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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.65 no.3 Ciudad de México jul./sep. 2003

 

Transición democrática y popularidad

 

Democratización, pluralización y cambios en el sistema de partidos en México, 1991-2000

 

Democratization, Pluralization and Changes in the Party System in Mexico, 1991-2000

 

Guadalupe Pacheco Méndez*

 

* Dirigir correspondencia al Departamento de Relaciones Sociales, División de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma Metropolitana, plantel Xochimilco, Calzada del Hueso 1100, Col. Villa Quietud, Xochimilco, C. P. 04960; e-mail: alvarado@cueyatl.uam.mx.

 

Recibido en junio de 2002.
Aceptado en marzo de 2003.

 

Resumen

En este artículo se analizan los cambios en el sistema de partidos en México durante la década de 1991-2000. Se comparan las semejanzas y diferencias en el comportamiento electoral en una situación de desalineamiento y en una de transición hacia la democracia. A partir de este marco, se analiza el paso de un sistema de partido hegemónico hacia otro caracterizado por un mayor pluralismo; se miden la volatilidad electoral y la pluralización del sistema de partidos y se desglosan los diferentes formatos específicos o subsistemas de partidos que localmente toma la configuración de la competencia partidaria en los cuatro procesos electorales estudiados.

Palabras clave: transición, democratización, desalineamiento, volatilidad electoral, sistema de partido hegemónico, bipartidismo, tripartidismo, partido predominante.

 

Abstract

This article analyzes the changes in the Mexican party system during the period from 1991 to 2000. It explores the similarities and difference in electoral behavior in a situation of non-alignment and in one of transition to democracy. On the basis of this framework, it analyzes the transition from a hegemonic party system to one characterized by greater pluralism; it measures electoral volatility and the pluralization of the party system and breaks down the various specific formats or subsystems of parties which, at the local level, assume the guise of party competition in the four electoral processes studied.

Key words: transition, democratization, non-alignment, electoral volatility, hegemonic party system, two-party system, three-party system, dominant party.

 

DURANTE LA ÚLTIMA DÉCADA DEL SIGLO XX se vivió en México un proceso de democratización que culminó en la elección presidencial de 2000, cuando, luego de largas décadas de hegemonía priísta, la alternancia en el principal cargo político del poder se volvió una realidad. Naturalmente, cuando hablamos de democratización nos referimos únicamente a su acepción restringida al ámbito electoral. A lo largo de este periodo de cambio político, el perfil de los resultados electorales se caracterizó por importantes variaciones en la votación para los partidos relevantes, lo cual se tradujo en constantes modificaciones en el sistema de partidos de una elección a otra, tanto a escala nacional como en el plano local. El objetivo de este trabajo es describir el surgimiento del variado mosaico de disposiciones que tomaron entre sí el PRI, el PAN y el PRD en las distritos electorales federales del país durante este proceso de democratización. A nuestro juicio, estos cambios constituyen un aspecto medular del contexto en que ocurrió la transición política a la democracia electoral en México.

La inestabilidad en el comportamiento de las variables electorales es un fenómeno que se presenta en periodos de cambio político en el que las preferencias de los electores se modifican constantemente por una u otra razón.1 Esta volatilidad electoral es el resultado de un desdibujamiento de los apoyos sociales tradicionales en torno a un determinado sistema de partidos; a veces, esta inestabilidad es de corta duración y es el preámbulo a un reacomodo duradero de las bases sociales del sistema de partidos en torno a un nuevo eje articulador. Pero en muchas ocasiones, el periodo de inestabilidad se prolonga y, aunque la vigencia del alineamiento tradicional se haya debilitado o diluido, aún no logra establecerse uno nuevo en su lugar; en este caso, se habla de una situación de desalineamiento del electorado ante el sistema de partidos. Más específicamente, este concepto se acuñó para describir aquellas situaciones de inestabilidad en los patrones de voto caracterizadas principalmente por cambios constantes en la estructura de los resultados electorales, pero también por el surgimiento de partidos fugaces, el incremento del voto por partidos menores, el debilitamiento de la identificación del elector con el partido por el cual solía votar y el alejamiento de los electores respecto de la participación electoral (Dalton et al., 1984a). El desalineamiento electoral también ha sido definido como una decadencia en las bases de masas que habían venido apoyando a los partidos o como una erosión de las coaliciones sociales sobre las que se sustentan los partidos, y esto como resultado ya sea de un cambio hacia la participación política por fuera de los partidos o bien de una fractura dentro de los grupos sociales clave sobre los que se había venido apoyando uno u otro partido (Beck, 1984).

Dentro de este mismo enfoque analítico, también se han acuñado los conceptos de alineamiento y realineamiento. El primero se refiere a aquellos periodos largos en que la estructura relativa de los resultados electorales y el formato del sistema de partidos son constantes, mientras que el segundo alude a un cambio duradero en la distribución de votos entre los partidos; es decir, se trata de una reestructuración estable del apoyo que los grupos sociales dan a los partidos provocada por el desplazamiento del principal eje de clivaje social y/o político en torno al cual se articulaba el sistema de partidos.

Dada la similitud que presenta la evolución del sistema de partidos durante un proceso de democratización (O'Donell et al., 1986)2 con las formas que toman los procesos de desalineamiento electoral, en especial en lo que se refiere a la constante modificación de las porciones de votos captadas por cada partido, es pertinente señalar las semejanzas y las diferencias que existen entre ambos fenómenos; esto debe hacerse teniendo en cuenta que, aunque se trata de fenómenos muy similares en la forma, la interpretación de su naturaleza cualitativa depende del contexto político global en que ocurrieron.

La semejanza principal reside en que en ambos casos se trata de un reacomodo en las bases sociales del sistema de partidos, el cual se manifiesta en la inestabilidad o volatilidad electoral; pero, mientras que en la situación de desalineamiento se refleja la insatisfacción de los electores con los partidos por los que solían votar sistemáticamente, en la de la transición, el electorado está en busca de un medio para manifestar su desacuerdo con el régimen autoritario. Así, la peculiaridad de la democratización reside precisamente en el hecho de que lo que está en juego es el cambio de régimen, de uno autoritario hacia uno democrático, mientras que el desalineamiento expresa sobre todo el desgaste o la incapacidad del sistema existente de partidos para responder al surgimiento de nuevos ejes de clivaje social. Esta diferencia básica la utilizaremos como nuestro principal parámetro para reinterpretar los resultados de los indicadores empleados en este trabajo.

Por lo que se refiere a la participación en la vida electoral, las diferencias son también apreciables. Cuando ocurre un desalineamiento, hay un retiro o salida de aquellos electores a quienes no satisface ninguna de las opciones partidarias y ya no confían en los partidos; en otras palabras, la abstención crece debido al alejamiento de los electores respecto de los partidos. Por el contrario, los contextos transicionales más bien suelen caracterizarse por la incorporación masiva al mercado electoral de grupos sociales importantes los cuales o bien habían sido excluidos del juego político por el régimen autoritario o bien se habían refugiado en la abstención como un medio para no ser partícipes del juego impuesto y controlado por el régimen autoritario. Puede ocurrir, en las primeras etapas de la transición a la democracia que, al desplomarse la credibilidad del régimen autoritario, la abstención crezca; sin embargo, una vez que los ciudadanos vislumbran la posibilidad de que se realicen comicios limpios, el efecto suele ser que la tasa de participación aumenta notablemente y los electores salen en busca de la mejor alternativa partidaria para derrotar al régimen autoritario, es decir, actúan como electores estratégicos.

