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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.69 no.2 Ciudad de México abr./jun. 2007

 

Reseñas

 

Carlos Martínez Assad, La patria en el Paseo de La Reforma

 

Asunción Lavrin

 

(México: Fondo de Cultura Económica/Universidad Nacional Autónoma de México), 2005.

 

Instituto de Estudios Latinoamericanos, Arizona State University

 

Historia cultural, historia urbana

El libro más reciente de Carlos Martínez Assad representa un matrimonio ideal: el de la historia urbana y la historia cultural. Hice mis primeras lecturas de historia urbana con la conocida obra de Jorge Hardoy sobre las ciudades precolombinas. Hardoy y otros de su generación veían la ciudad como un ente orgánico, pero sobre todo arquitectónico, que crece y se transforma para servir los intereses de sus habitantes. En el caso de las ciudades precolombinas, sin embargo, la construcción de edificios y monumentos tomaba muy en cuenta su ubicación física dentro de la ciudad, ya que estaba cargada de una fuerza cósmica que trascendía su propia materialidad. También tenían un mensaje de poder político que reafirmaba la autoridad de quien ordenaba su construcción. El significado cósmico de los monumentos de las ciudades precolombinas no es parte ya de la construcción ni del destino de la ciudad en el mundo occidental; empero, la construcción de monumentos y vías de comunicación sí retienen un simbolismo político que sirve los intereses de un partido, de una ideología, y a veces de un individuo. El Tenochtitlán de los mexicas fue sustituido por la urbe ibérica, y un concepto de construcción y ubicación romano-renacentista. Ya esos elementos expresaban el cambio cultural que se imponía desde Europa, y que eventualmente se comprenderían como la expresión de una dinastía, de una voluntad imperial y, a veces, como el deseo de un rey, de un obispo, o de un mecenazgo secular. Aunque en esta particularísima ciudad el elemento ecológico dictó el desarrollo urbano en sus comienzos, pronto la tecnología humana se empeñó en domar a la Naturaleza, para darnos terrenos pantanosos y movedizos en lugar de las aguas de sus lagos originales, y crear lo que ya sabemos fue un desastre ecológico de primera magnitud, pero que ha quedado como la prueba más fehaciente de que la ingenuidad de la ingeniería humana a veces puede pervertir el orden natural.

Son tiempos ya lejanos. El Paseo de la Reforma sólo se gestó después de que Nueva España se convirtió en México y cuando la ciudad ya había adquirido otro carácter político. Sin embargo, no debemos desechar el uso de un análisis emblemático o simbólico -ya no cósmico- en la concepción y construcción de un elemento urbano en esta ciudad que ha pasado por etapas renacentista-colonial, barroca, neoclásica, europeizante y moderna. De hecho, la obra de Carlos Martínez Assad tiene el propósito de encaminarnos a una interpretación de la arquitectura urbana como representación de todo un ideario al servicio de un grupo de conceptos que -a su modo- forman ese ente poroso e inefable que se llama la patria.

La patria en el Paseo de la Reforma es una obra de historia urbana que sigue el inusitado desarrollo de una avenida en el transcurso de casi 200 años de vida. Sin embargo, es precisamente la presencia de esa patria del título la que nos lleva de la mano al contenido cultural que señorea en ella. Carlos Martínez Assad nos regala en este libro, una avenida que trasciende su ente físico de vía de comunicación para convertirse en un símbolo de la visión política de lo que iba a ser el México republicano e independiente. La Independencia y la Reforma (los dos hitos de la empresa de construcción de una nación y una nacionalidad en el siglo XIX) serán los dos pilares fundamentales en la conceptualización y realización de esta calzada-avenida-paseo, como un camino entre varios destinos simbólicos que reemplazan los del mundo precolombino. La modernidad no ha podido despojarse de esa necesidad humana de orientar el intelecto y la memoria del ciudadano hacia símbolos materiales que identifiquen y definan su pasado.

