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Frontera norte

versión On-line ISSN 2594-0260versión impresa ISSN 0187-7372

Frontera norte vol.32  México  2020  Epub 11-Jun-2021

https://doi.org/10.33679/rfn.v1i1.2024 

Artículos

De la xenofobia a la solidaridad: etnografías fronterizas de la caravana migrante

Rafael Alonso Hernández López 1  
http://orcid.org/0000-0002-1233-9242

Iván Francisco Porraz Gómez 2  
http://orcid.org/0000-0002-6424-5416

1El Colegio de la Frontera Norte, México, rahernandez@colef.mx

2El Colegio de la Frontera Sur, México, iporraz@ecosur.mx


Resumen

A partir de la irrupción en México de las denominadas “caravanas migrantes” a finales de 2018 y principios de 2019, en este país se generaron muestras de solidaridad y rechazo hacia este movimiento masivo de ciudadanos centroamericanos. Haciendo uso de la etnografía como herramienta para el análisis de las prácticas sociales y sus significados, el artículo busca dar cuenta de algunas situaciones suscitadas en las fronteras norte y sur de México. Se ofrece un acercamiento a los discursos generados por la población local y la prensa en torno al flujo masivo de personas indocumentadas desde Centroamérica y en su paso por México. Los discursos recogen las complejidades del tránsito en caravana, así como las expresiones de xenofobia, racismo y solidaridad por parte de un segmento de la población local para con los migrantes. De esta forma, este artículo reflexiona sobre cómo en espacios fronterizos se ponen en juego imaginarios diversos, y a veces divergentes, en torno a la persona migrante.

Palabras clave: Caravanas migrantes; xenofobia; solidaridad; frontera norte; frontera sur

Abstract

Since the outbreak in Mexico of the so-called migrant caravans in late 2018 and early 2019, there were signs of solidarity and rejection of this massive movement of population from Central America. This article seeks to account for these situations arising in the northern and southern border of Mexico, using ethnography as a tool for the analysis of social practices and their meanings. For this purpose, we offer an approach to the speeches generated by the local population and press around the massive flow of undocumented people from Central America, and during their time in Mexico. These speeches reflect the complexities of caravan transit, as well as expressions of xenophobia, racism, and solidarity towards migrants by the local population. In this way, the article gives an account of how diverse, and sometimes divergent, imaginary elements around migrants are in border areas.

Keywords: Migrant caravans; xenophobia; solidarity; northern border; southern border

INTRODUCCIÓN

Para nosotros no existe la frontera: somos como el viento,

como las nubes, como el humo. Vamos de un lugar a otro,

de un país a otro, sin que nada nos detenga. Estamos

hechos de la misma sustancia del aire y nadie puede

colocar murallas o alambre de púas sobre el aire. Nuestra

casa está en el aire: no caminamos, flotamos, danzamos de

puntillas en el aire. Somos como la música, como el polen,

como estas palabras…

Balam Rodrigo ​Marabunta

Durante las últimas dos décadas la migración centroamericana en tránsito por México se ha constituido en uno de los fenómenos de movilidad humana más importantes del país, tanto por su magnitud como por las condiciones en las que acontece. Durante este periodo, dicha modalidad migratoria ha logrado una cobertura mediática, académica y social que nos ha permitido conocer causas, efectos, o la composición de los flujos, así como algunos riesgos y vulnerabilidades de las personas que ingresan a territorio mexicano de forma irregular, y que a lo largo de todo su trayecto se convierten en víctimas de diferentes actores. Precisamente, como una estrategia para hacer frente a la violencia e impunidad acontecidas durante el tránsito migratorio, es que “migrar en masa” adquiere relevancia. Al igual que con la visibilización del tránsito “ordinario” de centroamericanos y centroamericanas a partir del año 2010, después de la masacre de 72 migrantes, en el 2018, la denominada “caravana” o “éxodo” se volvió el epicentro de muestras de rechazo y de acogida, de xenofobia y de solidaridad. Por ello, en este artículo se presentan algunas reflexiones y perspectivas emanadas del trabajo etnográfico y del análisis del contexto de recepción de estos movimientos de población en la frontera sur y norte de México.

En la primera sección recurrimos a la etnografía como estrategia que posibilita un conocimiento detallado de la vida y la historia de los actores sociales, previa convivencia con ellas y ellos (Cáceres, 1998). Hicimos uso de la observación y de entrevistas a fin de “captar los comportamientos y los pensamientos, las acciones y las normas, los hechos y las palabras, la realidad y el deseo” (Díaz, 2009, p. 33) de algunos de los migrantes que llegaron en la llamada “caravana de migrantes, así como de actores sociales en su entorno inmediato, tanto en el sur de México, en el municipio de Suchiate y de Tapachula, Chiapas, como en el norte, en la ciudad de Tijuana, Baja California.

De forma paralela, se hizo un seguimiento de lo publicado por algunos medios de comunicación entre octubre y noviembre de 2018 tanto en Honduras (UNE TV, [2018], El Heraldo de Honduras [2018]), en la ciudad de Tapachula, Chiapas (El Orbe [2018] y el Diario del Sur [2018]), así como en Tijuana, Baja California (Diario de Tijuana [2018], El Imparcial [2018], Semanario ZETA [2018]), para analizar los discursos y prácticas que se construyeron en estos espacios fronterizos alrededor de la llamada “caravana de migrantes”, con los que construimos el cierre del análisis y elaboramos algunas conclusiones.

¡Salir en busca de la vida! De los discursos coyunturales locales a la realidad

Nos encontramos en una época marcada por lo visual, por imágenes que determinan el desarrollo de la información y las comunicaciones. Se trata de un tiempo que define al mundo como imagen, siendo la imagen una producción deliberada del mercado y de los medios (Ahmed, Rogers y Ernst, 2018). Es el tiempo de la virtualidad y de la eficaz transferencia de información. Es en este contexto en el que circuló la imagen, principalmente en las redes sociales (Facebook), de lo que a la postre se convertiría en uno de los detonantes del flujo masivo de personas desde Centroamérica hacia Estados Unidos. Nos referimos a un volante (impreso o flyer) con la imagen de un migrante solitario, con mochila al hombro, que invitaba a acudir a la terminal de autobuses de San Pedro Sula, Honduras, el día 12 de octubre de 2018, a las 8 a.m. La difusión de esta información fue creciendo y se constituyó en el comienzo de muchas historias de hombres, mujeres, niñas y ancianos que acudieron al llamado. Quién o quiénes iniciaron la convocatoria de la caravana sigue siendo una información incierta, tan incierta como los cientos de historias tras cada cuerpo en movimiento.

La noticia sobre la convocatoria de la caravana fue reproducida por algunos medios de comunicación nacionales hondureños, en los que se decía que la caravana era una forma de complot político del Partido Liberal de Honduras, orquestado por Manuel Zelaya y el periodista y activista Bartolo Fuentes (El Heraldo de Honduras, 2018). Este último personaje acompañó a la caravana hasta la frontera de Guatemala, lugar en donde fue detenido por las autoridades y deportado a Honduras. Por el contrario, según un análisis del canal UNE TV, de Honduras (UNE TV, 2018), el aumento del precio de la canasta básica y la exacerbación de la violencia eran en verdad los factores de fondo que habían propiciado la movilidad de las personas.

