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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.69 no.3 Ciudad de México jul./sep. 2007

 

Artículos

 

Desigualdad racial en Brasil: la realidad desmiente el mito*

 

Racial Inequality in Brazil: Reality Belies the Myth

 

Rosângela Saldaña Pereira** y Xavier Rambla***

 

** Profesora doctora del Departamento de Economía, Universidade Federal de Mato Grosso, Brasil. Temas de investigación: desigualdades sociales, mercado de trabajo y educación respecto de género y raza. Dirección: Avenida Marechal Deodoro, núm. 1055, depto. 801, Cuiabá, Mato Grosso, cep: 78005-101, Brasil. Teléfonos: (65) 3615-8532 y 3623-4943; Correo electrónico: rosal@superig.com.br.

*** Profesor doctor, integrante del Seminario de Análisis de las Políticas Sociales: <http://www.uab.es/gr-saps>. Grupo Interdisciplinario sobre Políticas Educativas: <http://www.ub.edu/gipe>. Departamento de Sociología, Universidad Autónoma de Barcelona. Temas de investigación: relaciones de género, desigualdades sociales, educación y política social. Dirección: Departamento de Sociología, Campus de Gellaterra, Edificio B., Universitat Autónoma de Barcelona, 08193, Cerdanyola del Vallès (Barcelona, España). Teléfono: (0034) 3-395-812-421; Correo electrónico: xavier.rambla@uab.cat.

 

Recibido 7 de abril de 2006.
Aceptado: 17 de abril de 2007.

 

Resumen

Después de Nigeria, Brasil posee la segunda mayor población de ascendencia negra del mundo; además, destaca en el escenario internacional como una sociedad marcada por los peores índices de desigualdad social. En este artículo se analiza el eje étnico de las desigualdades sociales en Brasil. Se revisa el tratamiento del tema de las relaciones étnicorraciales por parte de las ciencias sociales brasileñas, y se presentan algunos indicadores de las distribuciones asimétricas de los recursos económicos y educativos entre las principales categorías étnicas del país. La conclusión señala las razones para observar un conflicto étnico latente en la sociedad brasileña.

Palabras clave: Brasil, relaciones raciales, discriminación racial, indicadores de desigualdad racial.

 

Abstract

Brazil has the second largest population of black ancestry of the world, after Nigeria, and records sharp indexes of social inequality compared to other countries. The article analyzes the ethnic axis of inequality in Brazil. An overview of ethnic-race relations is presented in order to report how the Brazilian social sciences have taken account of this divide; some indicators portray income and education inequalities between the main ethnic categories in the country. The article leads to the conclusion that an ethnic conflict underlies Brazilian society.

Key Words: Brazil, race relations, racial discrimination, indicators of racial inequality.

 

INTRODUCCIÓN

Muchos estudios han demostrado que Brasil, tanto en términos absolutos como relativos, no puede ser considerado un país pobre, pero debe ser reconocido como un país extremadamente desigual. Precisamente esa desigualdad social se encuentra en el origen del enorme contingente de pobres en esta sociedad. En 1999, cerca de 34% de los brasileños, lo que corresponde en términos absolutos a 54 millones de personas, eran pobres.1

Los orígenes históricos e institucionales de la desigualdad social brasileña son múltiples, pero su larga estabilidad y la convivencia cotidiana con ella ha naturalizado esta fractura social a ojos de la mayoría de la población.2 En última instancia, la desigualdad es resultado de un contrato social excluyente que distingue entre la ciudadanía, los derechos, las oportunidades y los horizontes de los incluidos y de los excluidos. En el seno de la sociedad civil, dicha naturalización de la desigualdad levanta obstáculos teóricos e ideológicos para que las políticas públicas introduzcan verdaderos objetivos igualitarios entre sus prioridades. Por ello, el empeño por cuestionarla, por "desnaturalizar" la desigualdad, es imprescindible para establecer nuevos parámetros de una sociedad más justa y democrática.

Situamos nuestro punto de partida en la bibliografía brasileña sobre la "raza y el color".3 De hecho, entendemos que esta arraigada clasificación que el censo registra desde hace décadas perfila una imagen verosímil de las relaciones étnico-raciales en esta sociedad.4 Nuestro enfoque asume que, en general, las clasificaciones étnicas (por la lengua, las costumbres, el territorio, el parentesco, etcétera) y las clasificaciones raciales (por el fenotipo) se entremezclan hasta tal punto que cuajan en unas mismas categorías sociales. Los sujetos conocen su pertenencia a estas categorías, a veces porque se identifican en positivo con ellas, a veces porque les han sido impuestas, y a veces por ambos motivos simultáneamente. En todo caso, no siempre recurren a ellas, sino que en ciertas circunstancias les atribuyen un gran valor simbólico, mientras que en otras, les parecen algo secundario.

Tradicionalmente, los estudios de las relaciones étnico-raciales se han centrado en las "situaciones en que hay un conflicto, una discriminación, una explotación u opresión severos, donde las categorías se distinguen claramente, y es relativamente difícil para un individuo moverse de una a otra de ellas y, además, una teoría determinista se ha convertido en la justificación de este sistema" (Rex, 1986:37).

