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Revista mexicana de sociología

On-line version ISSN 2594-0651Print version ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.65 n.2 Ciudad de México Apr./Jun. 2003

 

Sección bibliográfica

 

Martínez Assad, Carlos. 2001. Los sentimientos de la región: del viejo centralismo a la nueva pluralidad

 

Carlos Antonio Aguirre Rojas*

 

México: Editorial Océano de México, 439 pp.

 

** Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Sociales.

 

RESULTA OPORTUNA la publicación reciente del libro de Carlos Martínez Assad, titulado Los sentimientos de la región: del viejo centralismo a la nueva pluralidad, que compila varios artículos escritos por el autor durante las últimas dos décadas recién transcurridas. Resulta oportuna porque ella permite volver a interrogarnos, directamente, acerca del estado actual y de las encrucijadas principales que hoy presenta esa vigorosa y multiforme rama de los estudios históricos mexicanos que es la historia regional.

El conjunto de ensayos que se incluyen en este libro sólo adquieren su sentido completo si los ubicamos dentro del contexto de los cambios importantes que ha vivido la historiografía mexicana: durante las tres y media décadas transcurridas después de ese parteaguas fundamental de nuestra historia cultural y general que es la revolución cultural de 1968. Dicho parteaguas —proyectándose también dentro de los espacios diversos de nuestra historiografía— causó en los estudios históricos de nuestro país, toda una serie de transformaciones profundas que se encuentran (aún en la actualidad) en proceso de despliegue y afirmación.

Entre ellas —además de la exposición cada vez mayor de los límites y de la pobreza global de la historia positivista, oficial y tradicional— también se cuenta el lanzamiento y luego gran florecimiento del área de la historiografía local y regional. Uno de los objetivos principales que fueron cuestionados como parte de los mayores efectos intelectuales de esa revolución de 1968 dentro de las modernas Ciencias Sociales, fueron precisamente los modelos generales y abstractos que —al divorciarse de las realidades concretas que ellos supuestamente debían explicar— terminaron empobreciendo el análisis complejo de esas mismas realidades sociales concretas. Entonces, no es casual que (después de 1968) florezcan un poco en todas partes dichos proyectos de un claro retorno hacia tales realidades particulares y específicas que animan tanto el auge de la local history inglesa como la vasta difusión de los clásicos estudios de la histoire régionale francesa, así como también el complejo proyecto intelectual de la microstoria italiana o la multiplicación de las monografías de historia local en toda la península española.

A tono con lo anterior, en México van a desarrollarse (también después de la fecha emblemática de 1968) diversas vertientes de esta misma crítica a dichos modelos generales, junto a la reivindicación igualmente múltiple de tal historia local y regional. Distintas vertientes avanzan, sobre todo, en dos direcciones: la primera, en el sentido del cultivo y de la recuperación, con algunas nuevas herramientas de la viejísima y tradicional historia local —proyecto que encuentra su expresión más clara en la microhistoria mexicana de Luis González y González en su conocida obra Pueblo en vilo—. Una segunda vertiente, mucho más encaminada a explorar los senderos de una renovada historia regional, tendrá precisamente en Carlos Martínez Assad a uno de sus representantes y promotores más destacados.

La colección de ensayos que nos ocupa, agrupada como Los sentimientos de la región, muestra precisamente las divergencias claras entre estas dos variantes de la moderna historiografía local y regional mexicana. Pues mientras la microhistoria mexicana abandonó conscientemente y de manera explícita los horizontes de la historia general, para adentrarse en la sola elaboración de múltiples monografías de historia pueblerina, local y limitadamente regional, la historia regional —defendida en cambio por Carlos Martínez Assad, entre otros autores— ha criticado explícitamente el riesgo de caer en "la fragmentación, la dispersión y [...] el estudio de casos" (p. 65). Reivindica más bien la necesidad de recorrer (permanentemente y en todos estos estudios de historia regional) esa dialéctica imprescindible que va de la historia general a la regional y local, y viceversa, en un movimiento constante: el único que puede dar un sentido científico a esta misma empresa de la investigación de lo regional y lo local.

