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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.65 no.4 Ciudad de México oct./dic. 2003

 

Género, relaciones sociales de sexo y trabajo en América Latina

 

Las condiciones de trabajo en los años noventa en México. Las mujeres y los hombres: ¿ganaron o perdieron?

 

Working Conditions in the 1990s in Mexico. Women and Men, Did They Win or Lose?

 

Mercedes Pedrero Nieto*

 

* Investigadora del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias. UNAM. Dirigir correspondencia al Apartado Postal 4-106, C.P. 62431, Cuernavaca, Morelos, tel.: 0177-317-52-99, fax: 01777-317-59-81, e-mail: pedrero@servidor.unam.mx. Agradezco el apoyo del maestro Fidel Olivera en el procesamiento de datos.

 

Recibido: 18 de junio de 2003.
Aceptado: 26 de agosto de 2003.

 

Resumen

Este artículo hace un análisis comparativo, entre 1993 y 2000, de la participación de las mujeres y hombres en las actividades económicas. Toma en cuenta las características sociodemográficas y la situación laboral de ambos grupos, abordando algunas condiciones de trabajo que nos permiten tener una aproximación cualitativa de los cambios en el periodo estudiado.

Palabras clave: trabajo extradoméstico, ocupación femenina y masculina.

 

Abstract

This article undertakes a comparative analysis on the degree of participation in the economical activities of men and women in 1993 and 2000. It includes the sociodemographic characteristics and their employment status by exploring certain labor conditions that provide a qualitative assessment of the change that took place during the period under study.

Key words: work outside the home, female and male occupation.

 

Las políticas neoliberales, aplicadas en la mayoría de los países de todo el mundo, entre las cuales está la privatización de actividades de producción e incluso de servicios a la comunidad —como son los de educación y salud—, deterioraron las condiciones de trabajo en muchos países. En particular, han aumentado la precarización en el empleo y la vulnerabilidad de las mujeres (Lund, 2001). ¿Esto es válido para el caso de México?

Para responder a estas interrogantes, se analiza comparativamente para 1993 y 2000 el perfil sociodemográfico de los/las trabajadores/ras y la situación laboral de los mismos, para lo cual se cuenta con la Encuesta Nacional de Empleo para sendas fechas, levantada por el INEGI. Se parte de los aspectos sociodemográficos que determinan o influyen en los diferentes grados de participación entre hombres y mujeres en las actividades económicas y las modalidades bajo las cuales participan en el mercado de trabajo. Respecto de la situación laboral, se aborda la ocupación principal desempeñada y la situación en el empleo, lo que permite ver las formas de inserción de la población en la actividad económica. Finalmente, se abordan algunas condiciones de trabajo (prestaciones, jornada e ingresos) que nos permiten tener una aproximación cualitativa de los cambios. Las dos grandes preguntas que se busca responder son 1) ¿los cambios en las condiciones de trabajo han sido benéficos tanto para hombres como para mujeres?, 2) ¿las brechas de tales condiciones entre hombres y mujeres se han cerrado o ha ocurrido lo contrario?

En los últimos 25 años, en México han sucedido grandes transformaciones económicas que han afectado profundamente al mercado laboral. Al respecto Julio López (1999) señala con claridad.

A partir de 1982, el crecimiento del empleo formal (concebido como asalariado y estable) ha estado muy por debajo de las necesidades de generación de fuentes de trabajo estables y adecuadamente remuneradas que se requieren en el país. Esta situación, que se puede calificar como de desequilibrio estructural del mercado formal de fuerza de trabajo, no se corrigió durante el periodo 1988-1994 en que la economía mexicana, después de haberse mantenido estancada, entró en una expansión económica moderada bajo una nueva estrategia de crecimiento. Al contrario, se hizo más aguda.

Después, la situación se agravó sensiblemente: a partir de una macrodevaluación del peso mexicano en diciembre de 1994, se dio una gran emigración de capitales golondrinos, se elevaron las tasas de interés a un máximo histórico y, como consecuencia, la cartera vencida para muchas empresas provocó que no pudieran seguir operando y mucha gente perdió su trabajo asalariado. En 1995, se registraron las tasas de desempleo del doble de los años previos (como se puede constatar en la serie de cifras de desempleo abierto de la Encuesta Nacional de Empleo Urbano, INEGI, serie de publicaciones). En los años siguientes, se han dado fluctuaciones en el comportamiento de los indicadores económicos, pero consideramos que si tomamos una fecha previa a la agudización de la crisis y otra varios años después, lograremos una visión panorámica de los grandes efectos que se han tenido recientemente sobre las condiciones de empleo.1

Se toman dos contextos geográficos, el de la población que vive en localidades con más de 100 mil habitantes y la que vive en localidades menores a ese límite.2 Esto es sólo para ilustrar algunas de las grandes diferencias que no se observan como debieran al considerar promedios nacionales. Con ello no se salva la generalidad que ofrecen los grandes agregados geográficos, pero se presentan a manera de ilustración de algunos contrastes que se exacerban cuando aumentan las distancias entre los grados de desarrollo y urbanización. El contraste entre estos dos ámbitos surge desde el crecimiento de la población, que en áreas más urbanizadas fue de 2.91% frente 1.61% de las áreas menos urbanizadas, lo cual resulta de la suma de dos fenómenos: por una parte, la migración de áreas menos urbanizadas hacia las más urbanizadas y, por la otra, la reclasificación de algunas áreas que rebasaron en el periodo el límite de los 100 mil habitantes.