Por su parte, poco a poco se vislumbraron algunas explicaciones en la academia, entre las que destacaba que la movilidad de las y los centroamericanos no era para nada un asunto nuevo, ya que su tránsito por la frontera sur, y sobre todo por el territorio del Soconusco, es de larga data (Casillas, 2014; García y Villafuerte, 2014). Lo novedoso era la emigración en un grupo de esa magnitud, partiendo desde Centroamérica y con la cara descubierta (Valenzuela, 2019). Es decir, con una clara y contundente apuesta por ser visibles, pues tradicionalmente las personas migrantes en situación “irregular” habían recurrido a estrategias y rutas que las hicieran “invisibles” (Casillas, 2008; Martínez, Cobo y Nárvaez, 2015), de tal suerte que pudieran sortear los mecanismos de contención migratoria del Estado mexicano.

Si bien es cierto que en el territorio nacional ya existían flujos migratorios denominados caravanas, es pertinente dejar asentado que, como hemos dicho antes, este movimiento masivo de personas se volvió inédito por su composición y punto de partida. Las caravanas realizadas antes del otoño de 2018 eran organizadas por activistas de origen mexicano, que en su mayoría buscaban generar un mecanismo para visibilizar la violencia, generar denuncias y posicionar la crisis humanitaria de la migración en tránsito por México (Vargas, 2018). Estas movilizaciones fueron llevadas a cabo por algunas personas migrantes que originalmente se organizaron con el acompañamiento de activistas vinculados a la iglesia católica –que contaba con albergues en el sur del país– para representar un viacrucis durante la Semana Santa.3 El Viacrucis Migrante fue retomado por la organización binacional Pueblos sin Fronteras (Valenzuela, 2019), que a la postre tendría una presencia significativa en la caravana de 2018. Entre los movimientos organizados previos a las caravanas de 2018 destaca la Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos, que articula colectivos de personas de Centroamérica que son familiares de migrantes desaparecidos en territorio mexicano. Esta Caravana recorre algunos estados de México desplazándose en autobuses, con la intención de denunciar, generar sensibilización y buscar a sus familiares desaparecidos (Pizano, Sánchez y Pizano, 2017).

A diferencia de los viacrucis y otras caravanas de migrantes conformadas por migrantes en situación migratoria “irregular”, la Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos está conformada por personas que obtienen un permiso especial para ingresar legalmente al país, o bien son regularizadas posteriormente por la autoridad migratoria.

Según constatamos durante el trabajo de campo, algunos participantes del viacrucis y de otras caravanas previas se sumaron a la caravana del otoño de 2018, tal y como se describe en el siguiente testimonio: “Yo estuve en la primera de este año, ahí por enero, de hecho de acá salimos [de Tapachula]; de esa aprendimos varias cosas, como eso de no pedir asilo acá en México, sino hasta llegar al gringo [EE. UU.]” (Gibrán, comunicación personal, 20 octubre de 2018, Suchiate, Chiapas). La experiencia de haber participado previamente en otras caravanas de forma grupal supuso una oportunidad que favoreció el surgimiento de aprendizajes que pretendían ser usados en la experiencia: “[a] la [caravana] que se hizo en enero de este año fue poca gente, pero de ahí aprendimos algo: a organizarnos y cuidarnos más entre todos, sólo así podríamos cruzar todo México…” (Wilmer, comunicación personal, 20 de octubre 2018, Suchiate, Chiapas).

Las historias que relataron los migrantes entrevistados, en cuanto a los motivos que definieron su decisión de unirse a la caravana migrante, eran diversas. En nuestro trabajo de campo registramos algunas voces de jóvenes, que representaban la mayoría, según se pudo constatar en la encuesta realizada por El Colegio de la Frontera Norte en Tijuana, y tenían un rango de edad de 18 a 20 años (Colef, 2018). Entre este grupo de edad, un factor referido como causa de movilización era la violencia ejercida por “las maras”, “las pandillas” o “los muchachos”, agrupaciones que a su vez también están conformadas por un amplio sector juvenil.

Resulta importante precisar que, para entender el fenómeno de las maras, hay que remontarnos a la época de los conflictos armados en la región centroamericana durante las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado. Las guerras civiles en esta región propiciaron que miles de personas huyeran de la violencia y se dirigieran hacia EE. UU. Después de 1992 el gobierno norteamericano inició un proceso de deportación masiva hacia los países de origen de los jóvenes que habían integrado clicas, “pandillas” o agrupamientos juveniles en la unión americana (Nateras, 2014).

Las deportaciones masivas hacia El Salvador, Honduras y Guatemala favorecieron el reclutamiento de jóvenes en las pandillas Barrio 18 y la Mara Salvatrucha (MS-13). Esta situación propició el nacimiento de una guerra entre pandillas en estos países, a la vez que las fuerzas policiacas respondieron con más violencia, produciendo una criminalización hacia los “pandilleros” y los “no pandilleros” que dejó miles de muertos y desplazados (Porraz, 2017). En países como El Salvador y Honduras, 40 por ciento de los afectados son personas de entre 18 y 30 años, y 20 por ciento de entre 31 y 40 años (Kinosian, Albaladejo y Haugaard, 2016). De esta forma se ha ido configurando una vorágine de violencia que se ha instaurado en la cotidianidad centroamericana.

Entre los múltiples testimonios recabados durante nuestro trabajo de campo en el sur de México, las narrativas de las personas migrantes contenían un denominador común: la violencia. Las experiencias eran distintas: desde ser desplazado por los mareros, ser acosados, tener conflictos con ellos, hasta tener problemas con la policía y los militares. Javier, un joven migrante originario de San Pedro Sula, en Honduras, nos comentó lo siguiente:

Mira vos, allá está rudo para los que somos jóvenes, porque hay pocas oportunidades. De entrada, si vives en una colonia o los cantones controlados, hay que tener cuidado, los mareros andan detrás de ti. Yo conocía a varios cipotes que así se fueron enganchando y ahí estaban. Y del gobierno no hay respuesta, al contrario, más muertes; por eso decidí estar acá. Si vos miras hay varios cipotes con iguales historias, es porque queremos una vida tranquila (Comunicación personal, 21 de octubre 2018, Suchiate, Chiapas).

