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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.65 no.2 Ciudad de México abr./jun. 2003

 

Sexualidad, jóvenes y violencia

 

Un testimonio reflexivo sobre la experiencia de construir historias de vida con jóvenes de vida violenta*

 

A Reflexive Testimony on the Experience of Constructing the Life Histories of Youths with Violent Lifestyles

 

Verónica Zubillaga**

 

** Candidata a doctora en la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica. Investigadora del Laboratorio de Ciencias Sociales en Caracas. Temas de especialización: jóvenes; subjetividad y acción violenta en ciudades latinoamericanas. Dirección: Rue Général Eenens, núm. 9, B-1030, Bruselas, Bélgica. Fax: 00 (32) 215 37 37. Correo electrónico: <vzubillaga@skynet.be/vzubilla@reacciun.ve>.

 

Recibido: 5 de abril de 2002.
Aceptado: 25 de noviembre de 2002.

 

Resumen

Este artículo se propone cumplir dos objetivos: i) compartir y aportar algunas pistas sobre la experiencia de realizar historias de vida entre varones jóvenes de vida violenta en una ciudad latinoamericana como Caracas; ii) comentar el dispositivo de entrevista en tanto interacción productora de conocimiento, concretamente marcada en nuestro caso por la diferencia de género y, en menor medida, por la edad, el oficio y el medio social.

Palabras clave: violencia; jóvenes; América Latina; relatos; interacción; intermediario; género.

 

Abstract

This article pursues two aims; i) to share and provide guidelines on the experience of recording the life histories of young males with violent lifestyles in a Latin American city such as Caracas; ii) to comment on the interview method as a form of action that produces knowledge, which in this case is specifically affected by the difference in gender, and, to a lesser extent, the interviewer's age, job and social class.

Key words: violence; young males; Latin America; stories; interaction; go-between; gender.

 

I. INTRODUCCIÓN

EN 1943, UNA VEZ QUE LA ESCUELA DE CHICAGO había realizado y publicado diversas investigaciones sobre crimen y problemas urbanos, William Foot Whyte comentaba la difícil tarea de encontrar manuales sociológicos que dieran pistas concretas sobre el quehacer metodológico y sociológico del trabajo de campo en estos terrenos (Whyte, 1943). Sin duda que mucho ha pasado en la historia y práctica de las Ciencias Sociales en lo que concierne al abordaje de problemas empíricos que son a su vez problemas sociales y políticos, como la violencia urbana y la exclusión social.1 Sin embargo, aun considerando estos trabajos, el hecho de llevar a cabo hoy, en América Latina, trabajos de terreno vinculados a problemas sociales como la violencia urbana —y centrados en la subjetividad de uno de sus actores fundamentales: los varones jóvenes de barrios precarios—, y ser mujer, aunque presenta desafíos similares a estudios realizados en el pasado, plantea a su vez retos muy diferentes.

Varios de estos retos tienen que ver con los cambios y transformaciones que dicha problemática ha verificado en la región: las armas de fuego, que en la violencia del pasado eran escasas (lo común eran las armas blancas), en la actualidad abundan. Por otro lado, en algunos países latinoamericanos, a partir de los procesos de liberalización de la economía, la sostenida regresión económica y el proceso de debilitamiento del Estado (así como la pérdida de legitimidad de sus funcionarios, sobre todo a partir de los años noventa), este último se ha constituido hoy en fuente de violencia a causa de la extralimitación de la actuación de sus agentes policiales. La incapacidad del Estado de garantizar la seguridad urbana se encuentra asimismo en el origen del pronunciado sentido de vulnerabilidad experimentado actualmente en algunas ciudades de la región (Briceño-León y Zubillaga, 2001). Por último, respecto de uno de los actores de la violencia, si en el pasado se trataba de subjetividades fusionadas y comprometidas con grupos con ideales o banderas políticas, en el presente se trata de subjetividades atrofiadas por la opresión de la exclusión; obligadas, frente a la desprotección oficial, a convertirse en defensores personales de sus familias y de sus vecinos; presionadas también por nuevas demandas culturales difíciles de resistir —como el reconocimiento personal obtenido mediante la participación en el consumo— y absorbidas por economías globales e ilegales como las del narcotráfico y las del crimen organizado (consúltense los trabajos de Bajoit y Franssen, 1995; Zaluar, 1997, Wieviorka, 1997; Salazar, 1998; Adorno, 1999). En fin, la violencia actual, desplegada en el seno de las ciudades latinoamericanas, es una violencia inédita y, en consecuencia, novedosos son los retos en el momento de estudiarla.

Antes de enunciar los objetivos que dirigen el presente trabajo, aclaremos que la preocupación original que guió la investigación sobre la cual se funda este ensayo, se centró en la exploración de la construcción de la identidad masculina de varones jóvenes de vida violenta en barrios precarios y en la cualidad extrema de su violencia; es decir, el riesgo siempre presente de dar o recibir muerte. Para comprender esta violencia, nos pareció entonces necesario dirigirnos a sus actores fundamentales: varones jóvenes que estuvieran armados y participaran en la dinámica cotidiana de enfrentamientos armados en diferentes barrios de Caracas. La estrategia metodológica que se adaptaba a dichos fines era sin duda de tipo cualitativo, y nos decidimos concretamente por la historia de vida2 mediante entrevistas en profundidad. Tal estrategia nos permitiría conocer la vida e interactuar con estos jóvenes durante algunos meses de su vida. En aquel momento, las preguntas y desafío inicial para una socióloga era: ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo establecer una relación de honestidad con ellos, en su propio medio, sin ponerme en peligro y sin que me vieran como un agente vinculado a instituciones de control social? ¿Qué repercusiones tendría en las entrevistas el hecho de ser mujer? Lo que intento plasmar en estas páginas son las respuestas a dichas preguntas.

Así, a partir de la reflexión sobre el itinerario de nuestro trabajo de campo, el presente ensayo —a medio camino entre el relato personal y la discusión metodológica— se propone dos objetivos : i) compartir y aportar algunas pistas sobre la experiencia de realizar historias de vida entre varones jóvenes de vida violenta; ii) comentar el dispositivo de entrevista en tanto interacción productora de conocimiento, concretamente marcada por la diferencia de género y, en menor medida, por la edad, oficio y medio social. De modo que, en el apartado II de este trabajo, describiremos la manera como localizamos y establecimos contacto con los jóvenes. Discutiremos en especial la importancia de la figura del intermediario en una investigación de este tipo. En el apartado III, a partir de nuestra experiencia personal, discutimos las repercusiones que tiene el hecho de que una socióloga proveniente de medio diferente haga entrevistas en profundidad entre varones jóvenes de vida violenta, provenientes de barrios precarios.

 

II. SOCIÓLOGA CON GRABADORA BUSCA A JÓVENES CON ARMAS

Constituirnos en voceros y analistas de la experiencia de jóvenes de vida violenta, no nos parecía en principio tarea fácil. Por otro lado, no queríamos entrevistar a individuos recluidos en centros de tratamiento y diagnóstico "para jóvenes transgresores", línea corriente de investigación en esta área. Precisamente, queríamos encontrar a los jóvenes en la realidad abierta del día a día, en su medio, sin etiquetas institucionales que los marcaran como "transgresores" y que posiblemente condicionarían la imagen que presentarían y elaborarían de ellos mismos durante la entrevista.

Lo anterior se relaciona además con la definición de la situación de entrevista como un momento fundamental de la investigación. Situándonos dentro del campo de la "Grounded Theory" de B. Glaser y A. Strauss, de la teoría de los actos de habla de J. L. Austin —así como de las reflexiones que, siguiendo a estos autores, han producido investigadores preocupados por una Sociología comprehensiva de orden empírico (Pharo, 1985; Demaziére y Dubar, 1997)—, asumimos la conversación de entrevista como el encuentro y la producción de un discurso profundamente marcado por la interacción que se genera entre el sujeto entrevistado y el sujeto que entrevista. Intervenido, en nuestro caso, por la definición que el joven elabora de la situación de entrevista y de la socióloga que formula preguntas; marcado igualmente por la imagen particular que de sí mismo el joven varón desea presentar a una socióloga que lo entrevista (punto que trataré más adelante).3

Así pues, pensamos que debíamos encontrar a jóvenes en un momento de su vida en el que estuvieran en plena acción, que no tuvieran problemas graves de adicción a drogas y que habitaran en una vivienda de un barrio de Caracas (para diferenciarlos de los niños y jóvenes que viven en la calle, generalmente con graves problemas de adicción); es decir, varones jóvenes, en plena vitalidad física y emocional característica de su edad y, por supuesto, que contaran con armas.

a) Estableciendo contacto: la figura del intermediario, pieza clave en los primeros encuentros

Encontrar a jóvenes con estas características no fue un trabajo que pudiera planificarse de manera precisa; dependió, en gran medida, del capital social y personal con el que pudimos contar. Así que, después de invertir algún tiempo en visitar diferentes instituciones que tenían trabajos de base en barrios populares, finalmente un mes después, un amigo me dijo que él podía presentarme a Pascual, un malandro4 adulto amigo suyo, y que éste me presentaría a los jóvenes que yo buscaba. De tal modo, mediante un amigo que se constituyó en intermediario, logramos entablar el contacto con el primer joven.