 

LOS ASPECTOS SOCIODEMOGRÁFICOS

En primer término, abordaremos los aspectos sociodemográficos porque sus cambios, en general, siguen una trayectoria de largo plazo, que sin duda son afectados por fenómenos coyunturales, pero son menos sensibles, como lo son las formas de inserción laboral y las condiciones de trabajo que se verán más adelante. Ahora bien, consideraremos la participación económica según la edad, la escolaridad, el estado civil, la condición de jefatura, y el número de hijos (esta última variable no se capta para los hombres) para partir del perfil de los/las trabajadores/as y sus cambios en el periodo, antes de considerar los aspectos propiamente laborales.

La tasa nacional de actividad casi no se modificó en el periodo, sin embargo, este indicador es un promedio que se da en diferentes contextos regionales, con comportamientos diferentes entre hombres y mujeres y de diversas edades, ocultando transformaciones importantes. Así, al considerar la tasa de participación de mayores de 12 años, observamos que permanece la supremacía masculina en la participación en actividades extradomésticas, pero las tendencias son opuestas, y por lo tanto la brecha se cierra; la participación de los hombres disminuye, especialmente en las áreas menos urbanizadas (las tasa pasó de 83% a 79%), y en las áreas más urbanizadas casi no se modificó, quedando en 75%. Sin embargo, las mujeres incrementaron su presencia en las actividades extradomésticas, ya que su tasa de participación en actividades económicas pasó de 37% a 40% en las áreas más urbanizadas y de 30% a 33% en las menos urbanizadas; el promedio de ambas áreas es de 36%. No se puede hablar de sustitución de fuerza de trabajo femenina por masculina, dado que acceden a mercados diferentes con distintos perfiles; quizás en la dinámica familiar sí se dé en algunos casos, pero con las herramientas estadísticas actuales, al menos al alcance de este documento, no se puede hacer ninguna aseveración al respecto.

De hecho, se puede afirmar que, en México, la mayor participación de la mujer en todos los ámbitos, y en particular en la actividad económica, es un fenómeno irreversible que sobresale desde los años setenta ya que la tasa de participación del conjunto de mujeres mayores de 12 años pasó de 19% en 1970 a 36% en 2000. En la gráfica 1 se ilustran los cambios por edad, ya que no sólo ha aumentado la participación sino que se ha modificado el patrón por edad.

El aumento de la participación de la población femenina en la actividad económica, es el resultado de varios fenómenos: en parte la caída del poder de compra de la población, pero también la monetarización de toda la economía mexicana. Lo que antes se producía para autoconsumo en el hogar ahora se compra, por ello se necesita más dinero. A la población se le ha gravado con más gastos monetarios: impuestos, transportes, cuotas escolares, necesidad de credenciales para los hijos, etc. En determinados grupos sociales, la madre trabaja para que el hijo alcance mayor nivel de escolaridad, y si no encuentra trabajo asalariado porque no existe demanda para personas con su perfil, se autoemplea. Por otra parte, la situación de la mujer ha cambiado por diversas razones y la mujer busca trabajar no sólo por razones económicas. Tiene otros motivos: su mayor escolaridad y la reducción de la fecundidad le dan una ubicación en el mundo que la motiva a buscar otros horizontes, entre los cuales está el ofrecer su fuerza de trabajo en el mercado.

Por eso, entre las mujeres los cambios son sobresalientes. En el pasado, eran las jóvenes y solteras las que más participaban; sin embargo, día con día las mujeres de edades maduras, casadas y con hijos son las que han incrementado más su participación, como se verá con más detalle en los siguientes apartados.

En relación con la edad, se observan cambios en dos pautas de participación en actividades económicas. Las mujeres que entran al mercado de trabajo a una edad temprana, como sucedía en épocas pasadas, ya no se retiran después del matrimonio o luego del nacimiento del primer hijo (Pedrero, 1990); en la gráfica 1 se pueden observar las transformaciones de la participación femenina por edad en los últimos 30 años. Por otra parte, muchas mujeres maduras se incorporan por primera vez al trabajo extradoméstico, lo cual tiene que ver con la necesidad de contribuir al ingreso del hogar. Es un hecho de los últimos años que sorprende, porque en la juventud se puede iniciar la vida con patrones de comportamiento diferentes a los de generaciones pasadas, pero la gente ya formada tiene que romper con pautas en un mercado más competitivo y con desventajas de formación académica y experiencia laboral.

