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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.71 no.1 Ciudad de México ene./mar. 2009

 

Artículos

 

El concepto de juventud*

 

The Concept of Youth

 

Juan Antonio Taguenca Belmonte**

 

** Doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Autónoma de Barcelona. Profesor–investigador titular de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Temas de especialización: juventud, opinión pública, cultura política. Correo electrónico: juantaguenca@yahoo.com.mx.

 

Recibido: 17 de enero de 2008
Aceptado: 24 de octubre de 2008

 

Resumen

Este artículo niega la validez teórica del rango de edad como categoría definitoria de la juventud. Consideramos dos ejes centrales: la contraposición joven–adulto, que supone dos tipos ideales de juventud: la autoconstruida y la construida por los adultos. El otro eje está conformado por tres categorías: la segmentación, la cultura y el mundo de la vida. El primero nos sirve para conformar a la juventud como rebeldía hacia las instituciones adultas; el segundo para vislumbrarla como subcultura enfrentada a la cultura dominante, y el tercero para establecer las consecuencias para la sociedad de una juventud autoconstruida.

Palabras clave: juventud, adultos, segmentación, cultura, mundo de la vida.

 

Abstract

This article refutes the theoretical validity of age range as a category for defining youth. The author considers two central axes: the youth–adult contrast, which assumes two ideal types of youth: the self–constructed kind and the one constructed by adults. The other axis comprises three categories: segmentation, culture and the world of life. The first serves to regard youth as a form of rebellion against adult institutions, and the second to see it as a sub–culture opposing dominant culture, and the third to establish the consequences for the society of a self–constructed youth.

Key words: youth, adults, segmentation, culture, world of life.

 

El concepto de juventud presenta varias perspectivas para su análisis,1 al tiempo que se refiere a dos dimensiones constructoras, dependiendo de los actores sociales que le dan contenido.2 En cuanto a la primera —las perspectivas para el análisis de la juventud—, los abordajes remiten a tipologías que ya son toda una declaración de principios propositivos que pueden llegar a complementarse.3 Lo cual no significa que su relación sea fácil, antes bien al contrario. Los distintos elementos considerados pueden ayudarnos a elaborar una imagen de lo juvenil poliédrica en lo que refleja, compleja en lo que transmite, heteroglósica, como nos dice José Antonio Pérez Islas,4 en cuanto a las diferentes juventudes que forman la "juventud" en sentido ideal de concepto. Pues, en este caso, la suma de las partes y sus relaciones no pueden formar un todo "real" sin destruir las distintas identidades que lo conforman en el tiempo y el espacio tanto simbólico como material.5

No hay que olvidar tampoco que cualquier definición sustantiva de lo juvenil es algo parcial. El concepto es difícil de anclar en realidades concretas que le den identidad desde categorías bien definidas que no caigan en estereotipos periclitados de antemano. No podemos por tanto sujetarnos a definiciones únicas y definitivas. Esto no quiere decir, en ningún caso, que la complejidad a la que nos enfrentamos deba ser resuelta desde el relativismo, o que el que no se logre una definición concreta y estable6 sea excusa para un único tratamiento: el descriptivo de contextos variados de acción que sólo reflejen, a imagen de espejo, lo que se supone que "es", cuando lo que sucede es que estamos ante una confusión del "ser" con el "deber ser". No se trata de eso, la dificultad constructiva de un concepto no es óbice para no estructurarlo desde sus dimensiones complejas. Lo juvenil no se va a diluir con el análisis y explicación de éstas, se va a enriquecer con los descubrimientos específicos que de ellas se extraigan. Respecto a esto, las dimensiones temporales unidas a espacios concretos nos permiten integrar condiciones materiales y culturales que construyen lo identitario del joven. No ya entendido como único y permanente, definido para siempre, sino como algo variado que está en continua evolución y cambio, así como en permanente contradicción y conflicto con las distintas formas que presentan sus identidades plurales de sujetos históricos construidos.

Respecto a la segunda —las dimensiones constructoras de la juventud—, sólo en la confusión de lo esperado con lo que es, o sea desde las elaboraciones de la juventud por lo institucional reproducido, lo único y unívoco se convierte en fundamento concreto que afirma a la vez que niega. Es decir, lo juvenil se convierte en cohortes generacionales en proceso de formación para lo adulto.7 Los jóvenes son desde esta perspectiva, por tanto, potencia de lo que serán en el futuro. De esta forma se niega su presente de joven, sustituyendo el mismo por su futuro de adulto en cuanto a posibilidad permitida por su formación actual, que es la justificación de la moratoria que la sociedad les da, por lo menos a parte de ellos, para que la reproduzcan en las distintas esferas del poder.

En el otro sentido, el positivo, los jóvenes generan su propia construcción. Esto transforma radicalmente su deber ser joven presente en función de su deber ser adulto futuro. Esta transformación, en el fondo, es una inversión del componente afirmado y negado. En efecto, aquí lo importante no es lo que el joven llegará a ser: un adulto, sino lo que ya es: un joven. Esto lo cambia todo, puesto que lo que se niega es lo futuro que aún no se es, y lo que se afirma es el presente que se es. Desde esta perspectiva surge la posibilidad de que el joven genere su propia identidad, construyéndola desde su propio presente, lo que trae como consecuencia su negación de adulto futuro. Ésta es la radicalidad a la que hacíamos referencia, cuya consecuencia más notable se sitúa en las repercusiones que dicha inversión tiene en la reproducción social, y por tanto en su integración. No es extraño, pues, que dicha dimensión se confronte con las instituciones sociales existentes, mismas que confieren identidad a los adultos, o sea a la sociedad. Dicha confrontación toma en la superficie la forma de "batalla generacional", pero en el fondo se trata de algo más importante: la supervivencia del propio orden social establecido.8

La contraposición de dos actores sociales (adulto–joven) nos ha permitido mostrar las dos dimensiones constructivas posibles: la primera constructiva de lo adulto para reproducirlo, negando de esta forma lo joven; la segunda, constructiva de lo joven para afirmarlo, negando así la reproducción de lo adulto. Por tanto, ambas dimensiones son destructivas de la contraria, y no pueden convivir en condiciones de igualdad, aunque sí de marginalidad no significativa. Por eso históricamente lo joven construido desde lo joven siempre ha adquirido tintes marginales estigmatizados, y lo joven construido desde lo institucional —procedente del mundo adulto—, tintes de generalidad admitida. Por eso, también, en el primero de los casos son rechazadas las subculturas juveniles constructoras de estilos de vida e identidad diferenciados, con valores e imaginarios comunitarios distintos a los de la "cultura dominante".9 Mientras que en el segundo de los casos —la construcción del joven por lo institucional, procedente del mundo adulto— predominan las prácticas y conductas sociales homogéneas, así como valores, principios y estéticas etiquetadas como "correctas". En este sentido, la racionalidad instrumental institucionalizada construye al joven como modelo de adulto en tránsito.

El artículo que aquí presentamos pretende, en cuanto a su objetivo principal, articular una propuesta teórica que nos permita avanzar en el conocimiento de la juventud, y de las consecuencias sociales que pueden extraerse atendiendo al sujeto histórico que la construye: el adulto o el propio joven. De esta dicotomía del "quién construye" surge una definición parcial de la juventud que creemos ayuda a comprender mejor este concepto tan difícil de precisar.

 

LOS APORTES TEÓRICOS DE GILLES DELEUZE Y FÉLIX GUATTARI EN LA CONSTRUCCIÓN DE UN CONCEPTO DE JUVENTUD: UN ANÁLISIS CRÍTICO

Respecto a las construcciones teóricas que se han acercado a la "juventud", éstas son variadas y no siempre complementarias, aunque los abordajes descriptivos son los más abundantes. El reto consiste en no quedarse en el reflejo de realidades observables, sino en ir más allá, hacia comprensiones que nos permitan explicar con conceptos bien definidos esa apariencia de contingencia que nos informa de lo "juvenil". Este trabajo no es fácil, pero las Ciencias Sociales disponen ya de un variado número de conceptos, aplicados a otros ámbitos, que nos pueden ayudar en la labor de ruptura epistemológica, guiada desde lo teórico, necesaria para definir la juventud como categoría social existente temporal y espacialmente.10

