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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.67 no.1 Ciudad de México ene./mar. 2005

 

Artículos

 

De problemas y oportunidades: intermediación urbana fronteriza en República Dominicana

 

On problems and opportunities — Urban border intermediation in Dominican Republic

 

Haroldo Dilla Alfonso * y Sobeida de Jesús Cedano **

 

* Sociólogo e historiador, Universidad de La Habana, doctorante en la Escuela Politécnica Federal de Louisiana. Coordinador general de investigaciones del programa de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales en República Dominicana. Temas de especialización: Desarrollo Local; Desarrollo Urbano; Democracia y Participación; Asuntos Fronterizos. Teléfono: (809)-686-36-64. Fax: (809)-686-40-40. Correo electrónico: <Dilla@verizon.net.do>.

** Maestra en Desarrollo y Relaciones Internacionales, con especialidad en El Caribe, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Investigadora del programa de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales en República Dominicana. Temas de especialización: Asuntos Fronterizos; Racismo y Migración; Análisis Crítico del Discurso (en relación con el Racismo y la Migración). Teléfono: (809)-686-36-54. Fax: (809)-686-40-44. Correo electrónico: <S.dejesus@verizon.net.do>

 

Recibido: 8 de junio de 2003.
Aceptado: 9 de julio de 2004.

 

Resumen

La frontera que comparten República Dominicana y Haití experimenta una radical transformación como consecuencia del incremento comercial, la instalación de zonas francas y la continuación de los flujos migratorios. Las ciudades ubicadas a lo largo de la frontera asumen nuevas funciones en este proceso de regionalización binacional que entraña la subordinación de los espacios fronterizos haitianos a los procesos de acumulación capitalista. Ello es visible en la relación establecida entre la ciudad dominicana de Dajabón y la haitiana de Ouanaminthe, que constituyen un complejo urbano binacional en el que la parte haitiana comienza a funcionar como un típico barrio pobre de la urbe dominicana.

Palabras clave: fronteras; relaciones dominico-haitianas; desarrollo urbano; migraciones.

 

Abstract

The border shared by Dominican Republic and Haiti experiences a radical transformation as a result of the growing binational trade, the increment of migratory flows and the installation of industrial free zones. The cities located along the border assume new functions in this process of binational regionalization that implies the subordination of the Haitian borderlands to the processes of capitalist accumulation. This process is visible in the relation established between the Dominican city of Dajabon and its Haitian counterpart of Ouanaminthe, that constitute a binational urban complex in which the Haitian part begins to function like a typical poor neighborhood of the Dominican metropolis.

Keywords: borders; Dominican-Haitian relations; urban development; migrations.

 

Las ciudades asumen cada vez más un rol de articulación y procesamiento de flujos diversos, esenciales para la reproducción capitalista a escala global. Un lugar específico en estas redes urbanas lo tienen las ciudades fronterizas, que ejercen complejos procesos de intermediación marcados por sus condiciones de bisagras en las relaciones binacionales y por el uso que las propias dinámicas internacionales hacen de esa condición. El presente artículo1 intenta evaluar algunas de tales complejidades a partir del análisis de la manera como actores, mecanismos de asignación e instituciones urbanos procesan los flujos dinámicos que cruzan la ciudad dominicana fronteriza de Dajabón; y, al mismo tiempo, en qué medida una ciudad gemela haitiana (ouanaminthe) condiciona los efectos de la intermediación urbana y pudiera estar generando un complejo urbano binacional.

El concepto de "intermediación urbana" es definido aquí como el proceso mediante el cual una ciudad metaboliza los flujos económicos, sociodemográficos, informativos, y otros que provienen de un entorno con el que la ciudad se relaciona, el cual entraña diversas dimensiones (económica, social, cultural, tecnológica, ambiental, y otros) y escalas (local, regional, nacional, internacional) (Bolay et al., 2003).

En este ensayo nos referiremos a la manera como una ciudad fronteriza procesa los flujos provenientes de su entorno, lo cual ha sido tratado por diferentes autores para las fronteras México-Estados Unidos (Herzog, 1990; Morales y Tamayo, 1992; Alarcón, 2000; Gasca, 2002), colombiano-venezolana (Urdaneta, 2002) y paraguaya-brasileña-argentina (Velasco, 2002) y europeas (Ehelers y Buursink, 2000), entre otros. Se trata de un tema cuya dinámica escapa con frecuencia a una percepción normativista de los procesos, en la misma medida en que toda frontera es un espacio difuso donde lo legal y lo ilegal, la norma y lo anómico, lo internacional y lo local —entre otros binomios antitéticos— se mezclan y confunden en una infinidad de prácticas sociales.

El escenario de este análisis es la hipótesis de que la porción norte de la frontera haitiano-dominicana comienza a experimentar un proceso de transición desde una situación —siguiendo la tipología de Martínez (1994)— de "fronteras herméticas" determinadas por consideraciones geopolíticas e ideológicas hacia un estadío de intercambios activos que pudiera conducir —con la participación del capital transnacional— hacia un nuevo diseño regional, que incluiría a las regiones noroeste dominicana y nordeste haitiana, con Santiago de los Caballeros y Cabo Haitiano como centros urbanos dominantes y Dajabón y Ounaminthe como ciudades/factorías. Para estas ciudades se trata de sus inserciones en un encadenamiento productivo y de servicios más amplio, y por consiguiente de la aparición de influencias mayores desde un entorno escalonado.

Debemos anotar, sin embargo, que se trata de un proceso que hace frente a muchas dificultades debido a la carencia de infraestructuras económicas y sociales, y de institucionalidad suficiente, lo cual resulta particularmente grave en el lado haitiano. En cualquier caso, se trata de una relación muy desigual que traslada las externalidades negativas de estos procesos económicos hacia el lado haitiano, y de manera muy marcada hacia la ciudad fronteriza de ouanaminthe.

 

I. UNA CIUDAD EN TRES ESCENARIOS

Dajabón se encuentra ubicada en el segmento norte de la frontera dominicana con Haití y es cabecera de la provincia del mismo nombre. Dada su condición fronteriza, ha tenido siempre un lugar muy especial en las relaciones haitiano/dominicanas. De hecho es la ciudad limítrofe dominicana más estable a lo largo de la historia (su fundación se remonta a mediados del siglo XVIII) y, en la actualidad, también la más poblada y dinámica. Tiene cerca de 20 000 habitantes, 57% de los cuales son considerados pobres, y hacia 1993 se reportaba un desempleo formal cercano al 54%. Frente a ella, a no más de 200 metros y separadas por el contaminado río Masacre, se encuentra la alarmantemente pobre ciudad haitiana de ounaminthe.

