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Frontera norte

versión On-line ISSN 2594-0260versión impresa ISSN 0187-7372

Frontera norte vol.33  México  2021  Epub 25-Oct-2021

https://doi.org/10.33679/rfn.v1i1.2138 

Artículos

De mineros a colonos agrícolas. La experiencia de los mineros de Pilares, Sonora, en la costa de Hermosillo, 1949-1980

Rosario Margarita Vásquez Montaño 1  
http://orcid.org/0000-0002-5605-7749

Juan Manuel Romero Gil 2  
http://orcid.org/0000-0002-0499-1978

Traducción:

Luis Cejudo Espinoza

1El Colegio Mexiquense, México, mgl.vasquez@gmail.com

2Universidad de Sonora, México, juanmanuel.romero@unison.mx


Resumen

Este artículo analiza el proceso de cambio y adaptación de los mineros que se convirtieron en colonos agrícolas en la costa de Hermosillo. Todos ellos habían sido desempleados por el cierre de una mina de cobre, ubicada en Pilares, Sonora, en 1949. La perspectiva metodológica aplicó herramientas de la historia social y cultural con conceptos de los estudios de la memoria. Se logra identificar una fractura identitaria al romperse proyecciones de futuro, obligando a los pobladores a reelaborar sus historias de vida. El estudio implicó el trabajo con la oralidad, lo que resultó en algunas limitaciones que debieron ser subsanadas con fuentes documentales e historiográficas. La visibilidad de una comunidad con fuerte presencia en el imaginario social de Sonora definió la originalidad del estudio, concluyendo además que existe una identidad cultural peregrina que se conformó fuera del espacio minero, pero con elementos simbólicos del mismo.

Palabras clave: minería; memoria; identidad; frontera; Sonora-México

Abstract

The article analyzes the change and adaptation process of miners who became agricultural settlers on the coast of Hermosillo. All of them had been unemployed because of the closure of the copper mine in Pilares, Sonora, in 1949. The methodological perspective applied instruments of social and cultural history with concepts of memory studies. It is possible to identify a fractured identity through the broken projections for the future, forcing settlers to re-elaborate their life stories. The study involved work with orality, which resulted in some limitations that had to be solved with contrast of documentary and historiographic sources. The visibility of a community with a strong presence in the social imagination of Sonora defined the originality of the study, concluding further that there is a pilgrim cultural identity that was formed outside the mining space but with symbolic elements of it.

Keywords: mining; memory; identity; border; Sonora-Mexico

INTRODUCCIÓN

El cierre en 1949 de la mina de Pilares de Nacozari, ubicada en el municipio de Nacozari, en el estado de Sonora, México, marcó la vida de sus pobladores. El paro definitivo de la producción por parte de la Moctezuma Copper Company trastocó el curso de la actividad económica, laboral y sociocultural de una comunidad minera que había sido beneficiada por el desarrollo de la extracción de cobre, con sus intermitencias y crisis, durante cinco décadas. La compañía Moctezuma fue fundada en el año de 1897 por la Phelps Dodge, una compañía norteamericana que contaba con minas en el estado de Arizona, EE. UU. Con la compra de la mina de Pilares, la Phelps Dodge consolidó una red regional minera trasfronteriza (Romero Gil, 2001, p. 221). Al iniciar el siglo XX, en 1904 la Moctezuma Copper Co. realizó una costosa inversión que resolvió y optimizó el proceso productivo de la mina al mejorar las técnicas de tracción, construir un ferrocarril de vía angosta que permitiera trasladar el mineral y habilitar un gran espacio para las viviendas, el esparcimiento, la vida política y social de los trabajadores y sus familias. La condición del enclave, el control empresarial sobre la producción del trabajo (jerarquías y especialización laboral), así como la distribución del entramado urbano son algunas de las características que explican la identidad minera forjada durante el tiempo de vida del mineral.

Con base en datos históricos, este artículo busca comprender cómo a partir de la consolidación de las relaciones de sociabilidad y solidaridad en el pueblo-mina de Pilares, posteriormente al cierre de la actividad minera a finales de la década de 1940, un grupo de mineros expulsados por la crisis laboral de Pilares llegaron a la costa del municipio de Hermosillo en condición de colonos agrícolas, estableciéndose en un espacio socioterritorial inédito, en el que intentaron replicar las formas sociales de vida que habían construido anteriormente en el Pilares original, combinándolas con los nuevos aprendizajes del campo y la agricultura. De esa forma, a fines del mismo 1949 nació el asentamiento llamado Colonia Pilares, en el que levantaron una capilla, casas de adobe y una cancha de basquetbol, en el que sería el escenario donde alimentaron las viejas relaciones de sociabilidad y solidaridad que habían tejido alrededor de la labor que realizaban en el asentamiento anterior de la antigua mina. La naciente colonia se convirtió en el centro de operación desde donde se trazó el esfuerzo colectivo para convertir una zona semidesértica en varios campos agrícolas entre 1950 y 1980.

El artículo también tiene como objetivo reconocer la forma en la que las identidades de las personas de este excentro minero se vieron fracturadas a causa de la dislocación de la actividad productiva, rompiéndose proyecciones de futuro, viéndose obligadas a reelaborar sus historias de vida a partir de la –dolorosa– experiencia de su salida del lugar de residencia anterior. La memoria (o los testimonios) de gente mayor que trabajó en la mina de Pilares, permite construir un pasado sustentado en una identidad rota, pero también ha contribuido a que los actores generen mecanismos de conservación de la misma mediante los recuerdos y su transmisión, y en la reproducción de prácticas socioculturales y en la creación de lugares de la memoria dentro del mineral y fuera de él. La historización de esa memoria, el análisis del sentido de los recuerdos y de la forma como evolucionaron mediante la transmisión generacional son los objetivos que alientan este artículo. Asimismo, reflexionaremos sobre la manera en la que son definidos, apropiados y explicados los lugares de la memoria. Es decir, identificar las ambivalencias entre los recuerdos y las experiencias nos da la oportunidad de reconocer la inestabilidad de la memoria y sus usos, con el fin de recuperar identidades, gentilicios y orígenes personales que explican presentes y futuros colectivos.