Uno de esos conceptos, a los que hacíamos referencia en el párrafo anterior, es el de "segmento", entendido al modo de Gilles Deleuze y Félix Guattari (2002: 213–237). Estos autores plantean tres segmentari–dades diferenciadas que convergen en la construcción de la identidad. La primera de ellas, la "segmentaridad lineal", hace referencia a las trayectorias de vida. Por tanto remite a una historicidad que para el sujeto social que aquí nos ocupa, el de los jóvenes, no es en todos los casos, ni mucho menos, lineal sino discontinua. Ello es así por múltiples factores que inciden en su construcción como joven, convirtiéndolo en una especie de "adulto prematuro". Es el caso, por ejemplo, de su entrada en el mundo del trabajo, tras un abandono de la vida escolar, o la constitución de una familia a través del matrimonio. Estas entradas en el "mundo adulto" no siempre son definitivas, pero sí dejan una huella en el joven que vuelve al "mundo del joven" y en sus relaciones con él. La segunda segmentaridad, la circular, se refiere a los entornos a los que la juventud tiene acceso. Éstos están en continua expansión, ya que su naturaleza es dimensional y acumulativa. En este sentido, la ampliación de espacios sociales converge, a la vez que se transforma, con la dimensión temporal. Es decir, las redes de relación del joven crecen y cambian a medida que se va integrando en el mundo de los adultos. La familia, los amigos y la escuela dan paso a otro tipo de relaciones correspondientes a entornos de mayor dimensión, como es el caso del pueblo, la ciudad, el país, y otros más globales como los medios de comunicación, y jóvenes de otros países.11 La imagen de la segmentación circular remite analógicamente a la de las capas superpuestas. La peculiaridad reside en que cada una de esas capas está formada por redes de relaciones con características distintivas y distintas. De esta forma, el joven desarrolla identidades complementarias, al tiempo que contradictorias.12 La tercera segmentaridad, la binaria, corresponde a la distinción y separación de los jóvenes de los adultos. Esto, en principio, puede remitir sólo a un rango de edad. No obstante, ni siquiera en éste existe un acuerdo académico o institucional, entre distintos países, en cuanto al rango de edad a considerar como juventud. Tampoco existe acuerdo en cuanto a las justificaciones de los rangos de edad elegidos. Como bien señala el Centro Unesco de Euskal Herria (2003: 7–8):

Con motivo de la celebración del Año Internacional de la Juventud en 1985, la Asamblea General de las Naciones Unidas definió juventud como la cohorte de edades entre los 15 y los 24 años. A pesar de ello admite que esta definición sufre importantes variaciones en los diferentes países, e incluso dentro del propio sistema de las Naciones Unidas, no existiendo una definición universal.

Pero sólo atender a la problemática del rango de edad nos remite a una dimensión cuantitativa de lo joven fácilmente solucionable a través de la convención.13 Sin embargo, nos oculta lo realmente sustancial de la problemática de la separación de lo joven y lo adulto: la difícil construcción de la juventud como identidad independiente y autoconstitutiva de sí misma.

Otro aspecto que debemos tener en cuenta es que las tres segmentaciones a las que hacemos referencia (lineal, circular y horizontal) no son autónomas. Antes bien al contrario, se sobreponen unas a otras tanto en el plano individual como en el colectivo, creando estructuras tradicionales (moleculares) o modernas (molares) que delimitan ámbitos organizacionales micro y macrosociales para los jóvenes, aunque estos ámbitos son sólo separables a nivel analítico y no a nivel empírico. Lo importante aquí es atender a la resistencia de las distintas estructuras al cambio. En este sentido, las primeras son más frágiles, pues obedecen a costumbres visibles representadas por los adultos próximos. Las segundas tienen un grado de fragilidad menor, ya que están configuradas por normas tácitas establecidas por el Estado. Ambas inciden en todos los segmentos y están insertas en los procesos de producción y reproducción sociales —en cada uno de ellos al tiempo que en todos—, en tanto que están relacionadas empíricamente. Aunque éstos inciden en forma distinta en cada uno de los segmentos, puesto que los mismos tienen formas de codificación y territorialización diferentes. Pero veamos esto que aquí estamos diciendo de forma más concreta, para lo cual utilizaremos tres tipologías, correspondientes a cada una de las segmentaciones apuntadas, que nos permitirán extraer consecuencias respecto a sus posibilidades constructivas de lo joven.

El cuadro 1 muestra nuestra primera tipología, correspondiente a la segmentación lineal. En ella se muestra el metadestino del joven como algo que puede obedecer a decisiones de él mismo, con lo cual su grado de libertad se sitúa en el punto más alto, o a imposiciones de los adultos, con lo cual decrece su libertad, en la misma medida en que éstas se presenten (en el caso extremo el joven deja de ser joven, para ser adulto en cuanto a los códigos reproductores que maneja). La tipología nos es útil en cuanto a que el tipo ideal de metadestino, en su continuo libre–fijado, nos proporciona elementos de distinción.

Esta construcción del metadestino, sin embargo, remite a un callejón sin salida para el joven que quiere construirse como joven. Nos explicaremos: el metadestino no puede quedarse en lo juvenil, su cumplimiento remite al adulto. Esto es así porque lo joven tiene una finitud fijada, más o menos discontinua en el tiempo. Ello es consecuencia de un componente cultural: la periodificación en edades. En efecto, siendo lo joven lo que entra en un grupo de edad, su salida de él marca su fin y su entrada en el mundo adulto como cumplimiento de un metadestino, y ello independientemente del grado de libertad que en su construcción tuvo en el periodo juvenil.

Vemos, por tanto, que esta segmentación lineal nos distingue la juventud de la edad adulta, pero sólo en cuanto a posibilidad de ser finita, al tiempo que constructiva de lo adulto de forma productiva, no reproductiva. Pero aunque así sea, la segmentaridad lineal presenta evidentes problemas analíticos para servirnos de punto de apoyo en la definición conceptual de juventud que estamos buscando. Y ello es así porque el concepto nos remite al futuro, y el futuro del joven es ser adulto, no eternamente joven, y porque construir la juventud desde su trayectoria, más o menos libre, en la producción de su metadestino, nos vuelve a conducir inexorablemente a lo adulto. En una palabra, el concepto de juventud no puede remitirse al futuro porque ahí deja de ser para ser su contraparte.

Podemos, sin embargo, entender el metadestino sin su remisión a futuro (libre o fija). Es decir, como finalidad que no atraviesa las edades, que se queda en un estanco temporal en el que la juventud se remite a sí misma como destino. Pero este forzamiento de las ideas nos conduce a consecuencias difícilmente compatibles con el concepto cuya definición estamos buscando.

La segunda tipología que vamos a analizar es la que corresponde a la segmentación circular. El cuadro 2 nos remite a la misma.

La segmentación circular hace referencia a una expansión de los jóvenes en cuanto a sus relaciones, siendo su característica principal la apertura a entornos de mayores dimensiones. Esta característica hace que nuestra tipología de lo joven se refiera, para esta segmentación, a espacios abiertos: los que les permiten salir de los entornos institucionales más próximos (familia y escuela) y desenvolverse en ambientes más complejos y sobrecodificados. La sobrecodificación a la que aludimos supone que el espacio abierto que posibilita a la juventud es reterritorializado por lo adulto. Lo que queremos señalar se resume en dos aspectos que ponen en cuestión la validez de la segmentación circular para definir el concepto de juventud. El primero de ellos remite a que las instituciones próximas imposibilitan lo joven a través de códigos estrictos impuestos desde lo adulto, ya que norman la conducta de la juventud desde el "deber ser adulto", o sea, niegan su posibilidad de ser joven desde lo joven. En este sentido, la ampliación de espacios que permiten actuar con base en nuevos códigos, que en principio pueden ser construidos por los jóvenes, acaba siendo colonizada, de nuevo, por una sobrecodifición procedente del mundo del adulto que termina por reterritorializar esos espacios jóvenes con códigos adultos.

Lo dicho en el párrafo anterior se ve muy claro en la relación de los jóvenes con los medios de comunicación, siendo éstos un espacio abierto donde es posible que el joven exprese sus propios códigos que lo construyan como tal, y que acaban convirtiéndose en una colonización de lo joven por lo adulto, que expresa lo que éste quiere que sea aquél. Es decir, lo joven vuelve a ser constructo de lo adulto y no de lo joven. De esta forma los estilos identificados como juveniles son impuestos desde espacios abiertos reterritorializados por los adultos. Lo joven se queda en mera apariencia estética. Lo importante, en cuanto a posibilidad de ser juventud autoconstruida, se queda en mera forma sin contenido.

El cuadro 3 nos muestra la tipología que hace referencia a la segmentaridad binaria, misma que hace hincapié en la distancia que separa la juventud de la edad adulta, en cuanto a posibilidad de ser algo distinto, no mero proceso transitorio de una edad a otra con base en una codificación normada bien establecida para conseguir una reproducción social incuestionada.