Irónicamente, fue el empeño del segundo emperador de México: el extranjero austriaco con sus sueños de gloria, el que realmente puso en marcha este proyecto. Quien trataba de echar los cimientos de un nuevo orden político era también partidario de subir al poder sobre los hombros de los próceres nacionales, preservando su memoria en bronce o en piedra, y unir puntos clave de la ciudad con una traza gentil de árboles y recreo urbano. Si bien sus sueños políticos duraron bien poco, allí quedó el proyecto para los verdaderos dueños de la patria, esa deidad que ya iba tomando forma definitiva en su papel de diosa omnipotente y omnipresente. Como bien señala Carlos Martínez Assad, el Paseo de la Reforma es el hijo híbrido del "culto a lo europeo y el orgullo del pasado indígena" (p. 34); precisamente ese mestizaje simbólico tan adecuado a la fibra de la mexicanidad, es lo que ha hecho de esta avenida el corazón patriótico de la ciudad. ¿Qué otra denominación cabe a una avenida que acoge a un virrey español, un marino genovés, dos líderes aztecas y un sinfín de ilustres mexicanos decimononos junto a una columna que sostiene un llamado ángel que es realmente una victoria alada? Entre paréntesis, ¿cuándo y por qué se cambia el sexo de este símbolo? Aunque se puede argüir que los ángeles no tienen sexo, es obvio que se trata de una figura femenina, y aun así se ha convertido en El ángel, nominalmente masculino. Se trata de un capítulo más en las sugestivas evoluciones en la vida de este mimado Paseo.

El verdadero nacimiento del Paseo de la Reforma tuvo lugar a finales del siglo XIX, como producto del proyecto de construcción de la identidad nacional. Es tanto un catálogo de héroes como un álbum de recuerdos detrás de los cuales se detecta la ambición política de quienes decidían cuál sería la trayectoria de ese proceso de formación de la personalidad mexicana. Los nuevos santos del culto a la patria quedaron asentados en sus estatuas de tamaño natural... para humanizarlos; asimismo, quedaron proporcionados y asequibles al ciudadano común y corriente. No se concebía el recuerdo de modo abstracto sino con una corporeidad tan realista como fuera posible, para que de veras la humanidad de los héroes se hiciera palpable a quienes les rendirían honor. Los socios de Díaz también tuvieron sus ganancias en este proyecto que produjo, en su impulso generatriz, docenas de obras distribuidas en la República. Nada como el positivismo para lograr sostener ideas sobre una base capitalista. Sin embargo -visto desde otro ángulo-, el impulso urbanístico de los mandatarios creó una preocupación por el embellecimiento ambiental que fue generosa en sus frutos y estética en sus medios. Obviamente, estas características protegieron las especulaciones y los favores personales.

Es importante corroborar cómo al cincelar la piedra se determina quién ha de ser recordado: la ideología política de quienes recuerdan el pasado, determina la memoria futura. Se trata de un percance bien conocido para quienes practicamos la disciplina de la Historia. En el monumento a la independencia, ya simbolizada por el cura Hidalgo, se anula la presencia de Agustín de Iturbide. El éxtasis patriótico no podía permitir que en la construcción de su fachada monumental se inmiscuyeran personajes de "ambas aguas". Lo irónico es que, si el plan era de raíz mexicana, la construcción física de la memoria patriótica fue casi toda extranjera. Díaz y sus positivistas (como amantes de las fachadas deslumbrantes que harían salir a México de su "plebeya realidad" criolla para acceder a la de la exquisita imitación de modelos extranjeros) escogieron diseños y diseñadores europeos. Sin embargo -y para ser justos-, de esa época ansiosa de civilización surgen los proyectos de la Universidad Nacional, así como la exhumación arqueológica de Teotihuacán. Ambos impulsos han servido muy bien a México, a la nación, y a su identidad histórica.

Las fotografías que el autor inserta en esta sección decimonona y de principios del siglo XX, son todo un poema al pasado: cielos despejados; ni traza de edificios comerciales; la paz de las arboledas; la distinción del ropaje de los ciudadanos. Nada que insinúe la posibilidad de otra realidad de tráfico ruidoso, premuras de taxímetros, o las ansiedades de empresarios comerciales de la segunda mitad del siglo XX.

La lectura de las celebraciones de las fiestas de 1910 y sus instalaciones desmedidas no deja de sugerirme el fasto que en la actualidad reina también en las celebraciones oficiales y personales de este querido México: el mismo amor a la ostentación y la misma ansia de impresionar al mundo. Como se acerca el 2010 y toda una decena de conmemoraciones patrióticas, quizá tengamos la oportunidad de hacer comparaciones muy precisas en unos pocos años.

