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Revista mexicana de sociología

On-line version ISSN 2594-0651Print version ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.67 n.4 Ciudad de México Oct./Dec. 2005

 

Reseñas

 

Mike Davis. Traducción de Rafael Reig. Ciudad de cuarzo. Arqueología del futuro en Los Ángeles.

 

Miguel Ángel Vite Pérez*

 

(Madrid: Ediciones Lengua de Trapo SL, 2003).

 

*Doctor en Sociología por la Universidad de Alicante, España.

 

Mike Davis es profesor de teoría urbana en el Instituto de Arquitectura del Sur de California (Estados Unidos), donde ha desarrollado investigaciones acerca del impacto social que ha tenido la transformación del espacio urbano por parte de los diversos intereses económicos y políticos, para excluir a los barrios de las minorías étnicas no solamente de los planes y programas de desarrollo urbano sino del bienestar social, criminalizando la miseria.1 Al mismo tiempo ha estudiado la fragmentación del espacio urbano residencial, habitado principalmente por los anglosajones, que lo han edificado para aislarse de la miseria urbana, es decir, del inmenso ejército de pobres que viven en los espacios públicos como los parques y las calles de los centros urbanos.2

Cabe mencionar que este libro apareció en inglés en el año de 1990, sin embargo, se ha convertido en un clásico para comprender los procesos socioeconómicos y culturales que ha creado el paisaje urbano en la ciudad de Los Ángeles, caracterizado por la exclusión, que desde un punto de vista sociológico ha significado la derrota de los proyectos comunitarios y alternativos gestados en la década de los sesenta y setenta del siglo XX, en favor de una política social de integración racial con beneficios materiales.

Mientras, la desindustrialización de Los Ángeles ha incrementado las tasas de desempleo, lo que ha permitido la expansión del negocio del narcomenudeo y, a su vez, reforzado los programas de combate y prevención del delito orientados a reprimir a los habitantes de los barrios deteriorados, poblados por latinos y negros, estigmatizándolos como criminales, lo cual ha legitimado la violencia policial contra ellos. Esto ha traído cambios en la arquitectura para "expulsar", por ejemplo de los parques, a los "sin techo" mediante un mecanismo que funciona en las noches para impedir que las bancas sean usadas como camas: las empapan de agua.

Pero a pesar de su pasado, Los Ángeles se reproduce con la ayuda de la mano de obra inmigrante y barata, con la presencia del capital asiático y de los promotores inmobiliarios que prometen, teniendo de por medio la autopista, casas de ensueño localizadas lejos de la contaminación ambiental y de los que sufren la miseria (pág. XXIV).

El libro se divide en siete capítulos que proporcionan una visión no solamente general sino completa del pasado y futuro de esta ciudad, que es un objeto de consumo que se anuncia y se vende. En el primer capítulo Davis analiza el pasado, que tuvo como origen la edificación de asentamientos que permitieran mantener la salud y la fortuna, aprovechando la luz solar. Por ejemplo, en 1884, el periodista Charles Fletcher Lummis, aquejado de malaria, se trasladó al sur de California desde Ohio con la finalidad de mejorar su salud porque le había conferido al sol poderes curativos.

Los Ángeles era una ciudad pequeña de campo, con poca agua y capital, sin carbón ni puerto, pero en 1915 ya era una ciudad de un millón de habitantes, con un río artificial traído de las sierras y un puerto financiado por la federación, una industria del petróleo y calles y avenidas donde se podía ver la construcción de varios rascacielos. Esta situación revela que Los Ángeles fue una creación del capital inmobiliario y de la especulación (pág. 8).

Otra de las atracciones de la ciudad, como parte de sus principales activos, fue que allí no cabían los sindicatos de trabajadores y cuando se realizó una huelga de ferrocarrileros se declaró ilegal, lo que selló una alianza entre los banqueros y magnates del transporte, encabezados por el coronel Otis.