Si bien en los años cuarenta y cincuenta los especialistas brasileños dieron por supuesto que la discriminación étnico-racial apenas existía, en las últimas décadas han llegado a la conclusión de que es una realidad muy incisiva. Como veremos, los "negros" brasileños soportan condiciones peores que los blancos en lo que respecta a salarios, ingresos, años de estudio y facilidades para salir de la pobreza. Las categorías étnico-raciales también son muy visibles en el país. Desde hace décadas, el Instituto Brasileiro de Geografia e Estadísticas (IBGE) pregunta a la población cómo se clasifica entre los grupos "branco", "preto", "pardo", "amarelo" e "indígena" (la suma de "pretos" y "pardos" configura la categoría más amplia de "negros"). Con varios análisis, los profesionales del IBGE han mostrado que este esquema es consistente si se comparan las auto-atribuciones con las hetero-atribuciones (efectuadas por el entrevistador). Por otro lado, si se miden las condiciones socio-económicas de los cinco grupos, los negros han sido el principal sector caracterizado por la inferioridad de condiciones de acuerdo con todos los censos elaborados hasta el momento.5

Por último, en Brasil la fuerza de algunas ideas políticas legitima esta fractura con una teoría determinista. De una parte, desde 1880 viene siendo hegemónico un discurso sobre el branqueamento de la población. En un principio, este prejuicio inspiró una política explícita de favorecer la inmigración blanca, pero más adelante también han cristalizado en una serie de asociaciones simbólicas populares que atribuyen rasgos positivos a los blancos y peyorativos a los negros (Paixão, 2006). De hecho, es cierto que la ascendencia no es tan significativa para los brasileños como para los norteamericanos, pero hace ya años que Oracy Nogueira (1985) planteó una observación muy convincente sobre la legitimación de la jerarquía de "raza y color" en el país. Este autor reparó en el hecho de que, a pesar de esta mayor laxitud de las atribuciones, el color se ha convertido en una marca muy determinante del desprestigio por motivos étnicos. De otra parte, las élites brasileñas recurren con mucha frecuencia a un subterfugio para desentenderse de las privaciones sociales. Varios estudios han detectado que en las entrevistas y cuestionarios esgrimen el argumento de que se trata de un problema político que concierne al Estado, en lugar de afectar a sus impuestos y a sus empresas. Una serie de estudios politológicos ha demostrado la importancia de esta invisibilidad de los pobres en las sociedades semiperiféricas y periféricas contemporáneas.6

Nuestro artículo recurre a los datos del IBGE, en particular de su Pesquisa Nacional por Amostra de Domicilios (PNDA) y de su Censo Demográfico. Un repaso de la estructura demográfica, de la pobreza y de las desigualdades de ingresos, educación y mercado de trabajo da cuenta de las persistentes disparidades que continúan escindiendo a las principales categorías de "raza y color", a pesar de que los derechos sociales se universalizaron formalmente con la Constitución de 1988. Por esta razón, podemos entrever un conflicto o choque de intereses más profundo de lo que el popular debate sobre las orientaciones universalistas y selectivas de la política social deja entrever.

 

RELACIONES Y DESIGUALDADES RACIALES EN EL PENSAMIENTO SOCIAL BRASILEÑO

Hasta mediados de los años cincuenta, el pensamiento social brasileño postulaba la existencia de una "democracia racial". Este término hacía referencia a una situación en la que los blancos y los negros se relacionaban en armonía, engendraban varias formas de mestizaje y en definitiva disponían de oportunidades semejantes.

Una de las pruebas más mencionadas de la tesis de que el racismo no existía en la sociedad brasileña estribaba en la presencia de mestizos entre las élites económicas, políticas y profesionales. Este dato daba pie a pensar que la condición social más baja de los negros se debía simplemente a su experiencia más reciente de esclavitud. El corolario desembocaba en la optimista expectativa de que, con el tiempo y el desarrollo económico del país, se abriría el camino del ascenso social para todo el mundo.

Gilberto Freyre (1933) inauguró esta línea de razonamiento en su relato histórico Casa-grande e senzala, dedicado a la formación de la cultura y de la sociedad brasileñas. En sus páginas aseguraba que Brasil había vivido una "esclavitud afectuosa", donde señores y esclavos convivían de forma armoniosa, con intenso cambio cultural, intensas relaciones sexuales y mestizaje. Era, por lo tanto, un sistema patriarcal, paternalista, cordial y afectivo.

Más adelante, Pierson (1945), quien influenció el pensamiento de incontables científicos sociales brasileños, abrió el debate al formular la tesis de la movilidad ascendente de mulatos y negros. Este autor argüía que Brasil era una nación sin problemas raciales, puesto que, a su parecer, el prejucio de clase era mucho más influyente que el prejuicio étnico-racial. Gran parte de los estudios realizados en este periodo fueron realizados por investigadores norteamericanos, que contrastaban la visión freyreana con la rígida segregación de su propia sociedad

No obstante, entre la mitad de la década de los años cincuenta y comienzos de los años setenta, los estudios de las relaciones raciales y las desigualdades sociales tuvieron el mérito de mostrar, con sólidos hallazgos empíricos que, al contrario de lo que se predicaba, el país no era un paraíso racial. Así, tanto Florestan Fernandes (1972) , como Cardoso e Ianni (1960) o Ianni (1966) develaron la persistencia de una nítida desigualdad social y un incisivo prejuicio racial entre blancos y negros en Brasil.