La evolución de Dajabón ha estado íntimamente ligada a los usos de la frontera por ambos países y por el entorno internacional. Desde su fundación, constituyó una importante puerta de entrada comercial que conectaba a la región del Cibao dominicano (la región agrícola por excelencia) y a su centro urbano dominante: Santiago de los Caballeros, con la entonces rica región nordeste haitiana encabezada por Cabo Haitiano. Se trataba de un comercio desigual entre dos posesiones imperiales, netamente beneficioso a la parte francesa, situación que se mantendría tras la independencia haitiana hasta bien entrado el siglo XX.

Cuando los haitianos, en el curso de su revolución antiesclavista y tras la independencia de Francia, invadieron en varias ocasiones y finalmente en 1822 decidieron anexar la colonia española de Santo Domingo, Dajabón fue una puerta de entrada de las tropas ocupantes. Y cuando en 1844 los dominicanos proclamaron la separación, en sus inmediaciones se produjeron importantes batallas que sellaron la independencia nacional.

Sin embargo, más allá de dichas contingencias bélicas y de las presiones demográficas haitianas sobre una delimitación mal trazada y una franja fronteriza poco poblada, en todo este periodo y hasta la década de los treinta del siglo XX, la frontera y en especial Dajabón fue un teatro de intercambios comerciales legales e ilegales, de mestizaje cultural y de relaciones políticas diversas. Un ejemplo de estas últimas fue el uso frecuente del santuario haitiano por parte de las tropas dominicanas en la guerra de independencia contra España (1863-1865) y por caudillos políticos disidentes, algunos de los cuales llegaron a establecer gobiernos regionales con una alta autonomía respecto del centro político.2 Aunque, como ocurre en toda frontera, siempre hubo conflictos debido al uso de recursos, no es posible distinguir disputas posicionales de envergadura (Prescott, 1987).

Este formato de frontera altamente porosa y descontrolada comenzó a cambiar cuando las tropas estadounidenses invadieron y ocuparon tanto a República Dominicana (1916-1924) como a Haití (1915-1934); asimismo, colocaron en un lugar prioritario de su agenda la ampliación de la base fiscal de estos gobiernos mediante un mejor control del comercio fronterizo. De tal época datan los primeros establecimientos aduaneros, uno de los cuales fue ubicado en Dajabón.

Sin embargo, quizá más significativo es notar que República Dominicana entró en un proceso de inserción en la economía mundial como proveedora de azúcar y otros productos primarios, lo que exigió la extensión de las plantaciones fomentadas con capital norteamericano, el cambio definitivo en la correlación de fuerzas con un Haití cada vez más empobrecido y la necesidad de una organización funcional del Estado nacional. Esta última tarea correspondió a un producto neto de la ocupación estadounidense, el dictador Rafael Leónidas Trujillo, quien permaneció en el poder desde 1930 hasta su ajusticiamiento en 1961.

Trujillo dio al problema fronterizo una solución radicalmente trágica. Tras concluir un acuerdo de delimitación y demarcación con el gobierno haitiano, ordenó el asesinato de miles de haitianos (y dominicanos descendientes de haitianos) que se habían asentado en el borde dominicano y trabajaban temporalmente en las haciendas de este país.3 Al mismo tiempo, en un juego pragmático, retuvo por la fuerza a las decenas de miles de braceros que laboraban en las zonas azucareras y asumió directamente el rentable negocio de la contratación de braceros en contubernio con el gobierno haitiano.

La masacre de 1937, elevada al rango de epopeya nacionalista por los voceros trujillistas, fue seguida de un programa de colonización denominado "dominicanización fronteriza" y de la consagración oficial de una ideología racista que desde entonces ha proclamado la superioridad de República Dominicana, supuestamente blanca, católica y española, frente a un Haití africano y decadente.4

El programa de "dominicanización fronteriza" ha sido el único proyecto de desarrollo específico que se ha planteado el Estado dominicano para la frontera, pero con la peculiaridad de haber estado animado por una negación de la frontera, y por considerar esta franja limítrofe como un valladar frente a la influencia haitiana. Lamentablemente, ha sido una percepción predominante hasta la actualidad en la clase política y los planificadores dominicanos.5 No obstante ello, para los fines que aquí nos conciernen, este programa tuvo notables incidencias. En muchos aspectos significó un poblamiento pionero de las regiones deshabitadas (principalmente en el sur); muchas de las ciudades hoy existentes fueron virtualmente trazadas y fundadas en este periodo. En la parte norte y central, donde había asentamientos humanos más estables, se invirtieron sumas considerables en la habilitación urbana y en la provisión de servicios sociales, tanto en beneficio de los colonos recién asentados como de la población originaria de la zona (Estrada, 1945). En todos los casos, la "dominicanización" significó para las sociedades fronterizas un típico proceso de colonización que no solamente implicaba institucionalizar nuevos órdenes y relaciones de poder, sino sobre todo desinstitucionalizar una gama de relaciones y valores prevalecientes y que desde entonces pasaron a ser considerados como "simples escorias de civilizaciones anteriores" (Massiah y Tribillion, 1993).

Aún hoy los principales edificios públicos de Dajabón datan de aquella época, y sus habitantes más viejos recuerdan de manera contradictoria los horrores de las masacres de haitianos y las muchas obras que realizó en la región el gobierno trujillista. Sin embargo, aun cuando esto entrañó algunas ventajas en cuanto a servicios, la economía de la ciudad entró en un letargo al cerrarse los vínculos comerciales con Haití, y solamente experimentó cierta animación al calor de algunas inversiones agroexportadoras que se asentaron durante poco tiempo en la zona. Esta situación de frontera hermética (Martínez, 1994) sobrevivió a Trujillo y solamente fue afectada en términos prácticos desde finales de los ochenta, cuando el comercio formal con Haití comenzó a cobrar mayor importancia y se abrieron espacios jurídicos de intercambios. Dajabón ha cobrado una importancia decisiva en este proceso.

1. En primer lugar, se ha convertido en el segundo puerto terrestre del comercio binacional formal, lo que entraña el cruce por su puesto aduanero de unos 30 millones de dólares en mercancías cada año (Centro Dominicano para las Exportaciones, Cedopex, 2002).

2. En segundo lugar, ha pasado a albergar la feria binacional más importante del país, espacio de comercio básicamente informal que ocurre dos veces a la semana y envuelve en cada ocasión a varios miles de compradores y vendedores de ambas nacionalidades.

3. Su espacio es lugar de cruce de un voluminoso contrabando que ha acarreado cada vez más tráfico de drogas, armas y personas (tres ejes muy dinámicos de la acumulación capitalista en el nivel mundial), lo cual repercute en la extensión de la corrupción, la violencia y la degradación de las autoridades públicas, civiles y militares.

