonga la presencia de rasgos ya delineados para los ocupados del grupo etario anterior, a la vez que se va delineando incipientemente un perfil diferente. Este último se expresa en aquellos que vuelven a valorizar la importancia de las organizaciones de los trabajadores con mayor autonomía social y se muestran partidarios de la acción colectiva, pero ahora localizada a nivel de la planta. Si bien es prematuro cerrar conclusiones al respecto, podríamos hipotetizar que estamos frente al desarrollo embrionario de una orientación corporativa, pero antiburocrática.

Por su parte, los perfiles de los desocupados más jóvenes expresan una importante discontinuidad con respecto a los desocupados de la generación intermedia.

Entre los jóvenes beneficiarios se hace presente, en muchos casos, una fuerte experiencia de las diferencias sociales. Esta experiencia es la que se juega en los espacios públicos antes que en los lugares de trabajo (si bien no los excluye), significándose las diferencias en clave de discriminación o exclusión y no en términos de explotación. Esta significación contrasta con lo observado entre los trabajadores más viejos, quienes hacían presente este principio de separación también en forma intensa, pero lo leían desde otra clave de interpretación. Esta significación se corresponde con la posición actual de estos desocupados en tanto oprimidos en general antes que estrictamente explotados a través de la apropiación por el capital de los frutos de su trabajo (Nun, 2001). De esta experiencia parece derivarse más el resentimiento que la reafirmación positiva de una identidad alternativa. En este sentido, nuestro trabajo parece apoyar lo que señalan los textos clásicos en esta materia, cuando se enfatiza que sin una experiencia de agregación y formación de intereses, los sectores subalternos pueden experimentar fuertemente las barreras sociales, pero más en términos de "una jerarquía de órdenes que bajo la forma de un conflicto de clases" (Touraine y Pecaut, 1966).28

A la vez y en este marco general, entre los jóvenes desocupados pueden delinearse dos perfiles distintos.

El primero es el de aquellos que tienen una representación no contradictoria de la estructura social. Estos jóvenes son quienes parecen tener una subjetividad más ligada a la recepción de asistencia gubernamental y en esa dirección una construcción identitaria, producida de cara al Estado, que expresa niveles menores de autonomía social. Estos desocupados no presentan una orientación abiertamente antisindical (en tanto entienden que los sindicatos podrían colaborar en mejorar su propia situación); sin embargo, sólo la tercera parte estaría de acuerdo con formar un sindicato de desocupados. Tampoco se orientan en contra de la acción colectiva (y participan en las marchas y los cortes de ruta); sin embargo, parecen adherirse en la medida en que es estrictamente necesario para la obtención del beneficio, en tanto que prácticamente no concurren a las reuniones organizadas por las organizaciones de desocupados. Son quienes expresan en sus representaciones lo que podríamos considerar un mundo más restringido de relaciones sociales, tanto al reducir su ámbito de identificación a los beneficiarios del plan o el propio barrio, como al no incorporar la esfera pública como área de relevancia en sus prácticas de razonamiento. Será oportuno mencionar aquí que este subgrupo está formado en mayor medida por quienes prácticamente no han tenido ninguna experiencia laboral anterior.

En segundo lugar, algunos jóvenes, que participan más activamente en las organizaciones territoriales, van elaborando una visión más conflictiva de las relaciones sociales y desarrollan embrionariamente márgenes más amplios de autonomía social. Esta mayor autonomía se prolonga en una revalorización de la acción colectiva en el interior de las organizaciones sociales. Probablemente en este caso, su orientación antagonista se conjuga con su juventud, por lo cual este subgrupo es el que se muestra más activo dentro de las organizaciones de desocupados. Si bien, como señalamos, la característica general de los jóvenes es su débil vinculación anterior con el mercado de trabajo, es en este subgrupo donde se encuentran aquellos desocupados que han tenido alguna permanencia como ocupados de dos años y más.

 

CONSIDERACIONES FINALES

Apuntábamos en los antecedentes que los grupos con una débil vinculación con el mundo del trabajo han sido considerados, según las distintas perspectivas, como manipulables, heterónomos, políticamente disruptivos o potencialmente revolucionarios. De estas miradas encontradas no ha escapado el movimiento de desocupados de Argentina.

