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Frontera norte

versión On-line ISSN 2594-0260versión impresa ISSN 0187-7372

Frontera norte vol.34  México ene./dic. 2022  Epub 19-Sep-2022

https://doi.org/10.33679/rfn.v1i1.2193 

Artículos

Ser joven privado de la libertad en ciudades del norte de México

Óscar Bernardo Rivera García 1  
http://orcid.org/0000-0003-1557-3170

Traducción:

Luis Cejudo-Espinoza

1Universidad Autónoma de Baja California, México, orivera90@uabc.edu.mx


Resumen

El objetivo de este artículo es analizar las narrativas de cuatro jóvenes originarios de ciudades fronterizas que fueron privados de su libertad por haberles comprobado su participación en un delito. Las narrativas se abordan desde una perspectiva cualitativa para profundizar en los sentidos y significados que implican construir identidades en un contexto fronterizo. El trabajo de campo se desarrolló durante 2018 y 2019 en los centros de tratamiento para adolescentes de San Luis Río Colorado y Nogales, Sonora, así como en Güémez, Tamaulipas, México. Uno de los hallazgos sustantivos fue identificar el proceso de interiorización y normalización de un estado de precarización permanente en los actores ante la ausencia de estrategias estructurales que homogeneizan las juventudes. El análisis desde estas dimensiones abona elementos empíricos en la discusión sobre las heterogeneidades en las identidades juveniles; se suman estos elementos para una discusión epistemológica, holística y situacional sobre la acumulación de vulnerabilidad que experimentan ciertos actores en un determinado espacio geográfico.

Palabras clave: privación de la libertad; jóvenes; identidades; Sonora; Tamaulipas

Abstract

The objective of this article is to analyze the narratives of four young people from border cities who were deprived of their liberty for having proven their participation in a crime. The narratives are approached from a qualitative perspective to delve into the meanings involved in building identities in a border context. The field work was developed during 2018 and 2019 in the treatment centers for adolescents in San Luis Río Colorado and Nogales, Sonora, as well as in Güémez, Tamaulipas, Mexico. One of the substantive findings was to identify the process of internalization and normalization of a state of permanent precariousness in the actors in the absence of structural strategies that homogenize the youth. The analysis from these dimensions provides empirical elements in the discussion about heterogeneities in youth identities; elements for an epistemological, holistic and situational discussion on the accumulation of situations of vulnerability that certain actors experience in a given geographic space.

Keywords: deprivation of liberty; youth; identities; Sonora; Tamaulipas

INTRODUCCIÓN

El objetivo principal de este artículo es analizar la interpretación personal que tienen cuatro jóvenes sobre una condición específica: estar privados de su libertad por haberles comprobado su participación en la comisión de un delito en un contexto fronterizo. La categoría de análisis privación de la libertad, desde la perspectiva cualitativa, significa un estigma social a partir de lo que implica un encierro. Esta categoría, entre otras cosas, ubica a los actores como individuos por defecto, “a quienes les faltan los medios para realizar sus aspiraciones sociales por lo que devienen en ‘perdedores’, desincorporados, desafiliados, excluidos, desagregados” (Torres, 2018, p. 36). Esta condición influye de manera significativa durante el proceso de construcción de una identidad juvenil.

Resulta importante analizar las narrativas de los jóvenes privados de su libertad en un contexto fronterizo, sobre todo si consideramos que la identidad se construye a lo largo de la vida: empieza en la etapa de la adolescencia temprana, en donde la interacción se da entre el portador y el medio social, permitiendo un desenvolvimiento con los demás que requiere de una objetivación, y solamente se logra a partir de exteriorizar la identidad (Reguillo Cruz, 1991). Abordar identidades juveniles es un reto desde el punto de vista metodológico y epistemológico. Partimos asumiendo que el concepto de identidad “contiene repertorios culturales a través de los cuales los actores sociales demarcan sus fronteras y se distinguen de los demás, todo ello dentro de un espacio históricamente específico y socialmente estructurado” (Giménez Montiel, 2002, p. 38). Resulta imprescindible considerar que las formas interiorizadas de la cultura se hacen de manera selectiva y distinta. En este sentido, el concepto de juventud, a partir de considerarla como una categoría de análisis social, se puede definir como “una etapa de vida –como cualquier otra– por la que se pasa y no por la que se está permanentemente, es un proceso social, una hechura cultural y no se reduce a un rango de edad” (Nateras Domínguez, 2019, p. 535).

La importancia de especificar esta categoría radica en que, como edad social, la(s) juventud(es) aluden a una reproducción de la sociedad a través de sus prácticas sociales y manifestaciones culturales. No se trata de un determinismo biológico, al contrario, es una construcción social que se va generando a partir de objetivar –exteriorizar– las acciones sociales.

La identidad de las juventudes debe ser analizada como una construcción social que se determina interiormente a partir de contextos sociales, y estos contextos pueden o no definir la posición de los actores y orientar las acciones. Si bien, todos y cada uno de los jóvenes en México gozan normativamente de la garantía fundamental de derechos humanos, requieren atención especial aquellos actores sociales que están en un espacio fronterizo y son susceptibles de incorporarse a las filas del crimen organizado a partir de sus experiencias biográficas, en donde normalizan las situaciones de precariedad como un elemento central que define su identidad. Este documento analizará las narrativas de cuatro jóvenes que estuvieron o están privados de su libertad en ciudades fronterizas del norte de México, pues se busca identificar el proceso de precarización y cómo los elementos de este proceso se interiorizan al grado de interpretarlos como normales.2

PLANTEAMIENTO TEÓRICO

La violencia exacerbada que se ha experimentado en la franja fronteriza del norte de México en la última década posiciona a los jóvenes en un contexto sistemáticamente violento, que incluye: corrupción, impunidad, delincuencia organizada, narcotráfico, secuestro, homicidios, ejecuciones, ajuste de cuentas, robos, conductas delictivas juveniles, entre otros (Monárrez Fragoso y García de la Rosa, 2008). Bajo este contexto, los jóvenes deben convivir y, al mismo tiempo, definir la identidad que los determinará como miembros de una colectividad.