También se convirtió en refugio de un grupo de artistas independientes, supuestamente vanguardistas, que en los años veinte del siglo pasado recibieron influencia de los muralistas mexicanos, pero rápidamente su impulso creador sufrió las consecuencias de la represión. El muralista mexicano David Alfaro Siqueiros, en 1930, decoró la Olvera Street con el mural "Tropical America", que representaba a un peón crucificado bajo un águila airada, evocando la barbarie imperial de la colonización anglosajona, mural que fue más tarde borrado por sus mecenas. Entonces la ciudad les pareció poca cosa a los emigrados intelectuales europeos por su ausencia de cultura urbana (págs. 16-17).

En consecuencia, la cultura en Los Ángeles es producto de una promoción financiera privada que ha creado un mercado del arte, hace donaciones a los museos, concede premios de arquitectura, domina a los trabajadores del arte y del diseño urbano, controla también el dinero público para el arte y niega las expresiones culturales del tercer mundo que se dan en la ciudad (págs. 53-67).

El segundo capítulo tiene como objetivo visualizar quién gobierna la ciudad porque ya no son, como lo fue en un primer momento, los wasp (los blancos protestantes), sino los inversionistas asiáticos, sobre todo los japoneses, quienes han consolidado su poder económico a partir de la década de los ochenta del siglo XX. Además, su poder económico se ha traducido en un control de los gobiernos locales, que los han beneficiado mediante el no pago de impuestos, incluso evitando dar grandes concesiones a los obreros y sindicatos e impidiendo la presencia constante de una reforma social, lo que ha significado la derrota de la participación ciudadana (págs. 79-81). Davis concluye este capítulo afirmando que Los Ángeles en el siglo XXI será una ciudad depósito para grandes bancos y monopolios tecnológicos con sede en otros sitios, con una élite anglosajona reducida al consumismo de lujo o a ser sementales (pág. 120).

En el capítulo 3, titulado "Una revolución silenciosa", Davis analiza el significado de las protestas vecinales, considerando que los propietarios de viviendas en Los Ángeles aman más sus bienes inmuebles que a sus hijos, por tanto, comunidad quiere decir homogeneidad de raza, de clase y del valor de los inmuebles. Así, el movimiento social más fuerte del sur de California es el de los vecinos de la clase acomodada, que se han organizado para defender el valor de sus inmuebles y la exclusividad del vecindario (págs. 126-127).

Entonces, las llamadas asociaciones de propietarios son en realidad sindicatos de un segmento de la clase media y los que tienen intereses comunes como resultado de la copropiedad y de la urbanización planificada. Esta situación se ha convertido, al menos en las afueras de Los Ángeles, en una batalla por el separatismo, es decir, en la creación de un archipiélago de soberanías locales, fragmentadas, resultado de la colaboración entre los promotores y agentes inmobiliarios para planificar la segregación racial y de clase en áreas residenciales surgidas durante la posguerra (págs. 137-138).

Pero durante la época de la guerra de Vietnam, la construcción de apartamentos dio paso a una rebelión contra la densidad, porque destruía el paraíso de las viviendas unifamiliares en calles tranquilas. Así, en el condado de Orange, en 1960, más de dos tercios de las nuevas viviendas construidas allí eran unifamiliares; al final de la década, 60% de las nuevas construcciones estaba conformada por apartamentos, pero esto es consecuencia de la entrada en el mercado inmobiliario de jóvenes parejas con un menor poder adquisitivo. Esto obligó a los promotores a presionar a las agencias de planeación urbana para permitir la construcción en las montañas y en el desierto. Así se construyeron viviendas unifamiliares en las colinas de Agoura y La Puente y en los valles de Conjeo, Santa Clarita, Simi y Saddleback, en las llanuras de San Bernardino y San Jacinto y en el desierto de Mojave, alrededor de Palmdale (págs. 147-148).

Fueron los ricos y no los desposeídos los que protestaron contra la "densidad" y los que ganaron fueron los propietarios de las zonas residenciales más viejas de la costa sur de California: a fines de los años setenta, su vivienda costaba 1000 dólares por debajo de la media; seis años más tarde costaba 42 400 dólares por encima de la media (pág. 154).

