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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.65 no.4 Ciudad de México oct./dic. 2003

 

Sección bibliográfica

 

Elizabeth Quay Hutchison. 2001. Labors Appropriate to Their Sex: Gender, Labor and Politics in Urban Chile, 1900-1930

 

María Teresa Fernández Aceves*

 

Durham: Duke University Press, 338 pp.

 

* CIESAS-Occidente.

 

Labors appropriate to Their Sex: Gender Labor and Politics in Urban Chile, 1900-1930 es un libro excelente que examina los orígenes, motivos y objetivos de los debates en torno al trabajo de las mujeres en la ciudad de Santiago durante las tres primeras décadas del siglo XX. Por medio de un análisis minucioso de fuentes primarias cuantitativas y cualitativas y de la utilización de diversas perspectivas teóricas, la historiadora Elizabeth Quay Hutchison muestra cómo estas discusiones influyeron en el desarrollo de la política laboral, el activismo de las mujeres y la formación del Estado. Su argumento central es mostrar cómo los diferentes papeles y el discurso de género afectaron las transformaciones sociales ligadas al crecimiento urbano e industrial.

Quay Hutchison ubica su libro dentro de las tendencias teórico-metodológicas más recientes en diferentes campos de la historia —la historia laboral chilena, la social, la del movimiento feminista en América Latina, la de género laboral en América Latina, la del surgimiento de los Estados benefactores en Europa y la de la educación de las mujeres—, para compararlas y entretejerlas con un análisis de los procesos sociales, políticos y urbanos.

La autora critica los estudios laborales en Chile que no incluían a las mujeres trabajadoras como sujetos activos y como trabajadores, sino que las veían primordialmente en su papel de madres y procreadoras de hijos. Quay Hutchison aclara que esta corriente historiográfica relegaba a las trabajadoras porque las concebía como una fuerza de trabajo secundaria. De acuerdo con esta visión, los trabajadores-hombres fueron los actores fundamentales en la formación de la clase obrera chilena y del movimiento laboral.

Quay Hutchison retoma las críticas que se le hicieron a esta perspectiva a finales de la década de 1980 y detalla, desde una perspectiva subalterna, la experiencia de las mujeres trabajadoras. Este cuestionamiento de los años 1980 surgió dentro de la nueva historia social influida por el giro cultural, puso en tela de juicio la perspectiva masculina que dominaba en la historia del movimiento obrero y problematizó por qué había dejado de lado a las mujeres como actores históricos centrales y activos.

El artículo de Emilia Viotti da Costa, "Experience versus Structures: New Tendencies in the History of Labor and the Working Class in Latin America—What Do We Gain? What Do We Lose?" (1989)1 es representativo de esta crítica. Viotti da Costa evaluó qué se lograba con una perspectiva estructuralista en la vieja historia laboral, enfocada a estudiar la composición de los líderes, sindicatos y partidos, así como el número de huelgas. Además, desde parámetros cuantitativos se concentraban en analizar el impacto de cambios estructurales en el movimiento obrero organizado. Por el contrario, desde finales de la década de 1980, la nueva historia laboral empezó a destacar cuáles habían sido las experiencias de los trabajadores en la vida cotidiana. Sin embargo, Viotti da Costa sostuvo que las mujeres y la historia de género habían sido marginadas, e hizo un llamado urgente para que éstas fueran tomadas en cuenta en el análisis histórico.

Este llamado coincidió con las propuestas de Joan Scott para analizar género como una categoría de análisis, y para examinar cómo el género fue un mecanismo muy poderoso en la formación de la clase obrera. Actualmente, diferentes estudios tanto en Europa y Estados Unidos como en América Latina han mostrado cómo distintos movimientos obreros organizados y la política en diversos países han invocado a la diferencia sexual como un fenómeno natural para relegar a las mujeres. Quay Hutchison concuerda con muchos historiadores de Estados Unidos, Europa y América Latina que han afirmado que al tomar en cuenta género es necesario revisar la narrativa oficial de la historia laboral y política.

