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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.68 no.2 Ciudad de México abr./jun. 2006

 

Reseñas

 

David Harvey, The New Imperialism

 

Antonio Bellisario

 

(Oxford, Nueva York: Oxford University Press, 2003), 253 pp.

 

Departamento de Planificación Urbano-Regional, California State Polytechnic University, Pomona

 

A principios del siglo XXI, priva una incertidumbre generalizada sobre el rumbo que tomará el sistema global. Quizá la única certeza de que disponemos es que nos encontramos en el umbral de una gran transición en el funcionamiento de este sistema, y que la gran variedad de fuerzas que lo acechan puede conducirnos hacia escenarios muy diversos; acaso totalmente inesperados.

Dentro de tal marco de incertidumbre, el uso de la fuerza militar desplegada por parte de Estados Unidos en respuesta al ataque terrorista a las Torres Gemelas en Nueva York, ha suscitado un renovado interés por integrar el concepto de imperialismo en los trabajos sobre actualidad geopolítica. De esa manera, los rápidos cambios en los acontecimientos geopolíticos; las declaraciones de altos funcionarios de Estado; las recientes publicaciones detractoras, y otras, panegiristas del imperio; incluso artículos editoriales incluidos en importantes publicaciones de la prensa estadounidense de corriente principal (tales como el New York Times), parecen fortalecer la idea del manifiesto imperialismo de Estados Unidos. En tal caso es válido preguntar si las otrora olvidadas —y por algunos explícitamente descartadas— teorías del imperialismo (desde Leniny Hilferding hasta Arendt y Emmanuel) pueden ser rescatadas y reevaluadas dado el carácter de los nuevos acontecimientos geopolíticos.

David Harvey ha desempolvado dichas viejas teorías del imperialismo (supuestamente en desuso) para verter nueva luz sobre acontecimientos recientes. En este oportuno libro, The New Imperialism, Harvey nos entrega una penetrante interpretación desde la perspectiva de la economía política, de las transformaciones geopolíticas del orden mundial de principios de siglo. Específicamente, el libro intenta desenmascarar y analizar el significado de las acciones recientes de la administración de George W. Bush, sopesando sus consecuencias para el orden mundial. Las preguntas que guían el análisis de Harvey son las siguientes: ¿qué papel desempeña la evolución del proceso de acumulación capitalista en el flagrante imperialismo que vienen proponiendo los sectores neoconservadores del establishment político de Estados Unidos —basado en su incuestionable poderío militar— como opción política para mantener su hegemonía en el orden global? Asimismo, ¿de qué manera la lógica territorial del Estado estadounidense (en su actual manifestación imperialista), es una respuesta (un ajuste espacial de la lógica de reproducción del capital) al crónico problema de sobreacumulación que viene experimentando la economía estadounidense en estos últimos años?

Para poder dilucidar y presentar los grandes procesos contemporáneos, primero debe comprenderse cómo funciona el orden político-económico global, especialmente en lo que se refiere a la situación de Estados Unidos en dicho sistema. Y para ese trabajo, Harvey se encuentra excepcionalmente bien preparado. Uno de los puntos más admirables de su nuevo libro es la claridad y brevedad con que el autor desarrolla conceptos, analiza acontecimientos e interpreta datos fácticos para sustentar su argumento, pues se desplaza con facilidad extrema entre una miríada de disciplinas como la historia mundial, la economía política, la política internacional y la geografía económica.

En The New Imperialism, Harvey plantea que el acontecimiento decisivo para desenredar la actual situación geopolítica radica en comprender la crisis económica de principios de los años setenta, como el proceso que desencadenó la profunda transformación en el orden político-económico global. A partir de esa coyuntura mundial, la estrategia nacional de industrialización masiva de elevada productividad —que Harvey denomina "acumulación mediante la expansión continua de la reproducción"— se vio imposibilitada de seguir acumulando; comenzó a ser compensada (y poco a poco reemplazada) con un alza de los intentos de acumular mediante el uso de prácticas depredadoras, tales como el uso del poder financiero bruto para orquestar devaluaciones, la especulación, el fraude, incluso el robo: lo que el autor denomina "acumulación por desposeimiento o despojo".

Harvey comienza su indagación mediante el planteamiento de una pregunta: ¿qué papel desempeñó el petróleo en la decisión de Estados Unidos de invadir unilateralmente a Irak? Harvey señala que durante largo tiempo Estados Unidos ha buscado controlar el flujo del petróleo del Medio Oriente como manera de mantener su superioridad político-económica. La ocupación militar de Irak es sólo la última y más clara fase de esa estrategia. Posteriormente Harvey continúa su indagación con el análisis de cómo creció el poder estadounidense a partir de la segunda mitad del siglo XX. Destaca que el factor más significativo del arribo de Estados Unidos al dominio global fue, en sí, la habilidad del sistema político de resolver los conflictos internos (el Estado de Bienestar) mediante el desarrollo de una poderosa economía basada en el establecimiento de un robusto mercado interno (el sistema fordista); ello facilitó a su vez vastas acumulaciones de capital. Así pues, la economía estadounidense fue capaz de expandirse mediante la absorción de enormes cantidades de capital en los sectores del transporte, la urbanización, la educación, la investigación y la tecnología.