Para Fernandes (1965), Brasil era una sociedad de clases en rápida formación. La desventaja del negro procedía de su condición de esclavo en el pasado colonial; pero el racismo había continuado perjudicándolo durante la República y el Estado Novo, a pesar de que este racismo era una reminiscencia arcaica que interfería en los procesos de modernización e instalación de las clases. El mismo autor llamaba la atención sobre la incisiva asimilación étnico-racial de los negros y mulatos que conseguían prosperar, ya que experimentaban un proceso de abrasileiramento que "blanqueaba" su imagen pública (Fernandes, 1972:16).

Por tanto, parece que las puertas de la movilidad ascendente tan sólo se han entreabierto y, además, que imprimen un sello indeleble en los pocos negros que consiguen atravesarlas. Con el tiempo, este mecanismo comporta una reproducción perversa del mito de la democracia racial. Para algunos negros, principalmente los pardos de fenotipo próximo al blanco, se abre el ascenso a los puestos altos de la jerarquía social, pero su avance se ve condicionado a su misma adhesión ideológica a la democracia racial y a su transformación en "negros" que socialmente son "blancos". Osorio (2004) ha revelado que ellos mismos se convierten en el signo del carácter excepcional de su inserción social, y en la prueba falaz de la democracia racial. Los efectos ideológicos del mito de la democracia racial han sido devastadores, conforme revelan Fernandes (1972) y Oracy Nogueira (1985), pues ocultan las tensiones sociales tras la ilusión del ascenso social de los negros.

Por lo tanto, hasta mediados de la década de 1970, las interpretaciones de las relaciones raciales asimétricas oscilaron entre el reduccionismo y la asimilación. Según el primer punto de vista, la raza y las relaciones raciales eran tan solo el epifenómeno de la dominación de clase; para la segunda visión, el prejuicio y la discriminación raciales indicaban un atraso cultural, legado del pasado esclavista, que podía superarse a mediano plazo. Algunos investigadores arriesgaron el pronóstico de que el desarrollo económico del país contribuiría a la superación de las desigualdades raciales gracias a la sustitución de importaciones que estaba teniendo lugar. Estos cambios traerían mayores oportunidadaes; con ellos los negros serían más integrados y progresivamente los prejuicios restantes del pasado esclavista serían olvidados. La mayor movilidad social ocasionada por el desarrollo contribuiría a la mejor distribución de los negros en la estructura social.

Fue sólo a finales de los años setenta que la raza y el color se vieron como un esquema clasificatorio y un principio de selección racial asociados a la reproducción de las desigualdades sociales y económicas entre brasileños blancos y negros. Desde entonces, la investigación social indaga las causas de este mantenimiento de las desigualdades generación tras generación. En esta perspectiva, el negro brasileño padece un proceso específico de segregación social, basado en su condición de raza o color, que compromete incluso su propia ciudadanía (Hasenbalg, 1979 y 1988; Valle Silva, 1988, 1992, 1996; Oliveira et al., 1985).

Valle Silva (1987)7 ha señalado la mayor representación numérica de los negros en los estratos inferiores de ingresos, educación, empleo y sector de actividad; asimismo, ha evidenciado que sus proporciones son mayores en las regiones de menor desarrollo del país. En la región centro-sur, Hasenbalg (1979) ha distinguido dos momentos de la discriminación desfavorable a los negros. Inicialmente padecen las limitaciones del origen social, pero a lo largo del ciclo de vida individual van acumulando desventajas sucesivas. Por lo tanto, existen barreras raciales veladas que fracturan a la sociedad brasileña y los confinan a los estratos socioeconómicos más bajos, a pesar de que se hayan abierto algunos resquicios de movilidad social. Este hallazgo pone la tesis ideológica de la democracia racial en jaque, y desmiente la afirmación de que las desigualdades étnico-raciales se deben al pasado colonial.

no se puede atribuir toda la responsabilidad de las actuales diferencias de nivel socio-económico entre los blancos, de un lado, y los negros y mulatos, de otro, a la desigualdad sufrida durante un remoto pasado esclavista. Hemos mostrado que, a lo largo de todo el ciclo de vida socio-económico, los negros y mulatos padecen desventajas provocadas por actitudes discriminatorias. Dichas desventajas se acumulan de tal modo que les ofrecen oportunidades de vida profundamente inferiores a las que disfrutan los blancos (Valle silva, 1988: 162-163).

Además, aunque sean visibles los indicios de discriminación salarial en el mercado de trabajo, los resultados del análisis también permiten concluir que el peso del color perjudica más a los negros, sellando sus destinos a lo largo de las trayectorias educativas y laborales que moldean su estatus social. Por lo tanto, la bibliografía sociológica acerca de las relaciones raciales, a partir de la década de 1980, se ha ido concentrando en el papel desempeñado por la educación sobre la movilidad social de las categorías de "raza y color". Esta línea de investigación ha develado dos tendencias: 1) los negros y los pardos obtienen niveles de escolaridad significativamente inferiores a los de los blancos del mismo origen social; 2) normalmente, el rendimiento de la escolaridad adquirida en términos de inserción ocupacional e ingresos suele ser proporcionalmente menor para los negros y pardos que para los blancos.