Esta segmentación sí nos parece que puede ayudar a definir la juventud. En este sentido, lo joven se caracteriza por su rebeldía14 ante los códigos y normas de los adultos. Es decir, construye su propia identidad desde lo joven, no admitiendo que el adulto reterritorialice los espacios por él desterritorializados. Aquí incluso la sobrecodificación emanada en los espacios abiertos, que cierran las brechas de lo joven, queda descodificada y puesta en función de una construcción de la juventud desde ella misma. Es por ello que la rebeldía es definitoria de una juventud en sí misma y no en función de lo adulto, y la sumisión es la edad adulta con rostro de juventud. De esta forma, el concepto que estamos tratando queda reducido a una mínima expresión, cuya construcción se encuentra delimitada por conductas rebeldes que se estigmatizan.15 Aunque no toda conducta rebelde estigmatizada es propiamente constructora de lo joven, y por tanto debemos tener mucho cuidado al etiquetarla como tal. No obstante, éste es un buen indicador para detectar que efectivamente estamos ante construcciones indentitarias propiamente juveniles, y no asimilaciones de lo adulto. Ello no es óbice para señalar que los biológicamente jóvenes tengan otras posiciones, como son las de: aceptación (conformidad y reproducción de los códigos establecidos); ambigüedad (heterogeneidad y multiplicidad de actitudes, y hasta contingencia en las mismas), y rechazo (conflicto y desviación, que no tiene por qué coincidir con un rechazo y separación, ya que puede constituir una forma adaptativa entre los distintos códigos juveniles y adultos, que se vuelven intercambiables en cuanto al contenido, pero no en cuanto a quien sigue disponiendo del poder: el adulto, algunos adultos estructuralmente distribuidos en los espacios de la élite).

Pues bien, esta forma adaptativa puede dar la impresión de que lo joven está detrás de formas culturales adultas dominantes, pues no sólo se aceptan estilos de vida y estéticas de ellos por parte de los adultos, sino que incluso se promocionan en el mercado cultural. Esto no nos debe llevar a confusión, lo que ocurre es que lo adulto dominante ejerce sus formas de control social en los jóvenes ofreciéndoles una simulación, incluso admirativa, de libertad basada en códigos juveniles, que al ser utilizados por la cultura adulta dominante han sido, aunque ello se oculte en la superficie, reterritorializados en el fondo, perdiendo así toda su carga crítica, de rebeldía, portadora de lo propiamente juvenil, por lo que al cambio real de poder en la sociedad se refiere. Se deja así al joven un lugar que cree propio, se estimula su ego con la admiración de los adultos por su creatividad cultural, y sin embargo no se le deja ningún poder de transformación social que tenga como base esa misma creatividad. La crisis de identidad de lo adulto, su búsqueda de lo joven como forma de ser que lo construye, no nos puede confundir respecto a quién detenta el poder y cómo éste se distribuye por edades, y lo que es más importante, la estructura de posiciones sigue coincidiendo con tiempos biológicos: la experiencia sigue siendo un criterio de demarcación excluyente, pero en la actualidad más complejo y espaciado. Con ello queremos decir que durante el siglo XX la formación requerida para ejercer los "puestos del poder" se amplió notablemente y que, una vez obtenida, la experiencia para asumirlos también fue de más años.16

Esto tuvo como efecto que la juventud fue más larga y que a la vida adulta se llegaba con una edad mayor. Esto es, se produjo un efecto en la estructura social, con base temporal —"la moratoria"—, que afectaba a las generaciones en su acceso al poder, por cuanto retardaba su llegada al mismo. Lo que no ha cambiado con la "crisis identitaria" de los adultos, y su asimilación de formas juveniles como propias. Sin embargo, hay que reconocer que la pérdida de autoridad de los padres sufrida durante la segunda mitad del siglo XX, con su consecuencia inmediata en la fijación de límites y en las formas tradicionales de la socialización primaria, ha supuesto que los jóvenes busquen caminos propios, donde el autoritarismo de comunidades cerradas en sí mismas les dan un orden y sentido de vida que no encuentran en sus progenitores. Es decir, la crisis identitaria de los adultos en cierta medida ayuda a la construcción de la juventud por el propio joven, pero esto trae consecuencias en el mundo de la vida de ambos que afecta tanto a las reproducciones económicas como a las culturales,17 así como a las esferas afectivas y psicológicas de los individuos, sobre todo de los que están en proceso de formación: los jóvenes, y de éstos no sólo a los excluidos, aunque en ellos las repercusiones son mucho más visibles.

Esto nos puede llevar a calificar algunas conductas juveniles como "psicopatológicas", pero no siempre es así; a veces lo que hay detrás es una diversidad de estilos de vida y formas culturales propias de los jóvenes que los adultos no comprenden y por tanto califican negativamente como enfermedad mental unida a la edad. Pero no olvidemos que: "la idea de diversidad se opone a la de patología. Diversidad significa una variación o un cambio viables. La desviación, en su concepción emergente, reconoce simplemente que algunas variantes, si bien viables, son proscritas, reguladas o controladas" (Matza, 1981: 58). También debemos recordar que "el concepto de patología es, con toda probabilidad, un falso concepto cuando se aplica al reino de la existencia subjetiva. Pero como muchas otras falsas concepciones, reflejan una verdad parcial [...]" (Matza, 1981: 65). Y esta verdad parcial, tal y como la entendemos, tiene mucho que ver con la proscripción, regulación y control de la diversidad creativa de las subculturas juveniles, y con las existencias subjetivas que ellas posibilitan.

 

LA PERSPECTIVA CULTURAL COMO CONSTRUCTORA DE LA JUVENTUD

La cultura es un concepto polisémico del que se han hecho múltiples definiciones. De hecho, ya Alfred Kroeber y Clyde Kluckhon (1952: 2) señalaron la existencia de 160 definiciones distintas en las Ciencias Sociales, concluyendo que:

La cultura consiste en patrones, explícitos e implícitos, de símbolos que constituyen los logros distintivos de los grupos humanos, incluyendo sus personificaciones en artefactos; el núcleo esencial de la cultura consiste de ideas tradicionales (v.gr. las seleccionadas y derivadas históricamente) y especialmente sus valores agregados; los sistemas culturales pueden actuar sobre el otro como elementos condicionantes de una acción posterior.

Además, la cultura tiene diferentes niveles, por ejemplo: el histórico de las ideas, el de los valores, el simbólico, etcétera. Por otro lado, la misma influencia, que a su vez viene influida por el mundo material y sus componentes. Por último, también es importante señalar la relación de ésta con la construcción de la personalidad, la elección de cursos de acción en situaciones concretas y las interacciones que se dan, o pueden darse, entre los distintos agentes sociales.

Un concepto relacionado con la cultura, y que para lo que aquí nos ocupa —la juventud— es fundamental, es el de subcultura. Subcultura es un concepto que, como nos recuerda Mike Brake (1980: 9):

Ofrece entendimiento sociológico de la interacción humana con un telón de fondo cultural y simbólico. Toma las reglas y las reconstrucciones como ingrediente activo de una relación dialéctica entre estructura y actor. En el nivel estructural, indica cómo la cultura es mediada y generada por una colección de actores sociales, y en el nivel existencial indica cómo se toman los significados de una subcultura y se usan para proyectar una imagen y, por consiguiente, una identidad [...] La subcultura negocia entre el mundo interpersonal del actor y la dinámica de los elementos más importantes de la interacción social.

Esto implica también que se debe considerar a la subcultura en términos de cómo se organizan a través de ella los valores, normas, símbolos, imaginarios y comportamientos de los distintos actores que la tienen como referencia, y cómo esta organización y sus componentes son aprobados o rechazados por la cultura dominante y sus agentes. Lo que nos lleva al problema de la coexistencia entre distintas formas culturales, que excede, con mucho, la pretensión de este artículo. Sí podemos añadir, con Jonathon S. Epstein (1998: 10), que: "Cuando las respuestas de un grupo están claramente en contra tanto en contenido como en estructura de la cultura hegemónica y con la cultura madre, y cuando estas respuestas son asimiladas por este grupo como modo de vida, entonces tenemos lo que se llama una subcultura".

Llegados a este punto nos parece interesante lo que dice Carles Feixa:

Para que exista la juventud debe darse, por una parte, una serie de condiciones sociales como normas, comportamientos e instituciones que distinguen a los jóvenes de otros grupos de edad, y por otra parte, una serie de imágenes culturales: valores, atributos y ritos específicamente asociados a los jóvenes. Tanto unas como otras dependen de la estructura social en su conjunto, es decir, de las formas de subsistencia, las instituciones políticas y las cosmovisiones ideológicas que predominan en cada tipo de sociedad.18

Lo que resalta la cita es el carácter distintivo de la juventud respecto a otros grupos de edad, y que ese carácter distintivo es el que posibilita su existencia. Lo que deja de señalar no es menos importante: quién construye ese carácter distintivo, y con base en qué finalidad. No es suficiente decir que éste debe existir, hace falta además señalar quién lo construye y qué forma debe adoptar para convertirse en elemento que da existencia a la juventud. En una palabra, no todo señalamiento de diferencia entre lo joven y lo adulto construye una identidad. La separación puede ser perfectamente artificial y obedecer a fines de otras edades. Sin embargo, no se puede negar la fuerza reductora de toda asociación con lo joven. La cual remite a una etiqueta social fácilmente distinguible que puede llevar al teórico a caer en interpretaciones del sentido común que debe evitar a toda costa. Al respecto, una definición como la realizada por Feixa puede llevarnos a confundir el concepto de juventud como algo que se constituye como diferencia, sin más, de lo adulto, independientemente de quién construye dicha diferenciación y la forma y finalidad que la misma toma. Esto presenta el peligro de dar el mismo valor a los componentes formales de la reproducción social (insertos en el joven como adulto en proceso de formación) que a aquellos que construyen lo joven desde lo joven. Tal y como plantea Feixa, de acuerdo con los condicionantes que dotan de existencia a la juventud, ésta puede entenderse desde una perspectiva en que es reflejo del "deber ser" adulto, que se diferencia sólo en su estado de tránsito, pero no por constituir algo distinto y plenamente diferenciado.