Se parte de una conceptualización que resulta imprescindible para interpretar los sentidos y significados a partir de los cuales los jóvenes definen su identidad. Se trata del concepto de vulnerabilidad, entendido como:

[Vulnerabilidad es] una situación latente[,] caracterizada por la convergencia de circunstancias que aumentan la probabilidad de las personas y hogares de sufrir contingencias que disminuyan dramáticamente su bienestar. Es un concepto multidimensional que busca identificar factores que refuerzan la reproducción de procesos que deterioran el nivel de vida de hogares e individuos (Otto Thomasz, Castelao Caruana, Maasot y Eriz, 2014, p. 31).

La situación de vulnerabilidad la vinculamos al proceso de precarización en la que se desenvuelven las juventudes. Este proceso implica que los jóvenes son sometidos a presiones y experiencias que los conducen a vivir una existencia frágil en el presente, sometidos a incertidumbres acerca del futuro, con identidades inseguras y carentes de un sentido de desarrollo posible por medio del trabajo y un estilo de vida (Cuevas Valenzuela, 2015).

Concebir a las juventudes es reconocer la relación entre agencia y estructura en el sentido de que las acciones de las juventudes afectan a la vez que son afectadas por las estructuras (Grace Newman, 2014). Lo anterior se refiere a aquellas estructuras que reproducen la pobreza, la violencia, la falta de acceso a la educación o a una vida familiar; situación que tiene repercusiones directas para el desarrollo integral de esas juventudes.

La participación cada vez más significativa de jóvenes en acciones vinculadas con actividades delictivas se interpreta como el resultado de una categorización adultocentrista, que los determina como clase marginal, entendida como:

Una congregación de individuos que, a diferencia del resto de la población, no pertenece a ninguna clase, y, en consecuencia, no pertenece a la sociedad […] El único significado que acarrea el término ‘clase marginal’ es el de quedar fuera de cualquier clasificación significativa, es decir, de toda clasificación orientada por la función y la posición. La ‘clase marginal’ puede estar ‘en’ la sociedad, pero claramente no es ‘de’ la sociedad: no contribuye a nada de lo que la sociedad necesita para su supervivencia y su bienestar (Bauman, 2011, pp. 11-12).

El concepto de clase marginal, que adquieren los jóvenes, desde una percepción holística significa la confirmación del estigma para aquellos grupos sociales que, debido a diferentes situaciones, se ven obligados a tomar decisiones que pongan en riesgo su integridad física debido a las ausencias estructurales que los despojaron de los derechos que poseen como miembros de una sociedad. El foco de atención de este artículo lo centramos en la acción social de involucrarse o no en actividades delictivas y en las repercusiones sociales que trae consigo esa decisión, ejemplo de ello es ser catalogado como jóvenes marginados que buscan mejores oportunidades en un espacio geográfico determinado.

Como jóvenes, la inseguridad relacionada con la planeación de un proyecto de vida, así como la inevitable condición de incertidumbre, evidencia en los actores las opciones limitadas o nulas que contienen. Estos marginados son espectadores de cómo la garantía de los derechos que les corresponden se diluye en sus manos, en comparación con quienes gozan de libertad de elección y múltiples opciones para desarrollarse de manera integral (v.g. derecho a la educación).

La autonomía con la que cuentan los jóvenes al momento de tomar la decisión que los involucran en actividades delictivas, responde a la influencia de las diferentes ausencias estructurales. Esa autonomía es social, y ha sido reafirmada por las instituciones y la misma sociedad, al no reconocerlos como actores sociales y agentes históricos con agencia propia, a pesar del contexto en el que se desenvuelven. Para fortalecer la idea, se retoma lo siguiente: “el sujeto [persona joven] tiene la facultad de resistir y reivindicarse porque en la invención de lo cotidiano existen mil maneras de cazar furtivamente. Lo que hay, entonces, son jóvenes enmarcados en un proceso de constante constitución que buscan asir un sentido a sus trayectorias biográficas” (Torres, 2018, p. 38).

El acceso desigual a los servicios básicos (salud, educación, casa habitación) tiene influencia directa con el desarrollo integral de los jóvenes en el plano social, cognitivo y afectivo. Además de elementos biológicos propios de la edad, su identidad recibe una influencia directa de las clases sociales, puesto que se asume desde la clase social. El significante de ser considerado como actor involucrado en una actividad delictiva implica la afirmación de escasez, de pobreza, de precariedad. Lo anterior tiene una relevancia para el pleno desarrollo, en el sentido de definir una identidad con la cual se desenvolverán a lo largo de su vida. Se trata de juventudes desencantadas, que interpretan una institucionalización ajena y distante que, además, no tiene contenido que les permita asir una identidad que encaje con el colectivo social, que se reproduce un vacío de sentido y significación.

Las ausencias materiales y simbólicas sumadas con el miedo, la incertidumbre y la precariedad son elementos con los que los actores deben planear una vida; se trata de estados emocionales cada vez más frecuentes en la población de jóvenes que intentan definir el lugar dentro de una colectividad y que inciden en la construcción de una identidad. Las personas jóvenes interiorizan el estado de precariedad hasta el grado de convertirlo en un estigma social: “en consecuencia, la migración, la informalidad, el narcotráfico, y la opción de prácticas violentas y violentadas, ganan sustancial terreno como opciones factibles para la reconstrucción biográfica del yo” (Beck y Beck-Gernsheim, 2008, p. 35-36).

Conocer el significado y significante que los jóvenes privados de su libertad le otorgan a su particular situación, ayudará a comprender el efecto que tiene el fenómeno de violencia en lo micro social –normalización de la violencia– y en lo macrosocial –estrategias para una atención integral.