Desde hace un tiempo, varias investigaciones han encontrado determinados factores de este sesgo. En primer lugar, a menudo el tipo de escuela que los negros frecuentan ofrece una enseñanza de menor calidad que la escuela frecuentada por los blancos (Dias, 1980; Rosemberg; 1987). En segundo lugar, el propio desempeño escolar de los estudiantes negros se ve comprometido por la imagen negativa que acaban formándose de sí mismos y de sus oportunidades. En tercer lugar, el mismo profesorado, los materiales didácticos, e incluso sus compañeros blancos dan por sentado un prejuicio racial, recurrente y cotidiano, en contra del alumnado negro. Por último, este prejuicio es doblemente discriminatorio en tanto que refuerza tal auto-imagen negativa (Fundaçao Carlos Chagas, 1979; Henriquez, 2002).

Por lo demás, los estudiosos de las relaciones y desigualdades raciales reconocen que sabemos poco en lo relativo a sus manifestaciones en Brasil (Hasenbalg y Valle Silva, 1992; Henriques, 2001; Teixeira, 2003; Barcelos, 1992; Nogueira, 1985). Algunos añaden que debemos avanzar en el estudio de las relaciones raciales trabajando a "partir de la constatación de que las investigaciones desarrolladas hasta aquí parecen agotar sus posibilidades de explicación, debido a las limitaciones de sus propias referencias teóricas y metodológicas" (Teixeira, 2003:30).

Los autores de este estado de la cuestión recomiendan avanzar por dos vías. De un lado, necesitamos indagar qué mecanismos evitan que se desdibuje este eje de desigualdad, e incluso provocan que algunas distancias se vean acentuadas con el paso del tiempo. De otro, conviene asimismo investigar las posibles trayectorias de los negros que habrían conseguido ascender a través de la enseñanza superior (Teodoro, 1987; Teixeira, 2003). En nuestro artículo queremos señalar algunas barreras que continúan impidiendo las posibilidades de igualdad, a pesar de la universalización formal de los derechos sociales.

 

DIMENSIÓN DE LAS DESIGUALDADES RACIALES EN BRASIL

Composición racial de la población brasileña

La descripción de la composición racial de la población pretende servir de parámetro para identificar, en otras partes del texto, en qué medida los negros están en desventaja con relación a los blancos, en lo que se refiere a la distribución de las oportunidades sociales en Brasil.

De acuerdo con el Censo Demográfico de 2000, entre los 169.8 millones de personas que componían la población brasileña, 76.4 millones se declaraban negros (lo que corresponde a 45%), 90.6 millones blancos y 734 mil indígenas.

La población negra se encuentra en todas las unidades de la federación, pero se concentra proporcionalmente más en algunos estados. De hecho, en 18 de las 27 unidades de la federación los negros son mayoría, porque más de 50% de las personas se declaran negras o pardas. El cuadro 1 revela que nada menos que 68% de la población negra está concentrada en sólo ocho estados (Bahía, São Paulo, Minas Gerais, Río de Janeiro, Pernambuco, Ceará, Maranhão y Pará). Nótese que los estados de Bahía (75% de la población), Maranhão (73%); Pará (71%) y Ceará (62%) son mayoritariamente habitados por población negra.

Así pues, Brasil tiene un nítido patrón de distribución regional. La mayoría de los blancos vive en las regiones más desarrolladas del país (Sudeste y Sur), y los negros son mayoría en las regiones menos pujantes (Nordeste y Norte). La región Sur dispone de 15.3% de la población nacional, y esta formada sobre todo por blancos (aproximadamente 83%). En la región Sudeste, en la cual se concentra la mayor parte de la población brasileña (aproximadamente 43.7%), observamos que 64% de sus habitantes se declaran blancos y 34% negros. Los habitantes de las regiones Nordeste y Norte son, en su mayoría, negros. En el Nordeste, donde reside 28.9% de la población brasileña, y en el Norte, con 5% de la población, constatamos que cerca de 70% se declara negro. En la región Centro-oeste la distribución racial es más equilibrada y casi simétrica a la distribución nacional, con 53% declarándose negros y 46% blancos.

La pirámide de edad de la población brasileña revela un envejecimiento a lo largo de las últimas décadas, y en particular durante los años noventa.8 si consideramos la evolución de las poblaciones de cada color, detectamos que el efecto de envejecimiento de la población total se mantiene para blancos y negros.

La distribución del número de hombres y mujeres ha sido muy estable a lo largo de este decenio. En 2000, los hombres sumaban 48% de la población blanca y las mujeres 52%; la población negra se subdividía en dos mitades iguales de 50%. Del mismo modo, 53% de hombres son blancos y 46.4% negros; entre las mujeres, 55% son blancas y 44.3% negras.

 

POBREZA Y DESIGUALDAD DE INGRESOS-RENTA: PARÁMETROS DE LA EXCLUSIÓN RACIAL

En 1999, de acuerdo con las informaciones del PNAD, cerca de 34% de la población brasileña vivía en familias con ingresos inferiores a la línea de pobreza, y 14% en familias con ingresos inferiores a la línea de indigencia.9 ¿Cuál es la composición racial de la pobreza? ¿Será que la composición racial de la población pobre respeta los mismos pesos de la población total? ¿Será que el contingente de 53 millones de brasileños pobres y 22 millones de indigentes está "democráticamente" distribuido, preservando la distribución de la pobreza un perfil socioeconómico sin prejuicio racial? Verificamos que las respuestas a esas cuestiones son negativas.

