Historia, historias y anécdotas de los neumólogos y cirujanos de tórax nacionales

Momentos

Moments

Carlos Ibarra Pérez*

* Editor Médico de la Revista INER Dr. Ismael Cosío Villegas

Primero. Mil novecientos sesenta y dos. El Dr. Carlos Noble, Director del Hospital de Neumología y Cirugía de Tórax (HNCT) del Centro Médico Nacional del IMSS, llamó a los tres residentes que él, el Dr. Jorge Yarza, Subdirector, y el Dr. Carlos Pacheco, Jefe de Enseñanza e Investigación, consideraban los mejores y nos dijo –como acostumbraba al hablar en confianza–: "Viejos, en pocos días se va a realizar la Asamblea de Cirujanos en el Hospital Juárez y tenemos dos becas para residentes, pero ustedes son tres, así que tengo tres papelitos, dos de ellos premiados y otro en blanco, que es el que no va, ¿Quién saca primero?". Rubén Argüero, Jefe de Residentes y José Romero Montalvo se miraron de reojo durante una fracción de segundo y yo me adelanté y tomé un papel de los tres; salió en blanco y el Dr. Noble me dijo: ¿Ya ve, Viejo?, por avorazado. Eventualmente, fuimos los tres.

Era el primer congreso médico al que asistía y la primera sesión a la que concurrí era una que dirigía y coordinaba el Maestro D. Ismael Cosío Villegas. Me impactó profundamente el hombre al que yo vi muy alto y muy erguido, como "brazo de mar", apuesto, de gran frente, nariz distinguida, porte y vestir elegantes, cigarro puro que parecía adquirir vida propia, verbo muy fácil, certero y sonoro, semiología y lógica médica soberbios, irradiando lo que todo mundo llama "una gran personalidad". Los detalles del caso y del tema son secundarios; el Gran Maestro mantuvo cautivada a toda la audiencia, que selló el final de su participación con un larguísimo e intenso aplauso que perdura en mi memoria de aquella ocasión en que lo conocí.

Segundo. Principios de mil novecientos ochenta y cinco. Como Presidente del Consejo Nacional de Neumología decidí entregar personalmente al Dr. Cosío su diploma de recertificación del Consejo. Su salud ya no era buena y me recibió en su casa en San Jerónimo, su esposa me condujo hasta su recámara en donde lo encontré postrado en cama, adelgazado, rodeado de tantos libros y papeles que pensé: "Ojalá y esté escribiendo sus memorias". Platicamos mucho durante más de una hora, de la historia e historias de los neumólogos con los que yo me había formado y de muchos otros, pues conocía a todos como la palma de su mano, de la neumología y la medicina mexicanas y de él mismo, casi todo en presencia de su esposa que, ocasionalmente, se ausentaba por unos momentos nada más. En una de esas ausencias, en voz aún más baja de la que entonces tenía, casi un susurro, me preguntó con una mirada inquisitiva y que me pareció esperanzada en escuchar buenas noticias: "¿Y cómo ve a Miguel?" La pregunta me sorprendió; durante la plática yo le había comentado que el Dr. Miguel Cosío Pascal y yo éramos muy buenos amigos, que Miguel me había enseñado –entre otras muchas cosas– a hacer broncoscopías con el broncoscopio rígido sin usar laringoscopio y con anestesia local en el HNCT y que lo había visto apenas unos días atrás. Después de la pregunta me dijo: "Es que sé que anda un poco mal de su cuello y su hombro, pero él no le da importancia o no nos quiere decir para no preocuparnos, pero, usted, dígame... ¿Cómo lo ve?" Hasta la fecha permanecen en mi memoria el tono de amor, preocupación y esperanza del Maestro indagando por la salud de su hijo, cuando apenas había hecho mención de la propia, en esa última ocasión en que lo vi con vida.