MÉTODO

La estrategia que se diseñó para la información empírica implicó un reto, tanto metodológico como epistemológico. Al tratarse de actores tan peculiares, como jóvenes privados de su libertad debido a que se les comprobó su participación en la comisión de un delito cuando tenían menos de 18 años de edad cumplidos, la estrategia fue enviar solicitudes a los diferentes Centros de Tratamiento para adolescentes de tres ciudades fronterizas del norte de México, a fin de aplicar un cuestionario con las siguientes categorías de análisis: perfil sociodemográfico (ocho preguntas), estatus migratorio (seis preguntas), vulnerabilidad social (cinco preguntas) y experiencia delictiva (siete preguntas).

La categoría sobre estatus migratorio busca documentar la nacionalidad, el lugar de nacimiento, lugar de residencia antes de ser privado de su libertad, si contaba con algún documento que le permitiera entrar a Estados Unidos (visa o acta de nacimiento), y el número de veces que había cruzado (con documentación o sin ella). El objetivo de esta última categoría se centraba en analizar una posible participación trabajando como guías en el cruce de personas hacia dicho país.

En cuanto a la categoría sobre vulnerabilidad social, lo que se buscó fue documentar esas ausencias estructurales que el actor identifica desde su referencia situacional y simbólica (tipo de familia, actividad principal de los padres, nivel educativo del joven, principal actividad del joven en cuanto a si estudiaba y trabajaba al mismo tiempo, motivos por los que buscó un ingreso económico).

Para la categoría sobre experiencia delictiva, el objetivo fue registrar si los actores sabían a ciencia cierta por qué estaban privados de su libertad, si se trataba de la primera experiencia en un lugar así, e identificar sus redes de apoyo tanto familiares como delictivas, así como el tiempo que llevaban privados de su libertad en el momento de la aplicación del cuestionario.

En esta primera etapa, y una vez obtenida la respuesta a la solicitud para aplicar las encuestas por parte de los titulares de los centros de tratamiento, se encuestaron a un total de 69 jóvenes privados de su libertad en tres centros de tratamiento para adolescentes de los estados de Sonora y Tamaulipas, México: el Instituto de Tratamiento y Aplicación de Medidas a Adolescentes ( ITAMA) de San Luis Río Colorado y Nogales, Sonora; y el Centro de Reintegración Social y Familiar para Adolescentes ( CRSFA) en Güémez, Tamaulipas. De los jóvenes encuestados, 94 por ciento son hombres (64) y 6 por ciento, mujeres (5).

Considerando que uno de los objetivos principales de este artículo es analizar los significados y significantes que los jóvenes privados de su libertad le otorgan a sus experiencias de vida, y cómo estas interpretaciones les permiten construir una identidad, la herramienta más importante fue la entrevista a profundidad, entendida como una “técnica social que pone en relación de comunicación directa cara a cara a un investigador/entrevistador y a un individuo entrevistado” (Gaínza Veloso, 2006, p. 219).

Se buscó profundizar en el Verstehen (Weber, 2014), “recuperar los sentidos y significados subjetivamente mentados para comprenderlos dentro del contexto sociohistórico” (Armenta Álvarez, 2020, p. 24). Se entrevistó a cuatro jóvenes cuyas características generales se exponen en la siguiente tabla (ver cuadro 1).

Cuadro 1. Características generales de los entrevistados 

Centro de
tratamiento
Clave de
referencia de
entrevistados3
Edad años
cumplidos
Lugar de
nacimiento
Estado civil Delito por el
que fue privado
de la libertad
ITAMA , San Luis
Río Colorado,
Sonora
María 17 Mexicali,
Baja
California
Unión libre,
con una hija
Portación de
armas de fuego
ITAMA, Nogales,
Sonora
Genaro 17 Nogales,
Sonora
Soltero Robo
CRSFA, Güémez,
Tamaulipas
José 22 San Fernando,
Tamaulipas
Soltero Secuestro y
homicidio
CRSFA, Güémez,
Tamaulipas
Mario 18 Reynosa,
Tamaulipas
Soltero Homicidio
calificado

Fuente: elaboración propia con base en las encuestas aplicadas en los centros de tratamiento para jóvenes. 

La selección de estos cuatro jóvenes se debe a las siguientes características: para el caso de María, la característica fue ser una de las cinco mujeres que se lograron encuestar, por lo que se buscó otorgar voz al género femenino en estas condiciones tan particulares. En el caso de Genaro, él mismo se autodefine como niño de la calle, a pesar de contar con una familia y una casa dónde vivir. Para los casos de José y Mario, cada uno dijo pertenecer a grupos delictivos rivales, y por lo tanto, que entre ellos asumían el papel de enemigos, a pesar de estar privados de la libertad en un mismo espacio que los obliga a convivir.

Conocer las narrativas de estos cuatro jóvenes permitió identificar cómo a partir de diferentes experiencias biográficas, una situación de precarización se asume como normal. La elección de estos cuatro jóvenes implica la autodefinición que hacen, y que referimos al hecho de una identidad definida a partir de sus particulares historias de vida.

La guía de entrevista que se diseñó para cada joven implicaba, además de preguntas para profundizar en las categorías de análisis diseñadas para la encuesta, otorgarles voz a los actores. En el siguiente apartado de este artículo, se analizarán las narrativas de los jóvenes para identificar el significado y significante durante un proceso de precarización que experimentaron y que influyeron para construir y definir sus identidades.