El siglo XX sólo podía seguir el impulso notable del positivismo. Los años de revolución política no pudieron revocar lo que se heredó como historia patria: sólo añadirle su propia idiosincrasia y ponerle el cuño de las ideas de moda. El autor nos regala viñetas muy sugerentes de los años veinte a los cuarenta: la creación de toda una cultura citadina alrededor de los ejes viales, la celebración del centenario de la verdadera independencia en 1921 que -como nos apunta Martínez Assad- aunó lo patriótico con la comercialización que él define como "la libertad de lucrar, comprar, vender, exponer y acuciar" (p. 101), la cual se palpa en esos años. Se trata de tiempos muy distintos de las soirées porfirianas y -siguiendo esa corriente de modernismo intelectual- el autor recrea en las siguientes páginas toda la efervescencia teatral, cinemática y social de las décadas entre 1910 y 1940. Dos puntos interesantes en el capítulo que cubre esos años son la definitiva relegación de Iturbide al papel de Judas de la Revolución, y la aparición de la celebración de la Semana del Niño y la maternidad, inspiradas por nuevas concepciones de puericultura y eugenismo social. Aquí veo un significado muy importante: la admisión de cierta feminización en el mensaje simbólico. Claro que no se trata de un homenaje gratuito a la mujer y al niño. Obviamente, un México que había sufrido el desgaste de vidas a causa de la Revolución, tendría que fijar sus ojos en el futuro y el papel desempeñado por la mujer en la gestación. Aun así, la inserción de la mujer y el niño en la historia del Paseo, refleja nuevas aperturas en la definición propia de la nación.

Otro hito importante en el proceso de cambio del Paseo fue la beatificación patriótica que significó el traslado de los restos de los héroes bajo las miradas escrutadoras de Obregón y Calles, finalmente iluminados por la pequeña pero altamente simbólica llama de una lámpara votiva. ¿Qué más quedaría por hacer? Quizá después de esta última ofrenda, lo que restaba sería ya más maquillaje que expresión patriótica, aunque aún se enfrentaron toda clase de opiniones sobre la añadidura de una Diana cazadora o el traslado del monumento a Cuauhtémoc a una posición más urbanísticamente ventajosa. No obstante, la inserción de otros monumentos como la Fuente de Petróleos y la extensión de la avenida (paralelamente a la construcción de nuevos barrios habitacionales nunca imaginados), nos hablan del crecimiento pujante de la ciudad más allá de los límites no sólo imaginados por sus creadores, sino inimaginables desde su punto de vista urbanístico.

¿Habrá algún coto al crecimiento y al cambio?

Sin embargo, volvamos al ángel, porque es a fin de cuentas esa figura de la diosa alada de la libertad, la que sigue descollando en el Paseo y anuda todos los elementos dispares en desarrollo como vía urbana. El ángel se cae, se rompe, se vuelve a poner en su lugar y se convierte en centro de todas las expresiones políticas de la ciudadanía y los mandatarios. De hecho, se apropia de la esencia de la sacralidad patriótica de todo el paseo. Parece ya que sin ese ángel los mismos padres de la patria se sentirían un poco faltos de su carisma personal.

La Historia no es asunto de papel solamente, aunque hay en esta obra un magnífico apoyo de lecturas y notas de archivo. Por medio de las muchas fotos y dibujos que articulan la información proporcionada por la investigación, Carlos Martínez Assad demanda que apreciemos la importancia de la visualidad del recuerdo. El investigador reafirma el concepto de la Historia como expresión arquitectónica y de planeamiento urbano. Nos recuerda que un monumento incorpora, en su materia muerta, la vida de los pensamientos y las emociones de quienes lo desearon como expresión de su ideología o de su ego. No puede ser más notable el contraste entre la inmaterialidad e inefabilidad de nuestra psique y su expresión en piedra y cemento; pero la aparente inmutabilidad del monumento habla elocuentemente cuando le prestamos atención y nos dice mucho más que el estilo artístico en el cual fue plasmado. Nos habla de conceptos políticos y de identidades ya en formación, ya en pleno florecimiento de expresión. El libro asume la posición de que una avenida es un libro de Historia. Dicha Historia nos dice que hubo una voluntad determinante en la construcción de esa vía de comunicación: a pesar de las variaciones en la política de sus constructores, expresar -de un modo tangible- el destino nacional. El autor nos hace descubrir cómo hubo una disciplina detrás de ese proyecto educativo y creativo que es el Paseo de la Reforma; además, nos hace comprender cuál es el mensaje de una avenida en varias épocas históricas. El Paseo es un texto alrededor del cual se han tejido las ideologías de quienes comprendieron -quizás intuitivamente- que una calle es más que un medio para trasladarse de un punto a otro. Cada esquina, cada árbol, cada estatua, tiene un significado que legitima su mensaje en un discurso que puede ser oficialista, pero que es también una realidad constantemente re-pensada y re-imaginada por cada peatón, cada carruaje, cada automóvil, y cada camión que transporta su carga humana de tramo en tramo. La realidad de piedra, adoquines (y ahora asfalto y concreto), sólo puede ser aprehendida mediante un esfuerzo intelectual.