EN TIEMPOS DE LA MOCTEZUMA COPPER COMPANY, EL SENTIDO DE PERTENENCIA AL MINERAL

Los pueblos mineros que surgieron a finales del siglo XIX en el norte mexicano y que se desarrollaron con gran éxito durante buena parte de la primera mitad del XX, a partir de sus historias fueron incorporados en el imaginario local como dinámicos, como espacios sociales caracterizados como “homogéneos [en los] que no existe una frontera clara entre la empresa y la comunidad, entre el lugar del trabajo y el de residencia, entre la esfera de la producción y la reproducción” (Sariego, 1998, p. 13). A través de un eje urbanizador, las empresas extranjeras establecieron espacios, los llamados company towns, o enclaves que contaban con la infraestructura necesaria para el asentamiento permanente de los trabajadores en la zona del mineral (Zapata, 1985). Bajo estas condiciones, la estructura de la organización empresarial generó un sistema de relaciones que no sólo eran visibles en la esfera productiva de la mina, sino que eran palpables en las distintas esferas de la vida social y cotidiana de los pobladores en general (Sariego, 1998, p. 13).

Por ejemplo, el trazado del antiguo pueblo de Pilares estuvo ligado a la modernidad porifirista y a las metas de productividad y eficiencia en el trabajo de extracción minera. Las ruinas del pueblo original están ubicadas a 15 kilómteros de la cabecera municipal Nacozari de García, al noroeste del estado de Sonora. Al igual que en el legendario mineral de Cananea, y hasta nuestros días, la minería ha sido la principal actividad productiva de la región. Desde su fundación, Pilares se construyó físicamente a partir de una segmentación que se fundaba en la jerarquía laboral, pero también por el origen étnico o la nacionalidad de la población. En un terreno irregular, agreste y al pie del socavón de la mina se construyeron los caseríos y edificios que dieron lugar al entramado urbano (Sariego, 1998, p. 109). La jerarquía social de la antigua mina estaba basada en la especialización del trabajo, lo que se reflejó en la organización espacial. Así, surgieron populosos barrios obreros llamados “Agua Prieta”, “Guadalupe”, “San Juan”, “El Porvenir” y “La Esperanza”, diferenciados de las colonias de los directivos y de los empleados administrativos de la mina, ambos grupos de origen norteamericano. Por otra parte, la compañía se empeñó en ofrecer servicios básicos como agua, electricidad, transporte, una estación de bomberos, la tienda de raya, y toda clase de espacios de recreación y servicios como un hospital, una iglesia, una biblioteca, un club deportivo y un cine. Estos escenarios fueron implementados por la empresa para “cuidar una fuerza de trabajo específica, en muchas partes escasa y también inflamable” (Cárdenas García, 1997, p. 143).

En la actualidad aún es posible apreciar la serie de caseríos y edificios al pie de la mina, aspecto que hacía imposible para el poblador original abstraerse de la relación con la actividad diaria del mineral. Por ejemplo, las pequeñas casas tipo “dúplex” en las que vivían dos o más familias de trabajadores mexicanos fueron construidas exprofeso y ubicadas en barrios alejados de la colonia “americana”, zona en la que se ubicaban los hogares de los gerentes y superintendentes norteamericanos, que a su vez vivían en edificaciones que contaban con servicios de agua potable, electricidad, drenaje y teléfono. Cabe señalar que con el paso del tiempo la mayoría de las casas de los barrios contaron con los servicios de agua potable y electricidad, pero esto será hasta ya entrada la década de 1930.

Bajo estas condiciones, la estructura de la organización empresarial propició un sistema de relaciones que no sólo medió en la esfera productiva de la mina, sino también en la esfera social y cotidiana de la población (Cárdenas García, 1997). El contacto permanente entre sus habitantes y la interacción cotidiana entre la población propiciaron una profunda sociabilidad entre “iguales diferenciados” (Rodríguez, Miranda y Medina, 2012, p. 148).

Al entrevistar a personas que vivieron en el Pilares original, podemos identificar una constante añoranza por la vida en la antigua mina, ya que realizan un recuento de los beneficios que recibían por parte de la compañía minera: vivienda, salud y recreación, solo por señalar los más recurrentemente mencionados. En sus vivencias, la Moctezuma Copper Co. era vista como una “empresa modelo” en cuanto a seguridad en el trabajo y en sus condiciones de vida, comparada con otras minas en la región. En Pilares contaban con una enfermería, que atendían tres médicos, y puestos de socorro ubicados en los diferentes niveles de la mina. Además, contaban con un hospital equipado localizado en Nacozari de García. Los trabajadores o sus familiares que enfermaban de gravedad eran enviados a Phoenix, Arizona, en EE. UU. para ser atendidos. Como señala Cárdenas García, como parte de las relaciones de negociación entre empresa y trabajador, la compañía tuvo que poner en práctica una política de beneficio social hacia los trabajadores (Cárdenas García, 1997, p. 137).

Lo mismo ocurría con la llamada tienda de raya. En una controversia que se suscitó ante las autoridades municipales entre los pequeños comerciantes del lugar y la empresa, los comerciantes acusaban de competencia desleal a la Moctezuma y su tienda. Los representantes de la última señalaban que el sistema de la tienda de raya tenía su razón de ser porque había que cuidar a las familias de los mineros para que estos no utilizaran su paga en bebidas alcohólicas. Asimismo, aducían que no era justo quitarles estas prebendas a los trabajadores sólo para favorecer a comerciantes que tenían sus tiendas en terrenos propiedad de la compañía (Cárdenas García, 1997, p. 7). La regulación y organización de las relaciones laborales, económicas y sociales del lugar las establecía la empresa.

Sin embargo, más allá de este control real de la dinámica del mineral, era un hecho que las condiciones de vida que la minería ofrecía distaban de la situación del contexto campesino del que provenían un número significativo de los trabajadores (Cárdenas García, 1997, p. 7). Por otro lado, la educación, los espacios de diversión y esparcimiento fueron, en un primer momento, definidos y controlados por la empresa. La construcción del edificio escolar, la creación de un club deportivo, un gimnasio, una biblioteca, un cine, la plazuela con su quiosco y la iglesia de culto católico formaron parte de una condición única, que posibilitó formas de sociabilidad que se consolidaron con el paso del tiempo a través de la dinámica cotidiana entre los miembros de la comunidad.