Porque la pregunta que Marc Bloch dirigió a los historiadores locales y regionales, hace ya casi un siglo, sigue conservando hoy toda su fuerza: ¿A quién le interesa un estudio realizado sobre una localidad X o una región Y, además, obviamente, de a los habitantes mismos de esa localidad o región específica? Y parece claro —a la luz de los múltiples estudios que la corriente de la microhistoria mexicana ha producido en 30 años— que una parte importante de los historiadores mexicanos no asumen aún en realidad las consecuencias intelectuales que se derivan de esta pregunta claramente intencionada de Marc Bloch.

Su pregunta respondía definiendo lo que para él era una posible "historia local" o "regional" verdaderamente científica. Es decir, sólo la que es capaz de plantearse problemas de orden general, y de resolverlos con los documentos y con los elementos que aporta una localidad o una región determinadas. Definición magistral y todavía vigente, en nuestra opinión, de lo que debería ser la historia local y regional actual, la cual encuentra una ejemplificación notable en varios de los trabajos de la ya antes mencionada corriente de la microhistoria italiana.

Ello nos demuestra que dicha historia regional mexicana y latinoamericana —que se aparta de la microhistoria mexicana de Luis González y González, así como de la tradicional y limitada historia local, y que intenta también tener siempre presente tal dialéctica entre historia general e historia local/regional— es la única que se encuentra en una vía promisoria hacia el futuro. Pues sólo esta vía —que rechaza a dicha historia matria, pueblerina o de campanario, de miras cortas y de alcances voluntariamente estrechos— es la que permitirá en el futuro la verdadera renovación de nuestros estudios históricos en México y en América Latina. Esa renovación se procesa ya en parte en los trabajos de historia local y regional diversos de dicha microhistoria mexicana y de la historia local latinoamericana más limitada y tradicional.

Quizá gracias a su formación originaria como sociólogo, Carlos Martínez Assad pretende —como lo proclama incluso la contraportada de su libro— no excluir ni invalidar la "perspectiva global de la Historia". Asimismo, mantiene dentro de sus diversos análisis (del cedillismo potosino, del Tabasco garridista, de los distintos fenómenos estudiados del Bajío en León o en Guanajuato, lo mismo que en sus estudios sobre la Chihuahua porfirista o en su caracterización de las "muchas revoluciones regionales") lo que en verdad fue la Revolución Mexicana, ese horizonte de la historia general, sin el cual las historias de las regiones o las localidades se pierden irremediablemente en lo anecdótico, lo casual y lo intrascendente.

Si dicha historia regional distinta de la microhistoria mexicana ha alcanzado ya un vigor y una difusión considerables en nuestro país —y, en parte, gracias al trabajo cumplido por la revista Eslabones, dirigida también, mientras existió, por Carlos Martínez Assad—, le falta empero dar el paso siguiente necesario para lograr su verdadera consolidación y madurez. Es decir: trabajar en el ámbito de la reflexión teórica y metodológica fuertes, con el fin de obtener las lecciones de orden general que se derivan de los varios y ricos estudios empíricos que se han ido acumulando en estos seis lustros recientes.

Se trata de una tarea que Martínez Assad reconoce como una de las principales asignaturas pendientes de la actual historia regional mexicana (p. 72). De cumplirse, permitiría a esta última elevarse al mismo rango que hoy tienen —dentro del debate historiográfico mundial— otras corrientes, como la de la microhistoria italiana o la de ciertas ramas de la historia marxista y socialista británicas (por ejemplo, la obra de Edward P. Thompson o los estudios del grupo de la revista History Workshop).