No obstante, si en el orden jurídico y por su grado de influencia en la región, estos tipos de comercio constituyen segmentos distinguibles, desde una percepción sistémica son partes inseparables de un todo que señalizan el carácter desigual de la relación económica entre ambos países. Y por consiguiente, de un tipo de relación que determina las formas de relacionamientos entre Dajabón y su vecina Ounaminthe.

En la actualidad, la región experimenta un proceso de transformaciones al calor de la inversión privada y la asistencia internacional que, a mediano plazo, debe producir una reconfiguración regional binacional a partir de una inserción más intensa en los circuitos internacionales de movimientos de capitales y mercancías.

El primer pivote de este proceso radica en las inversiones privadas que tienen lugar en una zona franca industrial, y potencialmente en las infraestructuras portuarias cercanas a Dajabón.

• La zona franca, recientemente ubicada en las inmediaciones de Ouanaminthe y en franco proceso de expansión, está destinada a culminar los ensamblajes textiles comenzados en Santiago de los Caballeros con vista a aprovechar la cuota textil haitiana en el mercado estadounidense. Además, opera en un marco de absoluta permisividad, dada la incapacidad del Estado haitiano para imponer condiciones mínimas. Por último, aprovecha la devaluada mano de obra haitiana. Actualmente emplea a unos 300 haitianos. Los salarios mensuales, por nueve horas de trabajo, seis días a la semana, no alcanzan los 60 dólares. El personal administrativo y de seguridad, sin embargo, es dominicano, lo que está comenzando a tensar las relaciones con los pobladores dado el siempre latente conflicto étnico/nacional entre ambas sociedades.

• Al mismo tiempo, un consorcio internacional estudia invertir unos 2 000 millones de dólares para la rehabilitación y conversión del puerto de Manzanillo, unos 30 kilómetros al norte de Dajabón, en un puerto libre para la recepción y distribución de mercancías y turistas. Este puerto, excepcionalmente favorable por su gran calado, fue durante muchos años el punto de embarque de la producción de un proyecto bananero y hoy se encuentra en un estado de operaciones mínimas.

El segundo pivote se basa en una asistencia financiera de 20 millones de dólares de la Unión Europea, para la construcción de una carretera de cuatro carriles que enlazaría a Cabo Haitiano con Dajabón y en cuyos linderos sería construida, del lado de Dajabón, una plaza para la feria binacional (véase el mapa que aparece a continuación). De concretarse estas acciones, o al menos una parte de ellas, la ciudad de Dajabón quedaría entrampada en una dinámica que alteraría sus actuales condiciones de reproducción sin que sus actores pudieran desarrollar estrategias efectivas de inserción con vista al desarrollo local. No menos significativo sería el efecto que tendría sobre la parte haitiana, así como el incremento de la presión demográfica sobre la frontera y de las zonas de extrema pobreza que conforman la ciudad de Ouanaminthe.

La situación antes descrita es similar a la que han experimentado otras fronteras continentales, particularmente la frontera de México y Estados Unidos. Lo que distingue a esta experiencia de sus homólogas hemisféricas es, en primer lugar, que pone en contacto a dos sociedades con niveles de desarrollo bajos pero extremadamente desiguales, dada la virtual inexistencia por el lado haitiano de infraestructuras, dinámicas productivas, aparatos de regulación pública y una clase política medianamente interesada en la frontera y sus habitantes. En segundo lugar, porque debido al hecho anterior y a la negligencia oportunista de la clase política dominicana, la apertura de la frontera ocurre sin marcos jurídicos o concertaciones políticas formales. (mapa).

 

II. RADIOGRAFÍA DEL INTERCAMBIO DESIGUAL EN LA FERIA DE DAJABÓN

De acuerdo con los datos estadísticos del Centro Dominicano para las Exportaciones (CEDOPEX, 2002), el comercio binacional formal tiene tres características:

1. Se trata de un proceso ascendente que en pocos años ha convertido a Haití en el tercer socio comercial de República Dominicana. Si en 1996 este último país exportaba a Haití unos 25 millones de dólares, en 2001 dicha cifra había subido a 72 millones; en 2002, a 100 millones; y en 2003, a 127 millones.

2. Es un comercio altamente beneficioso a la balanza dominicana, pues Haití actúa como un comprador casi neto, con ventas insignificantes menores del millón de dólares.

3. Resulta una válvula de escape a las ineficiencias de la economía dominicana, al lograr colocar en un mercado externo productos no competitivos, en ocasiones productos de desechos que no pudieran ser vendidos ni en el propio mercado interno. Entre otros, algunos productos líderes del comercio con Haití son hielo, huevos, productos agrícolas diversos, arroz picado, desechos de pollos y vino tinto dominicano, producto este último que —como el lector podrá imaginar— no figura entre las excelencias dominicanas.

Una manera básica de compensar este comercio desigual de bienes es la venta por parte de Haití de su mercancía más abundante y barata: su fuerza de trabajo, de modo que cientos de miles de haitianos cruzan la frontera —legal e ilegalmente— para trabajar en República Dominicana, como una fuerza de trabajo desprotegida que apuntala las tasas de ganancias en actividades clave como la agricultura y la construcción. La otra manera es la venta en territorio dominicano (principalmente en las ferias binacionales) de donaciones e importaciones desgravadas de productos como ropas usadas, arroz, aceite de alta calidad, y otros. Esto repercute favorablemente en las comunidades fronterizas al abaratar el costo de la vida de la familia dominicana y, por consiguiente, también el precio de la fuerza de trabajo nativa en el mercado laboral.6

Esta modalidad específica del intercambio resulta clave para entender la manera de intermediación que ejerce Dajabón como puerto terrestre del comercio con Haití y como ciudad gemela de Ouanaminthe, y que se condensa en la feria binacional que tiene lugar dos veces en la semana.

La feria es un acontecimiento en realidad impresionante por la magnitud de los intercambios que en ella se realizan y por su vertiginoso crecimiento. Cálculos preliminares —y siempre imprecisos en este tipo de mercados— indicarían que los volúmenes de ventas se han cuadruplicado en los últimos seis años, y que en la actualidad pudieran estarse moviendo anualmente valores cercanos a los 12 millones de dólares. Solamente en productos agrícolas, el trasiego llegaba en el año 2001 a más de ocho millones de dólares. En la actualidad concurren al mercado unas 1 500 personas a vender productos diversos (la abrumadora mayoría de ellas de procedencia haitiana); y posiblemente entre 5 000 y 8 000 personas, a realizar compras. Por otra parte, varios miles de personas brindan servicios al mercado, como transportistas, cargadores, intermediarios, y así por el estilo. La feria cubre las calles de unas 20 manzanas de la ciudad, donde se ubica 7.5% de las edificaciones urbanas.