En la gráfica 2 se observan los cambios en las tasas quinquenales entre 1993 y 2000. Entre los hombres se observan tasas similares entre los 25 y 50 años, pero entre los más jóvenes y los más viejos se presentan las diferencias y variaciones en el periodo analizado. En todos los casos las tasas en edades extremas se reducen, siempre manteniéndose más elevada la participación en áreas menos urbanizadas, principalmente por la presencia de campesinos viejos, pero aun en estas áreas se muestra una caída, que evidentemente no puede atribuirse a la mayor cobertura de la seguridad social, sino por la reducción de oportunidades en trabajo asalariado para los viejos y la del trabajo en las pequeñas parcelas trabajadas por cuenta propia y ayuda familiar. En cambio, en el caso de las mujeres, se observa un incremento en todas las edades superiores a los 20 años, principalmente en las edades centrales. Las diferencias entre los dos tipos de áreas es una participación más elevada en las más urbanizadas hasta los 60 años, pero presenta una caída abrupta a partir de esa edad que no se da con la misma intensidad en las áreas menos urbanizadas, y por ello las mujeres en edades avanzadas en zonas menos urbanizadas superan a las más urbanas.

La participación cercana al 100% de los hombres en edades centrales corresponde sin duda a que el trabajo es su actividad principal; no así entre las mujeres, quienes tienen que asumir la responsabilidad de la crianza de los hijos, la gerencia del hogar y, en la mayoría de los casos, el trabajo doméstico; en consecuencia, en distintas situaciones su grado de participación en el trabajo extradoméstico varía.

Al observar las tasas por estado civil entre los hombres, sólo se encuentran diferencias significativas entre los solteros y los no solteros: los primeros tienen tasas algo superiores a 50% en las áreas más urbanizadas, y en las más rurales, en 1993, era cercana a 70%, pero para el 2000 bajó a 62%; los no solteros siempre presentan tasas cercanas a 100%. En la población femenina, las tasas más elevadas se encuentran entre las divorciadas y las separadas, cuya situación marital las obliga muy probablemente a ser económicamente independientes, aunque de cualquier manera, durante el periodo estudiado, en todas las categorías (excepto entre las viudas, entre las cuales pesa más el factor edad), aumentó la participación en actividades económicas (gráfica 3), pero hay diferencias dependiendo del estado civil en que se encuentren. Visto a través de tasas de crecimiento en la participación, las más elevadas en el periodo para las zonas urbanas corresponden a las mujeres que viven en unión libre, con una tasa que llega hasta 10.4 % anual; el segundo lugar lo ocupan las separadas, con tasas de 8.7%.

En zonas rurales, las mismas condiciones ocupan los dos primeros lugares pero en diferente orden: las separadas con una tasa de 8.3% y en unión libre de 7.9%. Cabe señalar que las casadas activas, si bien no tienen una tasa de crecimiento tan elevada como las de las otras categorías, sí es una tasa superior al promedio general de la población femenina activa, porque es de 4.8% para las urbanas y de 4.7% para las rurales, frente a 4.2% y 3.4%, respectivamente. El hecho de que su tasa sea superior a la del promedio es de suma importancia debido a que conforman más de 40% del total de mujeres mayores de 12 años, así que su peso en el conjunto de mujeres activas es de gran relevancia. Además, existe el significado que tiene el hecho de que la mujer con más frecuencia ya no se retira del mercado de trabajo al casarse, como sucedía en el pasado; esta transformación social es debida a los cambios en la organización familiar (Pedrero, 1990, De Oliveira y García, 1998).

Otra preocupación al evaluar si la vulnerabilidad de las mujeres se ha incrementado está implícita en la pregunta: ¿ha aumentado la jefatura femenina en el lugar? Si tomamos en consideración que si se le reconoce como jefa del hogar posiblemente es porque encabeza un hogar monoparental y tendrá la carga económica principal y la responsabilidad de la crianza de los hijos más allá de lo material, la respuesta sería positiva.

La proporción de jefas de hogar económicamente activas ha aumentado tanto en áreas más urbanizadas, donde pasó de 14.8% a 17.4%, como en áreas más rurales, donde las cifras respectivas son de 14.0% a 15.4%. Pero el número de jefas mujeres también aumentó en la población total: las proporciones respectivas son de 10.0% a 12.5% y de 8.9% a 11.0%, que corresponden a tasas de crecimiento de 6.7% en áreas más urbanas y 4.8% en rurales. Sin embargo, lo más sobresaliente es la tasa de crecimiento de hombres que se declaran cónyuges de la jefa, que fue de 12.7% en zonas urbanas y de 5.0% en rurales; esto es sorprendente porque quiere decir que el aumento de la jefatura femenina no sólo obedece al aumento de hogares monoparentales, sino al reconocimiento entre parejas de que la jefatura del hogar es femenina,3 si bien para tener una conclusión contundente se tendría que procesar la información por hogares, lo que no fue posible en este artículo. Además de aumentar la incidencia de jefatura femenina, lo que hizo que se incrementaran también las tasas de participación en la actividad económica entre las jefas urbanas en más de un punto porcentual —de 54.4% a 55.6%— y manteniéndose entre las rurales en 46%, estas tasas son superiores al promedio en más de 13 puntos porcentuales, lo cual indica la relación entre jefatura del hogar y responsabilidad económica.