En retrospectiva, nos damos cuenta de que la importancia del intermediario en este tipo de trabajo, tiene que ver con una lógica de sociabilidad prominente en la cultura latinoamericana, en la cual la familia ocupa un puesto central: los vínculos familiares y de amistad son vínculos de pertenencia y a partir de ellos se genera un complejo sistema de intercambios que se concretiza en el favor.5 Así pues, el contacto inicial con estos jóvenes dependió mucho de encontrar un intermediario dispuesto que tuviera una relación cercana con ellos y que, en nombre de la investigadora, se constituyera en un demandante de favor a su joven amigo: "Hazme el favor de ayudar a esta muchacha que está haciendo un estudio de la Universidad". La eficacia de tal estrategia viene entonces por el mandato cultural de la obligación implícita de ayudar al amigo que lo solicita. Dicha estrategia resultó fundamental porque no deseábamos introducir el pago monetario como incentivo; nos parecía que ello acarrearía un interés lucrativo que no es para nada deseable en este tipo de investigación.

La participación del intermediario fue imprescindible para convencer al joven acerca de la seriedad del trabajo y planificar los encuentros. Y posteriormente, a medida que desarrollábamos la relación con el joven, nuestra dependencia del intermediario fue disminuyendo, y el "favor" se transfería: el joven comenzó a hacernos un favor. En una de nuestras conversaciones, Robert (uno de los jóvenes que entrevisté) señaló:

[...] aunque tú no lo creas, estas grabaciones que tú estás haciendo me comprometen [...] no te creas porque yo lo hago por Michely (el intermediario), ¿oíste? Porque yo voy a ser claro: en mi medio yo, grabando esto, yo me estoy comprometiendo, ¿ves?

Luego, en otra entrevista, cuando al final llegó un amigo, un poco sorprendido y preguntando qué hacíamos, Robert le dijo: "No, no hay nada, marico. Esta chama6 la estamos favoreciendo pa' una vaina7 seria".

El intermediario fue quien —además de ponerme en contacto con el sujeto de la entrevista— permitió vencer los temores del joven y garantizó la seguridad para él y para mí misma. Para él constituyó la garantía de que yo (en tanto investigadora) no estaba relacionada con instituciones de control social —evidentemente, con la policía—; para mí, la relación del intermediario con el joven, garantizaba la no agresión (aspecto del que hablaré en el apartado III). En este sentido, transcribo, de mi diario de campo, mis primeras impresiones y las reacciones que percibí en Pascual durante nuestro primer encuentro. Después me presentaría a su sobrino Joel.

Pascual es un hombre delgado, moreno, de ojos grandes. Cuando lo vi por primera vez, estaba sin camisa y los pantalones le colgaban de las caderas. Sus dientes, irregulares, estaban desgastados y amarillos. Tenía muchos collares y cadenas en el cuello y la cintura; un tridente colgaba, por si acaso, de una de sus cadenas.

Al principio se mostró desconfiado y puso cara de mucha extrañeza cuando le dije que era socióloga y que estaba investigando sobre la crisis económica, la violencia en la ciudad y los jóvenes; particularmente, que estaba haciendo entrevistas con muchachos que tenían, "por ejemplo, una pistolita para defenderse". Si no hubiese sido por Julio (mi amigo), Pascual no acepta. Julio le dijo, al ver su rostro de asombro: "Pascual, tú sabes que yo no te traería a alguien malo. La chama es seria".

Pascual nos contó que tenía 13 tiros en el cuerpo. Que a un sobrino lo habían matado hacía poco. El encuentro fue breve, y concertamos una cita para el jueves en el parque a las 4:00. Pascual nos juró por su madre, "que está bajo tierra", que allí estaría con su sobrino. Me dio la mano y la entrelazamos seguidamente de tres maneras diferentes. Persignándose varias veces, me dijo: "Palabra de caballero" y "por mi madre que está bajo tierra" que allí estaría con el chamo el jueves a las 4:00".

b) El discurso de presentación: bajando las defensas y produciendo encuentro

Si encontrar un intermediario fue tarea clave, también lo fue el discurso de presentación. En él declarábamos que estábamos interesados en ellos por la dinámica en la que se encontraban; no manifestábamos acusaciones o censuras. Dije "por ejemplo, una pistolita para defenderse" para que este detalle, que era fundamental para nosotros, apareciera más bien como casual, adicional; agregué "para defenderse" (véase cita anterior) para elevar toda percepción posible de intenciones de acusación de nuestra parte. En todo caso, íbamos de conformidad con la justificación general de estos muchachos, quienes muchas veces argumentan que su violencia es una defensa frente a las agresiones o invasiones de sus pares de barrios vecinos.

Por otro lado, en la intensidad de las relaciones del barrio, dichos jóvenes reconocen a su vez las opiniones y sentimientos diversos que despiertan en su vecindario. Si conviven con sus vecinos, también saben que los vecinos hablan de ellos y que el gobierno tiene declarada una "guerra contra el hampa". Por ello, el discurso de presentación es fundamental; su propósito es bajar las defensas del joven y explicitar que se trata de una entrada "amistosa" y empática. Para lograrlo, en nuestra experiencia fue necesario conocer y presentarnos con las justificaciones comunes y recurrentes que entre ellos prevalecen, así como manejar el lenguaje ordinario, utilizar las expresiones conocidas.

Para comenzar, familiarizarse con el lenguaje cotidiano y general de los jóvenes (que no el especializado y exclusivo llamado "lenguaje malandro") no resulta del todo difícil (véase Pedrazzini y Sánchez, 1992; Márquez, 1999). Una palabra como "culebra", que designa el conflicto cotidiano que sólo se salda con muerte entre varones jóvenes, forma parte igualmente del lenguaje corriente de sus vecinos, quienes también son víctimas de su violencia. Adicionalmente, investigaciones y reportajes sobre estos jóvenes, se han presentado en los medios y han develado la complejidad de dicho lenguaje (Ibid; Castillo, 1997; Duque y Muñoz, 1995). Así pues, expresarnos con él nos permitiría además desentrañar los significados de su mundo de vida: el sentido de sus acciones.

El discurso de presentación constituyó entonces un importante canal que sirvió para cruzar las fronteras de clase, cultura y género que nos separaban del joven, si bien soy venezolana caraqueña, y comparto iconos y figuras de esta cultura global con él. Caracas es una ciudad fragmentada dramáticamente entre zonas de urbanización moderna y zonas de autoconstrucción de viviendas precarias: las urbanizaciones y los barrios de Caracas.8 Y si la urbe nos alejaba con sus divisiones, la edad y, sobre todo —como iremos descubriendo en estas páginas— el sentido del humor, la ironía y la empatía nos acercaban y se convertían en una eficaz herramienta para producir encuentros.

Así, armados con este discurso y secundados por nuestra red de familiares, amigos y colegas, seguimos buscando y encontrando jóvenes en la urbe; por supuesto, luchando con algunos temores.

c) Los temores de la socióloga y el intermediario como garante de seguridad

Cabe señalar que algunas ciudades en Venezuela, así como en Brasil, Colombia o México, se han vuelto realmente peligrosas. Ello se corrobora en el notable aumento de sus tasas de crímenes en la década de los noventa (Briceño-León, 1997; De Roux, 1997; Salazar, 1998; Pegoraro, 2000). Los habitantes latinoamericanos de las grandes ciudades hemos cambiado nuestros hábitos, nuestros temas de conversaciones, nuestros itinerarios urbanos y nuestros modos de relación con desconocidos. Tratamos permanentemente de evitar la realización de la intuición de ser víctima en potencia de una posible agresión (Rotker, 2000; Jimeno, 1998; Cisneros y Zubillaga, 1997).