En 1999, los negros representaban 45% de la población brasileña, pero correspondían a 64% de la población pobre y a 69% de la población indigente. Los blancos, por su parte, eran 54% de la población total, y representaban solamente 36% de los pobres y 31% de los indigentes (véase el cuadro 2). Por lo tanto, los negros brasileños constituyen el grueso de la población pobre, cuyo volumen se mantiene estable a lo largo del tiempo, y en particular en la última década.

La distribución de la pobreza entre las regiones del país evidencia la precaria inserción socioeconómica del Nordeste en el escenario nacional. El Nordeste concentra 50.6% de la población pobre del país, es decir, 26.8 millones de brasileños pobres viven en la región Nordeste. El Sudeste, por su parte, a pesar de representar 43.7% de la población, concentra 20.2% de los pobres del país. El resto de la población pobre se distribuye de forma equilibrada entre las demás regiones de Brasil: 12% en el Sur, 9.5% en el Norte y 7.7% en el Centro-Oeste.

Henriques (2001) ha estudiado la incidencia de la pobreza, comparando las categorías de raza y color, el sexo y el intervalo de edad de los individuos. Ha identificado una nítida jerarquía de discriminación dentro de la pobreza, donde los más pobres de los pobres son hombres y mujeres negros de entre 0 y 14 años de edad. En todos esos grupos la incidencia de la pobreza es superior a 60 por ciento.

Por lo tanto, el color de la piel se encuentra fuertemente asociado a la probabilidad de encontrar individuos que padecen la más drástica privación material. Según Jaccoud y Beghin (2002) "la probabilidad de que de un blanco sea pobre se sitúa en torno a 22%, pero si el individuo es negro, la probabilidad es más del doble: 48%" (Jaccoud y Beghin, 2002:28).

Varios estudios10 han demostrado que los principales determinantes de la pobreza observada en Brasil están asociados, sobre todo, a la desigualdad en la distribución de los recursos, y no propiamente a la escasez de éstos. Eso significa que Brasil, tanto en términos absolutos como en relación con los diversos países del mundo, no puede ser considerado un país pobre, pero sí un país extremadamente desigual.

Como constatamos en la sección anterior, en Brasil quien nace negro experimenta una mayor probabilidad de crecer pobre. La población negra se concentra en el segmento de menos ingresos per cápita dentro de la distribución de los ingresos del país. En la gráfica 1 observamos que los negros se encuentran proporcionalmente más representados en los deciles inferiores de la distribución; es más, su participación se reduce de forma continua a lo largo de la distribución. Específicamente, los negros representan 70% del 10% de la población más pobre, mientras que en el decil más rico de la distribución nacional de los ingresos, solamente 15% de la población es negra. Este dato demuestra cómo la estructura de la distribución de los ingresos brasileños se traduce en un nítido "emblanquecimiento" de la riqueza y del bienestar del país.

Una medida económica de la desigualdad social es la relación entre los ingresos apropiados por 10% de los más ricos y los apropiados por 40% de los más pobres. Sabemos que, según ese criterio, Brasil es uno de los países más desiguales del mundo, pues al inicio de los años noventa la proporción de los ingresos que recibía 10% de los más ricos entre su población equivalía a 21 veces la proporción que recibía 40% de los más pobres; sin embargo, esta misma diferencia equivalía a cinco veces en Estados Unidos y a 10 veces en Argentina.11 Además, a lo largo del periodo de 1992 a 1999 los ingresos de todo el país se concentraron todavía más en las cuentas de los pudientes, la mayoría de ellos blancos. En Brasil el coeficiente de Gini de la distribución del ingreso ascendió de 0.583 en 1992 hasta 0.595 en 1999.

En 1999 la razón entre los ingresos del porcentaje de los más ricos (10%) y el de los más pobres (40%) era de 23 veces para todo Brasil (véase cuadro 3). La medida de la misma concentración de los recursos económicos dentro del "Brasil blanco" arroja un valor próximo al del "Brasil real", o sea, los ingresos de los brasileños blancos más ricos (10%) es 21 veces mayor que los de los brasileños blancos más pobres (40%). Sin embargo, para el conjunto de la población negra esa relación es de 16 veces, es decir, incluso los brasileños negros más pudientes disfrutan de una prosperidad menor que sus equivalentes blancos.

En suma, las fracturas económicas se han mantenido estables, o más bien, no se han agravado durante el decenio pasado. Por otro lado, la población negra no sólo padece una mayor penuria sino que también es más homogénea en este extremo. De hecho, el "Brasil blanco" es más rico y más desigual, mientras que el "Brasil negro" registra al mismo tiempo menor riqueza y menor desigualdad interna.

 

DESIGUALDADES RACIALES Y OPORTUNIDADES EDUCATIVAS

La bibliografía económica suele citar la educación para dar cuenta de la desigualdad de ingresos en Brasil. Varios estudios sobre desigualdad racial en el mercado de trabajo también identifican la educación como factor explicativo de la desigualdad. Conforme estima Henriques

cerca de 55% de la brecha salarial entre blancos y negros depende de la desigualdad educativa; una parte se deriva de la discriminación producida en el sistema educativo y otra de la herencia de la discriminación educativa infligida a las generaciones de los padres de los estudiantes (Henriques, 2001:26).