Finalmente, en cuanto a las condicionantes demográficas de género que inhiben la participación femenina está la maternidad, por lo que la reducción de la fecundidad es un fenómeno paralelo al incremento en la participación en las actividades económicas de las mujeres. La relación esperada es que a mayor número de hijos menor participación en actividades económicas, y en general así se presenta (de la gráfica 4A a la gráfica 4D (4B 4C) se encuentran las tasas para las diferentes áreas en las dos fechas; no se incluyen integradas porque resultarían confusas). Aunque entre mujeres jóvenes con más de cinco hijos la tasa es mayor a la de quienes tienen entre uno y cuatro hijos, siempre es menor que la de quienes no tienen hijos.4

Entre las mujeres rurales en 1993 se observa en la gráfica que después de los 35 años, las líneas se cruzan, y quedan con la más alta participación quienes tienen uno o dos hijos, y siempre por debajo las que tienen más de dos hijos.

En consecuencia, entre las mujeres, por ser las responsables principales de la marcha cotidiana del hogar y de la crianza de los hijos, las que realizan trabajo extradoméstico tienen que buscar diferentes arreglos para compatibilizar su papel de trabajadora con el de ama de casa/madre. En ocasiones, ambos papeles se cumplen simultáneamente, como en el caso del trabajo a domicilio (que abarca 18%), o el de quienes se llevan a los hijos al trabajo (vendedoras ambulantes), las que se apoyan en redes sociales (principalmente familiares), o recurren al mercado para cubrir parcialmente su papel "no económico". Quienes cuentan con mayores posibilidades de recurrir al mercado de trabajo son aquellas con mayor escolaridad, posiblemente porque tienen acceso a empleos con la prestación social de guarderías, o porque sus propios ingresos les permiten contratar los servicios que suplen el trabajo doméstico.

Así, se observa que la participación masculina es independiente del grado de escolaridad (gráfica 5A), pero la relación positiva entre escolaridad y participación entre las mujeres se da claramente a partir de la primaria completa. Con secundaria completa ya se supera el promedio, y con cada grado de escolaridad, el aumento de la participación es sistemático (gráfica 5B).

La escolaridad promedio aumentó en un año en todos los grupos (hombres y mujeres, urbanos o rurales). En la población total urbana, los hombres superan ligeramente a las mujeres (alrededor de ocho años en 1993 y de nueve en 2000), pero no así entre los ocupados, donde la escolaridad de la población femenina ocupada es ligeramente mayor que la masculina, con alrededor de 10 años de escolaridad promedio. En las áreas menos urbanizadas los parámetros son más bajos: seis años en 1993 y siete en 2000 para la población total. Las diferencias de escolaridad entre la población total y la ocupada no es significativa en el caso de los hombres, pero las mujeres ocupadas sí tienen más de medio punto porcentual de escolaridad que el conjunto de todas las mujeres, incluso superando en escolaridad a la población masculina ocupada (véase cuadro 1).

En resumen, en cuanto al perfil de los/las trabajadores/as tenemos que las diferencias en participación masculina están fundamentalmente marcadas por la edad; en cambio entre las mujeres, además de la edad, su participación está en parte condicionada por el estado civil, el hecho de ser o no jefa del hogar, tener determinado número de hijos y, finalmente, tener una escolaridad superior a la secundaria o no haber alcanzado ese umbral.

 

LA OCUPACIÓN PRINCIPAL Y LA SITUACIÓN EN EL TRABAJO

En cuanto a la inserción laboral, consideraremos la ocupación principal y la posición o situación en el trabajo como dos de las clasificaciones de la población ocupada que se presentan en las estadísticas laborales.5 Esto es, para analizar qué tipo de trabajos se han desarrollado más y para conocer si en el periodo estudiado se ha incrementado el empleo en ocupaciones que le ofrecen a las personas mayores oportunidades de desarrollo individual, o todo lo contrario; en cuanto a la forma de inserción se buscará ver el avance de la flexibilización en el trabajo.

No sólo hay diferencias en los grados de participación por sexo, también las hay en el tipo de trabajo que desarrollan unos y otras. Más de 98% de la población ocupada femenina se concentra en 10 de los grandes grupos ocupacionales; se consideran sólo las ocupaciones que en alguna de las dos fechas ocuparon al menos 1%. En las zonas más urbanizadas tales ocupaciones son: profesionales, técnicos, trabajadores de la educación, directivos, artesanos y obreros, trabajadores administrativos, comerciantes, vendedores ambulantes, trabajadores en servicios personales y trabajadores en servicios domésticos. En zonas menos urbanizadas se tienen los mismos grupos con excepción de los directivos que no son significativos en estas áreas, pero en cambio sí lo es el grupo de agricultores.