Más interesante, sin embargo, nos parece la aportación de este autor en cuanto a su definición de imágenes culturales, las cuales hacen referencia:

1) Al conjunto de atributos ideológicos, valores y ritos asignados específicamente a los jóvenes; 2) así como al universo simbólico que configura su mundo, expresado en objetos materiales (como la moda y los bienes de consumo) y en elementos inmateriales (la música, el lenguaje, las prácticas culturales y otras actividades). Las imágenes culturales son producto de las elaboraciones subjetivas de los jóvenes o de las instituciones que intervienen en su mundo.19

Las imágenes culturales nos permiten distinguir entre actores sociales involucrados en ellas, así como relacionar a éstos con sus construcciones simbólicas. Esto es importante pues gracias a ello se nos hace posible diferenciar entre los constructos que crean la juventud desde lo joven, y aquellos que la crean desde lo adulto, o sea que la niegan como tal para constituirla como adulto en formación. Es siguiendo estas imágenes a lo largo de un periodo histórico como podemos rastrear si realmente la juventud existe como sujeto histórico, y en qué medida existe, o es un mero artificio conceptual que permite utilizar la racionalidad instrumental a los administradores públicos, en políticas diseñadas por grupos de edad.

La construcción cultural mediada simbólicamente nos permite también establecer tipologías fundamentadas en el tiempo que caractericen a grandes rasgos tendencias, que a pesar de sus generalidades, y en ocasiones reducido tamaño en cuanto al número de sus adherentes, nos den cuenta de la dimensión de lo juvenil, que siendo generalmente minoritaria respecto al número de efectivos que la conforman es importante en cuanto a su resonancia estética, pero también en relación con una cultura distintitiva que puede llegar a permear a la sociedad en su conjunto.

 

LA JUVENTUD AUTOCONSTRUIDA

El tipo ideal de joven que tenemos en mente es autónomo e independiente: es constructor de un "sí mismo"20 alejado de sus roles tradicionales, alejamiento que le es posible sólo a través de la creación de culturas propias, caracterizadas por su gran variedad y veloz transformación. Esto lo convierte también en destructor de aquello que lo objetiva, subjetiva e individualiza desde la cultura dominante y sus instituciones: familia, escuela, trabajo, mercado y Estado.21 Entiéndase que esta radicalidad es sólo ideal y con fines analíticos. Empíricamente nos movemos en diversos planos complejos y difícilmente asimilables en el interior de las distintas juventudes existentes. No obstante, la perspectiva adoptada es útil en tanto, por un lado, da cuenta del concepto de juventud con base en sus diversas y cambiantes características, propias de contextos y tiempos delimitados y, por otro, niega su consideración como forma adulta, aunque sea en potencia o transición. Lo importante aquí es que el joven es joven porque se construye como tal en sus relaciones de oposición con las estructuras de las instituciones adultas y sus agentes, pero sobre todo a través de sus interacciones colaborativas con sus otros significativos, con los que construye un "sujeto liberado"22 en forma, pero atado en contenido a las particulares estructuras de lo juvenil construidas.

Independientemente de cuáles sean las formas que adquieran estas construcciones, lo importante en ellas es su negación de la cultura dominante, sea ésta la que fuere. Es esta negación la que está detrás de la rebeldía transformadora de lo dado que se intuye como liberación del "yo joven" a través de una confrontación que niega las raíces culturales de la élite para dar paso a la "nueva cultura".23 Empíricamente, esto se percibe como lo hizo Talcott Parsons (1949): "La cultura joven no es sólo, como ocurre en los aspectos curriculares de la educación formal, una cuestión de estatus de edad como tal, sino que también muestra signos de ser un producto de tensiones en la relación de los jóvenes y los adultos".24 Analíticamente, estas tensiones son consecuencia de procesos creadores que buscan espacios de supervivencia y libertad y que, aunque no están exentos de contradicciones internas y búsquedas totalitarias de permanencia unitaria, encuentran en sus resistencias a la cultura dominante su "yo constitutivo" que es radicalmente transformador y joven. De esta forma, la juventud (que es una posibilidad negada por la cultura dominante, sus instituciones y agentes) encuentra en esta negación su propia afirmación liberadora que transforma la realidad circundante. Es así como el joven encuentra a su "yo real" y se convierte en sujeto histórico existente. Éste es un proceso indentitario al que se llega por múltiples caminos, pero que también puede llevar a una identidad diluida cuyo contenido es cuantitativamente objetivado en un rango de edad. La cuantificación no cualifica al joven para serlo, sólo lo enumera, distribuye y clasifica.

En definitiva, la juventud debe luchar por su propia existencia desde sus propias contradicciones y diversidades culturales, que no son pocas, pero ante todo desde la oposición y negación de su contraparte: la cultura dominante. Lo cual le resta, paradójicamente, libertad de acción, al aumentar los deberes normativos asociados a su pertenencia a una comunidad juvenil, mismos que son fundamentales para la constitución de ésta y su permanencia unitaria. De esta forma, en su búsqueda de liber tad, la juventud que se autoconstruye a sí misma en las interacciones con sus otros significativos, y en la negación de la cultura dominante, sus instituciones y agentes, construye un mundo de la vida cerrado en sí mismo, y en cuyas normas, valores y estéticas los jóvenes afirman su libertad, al tiempo que la niegan. La afirman porque sus formas son opuestas a las que la cultura dominante impone; la niegan porque sus contenidos son de "deber" que no admite excepción dentro de la comunidad juvenil de adscripción. Esta paradoja de la liberación identitaria de la juventud que viene caracterizada por una afirmación (su negación de la cultura dominante) y una negación (su afirmación normativa incuestionada e inapelable de una cultura que rechaza su dominación desde presupuestos comunitarios integradores cerrados), tiene aún otro alcance: con la eliminación de la contraparte, aunque tan sólo sea en un sentido figurado, quedan cortocircuitados los caminos que conducen al mundo de la vida adulto, y también se vuelven más difíciles los cruces de puentes que permitan nuevas creaciones que transformen la cultura dominante.

Al negar la cultura dominante la juventud encuentra su razón de ser, pero lo hace a costa de perder libertad y de eliminar las raíces culturales que la integrarán a la sociedad como adulto; cuando su identidad, aun incompleta, se complete a través de la formación. Pero el sometimiento a la cultura dominante tampoco es liberador ni transformador. Antes bien al contrario, reduce la creatividad a lo existente admitido y la libertad a lo normativamente permitido. Llegados a este punto, al joven sólo le quedan dos caminos, ambos de dominación: el que lo conduce a autoconstruirse a través de sus interacciones con sus otros significativos, o el que lo conduce a autoconformarse como un ser incompleto que se encuentra en proceso formativo hacia lo adulto. En el primer camino el joven queda sumido en un deber ser de comunidad que lo unifica en un mundo de la vida cerrado simbólica y materialmente, donde la cultura de la comunidad juvenil de adscripción se absolutiza para no ser colonizada por la cultura dominante, perdiendo de esta forma su capacidad creativa transformadora y liberadora. En el segundo camino el joven queda reducido a su condición de identidad adulta que aún no posee. En este camino el joven queda negado como constructor de sí mismo a través de procesos identitarios que surgen de su interacción con los otros significativos. La cultura dominante coloniza el mundo juvenil hasta hacerlo irreconocible, haciendo inexistente su diferenciación. Aquí, la juventud se vuelve armónica —deja de ser rebelde—, cumple con su función reproductora, olvidando en buena medida su carácter productivo desde la creación liberadora o al menos transformadora. Pareciera como si perdiendo su presente como joven, la juventud recuperara su futuro como adulto, que pasada la tormenta contracultural y subcultural de los años sesenta, setenta y ochenta del pasado siglo en estos inicios del siglo XXI, todo volviera a un cauce cultural dominante que nunca debió abandonarse. Al menos esto es lo que parece decirnos Luigi Tomasi:

A principios del siglo XXI, el término cultura juvenil ya no significa lo mismo que anteriormente. Ya no indica rebelión, abstención o rechazo del sistema social; ni siquiera significa experimentar directamente con los estilos de vida alternativos que se encuentran fuera de un sistema social dado. En lugar de ello, la cultura juvenil significa la capacidad intrínseca que tienen los jóvenes de definirse a sí mismos en sus conductas de valor en la sociedad a la cual pertenecen y su proyección hacia el futuro (Tomasi, 1998: 6).