Por su parte, Ricardo, un joven hondureño que previamente había migrado al interior de su país, relató la compleja situación social que se vivía ahí, que fue un detonante para decidir unirse a la caravana:

Sí, bueno, en primer lugar, hay en mi país una inseguridad tremenda. Asaltan, me asaltaron varias veces. Matan a las personas así, muchas veces no se sabe por qué pues, solamente se van y pum, pum, y se van y bien, usted, gracias, así como decimos nosotros en Honduras. Bueno, mi situación fue que, eeh yo fui amenazado con mis hijos. Primero me golpeó un tipo, eeh, enfrente de mis hijos. Lo denuncié, entonces el temor es que, o sea, era eeh, que él se enterara que yo lo había denunciado. Él se enteró que lo denuncié –quizás por la policía, que es corrupta–. La situación es que llegó a mi casa, entonces cuando él ya se enteró, entonces fue con un machete a mi casa, que me quería matar. Entonces, yo me encerré en mi casa con mis hijos, solamente tengo a mi hermana, ese mismo día salimos de ahí. Y lastimosamente en ese lugar donde yo vivía pues, a esas personas le tienen miedo, bastante. Yo nunca demostré miedo. Ese es el problema que teníamos, entonces, salimos ese día, o sea, huir, huir, con mis hijos, y dice mi hermana “es mejor que te vayas de aquí”. Y ya fue que uno de mis hijos me dijo de esto y acá vamos en busca de una vida digna y más tranquila… (Comunicación personal, 21 de octubre 2018, Suchiate, Chiapas).

Las motivaciones de algunos miembros de la “caravana de migrantes” para unirse a ella estaban relacionadas con haber tenido conflictos con miembros de alguna pandilla, o por no querer pertenecer a ellas e incluso, por “ajustes de cuentas”, por no querer pagar la seguridad, el cobro de “el derecho al piso” o “la renta”, como se conoce a las extorsiones que cobran estos agrupamientos juveniles.

La caravana también fue un espacio que representó la posibilidad de buscar alternativas a la falta de asistencia social existente en los países de origen. En ella venían personas acompañadas por algún familiar enfermo, con la esperanza de que los atendieran en otros lugares. Se identificó a mujeres embarazadas o con hijos recién nacidos; las y los niños4 también eran un grupo importante. A este respecto, María, una mujer salvadoreña que viajaba acompañada por cinco personas menores de edad, compartió este testimonio:

Pues mire, una de las razones principales por la cual la mayoría nos alejamos de nuestra tierra es por la delincuencia de “las pandillas”, que en los últimos ocho o 10 años pues ha proliferado grandemente, y no nos deja poder seguir trabajando, o mucho menos convivir propiamente. Empezó más que todo por las extorsiones, que es lo que más está afectando nuestro país, ahorita, se aceptó estar pagando la parte de la extorsión, pues, un día, con tal de poder trabajar y estar libremente pues, pero posteriormente se fue incrementando más, más, hasta que ya no se pudo dar, fue incrementando, ya al final no se podía, ya iba a dar más el margen de “renta” [extorsión] de ellos, que de ganancias que yo iba a estar teniendo, lo otro fue que mi marido se murió, estaba enfermo y yo me quedé con estos tres niños, y pues también me traigo a los otros dos [hijos] de mi hermana, porque lo que platicamos es que tengan una vida bien pues, lo más digno que pueda tenerse, porque allá ya no se puede vivir mucho… (Comunicación personal, 21 de octubre de 2018, Tapachula, Chiapas).

En sus relatos abundan experiencias de violencias y silencios, se vislumbran emociones que los entrevistados intentaban guardar o contener. También dan cuenta de los significados que para ellos tienen hechos como el cruce de fronteras, el tránsito por un país que no es el propio, la búsqueda de un lugar digno en el que puedan vivir las nuevas generaciones de niños, como el que pensó Mario Castellanos, un niño hondureño de 10 años (BBC News Mundo, 2018) cuya historia se difundió masivamente hasta convertirlo en uno de los símbolos de la caravana, ya que Mario viajaba sin familiares, con la esperanza de encontrar un lugar donde vivir (BBC News Mundo, 2018). Adicionalmente, también registramos experiencias de personas que iban en busca de sus padres o bien, que querían llegar a EE. UU. sin otro motivo aparente más que querer estar ahí. Algunos de ellos contaron lo siguiente: “sabemos que vamos a encontrar una vida difícil” (Orlando, comunicación personal, 22 de octubre de 2018, Tapachula, Chiapas); “hay que aceptar trabajos con salarios y condiciones que no son las esperadas, pero quiero ver a mis padres” (Wilmer, comunicación personal, octubre de 2018, Tapachula, Chiapas).

“¡Ahí vienen de nuevo los centroamericanos!” De los discursos coyunturales fronterizos a la solidaridad

La caravana de finales de 2018 constituyó un movimiento en el que se pusieron en juego narrativas, experiencias e imaginarios, tanto por parte de las personas que la conformaban como de aquellas que veían con sorpresa su transitar por México. De esta forma, la caravana devino en un fenómeno que posibilitó manifestaciones empáticas, pero también de hostilidad, de rechazo o de indiferencia; manifestaciones que queremos analizar mediante el estudio de los discursos de los medios locales y de algunas personas entrevistadas.

Los primeros integrantes de la caravana estudiada llegaron a la frontera de Guatemala y México la tarde del 18 de octubre de 2018, divisándose a las orillas del río Suchiate, del lado de Tecún Umán. Su presencia masiva supuso tensión y expectativa entre la población local de varios municipios fronterizos chiapanecos como Huixtla, Mazatán, Ciudad Hidalgo y Tapachula, que suspendieron actividades educativas y laborales entre dos y tres días.

Por su parte, diferentes medios de comunicación locales contribuyeron ampliamente a la socialización de información en torno a la caravana migrante, que era vista como un temor real y posible. En muchos sentidos, estos medios de comunicación se constituyeron como dispositivos estratégicos para la socialización de un imaginario colectivo que favorecía la generación de sentimientos negativos hacia los migrantes centroamericanos –como, por ejemplo, el miedo (ver imagen 1).

Fuente: Elaboración de los autores a partir de la compilación de encabezados de los periódicos El Orbe (2018a;2018b), El Diario del Sur (2018) y La Jornada (2018).

Imagen 1. Collage de titulares periodísticos alusivos a la llegada de la Caravana Migrante  

Dicho miedo tenía que ver con la idea general de un supuesto vínculo entre las y los migrantes centroamericanos y la delincuencia. Esta situación tiene su símil con la ideologización promovida por el presidente Donald Trump en Twitter con respecto a las personas migrantes indocumentadas, a quienes ha llamado “delincuentes” y “terroristas”. En los discursos de los habitantes locales de Chiapas, y entre los mismos migrantes centroamericanos, la referencia al miedo es constante, pues se alude a la posibilidad de que algún sector de este último grupo pueda pertenecer a las pandillas o a la delincuencia organizada.

Después de todo, el miedo, como dice Reguillo, “es una experiencia individualmente experimentada, socialmente construida y culturalmente compartida” (Reguillo, 2005, p. 55). Respecto a este planteamiento, se coincide con Valenzuela cuando reconoce la centralidad que ocupa el miedo en los imaginarios colectivos de América Latina: “Con los imaginarios del miedo y la violencia, los espacios sociales se atrincheran y se saturan mediante dispositivos de seguridad, vigilancia y omnipresencia policiaco-militar” (Valenzuela, 2012, p. 90). Asimismo, el “paisaje del terror”, como señala Castro (2012), y “la economía de la violencia”, como refiere Ríos (2014), están presentes en la configuración de la percepción del migrante como peligroso.