Cada nacionalidad predomina en segmentos específicos de ventas. Los vendedores dominicanos (regularmente, hombres) controlan el comercio de productos agrícolas, comestibles industrializados y otras manufacturas; mientras que los haitianos (principalmente, mujeres) dominan en el segmento de las ropas usadas y algunos alimentos que, como el arroz y el aceite, son resultados de donaciones o de importaciones desgravadas desde Miami.7

Esta división plantea una primera singularidad de la participación. Mientras que del lado dominicano la feria atrae una cuantiosa producción agrícola (básicamente proveniente del Cibao Central), con el consiguiente efecto positivo sobre los sectores agropecuarios regionales, del lado haitiano se trata de un simple movimiento de mercancías importadas, sin un efecto sustancial sobre la producción.

Por otra parte, aunque los haitianos predominan en términos numéricos, participan minoritariamente en los volúmenes de ventas. Según los estudios realizados por Rodríguez y María (2001) y por De Jesús (2001), mientras que las zonas promedio de venta de los dominicanos giraban en torno a los ocho metros cuadrados, las de los haitianos medían alrededor de 1.4 metros. Solamente 69% de los primeros tenían a la feria como único ingreso, contra 89% de los haitianos. El 82% de los dominicanos percibía más de 120 dólares mensuales de ingresos, mientras que la totalidad de los haitianos se situaba por debajo de esa cifra. En la zona agrícola, los dominicanos (que sólo constituían 30% de los vendedores) lograban ventas de ocho millones de dólares anuales, contra alrededor de 100 000 dólares que conseguían los haitianos, quienes integraban más de dos tercios del total de vendedores. La situación no era más halagüeña en el segmento de los textiles usados, donde las mujeres haitianas promediaban ventas de 30 dólares cada día de feria, pero ingresos netos de unos 10 dólares.

Simultáneamente, los habitantes de Dajabón —dada la ubicación de la feria en su territorio— tienen mayores oportunidades de participar en el trasiego mercantil, sea como proveedores de servicios o como compradores.

Una primera participación se establece desde las viviendas ubicadas en la zona del mercado. En esta zona hay 209 viviendas y 109 locales comerciales (que en su mayoría comparten espacios con las viviendas). En la encuesta desarrollada por Rodríguez y María (2001), se detectó que 33% de estas viviendas recibe ingresos de las actividades del mercado, y en 24% de ellas se realizaban actividades propias del mercado, lo que significaba almacenamiento de productos, cesión de espacios para la venta en los portales, alquiler de habitaciones, ventas de alimentos y bebidas, así como la provisión de sombra mediante toldos, y otros.

Al mismo tiempo, los habitantes de Dajabón tienen un rol esencial en el transporte interno de mercancías y personas. Este servicio es proveído en primera instancia por unas seis rutas de motos con varios centenares de choferes agrupados en gremios. El servicio de las motos es vital para el funcionamiento de las ferias, pues son los únicos vehículos que pueden transitar, sea con personas o con mercancías, entre los apretados corredores que permite la aglomeración en las calles de la ciudad. Aunque algunos dominicanos participan en el acarreo corporal o en carretillas manuales de las mercancías, esta función —la más extenuante y peor pagada— es desempeñada mayoritariamente por los haitianos.

Otro modo de inserción es en calidad de auxiliares o "buscones" de los vendedores mayores, principalmente de productos agrícolas. Estas personas, que en ocasiones son haitianas pero que invariablemente deben poder comunicarse en ambas lenguas, son vitales para poner en contacto a compradores y vendedores, ayudar a concretar los negocios y agilizar los tiempos de operación. Junto a cada vendedor de productos agropecuarios pueden operar entre tres y cinco buscones.

 

III. LOS SOBREVIVIENTES Y LOS BENEFICIADOS

La feria binacional y el comercio fronterizo, en cualquiera de sus modalidades, constituyen la razón de ser de Dajabón y Ouanaminthe. Para los habitantes de esta última, constituye la única oportunidad de empleos e ingresos, así como de obtener alimentos más baratos del lado dominicano. La situación es menos ajustada para los dajaboneros, pero la feria les proporciona ingresos suplementarios vitales, empleos temporales y un sustancial abaratamiento de la canasta básica. Sin embargo —como antes apuntábamos—, se trata de beneficios marginales, que eventualmente alivian (pero no erradican) la condición de pobreza que predomina en ambas comunidades; incluso, como luego veremos, incentiva la inmigración de nuevos contingentes de familias pobres provenientes de los respectivos medios rurales o de las localidades adyacentes.

Los ganadores del incremento del comercio y otras actividades económicas transfronterizas son los grupos empresariales que han tomado las mejores posiciones en este incipiente mercado regional binacional, provenientes de la capital o de Santiago y en menor medida de la elite citadina tradicional. Los más significativos de ellos son el Grupo M (propietarios de la zona franca de Ouanaminthe) y con asiento legal en Santiago; la empresa Magacín Comercial, de origen capitalino, que controla una parte significativa del comercio y ha adquirido notables extensiones de suelo urbano y periurbano; y el grupo Beller, radicado en Dajabón, y que ha incursionado con menor éxito en las transacciones mercantiles. Otros ganadores son los propietarios agrícolas e intermediarios del Cibao Central, que virtualmente monopolizan cerca de 90% de la venta de productos agropecuarios a los haitianos.

Es significativo que, a pesar de la bonanza comercial, Dajabón ha mostrado en los últimos años una de las peores posiciones a escala nacional en la relación entre ahorros captados y canalizaciones de préstamos desde la banca comercial. Los ahorros depositados en el sistema bancario comercial formal crecieron 1.5 veces entre 1998 y el 2001, contra 1.9 veces en el plano nacional, y dos veces en Santiago y en la capital; ello denota un nivel relativamente alto de ahorro, y explica el asentamiento en la ciudad de tres de los más importantes bancos nacionales, hecho insólito en una población de menos de 20 000 habitantes, más de la mitad de los cuales son pobres absolutos. Sin embargo, la canalización local de recursos desde este sistema no varió en el periodo, aunque aumentó dos veces en el plano nacional; 2.1 veces en la capital y 2.5 veces en Santiago. En el año 2001, por cada peso ahorrado en Dajabón sólo se prestaban en la provincia 29 centavos (Banco Central, 2002). En consecuencia, la actividad comercial de Dajabón contribuía a la descapitalización de la ciudad y al finan-ciamiento de otras zonas del país, particularmente de la rica región del Cibao Central y su centro urbano cabecera: Santiago de los Caballeros.