Sin embargo, este cambio de principios del siglo XXI que observa To–masi, no es tal. Se trata, en el fondo, de una vuelta al origen: al joven considerado como un ser incompleto que necesita formarse para ser un individuo completo: un adulto. Esto lo reconcilia con lo que será a costa de renunciar a lo que es. La juventud se constituye, desde este sentido, como siempre lo hizo: "[...] una fase transitoria de la niñez al ser adulto, caracterizada por el descubrimiento del individualismo, el desarrollo de un plan de vida y la formación de un sistema personal de valores" (Tomasi, 1998: 6).

La constitución de lo juvenil que nos hace este autor es significativa, pues pone el dedo en la llaga: "la transitoriedad", es decir, el lugar de paso donde no se permanece. Esto tiene como consecuencia algo importante desde este lado del puente (donde la cultura dominante se impone), y que curiosamente refleja lo que ocurre del otro lado del puente (donde las distintas culturas juveniles se arraigan): en ninguno de los dos casos son posibles las construcciones duraderas de lo juvenil. Pues si en el segundo, la cultura dominante integra o desintegra a las culturas juveniles que quieren sustituirla, en el primero toda construcción cultural procedente de lo joven se realiza en conformidad con aquélla. Sólo así es posible entender cómo se produce esa doble reconciliación, con independencia del sentido en que se atraviesa el puente: la del joven con el adulto que será, y con la sociedad, aunque no siempre es posible esa reconciliación. En ocasiones la confrontación se acentúa por un tiempo, entonces la creación productora que la juventud aporta se estigmatiza;25 sus formas perturbadoras, que entran en contradicción con las admitidas por la cultura dominante, se criminalizan, eliminando incluso su valor. De esta forma se llega a decir:

Las pintas de grafittis se han convertido en un serio problema social en la capital hidalguense [...] Las inconformidades por la pinta de grafittis se han generalizado, por el daño que hacen a propietarios de inmuebles [...] Dos medidas propone la ciudadanía para frenar este fenómeno: Una, mejorar la vigilancia en colonias y barrios. Y otra, implementar programas especiales dirigidas a las bandas juveniles para concienciarlos sobre los efectos negativos que causen al respecto (H. M., 2007a).

La condena de determinadas expresiones estéticas procedentes de la juventud, como vemos, es tajante. Estas creaciones juveniles no pueden coexistir con lo establecido, son enfermizas, y como tal hay que tratarlas: extirparlas. De esta forma la cultura dominante elimina las formas juveniles no admitidas. Sin embargo, las expresiones que provienen de aquélla y que invaden lo joven no sólo son admitidas, sino que incluso son promovidas. En este sentido, H. M. nos vuelve a dar un ejemplo:

La revista ha sido un éxito porque han logrado el respaldo de empresarios y comerciantes, quienes, a través de la publicación de anuncios, financian este medio de comunicación. Los muchachos en sus líneas motivan a los jóvenes a luchar por rescatar los valores que tristemente se van perdiendo en la vida común, e invitan a los adolescentes a comprender hasta la conducta de los padres de familia (H. M., 2007b).

Rescate de los valores y comprensión del mundo adulto. En una palabra, aceptación de la cultura dominante dada y anulación de cualquier voluntad de creación productora de una cultura juvenil propia que la constituya, al menos en cualquiera de sus formas diferenciadas. No es extraño, pues, que este tipo de joven (cuyas aspiraciones se centran en identificarse con los adultos y reproducirlos imitativamente) sea la imagen de una "juventud ideal" a la que deben adherirse todos los jóvenes.

De esta forma cerramos un círculo en el que las interrelaciones del joven con sus otros significativos y con los adultos dan lugar a dos tipos de juventud: una diferenciada, unificada generacional y comunitariamente, cerrada, en lucha con la cultura dominante, y aunque no liberadora sí transformadora de la realidad, al menos en parte; y otra imitativa, asimiladora de la cultura dominante, no transformadora, pero integrada armónicamente con los procesos sociales reproductivos.

 

CONSECUENCIAS DE UNA JUVENTUD AUTOCONSTRUIDA

Los jóvenes en sus interacciones —simbólica y materialmente mediadas— con los adultos y sus "otros significativos"26 participan situacionalmente en un "mundo de la vida"27 que "constituye el entorno en que los horizontes de la situación se desplazan, se dilatan o se encogen. Constituye un contexto que siendo él mismo ilimitado establece, empero, límites" (Habermas, 1999: 188).

En la medida en que ambos —jóvenes y adultos— se encuentren separados por situaciones, imaginarios, pensamientos, valores, normas, reglas, códigos, conductas esperadas y estéticas distintas, y en la medida en que éstas sean construidas por el joven y sus otros significativos, será posible realizar distinciones que den sentido a lo que entendemos, en su pluralidad, por juventud. En una palabra, si se quiere encontrar lo que caracteriza a ésta debe atenderse a los procesos y efectos diferenciadores de los componentes estructurales —cultura, sociedad y personalidad— del "mundo de la vida" por categorías de edad distinguibles dicotómicamente. En este sentido, teóricamente debe ser posible establecer diferencias entre el "mundo de la vida adulto" y el "mundo de la vida del joven", por lo menos en cuanto a los procesos, relaciones y perturbaciones en los ámbitos de la reproducción cultural, la integración social y la socialización, y en las relaciones estructurales entre ellos.

La reproducción cultural del mundo de la vida es la encargada de que las nuevas situaciones que se presenten queden relacionadas con los mundos ya existentes. Esto es, hacer de un saber previamente aceptado como válido una condición de entendimiento que da sentido a las situaciones. Esto es muy importante pues facilita, a través del acuerdo, las interacciones de los sujetos. El fracaso de esta reproducción cultural supone una pérdida de sentido que conflictúa al saber, hace imposible el entendimiento y convierte las interacciones en acciones no sociales. Pues bien, aquí se nos presentan por lo menos dos tipos de juventud. En el primero de ellos, la reproducción cultural es exitosa y fluye por los jóvenes como una fuente de saber existente e incuestionada que los prepara para sus obligaciones futuras de adulto, al tiempo que legitiman la sociedad donde viven, y sus patrones de comportamiento obedecen a procesos de formación que los dotan de las capacidades —sobre todo de aquellas que tienen que ver con las reglas de conducta apropiadas y la construcción de fines para los campos de acción— asociadas a sus futuras responsabilidades. En el segundo, la juventud cuestiona o rechaza esta reproducción cultural que le viene impuesta, lo cual tiene como consecuencia la pérdida de sentido, la pérdida de legitimación de la sociedad y una crisis de orientación personal. Estas tres consecuencias, señaladas por Habermas (1999: 203), rompen el plano normativo y valorativo del mundo de la vida cotidiana compartida por adultos y jóvenes. Pero en el plano abstracto se mantiene una cohesión no normativa: la del mercado regulado monetariamente. Esto explica por qué la ruptura que se produce en la cultura alcanza al "saber cultural" y no al "bien cultural". Es decir, porque las subculturas son reterritorializadas por la cultura en un plano de racionalidad mayor: con componentes más abstractos desvinculados de normas valorativas comunales que guíen a los agentes en sus procesos de decisión.

En el mundo de la vida, la integración social se encarga de coordinar las acciones a través de la dimensión espacial, donde éstas se hallan legítimamente reguladas a través de las relaciones interpersonales. De esta manera se garantiza un grado suficiente de identidad y pertenencia a grupos, que permite la comunicación y solidaridad entre sus integrantes con base en obligaciones recíprocas culturalmente contempladas. Pues bien, la perturbación aquí tiene efectos tan negativos como la inseguridad respecto a la identidad colectiva, la anomia28 y la alienación.29 El éxito de esta reproducción en los jóvenes garantiza regulatoriamente su aceptación de los deberes que se les asignan en razón de su edad, su sometimiento a la norma social que regula el tipo y alcance de las relaciones interpersonales que pueden tener, y su conformidad de pertenencia a una comunidad de jóvenes. Su fracaso desestructura la cultura, la sociedad y la personalidad: la identidad colectiva queda trastocada de tal forma que no se reconoce, los jóvenes quedan marginados del todo social, apartados de su existencia como sujetos históricos. Esto sería así si no fuera porque la creación cultural juvenil, su integración en nuevas comunidades cerradas por edad y normas internas propias de entrada, permanencia y salida, y su creación de nuevos imaginarios colectivos que interiorizan los sujetos no viniera a reconstruir, aunque de una forma sui generis y a menor escala, la integración social perdida. Pero esta separación de la integración social adulta y juvenil está en permanente conflicto y redefinición, lo que la somete a fuertes presiones desintegradoras. Esto nos explica el porqué desde el mundo adulto se reterritorializa constantemente al mundo juvenil que se le separa. Esta reterritorialización cumple una función integradora para la sociedad. La misma debe protegerse de la desintegración social que supone que las nuevas generaciones no se reproduzcan en este aspecto.