Pese a las reacciones del gobierno federal mexicano de intentar contener a la caravana, como las de algunos empresarios locales y de sectores de la sociedad civil local, que mostraron actos de racismo y xenofobia, la ayuda comenzó a llegar y las muestras de solidaridad crecieron cada vez más. La mayoría de migrantes transitó por el Puente Internacional Rodolfo Flores, que conecta a las ciudades de Tecún Umán, en Guatemala, y Ciudad Hidalgo, en Chiapas, mientras que otros cruzaron en las llamadas “balsas”, un medio de transporte improvisado utilizado en la zona para cruzar de manera informal mercancías y personas por el río Suchiate. Poco a poco comenzó a dimensionarse la magnitud de la caravana migrante, que en ese momento estaba conformada por entre 6 000 y 8 000 personas, según los primeros reportes de protección civil del municipio de Ciudad Hidalgo.

Pese a las vicisitudes experimentadas en el cruce del puente Rodolfo Flores, varios migrantes bailaron, algunos más oraron, mientras que otros descansaron. La ayuda llegó de algunos vecinos y grupos religiosos, tanto católicos como evangélicos (Sin Embargo, 2018). El parque central de Ciudad Hidalgo, Chiapas, estuvo abarrotado, la marimba municipal armonizó tensiones; tocaron la canción “Sopa de Caracol”.5 La catarsis hizo presencia, pues la caravana había cruzado a territorio mexicano. Juan, una persona adulta y habitante de Ciudad Hidalgo, nos narró el proceso de organización colectiva local para hacer frente a las necesidades de las personas migrantes:

Yo vine con el grupo de reflexión de una colonia acá cerca. Estamos entregando alimentos, frijoles, tortillas y café, lo que se pueda. Llevo muchos años viviendo acá y nunca había visto pasar a tanta gente; hay que ayudarlos, son humanos y vienen de acá cerca. Mire usted, tanta gente huyendo de eso países por hambre (Comunicación personal, 21 de octubre de 2018, Ciudad Hidalgo, Chiapas).

La caravana fue reorganizándose poco a poco en Ciudad Hidalgo; al interior de la caravana, algunas personas formaron comisiones de seguridad, salud y de otro tipo, para sobrevivir en el camino. Los “líderes” expresaron que fueron elegidos de forma voluntaria, y el mecanismo para identificarlos era portar un chaleco verde. Apareció también otro símbolo del colectivo: las banderas de Honduras, Guatemala y El Salvador. Adicionalmente alguien les regaló la bandera de México, y también la llevaban consigo. Días después iniciarían la caminata al interior de nuestro país.

El siguiente punto en el tránsito migratorio fue Metapa de Domínguez, Chiapas, lugar donde se encuentra un punto de revisión migratoria del Instituto Nacional de Migración, lo que ocasionó que la situación se tensara por un momento. De manera reiterada, los agentes de migración ofrecieron transportes a los migrantes para trasladarlos a la Estación Migratoria Siglo XXI,6 en Tapachula; oferta que ellos rechazaron. Mientras tanto, a la orilla de la carretera las muestras de solidaridad se hacían presentes al paso de la caravana, pues los pobladores locales les regalaban tortillas, agua, ropa, o lo que se podía.

La siguiente parada en el trayecto fue Tapachula, una de las ciudades fronterizas del sur de México más importantes, en torno a la cual se teje una narrativa delictiva frente a las y los centroamericanos, misma que deriva de las estrategias de combate a la inseguridad o a la delincuencia de las autoridades. En La Perla del Soconusco, como también se le conoce a esta ciudad, los medios locales jugaron un papel importante al generar nuevamente miedo y confusión por la llegada del contingente con miles de migrantes. Como muestra del temor y rechazo, muchos negocios cerca del parque Miguel Hidalgo cerraron, y por momentos el transporte público suspendió operaciones. De forma paralela, distintos colectivos sociales y personas locales hicieron presencia solidaria para regalar comida, agua y pañales para bebés. Con la caravana arribaron también a la ciudad una gran cantidad de medios de comunicación nacionales e internacionales, entre los que destacó el canal de televisión hondureño UNE TV, coordinado por el reportero César Silva, que transmitió en vivo una vez al día a través de las redes sociales (UNE TV, 2018).

Los migrantes se instalaron temporalmente en diversos espacios públicos, como calles y algunos parques en la ciudad de Tapachula. A su paso, la caravana fue integrando a más personas, como por ejemplo a Jorge, un solicitante de la condición de refugiado que vivía en Tapachula desde hacía un año y decidió unirse al éxodo con algunos miembros de su familia.

Miedo, incertidumbre, esperanza, son palabras que se escucharon con regularidad en las conversaciones de las y los migrantes centroamericanos, y también entre la población local de Tapachula. Para esta última los centroamericanos, sus prácticas y sensibilidades irrumpen en las regularidades espaciales y temporales de la ciudad (Appadurai, 1996): “En el territorio mexicano hay de todo, gente buena y mala” (Porraz, 2019, p. 3), comentaron de manera reiterada varios de los migrantes centroamericanos, adicionando en sus relatos aires de incertidumbre ante un acontecimiento sin precedentes también para ellos, “no sabemos qué nos espera, apenas iniciamos” (Porraz, 2019, p. 3).

En ese sentido, la experiencia de movilidad se torna en un territorio “imaginado” y “vivido”, antes y durante la estancia en este. Las experiencias que los migrantes centroamericanos viven en el territorio que temporalmente habitan se traducen en diversas formas en las que priman los deseos, las esperanzas, los temores, el miedo, la gloria, el fracaso e incluso la muerte, como fue el caso del joven hondureño que murió al caer de un vehículo en movimiento en Estación Huehuetán, un pequeño poblado chiapaneco que se encuentra de camino hacia el estado de Oaxaca.

Según hemos visto, el tránsito de personas migrantes por el sur de México fue usado por algunas personas locales para reproducir el imaginario de lo “centroamericano”, asociándolo a la delincuencia y, en consecuencia, al miedo. Esta percepción se adosó con el discurso mediático y político que legitimó la expulsión de las personas que formaron parte de la caravana en algunos lugares del sur de México. Estas manifestaciones de rechazo también se replicaron en Tijuana, en la frontera norte, por ciertos sectores de la sociedad. En todo caso, frente a estos hechos, también la solidaridad fue ganando presencia en varias partes de la República Mexicana.

¡WELCOME TO TIJUANA! ENTRE XENOFOBIA, RACISMO Y DESTELLOS DE SOLIDARIDAD

Tijuana, al igual que Tapachula, es una ciudad aparentemente acostumbrada a las dinámicas de la migración, los flujos y las movilidades constantes, pero también a instituciones públicas y privadas que gestionan, atienden, acompañan o sancionan la movilidad, según sea el caso (Alegría, 2015; Bustamante, 2000; Urbalejo Castorena, 2016). Esta ciudad es una de las fronteras más transitadas del mundo, en la que la relación con Estados Unidos ha marcado su devenir (Pérez Talamantes, 2014). Colinda geográficamente con California, estado norteamericano con el que ha mantenido relaciones históricas entre las que se circunscriben ámbitos geográficos, económicos y culturales. Concretamente, a partir de la prohibición del consumo de alcohol en EE. UU. (1920-1933), Tijuana se posicionó como un espacio privilegiado para que la población norteamericana pudiera “desatar su Dionisios atrapado” (Zamora, 2012).