El diario ir y venir a las minas por parte de los trabajadores estuvo amenizado por formas de convivencia que les permitía olvidarse de su rutina laboral para dar paso a interacciones de corte más horizontal gracias a las actividades y los espacios sociales a los que se integraban hombres y mujeres, dando lugar a lazos de amistad, de compadrazgo y de redes familiares. Por ejemplo, uno de los espacios que con gran alegría los antiguos mineros recuerdan es el Club Deportivo, símbolo de la elegancia y gusto de los pilarenses por los bailes de etiqueta. Todos los trabajadores de la mina y los empleados en servicios tenían un traje y unos zapatos que usaban en celebraciones especiales como el baile de año nuevo, la celebración del cinco de febrero, el Sábado de Gloria o los bailes de verano.

De esta forma, el trabajo se veía compensado no sólo por la ganancia económica, sino también por la recreación que existía los fines de semana, cuando se organizaban bailes y fiestas; o bien, en las cantinas y hasta en las casas de prostitución. A estas últimas, de distinta modalidad, trató de controlarlas el municipio mediante la publicación de reglamentos de tolerancia (Reglamento de tolerancia a que deben estar sujetas las meretrices y directores de casas de tolerancia, 1925). Era en el ámbito social, a través de sus actividades culturales, religiosas y deportivas, que los pobladores reproducían y daban significado al sentido de pertenencia a una comunidad como la de Pilares.

Por otro lado, es importante reconocer la formación de una clase obrera-minera que se consolidó a través de la organización sindical. De ello da cuenta la precocidad con la que formaron su sindicato, pues la primera asamblea del Sindicato Obrero de Pilares se realizó en el año de 1925 (El Látigo, 1925). La presencia obrera en la vida política del mineral cobró mayor importancia cuando Pilares obtuvo la categoría de municipio, en 1918. El registro de clubes políticos con representantes obreros para contender por la alcaldía municipal demuestra la politización de este sector. Por ejemplo, en 1921 se creó el Club Benito Juárez, el cual presentó como candidatos a la presidencia municipal y regidurías a obreros, mineros y electricistas (Aguayo, 1921).

Lo anterior se explica porque en Pilares no existía una élite o poder político establecido – únicamente lo era el de la compañía–, y los comerciantes eran un grupo reducido, con un poder acotado o disminuido como para influir en materia política. La historiogafía sobre la organización de los trabajadores mineros en Sonora no reparó en el proceso de sindicalización de la comunidad en estudio y una explicación al respecto de esta omisión es la desaparición del mineral y, en consecuencia, de sus actores, sin contar la no clasificación de los archivos.

Pero el hecho de que los obreros ocuparan los puestos de elección popular no significaba que las relaciones con la Moctezuma Copper Company se vieran fracturadas o en confrontación. En cambio, estamos ante una negociación por los espacios de organización y de control del mineral. Estas relaciones eran de muy variado tipo, por ejemplo aquellas en las que el munícipe era el intermediario en las tensiones entre el capital y el trabajo; o cuando ciertas actividades de mantenimiento eran realizadas por la Moctezuma, como el aseo de la población que era “atendido en su mayor parte por la Empresa [...] con la colaboración y vigilancia tanto de la Policía como el C. Síndico” (Ayuntamiento de Pilares de Nacozari, 1928). Otras acciones que reflejan la importancia que tenía la empresa en el buen funcionamiento del municipio de Pilares eran las donaciones económicas que realizaba la empresa para los festejos civiles y deportivos (Hamilton, 1918). En 1921, se aprobó por medio de cabildo que la empresa realizara un descuento que sería utilizado para proveer a la escuela de varones de las herramientas para la enseñanza de artes y oficios. Al parecer este ordenamiento de cabildo fue recibido sin ningún problema por la compañía y los obreros, lo que indica el vínculo entre la instancia política y los intereses de la comunidad (Ventura, 1921).

La dinámica de sociabilidad, combinada con la organización obrera y la acción política, nos permitió identificar resistencias y capacidad de negociación entre los distintos actores. Los tiempos de la mina también eran simbólicos. El trabajo era duro y se compensaba con todas estas actividades y formas de ejercer rasgos de autonomía a las que hemos hecho alusión anteriormente. Sin embargo, la cohesión social, el apego y los rasgos de solidaridad también fueron expresados en momentos de crisis de salud, accidentes, desabastos, huelgas y paros laborales temporales y definitivos.

La cohesión social y la solidaridad son perceptibles en la memoria colectiva de los antiguos lugareños, así como emociones y actitudes en las que se disuelven las desigualdades de tipo social y económico para dar lugar a un sentido de comunidad amplio y totalizador. Como ejemplo está el caso de las evocaciones en torno a las condiciones de vida en el mineral, que tienen un común denominador: los beneficios positivos de vivienda, servicios, salud y recreación proporcionados por la compañía.

La narrativa de los antiguos moradores, construida años después del paro de labores de 1949, así como la salida del centro minero de Pilares hacia destinos disímiles, contribuyó a la recuperación de un pasado fincado en una identidad minera que restituyó positivamente la forma de vida en el campamento frente a las experiencias adversas tras su éxodo.

CUANDO LA SOCIABILIDAD DEL ENCLAVE SE PONE A PRUEBA

Según Rodríguez, Miranda y Medina (2012), los ciclos de la minería pueden hacer perecer a una comunidad minera, pues el cierre de una fuente de trabajo de este tipo no sólo conlleva a una crisis de tipo económico, sino que están de por medio aspectos vinculados a la identidad y la cultura del grupo que se ve afectado (Rodríguez et al., 2012). Por su parte, Reyes, Rodríguez y Medina (2014) afirman que con la experiencia producida por una crisis en el ciclo minero, sobreviene un sufrimiento colectivo que tiene que ver con el desequilibrio de las prácticas en la vida cotidiana basadas en la dinámica del trabajo, poniendo fin “a un pacto entre el hombre y su mundo, el hombre y la ciudad, el hombre y la naturaleza” (Reyes et al., 2014, p. 240).

Los grupos de población que dependían de una actividad productiva como la minería se enfrentaban a los vaivenes económicos de la misma, que la convertían en una industria fluctuante: crisis económicas, bancarrotas y huelgas forman parte de la historia de estos enclaves. Ahora bien, a pesar de que la inestabilidad, marcada por los tiempos y ritmos industriales, se hace presente en el ambiente social y laboral de los minerales, los trabajadores y sus familias estabilizan la incertidumbre a partir de la apropiación que hacen del espacio, la normalización de prácticas sociales y ritos culturales; así como la identificación con el paisaje y el entorno urbano (Rodríguez et al., 2012, p. 146).