Al investigar en dicha área, hacemos frente a dos tipos de temores: 1) en tanto habitante de Caracas y en tanto investigadora, recorría sus barrios y urbanizaciones; asimismo, estaba expuesta a los diferentes riesgos que cualquier habitante que transita o habita en las zonas de alto o bajo riesgo puede sufrir. Al mismo tiempo, 2) mi condición de investigadora me sensibilizaba particularmente al riesgo de verme envuelta en situaciones en las que otros jóvenes agredieran a mis entrevistados, y muy secretamente en situación, a la agresión que alguno del grupo de jóvenes podía ejercer sobre mí. De hecho, en esta área, los temores del investigador intervienen en el momento de planificar su trabajo de campo, tal como nos lo revela Patricia Márquez en su estudio sobre la violencia y la vida de jóvenes que habitan en las calles de Caracas (Márquez, 1999: 12-14).

En lo que concierne al primer temor, ser mujer interviene de modo favorable. En promedio, las mujeres víctimas de homicidios constituyen sólo 5%, en comparación con nuestros compañeros varones, quienes constituyen 95% (Sanjuán, 1997). Por ser mujer, yo no participaba en la dinámica extrema de la violencia: el ajuste de cuentas o el riesgo de ser confundida por el enemigo, como es corriente entre los varones.

La dinámica de agresión que nos ocupa es eminentemente masculina; en ella prevalece el acoso entre hombres, quienes demuestran y ejercen dominación. Un hombre joven tiene una altísima probabilidad de ser agredido al entrar en un barrio si no lo hace con alguna persona conocida, especialmente de noche y durante el fin de semana. Los jóvenes tienen una relación de colonización con su espacio del barrio, y la entrada de dos hombres en territorio propio es considerada invasión, tal como expresaron ellos mismos y como lo ilustran diferentes estudios preocupados por jóvenes y bandas juveniles (Dubet, 1987; Katz, 1988; Castillo, 1997; Salazar, 1998; Márquez, 1999).

Respecto del segundo temor, recuerdo un día en que fui a buscar a Joel y no estaba. Me encontré, como siempre, a Pascual. Ese día, escribí:

Pascual me invitó a buscar a Joel. Fuimos a casa de Juan [otro tío]. Después de un callejoncito, no estaba. En este callejón, oscuro y aislado, todos los míticos temores de género (mujer vulnerable frente a hombre amenazante), más el conocimiento acumulado sobre la dinámica entre hombres, afloraron a mi conciencia. Empecé a pensar: "Qué ingenua soy. Pensar que este sujeto no va a hacerme daño... ¿Y si me golpea? ¿O abusa de mí? Y si me apuñala con su pequeño tridente, ¿quién nos verá? ¿Si en cualquier minuto llega un enemigo del pasado y nos dispara?". Pero, a pesar de mis miedos y proyecciones paranoicas, Pascual no parecía siquiera pensar en agredirme. Me quedé hablando con él durante horas.

Pascual se convirtió entonces en un intermediario querido. Una vez, conversando, me dijo:

Chama, cuando tú quieras conocer todo bien-bien-bien, tienes que venir un viernes: un viernes a las siete, seis de la tarde, pa' que tú veas, qué gente; pa' que tú veas lo que es vivir esto; pa' que tú veas, [...] Vas a estar conmigo, no te preocupes; aquí nadie te va tocar. ¡Nadie! Pero tú vas a verlo tú misma. Con tus ojos tú vas a ver las vainas como tal; tú vas a ve' cómo llegan a la gente y le meten así: pum, pum. Tú vas a ver. A ti nadie te va a tocar. ¡Nadie!

En esta área de la seguridad personal, el intermediario fue de nuevo importante para nosotros, ya que constituyó la vía de entrada o pase de presentación frente al joven y, como dijimos anteriormente, garantizaba nuestra seguridad. Este último aspecto debe ser visto a la luz de la lógica de sociabilidad de la que hablábamos antes: la centralidad de los vínculos familiares y comunitarios en la sociabilidad latinoamericana. En tal aspecto particular, nos referimos precisamente al modo de entrada y (la dinámica de relación) de los desconocidos en grupos familiares o de amistades. La persona que entra en un grupo lo hace de la mano de uno de sus miembros, y es integrado y reconocido por la extensión del vínculo de su garante. Así, "los amigos de mis amigos, también amigos míos son". Y lo contrario: "los enemigos de mis amigos, también enemigos míos son". En este sentido, el intermediario nos permitió introducirnos en el mundo del joven, "como si fuera una invitada de un miembro de nosotros", de un miembro de la comunidad. De tal manera evitábamos despertar desconfianza y ello constituía una suerte de garantía de no agresión.

Cabe señalar que esta lógica es la predominante entre muchos jóvenes en la dinámica de la agresión y sus selecciones en barrios, en los cuales prevalecen las relaciones cara a cara. Los jóvenes mismos tienen apego a su comunidad y procuran no molestar a sus vecinos, por el resguardo que ellos ofrecen frente a la policía o frente a sus pares enemigos. Tal resguardo es retribuido con protección y vigilancia. El joven se constituye en justiciero local frente a los jóvenes de barrios vecinos que invaden para robar o agredir. A su vez, este mismo joven que es justiciero en su barrio, emigra a otros donde no es conocido y allí roba o agrede. Es allí donde se encuentra con el "justiciero" del otro barrio y muchas veces comienzan los problemas.9

Sin embargo, sobre dicho tema también hemos de revelar que el miedo nunca se pierde porque, en este tipo de experiencia, la permanente fragilidad de toda interacción —tal como nos lo descubrió E. Goffman o H. Garfinkel— se hace más evidente. La sensación de vulnerabilidad de la situación, como la de sus propias vidas, siempre se encuentra latente. Se percibe la fragilidad porque, a pesar de todas las prudencias, la irrupción de un enemigo con el propósito de vengar una afrenta, forma parte del horizonte de posibilidades de la situación; y si para ellos esto forma parte de la normalidad de la vida diaria, para mí era una situación completamente ajena. Lo delicado de la situación se nos hizo muy presente cuando uno de los jóvenes, en un periodo en el que necesitaba dinero, amenazó con agredir mortalmente a nuestro intermediario si no le entregaba el dinero que le exigía. Fue el único caso doloroso y de mayor angustia. En todos los meses de búsqueda y relación con estos jóvenes, nunca tuve contratiempo alguno.

Durante el año que duró nuestro trabajo de campo,10 tuve encuentros y sesiones de entrevista con nueve jóvenes. En cada caso, participó la figura del intermediario que, en diferentes oportunidades, fue encontrado por otro intermediario. Es decir, para llegar al sujeto de entrevista, tuvimos que pasar por diferentes eslabones de una cadena de sociabilidad: familiares, amigos o colegas que me ponían en contacto con amigos, familiares o colegas que conocían a un joven con las características que yo buscaba. Entre los intermediarios finales (es decir, quienes nos pusieron en contacto directo con el joven), podemos contar: un sacerdote, un pastor evangélico, una maestra de escuela, una estudiante universitaria y activistas comunitarios.

Los jóvenes que encontré estaban involucrados en tráfico de drogas o en el crimen organizado (unos, artesanales; otros, muy refinados). Las sesiones de entrevista se desarrollaron en el día o en la noche, en diferentes lugares: un parque, una escuela de niños, la casa de la novia de uno de ellos, una parroquia, un centro comercial, una biblioteca pública, en la calle. En algunas de las entrevistas, compartíamos algunas cervezas; en otras, un refresco; en otras, simplemente hablábamos.

Durante aproximadamente 11 meses, tuve contacto con ellos y con personas que integraban su red de relaciones cotidianas. También tuve noticias sobre los acontecimiento de sus vidas por vía de los intermediarios. Estos últimos me contaban sus interacciones cotidianas con los jóvenes y me avisaban de lo que sucedía en sus vidas; por ejemplo, cuando uno de ellos fue internado en el hospital por una herida de bala en el riñón en un enfrentamiento; otro fue encarcelado por la policía.

Las entrevistas fueron grabadas; asimismo, escribí en mi diario de campo todas las conversaciones, acontecimientos e impresiones que sucedieron y tuve en esos meses. Una vez instalada la confianza, el uso de la grabadora no acarreó problemas. Empecé a utilizarla a partir del segundo encuentro. Explicaba a los jóvenes que grababa las entrevistas para no estar tomando notas, y ponía el instrumento a un lado.

