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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.67 no.4 Ciudad de México oct./dic. 2005

 

Memoria

 

Celso Furtado (1920-2004)

 

Carlos Mallorquín1

 

Celso Furtado fue aquel joven entusiasta del nordeste que en su juventud cruzó el Brasil continental para entrevistar a Orson Welles y que durante la segunda guerra mundial llega a Europa, donde se decide por la economía después de haber coqueteado con la literatura. También se sabe que junto con algunos integrantes de la CEPAL (R. Prebisch, A. Pinto, J. Noyola, V. Urquidi, O. Sunkel) y otros en su país, reconstruyó el panorama intelectual-político para pensar el desarrollo, no solamente de su tierra natal sino de la región latinoamericana, para después ser exiliado por la dictadura militar. Teórico irreverente durante toda su vida, heredó a las ciencias sociales latinoamericanas herramientas importantes para luchar por la transformación de las incruentas relaciones sociales que impiden mejorar la condición humana de la región. Sigue caminante entre muchos de nosotros, se hace camino al andar...

Memorioso no solamente por sus envidiables textos autobiográficos sino porque uno de sus grandes logros político-económicos fue la construcción de la cuestión regional en Brasil, convirtiéndose en el primer superintendente de la agencia encargada de desarrollar la región del nordeste ("mi pobre desvalido nordeste"), cuya vasta área demostraba una grave desigualdad relativa respecto del resto de la nación.

Fue sin duda teórico por antonomasia: primero transforma conceptualmente la reflexión de la ortodoxia económica y demuestra su impertinencia para plantear alternativas de desarrollo para los países subdesarrollados, así como que el subdesarrollo no era una "etapa" que diversas naciones debían superar en su evolución hacia el "desarrollo" pleno, sino la consecuencia económica y política de las asimetrías de poder entre naciones, regiones y sectores económicos en momentos históricos específicos.

Igualmente, inspiró y durante algunos años formó parte del conglomerado de estudiosos latinoamericanos que se decían teóricos de la dependencia, para nuevamente lanzarse en búsqueda de reflexiones novedosas que explicaran la trunca industrialización de Brasil y del continente latinoamericano.

Sus análisis fueron transformando su propio vocabulario teórico y el de las ciencias sociales latinoamericanas; desde mediados de los años sesenta colonizó un lugar entre algo llamado "economía" y "sociología", cuestionando la formalización de sus modelos por el mero prurito académico burdo, apolítico, de aparentar elegancia y rigurosidad donde lo que de plano existía eran traducciones de esquemas de comportamientos sociales diseñados para otra configuración social. Si se me permite, se puede decir que Furtado logró "endogenizar" la noción del poder en la teoría social: es a partir de las relaciones sociales de poder específicas que pueden explicarse los fenómenos sociales constituidos históricamente. De ahí que la versión de su muy sui generis estructuralismo no tenga nada que ver con nociones de "estructuras" a la manera de matrices insumo-producto. Son las relaciones sociales y los agentes organizados en torno a ellas las que producen esos "obstáculos estructurales" a superar mediante el desarrollo, y que a su vez producirían otros pero de naturaleza distinta. Por lo mismo, la visión estructuralista de la escuela latinoamericana sobre esa vasta región acosada por heterogeneidades socioeconómicas, diferencias y lacerantes desigualdades, suponía la intervención del Estado (el gobierno) en sus versiones iniciales, y subsecuentemente de la sociedad organizada en su conjunto, democratizando al propio Estado y eliminando la visión desde arriba del "príncipe".

Por otra parte, Furtado también fue (para robarle una expresión a don Francisco de Oliveira: "Un clásico de El Trimestre Económico: Celso Furtado y el paradigma del subdesarrollo", vol. L (2) abril-junio, 1983), un "clásico de las revistas de sociología" de la región. Sus obras hicieron camino al andar: dependentistas, cepalinos, furtadianos y antifurtadianos (Ruy Mauro Marini, Aníbal Quijano, Fernando Henrique Cardoso, Vania Bambirra, Agustín Cueva, Enzo de Faletto, André Gunder Frank, Theotonio dos Santos, entre otros,) colmaron sus espacios planteando "revoluciones sociales" y/o "desarrollo social", entre otros emblemas y discusiones teóricas de la época de los años setenta, desconocidos por la generación estudiantil actual. Problemas teóricos y políticos aún no resueltos. Es cierto que las políticas de desarrollo y el proyecto social que suponían (que poco tiene que ver con "tasas de crecimiento") fueron derrotados por el neoliberalismo, inicialmente bajo esa extraña alianza con los dependentistas ("políticas burguesas de desarrollo"). Pero la sangría social de las últimas dos décadas tendrá que ser remontada y el neoliberalismo ya no tiene nada que ofrecer. Sin embargo, los que antes fueron dependentistas han vuelto a las obras de Furtado para reflexionar sobre la problemática. Las ideas por él planteadas han dejado un acervo teórico que debemos recuperar para enfrentar la ridícula contraposición actual mercado versus Estado. Y en lo hechos, esas ideas, hipótesis y sus proyectos sociales han reaparecido pero con otro vocabulario (J. Ros, Development Theory and the Economics of Growth, 2000; P. Krugman, Development, Geography and Economic Theory, 1995; Ha-Joon Chang, Kicking Away the Ladder, 2002), y qué bueno que así sea porque lo importante, como decía Furtado, es que busquemos alternativas ante las graves desigualdades de todo tipo.

La pasión del joven Furtado siempre se dejó ver en todos los proyectos políticos y sociales en los cuales estuvo involucrado tanto dentro como fuera del gobierno. Se destaca también en muchos de sus libros, los cuales reconstruye y mejora, sin indicarlo, ante la aparición de nuevos fenómenos a explicar, a sabiendas de que sería blanco de reproches de algunos de sus más ávidos lectores (Carlos Mallorquín, entre otros). Lo importante no era el saber por sí mismo, sino por lo que representaba en cuanto a ideas para transformar las relaciones sociales que impedían el desarrollo de una nación, sector social o área. Decía que había que arriesgar, verbo con el cual hacía una de sus críticas más conocidas a su amigo F. H. Cardoso cuando fue presidente ("como político no arriesga nada").

Su exilio en la época de la dictadura militar finalmente lo hizo llegar a París, donde antes había iniciado sus estudios sobre Brasil con su tesis doctoral (1948). Graduado a los 28 años, decide volver ansiosamente para ser parte de lo que siempre denominó como una "fantasía organizada": transformar a Brasil y darle el lugar que debe ocupar en el concierto de las naciones. La CEPAL lo acogió por un tiempo como a uno de sus funcionarios más importantes, hasta que nuevamente toma vuelo para integrarse a la vida política brasileña. Y es que el nordestino logró conjugar admirablemente toda su vida esa relación y equilibrio tan difícil de sostener: el saber y el poder.

De poco sirve señalar sus incontables premios, doctorados, reconocimientos nacionales e internacionales a lo largo de una existencia siempre envuelta en importantes controversias teóricas, si eso no lleva a que se reedite su vasta obra. Celso Furtado debe volver a caminar y andar entre las generaciones jóvenes de nuestros países.

 

NOTA

1 Carlos Mallorquín es autor de la biografía titulada Celso Furtado: Um retrato intelectual (Xama-Contraponto, Sao Paulo, 2005).

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