Quay Hutchison se pregunta qué pasa cuando se pone a las mujeres trabajadoras en el centro de la narrativa histórica del movimiento obrero organizado, del surgimiento de un movimiento feminista y de la formación del Estado. La autora sostiene que se puede observar cómo las mujeres trabajadoras chilenas lucharon para reconciliar la necesidad de obtener un ingreso con las cambiantes nociones de la domesticidad de la clase trabajadora y de solidaridad de clase. Estas expectativas, indica la autora, fueron muy diferentes a las que concebían las mujeres feministas de la clase media y alta de este periodo. Principalmente, la autora indica que se puede vislumbrar que el problema del trabajo de mujeres fue frecuentemente construido por los líderes obreros, legisladores, las mujeres de la élite y representantes del Estado chileno de manera diferente al de las mismas trabajadoras. Cada uno tenía su idea de cuál debía ser el trabajo de las mujeres.

Quay Hutchison puntualiza que la mayoría de los estudios sobre los movimientos feministas en América Latina se han enfocado primordialmente en las acciones de las mujeres de la clase media, y no han tomado en cuenta los aportes de las trabajadoras al feminismo. Uno de los aportes fundamentales de este libro es que rescata las voces del feminismo obrero —de hombres y mujeres— para examinar el significado de las ideas socialistas y su influencia en la organización de los trabajadores y para ilustrar cómo este discurso demarcaba los límites y oportunidades de la acción política de las trabajadoras en este periodo.

Quay Hutchison analiza simultáneamente el juego entre "ficciones" y "realidades" de las experiencias de las mujeres trabajadoras para determinar cómo las imágenes de "la costurera" (trabajadora tremendamente explotada por el sistema capitalista) y "la prostituta" (que mostraba la vulnerabilidad física y moral que tenían que enfrentar las mujeres) pudieron influir en las oportunidades económicas y en su solidaridad.

El libro está dividido en dos partes para explicar los cambios en la fuerza laboral femenina, y para examinar cómo el movimiento obrero organizado, la élite y el Estado respondieron a los cambios sociales y económicos que experimentaban un proceso muy acelerado.

Quay Hutchison puntualiza qué cambios sociales y económicos de finales del siglo XIX hicieron que "la mujer obrera" fuera más visible e incrementara sus números. Considera que la transformación del territorio a través de la adquisición de las minas de nitrato luego de una guerra con Perú, y el auge de estos centros mineros, favorecieron el crecimiento acelerado de la ciudad de Santiago, la cual requería diversos productos de consumo. Estos cambios en la economía nacional se reflejaron en el crecimiento demográfico e industrial en Santiago, los cuales crearon una ciudad dividida tajantemente por diferencias de clase: un espacio para la élite y otro para los trabajadores urbanos. La ciudad se convirtió en un centro atractivo para que los hombres dejaran atrás viejas formas de peonaje rural y se convirtieran en artesanos o trabajadores. De manera similar, las mujeres migraron para trabajar tanto en actividades de agricultura, manufactura (textiles, costura, tabaco), como de servicios (elaboración de alimentos, servicio doméstico, comercio). Sin embargo, muchas de estas mujeres eran jefas de familia. Su realidad chocaba con la imagen doméstica que debían tener las mujeres de la clase trabajadora, según lo promovían algunos líderes obreros, la élite y el Estado.

Al hacer un análisis detallado de las diferentes fuentes estadísticas —censos industriales y de población de 1895-1930—, Quay Hutchison encontró que la participación laboral femenina tuvo un crecimiento aparente desde finales del siglo XIX hasta 1907. La autora afirma que no declinó después de 1907, sino que las categorías utilizadas para capturar lo que era el trabajo masculino o femenino cambiaron significativamente. La autora puntualiza que, después de 1907, se consideraba al trabajador hombre como la fuerza de trabajo central y sostén de la familia de la clase trabajadora, mientras que el trabajo femenino se concebía como complementario y no productivo. Para los industriales, esta diferencia justificaba los bajos salarios para las mujeres. La autora argumenta que, a pesar de las tendencias a borrar la presencia pública de "la mujer obrera" en trabajos asalariados, se dio una feminización en algunas ocupaciones como la de ropa, los textiles y el tabaco; sin embargo, permanecieron al margen de lo que se percibía como productivo y ocuparon los puestos de trabajo poco calificados.