Tijuana es también un espacio con una gran carga simbólica, en el que el significado de “lo nacional” se resemantiza, adquiriendo significados variados en la vida cotidiana. Tijuana es un espacio de encuentros y desencuentros, de límites y reconfiguraciones regionales, de aperturas y de cierres, de vecindad y de separación, de frontera y de confluencia. Todo eso a la vez. Es la ciudad de las personas migrantes, pero también la de personas que viven con incertidumbre y extrañamiento la llegada de más migrantes. Tijuana es pues, la ciudad de las complejidades.

Como ha sido estudiado desde hace varias décadas, Tijuana ha adquirido relevancia precisamente por ser una ciudad de migrantes, de desordenado crecimiento urbano y de segregación (Alegría1994). Es un espacio en el que se han desarrollado identidades individuales y colectivas diversas, en el que coexisten un sinfín de personas con orígenes e historias diferentes. Es un escenario en el que el tema migratorio y sus implicaciones son parte de la vida cotidiana.

Parecería que la vivencia ordinaria del fenómeno migratorio haría que sus habitantes –en su mayoría migrantes o descendientes de migrantes– contribuyera al desarrollo de una posición hacia la migración que podríamos catalogar como “favorable”. Es decir, que la población local reconociera a través de su historia personal, familiar –o debido a la histórica dinámica social de la ciudad–, que los movimientos de población tienen causas y efectos múltiples. Pero esto no siempre es así, tal como lo demostraron las manifestaciones de ciertos sectores de población de Tijuana durante el arribo de la caravana.

Es precisamente la complejidad que define al fenómeno migratorio lo que permite ver que las hipótesis y las suposiciones no responden ni al sentido común, ni a una lógica cualquiera, y que más bien obedecen al contexto, la situación y las contingencias, así como al entramado cultural de las personas y al brebaje ideológico del que se allegan.

Las caravanas migrantes llegadas a la ciudad de Tijuana a finales de 2018 propiciaron que en esta ciudad fronteriza se construyeran, reforzaran y redefinieran imaginarios sobre lo que es o lo que significa ser un migrante centroamericano. Imaginarios basados en argumentos de clase, nacionalidad y contexto social sirvieron para etiquetar a las y los miembros de la caravana como agresivos, violentos y abusivos, razones por las que era necesario evitar su presencia en ciertos puntos de la ciudad.

Para explicar este fenómeno, el análisis del sociólogo italiano Alessandro Dal Lago (1999) otorga elementos para comprender cómo se reproduce la discriminación y la criminalización, en este caso hacia los migrantes, en un proceso que se denomina “tautología del miedo”. Si bien el análisis de este autor se genera en el contexto europeo, se considera que hay aportaciones que bien pueden ayudar a la comprensión de estos procesos de tensión y de construcción de imaginarios negativos hacia las personas migrantes en cualquier contexto y situación (Vega, Hernández, Camus y Morante, 2016).

Una tautología tiene que ver con una argumentación de carácter lógico que basa su razón de verdad en la repetición. Es decir, a partir de continuas reiteraciones de un mismo pensamiento, expresado incluso de manera distinta, se concluye que lo afirmado es verdad. La tautología en el análisis de la migración tiene que ver con la repetición de frases o expresiones basadas en imágenes, supuestos, rumores o dichos que aluden a acciones que, por ejemplo, caracterizan a los migrantes como delincuentes, pandilleros, hostiles, revoltosos, y considera que es una visión compartida por ciertos sectores de la sociedad del sur de México.

Desde esta perspectiva, la realidad a la que supuestamente se hace referencia, luego de repeticiones variadas, termina por convertirse en una verdad. Siguiendo a Dal Lago (1999), una situación social será aquella que los actores involucrados o interesados definen y deciden qué será. Un mecanismo del que se vale la tautología es la generación de un estado o mensaje de alerta que logra captar la atención de las personas, produce incertidumbre e incrementa las expectativas sobre el fenómeno al que se alude; de esa forma, se generará temor (fundado o no) acerca de algo que aparentemente podría provocar riesgos (Vega, Hernández, Camus y Morante, 2016).

Según el autor referido, la tautología inicia con la generación de un recurso simbólico mediante el posicionamiento de una percepción –positiva o negativa– acerca de un problema, que se asume como realidad. A este proceso o fenómeno le sigue la definición subjetiva por parte de actores considerados legítimos, que consiste en que personajes reconocidos socialmente (vinculados a la política, líderes vecinales, etcétera), tomen una postura a favor o en contra del fenómeno. Paralelamente, aparece la definición objetiva de los medios de comunicación, los cuales fijan un posicionamiento directo o indirecto que difunde los mensajes de los actores legitimados. A ello sigue la transformación del recurso simbólico en un marco dominante, en el que los momentos antes expuestos se conjugan para crear una lente desde la que se mira y juzga el fenómeno, de tal suerte que quien lo ve o escucha cuestionará y presionará para hacer frente a la compleja situación que se avecina.

Posteriormente, viene la confirmación subjetiva de los actores legitimados, en la que líderes reconocidos socialmente emiten opiniones o dan una valoración de la situación, buscan soluciones y a los responsables de ejecutarlas. Dicha intervención propondría soluciones ante la presión de quienes han creado y reproducido el recurso simbólico en torno a los impactos de la presencia migrante. Entre las acciones implementadas para hacer frente a la presión social, podría estar la puesta en marcha de una eventual medida legislativa, política o administrativa que confirme el marco dominante, tratando así de atender al reclamo de las voces generalizadas.

Para nutrir de contenido y hacer uso de este marco explicativo en torno a la tautología del miedo, en los siguientes párrafos se presentan insumos de carácter etnográfico recogidos a partir de la llegada de la caravana migrante a la ciudad de Tijuana. Cabe destacar que el proceso de la tautología no opera de manera lineal ni automática, sino que es el conjunto de repeticiones reforzadas por diferentes medios, espacios y actores, lo que hace que el recurso de la discriminación y criminalización vía la xenofobia cobren relevancia en un contexto específico, como el de la caravana estudiada.

La llegada de la caravana migrante a la ciudad de Tijuana ocurrió en los primeros días de noviembre de 2018. El primer grupo de personas en llegar a esta ciudad fue el del colectivo LGBTTTI+, el cual arribó en autobuses provenientes de la Ciudad de México con destino a la ciudad de Tijuana, para luego movilizarse hacia el fraccionamiento principal de la delegación Playas de Tijuana, situado a unos 15 km del centro de la ciudad, y que por su separación del centro urbano de Tijuana funge como un espacio que posibilita dinámicas que en los estudios urbanos han sido catalogadas como de segregación residencial (Alegría, 1994). Es decir, se trata de un espacio peculiar dentro de la accidentada composición urbana tijuanense, en donde confluye el muro fronterizo que divide a México de los Estados Unidos con el litoral del Pacífico mexicano, de tal suerte que algunos la han llamado la última esquina de Latinoamérica. Fue en esta demarcación que las personas de la comunidad LGBTTTI+ alquilaron una casa habitación mediante la aplicación Airbnb.