Al respecto, en nuestra exploración localizamos ciertamente un núcleo de beneficiarios que experimentan con peculiar intensidad la injusticia social y expresan una configuración consistentemente radical en términos de su antagonismo de clase. Sin embargo, no es posible concluir en términos generales que el desempleo prolongado y aun la participación en organizaciones sociales contribuyan necesariamente a desencadenar un proceso de radicalización. Observamos más específicamente que el desempleo prolongado opera en las representaciones y orientaciones de los trabajadores, pero sus efectos son distintos según las trayectorias sociales previas de los desocupados.

Para los desocupados de las cohortes más antiguas, las formas en que actualmente se representan a sí mismos y las relaciones con otros grupos sociales, y se orientan al respecto, mantienen claras líneas de continuidad con matrices interpretativas construidas con anterioridad a la actual desocupación. Asimismo, en la cohorte intermedia y las mayores fue posible localizar tendencias comunes en las configuraciones subjetivas de ocupados y desocupados, cuyas particularidades nos revelaron la importancia de ciertos contextos sociales y políticos compartidos en la formación de las orientaciones de cada generación.

En el otro extremo, entre los beneficiarios más jóvenes, el desempleo prolongado y la asistencia estatal tienen efectos más sustantivos en su construcción identitaria, justamente porque están operando en un periodo formativo para esta generación. Con respecto a estos últimos, las observaciones realizadas sobre los jóvenes con efímera experiencia laboral vuelven a advertir que la incorporación al mundo del trabajo es necesaria para transformar orientaciones personales en acción colectiva e incluso para la posibilidad misma de construcción de una conciencia de intereses comunes. Por su parte, las organizaciones de desocupados adquieren especial relevancia como contexto actual de socialización política de estos jóvenes beneficiarios. Estas organizaciones sostienen un espacio intergeneracional que supone el rescate de los mismos del "mundo privado" al que los confina su débil vinculación tanto con el mercado de trabajo como con el sistema educativo.

Para finalizar, señalábamos también que la bibliografía internacional discutía los efectos que la presencia de estos grupos desaventajados tiene en la formación de las orientaciones del resto de la clase y en la unidad de la misma. Esto es, si tal presencia contribuía al predominio de actitudes conservadoras y/o economicistas entre el proletariado o, por el contrario, actuaba como un foco de agitación de la conciencia de clase. En el caso estudiado, esto último parece poco probable. De lo analizado en este trabajo, podemos concluir que, al menos en ausencia de políticas obreras que vayan en dirección opuesta, la segmentación del mercado de trabajo logra dividir a los trabajadores, lo que se expresa en una solidaridad acotada por parte de los segmentos más favorecidos con respecto a los más desaventajados de la clase.

 

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NOTAS

* Este trabajo forma parte de la tesis doctoral "Heterogeneidad obrera y conciencia social: una aproximación a los trabajadores del conurbano bonaerense". Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Buenos Aires. La autora agradece los comentarios de Rosalía Cortés.

1 Wright (1994) hace esta sugerencia particularmente para el caso de los desempleados temporarios, retomando la noción de trayectoria de clase pergeñada por Daniel Bertaux.

2 Durante el gobierno de Carlos Menem (1989–1998) se pusieron en marcha más de 20 programas, entre los que destaca el Plan Trabajar, con duración y cobertura mayores que el resto. Tras la crisis de 2001, el gobierno transitorio de Eduardo Duhalde instrumentó el programa Jefas y Jefes de Hogar Desocupados, que otorgaba una contribución económica mínima a los jefes de hogar desempleados con personas a su cargo. El número de beneficiarios alcanzó aproximadamente 2 200 000 en 2003, momento en que su financiación involucraba alrededor de 1% del PIB (Golbert, 2004).

3 En este estudio las formas de conciencia social se pesquisaron en sus manifestaciones individuales, en acciones verbales y no verbales registradas a través de la entrevista en profundidad. En la construcción del instrumento utilizado, se incorporaron sugerencias teórico–metodológicas provenientes tanto de estudios sociológicos anteriores que indagaron las orientaciones obreras mediante la entrevista (Touraine y Pecaut, 1966; Jelin y Torre, 1982; Nun, 1984) como de otros campos disciplinarios, tales como el examen clínico piagetiano (Piaget, 1984) y la historia oral (Passerini, 1987; Portelli, 1997). El dispositivo resultante favoreció una entrevista que seguía los lineamientos de una historia de vida, en el curso de la cual se presentaron situaciones y preguntas, a partir de las que se desarrolló un diálogo abierto, con repreguntas. Las entrevistas tuvieron una extensión de entre una y dos horas y media. La estrategia metodológica diseñada supuso el análisis pormenorizado de las entrevistas en profundidad y luego su tratamiento conjunto, orientado a la búsqueda de patrones relativos tanto a las trayectorias socio–ocupacionales como a las representaciones y orientaciones, que permitieron reconstruir, exploratoria e hipotéticamente, perfiles presentes en el área en estudio. Los señalamientos que se hacen se basan en la observación del conjunto de las acciones discursivas, agrupándolas según las características que en cada caso se indican. Aun cuando se trata de un estudio de caso, tanto para fundamentar la pertinencia de las observaciones como para señalar la intensidad con que se presentan, se hace referencia a las correspondientes cuantificaciones. Asimismo, con el objeto de ejemplificar las formas en que se expresan las representaciones y posicionamientos localizados, se presentan citas textuales de los dichos de trabajadores individuales.