 

III. MUJER RECOPILANDO DATOS SOBRE VARONES

Después de describir, en el apartado II, las maneras como contactamos a los jóvenes, el modo como logramos sostener los encuentros de entrevista, en el presente apartado —tal como enunciamos— discutiremos las repercusiones que tienen la diferencia de género, edad, oficio y medio social en la interacción durante las entrevistas para la historia de vida. Compartiremos, además, brevemente y para concluir, algunas vivencias de investigación vinculadas con el modo de vida del joven.

a) De cómo género, edad y diferencia social intervinieron durante tas dinámicas de interacción y la producción del discurso

Cuando se trata de investigar a hombres y mujeres en la multiplicidad de sus prácticas y representaciones mediante métodos etnográficos, ser hombre o mujer tiene efectivamente repercusiones, como ya se lo han planteado algunos investigadores (Guttmann, 1999: 116). Y, en cada caso, brinda ventajas y plantea desventajas.

Al analizar las identidades de género en la situación de entrevista, en contraste con nuestro caso, resulta muy interesante la narración que ofrecen sobre su trabajo etnográfico M. Sanchez-Jankowski, quien ha emprendido un estudio en profundidad durante diez años entre 37 bandas de jóvenes de Los Ángeles, Nueva York y Boston (Sanchez-Jankowski, 1991) y P. Bourgois, quien pasó cuatro años con un grupo de varones jóvenes puertorriqueños que se dedican a traficar con drogas en el Harlem (Bourgois, 1995).

M. Sanchez-Jankowski (1991), mediante un conmovedor relato, nos revela cómo tuvo que demostrar su disposición a luchar para poder ser aceptado en el mundo de las bandas que estudió. El autor revela:

El test estaba relacionado con saber cuán duro era yo. Aunque hubo variación en el modo como dicho test fue aplicado, los sujetos participantes iniciaban una pelea conmigo. El propósito era averiguar cuán bueno era yo para pelear y saber si tenía "corazón" (valor). Las razones para aplicar este test eran funcionales. Los miembros de la banda querían saber si tenía el valor de pelear si era asaltado por una banda rival, y si podía arreglármelas por mí mismo y no abandonar sus flancos. En este test era aceptable pelear y perder; pero resulta inconcebible no pelear (Sanchez-Jankowski, 1991: 12), (traducción de la autora).

Y el autor seguidamente relata:

Los dos tests descritos arriba [el primero consistía en la vigilancia continua de parte de los miembros de la banda para detectar si el investigador pertenecía a la policía] no fueron motivo de sorpresa para mí, pues crecí en medio de bandas y estuve vinculado con ellas cuando viví en Detroit. El hecho de tomar clases de karate no eliminó la ansiedad que estas situaciones crean, pero ayudó a reducirla. Aunque dichos tests a menudo me dejaron algunas magulladuras, nunca fui herido de gravedad. Algo notable. En más de diez años durante los cuales conduje esta investigación, sólo fui herido de gravedad dos veces (Ibid.).

P. Bourgois refiere una situación diferente. El investigador, que se instaló en el barrio y conoció a los jóvenes por intermedio de una vecina, narra que luego de esta presentación y al pasar diariamente frente al comercio donde se encontraban, le llevó "menos de dos semanas para que Primo se animara frente a mi presencia" (Bourgois, 1995: 40). Este antropólogo, que estableció con los jóvenes una relación de estrecha camaradería, relata cómo en una ocasión (después de dos años de establecer contacto permanente con los muchachos), uno de ellos le reveló que al principio pensaban que él era "pato" o "faggot". Podemos concebir que la negación de la virilidad del antropólogo —o la asignación de una masculinidad afeminada— por parte de los jóvenes, así como la actuación del propio Bourgois (la cual connota que no despliega una masculinidad adherida a la virilidad, al menos en el carácter expresivo del modelo latino), fue lo que permitió al antropólogo, en un primer momento, introducirse en el mundo de estos jóvenes y ser exceptuado del juego de desafío y provocación típico de tal masculinidad.

Así, con estos relatos, queremos poner en evidencia que, en un contexto cultural y social donde grupos de hombres comparten una masculinidad concentrada en la demostración de virilidad (Connell, 1987; Ramírez, 1993), los signos de identidad social y de modo como el investigador interprete su identidad de género interviene de modo importante en los procesos de interacción de entrevista. (En ciudades latinoamericanas, en especial Caracas, vale más exceptuarse de las pruebas de valor y temeridad entre hombres, ya que los pleitos o pruebas se resuelven con armas. De aquí que cada fin de semana se produzcan alrededor de 30 muertes en intercambios armados entre jóvenes y entre éstos y la policía.) Según nuestra experiencia, ser mujer permite entonces escapar de la dinámica de oposición inicial que priva entre hombres desconocidos, adheridos a este tipo de hombría. Una mujer se introduce de modo diferente en los juegos de poder. Por un lado, no se instala una dinámica de virilidad competitiva y, por otro, se instalan otras dinámicas, como veremos a continuación.

En las conversaciones sostenidas, los jóvenes —al mismo tiempo que hablaban de su relación con otros hombres— explicitaban su modo de relación con las mujeres y, concretamente, el trabajo reflexivo que desplegaban en situación.

ROBERT: [...] entonces, coño, porque hablas feo y tal. Y entonces por ahí viene la discordia: porque son malandros. Y entonces hay curda en el coco11 de repente hay dos armas y pelan12 Y más que siempre se ve tiroteo en la huevonada.13

VZ: ¿Cómo es eso de que hablan "feo"?

ROBERT: Por lo menos, en estos términos que yo te estoy hablando ahorita [dramatizando con entonaciones y gestos]. ¿Ves? Por lo menos, si estuvieran otras muchachas en Falla, ¿ves? [una discoteca] Tú sabes que uno trata de que las chamas no se vayan a llevar una imagen fea de uno. Uno sabe cómo se tiene que expresar en cualquier sitio. Nosotros escribimos cualquier personalidad: depende del momento donde estemos.

VZ: ¿Cómo es eso?

CARLOS: Por lo menos, nosotros estamos hablando contigo horita; y nosotros hablamos tranquiliiiitos... (risas).

Las edades de los jóvenes que entrevisté fructuaban entre los 16 y los 27 años. En el momento de realizar las entrevistas, yo tenía 29 y luego, 30 años. Puesto que éramos contemporáneos, podíamos compartir la referencia a iconos de la cultura global y local. Compartía con tres de los jóvenes la afición por las canciones de Bob Marley, y entendía de qué se trataba cuando me hablaban de grupos de rap.14 Esto nos permitía conversar de temas alternativos, me permitía conocer su estilo de vida y relación con los medios; al mismo tiempo, podía manifestar y establecer el mutuo reconocimiento: a pesar de provenir de mundos tan diferentes, en el fondo nuestros referentes no eran tan distintos.

En términos de nuestra interacción, las definiciones que ellos me asignaban y el tipo de relación que querían establecer, el hecho de ser mujer, de ser "socióloga" y de tener más o menos su misma edad, produjo diferentes dinámicas de relación y estimuló respuestas distintas en los jóvenes. Aunque yo había explicado que era socióloga, ello no les decía mucho, y asociaban mi actividad con las profesiones u oficios que les eran familiares.

Entre nosotros se establecieron diferentes dinámicas de interacción marcadas por distintas imágenes vinculadas con mi identidad de género y de oficio. Con algunos jóvenes, ciertos tipos de interacción resultaron dominantes; con otros, se mezclaban o se alternaban (o ambos). En general, fui considerada como reportera, psicóloga, o estudiante de la universidad, y esto promovió el hecho de que habláramos con facilidad. Uno de los jóvenes que ejercía posición de liderazgo dentro de su grupo, se explayaba en sus historias durante las entrevistas; también expresaba sorpresa y fascinación por los relatos que, inspirados por mis preguntas, surgían a medida que pensaba en ellos. Este joven, en una de las primeras entrevistas, me ordenó: "Haz las preguntas que a ti te interesa saber: sin asco".

Los más jóvenes (entre 17 y 19 años, y muy apegados a su madre) me asignaban una suerte de imagen materna, que abría el camino para las confesiones más íntimas y dolorosas. Dicha dinámica se hallaba sin duda marcada por el peso que tenía la imagen de la madre en la vida de estos jóvenes.15 En efecto, cuando pregunté a uno de ellos cómo se llevaba con su madre, me respondió tajante: "Yo la amo". Luego agregó: "Yo le echo mis cuentos y ella, los de ella; no peleamos así: yo amo a mi mamá". Nos había contado, igualmente, que no tenía amigos; que los amigos no existen. Los otros hombres se burlan de los sentimientos. Este joven, quien tenía las conductas más violentas incluso en su propia comunidad, había insistido en que continuáramos con los encuentros porque era "bueno pensar y desahogarse".