En la distribución ocupacional se evidencian aspectos de género, es decir, aspectos cuya raíz radica en factores culturales que indican que una ocupación es preferentemente femenina o masculina; es indudable que existe una segregación ocupacional por género. Las categorías que aquí se utilizan, por su alto grado de agregación, no permiten hacer una medición de segregación precisa; para ello consúltese T. Rendón (2001), F. Guzmán (2002) o Pedrero et al. (1997). Sin embargo, de una manera más sencilla es posible llegar a conclusiones generales, esto es, si la proporción de mujeres en un determinado grupo ocupacional se compara con la proporción de población ocupada femenina en el total de la población ocupada de ambos sexos, podemos concluir que hay segregación o no para algún tipo de ocupaciones en aquellos casos en que la proporción en determinada ocupación sea muy diferente al promedio. En 1993, para las áreas más urbanizadas, la proporción femenina en el total fue de 34.9%, y para las áreas menos urbanizadas de 27.5%; en 2000 las proporciones subieron a 37.2% y 31.3%, en las respectivas áreas. Por lo tanto, si la proporción en una determinada ocupación supera al promedio hay una sobrerrepresentación femenina; en caso contrario están subrepresentadas (cuadros 2A y 2B).

En el análisis aquí realizado es evidente el predominio de mujeres en ocupaciones ligadas a actividades que las mujeres desarrollan cotidianamente en el hogar; la ocupación más sobresaliente en este sentido es el trabajo doméstico pagado realizado en hogares diferentes al de la trabajadora, donde las mujeres representan más de 86%, en las dos fechas y ámbitos.

Entre las ocupaciones sobrerrepresentadas y dominantes, además de las trabajadoras domésticas que superan al promedio en al menos 50 puntos porcentuales, están las maestras, que constituyen dos terceras partes de todos los educadores de las áreas más urbanas y 55% en las menos urbanizadas. También con la mayoría de mujeres están las ocupaciones administrativas en las áreas más urbanas, pero no en las zonas rurales en 1993 porque no llegaban a 50%, pero sí para 2000 cuando alcanzaron 54%. Las mujeres también predominan entre los comerciantes establecidos en las zonas rurales (en particular las vendedoras ambulantes en 1993), aunque perdieron terreno en 2000, al no llegar a 50%, pero siguen estando por encima de la proporción femenina en la población ocupada total, con 46% frente a 31.3 por ciento.

Las del grupo de técnicos, en donde se ubican las enfermeras, la proporción de mujeres es algo más de 40% en las dos fechas para las áreas más urbanizadas, y llegó hasta 45% en las menos urbanas, es decir, están por encima de la proporción femenina en la población ocupada total; algo similar sucede con las personas dedicadas a servicios personales.

Sin embargo, conviene resaltar el hecho de que en los grupos de profesionales, los directivos, los obreros y artesanos, las mujeres están subrepresentadas en las áreas más urbanizadas, pero en el periodo se cerró la brecha. En las áreas menos urbanizadas se presenta el mismo panorama para estas ocupaciones, a las cuales se les suman los agricultores. Mientras las brechas se amplían para los agricultores y los obreros, en el caso de los profesionales se revierte la relación donde este grupo queda con una proporción de 36% del total de profesionales, por encima de la proporción femenina en la población ocupada total que es de 31%. Esto nos indica que si bien la participación de las mujeres en actividades económicas en algunos casos es más baja en áreas menos urbanas, el trabajo profesional resultó favorecido en los cambios recientes; la transformación es muy espectacular, con una tasa de crecimiento de 17%, porque el punto de partida era sumamente bajo: sólo 0.55% de la población ocupada femenina tenía esta ocupación y pasó a 1.31 por ciento.

En resumen, no se ven grandes cambios en este nivel de agregación que indiquen ampliación o reducción de las brechas existentes entre ocupaciones femeninas y masculinas; más adelante se verán los cambios relacionados con los ingresos obtenidos por ocupación. Por ahora podemos ver claramente tres bloques de ocupaciones en las que se concentran las trabajadoras: el de las profesionales, técnicas y maestras que, en conjunto, absorben 19%; otro grupo conformado por obreras, artesanas comerciantes y trabajadoras administrativas, que comprende 55%; dentro de este último grupo predominan las trabajadoras administrativas en áreas más urbanas y las comerciantes en las rurales. Finalmente, las vendedoras ambulantes, trabajadoras personales y en servicio doméstico, representan 25%, sin cambios importantes en el periodo.

En el gran grupo central, las comerciantes, no cambiaron su posición en ninguna de las áreas. Las trabajadoras administrativas tuvieron cambios compensatorios respecto del balance nacional entre los dos tipos de áreas, reduciéndose en las áreas más urbanas, pero creciendo en las menos urbanas. No obstante, los cambios que sí fueron significativos fueron, por una parte, la reducción drástica de agricultoras y, por la otra, el incremento del grupo de obreras y artesanas, las cuales crecieron con tasas entre 7% y 8% anual, lo que tuvo como consecuencia que en las áreas más urbanizadas su proporción dentro del empleo femenino total pasara de 15% a 18%, y en las áreas menos urbanizadas de 17% a 24%. Esto muy probablemente se debe al incremento de cadenas de subcontratación de la producción manufacturera que recurre a la maquila a domicilio para algunos procesos, y aprovecha la mano de obra más barata y sin posibilidad de adquirir derechos laborales.