Es cierto que los términos políticos específicos de remodelación institucional que se negocian durante la transición son una tarea que recae fundamentalmente en las élites políticas, pero es igualmente cierto que aquellas élites políticas que no tienen capacidad para movilizar en su favor amplios segmentos de la ciudadanía verán seriamente mermado su poder de negociación; por otra parte, en una transición democrática, la medición de fuerzas en unas elecciones, y por ende la movilización ciudadana, es ineludible, y las élites que no logren un apoyo electoral masivo, simplemente desaparecerán del mapa político o perderán toda influencia (hay que pensar, a guisa de ejemplo, en el destino final que tuvo la UCD encabezada por Adolfo Suárez durante la transición española). De aquí la importancia de analizar el vínculo entre los procesos de democratización y los de desalineamiento/realineamiento electoral. Existen opiniones que consideran irrelevante establecer esta conexión; a nuestro modo de ver, ambas cuestiones están interconectadas, precisamente por el hecho de que la correlación de fuerzas entre las élites que negocian durante la transición en buena parte queda definida por su habilidad para asegurar una capacidad de movilización social en favor de sus propuestas. En los momentos cruciales de la transición, la realización de elecciones para cambiar de régimen y el ingreso masivo de los ciudadanos a la participación política —que a veces es temporal y decae posteriormente— son factores cuya importancia de ninguna manera puede ser minusvalorada. Es por esto por lo que, desde el punto de vista analítico, vincular ambos fenómenos esclarece aspectos que de otro modo no quedarían explicados por completo.

En la situación de desalineamiento, la emergencia de un nuevo eje de clivaje en torno a nuevos problemas o issues no contemplados por los partidos existentes (por ejemplo, las centrales nucleares, la ecología, etc.) puede estimular la votación en favor de partidos nuevos, pero fugaces, lo que da como resultado un aumento en la inestabilidad de los patrones y la dispersión del voto. Pero también puede suceder que el elector, al adoptar una estrategia para no votar por los partidos principales, opte por favorecer coyunturalmente a los partidos menores, lo cual tiene los mismos efectos. A este fenómeno de dispersión del voto se le conoce como fraccionalización o fragmentación del sistema de partidos.

En cambio, durante los procesos de cambio hacia la democratización, usualmente los nuevos partidos surgen o, más bien, ingresan a la vida política formal por el debilitamiento del régimen autoritario el cual, bajo medios coercitivos, los había excluido del juego político abierto. Como en esas coyunturas el principal clivaje es votar en contra o a favor del régimen autoritario, el aumento de la votación en favor de los nuevos partidos refleja la presión social en favor de la democratización. De modo similar, el crecimiento del voto en favor de los partidos minoritarios tolerados bajo el régimen autoritario, pero acotados por éste, refleja la creciente credibilidad en la democratización de la vida electoral. A veces, este voto por partidos menores preexistentes a la fase de transición encubre un realineamiento social, pero en otras ocasiones corresponde más bien a la fractura de la base social y orgánica de la coalición autoritaria y desemboca en un desalineamiento electoral que da lugar a constantes cambios en el sistema de partidos. En todo caso, el aumento del número de partidos y la mayor fragmentación en la distribución del voto corresponde, en el proceso democratizador, a una situación en que se pluraliza el sistema de partidos.

Así pues, en el caso concreto de México el cambio socioeconómico de largo plazo y las reformas electorales ocurridas durante 1989-1996 son los factores más importantes que, combinados, influyeron en los cambios constantes que sufrió el sistema de partidos durante el periodo 1991-2000; mientras que el primer factor contribuye a explicar las características propias del proceso de desalineamiento registrado en esos años y, por ende, el reacomodo que ha venido teniendo lugar en la base social sobre la que se apoya el sistema mexicano de partidos, el segundo factor hizo posible y reforzó el surgimiento de un sistema multipartidista de características muy específicas, que son las que intentaremos describir en este trabajo. Podríamos decir que los inestables reacomodos partidarios que acompañan un periodo de cambio democrático constituyen una muy particular forma del desalineamiento partidario y lo más probable es que el sistema de partidos sólo se estabilice hasta la fase de consolidación democrática.

En el periodo específico de 1991 a 2000 en México, partimos de la hipótesis de que el paso a la alternancia política ocurrido en 2000 no ha cerrado aún el proceso de desalineamiento y que puede haber nuevos reacomodos partidarios en el futuro próximo; esto equivale a afirmar que todavía no se ha consolidado un realineamiento partidario. Esto se debe a que, si bien parte del cambio parece obedecer a una expansión paulatina y sistemática de la influencia del PAN y del PRD en las mismas demarcaciones territoriales, lo que sugiere un potencial realineamiento, otra parte importante de los cambios electorales se explica más por la fractura de la base social priísta, sin que el perfil de las preferencias partidarias de estas últimas demarcaciones presente un carácter estable o permanente, lo que más bien apunta hacia un desalineamiento. Joseph Klesner (1994, 2001, 2002) ha venido estudiando la evolución del desalineamiento electoral en México, y su argumentación teórica en torno a esta problemática se basa en el libro compilado por Dalton, Flanagan y Beck, que nosotros también utilizamos y que ya se mencionó en las páginas anteriores; las conclusiones de Klesner, elaboradas sobre la base de datos socioeconómicos censales agregados a nivel de municipios y de encuestas levantadas por empresas comerciales (Mitofsky), apuntan más o menos en la misma dirección, esto es, señalan el carácter regionalizado del cambio en la disposición del sistema de partidos en el plano local y la combinación de desalineamiento en unas regiones con realineamiento en otras. Este mismo enfoque ya lo habíamos explorado para las elecciones de 1994 (Pacheco,1995).

Lo ideal para evaluar el desalineamiento o realineamiento de las bases sociales sobre las que se apoya cada partido es el seguimiento por medio de una serie de encuestas, de preferencia en panel; pero esta alternativa es sumamente costosa y, además, dado que abarcamos una década, en este momento ya no es posible construir tal base de datos, pues las encuestas que persiguen obtener respuestas retrospectivas son muy poco confiables. Ciertamente existen centros donde se concentran las bases de datos de diversas encuestas que se han realizado a lo largo del periodo estudiado, pero aquí surgen dos problemas metodológicos que limitan su utilización. Uno es que fueron aplicadas a muestras poblacionales diferentes, construidas con criterios muy variados, lo que en rigor no las hace comparables entre sí y menos aún permite considerarlas como si fueran un panel; el otro problema es que los reactivos del cuestionario emplean fraseos diferentes y su estructura tampoco es igual, es decir, el instrumento de medición no es el mismo y por lo tanto los resultados obtenidos no son estrictamente comparables. Adicionalmente, las encuestas realizadas por otras instituciones, ya sean gubernamentales (por ejemplo, las encuestas de la Presidencia de la República depositadas en el CIDE) o privadas (como las realizadas por el periódico Reforma) si bien han contado con grupos capacitados para realizarlas, están constreñidas por los objetivos propios de las instituciones que las patrocinaron y que de una o de otra manera imponen sus criterios al diseño del cuestionario.

Por estas limitaciones, en el presente trabajo no pretendemos analizar los cambios socioeconómicos que hayan tenido lugar en un momento dado en el sustrato del sistema mexicano de partidos. Lo que sí podemos hacer con algún grado de certeza es analizar la evolución del formato del sistema de partidos en los diferentes distritos electorales, para al menos tener una idea de la distribución territorial de los cambios y de la naturaleza de sus transformaciones en este nivel de agregación de la información, cuya pertinencia política y metodológica deriva del hecho de que el recorte distrital delimita los escenarios de la competencia electoral entre los partidos en el plano federal y produce resultados políticos en la integración del poder legislativo. De ahí que en este trabajo otorguemos una importancia central a la descripción de la evolución distrital del formato del sistema de partidos entre 1991 y 2000.