Desde su ingreso por la frontera sur del país, la caravana y sus múltiples contingentes tuvieron gran cobertura mediática y al llegar a Tijuana, esto no fue la excepción. Fue así que se hizo de conocimiento público la ubicación de la casa en la que se albergarían las personas migrantes mientras iniciaban su procedimiento para solicitar asilo en EE. UU. A unas horas de haberse instalado, comenzó a correr en chats y redes vecinales la noticia de su arribo, por lo que se convocaron de manera urgente movilizaciones y manifestaciones de rechazo por su llegada. Los mensajes enviados mediante aplicaciones móviles como WhatsApp dejaron evidencia del patente rechazo y la clara molestia por su presencia. Expresiones como “vecinos tenemos que avisar a la autoridad para que esté atenta y no los deje salir a la calle ni ingresar a nuestros parques”, “tenemos que correrlos porque pueden ser peligrosos” (Notas del diario de campo RAHL, 2018), hasta el apersonamiento de pobladores locales en la entrada a la casa habitación rentada por las personas migrantes para alegar que no se les pidió permiso a los vecinos de Playas de Tijuana para rentar esa casa habitación y que deberían abandonarla, al no ser un albergue público.

Una comitiva de vecinos estuvo merodeando la casa alquilada por las personas migrantes e incluso se apostó a las afueras de la misma, con la intención de hablar con el o las personas responsables del grupo, mientras que las personas migrantes se replegaban al interior de la casa para evitar cualquier confrontación. En entrevista con los medios de comunicación, vecinos de Playas reiteraban de manera pública la petición de que las personas migrantes se retiraran, pues esa era una colonia familiar, un espacio tranquilo, y que no era el más adecuado para ellos. Algunos de los vecinos de la comitiva incluso decían que si los migrantes iban a permanecer ahí, iba a ser necesario incrementar la seguridad, y que cuando los migrantes salieran, se les escoltara para evitar poner en riesgo a la comunidad.

Por la tarde de ese 13 de noviembre se dieron cita en el faro de Playas de Tijuana otros contingentes de la caravana que fueron arribando a la ciudad durante el día, en adición al grupo de la comunidad LGBTTTI+. Al llegar a este lugar, una parte de la caravana pensaba que contaba con posibilidades de cruzar de manera inmediata a EE. UU. Frente al desconcierto y admiración de los vecinos y comerciantes locales por la llegada de este grupo de aproximadamente 300 personas, se visualizaba una notable falta de organización y coordinación por parte de las autoridades. Hubo presencia de la policía federal (PF), la policía municipal (PM), el Grupo Beta, del Instituto Nacional de Migración (INM) y de algunos miembros del personal de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH).

Luego de un par de horas de la insistencia por parte de las autoridades hacia las personas de la caravana para que no permanecieran ahí, se logró ubicar a algunos migrantes para que durmieran en albergues de la sociedad civil. Era evidente el temor de las personas migrantes para no ir a estos espacios; en varios momentos, ya estando arriba de los autobuses, decidieron bajar de los mismos por temor a ser entregados a migración7 o a separarse de sus familias. Luego de varias negociaciones, muchos de ellos se fueron a los albergues, y alrededor de 60 personas se quedaron a dormir junto al faro, mientras que un grupo conformado por unas cinco familias quedó “literalmente” custodiado por policías federales y municipales.

La caravana, al ser un suceso muy mediatizado, tanto por los medios convencionales como por las redes sociales, favoreció la difusión de una gran cantidad de información que ayudó también a la conformación de reuniones vecinales dedicadas expresamente para hablar del tema.

Una de las primeras convocatorias fue el 13 de noviembre de ese mismo año, a las 8 p.m. en la explanada de la Iglesia Estrella del Mar, ubicada en una de las principales avenidas de Playas de Tijuana. A la convocatoria acudieron alrededor de 60 vecinos, la mayoría adultos mayores varones. Por iniciativa de algunos de los asistentes se comenzó a discutir en torno a la incertidumbre que generaba la llegada de estos contingentes y las acciones a tomar para hacer frente a la situación.

El tono de la discusión de los habitantes del fraccionamiento de Playas de Tijuana era de una profunda preocupación ante la caravana, a la que catalogaban como una “invasión” de personas con antecedentes desconocidos, vicios y malas costumbres. La reunión discurrió entre comentarios sobre la posible prohibición para que los migrantes de la caravana ingresaran a sus colonias, la posibilidad de instalar cercos de seguridad, exigir vigilancia continua, incluso demandar la presencia del ejército para “controlar a la masa” (R. A. Hernández, diario de campo, 13 de noviembre de 2018), y hasta la necesidad vecinal de contener a los migrantes por considerarles “un foco de infección; ensucian, vienen enfermos y nos pueden contagiar” (R. A. Hernández, diario de campo, 13 de noviembre de 2018).

La mayoría de los comentarios esbozados tenía como común denominador el hecho de que se consideraba que las personas migrantes extranjeras “no deben tener los mismos derechos que los mexicanos”, pues “entraron a la fuerza” (R. A. Hernández, diario de campo, 13 de noviembre de 2018). El descontento entre los asistentes a la reunión incrementó al escuchar decir a un comandante de la Policía Municipal que tenían noticias de que la madrugada del 14 de noviembre llegarían 13 autobuses, y que serían recibidos en el centro deportivo Benito Juárez, cerca de la Comisaría de policía ubicada en la Zona Norte de la ciudad de Tijuana.

Como resultado de dicha reunión, los vecinos de Playas de Tijuana convocaron a una manifestación “pacífica” que se realizó el 14 de noviembre, salió del mismo lugar en que estaban congregados (la Iglesia Santa María Estrella del Mar), y llegó a las oficinas de la Delegación Municipal. Esta manifestación tenía la intención de exigir a la delegada que se llevaran a las personas migrantes y que estos no regresaran a Playas. Luego de caminar por alrededor de una hora, un grupo aproximado de 150 vecinos, compuesto por 60 hombres y 90 mujeres, en su mayoría adultos mayores, arribó a las oficinas delegacionales. Para ese momento la autoridad ya no se encontraba en el recinto, por lo que los vecinos comenzaron a demandar su presencia, o por lo menos, la de alguien que atendiera las inquietudes vecinales. Más tarde arribó al lugar personal de la Policía Municipal y el director de Desarrollo Social Municipal.

Los vecinos hacían cuestionamientos en torno a si la casa rentada a los miembros de la caravana LGBTTTI+ tenía las condiciones y permisos para operar como albergue. Por otro lado, los vecinos solicitaban la intervención de la Marina Armada de México para llevarse a los migrantes de la caravana, porque en su opinión habían invadido el país.

Mientras se apersonaban las autoridades, algunos manifestantes lanzaban consignas, increpaban con sus exigencias, y otros más discutían en pequeños grupos, mientras compartían la información que tenían. De manera interesante, algunas conversaciones sostenidas entre los participantes referían como actos de terrorismo los realizados por las personas migrantes al ingresar a México, por lo que trataban de proponer mecanismos para que se entregaran dignamente a la autoridad migratoria.