4 Marx volvería a ocuparse de los contingentes más débiles de la clase obrera en los Grundrisse (Marx, 1971) y en El capital (Marx, 1975a), escritos en los que el lumpenproletariado se incorpora a un elenco más amplio, pero en ocasión del tratamiento de las formas y funciones que adopta la superpoblación relativa y su relación con la dinámica del capital.

5 Es en la obra de E. P. Thompson que el concepto de "experiencia" adquiere relevancia, entendida como el "medio por el cual los hombres y las mujeres convierten las determinaciones objetivas en iniciativas subjetivas". Asimismo, Perry Anderson (1985) ha problematizado este concepto en una dirección con la que coincidimos al anotar que la experiencia no siempre inspira una conclusión cognoscitiva y/o moralmente válida.

6 La impronta de esta hipótesis sería retomada en estudios más recientes, en los que se considera que "la experiencia popular todavía se refleja a través de un conjunto fuertemente homogéneo de representaciones", insistiendo en "el peso predominante de las categorías políticas sobre las categorías sociales en Argentina" (Martuccelli y Svampa, 1997: 21).

7 Para una caracterización sociodemográfica general de los beneficiarios véase: Jalan y Ravallion, 1999 y MTEySS, 2004; para un análisis en profundidad de estas trayectorias y de la dinámica de inclusión/exclusión de los beneficiarios de planes en la etapa de reactivación véase Maceira, 2009.

8 La distribución etaria de los beneficiarios entrevistados fue la siguiente: veinte tienen 45 años y más; catorce entre 30 y 44 años, y trece, menos de 30 años.

9 La distribución etaria de los entrevistados ocupados fue la siguiente: nueve tienen 45 años y más; siete tienen entre 31 y 44 años de edad, y cuatro son menores de 30 años.

10 En estrecha relación con las anteriores, la tercera dimensión de este estudio ha sido el nivel de desarrollo diferencial de la llamada tradicionalmente "conciencia corporativa" en ambos grupos, esto es, la intensidad que puede asumir la construcción y defensa de intereses comunes. Los resultados generales observados al respecto no serán detallados en esta comunicación por razones de espacio, incorporándose directamente en la construcción de los perfiles dominantes en el siguiente apartado de este artículo.

11 A este respecto, y para evitar lecturas erradas, es pertinente discriminar con clari dad el alcance de nuestras observaciones. Los desocupados participan en acciones colectivas involucrándose en confrontaciones sociales cuyo carácter objetivo no estamos dirimiendo aquí. Nuestra indagación se localizó en el nivel de la subjetividad obrera, preguntándonos en todo caso en qué medida estas acciones se articulan en un proceso a través del cual estos trabajadores llegan a entender las relaciones de poder en términos de una confrontación que tiene carácter de clase. Se trata, por tanto, de dos niveles distintos de la cuestión: la acción y la conciencia de la acción (Marx, 1975a; Piaget, 1976; Marín, 1995).

12 Ya sea considerando entre sus iguales al resto de los trabajadores u obreros o bien a los que no tienen trabajo, a los desocupados.

13 La siguiente cita ejemplifica esta posición:

—Esto todo por las malas gobernaciones, porque quedamos sin nada, vaciaron al país, las malas organizaciones, los malos negocios de los gobiernos, llevaron toda la plata para afuera, que privatizaron, que afanaron con las empresas que privatizan, si no les convienen no van a comprar, entonces el gobierno hace un tratado, lo vende todo y nos quedamos sin nada.

14 Ejemplos de este tipo de respuestas pueden leerse en lo siguiente:

—¡Es el capitalismo salvaje!, el capitalismo, desde que yo me doy cuenta. Incluso vivimos en una democracia y no somos libres, prácticamente vivir así es una esclavitud.