También existen diferencias en cuanto a la situación en el trabajo (clasificación que distingue a los trabajadores por su forma de inserción laboral como asalariados, trabajadores por cuenta propia, patrones, familiares no remunerados, etc.). Entre las diferentes categorías de la clasificación de situación en el trabajo, llama la atención la gran expansión en las zonas rurales del conjunto de trabajadores asalariados y a destajo, que alcanza una tasa general por encima de 7%, aunque entre las mujeres es ligeramente menor (6.8%). Esto se logra a expensas de una reducción de los patrones y de los trabajadores no pagados, lo cual indicaría una reducción de las pequeñas unidades familiares sustentadas con pocos trabajadores pagados, y sobre todo con mano de obra familiar. El resultado se manifiesta en que de ocupar sólo una tercera parte (36%), el trabajo subordinado pagado aumentó a más de la mitad (52%); como ya se mencionó anteriormente las agricultoras experimentaron una reducción drástica, pero las mujeres que en años recientes entraron al sector trabajan en cultivos comerciales (Barrón, 1999).

En las áreas más urbanizadas no aparecen contrastes tan pronunciados entre las diferentes categorías: el conjunto de asalariados y a destajo se mantuvo cerca del promedio general (4.8% para mujeres y 3.7% para ambos), con un peso de los trabajadores a destajo menor a 10%, así que la categoría dominante fue la de asalariados, que en conjunto se mantiene en alrededor de 74%; sin embargo, hay que señalar que sus condiciones de trabajo se han ido deteriorando. En 1993, en áreas urbanas, la forma de pago de los asalariados que comprendía un sueldo fijo (que podía estar combinado con propinas o comisiones) era de 96% para hombres y 97.1% para mujeres, y para 2000, dichas proporciones cayeron a 80.7% y 86.7%, respectivamente. Esto es parte de la flexibilización del trabajo, es decir, no se garantiza un salario fijo, sino que se paga por obra, aun cuando se ostenten con la categoría de asalariados; así, los riesgos del mercado (como la falta de demanda) corren por cuenta del trabajador. El deterioro se confirma al observar la baja en las proporciones de quienes cuentan con seguridad social. Ello significa la ausencia de cobertura en servicios médicos, guardería para el cuidado de hijos pequeños y fondo de pensiones para jubilación, entre otros.

 

CONDICIONES DE TRABAJO

La proporción de mujeres asalariadas con seguridad social pasó de 66% a 62% en las áreas más urbanizadas, y de 42% a 39% en áreas menos urbanizadas; para los hombres dichas proporciones son idénticas en las áreas más urbanizadas, pero en las rurales los índices son menores y también descendieron de 35% a 33%. Es decir, aun cuando se mantenga o crezca la participación del trabajo asalariado, sus condiciones de estabilidad y protección se han mermado; éste es un fenómeno que se presenta prácticamente en todo el mundo (Lund, 2001). Sobra decir que para las categorías no asalariadas la seguridad social es prácticamente inexistente.

Por último, consideraremos dos aspectos comprendidos en las condiciones de trabajo: la jornada laboral y los ingresos recibidos por trabajo.

Entre los hombres, la jornada promedio entre 1993 y 2000 en las áreas más urbanizadas pasó de 43 a 47 horas, mientras que la de las mujeres pasó de 36 a 39. En las zonas menos urbanizadas las jornadas promedio son más bajas, pero también aumentó en ambos casos: para los hombres pasó de 39 a 46 y entre las mujeres de 31 a 37 horas.

Los promedios esconden algunos contrastes: la distribución permite corroborar lo que señala la literatura: es más frecuente que la mujer trabaje sólo tiempo parcial, pero ello se redujo en el lapso estudiado de 1993 al 2000 tanto para hombres como para mujeres. En áreas más urbanizadas, entre los hombres la proporción de quienes trabajaban menos de 25 horas a la semana se redujo de 14.3% a 5%; en cambio, entre las mujeres, la reducción fue de 23.8% a 15.8%. Entre los hombres de las áreas menos urbanizadas la proporción de quienes trabajaban en jornada parcial pasó de 23% a 8%, y entre las mujeres era 42% y se redujo a 28%. Es decir, en ambas áreas la proporción de quienes trabajan tiempo parcial se redujo: en el caso de los hombres la caída fue de alrededor de 63% y para las mujeres la reducción fue de 34%; por tanto, la brecha entre hombres y mujeres se amplía, pero en todo caso en proporciones más bajas.

Sin duda estos indicadores muestran que las mujeres que realizan actividades económicas (trabajo extradoméstico) presentan jornadas menores que los hombres. Pero si a dicho trabajo extradoméstico le integramos el análisis del trabajo doméstico tenemos que aun cuando los hombres han aumentado ligeramente su participación en éste, al considerar el total de horas trabajadas en ambos tipos de trabajo, las mujeres siempre superan a los hombres en al menos 10 horas de trabajo. Si a esto le sumamos el hecho de que más mujeres realizan trabajo extradoméstico, la contribución social del conjunto de las mujeres ha aumentado significativamente, sin que hayan cambiado sustantivamente las cargas de trabajo doméstico entre hombres y mujeres, como se puede apreciar en el cuadro 3.