¿Cuál es la escolaridad media de los blancos y de los negros en Brasil? De un modo general, el dato es frustrante, pues un joven brasileño promedio entra en el mercado de trabajo tras seis años de cursar estudios, es decir, con la vida escolar que juzgaríamos adecuada para un adolescente de trece años de edad. Aún más doloroso es constatar que la notable mejoría en la educación de la población brasileña a lo largo de todo el siglo XX no fue equitativa, pues llegamos al siglo XXI con un elevado grado de desigualdades sociales entre blancos y negros. En realidad, la escolaridad media de una persona blanca es hoy de 6.9 años mientras que la de un negro es de 4.7 años (véase el cuadro 4). Esa diferencia considerable de 2.2 años es la misma que existía al inicio de la década de 1970.

En comparación, en Europa la escolaridad media es de doce años de estudio y en Sudáfrica de once. Así pues, las estimaciones invitan al pesimismo, puesto que si no se hace nada al respecto, al negro brasileño puede costarle un poco más de medio siglo alcanzar la escolaridad del negro sudafricano en el año en que terminó el apartheid. La triste ironía de esos números es que nos hemos acostumbrado, durante mucho tiempo, a contrastar el infierno negro sudafricano con el supuesto paraíso mestizo brasileño, pero ahora, los datos oficiales reflejan imágenes invertidas. Por ello, si la acción pública se restringe únicamente al esfuerzo actual para generalizar la enseñanza básica, es de esperarse que los negros brasileños tarden un plazo considerable para llegar a la media de escolaridad actual de los blancos. Por supuesto, para ese momento, los blancos habrán logrado también una media de escolaridad mucho mayor que la que tienen hoy.

Veamos algunos datos que destacan las dificultades de los negros para el acceso a la educación:

• 8% de los blancos y 18% de los negros con más de 15 años son analfabetos;

• 22% de los blancos y 38.2% de los negros con más de 15 años son analfabetos funcionales, o sea, tienen menos de cuatro años de estudio;

• 69% de los estudiantes de entre 18 y 24 años que no completa la enseñanza básica son negros, y este grupo registra un enorme desfase edad-curso;

• 52% de los jóvenes blancos asiste a la escuela y 57% de los jóvenes negros no lo hace;

• de cada 100 jóvenes blancos 39 entran a la universidad; de cada 100 jóvenes negros sólo 14 lo hace.

Por tanto, no hay ningún atisbo de que el aumento universal de la enseñanza básica vaya a resolver el problema de la desventaja crónica de los negros. En la enseñanza superior, la distancia entre blancos y negros todavía se agranda más, ya que 62% de los estudiantes universitarios son blancos y 35% son negros, según los datos de la PNAD de 2001. Dicho de otra manera, la probabilidad de que los jóvenes blancos se coloquen en los mejores empleos cuando sean adultos es 1.7 veces mayor que la de los jóvenes negros.

No cabe ninguna duda de que el hecho de ser negro en Brasil conlleva mayores obstáculos para el acceso a la educación. A este sesgo se añade que la desigualdad entre niños blancos y negros tiende a crecer en la vida adulta. Como son más pobres, entran antes al mercado de trabajo y se preparan menos, lo que los confina a las posiciones inferiores en la sociedad.

La universidad brasileña es una de las más reconocidas de América Latina, en especial sus instituciones públicas y gratuitas, que ofrecen una enseñanza de calidad. En el país tenemos actualmente 2.3 millones de estudiantes universitarios, lo que representa poco menos de 1.4% de la población. Eso significa que cualquier estudiante universitario brasileño, por mediocre que sea la facultad en la que esté matriculado, ya pertenece a una minoría absolutamente privilegiada. De esos 2.3 millones de estudiantes universitarios, 1.5 millones estudian en instituciones privadas y sólo 800 mil se matriculan en las universidades e instituciones públicas de enseñanza superior. F sea, sólo 0.5% de los brasileños cuenta actualmente con el beneficio público de la educación superior gratuita.

Si el Estado brasileño asigna recursos considerables para el mantenimiento de ese conjunto de universidades públicas, que sólo absorbe a uno de cada 200 ciudadanos, es de esperar que esa élite universitaria represente la diversidad étnica y racial del país para que piense y actúe mejor sobre sus problemas. Sin embargo, debido a que 84% de ese contingente de universitarios beneficiados con la enseñanza pública de calidad son blancos, el diagnóstico debe señalar que el sistema universitario público continúa excluyendo a la población negra brasileña de una manera significativa.

Por último, la desventaja de los negros no se ha alterado a pesar de un constante avance de la educación durante todo el siglo XX. Hoy en día, un joven negro de veinte años ha heredado la discriminación étnico-racial que sufría su abuelo; probablemente, los efectos perversos de esa desigualdad también se incluyeron en la herencia de su padre, y los datos ponen de manifiesto que actualmente han llegado hasta él. Queda por ver qué haremos ahora para impedir que la misma desventaja sea transferida a sus hijos e hijas.

 

MERCADO DE TRABAJO: SEGMENTACIÓN Y DISCRIMINACIÓN RACIAL

Así como los índices de participación laboral son similares entre blancos y negros (alrededor de 70%), los índices de desempleo, de empleo precario y de remuneración son bastante diferentes. La tasa media de desempleo abierto de la población de 16 años o más en Brasil, medida por el IBGE/PNAD, en 2001 llegó a 9.2%. Esa media incluye amplias diferencias raciales, ya que 8% de los blancos y 10.6% de los negros se encuentra en esta situación, conforme lo indica la gráfica 2. Cabe destacar que entre 1992 y 2001 los negros sufrieron un aumento más agudo del riesgo de desempleo.