Los procesos de socialización para los miembros del mundo de la vida, se encargan de conectar las nuevas situaciones producidas en una dimensión temporal histórica con los estados del mundo ya existentes. Esto tiene dos consecuencias importantes: "[se] asegura a las generaciones siguientes la adquisición de capacidades generalizadas de acción y se cuida de sintonizar las vidas individuales a formas de vida colectivas" (Habermas, 1999: 201). Las perturbaciones en este ámbito conducen no sólo a la ruptura con las tradiciones, sino también a la pérdida de motivaciones colectivas y a psicopatologías individuales. Ello es así porque estas perturbaciones ocasionan, por así decir, una obsolescencia de las capacidades de los actores. Esto tiene como consecuencia fatal la pérdida de la intersubjetividad, que funge como condición necesaria de entendimiento en las distintas situaciones de interacción que se presentan. El yo se vuelve aquí meramente defensivo de una identidad negativa autoconstituida, se torna intransigente frente a lo común acordado. La juventud que se inserta en este proceso de reproducción, interpreta culturalmente el mundo que le es dado y sus componentes situacionales de la misma manera que los adultos. Esto permite entenderse a ambos grupos de edad desde un lenguaje común. Este joven tiene suficientes motivaciones para actuar de conformidad con las normas existentes, y posee la capacidad para interactuar con los adultos y con sus otros significativos, lo que le confiere una personalidad bien definida para interactuar en las situaciones que se le presenten. Los jóvenes que no atienden a la reproducción en este ámbito rompen con las tradiciones y pierden la motivación de actuar conforme a las normas que les vienen dadas, a costa de sumergirse en psicopatologías que los separan de la posibilidad de definir conjuntamente las situaciones que dentro del mundo de la vida deben compartir con los adultos y con los jóvenes que sí atienden a esta reproducción. Esto los deja solos, aislados, estigmatizados y confrontados con los otros que no comparten su visión del mundo.

Los tres procesos de reproducción vistos nos permiten evaluar en su conjunto las dimensiones de "racionalidad del saber, la solidaridad de los miembros y la capacidad de la personalidad adulta para responder autónomamente de sus acciones" (Habermas, 1999: 202). Sus perturbaciones nos permiten comprender por vía de la diferenciación y coordinación estructural trastocadas —que afectan a las dimensiones de cultura, sociedad y personalidad— cómo se produce la quiebra de la acción destinada al entendimiento. Esto tiene como consecuencia el deterioro del mundo de la vida y la consecuente pérdida de sentido —de pertenencia y comprensión— en los planos colectivo e individual, espacial e histórico. Aquí, la racionalidad del saber queda cuestionada en su veracidad fundadora de certezas; en la solidaridad de los miembros anulada por la falta de valores o principios comunes; en la respuesta autónoma de las acciones desvinculada de la comprensión de las situaciones compartidas con los otros, y por tanto sujeta a contingencia, es decir, invalidada como medida constructiva de comprensión y como aceptación de la posibilidad de acuerdos de sentido que definan situacionalmente lo común.

Estas consecuencias de las perturbaciones en la reproducción del mundo de la vida, y que afectan a sus estructuras básicas, nos dan cuenta de lo que cabe esperar si la juventud no atendiese a los requerimientos que les hacen los miembros de la edad adulta, e intenta instalarse en mundos de la vida ajenos a los existentes. Hay cierta juventud —no toda, pero sí la rebelde que se adhiere a comunidades de pertenencia excluyentes— que no se integra en una reproducción de las estructuras de la cultura, de la sociedad y de la personalidad, que garantizan y posibilitan el entendimiento mediado normativa, histórica, situacional y lingüísticamente entre los sujetos que habitan el mundo de la vida. Esta no integración tiene efectos desestructuradores y desintegradores que afectan a la sociedad como un todo con horizonte, pero también a sus partes que se autodefinen constantemente con referencia a ese horizonte. Estos efectos negativos no pueden ser corregidos, ni siquiera en parte, por una mayor racionalidad que tenga en el mercado y el dinero los elementos reguladores no normativos que sustituyen los valores y normas tradicionales destruidos por el conflicto de las edades. Esto nos conduce inevitablemente a lo que ya anotó Mike Brake en la introducción a su libro The Sociology of Youth Culture and Youth Subcultures: "Uno de los temas principales que resulta notable es que si los jóvenes no son socializados en panoramas políticos, éticos y morales convencionales, si no son programados en hábitos y disciplina laboral normales, entonces la sociedad como la conocemos no puede continuar" (Brake, 1980: vii).

 

CONCLUSIONES

La tesis de este artículo es que la juventud es tal siempre y cuando cree su propia identidad, que no es una sino múltiple en sus manifestaciones y formas de expresarse, pero que requiere de un cemento común que no sea el rango de edad para ser definida. Ese algo en común que le da identidad propia a una generación biológica que también, y principalmente para los objetivos definitorios que nos hemos planteado, es social, lo encontramos en la respuesta a quién construye, no a la referida al qué y al cómo es ese constructo. El quién nos remite a una dicotomía que en última instancia tiene como fundamento un poder dominante distribuido desigualmente por edad. De esta forma, y con Bourdieu, la edad —también lo es el género— separa a una esfera del dominio de una dominada. En la primera se sitúa la cultura dominante como forma y los adultos, algunos adultos, como sujetos históricos dominantes denominadores —denominan lo socialmente aceptable—; en la otra encontramos a culturas dominadas —definidas como subculturas— y a los jóvenes, como individuos históricos dominados que son denominados por otros que les son significativos en esa relación de poder desigual que tiene su origen en la edad. El poder heurístico de esta dicotomía se encuentra precisamente en esa contraposición de sujetos históricos que luchan desde el campo de las edades por el poder simbólico y material de las sociedades donde habitan.

Una clasificación más amplia remite a preguntas que aquí no nos hemos planteado, y que pese a ser muy importantes en el plano empírico dificultan sobremanera una definición de la juventud, objeto de este artículo. En este sentido, remitir los estilos de vida juveniles que aceptan la reproducción de lo adulto de manera incuestionada, a otros que tengan una mixtura entre la aceptación y el rechazo, o incluso a los que tienen su forma de ser en el repudio mismo de lo adulto y de los otros jóvenes que aceptan o rechazan lo culturalmente dominante para ellos, u otras culturas dominadas igual a las suyas, lo que puede darnos cuadros diversos de distintas juventudes, puesto que las define por lo que hacen, pero esto nos contesta quiénes son remitiéndonos a la esfera de la acción, no a la de la identidad. Es decir, nos lleva a definir la juventud desde una señalización que indica a los otros quiénes son los jóvenes, lo cual nos hace renunciar prematuramente a descubrir su "sí mismo" en aras de un relativismo interpretativo.

Esta desventaja que tiene examinar a la juventud desde lo múltiple y contingente de sus acciones, es solventada por nuestro modelo,30 pues en el mismo la dicotomía de sujetos contrapuestos por edad en el sistema de poder establecido, nos permite acercarnos a una definición satisfactoria de lo joven, aunque en sentido negativo. Es decir, el rechazo de lo dominante que se ve como impuesto, y cuya manifestación es la rebeldía, nos da una respuesta de un quién joven autoconstruido, que lo es no sólo biológicamente —edad— sino también socialmente —construye su yo con manifestaciones propias que son toda una declaración de voluntad de poder desde lo simbólico—. Esto no cambia porque exista crisis en los adultos y éstos tomen estilos juveniles o se vean en algunos casos sometidos por los jóvenes. Lo importante aquí sigue siendo quién construye a quién, y eso a nuestro parecer no ha cambiado. Lo cual no quiere decir que desde otras perspectivas teóricas no deba atenderse a otras características definitorias del concepto, y que ellas atiendan a su pluralidad de formas. No negamos la validez heurística de estas propuestas, que habría que estudiar caso por caso; pero tampoco nuestra propuesta, que acaba por mostrar las consecuencias negativas que para la reproducción social tiene una juventud autoconstruida, debe desestimarse, pues atendiendo a la pregunta del quién, el qué y el cómo, puede contestarse de una forma más precisa e informativa.

 

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NOTAS

* Este artículo fue posible gracias al financiamiento concedido por el Programa de Mejoramiento del Profesorado–Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (Promep–UAEH).

1 Ejemplos de éstas serían la perspectiva cultural y la sociológica. En este sentido, como nos menciona Jonathon S. Epstein (1998: 3): "Cuando revisamos la bibliografía de los estudios sociológicos y culturales sobre la juventud, surgen tres periodos distintivos: el trabajo sociológico de la Universidad de Chicago a principios del siglo XX; el trabajo del Centro para el Estudio de la Cultura Contemporánea de Birmingham, Inglaterra, y el trabajo reciente que están llevando a cabo en Estados Unidos críticos culturales de la talla de Henry Giroux, Douglas Kellner y Deena Weinstein".