Desde el punto de vista del discurso, el caso que resulta más problemático ocurre cuando el joven instala una dinámica de seducción y a la imagen de investigadora yuxtapone la de mujer susceptible a ser seducida. Aunque pueda parecer extraño reflexionar sobre esto, resulta fundamental a la hora de analizar el discurso producido y el tipo de análisis que se construye en el texto final. Si bien en toda entrevista el sujeto realiza selecciones, omisiones y alteraciones en los relatos que conciernen a su historia de vida —ya que entraña el esfuerzo subjetivo por reconstruir acontecimientos del pasado (lejano o cercano) a partir del recuerdo de la vivencia—, la instalación de esta dinámica ocasionó que el joven hiciera tergiversaciones sistemáticas en algunos de los hechos. Por otro lado, justamente tal acomodo de los hechos muchas veces es el que nos permite poner en evidencia y analizar qué está "haciendo" el joven cuando narra su vida.

Jairo, que tenía 27 años, me contó en las sesiones de entrevistas que había vendido droga cuando era más joven, pero que había dejado de hacerlo porque era "malo para las personas". Esta afirmación se contradice con lo referido por Jesús, otro joven mucho menor del mismo barrio, quien —sin saber— declaró: "Por lo menos a mí no me gusta pasármela así con alguien que sea así dañado.16 Jairo la vende; él no la consume porque eso no trae nada bueno".

En efecto, Jairo seguía vendiendo drogas.

Una vez que establecimos conversaciones largas y difíciles sobre la relación con su padre y la muerte de su hermano en un atraco, Jairo jugaba a complacernos, a hacernos reír, a "mostrar que él tiene su corazoncito". Cuando le preguntaba si iba al cine y cuáles películas había visto, contaba:

Película te digo yo [...] otra también; bueno, películas de sentimiento. Por lo menos, Titanic17 a mí me gustó bastante. Hasta uno, viste que a uno se le aguan las lagrimas y todo (risas), hasta a los más que tú dices: "¡Coño, éstos son unas ratas!". Esos les parte el corazón (risas); se hacen los locos. Y ¿qué tienen? Tú les preguntas qué tienen y: "No, que me cayó una basura en el ojo", y se les ablanda el corazón, ¿ves? Este que te digo yo [...].

Contó además que no tenía novia. El primero de febrero de 2001, hablé por teléfono con Jairo y convenimos en cuándo sería el próximo encuentro. Al día siguiente, escuché los siguientes mensajes en la contestadora del teléfono móvil que utilicé para fijar los encuentros: jueves 1/2/01, 11: 57 p. m.: "¿Qué quieres tú con mi marido? ¡Maldita perra, sucia!". Viernes 2/02/01, 12:01 a. m.: "Mira, sucia, el amor de [... ] (incomprensible). ¿oíste? [... ] Deja la huevonada que tienes con él, ¡maldita perra!".

Esa voz, ¿era de la mujer de Jairo, que creería que él "estaba saliendo" conmigo? Era el único que tenía novia y me lo había ocultado. Una vecina me había hablado de su mujer. Esta vecina ya le había dicho a nuestro intermediario (una estudiante que era hija de la profesora de la escuela de niños del barrio), que él quería invitarnos a cenar a las dos. Jairo nunca aceptó que tenía novia, y todo el tiempo afirmó no tener la menor idea de quién pudo haber hecho esa llamada.

Frente a estos hechos, ¿cómo manejar el sentido de las omisiones o tergiversaciones que realiza el sujeto en entrevista?

Para comenzar, podemos sugerir que en general las modificaciones que ocurren en las entrevistas iniciales, cuando se trata de temas definidos socialmente como "delicados", constituyen una estrategia corriente para "salvar la cara" frente a un desconocido que hace preguntas; puede responder, asimismo, al deseo de agradar al interlocutor. Una estrategia para develar la presencia y entender el sentido de estas tergiversaciones fue sin duda el encuentro repetido con los jóvenes. La sucesión de encuentros permitió advertir el modo como evolucionaba el discurso que construyó el joven en situación, así como la confianza que se desarrollaba. Y, ciertamente, luego de dos o tres entrevistas, los jóvenes habían olvidado versiones o datos que habían presentado en sus conversaciones iniciales y hablaban con mayor tranquilidad de los acontecimientos de su vida.

Luego, la versión modificada de los hechos que presenta Jairo, dice efectivamente mucho de él. En el plano de nuestra interacción, pone en evidencia las estrategias discursivas desplegadas en situación para agradar a la interlocutora —dicho de otra manera, para presentar una identidad masculina orientada hacia un interlocutor aprehendido a partir de su feminidad— y para elaborar una identidad definida por su carácter moral (en el caso en que ocultó que seguía vendiendo drogas). Ilustra la importancia que tiene para este joven presentarse como un hombre de principios. Constituye, además, una estrategia subjetiva para invertir la identidad social (el estigma) de "malandro" que él percibía era transmitida por algunos de los vecinos.18 Todo este juego de sentidos y motivos puestos en acción durante la experiencia de la entrevista pueden tener su lugar en las formulaciones o categorías analíticas posteriores. Atender las acciones en juego durante el encuentro de entrevista, permite —como lo propone P. Pharo— cernir el sentido y los motivos mismos de la acción en el momento en que ella se desenvuelve (Pharo, 1985: 120).

Además, vecinos del barrio con quien había interactuado y había conversado regularmente, me habían contado que él defendía a la gente de su comunidad de "los jóvenes que no respetaban". Entre los vecinos, una madre que vivía sola nos contó que el joven le ayudaba poniendo límites al hijo con el que tenía problemas. En tal sentido, el consejo de D. Bertaux de poner en relación diferentes relatos es de gran utilidad (Bertaux, 1997: 33);19 resulta necesario sobre todo para comprender el significado de dichas operaciones en estudios relacionados con la identidad.

Para nosotros fue realmente valioso relacionarnos con el medio del joven y conversar con vecinos —el intermediario mismo fue en varios casos vecino del joven— con el propósito de enriquecer la historia. Los relatos de los vecinos, constituyen un rico testimonio sobre sus acciones públicas y su identidad social. Esta perspectiva es muy interesante a la hora de analizar el modo como el joven elabora su imagen frente a los vecinos, quienes finalmente constituyen una suerte de espectadores. Se trata de mirar al joven mediante los ojos del otro y de completar (y comparar) el relato de su experiencia mediante los relatos referidos por quienes comparten el día a día. Así, el aporte de esta tercera persona, permite igualmente develar y comprender el significado de las modificaciones y ocultaciones que el joven hace en su discurso. En tal sentido, y en un espíritu similar al de la racionalidad psicoanalítica, no interesa tanto contrastar el discurso del joven con una "verdad" fáctica, sino comprender estas omisiones o alteraciones como expresión de una intención y como estrategia de construcción de la propia identidad social.

Dicho acercamiento debe ser realizado abiertamente (es decir, con conocimiento del joven), con mucha delicadeza y respeto. Insistimos porque no queremos ser mal interpretados: no se trata de desmentir lo que dice el joven, no se trata de hacer una "comprobación pública" de su versión, sino más bien de averiguar si, mediante conversaciones que se entablan normalmente, el investigador tiene una presencia explícita en la comunidad y establece relación con personas cercanas, de acoger y reconocer (en ocasiones, estimular) conversaciones que complementen la información sobre la vida y dinámica del actor en su comunidad. Evidentemente, el investigador no puede —ni en sus preguntas, ni en sus conversaciones— dejar escapar las confidencias del joven.

Para cerrar el punto, digamos que el género y la cercanía de edad, por un lado, difuminan un poco las distancias a la hora de hablar de su ritmo de vida; empero, por otro lado, pueden hacerla un poco confusas en términos de la relación instalada. En dicho sentido, resulta fundamental establecer (tal como lo argumenta la bibliografía vinculada con métodos biográficos) las bases del encuentro: las finalidades de la investigación, el tratamiento del material, el rol como investigador.20 Tal aspecto, el cual parece evidente sobre el papel, resulta verdaderamente dificultoso sobre el terreno, sobre todo a la hora de trabajar con personas frente a las que —por reconocer su posición de franca desventaja estructural—, uno en tanto persona y sociólogo se siente profundamente conmovido. Por ello, en tanto socióloga, debía hacer malabarismos entre cercanía y distancia, y a veces no queda muy claro hacia dónde se inclina la barra.

Por último, respecto de la diferencia social entre el joven y mi persona, el detalle de ser universitaria constituye actualmente una marca de distancia suficiente y es uno de los indicios del peso de la exclusión en la vida de estos jóvenes.21 Dicha distancia se manifestó en el caso de Julio (uno de los amigos de Robert) mediante la desconfianza inicial en el primer encuentro, cuando —al hablar con el grupo de amigos— Julio me preguntó:

JULIO: ¿Por qué hay violencia? ¿Ustedes los de la universidad no pueden entender eso?

