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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.65 no.3 Ciudad de México jul./sep. 2003

 

Sección bibliográfica

 

Brian Fay. 1996 (reimpreso en 2000). Contemporary Philosophy of Social Science

 

León Olivé

 

Oxford: Blackwell, 266 pp.

 

Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM.

 

POCAS VECES LOS AUTORES de un libro de filosofía escriben algo original y útil. Brian Fay lo ha logrado con Contemporary Philosophy of Social Science. El libro es original, no precisamente por los temas que trata —pues si bien son importantes en el mundo contemporáneo, la mayoría de ellos han estado en discusión desde tiempo atrás, a veces desde hace siglos— sino porque propone estos temas como el eje central de una filosofía contemporánea de las ciencias sociales.

Fay correctamente llama "multicultural" a su enfoque, porque se centra "en la experiencia de compartir un mundo en el que la gente difiere significativamente una de la otra", y en donde se "llama la atención sobre las oportunidades y los peligros de un mundo de diferencias".

Esta manera de entender los problemas centrales de la filosofía de las ciencias sociales contrasta con el enfoque prevaleciente en la filosofía de la ciencia durante los dos últimos tercios del siglo XX, cuya agenda estuvo marcada por el empirismo lógico, por la escuela popperiana y por la posterior reacción a estas corrientes. Desde estos puntos de vista, cuando de la filosofía de la ciencia general se pasaba a la filosofía de las ciencias sociales, usualmente se consideraba que el problema básico era el del carácter científico de la investigación social. Contra esta idea, Fay propone que el problema central de la filosofía de las ciencias sociales debería ser el de "si es posible comprender a los otros —particularmente los otros que son diferentes— y si tal es el caso, qué implica esa comprensión" (p. 5).

La preocupación no es nueva. La filosofía, por su parte, y las ciencias sociales, por la suya, desde hace siglos han venido desarrollando el instrumental necesario para responder a este desafío. Pero nunca se había avanzado tanto al respecto como lo hizo la filosofía de la ciencia en la segunda mitad del siglo XX. Subrayar esto y poner ese instrumento conceptual al servicio de un enfoque multicultural de la filosofía de las ciencias sociales es el principal mérito del libro de Brian Fay.

Esto es particularmente importante porque muchos de los temas que se desarrollaron en la filosofía de la ciencia del siglo XX —por ejemplo las discusiones epistemológicas acerca del relativismo (si los criterios bajo los cuales decidimos aceptar o rechazar creencias o teorías son universales, o si son relativos a comunidades científicas o a comunidades "epistémicas")— pocas veces fueron recogidos con toda su riqueza por los filósofos y los científicos sociales que reflexionaron, sobre todo desde el ámbito de la ética y de la política (y de la filosofía política), sobre el problema de la diversidad cultural y sobre los desafíos que ésta presenta, por ejemplo, para las concepciones sobre el Estado o para una teoría de la justicia social.

Fay echa una mirada fresca a viejos problemas, por medio de los cuales es posible comprender y proponer respuestas a los retos que enfrentan países multiculturales como México, y no se diga la sociedad multicultural planetaria. Los viejos problemas, vistos con nuevos lentes, son por ejemplo: la relación entre razones y causas; la naturaleza del significado como un producto social; la interpretación y su relación con las explicaciones causales; o el papel de las leyes científicas. Pero más importante quizás es la nueva perspectiva bajo la cual se abordan ciertos problemas. Por ejemplo, epistemológicos: "¿Tienes que ser uno [de ellos], para conocerlos?" (capítulo 1). Si mi conocimiento depende de criterios relativos a mi marco conceptual o a mi comunidad epistémica, ¿cómo es posible que llegue a conocer a miembros de otras comunidades? Problemas ontológicos (o metafísicos, acerca de la identidad personal y la identidad social): "¿Necesitamos a otros, para ser nosotros mismos?" (capítulo 2). O ¿nuestra cultura o nuestra sociedad nos hace lo que somos? (capítulo 3). La gente de diferentes culturas, ¿vive en mundos diferentes? (capítulo 4), para lo cual resulta muy útil la discusión de Thomas Kuhn sobre la diversidad de los mundos que habitan los miembros de comunidades científicas antes y después de una revolución. La concepción de la racionalidad y el problema de si debemos entenderla en singular o en plural, y en cada caso a qué quedamos comprometidos, ha sido otro tema central en la filosofía de la ciencia de la segunda mitad del siglo XX, y tal es el problema que Fay aborda en el capítulo 5: "¿Debemos suponer que los otros son racionales?"

El autor analiza en cada capítulo algunas de las doctrinas más conocidas sobre el problema en discusión, las define con precisión —virtud indispensable en un mundo y en un ambiente donde las etiquetas han proliferado desaforadamente—, les hace críticas razonables y culmina con su propia propuesta para comprender mejor el mundo multicultural en el que vivimos.

El último capítulo se titula "¿Qué hay que aprender de una filosofía de la ciencia social multicultural?" Está dedicado a celebrar la diferencia, pero no en la forma del relativismo extremo que lleva a una posición escéptica la cual, como bien dice el autor, "tiene consecuencias más serias que la muerte de la investigación social", a saber, "la duda acerca de la posibilidad del análisis racional y de [encontrar] soluciones a los problemas sociales apremiantes" (p. 8).

En contraste con el relativismo extremo, el autor hace un sostenido esfuerzo por superar muchos "dualismos perniciosos": el yo vs. el otro; atomismo vs. holismo; nuestra cultura vs. su cultura; semejanza vs. diferencia; autonomía vs. tradición; observador vs. observado; significado vs. causa; relativismo vs. objetivismo; contar historias vs. vivir historias, etc.; y defiende la propuesta que llama "interaccionista". Según esta propuesta, debe rechazarse la idea de que "en el fondo" el yo y el otro son esencialmente diferentes, y debe entenderse que más bien dependen uno del otro en un constante flujo. El interaccionismo se enfoca a los puntos de contacto entre diferentes grupos, que no siempre son amables, pues además de lo que se comparte voluntariamente, esos contactos incluyen las provocaciones, las amenazas y las resistencias. Pero el interaccionismo no es sólo una visión de la historia humana y de la cultura; también es una posición ética: "los interaccionistas creen que el intercambio cultural y social no resulta, ni debería resultar, necesariamente en la eliminación de la diferencia (la asimilación), o en su prolongación (el separatismo), sino en un autodesafío, en el aprendizaje y en el consecuente desarrollo" (p. 234).

Por eso, como sugerí al principio, se trata de un libro útil para filósofos y para científicos sociales, pero también para políticos y para los ciudadanos de la calle. Pues como bien dice el autor, las concepciones sobre la identidad individual y social no sólo son de interés académico, sino que "son cruciales para las políticas multiculturales de nuestro tiempo". Bajo esta perspectiva, Brian Fay logra su propósito de animar y profundizar la reflexión filosófica acerca de la investigación social al desarrollar una agenda fresca y novedosa para la filosofía de las ciencias sociales, adecuada a las exigencias de nuestro mundo multicultural.

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