2 Los actores sociales a los que hacemos referencia son: los adultos, que definen a la juventud en función de sus expectativas reproductoras en las estructuras cultural, social y de personalidad de un mundo de la vida institucionalizado, y los jóvenes, en el sentido de que ellos sean los que se autodefinan en estas tres estructuras. Más adelante abordaremos este tema con mayor profundidad.

3 Por ejemplo, las perspectivas, tanto culturales como sociológicas, con abordajes conceptuales pueden complementarse bien, aunque no sin dificultades, con aquellos que ponen el énfasis en los sujetos históricos y sus prácticas constructivas. Es el caso de José Antonio Pérez Islas (2005b) y Maritza Urteaga (2005). Aquí, lo conceptual puede servir de brújula teórica a la práctica empírica que genera identidad desde la acción social que remite a intenciones guiadas desde lo racional, pero también, y eso es importante, desde lo simbólico ubicado en las costumbres.

4 Cfr. Pérez Islas (2005a).

5 Nos asomamos al concepto de identidad en este artículo desde una concepción constructivista y procesual. Desde esta perspectiva lo identitario no constituye un sujeto permanente e invariable en el tiempo, y que sólo es el resultado de una adaptación reactiva a su entorno. Antes bien, como nos dice Matza (1981: 116): "La existencia de un sujeto no queda agotada por los difíciles procesos naturales de reactividad y adaptación. Capaz de crear y de otorgar significado, capaz de hacerse cargo de su entorno e incluso de su propia condición, dotado del don de la anticipación, el hombre que planea y proyecta, el sujeto, se encuentra en una relación diferente y más compleja con las circunstancias". Pues bien, planteamos que estas circunstancias contienen en el joven dos estructuras simbólicas diferenciadas, pero al tiempo con nudos de relación. La primera es impositiva, atañe a la cultura dominante, deriva de las relaciones de poder basadas en la edad. La segunda también es impositiva, tiene como base la subcultura, también dominante —aunque diversa en sus pluralidades cerradas—, surge de las relaciones entre una misma generación que se distribuye en diversos grupos sociales no homogéneos ni simbólicamente ni en sus expresiones materiales de estilos de vida. Del grado e integración de ambas estructuras y de la apropiación creativa que de ellas hace el joven, surge la construcción de su identidad, que siempre es parcial e inestable en su equilibrio no permanente, y que lo diferencia de "los otros", que son tanto adultos como jóvenes de otros grupos. Esto lo vio claramente Rossana Reguillo, que al respecto nos comenta: "La identidad es centralmente una categoría de carácter racional (identificación– diferenciación). Todos los grupos sociales tienden a instaurar su propia alteridad. La construcción simbólica 'nosotros los jóvenes' instaura diferentes alteridades, principal aunque no exclusivamente, con respecto a la autoridad: la policía, el gobierno, los viejos, etcétera" (Reguillo, 2000: 14).

6 En este sentido, Giovanni Levi y Jean Claude Schmitt nos dicen respecto a lo juvenil: "es algo que nunca logra una definición concreta y estable. Porque en ello residen tanto la carga de significaciones simbólicas, de promesas y amenazas, de potencialidades y de fragilidades que la juventud entraña, como por ende la atención ambigua, construida a la vez de esperanzas y de sospechas, que a cambio le dedican las sociedades" (Levi y Schmitt, 1996: 8).

7 Aquí la edad se convierte en tiempo de tránsito hacia el poder que se une al conocimiento, habilidades y destrezas que socialmente se consideran puertas de entrada al mismo. Esto es, sólo siguiendo el camino trazado se obtiene el reconocimiento de las esferas de mando y su integración a ellas. Y esto ocurre con la asunción de las formas de la cultura dominante y el cambio de estatus del joven, que pasa a ser adulto.

8 Posteriormente volveremos a este tema, pormenorizando en qué consisten estas repercusiones. Para ello nos serviremos del concepto de "mundo de la vida" utilizado por Jürgen Habermas como referente teórico de su teoría de la acción comunicativa.

9 Para definir "cultura dominante" partimos de la base de que existe en las sociedades actuales una amplia pluralidad de culturas en competencia. La dominante es aquella que logra una mayor aceptación en cuanto a los principios, valores, costumbres y consistencia en sus rasgos culturales. Esta aceptación se convierte en conductas acordes con lo esperado, con lo que las bases del poder (a las cuales están sujetos los individuos que lo detentan, pero también los que no lo tienen) se mantienen firmes —aunque en un equilibrio inestable— y muchas veces incuestionadas. La economía, la política y los medios de comunicación ayudan a mantener este status quo y son parte decisiva en la transmisión, aceptación y reproducción de la cultura dominante, que de hecho supone la negación de valores y pautas de comportamiento que no le son propios, es decir que pertenecen a culturas subordinadas cuyos miembros se estigmatizan. En un sentido similar Andersen y Taylor (2006: 64–65) nos dicen respecto al concepto de cultura dominante: "Dos conceptos de la Sociología ayudan a comprender la complejidad de la cultura en una sociedad dada: la cultura dominante y las subculturas. La cultura dominante es la del grupo más poderoso de la sociedad. Es la forma cultural que recibe el mayor apoyo de las principales instituciones y constituye el sistema de creencias fundamental. Aunque la cultura dominante no es la única en una sociedad, comúnmente se percibe como 'la' cultura de dicha sociedad, a pesar de las otras existentes. Las instituciones de la sociedad perpetúan la cultura dominante y le dan un grado de legitimidad que no es compartido por otras. A menudo, la cultura dominante es el estándar por el cual se juzgan otras culturas de la sociedad [...] Una cultura dominante no necesita ser la de la mayoría de la gente; es simplemente la cultura del grupo de la sociedad que tiene suficiente poder para definir el marco cultural".

10 Cfr. Roberto Brito (1996: 24–33).

11 Las relaciones no siempre tienen que ser entre personas, aunque siempre son personales, en el sentido de que afectan a personas. Es el caso de los medios de comunicación, en cualquiera de sus modalidades. En ellos la relación no es cara a cara, pero es indudable su influencia en la construcción de identidades individuales y colectivas.

12 Cfr. Pérez Islas (2005b: 19).

13 Existen muchos autores que desde diversas disciplinas de las Ciencias Sociales nos han hecho notar que si debemos definir mejor el concepto de juventud es necesario atender a más categorías que a la de la edad biológica. En este sentido, Pierre Bourdieu (2002: 164) utiliza el concepto de poder, planteando que "[...] en la división lógica entre jóvenes y viejos está la cuestión del poder de la división (en el sentido de repartición) de los poderes. Las clasificaciones por edad (y también por sexo, o clase) [...] vienen a ser siempre una forma de imponer límites, de producir un orden en el cual cada quien debe mantenerse, donde cada quien ocupa su lugar [...] La juventud y la vejez no están dadas, sino que se construyen socialmente en la lucha de jóvenes y viejos. Las relaciones entre la edad social y la edad biológica son muy complejas". Esta forma de entender a la juventud, desde sus relaciones con los adultos, teniendo como base al poder, nos aporta una visión más amplia de cómo se construye socialmente este concepto. Pues bien, esta construcción social del concepto de juventud tiene como función, como bien señala el autor francés, legitimar la división por edades de la estructura del propio poder. Otro autor, Roberto Brito Lemus, nos lo plantea en otros términos, aunque también en él lo relevante es lo social y no lo biológico –el rango de edad. En este sentido nos llega a decir: "La juventud es un producto social, el cual debemos diferenciar de su condicionante biológico" (Brito, 1996: 26). También Margulis y Urresti hacen hincapié en que hay que ir más allá de la edad para definir lo joven, y así nos dicen: "En alguna sociología reciente, se trata de superar la consideración de la 'juventud' como mera categorización por edad. En consecuencia se incorporan los análisis de la diferenciación social y, hasta cierto punto, la cultura. Entonces se dice que la juventud depende de una moratoria, un espacio de posibilidades abierto a ciertos sectores sociales y limitado a determinados periodos históricos" (Margulis y Urresti, 1996: 13). Otros muchos autores, desde distintas perspectivas, han planteado la misma necesidad de considerar el concepto de juventud más allá de los rangos de edad. Sin ser exhaustivos podemos mencionar, además de los citados, que lo hacen desde la disciplina sociológica, al historiador Giovanni Levi, en su libro de 1996 con otros autores, Historia de los jóvenes, y a Rossana Reguillo, por ejemplo, en su libro de 2000, Emergencias de culturas juveniles. Estrategias del desencanto.