Es decir, a la pregunta de si los cambios en la participación femenina en el trabajo extradoméstico han estado acompañados de una mejor distribución de la carga de trabajo doméstico entre hombres y mujeres, hay que responder negativamente.

Finalmente, nos preguntamos si el hecho de trabajar más horas ha repercutido en aumentar los ingresos. Para responder a esta pregunta se presenta tanto el promedio como la mediana del ingreso mensual a precios constantes (de 1994) para poder compararlos en términos reales. El promedio es más fácil de entender, pero también se considera la mediana, porque pocos casos con ingresos elevados pueden tener mucho peso en el promedio y no reflejar la situación más generalizadas de la población. La mediana indica el ingreso que gana como máximo la mitad de los trabajadores. Cuando hay grandes diferencias entre uno y otro indicador, quiere decir que hay pocos casos en los que se concentra un volumen significativo de ingresos. Como se puede observar en el cuadro 4, los contrastes más grandes se dan en las áreas menos urbanizadas.

En las áreas más urbanizadas los ingresos reales, tanto en el promedio como en la mediana del monto mensual, descendieron tanto para hombres como para mujeres. La mediana de los hombres pasó de 920 pesos a sólo 727 y para las mujeres de 690 pesos pasó a 618, lo que significa una caída de 13% para ellos y de 10% para ellas.

En las áreas menos urbanizadas, los ingresos son mucho más bajos que en las más urbanas; en general son menores a la mitad y sólo en 1993 para las mujeres el promedio fue particularmente alto, lo cual pudo deberse a la existencia de pocas agricultoras exitosas, o a ventas extraordinarias en el periodo de referencia, porque la situación ventajosa no se sostiene con la mediana. Entre 1993 y 2000 el ingreso promedio de los hombres se incrementó ligeramente, pero hay que destacar que la mediana se incrementó en 140%, cuando de 166 pesos pasó a 398; sin embargo, para las mujeres el aumento fue de sólo 24%, pasando de 214 a 266 pesos.

Cabe señalar que el salario mínimo en las fechas consideradas fue de 391.80, en general, y en las zonas más bajas de 361.50 para 1993 y de 1 053.60 y 981.00 en 2000. De acuerdo con Boltvinik (1995), la línea de la pobreza es por debajo de 2.5 salarios mínimos, lo cual indica que los límites serían 979.50 para el general y 903.75 el más bajo en 1993, y para el 2000 de 2 634.00 y 2 452.50. Así, se concluye que más de la mitad de la población en todos los grupos está por debajo de la línea de la pobreza.

Más arriba se mencionó que tanto los hombres como las mujeres aumentaron las horas trabajadas a la semana, por lo que el deterioro en el ingreso mensual no se debió a la falta de esfuerzo sino a la reducción en el pago. Esto se corrobora al analizar los ingresos por hora, donde la caída en el pago por hora es incluso más aguda, por lo que a pesar de haber incrementado el tiempo trabajado no se logró ni siquiera mantener el monto del ingreso. En la parte baja del cuadro 4 se observa la reducción en todos los indicadores para las áreas más urbanizadas, con caídas que van desde 14% para el promedio en los hombres hasta 19% en la mediana de las mujeres. En las áreas menos urbanizadas ocurrió una drástica caída en el promedio de las mujeres; de cualquier manera, la mediana de los ingresos por hora para las mujeres es superior a la de los hombres, quizá por el pago en cultivos comerciales altamente especializados, como selección y plantación de esquejes para flores, empacado de frutas y verduras, etc. No obstante esta ventaja relativa, el pago es sumamente bajo, ya que no llega a ser ni la mitad del urbano. Por otra parte, el sobresaliente incremento de 140% en la mediana en el caso del ingreso mensual de los hombres, al considerar el pago por hora, se convierte en 77%, al tiempo que el promedio bajó, por lo que podemos concluir que el incremento espectacular se debió, en buena parte, al incremento del tiempo trabajado.

Otra de las preguntas planteadas era si los nuevos procesos económicos habían polarizado a la población trabajadora entre algunos grupos que experimentaron ventajas y otros que vieron deteriorarse su situación, y si la brecha en las condiciones laborales entre hombres y mujeres también se polarizó. Lo que nos muestran los ingresos a precios constantes es que en todas las ocupaciones en las zonas urbanas bajaron en términos reales; la tasa de crecimiento de los ingresos por hora a precios constantes fue negativa tanto para hombres como para mujeres, es decir, perdió su poder adquisitivo, y el cambio fue aun ligeramente más desventajoso para ellas. La ocupación que perdió más fue la de trabajo doméstico, seguida por las maestras y los servicios personales. El deterioro alcanzó también a los profesionales y directivos.