Al mismo tiempo, Dajabón experimenta por primera vez en su historia el surgimiento de una clase media (técnicos, propietarios, funcionarios gubernamentales o de agencias privadas) que ofrece a la ciudad un patrón de consumo y de vida diferente. Sus residencias (imitaciones degradadas de las casas de los nuevos ricos santiagueros) se agrupan en las zonas este y norte de la ciudad, y comienzan a configurarse como espacios segregados y excluyentes, directamente comunicados con la zona periurbana o con barrios análogos tradicionales. En consecuencia, resulta notable la remoción y ampliación de hoteles de comodidades medianas así como el establecimiento de boutiques y centros de servicios personales y técnicos, que hubieran sido impensables una década atrás.

 

IV. CONSUMIENDO LAS EXTERNALIDADES NEGATIVAS

En la medida en que Dajabón actúa como un puerto terrestre, como asiento de la feria y como primera avanzada fronteriza de la relación con Haití, la ciudad está obligada a digerir un conjunto de externalidades negativas. De manera sucinta, éstas pudieran ser remitidas a tres niveles: sociodemográfico, ambiental y político/institucional.

En el plano sociodemográfico, la ciudad comienza a experimentar un crecimiento acelerado como resultado del contraste que plantea el atractivo de la actividad comercial urbana frente a la crisis del sector agropecuario.

En realidad, el entorno rural de Dajabón está marcado por una alta polarización y pobreza. La provincia de Dajabón constituye el extremo occidental de la zona del Cibao; pero, a diferencia de su región central —donde predominan suelos de alta calidad y escasa evotranspiración—, en la provincia los suelos tienen un valor agrícola más limitado y sólo son productivos bajo cuidados técnicos y de riego inaccesibles para la miríada de minifundistas que predominan en el sector agrícola. Según los datos del último censo agropecuario realizado en el país (Oficina Nacional de Estadísticas, ONE, 1985), las mayores fincas con más de 200 hectáreas tienen los mejores suelos y con menor declive, y se hallan dedicadas básicamente a la ganadería y al arroz. Muchas de estas fincas emplean contingentes de trabajadores haitianos que cruzan diariamente la frontera de manera legal o ilegal. El 63% de las fincas, ubicadas en los peores suelos y sin acceso a riego, tenía menos de cinco hectáreas.

El entorno rural de Dajabón se caracteriza por niveles alarmantes y cada vez mayores de pobreza. En tres secciones rurales inmediatas a la ciudad y en los municipios aledaños dentro de la provincia, la pobreza era mayor de 90%, y en promedio la provincia tenía 77% de familias pobres, 20 puntos más que la ciudad (Presidencia de la República, 2002).

La feria urbana y el comercio con Haití en un contexto de empobrecimiento rural ha acelerado los procesos migratorios campo-ciudad, de lo que resulta la paradójica situación de una ciudad con crecimiento demográfico acelerado, enclavada en una provincia en proceso de despoblamiento. Hasta los años noventa del siglo XX, la provincia de Dajabón tuvo un crecimiento demográfico oscilante y precario, regularmente inferior a las tasas nacionales. En el periodo intercensal 1960-1970, reportó un crecimiento promedio anual de 2.06%; de 0.62% entre 1970 y 1981; y de 1.94% entre 1981 y 1993 (Consejo Nacional de Arquitectura y Urbanismo-Centro de Estudios Urbanos, CONAU-CEUR, 1999). Según datos preliminares del censo de 2002, la población había decrecido desde 1993 a una tasa de 1.6% anual. En cambio, la ciudad ha mantenido un crecimiento constante, que en la última década llegó a ser muy acelerado, para un aumento neto de más de 7 000 habitantes.

Como es lógico suponer, no se trata de un proceso agregativo simple. Al mismo tiempo que recibe contingentes de campesinos pobres y de muy bajo nivel de calificación, la ciudad expele población, presumiblemente sectores más calificados y en edad laboral óptima que buscan nuevos horizontes en las grandes ciudades y en el extranjero. Esto se refleja en la composición demográfica de la ciudad, donde es notable la gran cantidad de población infantil y adolescente (cerca de 40%) y el desequilibrio genérico como resultado de la migración de las mujeres hacia las zonas donde hay zonas francas industriales (CONAU-CEUR, 1999).

Aun cuando todavía no se puede considerar a Dajabón como una ciudad superpoblada y en la cual el suelo constituya un tema de conflicto de primer orden, es evidente que ya se observa un inicio de saturación de los espacios disponibles (particularmente con los asientos masivos de campesinos pobres en el sur de la ciudad). Asimismo, se produce una sobrecarga sobre la frágil red de servicios urbanos y comienzan a aparecer los primeros síntomas de especulación con el consiguiente incremento del precio del suelo, que en algunos puntos de la ciudad se ha duplicado en los últimos tres años.

En términos ambientales, la ciudad se ve inundada dos veces por semana por una población flotante de varios miles de personas; su centro se encuentra, tras cada día de feria, abarrotado de desechos sólidos y líquidos. Aun cuando el ayuntamiento ha logrado desarrollar un programa bastante eficaz de recolección de basura, parte considerable de estos desechos quedan diseminados por la zona comercial y es arrastrada hacia el río Masacre por las aguas pluviales. Al mismo tiempo, debido a un comercio diario binacional, las vías principales de la ciudad sufren continuas congestiones, ruidos y emanaciones de gases. Ello significa una fuerte presión sobre los servicios de la ciudad.

Por otra parte, el crecimiento demográfico desorganizado tiende a presionar las escuálidas dotaciones del equipamiento urbano. Dajabón carece de alcantarillas pluviales y cloacales, y una alta proporción de sus viviendas (algo menos de 30%) usa letrinas sanitarias, cifra muy alta para una ciudad. Esto ocasiona frecuentes inundaciones y vertimientos de aguas negras, incluso en el centro de la ciudad. La proliferación de nuevos barrios pobres al sur —con poco o ningún acceso a los servicios mínimos y la expansión descontrolada de barrios de clase media con un alto consumo de espacio y de agua—, podría conducir en el futuro cercano a situaciones críticas que pudieran afectar, como veremos más adelante, a la vecina Ouanaminthe.

El tercer aspecto que merece un comentario detenido está relacionado con la situación institucional de la región. En general, República Dominicana tiene una institucionalidad precaria y fragmentada que hace difícil los procesos de concertación y planificación del desarrollo Sus gobiernos locales son muy débiles y muy poco se ha hecho para avanzar hacia un sistema más descentralizado (Corral y Dilla, 2002). En todos los casos, la acción estatal dominicana se ha caracterizado por una gran insensibilidad social, lo que sitúa al país en uno de los lugares más bajos en cuanto a gasto social en el continente. Esta precariedad institucional se complica notablemente en las regiones fronterizas, dado el hecho de que aquí funcionan otros poderes fácticos, no sujetos a controles democráticos y de que la frontera ha sido un lugar históricamente preterido y con muy poco peso electoral.