Identidades bajo situaciones de vulnerabilidad y precarización

Partimos de considerar que las juventudes experimentan un desencantamiento social, cultural y axiológico a temprana edad, dependiendo, entre otras cosas, de cómo se interpreta esta situación desde los asideros contextuales con los que se convive como lo son la edad, género y clase social. La combinación de estos tres elementos ayuda a determinar a un actor como un ser social marginado. Los cuatro jóvenes entrevistados, a decir de sí mismos en su corta biografía, identifican el hecho de ser actores marginados, ya que experimentaron una violencia social, física y simbólica tal como lo ilustran las siguientes narrativas:

María: [suspira] no tuve infancia, porque no tuve ni papá ni mamá. Ya se murieron, pues. Mi papá se murió en el 2015 y mi mamá desde que yo tengo seis años, desde que estaba chiquita (María, comunicación personal, 17 de octubre de 2018).

Genaro: [a la pregunta de cómo fue su infancia] pues, más o menos; no viví con mi mamá, viví con mi abuela y mi abuela me internó en una casa albergue. Como desde los ocho años me mandó al Jinesekia.4 Me dijo: ‘¡vamos a ir con una tía tuya!’, y yo no sabía [risas] y me llevó al albergue del DIF [Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de las Familias] [en] Nogales, y de ahí me mandaron hasta Hermosillo, al Jinesekia, allá estuve (Genaro, comunicación personal, 21 de noviembre de 2018).

En ambas narrativas se puede identificar que durante la niñez hubo un desencantamiento social, cultural y axiológico. Su capacidad individual para valorar positivamente su identidad se ve limitada por la experiencia de vida a tan corta edad, como representa quedar huérfana, en el primer caso, y haber sido internado en un centro de asistencia social, en el segundo. Este desencantamiento influyó de manera significativa al asumir el rol social. En cuanto a otro de los jóvenes entrevistados, el desencantamiento fue similar:

José: No, pues yo siempre he andado en los cruceros [cruce de semáforos], le chambeo [trabajo] en los cruceros; limpiaba vidrios y vendía flores. De hecho, yo era el que ayudaba a mi mamá, a veces nos apoyábamos los dos porque cuando mi mamá se separó de mi papá, al último se iba conmigo a chambear a los cruceros y nosotros apoyábamos a mi hermana, porque ella seguía estudiando (José, comunicación personal, 23 de septiembre de 2019).

El desencantamiento social, cultural y axiológico reafirma un abandono institucional, en gran medida porque sus demandas (garantía de los derechos como educación, salud o vivienda) no se encuentran satisfechas, demandas que interpreta un niño(a) de entre cinco y nueve años. El desencantamiento puede generar “un odio, preocupación, frustración, los estados emocionales inciden sustancialmente en la construcción de subjetividades contemporáneas” (Torres, 2018, pp. 33-35).

Es importante tomar en cuenta que la identidad no es algo dado e inamovible, sino que es algo que se construye en la interacción cotidiana y se logra mediante un proceso de legitimación que busca aceptación y reconocimiento (Reguillo Cruz, 1991). La identidad es una relación objetiva entre el joven y el medio social donde se desenvuelve y se proyecta como en un escenario que le permite interactuar con los demás y es necesario exteriorizarlo, objetivarlo. Cuando se objetivizan estas relaciones, los jóvenes lo interpretan como algo que estaba destinado a ocurrir –una normalización–y se enfrentan a coyunturas de precarización que los convierten en víctimas circunstanciales y en productos de un sistema que los excluye.

Uno de los escenarios significativos de interacción con el medio social que experimentaron como actores sociales fue el ámbito de la escuela pública, ya que fue en este espacio donde los actores pudieron objetivar las relaciones y exteriorizar la identidad que se estaban forjando. En las experiencias de los cuatro jóvenes entrevistados, durante su periodo en una escuela pública, las biografías evidencian una normalización de las situaciones de precariedad.

María: En la primaria bien; en las calificaciones todo bien, hasta el 10. Terminé la primaria en varias escuelas. [Me expulsaban] porque era muy traviesa [risas], les pegaba a las niñas y tiraba papel mojado del baño, [me expulsaron] como de cuatro o cinco [escuelas]. En todas me sacaron por traviesa. A la secundaria no fui, sólo [cursé la escuela] primaria, pero terminé la secundaria abierta en el ISEA.5 Mi hermana fue la que me ayudó, fue la que habló con la señora para que fueran a mi casa, porque yo estaba casada (María, comunicación personal, 17 de octubre de 2018).

Genaro: A la secundaria también fui, pero me escapé de allá [de Jinesekia, en Hermosillo, Sonora] y me vine para acá, para Nogales, y ya no estudié. Ya estaba en la secundaria y pues ya había probado la mariguana, el cigarro y las pastillas. Yo tenía como 13 [años] cuando ya me hice bien mariguano, a los 14 [consumía] piedra [droga], y ya a los quince, pues caí por robo (Genaro, comunicación personal, 21 de noviembre de 2018).

Durante el proceso mediante el cual estaban definiendo su identidad, ambos jóvenes (María y Genaro) experimentaron un tránsito precipitado a la adultez, lo que los obligó a asumir responsabilidades, como por ejemplo el hecho de ser madre y su incorporación a un mundo laboral que les posibilitara adquirir los recursos económicos para satisfacer el consumo de drogas. Se trata de un primer acercamiento al proceso de precarización donde los jóvenes fueron sometidos a experiencias que los guiarán a una existencia frágil y de incertidumbre.

Para el caso de los otros dos jóvenes, las experiencias en el espacio escolar no distan mucho de las anteriores, también se puede identificar este tránsito precipitado a la adultez.

José: En la primaria estuve en Matamoros [Tamaulipas], y al último la terminé en San Fernando [Tamaulipas]. Fueron como cuatro primarias, [me corrían] más que nada porque mi papá andaba un poco mal, mi jefe se drogaba y eso. En veces no terminábamos la escuela porque, por él mismo, por los actos de él, se drogaba y al último no nos apoyaba ni nada de eso y uno le tenía que buscar por otro lado, yo empecé a trabajar desde los 10 años (José, comunicación personal, 23 de septiembre de 2019).