Al igual que la distribución ocupacional de negros y blancos, así como de hombres y mujeres es muy diferente en el mercado de trabajo brasileño, es también notable la persistencia y la reproducción de una marcada segmentación de género y raza. Ésa es una de las expresiones más claras de los poderosos mecanismos de discriminación, porque las construcciones culturales y sociales acaban atribuyendo lugares jerárquicos a mujeres y a hombres, a negros y a blancos, de acuerdo con la división social del trabajo.

En Brasil, en 2001, los empleos precarios, informales y de baja calidad12 absorbieron a 57% de la mano de obra ocupada. En términos de raza esas desigualdades son aún más agudas: 50% de los blancos y 65% de los negros ocupa este tipo de puestos de trabajo. El porcentaje de mujeres ocupadas en el servicio doméstico (18%) se alinea entre los más elevados de los países latinoamericanos. Si le añadimos el porcentaje de mujeres ocupadas sin remuneración, el total abarca a un tercio de las mujeres brasileñas. Como puede verse en el cuadro 5, en este segmento laboral las mujeres negras están sobrerrepresentadas en comparación con las blancas.

Las mediciones econométricas han revelado que la brecha salarial se añade a los factores discriminatorios en Brasil. De hecho, el ingreso medio de los hombres blancos supera notablemente el de los negros, como también ocurre entre las mujeres blancas y negras. A menudo se intenta explicar el diferencial económico entre negros y blancos por el menor nivel de escolaridad de los negros en su conjunto. Pero este argumento no se confirma en el cuadro 6, pues en cada uno de los niveles de escolaridad los salarios de los negros son sistemáticamente inferiores a los de los blancos. La gravedad de la situación de la mujer negra, víctima de una doble discriminación de género y de raza, se manifiesta una vez más al examinar los datos relativos a los salarios por nivel de escolaridad: por ejemplo, las mujeres con once años o más de estudio reciben sólo 46% de lo que reciben los hombres blancos por hora trabajada.

Sin duda, existe la posibilidad de que una inserción laboral tan desfavorable no se deba tanto a una discriminación que tiene lugar en el mismo puesto de trabajo como al legado de las experiencias sociales anteriores. Para captar esta dimensión longitudinal, Sergei et al. (2002) han desagregado los salarios de negros y blancos, a fin de averiguar en qué punto se diferenciaba más cada categoría, teniendo como referencia el grupo más privilegiado, el de los hombres blancos. Han dividido el proceso de la génesis social de los salarios en las tres etapas de formación y calificación escolar, de inserción y de negociación salarial. Sus conclusiones indican que los negros tienen mayores desventajas en las dos primeras etapas. En la de formación y calificación (que tiene lugar en la escuela), se gesta la mayor parte de las desigualdades que se traducirán en diferenciales futuros de remuneración. Asimismo, en la etapa de inserción en el mercado de trabajo, los negros obtienen los peores empleos en los peores sectores de la actividad económica: aquellos que pagan menos, que exigen menos calificación, con vínculos laborales menos seguros, y, eventualmente, resultan trabajos peligrosos.

La desigualdad salarial entre blancos y negros también puede depender del tipo de ocupación que desempeñan estos trabajadores. Debido a que los negros están más representados en aquellos puestos de trabajo más precarios, por este simple factor y sin que medie una discriminación salarial expresa, reciben menor remuneración salarial.

Con todo, para medir hasta qué punto existe discriminación racial en el mercado laboral, podemos estimar la brecha salarial entre blancos y negros, por su posición en cuanto a ocupación, edad, sexo, escolaridad y región de residencia. Los resultados de este ejercicio revelan que, por ejemplo, un trabajador blanco insertado en una misma actividad que un trabajador negro, con la misma edad, escolaridad y local de residencia gana, en promedio, sólo por el hecho de ser blanco, 24% de más que un trabajador negro; y lo mismo sucede para las demás categorías ocupacionales analizadas, conforme lo muestra el cuadro 7. De nuevo, por tanto, encontramos evidencias de racismo, pues los negros ganan menos que los blancos en todas las ocupaciones.

En conclusión, tres factores determinan el grueso de las desigualdades raciales y de género reflejadas en los datos aquí presentados, que terminan por traducirse en desigualdades de bienestar en perjuicio de los negros frente a los blancos. El primero es la segmentación del mercado de trabajo. El segundo, y principal, es la educación, ya que los negros se enfrentan a mayores obstáculos reales que los blancos para completar su trayectoria educativa. Por último, el punto final radica en la doble discriminación salarial de los negros por su predominio en los peores empleos y por su remuneración diferencial incluso en puestos de trabajo comparables.

 

CONSIDERACIONES FINALES

Tras una breve incursión en la literatura de las ciencias sociales brasileñas sobre la temática étnico-racial, llegamos a la conclusión de que la investigación debe avanzar como mínimo en dos sentidos. En primer lugar, necesitamos comprender "por qué" no se neutralizan las desigualdades raciales; en segundo lugar, también habría que exponer los mecanismos que operan tras las posibles trayectorias de éxito de los negros que han logrado ascender a través de la enseñanza superior.