Pero en los años ochenta, durante la era conservadora del presidente Ronald Reagan, los propietarios defendieron una regulación del mercado urbano para favorecer un crecimiento lento. En otras palabras, en 1986, las asociaciones de propietarios apoyaron la llamada Proposición U, que fue realmente una defensa política de la gestión del crecimiento de sus vecindarios habitados solamente por blancos (pág. 161).

Lo anterior tuvo como antecedente la recomendación del alcalde Yorty quien, en 1969, estableció el reconocimiento de los vecindarios como unidades de gobierno con sus consejos electivos y representantes designados, para evitar la "invasión" en las áreas blancas. Esta visión fue asumida por el mismo director de la planificación de la ciudad, Calvin Hamilton (19681985), para la revisión del anticuado Plan General de la Ciudad, respondiendo a las presiones de los propietarios blancos (pág. 162).

De este modo, si los asuntos de finales de los años setenta en el valle de San Fernando eran los impuestos, escolarización con autobuses y densidad de población, éstos fueron sustituidos en los años ochenta por protestas pequeñas (nimby): contra los atascos, la abundancia de pequeños supermercados, la ampliación del aeropuerto, los pupitres de los colegios, la demolición de un restaurante, la construcción de un centro de tratamiento para drogadictos, etcétera. Incluso la esposa del presidente, Nancy Reagan, tuvo que aceptar el rechazo de los planes para edificar el Centro Nancy Reagan de tratamiento para drogadictos en un centro médico desocupado del valle (pág. 177).

En este sentido, el crecimiento lento fue un factor de división étnica entre los residentes de los barrios pobres y las áreas residenciales habitadas por los blancos ricos (págs. 185-187).

De esta manera, como señala Mike Davis en el capítulo cuatro, Los Ángeles se convierte en una fortaleza caracterizada por la violencia, ya que en los jardines cortados con esmero se han plantado letreros que advierten que puede existir una respuesta armada por parte de policías privados que resguardan los muros auxiliados por vigilancia electrónica. Este diseño fue impulsado por el arquitecto estrella de Hollywood, Frank Gehry, autor de una biblioteca que asemejaba un fuerte de la Legión Extranjera, lo que dio inicio a la aparición de la ciudad carcelaria, que aceleró la polarización social impulsada durante la administración Reagan (págs. 194-195).

La ciudad fortaleza separa a los ricos de los lugares de "terror", donde la policía ha emprendido un plan de combate y exterminio contra los pobres, considerados no solamente como criminales sino como incorregibles. Para Davis esto es una segunda guerra civil que comenzó en los años sesenta y se ha institucionalizado en la estructura misma del espacio urbano.

Ya no existe el viejo equilibrio entre represión y reforma, porque ha sido sustituido por una guerra en contra de los intereses de los pobres urbanos. Por eso, la posmodernidad de Los Ángeles significa una mezcla de diseño urbano, arquitectura y maquinaria policial como parte de una estrategia de seguridad global.

La actividad pública se da en compartimentos funcionales y la circulación es interna, como en los grandes centros comerciales, bajo la vigilancia de la policía privada, lo que excluye la mezcla de clases y la búsqueda del pleno empleo, así como a los millones de inmigrantes que viven en guetos y barrios, ansiosos de alternativas de ocio público, porque los parques están abandonados y las playas son de acceso privado, las bibliotecas se cierran, las asociaciones juveniles están prohibidas y las calles están desoladas y son consideradas peligrosas (pág. 197).

A pesar de que cayó el muro de Berlín, en Los Ángeles continúa la "guerra fría" en las calles del centro, donde los lavabos públicos han sido demolidos. El único que quedaba, Skid Row, fue destruido con ayuda de la policía para ahuyentar a los sin techo. En consecuencia, los pobres y marginados han sido estigmatizados como criminales y la policía privada y pública cumple su función de reprimirlos, usando helicópteros, cámaras de rayos infrarrojos para tener una visión nocturna, junto con el toque de queda y el establecimiento de retenes en las entradas de los barrios donde viven las llamadas clases "peligrosas". Los espectáculos musicales públicos para estos infortunados o damnificados del proceso de desindustrialización de Los Ángeles han sido cancelados (págs. 204-224).