El centro minero de Pilares había vivido varios reveses económicos que obligaron a la Moctezuma Copper Company a detener sus operaciones. La crisis mundial de 1929 afectó la industria del cobre, lo que obligó a la compañía a declarar un lockout en 1931. El paro condujo al primer éxodo masivo de los trabajadores y sus familias. Asimismo, Pilares perdió la categoría de municipio, que como ya precisamos había obtenido en 1918 y que había contribuido a la organización de los trabajadores en clubes políticos, involucrándose en los aspectos administrativos del pueblo.

Los trabajadores que experimentaron el éxodo a raíz de la crisis económica de 1929-1931, se trasladaron a distintas regiones del estado con apoyo del gobierno local y con la promesa de tierras de cultivo. En particular, migraron a campos agrícolas de Navojoa y Etchojoa, también en el estado de Sonora, donde establecieron la colonia Nacozari, la cual no daría muchos frutos debido a una mala administración gubernamental (Figueroa, 2008, p. 75). Los trabajadores que habían sido trasladados a la región agrícola del sur de Sonora se quejaron ante el ejecutivo estatal de la falta de atención por parte de los encargados de la colonia; intentaron organizarse, se reunieron y nombraron representantes para que gestionaran los recursos necesarios para comenzar los trabajos en el campo agrícola. Sin embargo, en el nuevo asentamiento esta tradición de organización heredada de la estructura del mineral no les sirvió en lo absoluto, al grado de que uno de los representantes fue expulsado de la colonia junto con su familia (Figueroa, 2008, p. 76).

Para la década de los años cuarenta la población en el centro minero de Pilares se había reducido considerablemente, si la comparamos con la que había 10 años atrás. En efecto, si en 1930 había un total de 7 029 habitantes –sin contar con los 5 368 que habitaban en Nacozari, donde se encontraba la concentradora de la compañía–, en 1940 la población se redujo a 2 892, de un total de 13 494 (Secretaría de la Economía Nacional, 1934, 1940; Secretaría de Economía, 1953).

En medio de un contexto económico más favorable, la Moctezuma logró reactivar el mineral en 1937. Sin embargo, 12 años después, en 1949, anunció a sus trabajadores que la empresa ya no podía costear la extracción de cobre, a pesar de que previamente, bajo acuerdo con el sindicato había aplazado el cierre mediante la reducción de salarios. Cuando se realizó el Censo Nacional de Población de 1950, Nacozari y sus comisarías alcanzaron un total de 5 500 habitantes (Secretaría de Economía, 1953). La baja tasa de población reflejaba la salida de la mitad de sus moradores, principalmente del centro minero de Pilares, provocada por el desplome de su fuente de trabajo. La compañía no volvió a tener el nivel de producción que había tenido en sus años de prosperidad y se sostuvo en baja actividad, con un reducido grupo de trabajadores hasta el año de 1960.

El año de 1949 marcó la fractura definitiva de la relación espacio-comunidad que se había mantenido a pesar de las crisis y de los paros –que desde la perspectiva de los trabajadores, eran temporales–. Un grupo pequeño decidió quedarse en Pilares de Nacozari y se dedicó a la ganadería y el gambuseo. Como había ocurrido con la segunda ola de emigrantes en 1931, los migrantes salieron en largas caravanas con diferentes destinos. Algunos regresaron a la sierra y a los valles de Sonora, otros emigraron como braceros a EE. UU. (Arizona y California), y un buen número se trasladó a la capital del estado, Hermosillo, para incorporarse a las cooperativas agrícolas que se estaban abriendo en la zona costera. En diciembre de ese mismo año se aprobó el decreto de colonización de la costa de Hermosillo con el que, bajo un modelo moderno de agricultura capitalista, se pretendía ocupar una gran área territorial de 200 000 hectáreas, lo que incluía apertura de pozos, electrificación y vías de comunicación; según el proyecto, el efecto de esta colonización agrícola atraería a Hermosillo y áreas circundantes a 40 000 personas aproximadamente (Pérez, 2014; Moreno, 2006). En el marco de ese decreto se definió el reparto de tierra para los mineros desplazados de Pilares. Se les asignaron 5 000 hectáreas de las 132 516 de tierras irrigables abiertas al cultivo (Noriega, 2010, p. 180), de las que 350 les serían asignadas a cada uno de los pilareños como salida al desempleo que había provocado la crisis de la posguerra en el legendario mineral, a raíz de una caída del mercado del cobre y la suspensión del subsidio de tres centavos por cada libra producida (Durazo Rivera, s/f, p. 56; von Der Borch, 1998, p. 556; Ramírez, Guadarrama, Conde, Leon, Martínez y Martínez, 1985, p. 184).

Por su parte, la Moctezuma Copper Company no volvería a tener el nivel de producción de años prósperos; se mantuvo en baja actividad para mantener el derecho de posesión hasta el año de 1960, con un pequeño grupo de trabajadores que según Mamfredo Morguen no llegaban a 20, que realizaban tareas de mantenimiento de la maquinaria y de las instalaciones (M. Morguen, comunicación personal, 26 de mayo de 2013). Otros más se dedicaron a la ganadería y al gambuseo. Pero algo había cambiado y el año de 1949 simboliza esa fractura definitiva de la relación espacio- comunidad que se había mantenido a pesar de las crisis, dando paso al éxodo intempestivo de sus pobladores.

SER PILAREÑO. MEMORIA E IDENTIDAD MINERA

La apropiación simbólica que los trabajadores y sus familias habían hecho de la mina y su vida en Pilares contribuyó a la formación de una identidad colectiva cohesionada alrededor de los valores del trabajo, la sociabilidad, la integración a la vida cotidiana y la dinámica del mineral con sus tiempos, reglas y ambientes de participación política y cultural, repertorios que hacen posible la identificación de una colectividad (Mercado y Hernández, 2010, p. 241). Los company towns surgen con el descubrimiento y apertura de una mina. Pilares fue edificado por la compañía, pero quienes le dieron sentido y significado fueron sus trabajadores y su población.

Con el desarrollo de la mina los pobladores adoptaron el gentilicio pilareño, el cual había sido elaborado a partir de las experiencias individuales y colectivas. El ser pilareño, por un lado, reafirmaba y realzaba la especialización laboral del minero, al que se le consideraba como un privilegiado y, por el otro, los hacía reconocerse como parte de una comunidad con un pasado compartido por la fraternidad, la solidaridad, las prácticas y los rituales comunes. De este modo, en el entramado sociocultural creado por las condiciones específicas del enclave, los trabajadores crearon proyecciones de vida a futuro, sobre todo cuando lograron establecerse y formar sus propias familias. Entonces, a la par que se había consolidado la empresa, también lo había hecho la sociedad pilareña, y los elementos identitarios se reflejaron en un conjunto de prácticas en el proceso de colonización de la costa de Hermosillo, en especial a la hora de constituir una comunidad.