Quay Hutchison afirma que sin importar dónde se realizaba su trabajo y si era reconocido o no por las fuentes estadísticas, las opciones de las mujeres las mantuvieron limitadas a una fuerza laboral urbana muy segregada. Sin embargo, sostiene que fue la participación de las mujeres en las fábricas de manufactura lo que provocó una preocupación general por la moral femenina y la organización de la familia de la clase trabajadora. Por lo tanto, argumenta que la gran visibilidad y el crecimiento en porcentajes de las mujeres trabajadoras, sus condiciones laborales y de vivienda ayudaron a crear imágenes muy poderosas, como la extrema explotación y victimización en un sistema capitalista. Estas imágenes alentaron el debate, la planeación e instrumentación de reformas sociales y políticas públicas. La autora ilustra cómo algunos líderes obreros lucharon por resolver la tensión entre las aspiraciones de la clase trabajadora, que buscaba justificar, a través del uso de sus derechos laborales, controlar y proteger a las trabajadoras y su sexualidad. Sin embargo, estas aspiraciones no podían detener el proceso cada vez más público de la incorporación creciente de las mujeres a trabajos asalariados ni tampoco pudieron regresarlas a sus labores domésticas.

La autora sostiene que, con la excepción del feminismo socialista de las mujeres, las organizaciones de trabajadores perpetuaron los estereotipos de las mujeres trabajadoras como conservadoras y sexualmente vulnerables y ligaron la identidad de clase con los atributos de la masculinidad de la clase trabajadora, como lo ejemplifica la frase "trabaja como un hombre y no llores como una mujer".

Algunos periodistas y anarquistas dudaban de la capacidad revolucionaria y de la movilización de las mujeres, lo que justificaba la intervención de los hombres para protegerlas. Contradictoriamente, algunas mujeres adquirieron características viriles para justificar su militancia por el bien de la lucha de clases, representación aceptada por los socialistas; la autora muestra que había una política ambivalente por parte de los líderes obreros: por una parte, algunos de los dirigentes obreros creían que el trabajo asalariado de las mujeres era sólo transitorio, y que después de una emancipación volverían a la esfera privada. Por otro lado, recurrían a la imagen de victimización femenina en los centros de trabajo y subrayaban las atribuciones femeninas tradicionales. Por lo tanto, proponían que se justificara la participación política de las mujeres si era en solidaridad de clase, es decir, entraban a la lucha de clases como esposas, madres, hijas, hermanas y dependientes de los hogares de la clase trabajadora. Así, su domesticidad se convertía en revolucionaria.

Quay Hutchison sostiene que a pesar de la organización de las mujeres y la retórica de igualdad del feminismo obrero (1900-1908), su crítica en contra de las desigualdades de género en la política laboral chilena estaba limitada por un consenso entre hombres y mujeres acerca de los papeles de género, es decir, "lo apropiado para cada sexo", y los códigos de género de respetabilidad a los que aspiraban. La autora sostiene que esta visión les impidió que desarrollaran una teoría para la emancipación de las mujeres, en gran parte debido a que sólo se enfocaron en las mujeres de las fábricas y no tomaron en cuenta a las prostitutas, trabajadoras domésticas y en talleres domiciliarios.

Igualmente, la élite industrial y el Estado promovieron una política de domesticidad en las escuelas vocacionales donde buscaban entrenar a los hombres y mujeres de la clase trabajadora con ciertas habilidades y disciplinas para que pudieran entrar al mercado laboral capitalista y competitivo. Esta política educativa reforzaba la división sexual del trabajo, los salarios desiguales y la subordinación de las mujeres a la producción en el hogar. Las escuelas vocacionales para hombres sí los preparaban para ocupaciones calificadas —capataces y proveedores—, mientras que la educación de las mujeres tendió cada vez más en promover su domesticidad y su moralidad, para que contribuyeran no sólo económicamente con productos elaborados en casa, sino también para que disciplinaran a los trabajadores que estuvieran fuera de control y mantuvieran la estabilidad de la familia.