En este artículo, para estudiar el proceso de transformación del sistema de partidos en México durante la década 1991-2000 sobre la que se escalonó el proceso de democratización, analizaremos dos de los aspectos que acabamos de describir: la inestabilidad en las bases de apoyo a los partidos y la pluralización del sistema de partidos. Para ello, utilizaremos los indicadores que convencionalmente se emplean en el análisis del desalineamiento electoral, pero los reinterpretaremos en función del contexto de democratización: las variaciones en el voto de cada partido y la variación conjunta de todos ellos, así como el desglose de las diferentes disposiciones que tomaron los tres principales partidos políticos en los distritos electorales federales.

La importancia de analizar estos temas en el plano distrital ha sido subrayada por Cox (1997). Asimismo, también ha sido señalada la relevancia del carácter local que han tomado en México los patrones de comportamiento electoral y de la variedad de disposiciones que toma la competencia entre los partidos en los escenarios locales (Pacheco, 2000a); por esta razón, esta problemática se analiza en este trabajo principalmente con base en los resultados de los distritos electorales federales. Para diferenciar la disposición del sistema de partidos en el plano nacional, con la que adopta en el plano local, se alude a esta última indistintamente con los términos de formatos del sistema de partidos o bien de subsistemas de partidos; el empleo de estos términos tiene como único fin diferenciarlos nominalmente del sistema de partidos a escala nacional. Por último, mediremos los efectos de cálculo estratégico que un formato determinado de la competencia partidaria puede tener sobre el formato del sistema de partidos en la siguiente contienda electoral.

Para comparar los resultados distritales de las elecciones de 1991 y 1994 con los correspondiente a 1997 y 2000 fue necesario resolver un problema técnico. Éste consiste en que la distritación electoral vigente entre las elecciones federales de 1979 y 1994 es diferente de la prevaleciente en 1997 y 2000, debido a que en el año de 1996, el IFE realizó una redistritación que modificó la geografía electoral. A pesar de ello, resulta posible comparar los resultados de 1991 y de 1994 con los correspondientes a 1997 y a 2000, porque esa redistritación se basó en la misma división por secciones de los distritos, lo que permite "recalcular" los resultados de 1991 y los de 1994 en términos de la redistritación de 1996, para, de este modo, hacerlos comparables con las elecciones de 1997 y de 2000. Esta operación, sencilla pero bastante laboriosa, permite uniformar el campo del análisis del periodo político que nos interesa y, de este modo, en los cuatro años, los resultados electorales corresponden exactamente a las mismas demarcaciones territoriales o geográficas. Así pues, en este artículo, a menos que se indique lo contrario, los datos distritales de 1991 y 1994 no corresponden con las cifras oficiales, sino que son el resultado de agregar las estadísticas oficiales por secciones como si correspondiesen a los distritos aprobados ulteriormente en 1996. Los datos de 1997 y de 2000 sí corresponden directamente con los datos oficiales. No obstante, al final del artículo, en los cuadros A, B, C, D y E se presentan los principales indicadores estadísticos que se obtendrían con la utilización de los datos oficiales originales de 1991 y de 1994; aunque se presentan algunas diferencias entre ambas estimaciones, éstas son de magnitud menor; en lo esencial, estas variaciones se explican por el hecho de que la vieja distritación de 1979 había sido rebasada por el crecimiento demográfico en los centros urbanos, excepto en el Distrito Federal (Pacheco, Woldenberg y Becerra, 1996).3

Por otra parte, es importante señalar que, como en las elecciones de 1994 y de 2000 fueron elegidos presidente y congreso federal, en tanto que en las intermedias federales de 1991 y 1997 sólo congreso, optamos por utilizar los datos de la elección de diputados de mayoría relativa para construir las series. Respecto de los datos de la elección de 2000, el PAN y el PVEM contendieron como una coalición de partidos denominada Alianza por el Cambio, mientras que el PRD hizo lo mismo junto con otros cuatro partidos de izquierda muy pequeños en la coalición Alianza por México, en los análisis que a continuación se presentan, los datos de 2000 de esas coaliciones son mencionados como "PAN" y "PRD" respectivamente, para aligerar su presentación.

En el primer apartado, se aborda el análisis de los cambios ocurridos en el ámbito electoral y en el sistema de partidos de 1985 a 2000 en la información nacional agregada. En el segundo, se estudia la volatilidad electoral y la pluralización del sistema de partidos en el ámbito distrital. En el tercero, se definen y se describen la diversas formas específicas que toma la competencia entre los partidos en la totalidad de los distritos electorales. En la cuarta parte, se analizan las grandes líneas de las transformaciones de los formatos distritales entre una y otra elección federal, así como los efectos que la competitividad electoral tiene sobre el cálculo estratégico y el grado de pluralización del sistema de partidos (la presencia o ausencia de efectos duvergerianos).

 

EL CAMBIO ELECTORAL EN EL PLANO NACIONAL Y EL SISTEMA DE PARTIDOS, 1985-2000

El sistema político mexicano contemporáneo se caracterizó por ser un régimen autoritario blando; su rasgo más original y distintivo fue el de asegurar la dominación política no por medio de las fuerzas armadas, sino principalmente a través de un sistema de partido hegemónico en el que el PRI era la pieza clave del régimen para dominar el tablero electoral. En este sistema, sólo un partido contaba y otros partidos menores eran tolerados, pero no tenían ninguna posibilidad de acceder al poder político (Sartori, 1980). Periódicamente se celebraban elecciones que aparentaban cumplir con los requisitos formales de la democracia, pero en realidad estaban controladas por el régimen con el fin de asegurar la hegemonía del PRI (Levy, 1990; Molinar, 1991a; Pacheco, 2000b; Rouquié, 1982).

En estas circunstancias, la estabilidad del comportamiento electoral era un rasgo impuesto por el régimen al sistema de partidos y, por lo mismo, dentro de la pax priísta los cambios eran menores. Las cosas cambiaron a partir de 1988, cuando se combinaron una fractura en el PRI con un fuerte descontento entre el electorado por la crisis económica y el problema de la deuda externa; a partir de entonces, los cambios en el patrón de voto y de participación modificaron constantemente el perfil del sistema de partidos hasta desembocar en las elecciones de 2000 y la alternancia en el poder.

Para analizar la evolución de la porción relativa de votos obtenida por cada partido a nivel agregado nacional, hemos incluido en el cuadro 1 los datos de 1982 y de 1985, en que contrasta mejor el paso de un sistema de partido hegemónico a una situación caracterizada por los constantes cambios en el formato del sistema de partidos y por una creciente competitividad. Así, se constata que en 1988, a pesar de que las importantes alteraciones del conteo de votos dificultan el análisis, las evidencias apuntan hacia una situación de bipartidismo entre el PRI y la coalición Frente Democrático Nacional [FDN] (Báez, 1994); en 1991, la recuperación del PRI impone otra vez un formato de partido hegemónico; en 1994, el sistema evoluciona hacia un bipartidismo débil o en ciernes entre el PRI y el PAN, que en 1997 se transforma en un tripartidismo incipiente debido al crecimiento del PRD, para luego desembocar en un bipartidismo muy competitivo entre el PAN y el PRI. Estos cambios se orientaron hacia una mayor competitividad del sistema partidario, como lo muestra la disminución sistemática de la diferencia que separa el voto relativo del partido en primer lugar con la del partido en segundo lugar, con la excepción de 1991.

En lo esencial, se puede afirmar que a partir de 1991, con el PRD ya constituido como partido político, tres partidos concentran nueve décimas partes del voto, y es la variación en la relación de fuerzas entre ellos tres, lo que moldeó los cambios en el formato del sistema de partidos, a pesar de la presencia de otros partidos con porcentajes de votación muy reducidos. La evolución del formato del sistema de partidos es, en lo esencial, el producto de cambios en el patrón de distribución de votos entre estos tres partidos.