En la actualidad, dichos valores y representaciones aún subsisten en los recuerdos de quienes se autonombran pilareños, y también entre quienes tuvieron relación con aquel espacio y su gente. Es decir, a partir de una base y noción en común en el ser pilareño se recuperan elementos que nos remiten a una memoria colectiva y a una identidad específica (Halbwachs, 2004). Aun cuando el centro minero de Pilares ya no existe, ni como sociedad ni como campamento, sus antiguos pobladores lo evocan en sus vivencias rememorando tres ejes: los de la infancia, el trabajo en la mina y los espacios de sociabilidad no laboral.

La incertidumbre y la nostalgia del recuerdo de haber pertenecido a un espacio que creían propio quedó muy grabado en la memoria de los migrantes pilareños. Así lo relató en una entrevista la antigua residente Yolanda Ruiz de Moreno:

Así estuvimos casi tres meses, vi desaparecer Pilares porque todos los días caían casas, o las dejaban solas. Así fue pasando y las luces se iban apagando, ya no era el puerto, ya no era el barrio “libre”, ya no era la colonia americana, ya también estaba en tinieblas, y poco a poco iban saliendo... se empezaron a ir los vecinos de toda la vida, la gente con la que yo nací y había crecido.

Comenzaron a entregarles a todos los habitantes de Pilares sus títulos de los pequeños lotes de aquí de la costa –porque se había conseguido con el gobierno los terrenos que están en la costa para ubicar al pueblo de Pilares y traerse a la gente, para que no sintiera desarraigo–. Era traumatizante, digo, véame a tantos años... (Ruiz, comunicación personal, 20 de mayo de 2013).

Después del quiebre de la antigua mina de Pilares, algunos mineros y sus familias iniciaron el éxodo hacia el centro del estado. El gobierno se vio en la necesidad de atender el masivo y repentino desempleo en la minería serrana de Sonora y aprovechó la oportunidad para colonizar el área despoblada del municipio de Hermosillo cercana al mar. El decreto para la colonización agrícola del Distrito de Colonización Miguel Alemán Valdez establecía que “la reserva de los terrenos nacionales dentro de él para fines de colonización respetando las propiedades privadas adquiridas anteriormente, pero con la obligación de fraccionarlas cuando sobrepasaran los límites que estableciera la Legislación Agraria” (Durazo Rivera, s/f, p. 53)

Para 1949 se había autorizado la perforación y equipamiento de unos 70 pozos profundos en la costa de Hermosillo (Moreno, 2006, p. 172). En ese marco, el gobernador Ignacio Soto promovió la colonización de un área con desempleados de la mina Pilares. Había dado fruto la presión que algunos de los exmineros ejercieron sobre el gobierno y por tanto se cumpliría el objetivo de su movimiento. Al hacer realidad el programa que impulsó el presidente Miguel Alemán en 1948, al publicarse una acuerdo mediante el cual se perfilaba para el caso de Sonora la apertura de las llanuras costeras de tierras para el cultivo, avanzaba la marcha hacia el mar al ampliarse la frontera agrícola (Guadarrama, Ramírez, Conde, León, Martínez y Martínez, 1985, p. 172; Moreno, 2006, p. 179). Cabe mencionar que originalmente a los pilareños se planteaba darles tierras en el valle del Yaqui, pero como se temía un levantamiento de los yoremes, decidieron otorgarles dotación de terrenos vírgenes en la costa.

Los exmineros y las familias que decidieron aceptar el nuevo ofrecimiento del gobierno estatal para hacer vida en la costa de Hermosillo fueron trasladados por medio de autobuses y en ferrocarril a la ciudad de Hermosillo, capital del estado. Al arribar a esa ciudad la mayoría fue conglomerada en el parque Francisco I. Madero, a su vez ubicado en el centro de la ciudad (Ayón, comunicación personal, 24 de mayo de 2013). Cuando les fueron otorgados los terrenos en la costa formaron la Colonia Pilares. Al establecerse en ese lugar encontraron un contraste substancial con el lugar de donde provenían, y les costó trabajo adaptarse al lugar, al clima y a las nuevas condiciones de vida:

Empezamos en el contraste de todas las comodidades que teníamos. A pagar luz, a pagar renta... se nos juntó el cielo con la tierra, no hallábamos qué hacer. Nosotros teníamos dos años agrupados [hasta] que nos dieron el terreno…que fue la Colonia Pilares. Ahí estuvimos como ocho años y salimos con una mano por delante y una mano por detrás. Servimos de ratas de laboratorio, con nosotros hicieron todos los experimentos de maquinaria, sistemas..., menos ayudarnos para poder trabajar (C. Ayón, comunicación personal, 24 de mayo de 2013).

Llegados con el deseo de trabajar, se encontraron con un nuevo tipo de vida. Eran otros los ritmos, no tan definidos como los horarios y la disciplina que imponía el antiguo trabajo en la mina. En la costa de Hermosillo estaban frente a un territorio de vegetación semidesértica que debían desmontar para convertirlo en tierras de cultivo, además de construir el espacio de la vivienda y los servicios básicos para el consumo y la educación de sus familias, bajo condiciones totalmente distintas a las que habían experimentado anteriormente. En el trabajo minero la organización laboral se encontraba definida por la empresa, sobre todo tratándose de company towns. Las relaciones sociales, por su parte, eran definidas por la organización sindical y el poder municipal (Sariego, 1998; Zapata, 1985). A pesar de las nuevas circunstancias económicas y laborales, los pilareños trataban de replicar la vida que habían llevado en el mineral en el campo, así como la que habían vivido en la ciudad de Hermosillo. Las pautas de organización que experimentaron en el nuevo enclave las trasladaron al campo tanto en Navojoa y Obregón, al sur del estado, y con mayor fuerza y pertenencia, a la costa de Hermosillo. Pero no sólo esta característica fue la que intentaron reproducir, también lo fueron las prácticas sociales de convivencia. Este último aspecto es el que logró consolidarse y perdurar al paso del tiempo.