ROBERT: ¿Qué harías tú si tienes un hermano y vienen y lo matan? ¿No vas tú también a buscar de matarlo?

VZ: Bueno,...no sé.

TODOS: ¡¡No sabes!! ¡¡Nooooo!!

Esta desconfianza se superó con rapidez, felizmente, porque la edad y las ganas que ellos tenían de hablar (sobre todo Robert, que lideraba las conversaciones en grupo), y yo de escuchar, nos acercaban. En el caso de Pascual, ya adulto (el tío malandro de Joel, y quien vivía en un carro en una calle de su barrio), tener una universitaria a su lado era motivo de prestigio frente a sus vecinos. Al mismo tiempo, esto compensaba su desventaja estructural mediante la acentuación, en situación, de una masculinidad protectora frente a mi vulnerabilidad de mujer extranjera en el barrio (véase apartado II, punto c, cita sobre Pascual, p. 53). En el caso de Jairo, una manera de zanjar esta brecha consistió igualmente en subrayar su ventaja de género (en lo que concierne a la fuerza física y, específicamente, en ofrecer su ayuda si acaso yo necesitaba amedrentar a alguien); lo fue también la modificación de su lenguaje. Jairo utilizaba palabras que él consideraba refinadas y adecuadas y, cuando declaraba, algunas veces se corregía. Por ejemplo, una ocasión, cuando estaba enumerando las cosas que robaban los jóvenes que vivían en la calle, en su vecindario: "[...] baterías del carro, el reproductor y, bueno, y lo demás: quitarle las cadenas, los zarcillos a las muje... (interrupción), a las muchachas [...]".

Un rasgo que presentaron todos los jóvenes fue su esmero en el vestir. Para los encuentros de entrevista, todos los jóvenes vinieron vestidos impecablemente en su atuendo informal. En unas oportunidades, algunos de ellos llegaron tarde por estarse afeitando, o cambiando de ropa. Su atuendo demostraba su apego al consumo y contenía todos los signos de distinción de las marcas de moda (Baudrillard, 1972): zapatos, camisas, relojes. El vestir constituye, en efecto, el modo de demostrar su resistencia a la exclusión (del consumo) y la manera de exhibir que están montados en la corriente de la sociedad de hoy; es, pues, el modo de invertir en situación la desventaja que tradicionalmente se vincula con la condición de ser pobre y excluido.22 Esta imagen se combinaba al mismo tiempo con collares, escapularios y pulseras con motivos de sus santos y figuras protectoras de diferentes tradiciones religiosas como la santería o el espiritismo, fuertemente arraigadas entre algunos grupos de jóvenes en América Latina (véase Salazar, 1998; Ferrándiz, 1996).

Dada la importancia del vestir en la presentación de la identidad, es decir, el protagonismo de esta vía para comunicar y exhibir significados sobre sí mismo en las entrevistas, yo también desplegué estrategias de presentación personal: ir vestida con franela con logo de la Universidad y pantalones vaqueros; siempre señalaba que estaba en jornadas de trabajo. Ello, sin embargo, no impidió que, a veces, algunos de ellos intentaran tantear la veracidad o solidez de estas definiciones, como efectivamente sucedió el primer día que encontré a uno de ellos y a su grupo de amigos: estábamos conversando Robert y sus amigos en la calle, y en un momento pasó una muchacha caminando cerca de nosotros. Ellos, que la conocían, decían: "Ay, mami, tan olorosita", y le tiraban besos.23 Luego, cuando otra mujer subía por la vereda a lo lejos, Robert comentaba que "tenía un andar erótico" (ambas iban vestidas con ropa muy ajustada, blanca y negra). Seguidamente, me pregunta: "Ajá, ¿y tú no sales a rumbear?24 ¿Tú no te vistes así con falditas, como ellas?".

Finalmente, si fueron muchos los encuentros, también lo fueron los desencuentros, las resistencias y las interrupciones forzadas.

b) Los eventos en los encuentros, los desencuentros y la resistencia

Tuve algunos encuentros muy divertidos y amigables; otros fueron francamente angustiantes. Hubo también muchos desencuentros. Al investigar en esta área, bajo una perspectiva cualitativa, se experimenta con toda claridad que nuestra participación es integralmente personal, y que la investigación no resulta neutra ni aséptica; al contrario: demanda y exige al investigador profundos cuestionamientos éticos y políticos.25

En una ocasión, tuve que quedarme horas conversando con Pascual, quien sufría una suerte de "ataque de pánico trascendental". En aquellos días, la vida y la muerte por igual lo angustiaban enormemente. Recordaba haber matado a un niño de 13 años en un asalto. Mientras hablábamos, lloraba y hacía ejercicios compulsivamente en unas barras paralelas, como si tuviera que drenar o consumir la rabia y la desesperación. Entonces sólo nos quedó acoger con empatía esta confidencia,26 empatía que entraña comprender al otro. Y comprender no significa aprobar: significa aceptar que el otro ocupa un espacio y recibe nuestra escucha entera, atenta, porque cuenta para nosotros en tanto ser humano (Rosenberg, 2002).

Así, también Joel (su sobrino) enfrentó un momento muy difícil cuando su madre y su abuelo se enteraron de que vendía drogas; el dolor y la rabia lo llevaron a tirar la droga por el sanitario. Para colmo, ese fin de semana era el cumpleaños de su novia y le había prometido que la ayudaría económicamente. Al salir de la barbería, antes de ir a nuestra entrevista, Jairo fue alcanzado por una bala de un enemigo que lo esperaba y con quien tenía una cuenta pendiente. Robert, por su parte, en diciembre (cuando su hijo nacía), pidió a nuestro intermediario altas sumas de dinero so pretexto de que tenía mucha información; si no accedía a su demanda, iba a atenerse a las consecuencias.

Por otro lado, fueron muchísimas las veces que me quedé esperando: horas marchando en la ciudad y horas esperando para que el muchacho citado no llegara.

Luego, con varios de los jóvenes, después de la segunda o tercera sesión, entrábamos en una suerte de "fase de resistencia". Acordábamos los encuentros y ellos no llegaban. En estos casos, sólo me quedaba armarme de mucha paciencia y comprensión, así como de persistencia; les explicaba que era necesario cerrar el proceso. Otras ausencias se relacionaban evidentemente con el modo de vida del joven. Había periodos cuando se iban del barrio a esperar que los momentos de tensión entre enemigos se calmaran. Esto sucedía especialmente cuando era asesinado un joven de un barrio vecino. Otro fue puesto en prisión dos meses, por exhibir y disparar un arma de fuego sin permiso. La estancia en prisión del joven le permitió luego ampliar su red de contactos en el tráfico de drogas; también recibió una oferta para dedicarse a sicario.

Los periodos de resistencia también incluían conversaciones en las que, sin mucho pensarlo, adopté orientaciones protectoras; después de las entrevistas, comenzaba a hablarles de la necesidad que tenían de protegerse: "si no se daban cuenta de que podían morir en esa dinámica". Luego de conversaciones como éstas, los jóvenes no llegaban a la siguiente cita, y de nuevo debía armarme de paciencia para la espera y la persuasión. Ingenuidad de mi parte por negarme a aceptar que ellos y yo valoramos la vida y la muerte de modo diferente. Quizá resulta más ilustradora la respuesta de un joven cuando le pregunté si no era mejor quedar mal delante de sus amigos pero impedir que lo mataran. Me respondió lo siguiente:

Yo prefiero quedar bien con mis panas antes que ser chigüire.27 Un chigüire no lo aceptan en ningún lado; un chigüire es chigüire donde se pare. Para donde se vaya, siempre va seguir siendo un chigüire. Entonces, si desde un principio ya yo me di a respetar: que yo no era ningún chigüire de nadie, ahora —después de tantos años— no me voy a convertí en chigüire. El que no me quiera respetar, lo jodo. Mientras que no se metan conmigo, yo no me meto con nadie.

Se trata sólo de una entre tantas de las razones para participar en esa dinámica.

Experiencias parecidas a las referidas anteriormente hay muchas; en tanto investigadora, una no puede evitar pasar por momentos difíciles. Sin embargo, resultan incomparables a las experiencias que desde muy pequeños estos jóvenes han vivido. Por ejemplo, el acoso masculino que vivieron desde muy jóvenes de parte de sus mayores y, posteriormente, también de agentes de la policía; el desencanto con la escuela como vía para traducir proyectos, la ansiedad de la imagen y la rabia por la carencia, la negación a recibir sueldos miserables a costa de su explotación.