—Mire, no asumen el porcentaje que tienen que asumir ellos, por eso es el estancamiento que hay, el culpable de todo esto es el capitalismo, y en una parte el gremialismo y después la inocencia del pueblo.

15 Ejemplos de este tipo de respuesta son:

—Ahora en este momento hay gente desocupada porque no quiere trabajar, porque si vamos al caso, en este momento hay trabajo para todos...

—Pero hay mucha gente que ya está acostumbrada a no trabajar, que ya nacen para ser ladrones.

16 Ejemplos al respecto:

—Algo de lo que ayudó mucho fue haber abierto las exportaciones, sin hacer un plan previo, por lo que podría suceder por la falta de competencia de las empresas argentinas con las extranjeras.

—Otro factor fueron las privatizaciones, no haber tomado los recaudos necesarios, que tanta gente quedó sin trabajo.

17 Algunos ejemplos con respecto a esto último pueden leerse en lo que sigue:

—Lo veo mal porque es perjudicar básicamente al que va a trabajar. Si a mí me llegan a cortar el puente para venir a trabajar, me da treinta cuadras de tierra. ¿A quién perjudica? A un obrero que va a trabajar. No le perjudica a los grandes diputados, concejales, senadores, que tiene que hacer la ley, nos perjudicamos entre nosotros [...]. No, a mí no me cabe, me pone mal porque es juntar vagos, encima, yo conozco gente que hizo plata con este asunto de los piqueteros [...]. Yo tengo que trabajar, yo tengo trabajo, yo no estoy en contra de ellos pero que tampoco se pongan en contra mía. Yo lo veo así.

—Eso es lo que no entiendo yo, porque yo en los momentos en que yo me quedé sin trabajo, siempre encontré algo para hacer, yo entiendo mucha gente que quizás dice: "¡eh! pero yo no consigo laburo, voy a seguir cobrando este Plan Trabajar", pero yo ¿cómo hice para conseguir trabajo? Está bien, tengo experiencia. Pero yo siempre me tomé la molestia de salir a las cuatro de la mañana, ir a tocar timbre en todas las fábricas, y mal que bien siempre alguno te atendía, y conseguía.

18 Por ejemplo:

—Yo adoptaría a mis hijos expulsados, yo sindicato absorbería a mis hijos expulsados y trabajaría ahí, ¿cuánta gente hay desocupada?, tres millones de personas que en algún momento trabajaron, tal o cual lados. Esos tal o cuales sindicatos: ¿están?

—[El sindicato debería] por lo menos hacer algo, por ahí sale una fuente de trabajo por algún lado, llamarlo, decirle tengo trabajo, por lo menos. —Si hay una medida de fuerza que toman los desocupados, ¿te parece que los gremios deberían solidarizarse? —No, porque van directamente... bah, hay algunos pacifistas y otros que van [...] a romper todo, para mí no.

19 La siguiente cita ejemplifica esta posición:

—¿Le parecen justos los reclamos de los desocupados? —Yo no lo veo justo, porque para qué, ahora sí me pondría de acuerdo que haya plan de trabajo, que haya trabajo, que haya movimiento, ahí sí, estoy de acuerdo, lo apoyaría yo también, pero ganar plata así... de arriba...

20 Por ejemplo:

—Somos las ovejas negras...

—Me ocurrió mucho en las marchas, que hay trabajadores que nos insultan, que nos digan que somos vagos, será que no le tocaron a ellos, el día que les toque, les van a pasar lo mismo, que están en la calle.

—[El apoyo es] a medias. Eso es todo a medias, como la clase media [...] se tiene que unir, que no hay que hacer diferencia. Sin embargo yo noté esa diferencia.

Y cuando nos unamos todos a participar y no nos desconozcamos las cosas tiene que mejorar.

21  Por ejemplo:

—Ahí hay una cosa, que ellos están trabajando y nosotros estamos desocupados, para eso tendríamos que ser unidos, si ellos tienen problemas tendríamos que estar para solucionar el problema de ellos.

22 Posición que subtiende el siguiente comentario:

—Yo digo (o decía, ahora son peor) que hay patrones que son malos y otros son menos malos, pero patrones buenos no hay ninguno. Porque mientras uno le sirve, mientras uno se rompe el lomo trabajando, es una buena persona, aunque no tenga botas para trabajar o ropa de trabajo, es una buena persona, porque está trabajando igual. Cuando uno le pide ropa de trabajo o le exige, porque ya se cansó de pedírsela, ya dejó de ser buena persona. Hay fábricas grandes donde hay señores que dicen que es el que fundó a la empresa y hay monumentos, yo no he visto en ningún establecimiento un monumento de un obrero, aunque haya muerto dentro de una fábrica, no lo he visto. Yo tengo el compañero mío, este que le comenté que le agarró el brazo la máquina. Por no ensuciar el coche los patrones lo tuvieron una hora sentado, desangrándose, hasta que vino la ambulancia. Ésa es la realidad, aunque a uno le duela, pero es así, así, el capital no es humano.