En las cifras relativas del cuadro 1 resalta cómo la votación del PAN se mantiene constante entre 1982 y 1991, para luego incrementarse de 1994 a 2000. Respecto al PRD, vemos que en 1991 no logra capturar los votos de la coalición de 1988, pero logra mejorar su posición en 1994 y 1997, para de nuevo retroceder en 2000. En el caso del PRI, si se exceptúa la fugaz recuperación de 1991, destacan los retrocesos en las elecciones presidenciales de 1988 y 1994, pero sobre todo el ocurrido en 1997; hay que subrayar que entre 1997 y 2000 su votación casi no se modificó, lo cual sugiere que su declive electoral quizá tocó fondo. En el rubro de otros partidos, sobresale el descenso de 1988 debido a que cuatro partidos menores apoyaron la candidatura de Cárdenas, y el de 2000 por las adhesiones de algunos de ellos a las coaliciones encabezadas por el PAN y el PRD.

La tasa de participación muestra una tendencia descendente de 1982 a 1988, que en parte se explica por el método de integración del padrón electoral y su falta de actualización, pero también es el resultado de la creciente pérdida de credibilidad en la legitimidad de las elecciones. Entre 1991 y 2000, las tasas aumentan en general y, como era de esperarse, la participación en elecciones presidenciales es mayor; aunque cabe señalar que el porcentaje de 2000 se ubicó, sorprendentemente, doce y medio puntos más a bajo que el de 1994, debido a que en este segundo año, el PRI se vio beneficiado por los programas sociales instrumentados por el gobierno priísta y, además, aún gozaba de enormes prerrogativas financieras y recursos materiales, lo que le permitió sufragar los estratosféricos gastos de la campaña presidencial de su candidato sustituto y movilizar a muchos electores, lo que contribuyó a subir la tasa de participación.

En el cuadro 2 se presentan las variaciones absolutas y relativas de los resultados electorales nacionales de 1982 a 2000. De 1982 a 1985 hay una notable estabilidad del patrón de distribución del voto, a pesar del retroceso en la tasa de participación. De 1985 a 1988, el aumento a favor del FDN se combina con las pérdidas del PRI y el retroceso del voto por otros partidos; esto último es más bien aparente, pues justamente cuatro de esos partidos menores conformaban la coalición FDN junto con la fracción salida del PRI. De 1988 a 1991, aumenta la votación del PRI y la de los otros partidos crece porque la coalición se deshizo, por lo que el recién fundado PRD retrocede veinte puntos en relación con la votación alcanzada por el FDN; cabe señalar que en muchos distritos electorales, la recuperación del PRI pareció haber estado asociada con el aumento en la tasa de participación estimulado por los programas sociales gubernamentales.

De 1994 a 1997, las variaciones muestran aumentos significativos en la tasa de participación y los votos a favor del PRD, en tanto que el PAN permanece constante; también se aprecia el decremento de las porciones del PRI y los partidos menores. De 1997 a 2000, ocurre un cambio importante en relación con los trienios anteriores, pues el PAN incrementa en trece puntos su votación, lo cual se traduce en un retroceso, ya no del PRI, pues éste logra mantener su votación estable, sino del PRD y otros partidos.

La revisión anterior sugiere que de 1988 a 1997, las oscilaciones (principalmente retrocesos) de la votación del PRI eran un factor importante para explicar los cambios en el formato del sistema de partidos, a diferencia de lo que ocurre entre 1997 y 2000, pues los cambios ya no se explican tanto por la confrontación PRI versus oposición, sino más bien por los reacomodos que se dan entre PAN y PRD.

Todo lo anterior, sin embargo, son conclusiones derivadas de la revisión de datos agregados a nivel nacional, por lo que el punto que ahora interesa subrayar es que esos fenómenos electorales son discontinuos en su distribución a lo largo y ancho de la geografía electoral de México. cuando se revisan las estadísticas descriptivas básicas de las principales variables electorales presentadas en el cuadro 3, salta a la vista el enorme grado de dispersión que tienen esos valores en los distritos electorales federales de mayoría relativa (n=300); esto indica que los procesos a los que más arriba se alude no son homogéneos en todo el país y que la arena electoral está segmentada. Lo anterior implica que todos los indicadores compuestos que se construyan a partir de las variables básicas deben ser analizados a escala distrital, para describir de manera más detallada los cambios operados en el periodo bajo estudio.

 

VOLATILIDAD Y NÚMERO DE PARTIDOS A NIVEL DISTRITAL

Volatilidad electoral y cambio

Las variaciones en las votaciones obtenidas por los partidos a escala nacional son el producto agregado de numerosos cambios que ocurrieron a escala local en los distritos electorales. El efecto combinado de los cambios ocurridos entre todos los partidos se resume en el índice de volatilidad. El índice de volatilidad partidaria, elaborado por Pedersen (citado por Dalton et al., 1984a), es la suma del voto relativo de los partidos que lograron incrementar su votación entre dos elecciones consecutivas, más el voto relativo obtenido por nuevos partidos que hayan surgido. Se puede llegar a estos mismos resultados si se suman los valores absolutos de las variaciones de la votación relativa de todos los partidos y el total obtenido se divide entre dos. A lo largo de los cuatro comicios bajo estudio, la volatilidad registró niveles superiores a los diez puntos en la mayoría de los distritos (cuadro 4); sin embargo, se percibe una ligera tendencia al decremento de los distritos de volatilidad alta y media, así como el correlativo aumento en el número de distritos de baja volatilidad.

Como lo sugiere el análisis de las estadísticas electorales agregadas que se hizo en el apartado anterior, en unos casos el índice de volatilidad refleja sobre todo las variaciones de un partido en especial y, en otros, la de otros partidos. Así, en un buen número de casos esa volatilidad se explica fundamentalmente por las variaciones en la votación del PRI frente al conjunto formado por PAN y PRD, pero en otros casos la situación es diferente y, mientras la votación del PRI permanece más o menos estable, la del PAN y el PRD registra movimientos importantes. Para confirmar lo anterior, basta con comparar el comportamiento de las variaciones en la votación de PAN y PRD en función del grado de variación de la votación del PRI.

El análisis de avances y retrocesos del PRI arrojó los siguientes resultados: de 1991 a 1994, en 232 distritos el retroceso del PRI fue igual o superior a cinco puntos, en 58 casos fue estable (variación entre +4.9 y -4.9 puntos) y sólo en diez distritos aumentó cinco o más puntos; de 1994 a 1997, retrocedió en 238 distritos, se mantuvo estable en 54 y sólo aumentó en ocho casos; de 1997 a 2000, se registra un cambio importante de este patrón, pues el PRI ya sólo retrocede cinco o más puntos en 71 casos, mientras que se mantiene estable en 208 y aumenta cinco o más puntos en sólo 21 casos. Se aprecia pues que a lo largo de la década, el PRI registra aumentos de cinco o más puntos en muy pocos casos y que en los dos primeros trienios retrocede en la mayoría de los distritos, mientras que en el tercero se mantiene estable (cuadro 5).