Al igual que los líderes obreros, industriales y representantes del Estado, las mujeres de la élite veían que la creciente visibilidad de las trabajadoras representaba una crisis social. También diseñaron programas sociales que seguían los postulados del catolicismo social de la encíclica Rerum Novarum (1891). Con estos programas buscaban educar y organizar no sólo a las trabajadoras, sino también a las de clase media que estaban engrosando el número de trabajadoras en el área de los servicios. La autora muestra cómo la visión y la preocupación de las católicas por la entrada al mercado laboral de las mujeres de la clase media complicó y transformó significativamente las concepciones y el debate en torno al trabajo femenino. Las mujeres de la élite pretendían que las mujeres de la clase media —ya sea las que perdieron su estatus económico y que se vieron forzadas a vender sus bordados y tejidos, o las mujeres profesionistas y empleadas en tiendas departamentales— no perdieran su honor y feminidad en la esfera pública. Para salvaguardar su respetabilidad, honor y feminidad, además de detener la influencia del socialismo y del feminismo, crearon talleres, cooperativas y sindicatos. Para las mujeres de la élite, el trabajo de las mujeres de clase media era un beneficio, mientras que el desempeñado por las de la clase trabajadora era un fenómeno explotador y destructor de la familia. La defensa del empleo femenino, afirma la autora, fue un componente importante del movimiento sufragista y del movimiento feminista incipiente de la clase media.

Quay Hutchison analiza los debates legislativos durante las tres décadas, en torno a la protección de las mujeres y los niños. Indica que el trabajo fabril se veía como un peligro para éstos, especialmente para las mujeres, porque eran madres o podrían desempeñar este papel. Al protegerlos, se cuidaba la salud de la población, mientras que los trabajadores hombres no obtuvieron sus derechos con base en sus funciones reproductoras, sino en sus papeles productivos. La autora sostiene que estas discusiones ofrecen pistas acerca de cuáles eran las concepciones de masculinidad y de feminidad en relación con el trabajo, la familia y la reproducción. Las ideas de los industriales, socialistas, católicos y de los agentes del Estado formaron parte de las políticas estatales para enfrentar la crisis social. Puntualiza que mientras los líderes obreros resaltaban la vulnerabilidad física de todas las mujeres trabajadoras, los legisladores solamente se centraron en las mujeres cuando estaban en las etapas de embarazo, parto y lactancia. Esta legislación excluyó a un gran número de mujeres que no tenían contrato laboral y un salario mínimo. Igualmente, reforzó la segregación por género de las actividades económicas; la autora considera que las mujeres recibieron protección laboral sólo como madres, no como trabajadoras.

Finalmente, concluye que esta historia de "la mujer trabajadora" de finales del siglo XIX y a principios del XX, de su papel central en el mercado laboral y en el surgimiento del feminismo no era una narrativa conocida. La participación laboral de las mujeres, la ola feminista, los debates acerca del trabajo de las mujeres y su sexualidad se han visto como fenómenos recientes. Sin embargo, este estudio histórico muestra que los discursos y las prácticas que han influido en los debates y la política públicos se repiten, y no son fenómenos sociales exclusivos y únicos de finales del siglo XX. Por lo tanto, la autora argumenta que es vital tomar en cuenta cómo las concepciones de las mismas trabajadoras operan en el discurso y cómo dichos estereotipos son refutados y transformados por ellas mismas.

Quay Hutchison no sólo reconstruyó los discursos, imágenes y experiencias de los distintos actores envueltos en la problemática de "la mujer obrera", sino también comparó el caso chileno con el brasileño, el mexicano, el inglés y el francés. La perspectiva comparativa fue muy enriquecedora e ilustradora, lo cual es un esfuerzo meritorio de la autora. Se trata de un texto que recomiendo ampliamente no sólo para los especialistas en la historia laboral chilena, sino para los interesados en la historia laboral desde la perspectiva de género, de la historia de los movimientos feministas y del surgimiento de los Estados benefactores.

 

Nota

1 Emilia Viotti da Costa. 1989. "Experience versus Structures: New Tendencies in History of Labor and the Working Class in Latin America—What Do We Gain? What Do We Lose?". International Labor and Working Class History 36. Otoño, pp. 3-24.         [ Links ] Fueron muy interesantes las respuestas al cuestionamiento de Da Costa; véase Barbara Weinstein. 1989. "The New Latin American Labor History: What We Gain?" International Labor and Working Class History 36. Otoño, pp. 25-30;         [ Links ] Hobart A. Spalding. 1989. "Somethings Old and Somethings New?". International Labor and Working Class History 36. Otoño, pp. 37-43.         [ Links ]

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