Nuestro artículo intenta contribuir a la investigación, aplicando el concepto de "relaciones étnico-raciales" (Rex, 1986) para comprender un poco mejor por qué las desigualdades raciales se muestran tan persistentes en Brasil. Hemos recordado que esta perspectiva subraya los choques de intereses, las categorías sociales implicadas y las representaciones sociales que las legitiman. De momento, las situaciones discriminatorias, a veces abiertamente conflictivas, en que la clasificación de las categorías sociales deslinda a varios grupos por su fenotipo, origen, lengua, religión u otros atributos, han sido nuestro interés principal, ya que recientemente otros estudios han dado cuenta sobrada de las justificaciones deterministas (Paixao, 2006; Reis y Moore, 2005). Este cuadro empírico de la desigualdad racial en Brasil muestra diferencias significativas entre blancos y negros, donde los negros siempre están en desventaja. Además, tales desigualdades han sido estables durante los años noventa a pesar de la mejoría de muchos otros indicadores de las condiciones de vida del país.

Los negros obtienen ingresos inferiores a los blancos y cursan menos años de estudio, encuentran menos facilidades para salir de la pobreza, y perciben un salario menor con la misma categoría laboral. Las mujeres negras, por su parte, sufren el doble efecto de estos procesos discriminatorios junto con los procesos engendrados por el sexismo y el patriarcado.

Los datos aquí presentados desacreditan la tesis de la "democracia racial", que aún recibe mucho apoyo en la sociedad brasileña, y ponen en tela de juicio uno de sus corolarios más populares: la oposición a las acciones afirmativas en favor de los negros. Sus partidarios defienden este rechazo imputando las carencias del negro a su falta de preparación, debida supuestamente al legado de la esclavitud. Con todo, si el problema fuera sólo esta herencia centenaria, deberíamos detectar una influencia igualadora de las políticas de cuño universalista, especialmente en educación; sin embargo, la recurrente desventaja de los negros más bien indica que no acaba de arrancar una tendencia posible hacia la igualdad.

En nuestra opinión, es razonable concluir que en Brasil se evidencian las señales propias de un conflicto étnico-racial. En las circunstancias actuales, la extensión de los derechos sociales ha elevado el piso inferior un escalón, pero la población negra continúa rezagada. Ante ello, sería preocupante que se impusiese una mera ilusión gradualista, fundamentada en la creencia en una igualación educativa de mediano plazo, porque entonces se ocultaría la inercia de las barreras étnico-raciales bajo un manto de buenas intenciones. Por ello, es urgente diseñar una acción antirracista que se enfrente al desafío histórico de integrar las perspectivas "universalista" y "diferencialista"13 de las políticas públicas, ya que esta fórmula parece ser la única susceptible de impulsar una desnaturalización de las desigualdades raciales en el país que sea efectiva en las conciencias y eficaz en los hechos. En fin, la consolidación de una sociedad democrática, libre, económicamente eficiente y socialmente justa en Brasil, requiere una redefinición fundamental, capaz de desactivar los resortes de la discriminación étnico-racial, de la igualdad de oportunidades, condiciones y resultados en el proceso de las políticas públicas, en especial de las políticas sociales.

 

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Notas

* Este trabajo es un producto del estudio "Más allá de la focalización: educación, desarrollo y lucha contra la pobreza en el Cono Sur. Análisis de las aplicaciones de la nueva agenda política global en la región", financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología (Gobierno de España: referencia SEJ2005-04235).

1 Véase en particular, Barros, Henriques y Mendonça (2000 a, b).

2 Acerca del problema de la naturalización de la desigualdad, véase Henriques (2000, 2001a).

3 Consultar Solange Martins Couceiro. Bibliografia sobre el Negro Brasileiro. São Paulo: USP, 1971.

4 Para un desarrollo completo de este marco teórico, véase Rex (1986:29, 36-7).

5 Véase Ossorio (2003).

6 Véase Reis (2000) y Reis y Moore (2005).

7 Hasenbalg (1979) realizó estudios sobre desigualdades raciales y movilidad social antes que Valle Silva. Sin embargo, como su investigación se restringía a seis estados de la región centro-sur del país, sus conclusiones no eran generalizables para el país como un todo.

8 Para un análisis más profundo sobre esta cuestión, véase Camarano et al. (1999).

9 La línea de indigencia se refiere a los costos de una canasta de alimentos básicos, regionalmente definida, que atienda a las necesidades de consumo calórico mínimo de un individuo, mientras la línea de pobreza incluye, además de los gastos con alimentación, un mínimo de gastos individuales incluidos vestuario, habitación y transportes.

10 Véase, en particular, Barros, Henriques y Mendonça (2000 a y b).

11 Para un análisis detallado de la desigualdad de la distribución de los ingresos en Brasil, véase Barros, Henriques y Mendonça (2000a).

12 En ese conjunto están incluidos los trabajadores sin contrato laboral firmado, los ocupados en microempresas, los trabajadores por cuenta-propia (excluidos los profesionales liberales y técnicos), los trabajadores familiares sin remuneración y los trabajadores del servicio doméstico.

13 La reflexión sobre el contenido y horizontes de las perspectivas "universalista" y "diferencialista" nos remite a una controvertida y amplia bibliografía. Para una reflexión, actual y muy relevante, aplicada a la realidad brasileña, véase D'Adesky (2001).

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