Sin necesidad de asumir una posición de disección cultural sobre cuál elemento de análisis resulta más importante en el conocimiento de nuestra realidad, es importante reconocer que hay un lenguaje visual, gestual y aun escrito, en el Paseo de la Reforma. Tengo algo de constructivista en cuanto a creer que sólo mediante la reflexión sobre la realidad, logramos entender el imaginario que se encuentra detrás de ella. Es patente que hay un texto en cada edificio y cada monumento; así lo ha considerado el autor cuando nos habla de la emblemática nacional modernista en la creación de un nuevo Paseo de la Reforma en la segunda mitad del siglo XX. Lo apoyan los comentarios de todos los que en un momento dado han expresado su firme creencia en que la ubicación de cada componente material de dicho Paseo tiene un significado tan trascendente que cualquier alteración rompe ese hilo conductor con el pasado y, por ende, con un significado que ha dejado de ser particular para volverse nacional. De hecho, en un momento histórico se arguyó en un periódico citadino que mover a Cuauhtémoc era desnaturalizar la glorieta y el espacio dedicado a la escultura. Cabe preguntarse: ¿Desde cuándo fue natural esa ubicación? Tal comentario nos ofrece una prueba de cómo el proceso de asimilación de los símbolos los hace pronto formas naturales de pensar para la mayoría de la población. En la construcción de un pasado nacional, este Paseo de la Reforma ha acunado diversas narrativas históricas con el proceso de escogimiento de quienes habrían de ser los verdaderos representantes de esa identidad nacional. Se trata de un proceso aún en desarrollo. Si atestiguamos la lucha entre Hidalgo, Morelos, y Juárez, en la visión que predominó entre 1830 y 1950 -así como su eventual acomodo en la aceptación de esa trinidad patriótica-, también vemos cómo se añadieron algunas figuras de acuerdo con intereses regionales, mientras las fobias se ensañaban contra otras (pobre Agustín de Iturbide; afortunado Guillén de Lámport). ¿Y qué decir del destino de Cortés y Moctezuma? Los tlatoanis heroicos se emblematizaron mediante el deseo de ser diferentes de Europa; pero aún quedaron rastros emotivos o culturales sin explicación racional en la afición a Cristóbal Colón y la reina Isabel la Católica. Y, en este proceso, se fueron creando símbolos que -aún sin raíces- pronto crecieron frondosamente en la imaginación popular, como la Diana cazadora y el famoso ángel. Hay continuidades y transformaciones muy significativas en el sentido que se ha otorgado a estos emblemas en piedra, y sobre todo en el modo como han ido cambiando en cuanto a su jerarquía: todos sujetos a las veleidades no ya políticas sino afectivas, tanto de la imaginación popular como de los políticos de turno. Aun así, hay que dejar sentado que si de algo sirven las piedras, los adoquines, el asfalto, los monumentos y los edificios, es para hacer tangibles los deseos humanos. El Paseo de la Reforma parece haber hecho tangible, en sus múltiples evoluciones, el deseo de todos los que han manipulado su destino simbólico y material de ver en esta avenida "la arteria consentida" de la capital, en palabras del autor (p. 91).

La publicación del libro objeto de este análisis, nos enfrenta a un modo distinto de ver un símbolo histórico. Carlos Martínez Assad ve el Paseo de la Reforma como un emblema en constante flujo de una realidad histórica que también es mutante. Ahora bien, nos preguntamos si esos símbolos son aceptados por todos los componentes de la sociedad nacional o si son creados desde arriba e impuestos de modo hegemónico. En mi opinión -que espero el autor corrobore-, no hay en su interpretación una toma de posición irrevocable frente a estas dos posiciones. Es cierto que la discusión del significado emblemático del Paseo se ha llevado a cabo por las elites políticas y sociales, pero entre ellas hubo suficientes divergencias como para confirmar que no hubo un proyecto hegemónico ni homogeneizador que se perfilara claramente como representante del deseo de un grupo dominante. Desde luego, algunos de esos símbolos han pasado a ser inmutables en su categoría después de un enjambre de posibilidades; aún después de convertirse en parte del patrimonio nacional, quedan propensos a una reinterpretación para servir ciertos objetivos consecuentes con la voluntad de quienes tienen el poder de cambiarlos. O sea que priva cierta tensión intrínseca entre el símbolo y su uso práctico, a veces sin intencionalidad alguna. ¿Cómo -de otro modo- explicar que una victoria alada se convierta en símbolo público para toda clase de emociones sociales: protestas, reuniones políticas, y reafirmación ciudadana? No creo que ésta fuera una de las posibilidades en la mente de quienes dispusieron su erección; empero, en el lenguaje simbólico de dicha figura alada, hay una serie de significados que con el transcurso del tiempo se ha ido adhiriendo a su epidermis pétrea. En todos los símbolos nacionales hay cierto hermetismo, pero también cierta libertad para cambiar de voz, y ello explica su diferente uso interpretativo por parte de las generaciones sucesivas. Si hubo alguna intención de proporcionar en un camino vial una fórmula única de interpretación cultural de la patria, el intento -como lo demuestra su historia- no ha producido un resultado unívoco y menos aun hegemónico. El libro de Carlos Martínez Assad nos convence de que cualquiera que haya sido el deseo de inyectar ideas o ideologías en los elementos materiales del Paseo de la Reforma, el resultado ha sido ver en el mismo un espejo de los cambios experimentados en una cultura urbana que trasciende la política e incorpora importantes elementos económicos y sociales.