Otros vecinos, con un discurso y un tono más hostil, afirmaban que no era su obligación atender a migrantes, pues eso era responsabilidad del gobierno federal, del estado y del municipio y por lo tanto, las personas que venían en la caravana tendrían que salir del fraccionamiento. Algunos más cuestionaban incluso el hecho de que el gobierno apoyara a las personas migrantes y no a los residentes. Los vecinos decían que en Tijuana también había mucha necesidad y primero tendría que apoyarse a los mexicanos. Otros más argumentaban que los extranjeros son bienvenidos siempre y cuando se porten bien, y los centroamericanos “no se portan bien, se están subiendo a la barda [muro fronterizo], fuman mariguana” (R. A. Hernández, diario de campo, 14 de noviembre de 2018).

Las expresiones antes referidas fueron denunciadas por otro sector de la población tijuanense al considerar que contenían juicios de valor y estereotipos sobre las personas migrantes. Sin embargo, los participantes en la manifestación referían que ellos simplemente se estaban organizando frente a un tema de seguridad social, y no de discriminación:

No somos racistas, no es discriminación. Los medios cambian la información. Estamos pidiendo lo que nos corresponde como vecinos. No queremos que los migrantes entren a Playas. Tijuana es muy grande. No tenemos estructura para atender[los] (R. A. Hernández, diario de campo, 14 de noviembre de 2018).

La información que se vertía en estas conversaciones funcionaba como mecanismo para esparcir rumores sobre hechos que habían sido referidos por terceros, a saber:

Están arrancando láminas de la frontera –me dijo una señora–, si no pasan para el otro lado, van a hacer guerra aquí. […] Que los regresen. Para eso están las leyes migratorias, están de ilegales. […] Los [representantes de la Comisión de] Derechos Humanos son los que los están protegiendo, las maras se están organizando, dicen que para tomar a Tijuana (R. A. Hernández, diario de campo, 14 de noviembre de 2018).

Este tipo de discursos fomenta la propagación de un imaginario en el que la persona migrante es vista como delincuente, como una persona violenta. El ingreso indocumentado era considerado por los vecinos como una amenaza a la seguridad nacional y comunitaria, por lo que comenzaron a bosquejarse planes para hacer frente a la situación: “si la autoridad no hace nada, los sacamos de aquí. Hay que enfrentar el problema”, “es una invasión, el gobierno va a obligar a la violencia”, “hay que ir al bloqueo, hay que defender Playas. Hay que sacarlos. Primero impidiendo el paso, luego sacando” (R. A. Hernández, diario de campo, 14 de noviembre de 2018).

Se comentaba incluso que un vecino no podía bloquear una calle porque violentaría las leyes, mientras que un migrante extranjero podía romper la seguridad de un país, ingresar de manera violenta, estar en un lugar donde incomodaría, y no pasaría nada. Así pues, en algunas conversaciones el argumento de la seguridad y el riesgo era llevado al extremo: “prefiero perder días de trabajo que perder la vida y esperar a que maten a mis hijos, a que me roben y violen a mis hijas”. “Nos van a atacar con piedras” (R. A. Hernández, diario de campo, 14 de noviembre de 2018). Ellos demandaban acciones contundentes: “Son ilegales, no deben estar aquí. Súbanlos a un avión y deporten. Entraron violentamente” (R. A. Hernández, diario de campo, 14 de noviembre de 2018).

El director de Desarrollo Social Municipal anunció que la Unidad Deportiva Benito Juárez sería acondicionada como un albergue a partir del 14 de noviembre, y que tendría capacidad para recibir 810 migrantes; que ya se había hablado con el Instituto Nacional de Migración (INM) y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) para ofrecer ese espacio a los migrantes. Sin embargo, los vecinos de Playas de Tijuana no se sintieron satisfechos con la respuesta del director, lanzaron abucheos y dijeron que ellos mismos irían a sacar a los migrantes de su localidad, usando expresiones como: “que empiece la cacería de hondureños”, “ellos son muy rebeldes, no harán caso”, “no es que no quieran. Es de que (sic) se vayan” (R. A. Hernández, diario de campo, 14 de noviembre de 2018).

La noche del 14 de noviembre de 2018 un grupo de vecinos acudió a la zona del Faro de Playas de Tijuana con la intención de expulsar a las personas migrantes que habían llegado horas antes a ese lugar y donde planeaban pasar la noche. Hubo una confrontación que subió de tono, agresiones verbales y conatos de violencia. La policía municipal y federal que resguardaba el espacio tuvo que intervenir para disolver la manifestación y calmar los ánimos. Al día siguiente, el 15 de noviembre, la Unidad Deportiva Benito Juárez se convirtió en el centro de recepción para los diversos grupos de migrantes que fueron llegando a la ciudad en días posteriores, así como aquellos que se encontraban distribuidos en diferentes puntos de la misma.

Como se ha dicho, los argumentos para negar el acceso a la localidad se basaban en temas relativos a la seguridad nacional, la soberanía, la falta de infraestructura, e incluso al comportamiento de los migrantes frente a temas como la alimentación: “no quieren sándwich, quieren soda y pizza” (R. A. Hernández, diario de campo, 14 de noviembre de 2018).

Los episodios hasta aquí referidos sorprendieron a propios y extraños debido a las abiertas manifestaciones de rechazo contra la presencia de personas migrantes en una ciudad conformada eminentemente por inmigrantes. En la ciudad también se dieron muestras de solidaridad y apoyo, y el sentido humanitario que históricamente ha caracterizado a Tijuana no se hizo esperar, primero para contrarrestar discursos de xenofobia, criminalización y discriminación, pero después para emprender acciones en favor de las personas migrantes.

De manera individual o articulada, personas y grupos de ayuda, así como organizaciones de la sociedad civil, comenzaron a realizar colectas de víveres para asistir a las personas migrantes. Hubo organizaciones que abrieron la puerta de sus albergues para atender a los recién llegados y grupos de activistas los acompañaron en los procesos para solicitar asilo en los EE. UU.

Así pues, la llegada de la caravana favoreció que algunos actores locales manifestaran públicamente sus percepciones negativas hacia la población centroamericana. En su forma verbal, dichas expresiones de oposición a la presencia de las personas migrantes estuvieron cargadas de argumentos sustentados en imaginarios construidos a partir de generalizaciones, no nacieron con el arribo de la caravana, se construyen con el tiempo, se nutrieron de la difusión de cierta información y de discursos amplios emanados del Estado, como el norteamericano. En ese sentido, es necesario precisar que desde hace décadas el gobierno norteamericano ha catalogado a las personas migrantes como delincuentes y potenciales terroristas, y que esta práctica abona a la construcción de estos imaginarios mediante la alusión al contexto generalizado de violencia en Centroamérica.