Sobre la base de estos resultados, para poder analizar las variaciones en la votación de los demás partidos, se clasificaron los distritos en función de estas variaciones del PRI; dado el pequeño número de casos donde el PRI aumenta, éstos se agruparon con los distritos estables; de este modo, nos quedamos con dos categorías: los distritos estables y los distritos en retroceso. El comportamiento promedio de la variación en la votación de PAN, PRI, PRD y otros partidos se presenta en el cuadro 6. De 1991 a 1994, en los distritos donde el PRI se mantuvo estable (23%), el PRD avanzó casi seis puntos mientras que el rubro de los partidos menores (otros) retrocedió en la misma magnitud, en tanto que el PAN se mantuvo estable; a diferencia de ellos, en el grupo de casos donde el PRI retrocedió (77%), PAN y PRD avanzan por igual. De 1994 a 1997, en los distritos de PRI estable (21%), se mantienen igualmente estables todos los demás partidos; pero en la categoría donde el PRI retrocede (79%), las cosas son diferentes, pues ahí el PRD logra un notable avance. De 1997 a 2000, en los distritos de PRI estable (76%), el PAN logra un notable avance, en tanto que el PRD y otros partidos registran retrocesos; en los distritos donde el PRI retrocedió (24%), el avance promedio del PAN es aún mayor y el PRD casi se mantiene estable.

En resumen, en los dos primeros trienios, el PRI retrocede en más de las tres cuartas partes de los distritos, pero en el primer trienio los beneficiarios son PAN y PRD, mientras que en el segundo lo es sólo el PRD; así, de 1991 a 1997, la disputa electoral se sitúa principalmente sobre el eje PRI versus oposición. En cambio, entre 1997 y 2000, la situación se invierte, pues el PRI logra mantener su votación más o menos estable en tres cuartas partes de los distritos, mismos donde el PAN logra avances a costa del PRD y otros partidos (exceptuando al PVEM que estaba aliado con el PAN en 2000); sólo en una cuarta parte de los distritos, el PRI retrocede en beneficio del PAN. Éstas son conclusiones válidas en el plano de agregación de la información con el que estamos trabajando: el de los distritos electorales, pero hay que tener cuidado en no hacer extensivas estas afirmaciones al nivel micro para describir el comportamiento del elector individual, a menos que se cuente con series de encuestas (diseñadas con la misma metodología y que apliquen el mismo cuestionario) o paneles que aborden esta problemática. Aun así, la información distrital es sumamente reveladora del desplazamiento del eje de la contienda electoral ocurrido en el último trienio del siglo XX.

Pluralización o fraccionalización

En el primer apartado, se constató que el sistema de partidos mostró a nivel nacional una tendencia a desplazarse desde el polo del sistema de partido hegemónico hacia el polo del pluripartidismo. Es decir, de un partido casi único se pasó a una moderada pluralización que oscila entre el bipartidismo y el tripartidismo. Ahora bien, debido a la enorme variación en los porcentajes de votación obtenidos por el PAN, el PRI y el PRD en los diferentes distritos electorales, estos tres valores se combinan de múltiples maneras a lo largo de un continuum en el que en un extremo pueden encontrarse situaciones de partido hegemónico (por ejemplo, cuando el PRI acaparaba 80% de los sufragios), pasando por aquellas en donde aparecen claramente dos partidos disputándose la mayoría mientras un tercero queda relegado, hasta llegar al otro extremo en que tres partidos se disputan en igualdad de influencia el electorado de un distrito. Esta evolución tan variada refleja la importancia de los factores regionales para explicar el porcentaje de votos obtenido para cada partido y sobre todo las posiciones relativas que van a ocupar todos los partidos entre ellos en demarcaciones de carácter local; en este sentido, podemos considerar los resultados distritales como un indicador de la configuración local que toma el formato del subsistema de partidos.

El primer punto que hay que medir, en cada distrito, es de cuántos partidos a cuántos partidos evolucionó el sistema, para poder clasificarlos en función del grado de pluralización partidaria y tener una idea de la magnitud del cambio en este terreno. Para ello se utilizó el índice NP (Molinar, 1991b) que resume en un solo indicador el número de partidos presentes en una contienda electoral; a pesar de que este índice tiene ciertas limitaciones, de todos los índices utilizados para estos efectos es el que por sus características nos parece el más adecuado para estudiar el caso mexicano en este periodo. Hemos optado por este indicador porque "cuenta" al partido ganador de modo diferente al resto y lo cuenta como uno solo, lo cual le permite captar ese rasgo esencial de los sistemas de partidos consistente en diferenciar entre el partido ganador y el resto de ellos; lo anterior es sumamente útil en el caso mexicano debido al muy amplio margen de victoria con el que contaba el PRI en 1991 en todo el país, y en numerosos distritos en 1994.4 Es cierto que el índice NP se desempeña menos bien conforme el primer partido ya no es tan fuerte, pero aquí nos permite matizar mejor las situaciones específicas tan diferentes que se registraron en México en 1991-1994 y en 1997-2000.

Por otra parte, el aspecto medular de la evolución a nivel distrital del formato del sistema de partidos, que se aborda en la tercera parte de este trabajo, se basa en una clasificación de esos formatos en función de ciertos criterios cualitativos y esa clasificación se validó luego por medio de la obtención de las medias de votación de los partidos en cada tipo de distrito y del índice NP; en otras palabras, el índice NP tuvo un papel secundario en la definición de los subsistemas de partidos a nivel distrital que constituyen el principal sustento de este trabajo. En esta parte del artículo utilizamos el índice NP para mostrar la limitación no sólo del índice NP, sino en general de este tipo de índices, en una situación como la mexicana, donde hay tres grandes partidos nacionales, pero con una tendencia a dos formas de bipartidismo.

El promedio del índice NP en los 300 distritos electorales fue, en 1991, de 1.27, esto es, sugiere la presencia de un solo partido fuerte (el PRI) y un segundo partido con alguna presencia (pero el índice NP no nos dice cuál). En 1994, el indicador remontó a 1.71, lo que sugiere una situación que se acerca al bipartidismo; esta tendencia se acentuó en 1997 y 2000, cuando el indicador aumentó respectivamente a 1.91 y a 1.99. El hecho de que estos promedios apunten al bipartidismo, a pesar de la presencia de tres partidos, sugiere que a nivel distrital la contienda por los votos es principalmente un duelo entre dos de los tres partidos, pero no necesariamente se trata del mismo par de partidos, tema que se abordará en el siguiente apartado con mayor detenimiento. Sin embargo, en el marco de esta discusión, la utilidad del índice NP deriva no tanto de analizar estos promedios, sino de ilustrar la evolución hacia la pluralización del sistema de partidos simultáneamente en los 300 distritos electorales. Esto se aprecia en la gráfica 1, donde se han superpuesto los polígonos de distribución de frecuencias del índice NP para 1991, 1994, 1997 y 2000.

Ahí sobresale, en primer lugar, la diferencia tan marcada entre 1991 y los demás años, debido al sesgo estadístico tan elevado de esta distribución, provocado por el elevado número de distritos (n=166) donde este indicador oscilaba entre 1.00 y 1.25. En segundo lugar, resalta la gran similitud de los polígonos correspondientes a 1997 y 2000, cuyo perfil se acerca bastante a la curva normal, aunque sigue teniendo un aspecto algo platicúrtico; esto sugiere que desde 1997, el sistema de partidos ya se había pluralizado en la generalidad de los distritos y que los bastiones priístas estaban en vías de extinción, pero que aún subsistían importantes variaciones regionales. El tercer elemento destacable es la similitud de las frecuencias centrales de la curva de 1994 con las correspondientes a 1997 y 2000, pero también su diferencia en los extremos, dado que en 1994, en alrededor de la tercera parte de los distritos, el PRI, a pesar de haber retrocedido en su votación, aún lograba conservar una posición hegemónica, como lo indica el valor del índice NP, mientras que, en el otro extremo, se registraba un número mucho menor de casos (n=15) cercanos o con tendencia al tripartidismo en comparación a 1997 y 2000.