Mario: Me sacaron como un mes antes [de la escuela], pero como quiera me dieron mi certificado. Ya no me aguantó la maestra y me dijo que, como quiera, me iba a dar el certificado, pero que me fuera, que ya no me aguantaba, que ya me iba a dar el certificado, pero que ya no fuera. Eso fue en la primaria, en la secundaria nomás duré como tres semanas porque ya andaba jalando [trabajando] y me quedaba dormido en las clases (Mario, comunicación personal, 22 de septiembre de 2019).

Los jóvenes entrevistados establecen espacios y lugares sociales que van interiorizando y que los determinan en el sentido de quiénes son, quiénes han sido y cuáles son sus posibilidades objetivas, llevan a cabo una representación de sí mismos y para los demás en relación con su identidad. En este sentido, “la identidad juvenil es una disposición vital de carácter performativo sobre la realidad a partir de la construcción con otros. De ahí que la condición juvenil implique una voluntad política con inmensas posibilidades para la construcción de horizontes de vida compartidos” (Agudelo López, Villada López y Patiño, 2020, p. 286).

La experiencia educativa de los jóvenes entrevistados refleja situaciones de precariedad en sus relaciones sociales que influyeron en la definición de la identidad en un espacio plagado por momentos hostiles tanto sociales, culturales y axiológicos. Relaciones sociales que implican una interpretación intersubjetiva sobre el qué hacer, cómo continuar y para qué hacerlo. Estos jóvenes enfrentaron una coyuntura de altibajos axiológicos que fue moldeando su identidad bajo un velo de circunstancias que los convirtieron en víctimas, y los dejaron expuestos ante la falta de oportunidades educativas y laborales. La violencia objetiva y simbólica estuvo presente en sus breves biografías y fue asimilada como un proceso normal de vida, considerando que:

En el imaginario de los niños y de los jóvenes, el crimen organizado, en el mejor de los casos, es demasiado atractivo y prometedor, ya que les ofrece modelos identificatorios de ser jóvenes, es decir narcos y sicarios, o ser la querida de algún capo; en la lógica de vida: prefiero morir joven y rico, que viejo y pobre, lo cual representa, nos agrede o no, tener dinero, poder, fama, mujeres, joyas, trocas y, sobre todo, construir un lugar y un sitio social (Nateras Domínguez, 2016, p. 81).

Al enfrentarse a la heterogeneidad de las violencias, con sus distintos rostros y máscaras, los jóvenes se enfrentan a acontecimientos socioculturales que implican situaciones de vida o muerte y al impacto objetivo que tiene en su salud (mental, física y social). Lo anterior tiene repercusiones que se reflejan en su vida cotidiana. Como ejemplo, se expresa lo narrado por dos jóvenes entrevistados.

María: [Yo vivía] con la mamá de mi papá, nos pegaba con el bastón. Cuando mi papá se murió nos fuimos con mi hermana otra vez, y de ahí me separé de mi hermana cuando me fui para las drogas. Tengo 11 hermanos vivos y dos muertos, una muchacha y un muchacho. Estaba en la primaria cuando me llevaron los del DIF [Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de las Familias]. Se enteraron que me violaron, mi hermano me violó [cuando yo] tenía seis años, mi hermana fue la que se enteró porque a ella también la violó, a mi gemela y a la hermana con la que vivía, me las violó también. (María, comunicación personal, 17 de octubre de 2018).

Genaro: Mi mamá, pues se la llevaba en la calle, se drogaba. De hecho, mi mamá está aquí enseguida,6 en el femenil, en la cárcel. Nunca estuve con ella, [mamá] era como mi hermana para mí. [Yo vivía] en unas cuevas que están allá en la línea [fronteriza], fui y las miré y dije, pues no tengo dónde vivir. Sí tenía, pero yo decía ‘para qué, ¿para qué voy a hacer sufrir a mi abuela?’. Mejor me quedé ahí viviendo [en las cuevas] (Genaro, comunicación personal, 21 de noviembre de 2018).

Bajo las condiciones narradas por María y Genaro, se configuran modelos de actores vulnerables que deben articular sus proyectos de vida en torno a la supervivencia física por encima de expectativas que les permitan elegir lo que por derecho les corresponde, por ejemplo, el derecho a vivir en familia. La figura familiar para los otros dos jóvenes también tiene una presencia importante que orilla a los actores para que busquen alternativas que generen ingresos económicos que les permitan asir un plan de vida.

José: Miraba cómo batallaba la jefa [mamá] y por ese motivo, más que nada, me dediqué a chambear. Hubo un tiempo en el que estuve mal, anduve mal, anduve en malos pasos, malos hábitos. De andar limpiando vidrios, al último me volví un delincuente, como quien dice. [Mi papá] hasta la fecha consume de todo; cocaína, piedra, huachicol,7 es un mil usos ese bato. También anduve un tiempo de sicario; del 2013 al 2014 anduve de sicario (José, comunicación personal, 23 de septiembre de 2019).

Mario: No pues, yo cuando estaba en la escuela, tenía 12 o 13 años, miraba a mis camaradas o amigos [y yo pensaba] “un día yo voy a ser sicario”. Ese era mi sueño; mi sueño primero era andar arriba en las trocas [camionetas] y dije, pues un día voy a ser sicario. Estaba en la escuela y estudiaba y bien, pero pues un día no me gustó. Quería andar mejor vestido y yo tenía camaradas y de repente un día, estábamos ahí y llegaron unos batos y dijeron: ‘Quieren jalar, ¿o qué?’, ‘al chile, yo sí quiero jalar’; ‘no, pues ya está’. Me llevó a jalar [trabajar] de guardia [de soldado dentro del crimen organizado] (Mario, comunicación personal, 22 de septiembre de 2019).