14 Esta rebeldía se acentúa, parafraseando a Luis Alberto Romero (1995: 482), "en una sociedad con escasas oportunidades, con presupuestos estatales estrechos, [donde] los jóvenes talentosos encuentran dificultades para ocupar posiciones a las que creen tener derecho, particularmente si son provincianos o si provienen de las zonas menos prósperas de la élite [...] no es casual que muchos de sus miembros inicien su carrera con una crítica dura y descarnada de la generación anterior"

15 Goffman (1970: 13, 14 y 160) nos define el concepto de estigma de varias maneras: "El término estigma será utilizado, pues, para hacer referencia a un atributo profundamente desacreditador [...] Un estigma es, pues, realmente una clase especial de relación entre atributo y estereotipo [...] A modo de conclusión, deseo repetir que el estigma implica no tanto un conjunto de individuos concretos separados en dos grupos, los estigmatizados y los normales, como un penetrante proceso social de dos roles en el cual cada individuo participa en ambos roles, al menos en ciertos contextos y en algunas fases de la vida. El normal y el estigmatizado no son personas, sino, más bien perspectivas. Éstas se generan en situaciones sociales durante contactos mixtos, en virtud de normas no verificables que probablemente juegan en el encuentro". El concepto de estigma ha sido también definido por otros autores de otras formas. En Lawrence Hsin Yang et al. (2007) encontramos un repaso interesante de distintas corrientes teóricas y autores que definen y caracterizan este concepto desde complementarios o distintos puntos de vista, por ejemplo el del estigmatizador o el del estigmatizado.

16 Al respecto nos recuerda Rossana Reguillo (2000: 6): "La ampliación de los rangos de edad para la instrucción no es nada más que una forma 'inocente' de repartir el conocimiento social, sino también y principalmente, un mecanismo de control social y un dispositivo de autorregulación vinculado a otras variables".

17 Un buen análisis de esta crisis identitaria de lo adulto y sus repercusiones en los niños y los jóvenes la encontramos en Di Segni Obiols (2002). La autora sostiene que el miedo de los adultos a que los niños y adolescentes se sientan presionados, ha supuesto una dejación de funciones de los progenitores, por cuanto éstos ya no fijan límites —los entienden como abusos de autoridad—. Ello conduce a un vacío de pautas culturales y normativas que afecta a la socialización primaria, misma que es sustituida en sus agentes por coetáneos que asumen la autoridad dejada por los padres desde posiciones siempre autoritarias y muchas veces totalitarias. No olvidemos que "las normas prohíben y al tiempo posibilitan. Son marcos de referencia dentro de los cuales todos sabemos qué es lo que podemos hacer" (Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación, 2007: 14).

18 Citado por Maritza Urteaga (2005: 33).

19 Citado por Maritza Urteaga (2005: 34).

20 Como nos comenta Alain Touraine (2006: 227): "El sí mismo es lo que Robert K. Merton llama el conjunto de roles (role set), conjunto que no tiene otra unidad que la lógica del sistema social, llamada por algunos racionalidad y por otros, el poder". No todo cambio del "sí mismo" va en una dirección transformadora y liberadora, pero tampoco puede accederse a ella si todo permanece igual. Merton desarrolla el concepto de role set en su artículo de 1957 "The Role–Set: Problems in Sociological Theory", publicado en la revista The British Journal of Sociology.

21 Ello no quiere decir, de ningún modo, que la cultura dominante y sus instituciones no puedan integrar normativa y estructuralmente a la juventud y su cultura. Ejemplo histórico de ello nos lo da la absorción por aquélla de la cultura del rock and roll a través del mercado de la música y de otros complementos estilísticos. En este caso lo que tuvo un contenido asociado a un estilo de vida transformador fue convertido en producto mercantil que no cambiaba nada. Es decir, la cultura dominante sobrecodificó a la cultura del rock and roll y a sus integrantes, haciéndola y haciéndolos parte de la misma dominación cultural que confrontaban.

22 El "sujeto liberado" al que hacemos referencia es aquel que no está subjetivado por procesos de individuación que lo convierten en objeto económico del consumo. Tampoco está objetivado por las estructuras que lo sujetan a roles de producción, o sea que lo funcionalizan como instrumento productivo, de dominio y de reproducción, es decir, de identidad reproductora de las estructuras simbólicas del mundo de la vida. La naturaleza de este "sujeto liberado" es transformadora, y por tanto contrapuesta a lo dado.

23 Esta nueva cultura es etiquetada desde la cultura dominante como subcultura, denominación que implica la estigmatización de formas, contenidos y adherentes.

24 Citado por Tomasi (1998: 6).

25 El concepto de estigmatización puede ayudarnos a construir una de las dimensiones del concepto de juventud, en cuanto que el rechazo que elimina la diferencia no admitida, a través de la institucionalización del ostracismo, nos da cuenta de un campo de interacciones simbólicas que funciona al tiempo como unidad de acción y pensamiento admitido, y como separación, rechazo y castigo de conductas, actitudes y opiniones no acordes con lo considerado como pertinente e incuestionado. Además hay que considerar otro aspecto, no menos importante: la estigmatización proporciona una formalización unificadora de la personalidad a través del grupo de referencia y sus simbologías, que obtiene de su diferenciación con el "otro" su fuerza de unión.

26 Para el caso que aquí nos ocupa, los "otros significativos" son los otros jóvenes con el que el "yo joven" se interrelaciona para autoconstituirse como sujeto libre de una individualización que lo consume a través del consumo, o de un "sí mismo" que lo equipara a sus roles funcionales para el sistema social. No queremos decir con ello que los agentes institucionales (familia, escuela, trabajo, Estado) no sean también otros significativos en la construcción del joven, pero a efectos analíticos y de distinción aquí los consideramos como "controladores significativos". Si el primer concepto nos remite a un "terreno de igualdad", el segundo nos lleva a espacios de control, y por tanto de poder. Un control y poder que se sostienen en buena medida con base en "una disciplina que fabrica a partir de los cuerpos que controla [...] una individualidad que está dotada de cuatro características: es celular (por el juego de la distribución espacial), es orgánica (por el cifrado de las actividades), es genética (por la acumulación del tiempo), es combinatoria (por la composición de las fuerzas)" (Foucault, 2005: 172). Otro concepto es de suma importancia para lo que aquí estamos diciendo, se trata del "otro generalizado". En el sentido que nos importa nos dice George H. Mead (1982: 185): "Es en la forma del otro generalizado que los procesos sociales influyen en la conducta de los individuos involucrados en ellos y que los llevan a cabo, es decir, que es en esa forma que la comunidad ejerce su control sobre el comportamiento de sus miembros individuales; porque de esa manera el proceso o comunidad social entra, como factor determinante, en el pensamiento del individuo". Es decir, por la vía de quién entra en el pensamiento encontramos qué entra en el mismo. Estamos ante una forma de reproducción social que a través de la generalización de los otros conforma la identidad de los sujetos que se perciben desde esa misma generalización. Se cierra así un círculo que nunca estuvo abierto y que consolida un tratamiento de las edades que corresponde a otros generalizados que se piensan simbólicamente desde posiciones bien definidas que no cambian.

27 El concepto de "mundo de la vida" aparece "desde la perspectiva de los participantes [...] como el contexto, creador de horizonte, de los procesos de entendimiento, el cual, al delimitar el ámbito de relevancia de la situación dada en cada caso, se sustrae él mismo a la tematización dentro de esa situación" (Habermas, 1999: 193).

28 El primero en introducir este concepto de anomia en la literatura de las Ciencias Sociales fue Emile Durkheim en su libro La división del trabajo social (1995), publicado inicialmente en 1893. Durkeim plantea que la anomia se produce por una relativa ausencia o confusión de valores claramente definidos y comprendidos por un grupo. Esto ocasiona, según este autor, un vacío que quiebra la estructura normativa donde se sitúan los individuos. Éstos sienten este vacío como un estado anómico. Robert King Merton, en su libro Teoría y estructuras sociales (1992), amplía el concepto inicial de Durkheim, conectándolo con una disociación entre los objetivos culturales y el acceso de ciertos sectores a los medios necesarios. Esto debilita los fines culturales —entendidos como deseos y esperanzas de los miembros de una sociedad— con los medios normativos que permiten acceder, desde su reparto, a los fines perseguidos.

29 Como nos recuerda Jonathon S. Epstein (1998: 4) "El concepto de alienación tiene una multiplicidad de significados en la bibliografía amplia. En general, el uso que se le da al término en la literatura sociológica es para describir las diversas formas en las que el individuo puede alejarse de la sociedad en general, de las instituciones particulares, como la educación y la religión, e incluso de sí mismo y de otros, como sus pares". La alienación puede ser considerada de dos formas distintas: en un modo estructural, donde sus definidores son los miembros de un grupo, y las posiciones sociales ocupadas individualmente son determinantes; y de un modo psicosocial, donde sus instancias la causan a individuos que la interiorizan y la sienten como tal en situaciones determinadas.

30 El mismo no cae en un relativismo interpretativo, ya que no se basa en la esfera de la acción. Tiene como base una lógica de contrapuestos que construyen desde el campo del poder sus relaciones: dominantes o dominadas, la cuales nos informan quién construye. Esto carece de relatividad, y es informativo, puesto que nos da cuenta de un dominio por edad que afecta lo simbólico y material, y que se reproduce generacionalmente.

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