Así pues, de acuerdos con estos datos, 1991 fue el año en que, de lejos, el sistema de partidos fue menos plural y con más fuerte tendencia hacia el polo unipartidista. los tres años ulteriores muestran en general una mayor tendencia hacia la pluralización del sistema de partidos en sus manifestaciones a escala distrital, si bien todavía el polígono de frecuencias de 1994 presentó distribuciones que se alejaban parcialmente de la curva normal y le imprimían un aspecto algo bimodal, y donde la evolución de la "cola" del lado izquierdo sugiere el decreciente número de distritos totalmente bajo la hegemonía priísta. Ahora el aspecto que nos queda por despejar, una vez que hemos constatado esta pluralización, es el de las configuraciones específicas que tomó el sistema de partidos en los distritos electorales.

 

FORMATOS LOCALES DEL SISTEMA DE PARTIDOS

El ángulo que ofrece las perspectivas más interesantes para captar los cambios ocurridos durante la década de 1991 a 2000 es el de las modificaciones del formato del sistema de partidos en el plano local; para ello, en función de las características de la situación mexicana, se definieron seis formatos o subsistemas locales diferentes para los distritos electorales.5 Nos inspiramos en la discusión de Sartori (1980) sobre los diferentes sistemas de partidos, incluido el sistema de partido hegemónico, para analizar los distintos formatos que tomó a nivel local el sistema de partidos en México durante la década de la transición y democratización electorales.

No obstante, la definición precisa de los criterios clasificatorios, en términos de indicadores cuantitativos, para construir cada una de las categorías aquí utilizadas, se elaboró también en función del análisis de la información estadística electoral; es decir, se adaptaron las definiciones teóricas de Sartori a las necesidades concretas del caso mexicano en la actualidad y se optó por utilizar los criterios lógicos de clasificación que se presentan en seguida.6 Para simplificar el análisis, y dado el bajo porcentaje de los partidos menores incluso aglutinando sus votos en el rubro de otros, sólo se tomaron en cuenta, como ya se dijo, el PAN, el PRI y el PRD. Los criterios de clasificación fueron los siguientes:

1. Un partido que predomina (o PAN o PRI o PRD). El formato donde tiende a predominar un solo partido sobre todos los demás es, naturalmente, el priísta, pero también surgieron ya algunos casos de distritos donde la votación del PAN o el PRD es muy alta. Los criterios para clasificar a un distrito en esta categoría es que cumpliera una u otra de las dos alternativas siguientes: a) que el partido en primer lugar obtuviese al menos 60% de los votos; o bien b) cuando la votación del primer partido fuese igual o inferior a 59.9% y la diferencia entre la votación relativa del primer partido y la del segundo fuese igual o superior a veinte puntos.

2. Bipartidismo. Cuando la diferencia entre el partido en primer lugar y el situado en segundo fuese inferior a veinte puntos de votación relativa y el tercer partido obtuviese un porcentaje menor a 25 puntos. En México, la clasificación arroja formatos bipartidistas entre PAN y PRI o bien entre PRI y PRD; no se registran aún casos de bipartidismo PAN-PRD.

3. Tripartidismo. Cada uno de los tres partidos obtiene mínimo 20% de la votación y 40-45% como máximo. Cabe hacer notar que en esta categoría, en el caso concreto estudiado, se pueden distinguir dos subgrupos: el de los distritos con patrones de votación muy cercanos a una distribución del tipo 33-33-33, y el de aquellos donde un partido, en la mayor parte de los casos el PRI, obtiene votaciones de alrededor de 40%, pero cada uno de los otros dos partidos se sitúa más o menos entre 20% y 30% de votación. Mientras que el primer subgrupo muestra un tripartidismo pleno, el segundo es una forma incipiente de tripartidismo.

Así pues, después de aplicar estos criterios clasificatorios a los datos electorales distritales de los cuatro comicios estudiados, los subsistemas de partidos obtenidos fueron los siguientes: panista, bipartidista PAN-PRI, priísta, tripartidista, bipartidista PRI-PRD, perredista. El orden con el que han sido enunciados es importante, pues refleja lo más aproximadamente posible el espectro en que se despliegan estos formatos, como lo veremos más adelante. Aquí cabe aclarar que el formato tripartidista coincide, en su ubicación lineal, con el subsistema priísta, porque de alguna manera refleja una posición en el centro del espectro, en tanto que el formato priísta quedó en el centro de este mismo abanico por ser el que inicialmente predominaba en 1991 y desde el cual se fueron desprendiendo distritos.

Para validar la exactitud de la clasificación obtenida recurrí a dos métodos diferentes. El primero consistió en obtener las medias distritales de la votación relativa de cada partido en cada uno de los formatos, aglutinando los cuatro años bajo estudio en una sola serie, puesto que los criterios clasificatorios se aplicaron por igual a cada elección; los resultados se presentan en el cuadro 7 y muestran concordancia con el formato respectivo. En el segundo método se empleó el índice NP, utilizado en el apartado anterior, para validar la información construida bajo otros criterios; los resultados obtenidos se presentan también en el cuadro 7 y muestran concordancia entre el formato de la competencia interpartidista y el índice NP.

Con la excepción de 1991, cuando prevaleció el formato de PRI hegemónico a escala nacional y local, si se compara la configuración que adoptó el sistema de partidos a nivel nacional en cada elección con las variadas disposiciones que tomaron los subsistemas de partidos en el plano local, se hace evidente la poca homogeneidad que tiene la distribución territorial de los electores simpatizantes de cada partido y, por ende, de la relación de fuerzas entre los tres. La evolución de este fenómeno a lo largo de la década se resume en el cuadro 8. En 1991, el formato priísta prevalecía en la mayor parte (83%) de los distritos y el resto adoptó principalmente el formato bipartidista PAN-PRI. En 1994, decreció sensiblemente el número de distritos priístas (107 menos), los bipartidistas PRI-PAN duplicaron su presencia y aparecen distritos bipartidistas PRI-PRD e incluso tripartidistas; no obstante, el formato priísta abarcaba la mitad de los distritos.

En 1997, los cambios fueron más acentuados y es entonces cuando realmente se puede hablar de pluralización del sistema de partidos, pues sólo la quinta parte de los distritos seguía presentando un formato priísta, a la vez que aparecieron en la escena algunos distritos clasificados como panistas o perredistas; los distritos tripartidistas crecieron moderadamente y los bipartidistas PRI-PRD registraron un nuevo aumento, mientras que los bipartidistas PAN-PRI permanecieron más o menos constantes. En 2000, el subsistema de partidos más frecuente a nivel distrital fue el bipartidista PAN-PRI (la tercera parte), el cual, aunado al grupo panista, le aseguró a este polo del espectro partidario una influencia importante en la mitad de los distritos; la categoría de los tripartidistas creció notablemente, en tanto que el grupo bipartidista PRI-PRD decreció y los distritos perredistas desaparecieron.

Esta evolución muestra que, en la primera mitad de la década estudiada, el PRI mantenía aún una posición muy ventajosa, que se reflejaba en un formato poco variado de los subsistemas de partidos; también pone de relieve que en la segunda mitad de la década, el formato priísta perdió muchas posiciones y se abrió el espacio para la pluralización o diversificación de los diferentes formatos del sistema de partidos en la escala local, particularmente en 1997 (véase la gráfica 2). En el cuadro 9 se presentan las victorias distritales por partido en los diferentes subsistemas para los cuatro años bajo estudio.

 

COMPETENCIA PARTIDARIA, CÁLCULO ESTRATÉGICO Y FORMATOS LOCALES DEL SISTEMA DE PARTIDOS

El análisis de la transformación específica de cada subsistema en otro diferente, ocurrida entre una elección federal y otra, es sumamente ilustrativo de la evolución a que estuvo sometido el sistema de partidos a escala local. En los cuadros 10, 11 y 12, se presentan los datos respectivos. La lectura de los cuadros se hace en sentido horizontal, pues es el que permite apreciar en qué forma los formatos de partidos de una elección se transforman en otros en la elección siguiente.