Lo narrado por José y Mario lo interpretamos como un proceso de autoexclusión social, que es posible analizar desde la óptica de cadena con eslabones de desventaja (Saraví, 2015), en la que “un eslabón sustantivo es la violencia que representa el punto de inflexión en la biografía del joven dentro de un plano de desventajas sociales y económicas que lo desvincula de los espacios institucionales y los pone bajo riesgo de inserción en actividades al margen de la ley” (De la O Martínez, 2020, p. 156).

La autoexclusión social está implícita en el hecho de reconocer las ausencias estructurales que les permitirían un pleno desarrollo. En esta visión, el crimen organizado se presenta como una opción para las oportunidades inmediatas ya que se promueven alegorías de riqueza inmediata y reconocimiento social. Paradójicamente, estas acciones “promueven el aislamiento y distanciamiento social, pero lo hacen ‘a través de’ y ‘en interacción con’ otras dimensiones de desigualdad subjetivas, por estar basadas en la experiencia del sujeto” (Saraví, 2015, p. 38), por ejemplo, el hecho de ser reconocidos como no estudiantes frente al resto de jóvenes que sí están estudiando.

Lo narrado por María, Genaro, José y Mario hasta este punto no es una forma mediante la cual puedan incorporarse a un mundo social a través de las emociones que les provocaron estas experiencias, sino que es una manera de interpretar objetivamente su realidad social, puesto que las están objetivando, exteriorizando en acciones vinculadas con algún delito. Las dimensiones subjetivas –emociones y el contexto axiológico– reproducen una desigualdad estructural que contribuye significativamente a la afirmación de dos cosas: 1) una situación de precariedad y 2) una fragmentación social. Viven, se ocultan, se producen y se reproducen las desigualdades sociales que interactúan de manera relacional con los jóvenes.

estos jóvenes enfrentan una coyuntura de intensa violencia en el país que los ha tornado en mercancías con precio, en víctimas circunstanciales y en productos de un sistema que los excluye. Viven con desencanto la falta de oportunidades educativas y laborales, y para muchos la violencia ha sido un factor presente en sus breves biografías (De la O Martínez, 2020, p. 153).

El crimen organizado se presenta en las biografías como una ilusión que promociona alegorías de riqueza, puesto que promete obtener gratificaciones inmediatas a través de diferentes actividades que acaban en dos posibilidades: morir o prisión. La interacción con actividades propias del crimen organizado implica tres cosas: 1) la erosión de los imaginarios futuros, 2) el aumento de la precariedad estructural y subjetiva y 3) la crisis de legitimidad política del Estado.

El analizar las narrativas de los jóvenes en cuanto a la interacción con actividades del crimen organizado nos permite identificar lo que para ellos representó lo vivido, puesto que lo evocan y revela la importancia que tienen las relaciones con otras personas a partir de acciones y decisiones sustantivas en momentos determinantes que trajeron como resultado la privación de su libertad. En otras palabras, sus futuros se erosionan, al mismo tiempo que se incrementa la precariedad estructural y subjetiva que abona a la deslegitimación del Estado por parte de los jóvenes, tal es el caso de las circunstancias por las que están o estuvieron privados de su libertad:

María: [estoy aquí por portación de] arma de fuego, unas tres o cinco escopetas hechizas. Estábamos en un hotel cuando llegaron las patrullas, el dueño del hotel les marcó. ¡No! Yo ni sabía que estaban ahí [las armas], traían dos nada más y las otras nos las pusieron los policías cuando nos llevaron para el Ministerio Público, dijeron que nosotros las traíamos,pero nosotros no traíamos nada. O sea, yo no sabía que las tenían, pero haga de cuenta que también las traía yo (María, comunicación personal, 17 de octubre de 2018).

Genaro: Una vez estaba en mi barrio, estaba un señor que se llamaba B., y él me dijo ‘¿quieres cruzar para el otro lado?’. Tío B., le dicen. ‘¿Quieres cruzar para el otro lado? Te vamos a pagar bien’, y pues yo no sabía y le dije sí, la verdad quiero dinero; que me iban a pagar dependiendo los pollos [migrantes] que cruzara. Sí, [cruzar] gente, y yo iba a ser guía, y pues fui, crucé y me agarraron [risas]. En la segunda [segundo intento para cruzar gente], pues sí cuajé con siete pollos [logró cruzar]. Quinientos por pollo me dieron; quinientos dólares por cada pollo (Genaro, comunicación personal, 21 de noviembre de 2018).

En las narraciones se identifican espacios geográficos con alta incidencia delictiva, que se convierten en el lugar donde los jóvenes deben aprender a vivir bajo un ambiente hostil con agresiones de sus jóvenes rivales, además de la violencia simbólica manifestada por la coerción policial y la ausencia de políticas públicas. El espacio geográfico se convierte en una losa pesada sobre los hombros de las nuevas generaciones.

Ante estos embates violentos, el proceso de socialización se orienta hacia satisfacciones inmediatas que les permitan sobrevivir. En palabras de Encinas Garza (2016) “conseguir el mejor provecho sin invertir mucho tiempo y esfuerzo, se trata del placer sin culpa cuyo único fin es obtener autonomía de la familia y ostentar el poder en el barrio” (Encinas Garza, 2016, p. 60). Los embates violentos son manifestados por los otros actores de la siguiente forma:

José: No, pues ahí donde vive mi mamá [San Fernando, Tamaulipas], son las salideras, donde entran al pueblo; entra y sale la maña [crimen organizado], también hay casas de seguridad. Yo me iba al crucero y vendía y así empecé a conocer personas y al último me fui involucrando, conociendo amistades. Sí, me invitaron de primero, pero todavía no les había aceptado la palabra. A la mera hora, ya como a los dos o tres meses, me habían dicho que estaba en la nómina, que ya habían dicho allá arriba que ya estaba en la nómina, tan solo con juntarme con ellos y que ya venía el sobre en camino y ese día ya iban a pagar los cheques, y llegó el cheque –¿de cuánto llegó el cheque? –pues eran 15 000 pesos (José, comunicación personal, 23 de septiembre de 2019).