Al no generar análisis de la información que recibe, la población local es propensa a detonar estos discursos, que acompañados de imágenes como la de la entrada masiva de la caravana a territorio nacional, en la que aparece rompiendo el cerco de seguridad en el sur de México, potencian estas ideas, sin dejar espacio para entender que muchas de estas personas que conforman las caravanas migran precisamente por ser víctimas de entornos violentos, y esa forma de movilización representa la posibilidad de acceder a condiciones de vida diferentes.

DE LAS VEJACIONES HISTÓRICAS A “LAS CARAVANAS”: ALGUNAS CONCLUSIONES

Bajo el nodo de la categoría de expulsión,8 que para Sassen (2015) hace referencia a condiciones planetarias, en los países del Sur Global dicha categoría tiene que ver no sólo con la configuración de guerras internas recurrentes “que traspasan todo principio soberano de Estado nación y de ciudadanía, sino con la destrucción misma de los Estados y de las sociedades periféricas” (Sassen, 2015, p. 88). Paradójicamente, como indica Mercado (2005), los Estados locales no sólo legitiman y alientan el poder tecnocrático en aras de alcanzar competitividad global, sino también con sentido imperativo, delegan porciones importantes de soberanía a organismo supranacionales, incluyendo el de la seguridad nacional, que propicia impactos violatorios en los derechos humanos y fundamentales de su población.

La restauración de la “razón de Estado”, como propone Maresca (2005), condiciona no sólo para regular los excesos del mercado, sino para controlar la globalización que se expande en los países del sur, afectando a su población, en su mayoría a las y los jóvenes, y las y los niños, cuya experiencia de vida se debate entre la huida forzada y vivir en la precariedad extrema, ante la carencia de tierra y de empleo. Estas vejaciones históricas han dado vida a las denominadas caravanas migrantes, que generaron a lo largo y ancho del país reacciones diversas, entre las que cobraron relevancia los imaginarios sobre personas migrantes. El tránsito de las caravanas puso en evidencia diferentes formas de atender y acompañar a este fenómeno desde organizaciones de la sociedad civil (las ONG), iglesias y buena parte de la sociedad mexicana.

De manera interesante, fue en el sur de México donde se registró menor rechazo hacia la presencia de estos grupos. Justamente, algunos de los migrantes entrevistados referían cómo en su tránsito del sur hacia el centro del país la ayuda y el trato habían sido mejor y más constante. Mientras que en el tránsito desde el centro hacia el norte del país, las personas migrantes se encontraron con muestras de mayor hostilidad, de manera más férrea en la ciudad de Tijuana. Cierto es que, en ambos casos, se dieron manifestaciones diversas, tanto de xenofobia como de hospitalidad; sin embargo, y seguramente debido al contexto y las condiciones sociales de los lugares, el impacto que tuvieron estas expresiones se vivió de manera diferente en ambas fronteras.

En el sur del país, por ejemplo, cuando la caravana llevaba poco avance, la respuesta del Estado mexicano estuvo marcada por el despliegue de la Policía Federal y agentes del Instituto Nacional de Migración (INM). En el norte, la primera nota la dieron los vecinos de Playas de Tijuana, que basándose en argumentos sustentados en el miedo, generaron una cobertura mediática que daba cuenta de su rechazo a estos grupos, algo muy en sintonía con lo expresado de manera reiterada por el primer mandatario estadounidense.

En las ciudades fronterizas analizadas se generaron imaginarios diversos –y a veces divergentes– en torno al sujeto migrante centroamericano. En el sur se escuchaba decir “somos como las pupusas, baliadas y las quesadillas”,9 tenemos algo en común, y sin embargo sabían también que la vulnerabilidad cala ahí y cala allá en el norte: en el sur de México, debido todas las vulnerabilidades visibles en riesgo y los daños infligidos, proceden de la devaluación de estos como personas con derecho a un desarrollo de vida digno y de calidad; en el norte, porque la globalización, en la figura del Estado norteamericano, erosionó todo principio ético de la llamada comunidad internacional, e impuso como principio de toda relación internacional el paradigma de la seguridad nacional, cuya expresión extrema es el despliegue práctico y real de los viejos conceptos de “enemigo” y de “guerra”, visibles hoy en el Derecho y en los normalizados estados de excepción de las potencias del norte (García y Villafuerte, 2014).

Tapachula y Tijuana, como ciudades en municipios fronterizos, tienen una presencia importante de población migrante y en ellas también se teje una narrativa delictiva con los y las jóvenes centroamericanos, que se deriva de su construcción corporal e identitaria, íntimamente vinculada con las narrativas de combate a la inseguridad o la delincuencia.

Resulta significativo que en pleno siglo XXI, tiempo de globalización y de democracia liberal como sistema único de gobierno a escala mundial, tengamos la urgencia de regresar a las lecturas y lecciones generadas por pensadores que vivieron, como indica Arendt (2008), en “tiempos de oscuridad”.

Estos tiempos “oscurantistas” regresan hoy con una fuerza devastadora que hace posible la confusión, el caos y la pérdida del sentido mismo de la crítica. Esto implica la anulación del sentido del cambio fincado en la restitución de la dignidad humana aclamada por Arendt (2008), y en la virtud de la esperanza desde el pensamiento de Ernst Bloch (2000). Y en el centro de esta tormenta están los migrantes: jóvenes, adolescentes, niños y niñas que pasaron, solos o acompañados en caravana, a engrosar la lista de los solicitantes de asilo, tanto en México como en Estados Unidos.

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3El viacrucis (vía crucis o “camino de la cruz”) representa, según la religión cristi ana, la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Las organizaciones y activistas vinculados a la iglesia católica comenzaron a relacionar la situación de la personas migrantes en tránsito por México con el camino de Jesús al calvario, de ahí que comenzaran a realizar en Semana Santa el “Viacrucis Migrante”.

4Según datos del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), unos 2 300 niños migrantes llegaron a México entre el 19 y 22 de octubre de 2018, en la “Caravana de Migrantes” (Unicef, 2018).

5Canción de la banda de música hondureña Banda Blanca.

6Las Estancias y Estaciones migratorias son instalaciones pertenecientes al Instituto Nacional de Migración en las que las personas esperan mientras su procedimiento administrativo migratorio se resuelve. En los hechos, son centros de detención para migrantes en los que se aguarda su proceso de deportación.

7"Entregarse a Migración" es una expresión coloquial muy utilizada por las personas migrantes, activistas e incluso autoridades para referir al proceso de presentación ante la autoridad migratoria a fin de resolver la situación administrativa, la cual ordinariamente termina con la deportación a sus lugares de origen.

7Being turned in to immigration is a colloquial expression widely used by migrants, activists, and even authorities to refer to the process of being reported to immigration authorities in order to resolve the administrative situation, which ordinarily ends with deportation to their places of origin.

8The author refers to "systemic dynamics" that relegate particular groups of people from the economy and society. In the Global South, the economic expression of expulsion is "neoextractivism," the depredation of global environmental goods (land, water, and air) and their increasing commodification.

9Platos más representativos de la gastronomía salvadoreña, hondureña y mexicana.

Recibido: 25 de Junio de 2019; Aprobado: 13 de Enero de 2020

Translator: Miguel Ángel Ríos Flores.

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