De 1991 a 1994, 170 distritos (57%) mantuvieron el mismo formato (cuadro 10); el hecho más destacable en este trienio es que el formato priísta se desvaneció en 113 posiciones y dio paso principalmente al formato bipartidista, ya sea ante el PAN (54 casos) o el PRD (29 casos). En este primer tramo de la década, se aprecia que el retroceso del PRI ante el avance de sus opositores es el principal leit motiv de la modificación del sistema de partidos a escala local.

De 1994 a 1997 (cuadro 11), se mantienen constantes con el mismo formato 42% de los distritos; pero ya se aprecia un movimiento más complejo en las transformaciones de los formatos distritales. Por una parte, en 26 de los bipartidistas PAN-PRI, que sumaban en total 84 casos en 1994, se manifiesta un avance del PRD; las diferentes magnitudes de ese avance dieron lugar a tres formatos diferentes (19 tripartidistas, seis bipartidistas PRI-PRD y un perredista). Por otra parte, entre los priístas, que inicialmente sumaban 147 casos, se aprecia que sólo la tercera parte mantiene ese mismo formato, y que 43 distritos derivan hacia el bipartidismo PAN-PRI, 34 hacia los formatos de presencia perredista y en 19 avanzan ambos partidos dando lugar a una competencia tripartidista. Aún más, en 27 de los 35 distritos tripartidistas de 1994, la posición del PRD se fortaleció, en detrimento del PAN, y se transformaron en bipartidistas PRI-PRD.

Así pues, en este trienio, el movimiento de posiciones entre los partidos presenta dos vertientes: una que consiste en el debilitamiento de las posiciones del PRI, lo que favorece el desarrollo de formatos más competitivos, donde PAN y PRD tienen un papel más importante (96 casos); pero la otra vertiente es aquella en la que las modificaciones en el formato del sistema de partidos obedecen más a una lucha entre PAN y PRD (56 casos).

Entre 1997 y 2000 (cuadro 12), se mantiene el mismo formato en 50% de los casos. Entre los distritos que cambiaron, es importante señalar el gran peso que tienen aquellos en donde se fortaleció la posición del PAN; entre ellos destacan: 19 distritos que de bipartidistas PAN-PRI pasaron a panistas, 15 distritos que de priístas se transformaron en bipartidistas PAN-PRI, 29 tripartidistas que se volvieron o panistas o bipartidistas PAN-PRI, así como 43 bipartidistas PRI-PRD y 12 perredistas que pasaron a ser tripartidistas. En total, si consideramos el conjunto de las modificaciones ocurridas, el PAN avanzó a costillas del PRI en 34 distritos, y a costillas del PRD en 94 distritos; es decir, en el cierre del siglo, lo que dominó en los cambios registrados en los formatos locales del sistema de partidos fue el avance del PAN, al costo de debilitar principalmente al PRD en sus posiciones dentro del sistema de partidos.

Ahora bien, en la revisión que hace Cox (1997: 85-88) de la ley duvergeriana que postula que los sistemas electorales de mayoría simple favorecen el bipartidismo, matiza el enfoque de Duverger cuyo determinismo institucionalista minimizaba el efecto de la estructura de los clivajes sociales sobre un sistema de partidos dado. Adicionalmente, Cox subraya la importancia de estudiar las transformaciones de un sistema de partidos desde el punto de vista distrital, y no sólo a nivel agregado nacional, y propone una metodología para analizar el voto estratégico en sistemas basados en el principio de mayoría relativa y evaluar los efectos duvergerianos.

Este mismo autor plantea que, si en un caso o conjunto de casos, hay equilibrio duvergeriano, el partido en tercer lugar tenderá a sufrir deserciones; pero en los distritos o grupos de éstos donde se registre un equilibrio no-duvergeriano, los partidos en segundo y en tercer lugar recibirán una cantidad similar de votos. A partir de este postulado, se deriva el uso de la ratio SF, que se define como la razón del voto del partido en tercer lugar en relación con el segundo; si hay equilibrio duvergeriano, este indicador tenderá a cero y si prevalece en un equilibrio no-duvergeriano se acercará a uno. En el cuadro 13 se presentan sintetizados los resultados obtenidos. Si consideramos como distritos con tendencia al bipartidismo aquellos cuya SF es inferior a 0.5, vemos que dicha cifra es alta en 1991 y que muestra una disminución que se mantiene más o menos constante de 1994 a 2000; la situación inversa se da con los distritos donde el indicador SF sugiere una tendencia al tripartidismo. Así, globalmente, podemos afirmar que los distritos con tendencia al bipartidismo (equilibrio duvergeriano) disminuyeron entre 1991 y 2000, mientras que los de tendencia tripartidista (equilibrio no-duvergeriano) aumentaron.

Ahora bien, lo interesante del índice SF es que permite analizar el efecto posterior de la competencia sobre el formato del sistema de partidos. Para ello, el procedimiento propuesto por Cox consiste en, una vez calculada la ratio SF de un año dado, controlarla con los niveles de competitividad anteriores inmediatos: a) cuando el margen de victoria en la elección anterior fue muy cerrado (la diferencia entre el primer partido y el segundo fue inferior a diez puntos); b) cuando el margen fue medio (diferencia igual o superior a diez puntos, pero inferior a veinte); c) cuando el distrito no fue competido y el primer partido rebasa con veinte o más puntos al segundo. Esto equivale a estudiar el destino de un tercer partido en función de la competitividad existente entre los dos primeros. En el cuadro 14 y en las gráficas 3 y 4, se presentan las frecuencias distritales obtenidas de cruzar los niveles de la ratio SF en 1994 controlados por el margen de victoria en 1991.

Dado que interesa analizar este punto en los distritos reales, para los años de 1991 y 1994 utilizamos los datos originales del IFE (sin el cálculo para redistritarlos); por lo mismo, no se puede incluir el cuadro correspondiente a 1994-1997, debido a que en 1996 se adoptó una nueva distritación. En el mismo cuadro 14 se presentan también los resultados de cruzar los niveles de competitividad en 1997 con el nivel de la ratio SF en 2000; como ya se dijo antes, los datos de 1997 y 2000 siempre son los oficiales del IFE tal cual.

Revisemos primero el trienio 1991-1994. En poco más de la mitad de los distritos, a menor competitividad entre el primero y el segundo partidos en 1991, correspondió una proporción menor de distritos con tendencia al bipartidismo en 1994 (o sea, es menor la deserción que sufre en 1994 el tercer partido en favor del segundo mejor colocado en 1991); en la otra mitad de los distritos, a menor competitividad en 1991 correspondió una mayor proporción de distritos donde la votación del tercer partido tendía a tener el mismo nivel que la del segundo en 1994 (es decir, el tercer partido no sufrió tantas deserciones). Cabe señalar que en este trienio predominaron fuertemente los distritos no competitivos (260 de 300) y queda un número muy pequeño de distritos de competitividad alta y media, por lo que en este primer trienio hay que tomar con cautela las tendencias detectadas. Como quiera, estos resultados apuntan en la dirección de un voto estratégico que afecta negativamente al tercer partido en favor del segundo.

Pasemos ahora al trienio 1997-2000. Aquí la distribución entre los tres niveles de competitividad es más equitativa y, de manera análoga al trienio 1991-1994, se aprecia que a mayor competitividad en 1997 tiende a haber una mayor proporción de distritos donde el tercer partido se sitúa muy atrás del segundo, mientras que a menor competitividad tiende a haber una mayor proporción de distritos donde el nivel de votación del segundo y el tercer partidos tiende a ser similar. De nueva cuenta, también aquí los resultados sugieren la existencia de un voto estratégico de los electores que apoyaron al partido en tercer lugar en 1997 con el fin de aumentar las posibilidades de victoria del segundo partido en 2000.