En el capítulo cinco, Davis señala que el proceso de desindustrialización ha provocado que, debido al desempleo, y ante la falta de opciones para los pobres e inmigrantes, sea el narcomenudeo una actividad que les permita sobrevivir. Esta situación generó que la policía reforzara su estrategia de represión contra ellos, llamándolos "narcoterroristas".

Sin embargo si en el pasado, sobre todo en los años sesenta y setenta, los grupos o bandas eran una forma de cohesión social y de lucha por reivindicar los derechos de las minorías, ahora se han convertido en una pieza de las actividades del tráfico de cocaína y sus derivados.

Mientras tanto la policía, con la ayuda de los medios electrónicos —que magnifican la violencia que tiene sus bases en la pobreza y el desempleo juvenil— lleva a cabo la llamada Operación Martillo, caracterizada por la invasión de barrios de pobres para realizar detenciones arbitrarias. En 1988 mataron a tiros a un albañil jubilado de 82 años, justificando su acción con el pretexto de que las bandas de narcotraficantes alquilaban sus domicilios a los ancianos.

En ese mismo año, en el lado oeste del centro de Los Ángeles, donde existía un centro que atendía a los refugiados salvadoreños con la ayuda de la iglesia y algunos miembros de la Mara Salvatrucha —conocida en inglés como Crazy Riders—, la policía impidió que la iglesia realizara un baile, acusándola de ser un centro de reunión de bandas peligrosas. Al mismo tiempo, para debilitar a la Mara, con la ayuda del Instituto Nacional de Migración se realizaron detenciones y deportaciones (págs. 229-246).

Para la población negra las oportunidades de mejor vida se han esfumado ya que el empleo fabril se ha reducido a pequeños talleres de salario mínimo, que en la década de los ochenta fueron refugio de los latinos inmigrantes para producir muebles y artículos perecederos como juguetes y ropa. Por tanto, a los jóvenes negros no les ha quedado más que recurrir a la economía alternativa del delito y el narcotráfico y los ricos siguen con sus privilegios fiscales, lo que se ha traducido en falta de inversión pública para atender sus necesidades, fortaleciendo la segregación urbana (págs. 263-276).

Por otro lado, en el capítulo seis, el autor denuncia la actuación de la arquidiócesis de Los Ángeles, por gozar de privilegios a pesar de que los rezagos de la población de inmigrantes latinos, en su mayoría católicos, siguen acumulándose. La arquidiócesis es un terrateniente que cuenta con más de 900 parcelas valoradas en varios miles de millones de dólares. El padre Luis Olivares y sus compañeros claretianos y jesuitas del Downtown, representaron la opción de preferencia para los pobres basada en la teología de la liberación; sin embargo, en los años veinte, la arquidiócesis, marcada desde entonces por su conservadurismo, apoyó a los cristeros en México, incluso estaba en favor de una eventual invasión estadunidense. Ello significó que las opciones en favor de los pobres fueran con el tiempo limitándose y posteriormente extinguiéndose (págs. 282-323).

Finalmente, en el capítulo siete, el autor describe el futuro de Los Ángeles valiéndose de la metáfora de la escavadora que utilizan los promotores inmobiliarios, diseñadores de una ciudad polarizada y desigual, que han arrasado con todo aquello que les puede resultar un obstáculo (págs. 328-381).

Concluyo señalando que la lectura de este libro resulta urgente para comprender las contradicciones socioeconómicas que se manifiestan en una ciudad transformada a imagen y semejanza de las necesidades de los ricos, beneficiados con el modelo de desarrollo neoliberal que olvida el bienestar de amplias capas de la sociedad estadunidense, algo que se asemeja, hasta cierto punto, a lo que sucede en algunas ciudades capitales de América Latina en este inicio del siglo XXI.

 

NOTAS

1 Véase Mike Davis, ¿Quién mató a Los Ángeles? Traducción de Jacinto Barrera Bassols y Juan Cristián Gutiérrez. México: Pesebre, 1994.         [ Links ]

2 Cfr.: Mike Davis, Más allá de Blade Runner. Control urbano: la ecología del miedo, Barcelona: Virus Folleto.         [ Links ]

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