En las zonas rurales sólo las/los agricultoras/es tuvieron una tasa de incremento, pero se parte de ingresos ínfimos, que en 1993 tanto para hombres como mujeres no llegaba a un peso por hora trabajada. Para 2000, entre los hombres el promedio salarial por hora subió a 1.60 pesos y entre las mujeres a 3.30 pesos, posiblemente por su presencia en cultivos comerciales de exportación. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que las proporciones de agricultores no asalariados en 1993 fue de 29.11% para los hombres, para las mujeres de 68.92% y para el conjunto, de 34.20%; en 2000, las proporciones respectivas fueron de 20.80%, 61.84% y 26.36 por ciento.

 

A MANERA DE CONCLUSIÓN

Como ha ocurrido desde la década de 1970, entre 1993 y 2000 las mujeres siguieron incrementando su participación en el mercado de trabajo. Esta tendencia se presenta en forma acelerada porque aun en siete años encontramos cambios relevantes; el análisis de dos ámbitos, el de áreas con más de 100 mil habitantes y aquellas con menos de 100 mil confirma los patrones de participación que se han venido presentando a través del tiempo. No sólo ha aumentado el número de mujeres realizando trabajo extradoméstico, sino que sus condiciones laborales también han cambiado; lo que no se ha modificado es la carga de trabajo doméstico. Cada día participan más las mujeres casadas y con hijos, si bien quienes ostentan las tasas más altas son las separadas y divorciadas. Si se considera la maternidad, las que mayores proporciones alcanzan son las mujeres sin hijos o con pocos hijos, así como las jefas de hogar, y hay una relación positiva entre mayor escolaridad y mayor participación en actividades económicas. En cuanto a las condiciones de trabajo, se observa que ha aumentado su jornada laboral, sin que esto signifique una mejora en los ingresos en términos reales, pues se ha deteriorado el poder de compra; también aumentó la proporción de trabajadoras asalariadas pero sin protección de seguridad social, y se dio una recomposición hacia ocupaciones que en otros tiempos habrían significado un ascenso social, como el tener más presencia en trabajo obrero y profesional pero, en todo caso, los ingresos reales cayeron para todos los grupos. Claro que la brecha de condiciones laborales entre ocupaciones es amplia y el beneficio se obtiene al acceder a ocupaciones jerárquicamente mejor ubicadas en todo el conjunto, aunque años atrás hubieran estado en mejor condiciones si hubiesen tenido las mismas ocupaciones. En síntesis, bajo la política neoliberal, el mayor esfuerzo comprobado por más años de escolaridad, más horas de trabajo y mejor ubicación en la escala ocupacional no se ha visto compensado por mejores retribuciones; por el contrario, en términos reales se obtienen menos ingresos por hora trabajada. En algunos aspectos la brecha entre hombres y mujeres se ha reducido, pero ha sido más por el mayor deterioro del trabajo masculino que por ventajas para las mujeres en términos absolutos.

 

BIBLIOGRAFÍA CITADA

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Notas

1 Lo ideal habría sido comparar 1994 y 2003, pero en 1994 no se levantó la encuesta con cobertura nacional y la información disponible comparable en forma de base de datos más reciente a la que he tenido acceso es la del año 2000. De cualquier manera, esto no invalida el poder llegar a conclusiones sobre los efectos del modelo neoliberal en la historia reciente, porque lejos de cambiar el rumbo las medidas tomadas al respecto se han agudizado.

2 En ocasiones se hará referencia a estas áreas como rurales para facilitar la exposición, aunque es un hecho conocido que no hay un consenso sobre la delimitación urbano-rural; en México para estadísticas anteriores a 1970, se tomó la definición de Estados Unidos de localidades con menos de 2 500 habitantes. Para América Latina, en algunos análisis se toma como límite 15 mil o 20 mil habitantes, lo cual se adopta en este artículo pues nos permite acceder a la información estadística disponible para el periodo estudiado con el desglose necesario; sólo como un dato, 80% de la población que vive en localidades de menos de 100 mil habitantes se concentra en localidades de menos de 20 mil.

3 Jefe es a quien se le reconoce como tal en el hogar. Puede que la definición no sea de consenso y el informante lo decida en el momento de la encuesta; de cualquier manera es un avance, porque hay mujeres que aun llevando toda la carga del hogar, incluso con jefe ausente, no se declaran como jefas del hogar.

4 La información estadística utilizada proporciona el número de hijos nacidos vivos, por lo tanto, la relación entre maternidad y cuidado de los hijos con trabajo extradoméstico es sólo una aproximación, porque no se tiene la edad de los hijos: pueden ser muy pequeños y requerir atención constante, o mayores que más que atención cotidiana requieran ciertos gastos extraordinarios que obliguen a las madres a buscar más ingresos. Sin duda, en investigaciones futuras habrá que hilar más fino con información compilada por hogar para analizar la composición, presencia de menores de ocho años, apoyo de otras personas diferentes a la madre, etcétera.

5 No se considera la tercera clasificación, que abarca la rama de actividad, pues no se consideró pertinente para este artículo porque poco se podría agregar a lo dicho a través del análisis de la ocupación principal debido al enfoque adoptado.

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