23 Citamos varios ejemplos al respecto:

—Por ahí está mal decir explotar, capaz que es un poco fuerte, sí, es un poco fuerte, pero sí [decir] gracias al obrero, a sus logros, la meta que ellos se hacen. —Y el punto de vista mío, es que la empresa sin los obreros no es una empresa, o sea que ellos tienen que tomarlo, gran parte, de verlo como una familia [...] porque si no, no sería una empresa, porque en sí la empresa la conforman con todo el grupo de los obreros y los administrativos; si no, es algo que no va a funcionar.

—Nosotros éramos una familia, en una familia no hay un papá que gana más y un hijo que gana menos, cuando el papá está bien el hijo está bien. —La empresa lo que pone es el nombre y las herramientas, y nosotros la mano de obra. Si esta empresa se sentara con el gremio y se llegara a un acuerdo, trabajan todos y se salvan los dos, se salva el trabajador y se salva la empresa, trabajamos en conjunto.

24 Ejemplos en ese sentido pueden leerse parcialmente en las siguientes citas:

—[...] sin pagar impuestos, ni nada, y los más perjudicados son las empresas chicas. Porque a ellos no los tocan. Ellos deben millones de pesos, y la empresa chica [...] sí los tocan pero a las grandes no los tocan, ahí viene una evasión de impuestos, que esa plata se las llevaron ellos.

—La mayoría yo pienso que a alguien le robaron, hay empresarios que se hacen de abajo, que se hicieron hace bastante cuando la situación era buena, la hicieron bien, y ahora son exitosos, pero los empresarios se hacen ahora porque le roban a alguien.

25 Los perfiles generacionales han sido construidos a partir de la observación de regularidades y articulaciones en las dimensiones anteriormente presentadas. Si bien no es nuestro objetivo presentar una caracterización de rigor de los momentos formativos de los agrupamientos aquí delineados, sí será de utilidad ubicar temporalmente dichos periodos. Tomando como indicador aproximado la edad de 18 años, podemos estimar que el momento formativo de las primeras cohortes fue aproximadamente desde principios de los sesenta hasta mediados de los setenta (cubriendo, como eventos relevantes, la dictadura de Onganía hasta la vuelta de Perón y terminando con el último golpe militar; comprende, a su vez, uno de los periodos más largos de expansión económica del país); el periodo formativo del segundo grupo recortado es aproximadamente desde principios de la década de 1980 hasta principios de la de 1990 (cubriendo desde la guerra de las Malvinas y la salida de la última dictadura, el primer gobierno del Estado de derecho hasta los primeros años del menemato); y para la generación más joven, desde la segunda mitad de la década de 1990 hasta el momento de la entrevista (básicamente, el segundo gobierno menemista hasta la debacle de 2001).

26 Si bien no es un tópico particularmente abordado en este artículo, no será ocioso señalar que dicha experiencia parece haber perdido fuerza como marco de inteligibilidad de la situación actual (Maceira, 2006).

27 Así por ejemplo, a la hora de evaluar la necesidad de contar con organizaciones propias, los entrevistados de estas cohortes reflexionan: "Si hay gobernantes honestos, ellos mismos tienen que poner un sindicato" o bien: "Si el gobierno es honesto, casi no necesitamos los sindicatos".

28 Como vemos en las siguientes citas:

—Conozco personas de plata, mucha gente, toda la vida, les pedís una ayuda, no las dan, que son negritos de mierda, que sos vago, y esas cosas no me gustan [...] me presentaron amigos de ellos y cuando son nariz parada, chau, yo soy como soy, soy pobre y se terminó, aunque sea bruto, no me sé expresar, "éste no sabe hablar" [...] te digo que tengo familiares que han trabajado cama–adentro, que cómo la maltrataban, a mí no me gusta, a mí me pasó también. Porque sos de provincia, no te tratan.

—Uno como es acá, de provincia, va a la capital y la gente, parece... voy caminando, yo personalmente, te lo juro, voy caminando, una señora mayor aprieta la cartera como si fuera un bebé y trata de desaparecer.

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