Al final de la lectura del libro de Carlos Martínez Assad, no me queda claro todavía si alcanzo el significado total de la patria; pero siempre he creído ver en ese concepto algo resbaladizo, inasible, y quizás inefable en su capacidad de eludir definiciones concluyentes. Lo que sí me interesa es comentar sobre la posición que adopta Carlos Martínez Assad en sus conclusiones. En el apartado "Entre la memoria y su porvenir", el autor expresa su angustia como mexicano y como historiador ante el destino de esta vía arterial. La tensión entre la modernización y el pasado se acrecienta debido a las actividades reformadoras de emergentes realidades empresariales. El autor cree en la validez del Paseo de la Reforma como un texto de la nación en el cual están inscritas las voluntades de varias generaciones. Sean o no contradictorias entre sí, se hallan escritas en un conjunto de monumentos y edificios imponentes en su presencia física e innegables como realidad. Para cambiarlos se requiere más que una fuerza material de demolición y reconstrucción: se requiere un plan que ponga en ejecución un proceso intelectual coherente y que exprese una visión de un momento histórico, sea cual fuere ese momento. Por eso reclama una inteligencia comunitaria, representada por comisiones de especialistas en cualquier proyecto de cambio. Reclama una democratización en las decisiones que sea coherente con la democratización del espacio urbano; se apoya en el uso consuetudinario de una calle por un gentío de los usuarios más diversos para proclamar la necesidad de reconocer su derecho a reclamar la propiedad de una avenida que está hecha para ser vivida. Le preocupa retener el aspecto testimonial de las vivencias y actividades de generaciones pasadas, y preservar la integridad de la síntesis de voluntades y actitudes de quienes han contribuido a hacer de esta avenida la carta de visita de la ciudad. Sus propuestas hablan de un alto civismo de la más fina calidad. Personalmente, no estoy segura de que una comisión rectifique todos los problemas de los que hoy adolece el Paseo de la Reforma como unidad vial y como símbolo, ya que esa comisión -al igual que en el pasado- reflejaría acciones adecuadas a nuestro momento, pero quizá ya no conducentes para generaciones futuras. Sin embargo, ello no quiere decir que su propuesta carezca de mérito. Al contrario, creo que la investigación rigurosa de su pasado, la perseverancia y el amor innegable a la historia de esta avenida y lo que significa para la Ciudad de México, es la mejor recomendación para que se le preste atención. Carlos Martínez Assad nos hace cobrar conciencia sobre una realidad: el Paseo de la Reforma, en estos albores del sigo XXI, es ya más que deseo de ostentación de modernidad y capitalismo: es también presagio de pesadilla ecológica, si las predicciones de las consecuencias de nuevas instalaciones de rascacielos llegaran a realizarse.

Cada generación que ha pensado y obrado en la construcción y reconstrucción del Paseo de la Reforma, ha visto en él un panteón digno de recuerdo y, al acogerlo en su afectividad e imaginario, ha cumplido su deber histórico. Carlos Martínez Assad nos ha enseñado en este libro cuáles han sido las aspiraciones emotivas de otros ciudadanos en el pasado, y nos revela cuáles son las suyas; además, nos señala que debemos acogerlas como nuestras, porque es también nuestro deber pensar el Paseo de la Reforma como parte de nuestra vida diaria, pues nos ha hecho recordar y -al mismo tiempo- pensar en el futuro.

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