En la costa se les asignó “un área sin explotar en la región más cercana a la costa, rumbo a Bahía de Kino. Una zona agreste y desértica” (Durazo Rivera, s/f, p. 31-33), la más alejada de la ciudad de Hermosillo. En esos terrenos –cuyo valor subiría luego de ser desmontados por los pilareños– iniciaría un proyecto económico y social en manos ahora de estos nuevos colonos agrícolas. A finales de 1949, alrededor de 170 exmineros de Pilares obtuvieron la posesión de 5 000 hectáreas remotas y completamente enmontadas al poniente de lo que hoy es la calle 28 sur de la costa de Hermosillo, a unos cuantos kilómetros del entonces camino a Bahía Kino. Algunos de estos exmineros habían salido de Pilares desde 1946, cuando la mina comenzó a detener sus operaciones (von Der Borch, 1998, p. 569). En esa zona sur de la costa de Hermosillo establecieron la Colonia Mineros de Pilares (conocida como La Pilares), como centro de operaciones y colonización del área. Al mismo tiempo, otros colonos no mineros abrirían nuevos campos de cultivo.

En 1951 el presidente de la república, Miguel Alemán, autorizó recursos para más pozos y ello favoreció al grupo de colonos inmigrantes pilareños, quienes abrieron brecha en el monte hasta el área donde estarían los campos agrícolas. De ese proceso de desmonte-valorización del territorio asignado surgieron 14 campos agrícolas, además se crearon sociedades de crédito, integradas cada una por 12 pilareños: “Cada una de estas sociedades se formó alrededor de un pozo agrícola con agua suficiente para regar cerca de 300 hectáreas” (von Der Borch, 1998, p. 567).

De ese gran esfuerzo de colonización agrícola en el que invertían muchas horas de trabajo colectivo para desmontar una hectárea, es que surgieron campos-sociedades de crédito como los siguientes: “Miguel Alemán, Nazario Ortiz, Ignacio Soto, Adolfo Ruiz Cortines, Lázaro Cárdenas… Moctezuma, Bella Vista, Cuahtémoc, Escuadrón 201, Kino, La Providencia, El Futuro, Villa San Ignacio, e Ignacio Zaragoza” (von Der Borch, 1998, p. 567)

Paralelamente al establecimiento del asentamieto, el desmonte de los terrenos, la creación de los campos agrícolas y la apertura de pozos, comenzaron a llegar los recursos crediticios para la siembra. Los exmineros tenían asesores de parte del entonces existente Banco de Crédito Agrícola, pero los inexpertos agricultores no estaban muy capacitados para ello, por lo cual recurrieron a su propia creatividad para sacar adelante las siembras y las cosechas. A dos años de haber recibido las tierras, obtuvieron recursos para la compra de maquinaria y transporte. Con buena parte del crédito obtenido compraron su primer tractor marca Oliver, una trilladora Massey Harris y un camión marca Chevrolet para el transporte de las cosechas (von Der Borch, 1998, p. 567). Todo el equipo era utilizado bajo un modelo colectivo; es decir, podía ser utilizado en la propiedad individual de cada colono para el cultivo y la cosecha. El mantenimiento y gastos de operación de la maquinaria y el transporte se cubría con aportaciones de todos los colonos.

Entre 1949 y 1952 avanzaba el proceso de la construcción de una comunidad muy dinámica y multifacética, inspirada en el pasado reciente de colonos mineros, aunque fueran tan sólo un ciento de habitantes. La vida en el campo transcurría entre las labores de barbecho, siembra, riego, desyerbe, desahíje y cosecha de trigo, algodón, maíz, etcétera. En esa tarea de preparar la tierra era muy importante el papel de los regadores y tractoristas, quienes trabajaban las 24 horas en sus turnos correspondientes. Los aviones fumigadores aterrizaban en la Calle 36 sur, cargaban el fumigante y volaban a los distintos cuadros a esparcirlo a gran escala.

Al inicio del ciclo agrícola se sembraba principalmente algodón y trigo (Durazo Rivera, s/f, p. 99). Tal progreso económico se explica por dos causas: 1) estos productos vivían un auge de mercado y 2) el éxito que alcanzaba la Unión de Colonos de la Costa de Hermosillo, organización fundada en la década de los años cincuenta y en la que los pilareños fueron miembros activos (Pérez, 2014, p. 209). Lo anterior explica que estos emprendedores colonos ampliaran su frontera agrícola al comprar un nuevo campo, al que pusieron Villa San Ignacio 2, o también llamado el Campo Nuevo.

Al iniciar los años ochenta, el sector de los pilareños que había formado la colonia agrícola Villa San Ignacio, “incursionaron en una nueva área de trabajo: la avicultura. Compraron un terreno […] y construyeron una granja de postura para 20 mil aves, las cuales producían unas mil cajas semanales de huevo” (Durazo Rivera, s/f, p. 132), que distribuían para su venta en el mercado de la ciudad de Hermosillo. Este proyecto económico incluyó la construcción de un molino para producir alimento balanceado para las aves. Además, contaban con una “bodega refrigerada para el almacenamiento de los huevos. Luego construyeron una granja de crianza en la cual atendían a 25 mil pollos para engorda” (Durazo Rivera, s/f, p. 132).

Sin embargo, al finalizar la década perdida de los años ochenta, las altas tasas de interés que cobraban los bancos, la sobreexplotación del manto acuífero a causa de la operación de 498 pozos y la intrusión salina del Mar de Cortés, conllevó al fracaso de la utopía de la colonia agrícola en la costa de Hermosillo (Moreno, 2006, pp. 222-223). La crisis fue evidente y sólo quedaron ocho socios de la colonia agrícola Villa San Ignacio, unos porque eran fundadores y otros porque habían recibido su derecho de pozo por compra o herencia. En ese momento decidieron dividirse los bienes que habían adquirido como socios, como sería el caso de la maquinaria y el transporte. Las granjas avícolas no habían dado resultado y las deudas por tal motivo debían cubrirse (Durazo Rivera, s/f, p. 141)

Los campos que habían adquirido después se sortearon y quedaron cuatro socios en cada uno. A las deudas que habían contraído con los bancos y asociaciones crediticias se sumaba la malversación de fondos por parte de los dirigentes de la Unión de Colonos de la costa de Hermosillo. (Durazo Rivera, s/f, p. 91). Por si el problema de corrupción fuera poco, el agua en 1980 se había tornado salobre, el gobierno ya no permitía la apertura de más pozos debido a la sobreexplotación de los mantos acuíferos y a la poca recarga que estaban recibiendo. Además, debido a las recurrentes crisis económicas y al crecimiento de las deudas, la agricultura se volvió incosteable para los colonos. Primero se vendió Villa San Ignacio 2; posteriormente, el Campo Uno fue vendido a ganaderos de Guadalajara. Con lo anterior se cerró el capítulo de unos exmineros que intentaron convertirse en prósperos agricultores, y que hasta cierto punto lo lograron durante 40 años.