 

CONCLUSIÓN

Entre los fenómenos electorales propios de una fase de transición desde el autoritarismo hacia la democracia electoral y los rasgos característicos de los periodos de desalineamiento electoral existen similitudes, entre las cuales hemos examinado aquí el fenómeno de la volatilidad o inestabilidad en el comportamiento de las principales variables electorales (voto por partido) y la fragmentación o pluralización del sistema de partidos. La diferencia más importante entre transición y desalineamiento es que en la primera el electorado está en busca de una alternativa partidaria que estratégicamente le permita facilitar el derrocamiento del régimen autoritario por la vía electoral, en tanto que en el segundo, el electorado expresa su distanciamiento con los partidos en general, pero no está en juego el cambio de régimen.

En la transición mexicana ocurrida durante la última fase del siglo XX, el sistema de partidos, como es natural, sufrió transformaciones importantes en el ámbito nacional, que van desde la hegemonía priísta hasta la alternancia; estas modificaciones toman un perfil más marcado cuando se desglosa el fenómeno en su dimensión local. En el plano de los distritos electorales locales, a lo largo de una década de una situación en que el sistema de partidos presentaba un formato priísta (84% de los distritos), se pasó a otra en donde aparecían siete subsistemas diferentes de partidos (1997), para luego evolucionar hacia una situación en que el PAN alcanzó a ocupar una posición de fuerza sobre el PRI en cerca de la mitad de los distritos electorales. Esto pone de relieve que, tras el desmantelamiento de la hegemonía priísta, a través del sistema de partidos se abrió paso la expresión de configuraciones de intereses locales sumamente variadas, lo cual sugiere que el peso de este factor local contribuye de manera importante a explicar la forma específica que tomó en México la pluralización del sistema de partidos durante la transición. Esta especificidad se manifestó en el surgimiento de diversos subsistemas locales de partidos y en la existencia de dos lógicas en el cálculo estratégico de los electores: los que apuestan al partido con mayores probabilidades de ganar y los que mantienen su fidelidad partidaria, aunque sólo sea por razones pragmáticas.

Otro elemento importante, a lo largo de este proceso de cambio político, fue el desplazamiento del eje de la contienda electoral. Entre 1991 y 1997, el leitmotiv fue el retroceso de la votación priísta en los distritos en favor del PAN y/o el PRD; pero entre 1997 y 2000, el PRI estabilizó su votación en tanto que el eje de la contienda se desplazó hacia la competencia entre PAN y PRD, la cual se saldó en 2000 con un importante avance de la votación del PAN en detrimento principalmente del PRD. Así, paradójicamente, el último salto hacia la alternancia en el poder no se hizo a costa del PRI, el partido del régimen autoritario, sino del PRD, esto es, fue el resultado de un reacomodo electoral que alteró la relación de fuerzas entre la votación de los que hasta entonces habían sido los dos principales partidos de oposición.

 

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Notas

1 La discusión sobre este tema que hacemos en las páginas subsecuentes está basada en Dalton et al., 1984, y en Niemi y Weisberg, 1993a y 1993b. Aunque en la bibliografía sólo se citan directamente los dos artículos de síntesis de Niemi y Weisberg y otros dos textos de la primera compilación mencionada, en realidad la discusión aquí presentada es el fruto de la lectura de muchos más artículos reunidos en esos volúmenes; los de Niemi y Weisberg recogen los textos clásicos y contemporáneos más relevantes en torno a la discusión sobre estos problemas, mientras que en la compilación de Dalton, Flanagan y Beck reúne trabajos de académicos renombrados que también han estudiado estos temas.

2 El tema de la transición hacia la democracia y de los procesos de democratización contemporáneos ha generado una abundante bibliografía en los último tres lustros. Por falta de espacio, no podemos adentrarnos aquí en una discusión de los principales aportes. No obstante, queremos señalar que muchas de las nociones aquí empleadas provienen del trabajo seminal coordinado por Guillermo O'Donnell, Philippe Schmitter y Laurence Whitehead. 1986. Transitions from Authoritarian Rule, 4 vols. Baltimore y Londres: The Johns Hopkins University Press. Otro notable trabajo sobre estos temas al que hemos recurrido es el de Samuel Huntington. 1991. The Third Wave. Democratization in the Late Twentieth Century, Norman y Londres: University of Oklahoma Press.

Entre las numerosas compilaciones que se han publicado, nos parecen particularmente interesantes las siguientes: Larry Diamond y Marc Plattner, comps. 1993. The Global Resurgence of Democracy. Baltimore y Londres: The Johns Hopkins University Press; Larry Diamond, Juan Linz y Seymour Lipset, comps. 1990. Politics in Developing Countries. Comparing Experiences with Democracy. Boulder y Londres: Lynne Rienner Publishers; Scott Mainwaring, Guillermo O'Donnell y Samuel Valenzuela, comps. 1992. Issues in Democratic Consolidation. Indiana: University of Notre Dame Press; Arend Ljphart y Carlos Waisman, comps. 1996. Institutional Design in New Democracies, Boulder y Oxford: Westview Press.

3 Aunque convendría también incluir los datos distritales de 1985 como punto de referencia respecto del periodo que nos interesa analizar y los de la elección de 1988 por su gran importancia política, esto no lo podremos hacer, pues no es posible "recalcular" estos resultados en términos de la distritación de 1996; esto se debe a que si bien las elecciones federales de 1985 y las de 1988 se realizaron con la misma distritación que las de 1991 y 1994 —es decir, no hubo redistritación— lo que sí hubo fue un reseccionamiento de tal magnitud que las secciones anteriores a 1990 son completamente diferentes a las vigentes posteriormente y en la actualidad. Esto prácticamente imposibilita estimar los resultados de 1985 y de 1988 en términos de los distritos de 1996.

4 Beatriz Magaloni (1996: 286) señala que el índice NP de Molinar es una buena medida de competitividad porque pondera la distancia entre el partido en primer lugar y el segundo, lo que en sistemas donde hay el fuerte predominio de un solo partido arroja una cantidad menor de partidos que el índice de Laakso y Taagepera; por esa razón, describe adecuadamente los sistemas de baja competitividad.

5 Se utilizan los términos de formato o de subsistema con el único y exclusivo fin de diferenciar en la redacción la disposición de los partidos a escala distrital o local; el término de sistema de partidos se conserva principalmente para aludir a la configuración de los partidos en el plano nacional.

6 Inicialmente, intenté construir una clasificación de los formatos del sistema de partidos en el plano distrital aplicando el análisis de conglomerados (cluster analysis). Para ello, seguí el método de sembrar previamente los valores de las variables PRI, PAN, PRD (su votación relativa) para definir los centroides de cada categoría; los valores sembrados de los centroides son una descripción del "tipo ideal" de la votación de los tres partidos en cada subsistema o formato. Esta técnica estadística ayuda a clasificar los casos reales y los asigna a alguno de los grupos definidos en función de su mayor proximidad a alguno de los seis centroides. Sin embargo, este tipo de análisis, a pesar de sembrar los valores iniciales, es muy sensible al perfil empírico de los datos e incluso hasta de la estructura del archivo con la base de datos. Esto hizo que obtuviéramos resultados más o menos similares a los aquí presentados; no obstante, cuando se revisaba individualmente la asignación de los casos a los grupos, surgieron diversas inconsistencias, por lo cual abandoné esa vía de análisis.

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