Es claro que a los historiadores mexicanos aún nos hace falta entrar en los debates más profundos que (en el plano de la teoría y de la metodología) abarcan estas áreas de la más moderna historia local y regional. Por ejemplo, para ser capaces de distinguir claramente —lo que hasta hoy no distinguen muchísimos historiadores locales o regionales mexicanos— entre lo que es (primero y simplemente) el análisis de un problema cualquiera y de su específica dimensión espacial (por ejemplo, el estudio del villismo y de su "región", o más bien de su "espacio" de implantación), de lo que sería, en segundo lugar, el estudio histórico de una cierta "región", definida esta última tal vez con criterios geográficos, o económicos, o sociológicos, o políticos, u otros (por ejemplo, el examen histórico de la región del Bajío, o la investigación de la "región" de la rebelión neozapatista actual). Finalmente, en tercer lugar, de lo que constituye hacer la historia de una verdadera región histórica; es decir, de una región que puede definirse ella misma en términos históricos como una "individualidad 'histórica' —o hasta 'geohistórica'— en movimiento" (por ejemplo, la región histórica de la Ciudad de México en el siglo XVI, que en aquellos tiempos incluía sin duda a las ciudades de Puebla y de Veracruz), para retomar una vez más las expresiones de Marc Bloch y de Fernand Braudel, atinentes a este mismo problema.

Al diferenciar entonces nítidamente entre la simple historia espacial (es decir, atenta a la base geográfica de los procesos sociales e históricos que estudia) de la historia de una región económica, o social, o política, etcétera, así como de la historia de una región estrictamente histórica, nuestra historiografía local y regional podría acotar y precisar mucho mejor sus objetivos teóricos, sus herramientas de análisis —distintas en cada uno de los tres niveles mencionados—, al igual que sus pretensiones historiográficas. De tal modo, podría avanzar más pertinentemente en esta línea de la reflexión epistemológica y conceptual.

También hace falta, por ejemplo, entrar a un debate más detenido en torno a los distintos "modelos de concepción de la región" que se han utilizado y aplicado hasta hoy en la historiografía mexicana, muchas veces sin explicitarlos y en ocasiones hasta sin tener total conciencia de su asunción. Incluyen lo mismo al modelo "difusionista" —que concibe la relación entre centro y regiones como la de un proyecto expansivo del centro, que poco a poco y progresivamente va imponiendo de manera tendencial un solo modelo homogéneo e idéntico a todas la regiones de un país (modelo calcado de la experiencia de Francia)— que a otro modelo más bien "polar". Al hacer éste hincapié en la desigualdad entre centro y regiones, mantendría más bien una eterna relación conflictiva entre ambos términos, dejaría subsistir ampliamente las resistencias y las diferencias regionales, lo mismo que la asimetría entre dichas regiones y de todas ellas respecto del centro (como sería, por ejemplo, el caso de España). Aunque también podrían buscarse y construirse modelos más complejos, tal vez "multipolares" (como el que se requeriría para explicar el caso de Italia), en donde los "centros" son múltiples y diferentes, según miremos a la legislación o a la economía, a lo político o a lo religioso...

Asimismo, haría falta empezar a discutir las lecciones que derivan del modo de presencia específicamente latinoamericano de manifestarse esta dimensión de lo local y lo regional en la Historia. Porque en una civilización en la que, en el origen, el espacio no es escaso sino sobreabundante, en la que el Estado no surge apoyándose en las regiones y en su síntesis, sino a la inversa: es él mismo el que construye y da forma a veces a varias de "sus" regiones, resulta claro que el problema regional no puede ser igual al caso de otras civilizaciones diversas. Y ello sencillamente porque nuestra noción de "espacio" —una noción tan central para cualquier definición y práctica de la historia regional y local—, difiere radicalmente de la noción de lo que ese "espacio" es para otras civilizaciones humanas.

Junto a los anteriores, quedaría una serie de problemas nuevos e importantes que nuestra historiografía local y regional debería explicitar, teorizar, debatir y ser capaz de generalizar en términos epistemológicos, para poder pasar de su estado actual de una enorme riqueza como conjunto de estudios empíricos nuevos y sugestivos, a la más firme condición de constituirse como un nuevo polo fuerte de la historiografía mundial, una corriente o propuesta historiográfica nueva: específicamente latinoamericana, capaz de dialogar en igualdad de circunstancias con los otros polos fuertes hoy vigentes dentro de los estudios históricos internacionales.

Confiemos entonces en que la lectura y discusión del libro Los sentimientos de la región, de Carlos Martínez Assad, coadyuve en alguna medida a impulsar a los historiadores mexicanos a enfrentar estos importantes y apremiantes retos intelectuales e historiográficos del más inmediato futuro.

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