La violencia estructural vivida como la imposibilidad de un destino diferente, así como la violencia masculina —vivida mediante agresiones habituales—, la prolongan y la reproducen por vía de las violencias cotidianas, en las que la muerte es uno más de los resultados posibles; la justifican con "si todos roban, por qué yo no" y la aplican con vehemencia: prefieren morir antes que ir a la cárcel o antes que poner en duda una identidad reconocida en las esquinas de su barrio.

 

IV. A MODO DE CONCLUSIÓN

Al cerrar este relato, en el que narro sucintamente la experiencia personal del trabajo de campo entre varones jóvenes de vida violenta, espero haber podido aportar algunas pistas para futuros investigadores que se interesan en problemas sociales en América Latina. Concluyo entonces con dos comentarios y una pregunta.

La conversación de entrevista es una situación semiabierta, y el joven participa activamente en la asignación de significados, de imágenes, tanteando límites, aprovechando la escucha de otro; pero también negando su palabra, aleccionando a la investigadora cuando hace comentarios que él considera impertinentes... ausentándose. En tal sentido, en la investigación de temas vinculados con la subjetividad y la identidad, mostrarse atentos a las estrategias discursivas desplegadas en situación permite aprehender y vislumbrar de cerca los esfuerzos que hacen los jóvenes en la presentación de su identidad; dichas intuiciones pueden ser sistematizadas en el análisis posterior y en las categorías que surgen de él.

La experiencia de investigar sobre la violencia, apoyándonos en mecanismos culturales como el favor, la solidaridad comunitaria (y de aquí la importancia del intermediario como vía de entrada y garantía de seguridad para la pareja narrativa constituida por el sujeto de entrevista y el sujeto investigador), nos revela no sólo un itinerario metodológico fecundo para abordar un problema empírico complejo; también nos aporta algunas pistas para abordar esta complejidad, es decir: el carácter de problema social y político que encierra un tema de investigación, como la acción violenta de hombres jóvenes en nuestras urbes. En dicho sentido, acercarse a ellos por vía de intermediarios de confianza permite, de entrada, abrir la posibilidad de diálogo. En esta línea, el hecho de ser mujer, como ya vimos, instala dinámicas particulares y no resulta descabellado aprovechar algunas de las ventajas que brinda; por ejemplo: evitar la dinámica de confrontación y, así, concebir vías para el encuentro, la negociación y la discusión con los jóvenes actores de la violencia.

Para concluir, formulo una pregunta después de dedicar varios años a la investigación "cara a cara" de la violencia urbana en Venezuela: ¿Vale la pena seguir investigando en esta área? Absolutamente, puesto que, conforme se van presentando las transformaciones sociales, suceden reconversiones de estrategias para hacer frente a las nuevas necesidades. Nuevos son los problemas y novedosas son sus respuestas. Se confirma una vez más que, detrás de esos "antisociales", como regularmente se les etiqueta, hay jóvenes talentos negados e interrumpidos.

 

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Notas

* La investigación sobre la que se basa el presente ensayo recibió apoyo financiero de la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho (Fundayacucho) en Venezuela y Cooperation Universitaire au Développement (CUD) (Programme Actions-Nord 2000); Comité National d'Accueil (CNA), en Bélgica. Para ellos: nuestro reconocimiento y agradecimiento. Los pronombres personales y las voces de las personas que hablan en este texto se alternarán entre el nosotros —porque en el terreno y en mis reflexiones estaba acompañada por los sabios y generosos consejos del profesor Guy Bajoit, de la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica, por los jóvenes entrevistados, y por el apoyo del centro de investigación al que pertenezco en Caracas: Laboratorio de Ciencias Sociales (Lacso)— y por el yo, porque en tanto persona singular experimenté el trabajo de campo y ahora escribo estas páginas. Por sus lecturas y enriquecedores comentarios, expresamos nuestro cálido agradecimiento a las colegas Ma. Matilde Zubilllaga y Patricia Márquez, así como a los lectores anónimos de esta revista.

1 En la actualidad, científicos sociales, en su mayoría antropólogos (y en reacción a sus antecesores), han propuesto una vía donde conjugan discusión teórica y postura política. A ello han agregado relatos personales y reflexiones metodológicas de sus andanzas durante el trabajo de campo. En dicho sentido, tales obras constituyen un estudio y aporte teórico sobre un problema sociológico, un pronunciamiento frente a un problema social y un diario metodológico susceptible de orientar a investigadores sociales que trabajan en el área de problemas mencionada (consúltense, entre otros, los trabajos de L. Wacquant, 1993, y P. Bourgois, 1995).

2 La historia de vida o el relato biográfico constituyen técnicas de investigación —dentro de la corriente de métodos biográficos— que apuntan a la comprensión de un fenómeno social mediante la biografía de los sujetos que en él toman parte. En este sentido, el método biográfico se funda en la premisa de que una historia de vida constituye una historia única y singular que sintetiza la historia colectiva de un grupo, de una clase social o de un fenómeno particular (Ferraroti, 1983: 51). D. Bertaux (1997) utiliza el término relato de vida, a diferencia de historia de vida, para hacer hincapié en el hecho de que se trata del relato que una persona elabora de su vida frente a la demanda del investigador y no de la historia vivida por la persona (Bertaux, 1997: 6). En los textos que tratan sobre métodos biográficos, se utilizan indistintamente estos términos cuando se trata de la técnica (fundada en la premisa citada precedentemente) que recurre a la narración desarrollada de manera oral y en primera persona singular de un sujeto que relata su experiencia vivida tal como la recuerda (Digneffe, 1995).

3 El trabajo de D. Demaziére y C. Dubar, 1997, Analyser les entretiens biographiques. L'exemple de récits d'insertion (1997), constituye una interesante reflexión sobre el trabajo de teorizar a partir de datos empíricos obtenidos mediante entrevistas en profundidad. No pretendemos aquí brindar una síntesis de esta obra; empero, abordaremos —digamos, de manera simplificada— el punto específico de la consideración de los datos producidos en el seno de la interacción de la entrevista. Los autores los contemplan a partir de dos planos de significación: el lingüístico: lo que el sujeto dice por medio del lenguaje; el plano subjetivo: lo que el sujeto desea expresar de sí al otro durante el evento de la entrevista. Se trata de entender al sujeto hablante que produce significación y que actúa al hacer declaraciones, que emplea una y no otra expresión; que se manifiesta cuando habla en la situación de entrevista. En el caso particular de la investigación realizada por Demaziére y Dubar sobre jóvenes y relatos de inserción en el mundo socioprofesional (laboral), los autores producen como categorías analíticas distintas formas identitarias que surgían de los relatos y de las formas de argumentación mediante las cuales los jóvenes entrevistados se esforzaban en justificar su trayectoria anterior, definir su situación presente y hablar de los destinos posibles. Dichas formas identitarias se entienden como producto de una doble transacción: de los jóvenes con ellos mismos, y de los jóvenes con los otros significativos (en este caso, el investigador). Así, las formas de argumentación se analizan como estrategias discursivas respecto del investigador, estrategias desplegadas por los sujetos durante la situación de entrevista para "salvar la cara" y afirmar su especificidad. Por último, queremos agregar que esta perspectiva metodológica —al ubicarse dentro de la corriente del método biográfico— se adapta coherentemente a una Sociología centrada en el sujeto. Tal perspectiva (de la que dan cuenta los trabajos de C. Dubar, F. Dubet, y G. Bajoit, entre otros), al revalorizar el pensamiento de autores como G. H. Mead o G. Simmel y nutrirse de los trabajos más recientes de A. Touraine, A. Giddens y J. Habermas, entiende al sujeto en su capacidad de construir y realizar su identidad personal y social (Bajoit et al., 2002: 18). Dicha mirada, como dice G. Bajoit, no entraña hacer abstracción del condicionamiento social, olvidar los factores estructurales; se trata de considerar el doble movimiento entre la realidad social y el sujeto; es decir, comprender que los individuos son actores porque están socialmente condicionados por sus relaciones sociales, su medio social, y cómo —por ser actores— producen su existencia, así como las estructuras de sentido y de control social (Bajoit y Franssen, 1995: 41).

4 Malandro es el nombre utilizado corrientemente por los vecinos para designar al hombre armado, generalmente vinculado con actividades lucrativas ilegales.

5 El favor es una acción de ayuda que se introduce en un sistema de prestaciones y contraprestaciones; es el intercambio de ayudas entre amigos o familiares entre quienes priva el mandato cultural de asistirse y retribuir. Obviamente, esta línea de análisis deriva de la obra clásica de M. Mauss, "Essai sur le don", 1950.