En un primer plano, Dajabón ha sido una provincia muy poco favorecida por el gasto público. Entre 1991 y 1993, se ubicó en el lugar 25 entre 30 provincias en el total de gasto social, mientras que en 19971999 ocupaba el lugar 29 (Onaplan, 2000). Hacia el año 2003, un total de 14 instituciones estatales (sin contar las instancias locales) tenía presencia inversionista en la provincia de Dajabón, sin que privara una delimitación clara en cuanto a roles y zonas de intervención. En total, tenían planificados 47 millones de pesos para invertir (algo más de dos millones de dólares), lo que significaba un per cápita de 33 dólares y 0.3% de la inversión pública nacional, a pesar de que la provincia contaba con 0.7% de la población. Los gastos municipales totales, por su parte, no pasaban de 10 dólares per cápita anuales; la mayor parte de ellos eran usados en gastos de personal y corrientes.

Por otra parte, la frontera haitiano-dominicana tiene una connotación geopolítica propia de cualquier frontera. Lo distintivo de esta frontera es que la percepción geopolítica continúa afincada en una normatividad anticuada y alimentada por la situación particularmente crítica que experimenta el lado haitiano. A pesar de los grandes cambios ocurridos en la frontera, la legislación predominante sigue siendo la misma que privaba en la época trujillista, lo que garantiza la tradicional subordinación del haitiano en un contexto de intercambio desigual, pero al mismo tiempo origina disfuncionalidades respecto de la dinámica del capital en la región y facilita la intervención de algunos actores estatales fronterizos (militares, funcionarios de migración, aduana, y otros), en franca competencia por la obtención de rentas mediante la corrupción y el tráfico ilícito, lo que ha sido reiteradamente denunciado por las organizaciones sociales y la prensa local.

Un caso demostrativo del efecto negativo que tiene el orden político jurídico prevaleciente es la situación del gobierno municipal de la ciudad. Como resultado de una labor fiscal eficaz, dicho orden ha incrementado de manera notable sus ingresos mediante el cobro de impuestos a los vendedores por concepto del uso del suelo municipal. Hasta el año 2002, el cobro era realizado por una compañía privada encargada de la administración del mercado. Por esta vía, el ayuntamiento recibió unos 20 000 dólares en 1996, y 60 000 en 2001, incremento que refleja el aumento de la actividad mercantil. Desde el año 2003, el ayuntamiento asumió directamente la administración de la feria, lo que le proveyó en ese año de ingresos superiores a los 100 000 dólares. Esto lo sitúa en un rango fiscal muy positivo en el ámbito nacional, donde muy pocos municipios tienen una base tributaria propia consistente. No obstante —al carecer de una perspectiva de gestión, limitado en sus facultades, sin alianzas consistentes con las comunidades y sus organizaciones, siempre en un medio político volátil y polarizado—, la relativa bonanza económica municipal ha desembocado en la creación de empleos y gastos de beneficencia sin efecto visible en el desarrollo local.

 

V. EL SENTIDO CONTRADICTORIO DE LA BINACIONALIDAD

En este punto conviene discutir acerca de hasta qué grado Dajabón y Ouanaminthe constituyen un complejo urbano binacional y, si es así, de qué manera puede considerarse esta relación sistémica. Sin lugar a dudas, la reproducción de ambas ciudades se halla estrechamente vinculada con dicha relación biunívoca construida a lo largo de tres siglos y que sólo parcialmente refleja la dinámica de las vinculaciones prevalecientes entre las dos naciones y sus gobiernos. Es una relación que ha acarreado una gama de intercambios culturales y de vínculos primarios, pero que está determinada por las relaciones desiguales que establecen las dos comunidades en los procesos de producción, intercambio y consumo. Y que en la actualidad supone la inserción de ambas ciudades como virtuales factorías de una regionalización escalonada periférica.

En tal contexto, la relación entre ambas ciudades está marcada por una constante transferencia de externalidades negativas del lado dominicano hacia el lado haitiano. Dajabón consume fuerza de trabajo y mercancías que abaratan los costos de producción y reproducción de la vida urbana. En el mercado binacional, los actores dajaboneros logran los mejores posicionamientos, sea porque tienen más capacidades educativas y medios técnicos o por el hecho de que cualquier concurrente haitiano está sometido a un entorno de inseguridad que lo debilita frente al competidor dominicano. La situación no es diferente en el mercado laboral provincial y urbano. Miles de residentes de Ounaminthe y de las localidades vecinas cruzan la frontera para ofrecer su mano de obra barata en trabajos agrícolas, construcciones y en tareas domésticas. Una parte de ellos lo hace con autorizaciones formales expedidas por las autoridades de inmigración; pero otros no, y todos se hallan expuestos a extorsiones, abusos y deportaciones que han sido reiteradamente denunciados por las organizaciones defensoras de los derechos humanos en la zona.

Este desnivel es también visible en la capacidad de ambas comunidades para usar los recursos naturales; sobre todo el más preciado de ellos: el agua. Dajabón cuenta con varios acueductos que abastecen a cerca de 90% de la población urbana. El mayor de ellos toma el agua del curso superior del río Masacre, antes de que éste se convierta en la línea divisoria de ambos países y de ambas ciudades. A esa misma altura, el río es aprovechado por varios canales de riego, lo que determina una reducción drástica del caudal de agua al nivel en que el agua puede ser aprovechada por los vecinos de Ouanaminthe (Bernardote, 2002). Debido a que el río cruza frente a ambas ciudades, varios drenajes de Dajabón vierten sus aguas contaminadas en la corriente. Ouanaminthe sólo posee un pequeño acueducto que resulta insuficiente para las necesidades de su población, por lo que un alto porcentaje de ésta se sirve de agua en un río de corriente menguada y contaminada, sin control sanitario alguno.

No obstante, aun en estas precarias condiciones, la frontera y Dajabón constituyen para miles de haitianos la única posibilidad de sobrevivencia. Ello ha determinado un crecimiento extremadamente acelerado de la ciudad de Ouanaminthe, cuya población, según cálculos poco precisos, se ha duplicado en los últimos 15 años, y en el año 2002 excedía las 30 000 personas. La ciudad tenía sólo tres médicos y 60 camas, 25% de los niños no asistía a la escuela y el analfabetismo llegaba al 70% de la población adulta (Inesa, 2002). Solamente un porcentaje muy bajo de la población (cercano a 10%), tenía acceso a la luz eléctrica, y sólo durante unas pocas horas en la noche. Muy pocas calles de la ciudad estaban asfaltadas y por ellas circulaba el agua fétida proveniente de las casuchas irregularmente alineadas a lo largo de las vías.