Después de haber probado suerte en la costa y haber fracasado, un grupo significativo de pilarenses decidió radicar en la ciudad de Hermosillo, algunos de ellos –los menos– conservaron sus predios agrícolas, mientras que otros –la mayoría– los vendieron como consecuencia de la caída de la producción agrícola enmarcada en la crisis económica. Una vez establecidos en la capital del estado, los miembros de la colonia Pilares conformaron el 26 de noviembre de 1985 la sociedad civil Club de Amigos Pilarenses A. C., la cual tenía como objetivo fomentar la unidad entre los pilareños y sus descendientes (Durazo Rivera, s/f, p. 134). El club tenía como lema Por un mañana mejor, unamos nuestros esfuerzo. Frase que concentraba toda una historia de vida colectiva de constante lucha y trabajo desde los remotos años en el antiguo pueblo mineral de Pilares.

Además, para rememorar el desaparecido Club Deportivo de Pilares, construyeron un edificio en el que realizaron sus reuniones y eventos sociales, y el lugar que sirvió para reproducir las formas de interacción que habían consolidado en el mineral y que utópicamente intentaron reconstruir en la costa de Hermosillo. El nuevo club era un catalizador de la memoria, en donde los bailes ahora eran del “recuerdo”:

Cuando empezamos se siguió la tradición de Pilares, incluso íbamos de etiqueta. Se hacían comisiones para arrancar el baile, de ornato, de recepción y así [...] Se adornaba el edificio con hojas de pino, como si hubiéramos estado en Pilares. Era una cosa grande. Ya después con la modernidad fue cambiando [...] y dejamos los trajes [y los cambiamos por] sombreros y botas (Badilla, comunicación personal, 24 de mayo de 2013).

Estamos ante un comportamiento colectivo frente a la crisis y el desarraigo de un espacio. En la parte institucional, en un intento por organizarse y trabajar los campos agrícolas, a su modo, fracasaron. En lo socio cultural, en lo identitario, lograron conservar y reproducir prácticas de convivencia y sociabilidad que les ha permitido reconocerse como una comunidad con rasgos anclados en su pasado minero, a pesar del éxodo. El sentido de pertenencia a una comunidad se creó a partir de un bagaje cultural que se configuró en el trabajo, en la organización obrera y en las condiciones materiales que propiciaban la sociabilidad. Dichas condicionantes dependieron, en un primer momento, de una estructura. La edificación de un company town como el de Pilares, definió las relaciones sociales de hombres y mujeres. No obstante, la apropiación de una forma de vida se mezcló con tradiciones culturales, religiosas y nacionalistas que fueron arraigando en los pobladores.

El año de 1949 sirve de catalizador para recuperar pasajes negativos o poco agradables de su vida en Pilares, aquellos que no aparecen en las evocaciones sobre sus experiencias previas a ese año. Las frías nevadas, derrumbes e incendios que provocaron la muerte de algunos trabajadores salen a relucir como antecedente del paro de labores. En particular, el suceso de los engasados, en el que murieron dos personas por inhalación de gas al interior de la mina, aparece en cada uno de los relatos de los entrevistados. Si aquel año representó un hito en la vida de los pilareños, los entrevistados han ordenado su relato a partir de fechas conmemorativas más amplias. Por ejemplo, recordaron que en medio de las celebraciones por el 1 de mayo, la Moctezuma Copper Company les anunció el próximo cese de las actividades de la compañía en junio (The Spokesman-Review, 1949). Cuando faltaba un día para que se cumpliera el plazo, se realizó el último baile de Pilares. Algunos mineros y sus familias esperaron el día de su partida con música y baile.

Muchos años después de haber experimentado la salida del centro minero, los pilareños entrevistados han reconstruido su vida en Pilares a partir de la amalgama entre la vida en el mineral, la experiencia del paro de labores y la adaptación que emprendieron fuera de él. Así, la reconstrucción de su pasado se diferencia a partir de las historias de vida individuales. El cierre de la mina aparece en la memoria de los exmineros de Pilares desde dos perspectivas. La primera proviene de aquellos que decidieron permanecer en el mineral o cerca de él, en la ciudad de Nacozari, y que con el paso de los años lograron convertirse en ejidatarios de una parte de lo que había sido el centro minero. Sus recuerdos del acontecimiento están matizados y no transmiten el dolor y los pesares del traslado y la adaptación de su vida sin la mina. La segunda está entre quienes emigraron a otras regiones del estado, sobre todo aquellos que se asentaron en los campos agrícolas y padecieron el desarraigo y los años difíciles de las infructuosas cooperativas agrícolas.

Así, para los pilareños entrevistados la remembranza del año de 1949 se reduce al cierre de la mina. Los eventos de mayor significación están mediados por las circunstancias posteriores al suceso y por la reelaboración que toman los hechos pasados desde el presente. Es de esta manera como se transmite entre las nuevas generaciones, quienes construyen sus historias familiares y personales a partir del lazo que tienen con Pilares. Hacen suya la añoranza de los padres y describen los paisajes del lugar, así como sus penalidades, como si formaran parte de esa comunidad disgregada, tal como lo cuenta este descendiente:

Siempre recuerdo Pilares con la añoranza que ellos lo recordaban. Por encima de todo, de las penurias que pasaron; para ellos fue una época feliz porque ahí se casaron, tuvieron sus primeros hijos. Lo recordaban con un hálito bucólico, como un lugar muy bonito. Yo me lo imagino como una postal de navidad, así sentía [que era] como ellos lo habían vivido. Y esa es la idea que tengo. Tal vez ellos no la vivieron con tanto drama como yo lo puedo ver, que hayan salido desterrados y sin nada, completamente derrotados (Gallegos, comunicación personal, 28 de abril de 2013).