Mario: [primero estuve] halconeando [vigía]. Y luego conocí lugares donde vendían droga y de puntero me metí [narcomenudista]. Que me dice el bato: ‘Qué onda, vente a ayudarme para sacar cuentas’; ‘simón’ ya está. Pues me seguí, como me gustan un poco las matemáticas, pues me salió bien, me salían bien las cuentas y todo. Después, el bato me dice; ‘Qué, cuánto quieres amacizarte, te ponemos un punto”, y yo: ‘Simón, me pongo en un punto’. Y que me ponen allá en el gran canal, así le dicen, me ponen y empecé a vender piedra, mota y pases [crack, mariguana y cocaína]. No, pues sí, sí me salía bien el dinero y un día, de repente, pues ya no me gustó y le dije: ‘No, pues, mi sueño es andar arriba en la patrulla, zumbando [andar armado y equipado]’. Mi primer enfrentamiento fue a los 14 [años], me enfrenté a la Marina [Marina Armada de México]. Después de estar de estaca, me pasaron a la cocina,8 pero no aguanté. No aguanté porque miré a la cara [a uno] y me traumé. Y dije; ‘no, yo para la cocina no estoy listo, no estoy listo’ (Mario, comunicación personal, 22 de septiembre de 2019).

En cuanto a seres históricos con capacidad de agencia, los jóvenes construyen relatos en los que el pasado, el presente y el futuro se mezclan de manera intersubjetiva con los tiempos de sus pares. “Estas narraciones son la medición como coproducción de la realidad en tanto alternativa para la consolidación de mundos compartidos en función de los sentidos, historias y empatías construidas” (Agudelo López et al., 2020, p. 293). Se hace visible que es solo en la cotidianidad donde se afianza la factibilidad de la configuración identitaria a partir de sus realidades. En palabras de Hernández Baca (2020), se explica la relación entre juventudes y leyes:

es una confrontación estructural en dos sentidos: por un lado, los jóvenes que comparten entornos criminalizados se desenvuelven bajo códigos de reconocimiento social que desafían los estatutos de una sociedad de la que se sienten excluidos; por otro, el estigma construido entorno a su condición de juventud, masculinidad y marginación convierte a estos jóvenes en sujetos sospechosos para las autoridades que constantemente los acosas y discriminan (Hernández Baca, 2020, p. 133).

La cita anterior implica que se normaliza participar en una acción vinculada con el crimen organizado, y puede ser interpretada por los actores como productiva, dando cuenta de la manera en que diversas sociedades perciben y valoran el mundo, y con ello, a ciertos actores sociales. En este sentido, las juventudes son sistemas sociales y productos del acuerdo social en donde la acción social de involucrarse en actividades delictivas se normaliza a partir de que es aceptada por la misma sociedad en términos de asumirlas como algo predestinado, a partir de las particularidades individuales de los actores. Bajo esta premisa, los jóvenes entrevistados construyen su identidad como “un conjunto de repertorios culturales y sociales interiorizados, a través de los cuales, demarca su frontera y se distingue –o pretende distinguirse– de los demás actores en una situación similar” (Giménez Montiel, 2002, p. 38).

Participar en actividades delincuenciales se vuelve un elemento sustancial al momento de definirse como actor de una sociedad, ya que los esquemas de autorepresentación configuran campos de acción desiguales (Reguillo Cruz, 2008). En la actualidad, conducirse como un actor social responsable es cada vez más requerido y cada vez más valorizado.

El proceso de precarización que experimentan los jóvenes entrevistados en su corta biografía, ejemplifica cómo las condiciones de desigualdad están vinculadas directamente con la incapacidad institucional para garantizar derechos fundamentales como educación, salud y vivienda para las juventudes en un contexto fronterizo hostil. Esta incapacidad polariza los segmentos humanos, resultando menos favorecidos aquellos grupos –como, por ejemplo, los jóvenes–, en donde las condiciones económicas, sociales y de violación sistemática a sus derechos humanos los lleva a una sociedad del riesgo que al mismo tiempo reconfigura espacios de incorporación social y a otras formas de construirse como sujetos (Valenzuela Arce, 2015). En palabras de Torres Maestro (2013):

estamos ante la ruptura de la trama social donde los jóvenes se encuentran privados de futuro, es un holocausto social, una real eutanasia de los pobres debido a la existencia de una gran masa de desocupados permanentes, trabajadores ocasionales, precarizados e informales. El diluir las certezas inherentes a los mecanismos de incorporación social, dicha juventud sin futuro es producto de un fascismo social porque se expulsa de cualquier tipo de contrato social a masas extensas de la población (Torres Maestro, 2013, p. 15).

Con base en la cita anterior, inferimos que el hecho de ser joven en una situación particular posibilita el estar involucrado en actividades delictivas y puede ser interpretado como un logro para obtener poder y el deseo de constituirse como un actor social reconocido en un contexto violento. La violencia les genera a los jóvenes una distinta racionalidad en torno a la posición social que deben ocupar en la colectividad; sus prácticas –antisociales– le permiten asegurar su vida mediante lealtades volátiles y adscripciones forzadas (De la O Martínez, 2014). En este punto, los jóvenes reproducen un estigma a partir de los acontecimientos vividos, puesto que el participar en actividades delictivas lo marca profundamente para el resto de sus vidas. Los jóvenes se encuentran en un momento crítico en el proceso de socialización y de construcción de una identidad que define los espacios de integración social.