No puede omitirse la relación de esta ciudad con las redes urbanas haitianas, y en particular su subordinación a la ciudad de Cabo Haitiano (tema que rebasa el objetivo de nuestro estudio), pero sin duda Ounaminthe y su vertiginoso crecimiento sólo pueden ser totalmente aprehendidos si se les entiende a partir de su relación de dependencia respecto del lado dominicano, en primer plano con Dajabón y en una dimensión más vasta con todo el Cibao Central. Pudiera argumentarse que Ouanaminthe —o al menos su parte más pobre y de mayor crecimiento— opera en todos los sentidos como el mayor barrio marginal de Dajabón.

Si bien es cierto que la reproducción de la vida de miles de habitantes de Ouanaminthe y sus alrededores depende de la relación con Dajabón, también es innegable que si en la parte dominicana hay menos pobres, ello se debe —al menos en alguna medida— a que la pobreza de la relación binacional se aglomera en Ounaminthe y en otras poblaciones haitianas alineadas a lo largo de la frontera. Es, además, una cualidad que se confirma en el comportamiento del sistema cotidiano de desplazamiento urbano (Taylor y Flint, 2002) entre ambas ciudades, y que se caracteriza por el uso de Dajabón por parte de los habitantes de Ouanaminthe, como una suerte de centro urbano donde venden y compran, y, afortunadamente, pueden usar sus servicios públicos.8

Otros datos empíricos, algunos de ellos eventuales —pero todos muy significativos— apuntan en la misma dirección. Por ejemplo, ante la alarmante acumulación de basura en la ciudad haitiana, el ayuntamiento de Dajabón ha decidido hacer limpiezas periódicas con sus equipos y sus trabajadores entrenados, previo acuerdo con su contraparte haitiana. Es también significativo que la sociedad civil haitiana se compone en buena medida de organizaciones ramales de las que hay en la parte dominicana, cuyos líderes han sido entrenados y capacitados por las matrices dominicanas. Llama la atención el hecho de que los habitantes de Ouanaminthe usan frecuentemente para fines lúdicos un segmento de camino que continúa al puente divisorio y que penetra por unas decenas de metros en territorio haitiano. Es el espacio más cercano a Dajabón, y uno de los pocos iluminados por unas bombillas eléctricas instaladas sobre la reja divisoria por las autoridades dominicanas, como clara advertencia a los potenciales migrantes.

Esta reja no es, por tanto, simplemente una delimitación fronteriza binacional, sino también social: separa y une a estratos sociales diferentes en los procesos de producción, distribución y consumo que tienen lugar a lo largo de la frontera. La frontera entre Dajabón y Ouanaminthe es, por consiguiente y de manera cada vez más señalada, una frontera social. Es la lógica de funcionamiento de un sistema urbano binacional en condiciones de extrema desigualdad de las partes.

Por consiguiente, no es exacto afirmar que los habitantes de Dajabón (sean pobres, de clase media o ricos emergentes) simplemente sobrevivan o acumulen, según los casos, a partir del intercambio fronterizo, sino que lo hacen a partir de las apropiaciones de cuotas de plusproducto haitiano en una relación mercantil desigual. Así pues, la relación social establecida tiende a superponer las formas de poder que Weber explicara como basadas en el "grupo de status" y en la clase, mediante lo que Silié (1992) ha identificado como un proceso de "etnización" de la situación socioclasista. Se trata, en palabras de Grimson (1999), de un "sistema relacional sustentado en el conflicto".

Tal situación pone un límite muy estricto a las posibilidades de cambio de las percepciones mutuas y a los propios programas de acción de los sectores más democráticos y progresistas de la sociedad civil local. Ciertamente, los habitantes de la frontera y sus organizaciones han logrado superar en muchos aspectos las posiciones racistas y xenofóbicas antihaitianas predominantes en la cultura política nacional. Se cuenta con numerosas experiencias de luchas sociales marcadas por la solidaridad y la cooperación de las comunidades de ambos lados, indicativas de la lenta pero promisoria identificación de intereses e identidades comunes. Sin embargo, no puede olvidarse que estas comunidades y sus organizaciones son parte de una historia, y comparten con el resto de la nación —y posiblemente de manera más intensa— el dilema esquizofrénico de mantener una relación con un "otro" tan objetivamente imprescindible como supuestamente peligroso.

 

A. ¿Qué nos dice Dajabón?

La singularidad de la frontera haitiano-dominicana (dos culturas muy diferentes, dos sociedades con niveles de desarrollo muy desiguales, una historia marcada por el genocidio, una construcción ideológica severamente racista y xenofóbica, muchos ejemplos valiosos de cooperación y solidaridad) no entraña excepcionalidad. Muchos de sus rasgos y pautas de evolución son propios de cualquier zona fronteriza, y estudiarla aporta ideas y material empírico para la teorización sobre el tema.

Una primera consideración se refiere a las capacidades y posibilidades que tienen los actores locales para aprovechar las oportunidades del trasiego de decenas de millones de dólares de mercancías y otros atractivos derivados de la condición fronteriza. El presente estudio habla no solamente de la marginación e inserción precaria de éstos en la dinámica económica en planos diferentes: inserción en los nuevos ejes de acumulación, acceso a los espacios emergentes de empleo, generación de ahorro; y, en consecuencia, de su efecto muy limitado respecto del bienestar social urbano, sino también de sus incapacidades para evitar los efectos negativos de dicha dinámica. Ello crea una situación de consumo pasivo de externalidades negativas que afectan al medio ambiente natural y construido, presionan el equipamiento y la infraestructura urbanos, y atrae a centenares de inmigrantes rurales que se asientan en barrios sin servicios mínimos y expuestos a desastres naturales.

Si las tendencias de inserción de Dajabón en el mercado mundial capitalista en el marco de una regionalización binacional y en condición de ciudad/factoría siguieran avanzando, es previsible que la situación de la ciudad cambiaría sustancialmente. Por un lado, se produciría un proceso inversionista mayor que intensificaría los resultados antes descritos e incrementaría la incipiente fragmentación del espacio urbano. Por otro, se elevaría la presión demográfica desde el lado haitiano al estimular la migración hacia la ciudad de Ouanaminthe con todas sus repercusiones ambientales, económicas y político/ideológicas.

En esencia, la evolución de la frontera haitiano/dominicana desde una situación de cierre hermético a otra de mayor apertura ha sido resultado de una combinación de la acción emprendedora del mercado y la permisividad estatal, sea por el oportunismo pragmático del Estado dominicano o por la incapacidad e irresponsabilidad de su colega haitiano para manejar la cosa pública. No hay aquí (como en otras fronteras hemisféricas, y señaladamente en la desigual frontera México/Estados Unidos) un proceso consciente de construcción jurídica e institucional mediante acuerdos binacionales.9 Y esa condición —que en términos prácticos significa anomia, militarización, corrupción e impunidad política— ha pasado a ser un estímulo a una inversión depredadora que aprovecha las ventajas comparativas de cada parte, al mismo tiempo que actúa como un factor de obliteración para el desarrollo local urbano a partir de la generación de condiciones de competitividad sistémica (Esser, 1999) y en un marco razonable de previsibilidad.