6 Chama o Chamo, en el habla corriente de los caraqueños, designa a la mujer o a los varones jóvenes. Se utiliza en las conversaciones cotidianas entre pares.

7 Vaina: asunto, cosa.

8 La expresión "barrio popular" en Venezuela designa una zona geográfica dentro de la urbe, caracterizada por el crecimiento no planificado, condiciones socioeconómicas deficientes y en situación de carencia relativa (Bolívar, 1995). Este tipo de asentamientos precarios, presente con sus especificidades en muchas ciudades latinoamericanas, recibe en cada país un nombre particular: villas de miseria en Argentina, poblaciones callampas en Chile, pueblos jóvenes en Perú, tugurios en Colombia, favelas en Brasil (Touraine, 1988). La denominación "urbanizaciones" designa el espacio urbano y planificado ocupado por sectores medios y altos (Scotto y Castillo, 1994). Como se ha señalado muchas veces, tal tipo de divisiones urbanas es un rasgo común del patrón de configuración de las ciudades latinoamericanas. Los barrios o las favelas han crecido en los intersticios de las zonas comerciales o residenciales de la ciudad (Marcano, 1997): constituyen la geografía visible del contraste y la desigualdad que privan entre la población urbana en nuestro continente.

9 La relación entre la comunidad y sus jóvenes no es del todo sencilla: puede estar signada por la tensa tolerancia y el silencio dado el miedo a la represalia. Puede basarse también en el intercambio al que acabamos de referirnos: frente a la desprotección oficial, el joven ofrece protección y la comunidad, resguardo. Cuando el joven traspasa ciertos límites de agresión en su comunidad, puede ser linchado por sus vecinos enardecidos, como ahora suele suceder. Por otro lado, estos jóvenes nacieron en el barrio, son hijos o familiares de vecinos conocidos, y la situación se complica con los afectos familiares (Camuñas, 1995). La complejidad de dicha relación se traduce en la riqueza de las categorías que aprehenden la heterogeneidad de las formas de acción de estos jóvenes, los cuales son tipificados como "personajes diferentes" (Pedrazzini y Sánchez, 1992; Scotto y Castillo, 1994; Cisneros y Zubillaga, 1997; Márquez, 2000).

10 El presente estudio se introduce dentro de una línea de investigación sobre violencia urbana que hemos venido desarrollando desde 1997.

11 Curda significa alcohol, bebida alcohólica; coco significa "cabeza". Dicho de otra manera: "bajo los efectos de bebidas alcohólicas".

12 En este contexto, pelar el arma quiere decir "desenfundarla".

13 Huevonada hace referencia a una situación definida como "tontería".

14 Las canciones del cantante jamaiquino Bob Marley y el rap, en sus inicios —originado en la comunidad afroamericana de Estados Unidos y luego incorporado y traducido al español por las comunidades hispanas—, reivindican y retoman los orígenes étnicos y culturales de minorías subalternas frente a los sectores hegemónicos. Sin embargo, no hay que generalizar y sobredimensionar el sentido político de resistencia en la escucha de estos géneros musicales entre los jóvenes con quienes conversamos. El rap, por ser cantado en español, permite justamente captar dicha dimensión; las canciones de Marley en inglés y Bob Marley mismo como icono (en el registro cultural de la globalización y del consumo), se relacionan sobre todo con el libre consumo de la hierba alucinógena (ilegal en América Latina): la marihuana, así como con la socialidad que produce el consumo en grupo.

15 Uno de los puntos centrales que surge en los trabajos de Anabel Castillo y Patricia Márquez sobre jóvenes y violencia en Caracas, es la relación de estos adolescentes con su madre, quien constituye un foco central y, para muchos, el único afecto en su vida (Castillo, 1997; Márquez, 1999).

16 Dañado significa "adicto a las drogas", y se contrapone a "sano", el que no consume.

17 Titanic es la taquillera película norteamericana exhibida en 1998, dirigida por James Cameron, en la que actúan Leonardo Di Caprio y Kate Winslet.

18 Un tema ineludible de nuestros análisis, que no exploramos en el presente espacio, constituye los contornos de esta moral, definida por la filiación territorial. Como dijimos anteriormente, un joven defiende a los vecinos de su sector restringido, y no tiene consideraciones, en el momento en que ocurren conflictos armados con sus enemigos, con los vecinos del sector de su oponente. Un aspecto recurrente en las narraciones del muchacho, era precisamente su carácter de defensor frente a los jóvenes que agredieran a los vecinos de su sector inmediato. Jairo es uno de los jóvenes que participaba del sistema de intercambio de favores: prestaba dinero y servicios de defensa a algunos de sus vecinos, y de ellos esperaba que lo resguardaran de la policía, como en efecto sucedía.

19 D. Bertaux afirma que, multiplicando y poniendo en relación (comparando) los relatos de vida de personas que se encuentran (en el presente o en el pasado) en la misma situación, superamos la perspectiva individual o singular para alcanzar, por medio de la construcción progresiva, la representación sociológica o la dimensión social del fenómeno en estudio (Bertaux, 1997: 33, 35).

20 A este respecto, D. Bertaux afirma: "Puede suceder que el sujeto y el investigador no tengan exactamente la misma percepción del pacto que ellos han sellado. Corresponde entonces al investigador explicarse" (Bertaux, 1997: 35).

21 La experiencia de la exclusión es vivida por los jóvenes a partir de la comprobación del deterioro del sistema educativo y la precarización del empleo al que tienen acceso, así como a partir de la segregación de la ciudad materializada en el acentuado hacinamiento que se vive en el barrio. Estas formas de exclusión se experimentan a partir del sentido de desapego y de la desconfianza frente a la educación y el empleo como medios para forjar una vida aceptable y una identidad valorizada. La distancia de la universidad respecto de los jóvenes de barrio, se vive tanto mediante el sentido de inaccesibilidad de dicha institución, como de la progresiva pérdida de presencia de profesionales del área social en el barrio. Algunas vecinas adultas me comentaban que ahora "[...] no se veían trabajadores sociales a quien acudir en caso de problemas con los hijos".

22 En otro espacio hemos escrito sobre este aspecto: "La inferioridad obligada (experimentada por los jóvenes) por un destino de pobreza se rechaza a través de la renuncia a participar de los canales, instituciones y una sociedad que de todas maneras los excluye y se revierte a través de la concentración en la elaboración de una identidad conocida en las esquinas de su barrio. Y hay que decir que esta superioridad les queda bien clara a los vecinos del barrio. Una señora que vive en un barrio, a quien entrevistamos en una ocasión, nos decía de estos jóvenes: '[...] son como egocéntricos, o sea se jactan de que ellos son los que mejor visten, los que mejor tienen. Hablan duro. Uno los ve que se visten en el aspecto de ellos que dicen de marcas [...]"' (Zubillaga y Briceño-León, 2001: 39).

23 Es preciso aclarar que en Venezuela, en la calle, cuando una mujer vestida con ropa ajustada pasa delante de un hombre, éste siempre le dedica algunas frases, que pueden ir de lo poético a lo procaz. Dicho gesto, conocido por la mujer venezolana como "el piropo", no es resentido como acoso sexual, como sucedería en el caso de la mujer anglosajona.

24 Rumbear: hacer la fiesta, salir de noche.

25 La carga emocional que demanda en sí el método biográfico es explicitada por D. Bertaux, quien dirige las siguientes palabras al investigador: "Este tipo de entrevista resulta emocionalmente dura: más de una vez usted saldrá literalmente vacío. Es necesario que la realidad lo toque; que toque no sólo su intelecto, sino también sus nervios para que ella pueda despejar, aunque sea un poco, los prejuicios y prenociones que usted alberga de manera inconsciente. No tenga entonces miedo frente a las emociones del sujeto, deje aflorar las suyas y controle su expresión [...] La carga emocional es también una carga de significaciones. Será siempre pertinente, en el análisis, intentar desenredarlas" (Bertaux, 1997: 63).

26 La "empatía" se entiende aquí bajo una perspectiva vinculada con la Psicología clínica. Nos adherimos a la proposición del psicólogo norteamericano, creador del Centro por la Comunicación No Violenta: M. Rosenberg, quien define la "empatía" como "[...] la calidad de escucha y de presencia que ofrecemos al otro —a sus sentimientos y necesidades— sin juzgarlo ni evaluarlo" (Rosenberg, 2002).

27 Chigüire, vocablo también reseñado por José Roberto Duque y Boris Muñoz (1995); Castillo (1997) y Márquez (1999), es el joven que se deja someter frente a sus pares. Designa, asimismo, al delincuente novato y torpe, a quien roba y agrede a sus vecinos.

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