Por otro lado, Flora Gallegos, entrevistada para este artículo, encuentra en el pasado sindicalista de su padre en Pilares el valor y la fortaleza con la que experimentó la huelga de telefonistas en Hermosillo en la década de los ochenta:

Pilares [fue] donde aprendieron a ser sindicalistas y el significado de la palabra esquirol, pues mi padre entendió muy bien cuando lloré, cuando [sic] estando en huelga del Sindicato de Telefonistas, un grupo de esquiroles nos traicionaron. Mi padre sabía lo que era la explotación en la tienda de raya de la mina y conocía el sabor de la derrota, del despido masivo cuando cerró Pilares (Gallegos, comunicación personal, 28 de abril de 2013).

Este proceso de recuperación de la experiencia positiva de sus ancestros es de destacarse debido a los trabajos de la memoria llevados a cabo por los miembros de la comunidad minera que experimentó el éxodo con el paso del tiempo, según la propuesta de Jelin (2002), así como la apropiación y transformación de dicha memoria por las generaciones posteriores (Jelin, 2002, pp. 14-15). Con el objetivo de no olvidar, hay un proceso de reelaboración del pasado en el presente por parte de los descendientes.

Como hemos escrito, después de haber probado suerte en los campos agrícolas, un grupo significativo de pilareños decidió asentarse en la ciudad de Hermosillo. En el 2012, cuando comenzamos a localizarlos para realizar las entrevistas que mostramos en este artículo, nos percatamos que se habían establecido en colonias vecinas al norte de la ciudad. Un informante nos relacionaba con otro expilareño de la costa de Hermosillo, lo que reafirmaba el sentido de pertenencia a la comunidad. Además, en las entrevistas los exmineros revelaban su vínculo con el antiguo espacio minero al realizar visitas anuales a Pilares, acompañados de sus descendientes:

Todos los que estábamos en el Club íbamos en caravana. En la plaza [de Pilares] cada quien hacía su carpa… Nosotros tenemos la casa de mi tía Fidela [que era] la única casa habitable, porque mis sobrinos viven en Agua Prieta… y arreglaron la casa. Ellos se van en Semana Santa, cuando salen de vacaciones (Valenzuela, comunicación personal, 25 de abril de 2013).

Quienes se desvincularon de Pilares y experimentaron las penalidades en los campos agrícolas sonorenses fueron quienes crearon mecanismos para conservar la identidad rota. Querían no olvidar y transmitir el recuerdo de Pilares fue uno de sus mecanismos; el otro, crear espacios en los que se reconstituyeran, de alguna manera, las prácticas y las relaciones sociales del mineral, como el Club Pilarense, que dejó de existir en el año 2012 según la información proporcionada por uno de los miembros de la mesa directiva de dicha asociación civil (Valenzuela, comunicación personal, 25 de abril de 2013). Asimismo, Pilares se convirtió en un lugar de la memoria. Los edificios y espacios que se mantienen en pie alimentan en su imaginario lo que fue y el significado de pertenencer a una comunidad minera; son el refugio de una memoria que fue partida (Vilanova, 2006, p. 92), y son las formas de mitigar el sufrimiento impuesto por el despojo de su vida cotidiana (Rodríguez et al., 2012, p. 160). Sin la institucionalidad que rodea la conformación de espacios de memoria, la propia comunidad, en su deseo por revitalizar el pasado, los consolidó así, en un lugar de la memoria, en la cotidianidad de sus mecanismos de preservación identitaria.

No obstante, así como identificamos diferencias en los recuerdos sobre el cierre de la mina de los excolonos entrevistados y sus descendientes, en el caso de los lugares de la memoria ocurre algo similar. Por un lado, consideramos que las personas que viven lejos de la mina mantienen una añoranza y un anhelo por la sobrevivencia de lo que consideran su patrimonio tangible. Mientras que aquellas que han permanecido cercanas al lugar, como en este caso los exmineros y sus hijos –ahora ejidatarios–, han llegado a naturalizar su relación con el mismo.

CONSIDERACIONES FINALES

Según Halbwachs (2004), en el contacto estrecho característico de las pequeñas sociedades –el sociólogo francés las comparaba con las populosas sociedades citadinas–, podemos encontrar “memorias colectivas originales” que remiten a una identidad compartida, a un pasado que define biografías desde lo individual, pero siempre vinculadas a lo colectivo (Halbwachs, 2004, p. 74). La historia del enclave minero Pilares es un ejemplo de este tipo de sociedades. Como un proyecto urbano construido bajo el esquema del company town en su organización y en la jerarquización de la producción y reproducción del trabajo, se conformó una comunidad minera cohesionada, la cual se apropió de un espacio urbano y lo adaptó a las necesidades de todos sus habitantes.

En ese proceso de conformación de una identidad colectiva, los individuos generaron proyectos de vida a futuro gracias al trabajo, a la conformación de familias y al nacimiento de nuevas generaciones. En ese proceso, los individuos tendieron a obviar la contingencia de la actividad minera. La sorpresa por la declaratoria de paro definitivo de actividades por parte de la Moctezuma Copper Company en 1949, trastocó el desarrollo de una comunidad y terminó con las proyecciones individuales (¿qué hacer con la vida? ¿hacia dónde mirar?) (Reyes et al., 2014, p. 250), provocando, a su vez, una dispersión de la identidad y de la memoria.

No obstante, a pesar de esa dispersión los exmineros y sus familias encontraron alternativas o mecanismos para tender lazos con un pasado que sienten aún cercano, lo que les ha permitido darle sentido y orden a su vida desde el presente: por un lado, el deseo de transmitir los símbolos del Pilares original, sus años de esplendor y la forma en que incidió en el destino de sus propias vidas; por el otro, la necesidad de reproducir las pautas de sociabilidad comunes, retornando al lugar, conformando una asociación civil y construyendo un espacio que les permitiera activar la memoria desde la colectividad.

El año 1949 es el punto de inflexión en la memoria de los pilareños. Los recuerdos sobre su vida antes del cierre de la mina son atemporales, parecieran ocurridos en un continuum. La infancia, los tiempos laborales y los espacios de sociabilidad yacen en su memoria sin marcas cronológicas precisas. Desde la interpretación de su pasado, los pilareños han caído en una sinonimia entre el suceso y el año de 1949. Es probable que, sin la diáspora, la identidad de la comunidad no hubiera sobrevivido de la manera que lo ha hecho hasta ahora. En cierto sentido, podemos concluir que la memoria colectiva sobre el antiguo pueblo minero de Pilares existe de la manera como la conocemos debido al éxodo.

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Recibido: 17 de Julio de 2020; Aprobado: 19 de Octubre de 2020

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