Finalmente, Dajabón parece decirnos algo a contrapelo de dos posicionamientos ideológicos frecuentes en este tema.

En el primer caso, dicha relación pone claramente en entredicho a los deprimentes argumentos racistas y xenofóbicos. En esta región de fuertes intercambios y contactos binacionales, nada indica una "invasión pacífica" haitiana, ni una absorción de los dominicanos por la cultura haitiana. En cambio, la zona muestra una riqueza cultural simbiótica de alto valor, que constituye sin lugar a dudas uno de los más preciados recursos de la ciudad. Si la ciudad no es próspera y alberga niveles alarmantes de pobreza, ello no se debe a la relación con Haití (de hecho los haitianos subsidian en buena medida a la economía urbana), sino a que la relación está siendo liderada por grupos capitalistas nacionales de ambos países, preponderantemente dominicanos, y extranjeros con una presencia menor del Estado y sin espacios disponibles para una programación del desarrollo local sobre bases sostenibles.

De igual manera, la relación transfronteriza no parece apuntar en la dirección de la loable pero poco realista percepción de ésta como un mundo de solidaridad y hermandad, lugar común en muchas organizaciones de la sociedad civil y de los medios intelectuales progresistas. Como antes decíamos, hay muestras consistentes de solidaridad en coyunturas críticas, pero ellas navegan en un océano de contradicciones y conflictos propios de toda frontera; en este caso, alimentados por el intercambio desigual y las pobrezas institucionales de la región.

Dajabón y su vecina Ouanaminthe siguen siendo tan cercanas como diferentes. Probablemente en esas diferencias reside el atractivo de una región que ha logrado cautivar la imaginación de sus visitantes, y cuyos habitantes han sido capaces de mostrar a las dos naciones el significado de la tolerancia y el pluralismo cultural.

Santo Domingo, mayo de 2004.

 

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Notas

1 Este artículo es resultado parcial de dos investigaciones. La primera fue desarrollada conjuntamente con el Instituto Politécnico Federal de Lausana (EPFL) en el marco del National Center for Competence in Research (NCCR) y bajo el auspicio financiero de la Agencia Suiza de Cooperación Internacional (COSUDE) y del Fondo para el Desarrollo de las Ciencias (FNRS), de Suiza. La segunda fue auspiciada por el International Development Research Centre de Canadá y la Universidad McGill. Los autores desean expresar sus agradecimientos a los investigadores participantes en ambos proyectos, particularmente a Phil Oxhorn, Carlos García Pleyán y Adriana Rabinovich.

2 Una excelente descripción de esta fase de interacción fronteriza puede hallarse en Baud (1993). Para una exposición hechológica de los procesos diplomáticos, es interesante la obra de Peña Batlle (1946).

3 La situación fronteriza en este periodo merece una aclaración. La limpieza étnica de la frontera fue combinada con el control por parte del Estado de la migración de braceros, por lo que la importación de los trabajadores haitianos continuó incluso en los peores momentos represivos. Sin embargo, mientras dicha importación pudo funcionar como un acuerdo entre ambos estados (y en particular entre sus mandos militares), se trató de una actividad controlada, y por tanto muy diferente de la que se puede producir en una frontera "porosa", como la que prevaleció hasta la matanza. La realidad hoy es más difusa, pues sigue habiendo mecanismos de control e involucramiento de las autoridades dominicanas, pero incompleta debido a la desaparición del ejército haitiano.

4 Para una excelente aproximación al tema del antihaitianismo en la época de Trujillo (y que en buena medida pervive hasta hoy), véase Mateo (2004).

5 En realidad, la perspectiva de la frontera como zona de contacto e interacción binacional es un dato reciente del debate nacional dominicano. Una lectura imprescindible para entender esta situación, así como la emergencia de propuestas alternativas, puede encontrarse en Silié (2002).

6 Valga una aclaración en este punto. Cuando hablamos de las ventajas que significa dicha fuerza de trabajo para la economía dominicana, nos referimos exclusivamente a la relación que se establece entre capital y trabajo, en el marco de una acumulación altamente depredatoria en términos sociales. Otra cuestión es el efecto que tiene la migración haitiana sobre la sociedad dominicana, y en particular sobre los servicios, que por razones de la magnitud migratoria, debe ser alto y que en realidad se trata de un subsidio que el Estado dominicano transfiere indirectamente a los empresarios empleadores de trabajadores haitianos. La acentuación de la crisis en Haití, sin embargo, plantea un escenario muy complejo cuyas coordenadas rebasan los objetivos de este trabajo.

7 El presente estudio se basa en la dinámica en la parte dominicana de la frontera, y por ello no se extiende sobre las características del comercio haitiano. Debemos aclarar, sin embargo, que la visión que se puede obtener de miles de mujeres haitianas vendiendo pequeños lotes de mercancías no debe conducir al espejismo de una "economía local". En realidad, estas mujeres son empleadas o intermediarias de grandes comerciantes de Cabo Haitiano que compran ropas usadas y productos demandados en la frontera (arroz de alta calidad, perfumes, aceites comestibles, y así por el estilo), y que pueden vender con ventajas debido a que casi no hay aranceles en Haití, y a que en los días de ferias apenas se aplican. En este sentido, Cabo Haitiano desempeña un rol similar al de Santiago, sólo que en escalas más discretas.

8 Un estudio realizado por la Secretaría de Estado de Salud Pública (SESPAS) y el Consejo Nacional de Población y Familia (CONAPOFA, 2001) en el periodo comprendido entre enero y abril de ese año, muestra que en dicha etapa habían recibido atención médica en centros hospitalarios públicos dajaboneros un total de 1 353 haitianos: 70% mujeres y 40% en zonas urbanas, principalmente en Dajabón. Eran unas 11 atenciones diarias en el nivel provincial y unas cinco en las zonas urbanas. Ello había significado un costo de algo más de un millón de pesos para el sistema de salud provincial.

9 Ello no significa elevar la situación en otras zonas fronterizas a paradigma del mejor de los mundos posibles. Estas fronteras, como la que aquí analizamos, son espacios marcados por procesos depredatorios de acumulación e intercambio desigual. No obstante, indudablemente las concertaciones y normatividades específicas han permitido condiciones más favorables en temas laborales, ambientales y de uso de recursos compartidos, datos nada desdeñables en una región fronteriza, y, como mínimo, puntos de partida para seguir negociando (Sánchez, 2001; Ramírez y Cadenas; 2000).

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