Sin embargo, a principios de los años setenta, ciertos problemas comenzaron a mermar tal sistema tecnológico-institucional (en el ámbito interno) así como la hegemonía estadounidense (en el externo). De hecho, una crisis económica estremeció al país; ella reveló un profundo problema fiscal generado por una amplia gama de causas que incluyen los altos gastos de la guerra del vietnam, la espiral inflacionaria cada vez mayor causada por la emisión de dinero y la competencia del capitalismo japonés y alemán en ciertos sectores productivos. Para intentar mantener la posición hegemónica de Estados Unidos en la escena internacional (frente a Europa, Japón y finalmente el este y sureste asiáticos), en 1973 el gobierno de Nixon logró centrar la actividad financiera global en Estados Unidos. Tal medida robusteció el capital financiero estadounidense; empero, el país dejó de ser un jugador dominante en el mundo de la producción industrial, pues perdió buena parte de su capacidad manufacturera. En el presente, la hegemonía industrial se encuentra en los nuevos espacios productivos del sur y este de Asia (como Japón, Corea del Sur, Singapur, Taiwán, y ahora incluso China).

La estrategia de Nixon creó el poderoso régimen financiero de Wall Street y la Reserva Federal, con poderes sobre instituciones financieras globales: el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Como sabemos, este régimen financiero (representado por el llamado Consenso de Washington) fue capaz de alinear a la gran mayoría de las economías de países en desarrollo con el sistema capitalista neoliberal, mediante las prácticas de ajuste estructural y gestión de la deuda externa. Tal régimen monetario y financiero resultó una formidable herramienta que aseguró en los ochenta y noventa (especialmente durante la administración Clinton) la proyección exterior del capital estadounidense —mediante la globalización económica— y permitió un constante flujo de capital desde los países deudores hacia los bancos americanos (producto del financiamiento de los préstamos del FMI y el BM).

Sin embargo, tal régimen financiero pareciera estar llegando a su fin, ya que la Unión Americana pierde su hegemonía financiera a pasos agigantados. Estados Unidos se está transformando en un país deudor crónico debido al déficit interno cada vez mayor (producto de los gastos en ascenso de la guerra de Irak y del recorte de impuestos gravados a los sectores de altos ingresos efectuado por Bush), así como a la balanza comercial negativa que sostiene con el resto del mundo (producto del consumismo desmedido al cual los norteamericanos tanto se han acostumbrado). Harvey señala que Estados Unidos recibe en forma de flujos de capital extranjero más de 2 000 millones de dólares diarios para cubrir su déficit interno y externo. Cualquier otro país que mostrara dicho déficit presupuestario sería sometido por el FMI a un draconiano proceso de ajuste estructural. Por otro lado, una nación endeudada es vulnerable a ataques de devaluación como los anteriormente infligidos a otras regiones del globo, como en América Latina en los ochenta y principios de los noventa, y aún más gravemente en la crisis que consumió el este y sureste asiáticos en 1997, antes de arrastrar a Rusia y buena parte de América del Sur. Aquí radica, según Harvey, la principal amenaza al dominio y hegemonía estadounidense. Por ende, lo que en la superficie parece un signo de fortaleza (el viraje de una política de consenso a la coerción de un abierto imperialismo militar), puede también interpretarse como una señal del debilitamiento de dicha hegemonía ante la grave amenaza de recesión y devaluación en su propia casa.

Entonces —según Harvey—, en tal contexto de vulnerabilidad, el poder militar es el único poder absoluto que queda a Estados Unidos para mantener la hegemonía sobre el sistema global. Y, más aún, la pérdida del control sobre los mecanismos productivos y financieros globales ha traído consigo una dificultad cada vez mayor para continuar acumulando mediante la expansión continua de la reproducción del capital; ello ha acarreado un alza de los intentos de acumular mediante prácticas depredadoras, posiblemente —como Harvey expresa— para extraer rentas y tributo del resto del mundo. Así pues, el autor interpreta la opción política de imperio como una apuesta desesperada de la Unión Americana para intentar mantener su posición hegemónica en la escena internacional. Se trata de un viraje por parte de Estados Unidos: de una pasada hegemonía de consenso basada en la lógica capitalista a una hegemonía de coerción basada, esencialmente, en la lógica territorial. Es un ajuste espacial que busca controlar los suministros de petróleo como medio para contrarrestar los vuelcos de poder que acechan en la economía global. Son, en definitiva, las directrices que Harvey considera las características principales del nuevo imperialismo estadounidense.

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