Bajo este proceso de precarización que experimentaron en sus biografías, los jóvenes entrevistados articularon la base para la definición de su identidad. Entendiendo que “la noción de identidad responde a una construcción social mediante la cual los sujetos objetivizan su propia capacidad de autoconciencia y autoreferencia” (Trejo Quintana, 2008, p. 40). Al considerar la identidad como un proceso en permanente construcción, los jóvenes están proyectando su vida a partir de las narrativas, puesto que, el exteriorizar la identidad, implica una interpretación individual en donde el contexto adquiere un papel fundamental. Sin embargo, no se trata de asumir el contexto como el único causante del proceso de precarización, las ausencias estructurales (garantía de educación, salud y vivienda) sumadas con los elementos contextuales tienen su importancia a partir de la interpretación, la construcción y la asimilación que hace el sujeto desde su intersubjetividad.

A MANERA DE CONCLUSIÓN

El proceso para definir una identidad en un contexto fronterizo como el analizado para este grupo de jóvenes, debe ser entendido a partir de las estrategias mediante las cuales se incorporan e interpretan un mundo social. Las experiencias de María, Genaro, José y Mario evidencian una existencia frágil en un contexto fronterizo, y deben ser asumidas como una de las formas en la que interpretan su mundo. Son dimensiones subjetivas que no solo reproducen una desigualdad estructural, sino que contribuyen directamente a la interpretación individual de las desigualdades estructurales que fragmentan a los jóvenes socialmente y los mantienen en situación de precariedad que les permite asumir un rol social predeterminado.

Los jóvenes entrevistados interpretan su situación a partir de los elementos intersubjetivos, que a su vez son alimentados por su experiencia individual, como el vivir en un espacio hostil con nulas oportunidades para continuar sus estudios y asumiendo las consecuencias desde una particular racionalidad. Como clase marginal, para estos jóvenes asumir una situación de internamiento en contra de su voluntad, implica que han interactuado con elementos culturales y sociales específicos que limitan su pleno desarrollo. Para los jóvenes en un contexto fronterizo como el narrado por María, Genaro, José y Mario, sus identidades sociales se dan como umbrales simbolizados y significados de adscripción/diferenciación y de pertenencia/exclusión, inscritos en contextos sociohistóricos y entramados socioculturales específicos.

El significado de adscripción/diferenciación es el cómo los jóvenes entrevistados de este documento asumen el hecho de estar privados de su libertad –como una segunda oportunidad y les genera una pertenencia/exclusión en la sociedad a partir de lo que se puede materializar con lo que quieren hacer cuando salgan. En este sentido, los jóvenes de este documento normalizan el estigma de haber estado privados de su libertad a partir de un proceso de aprendizaje que les abre la puerta para una segunda oportunidad.

Podemos argumentar que el colectivo de jóvenes de frontera contiene una particular racionalidad, misma que les permite identificar las aspiraciones que tienen una vez que interpretan y asumen un rol social específico, se definen desde una perspectiva histórica/situacional con carencias en los soportes mínimos de independencia social.

La participación de los jóvenes en acciones en conflicto con la ley puede ser un punto de inflexión en su experiencia biográfica, a la vez que los dota de una desventaja: la interpretación de su entorno se hará a partir de lo que ellos consideraron como una justificación que les da pie para participar –elementos que pueden ser pobreza extrema o violencia exacerbada–, se enfrentan a un conflicto entre temor y deseo mientras ellos tratan de afianzarse a través de actitudes frente a otros.

Como actores de una colectividad con agencia propia, los jóvenes de estas dos ciudades de la frontera norte mexicana no deben ser identificados como un bloque homogéneo, se deben considerar diferentes variables que los convierten en un sector heterogéneo que comparte afinidades contextuales marcadas por el desarraigo, por la obligación de asumir responsabilidades de personas adultas de manera precoz, como el ser madre a temprana edad o hacerse responsable de los ingresos económicos. Elementos que, desde una perspectiva endógena, delinean una distancia simbólica que los separa del resto de la colectividad.

Definir una identidad para los jóvenes en contexto fronterizo no es exclusivamente ontológica, es relacional entre la escasez y los elementos que contienen para hacerle frente. Sobre todo, si consideramos que las fronteras simbólicas en las que se desenvuelven como colectivo de jóvenes en contexto fronterizo conforman topografías territoriales, institucionales, axiológicas e identitarias y que, además, comparten sentidos y significados.

Resulta imprescindible analizar el pasado y la forma en la que este es interpretado por los sujetos jóvenes fronterizos que han experimentado un proceso de precarización; lo anterior implica reconocerles la capacidad de definir el presente y lo que proyectarán en un futuro. Tomar en cuenta tanto el pasado como el proceso de precarización, se propone como base para abordar a la población de jóvenes que están privados de su libertad y así interpretar la acción de haber participado en una conducta delictiva como el resultado de un proceso gradual de estigmatización y de falta de confianza en las instituciones encabezadas por un Estado fallido, incapaz de garantizar un pleno desarrollo para estos jóvenes.

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2El trabajo de campo se realizó durante los meses de mayo de 2018 a diciembre de 2019, por lo que al concluir este artículo se desconocía si la situación legal de los jóvenes entrevistados permanecía igual o habían cumplido la medida cautelar de privación de la libertad.

3Para fines de este documento, los jóvenes entrevistados se identificaron con pseudónimos.

4Centro de asistencia social que está enfocado en atender a niños y adolescentes en situación de riesgo en el estado de Sonora, ubicado en Hermosillo, a 278 km de distancia de la ciudad de Nogales, Sonora, en México.

5Escuela preparatoria del Instituto Sonorense de Educación para Adultos ( ISEA), programa educativo del gobierno del estado de Sonora.

6A un costado del centro de tratamiento para adolescentes, se encuentra el centro de readaptación social femenil del municipio de Nogales, Sonora.

7Se refiere al consumo de solventes como el thinner o la gasolina, que se inhalan utilizando un pedazo de estopa o tela.

8Se refiere a los lugares que el grupo delictivo utiliza para disolver cuerpos. Asimismo, se les conoce como cocineros a las personas involucradas con el crimen organizado que se dedican a disolver cuerpos.

Recibido: 27 de Noviembre de 2020; Aprobado: 20 de Mayo de 2021

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