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Frontera norte

versão On-line ISSN 2594-0260versão impressa ISSN 0187-7372

Frontera norte vol.32  México  2020  Epub 11-Jun-2021

https://doi.org/10.33679/rfn.v1i1.2014 

Artículos

Políticas de la memoria de niñas y niños en caravana de migrantes centroamericanos

Oscar Misael Hernández Hernández 1  
http://orcid.org/0000-0002-5882-8789

1El Colegio de la Frontera Norte, México, ohernandez@colef.mx


Resumen

En este artículo se explora la construcción de políticas de la memoria de niñas y niños que viajaron con sus familiares en una caravana de migrantes centroamericanos. Teóricamente, se plantea que la memoria no solo tiene una función cognitiva, sino también política, al rememorar y cuestionar los procesos sociales en los que se produce y significa. Metodológicamente, se utilizan y analizan de forma temática y dialógica narrativas orales y visuales de dos niñas y de cuatro niños de Honduras y Guatemala que arribaron a la frontera de Tamaulipas en febrero de 2019. Se argumenta que las políticas de la memoria de las niñas y niños se orientan a la enunciación de la violencia en sus países de origen, la resistencia a la vulneración vivida durante el tránsito migratorio y a la denuncia de políticas migratorias estadounidenses. Finalmente, se concluye que los hallazgos del estudio contribuyen a los debates sobre agencia de la niñez migrante y sobre su relevancia como agentes sociales dentro de las caravanas centroamericanas.

Palabras clave: niñez; memoria; caravanas migrantes; Centroamérica; México

Abstract

This article explores the construction of memory policies for accompanied girls and boys traveling in a caravan of Central American migrants. Theoretically, it is argued that memory has not only a cognitive function, but also a political one, in the sense that they remember and question social processes in the places where it is produced and signified. Methodologically, oral and visual narratives of two girls and four boys from Honduras and Guatemala, who arrived at the Tamaulipas border in February 2019, are used and analyzed in a thematic and dialogical way. It is argued that the policies of children's memory are oriented to the enunciation of violence in their countries of origin, the resistance to the violation experienced during the migratory transit and to the denunciation of American migratory policies. Finally, the findings of the study contribute to the discussions on the agency of migrant children and their relevance as social agents within the Central American Caravans.

Keywords: Children; Memory; Caravans; Central America; Mexico

INTRODUCCIÓN

Una mañana de febrero de 2019 le pregunté a Fabiola si había pasado por algún río. Ella es una niña hondureña de 10 años, que junto con sus padres y un hermano de 12 años de edad, cruzó el río Suchiate, que marca la frontera occidental entre Guatemala y México. Fabiola agachó la cabeza, tomó un crayón, se puso a dibujar en una hoja que le di y enseguida expresó: “casi nos ahogamos”. Por unos segundos, ella estuvo callada y siguió dibujando. Enseguida narró que cruzó el río caminando con su familia y que el agua le llegaba hasta el cuello. También, que cuando caminaba chocó con el pie de alguien que al parecer se había ahogado. Su hermano, dos años mayor que ella, que estaba a su lado, intervino y señaló que sí era alguien ahogado, porque flotaba. Después de una pausa, le pregunté a Fabiola que qué pensaba sobre haber viajado hasta México. Ella, muy seria al inicio, como si estuviera cavilando, expresó: “yo pienso que estaba bien, porque allá en Honduras, si nos quedábamos más allá, nos iban a matar”. Después continuó dibujando (O. Hernández, diario de campo, 17 de febrero de 2019).

La pobreza y violencia que persiste en países de Centroamérica, como Honduras, forman parte de las causas de la emigración de niñas, niños y adolescentes que viajan solos o acompañados. Un informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef, por sus siglas en inglés), por ejemplo, señala que en Honduras un 74 por ciento de los niños viven en hogares clasificados como pobres, en Guatemala un 68 por ciento y en El Salvador un 44 por ciento; asimismo, afirma que “para muchas familias, migrar a México o a Estados Unidos es la única forma de dejar atrás el peligro de una violencia implacable” (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, 2018, p. 5-6). Sin embargo, muy poco se sabe de sus experiencias, ya sea en sus países de origen o al cruzar las fronteras. El objetivo de este artículo es explorar las políticas de la memoria de niñas y niños quienes, como Fabiola, cruzaron la frontera entre Guatemala y México en el marco de las caravanas de migrantes centroamericanos que desde fines del año 2018 y hasta inicios del 2019, han redefinido la lógica de la migración en tránsito por Centro y Norteamérica. Tal cometido intenta contribuir, por un lado, a la visibilización de la niñez migrante en las caravanas centroamericanas; y por otro, a su reconocimiento como actores sociales con agencia, producida en contextos y procesos relacionales (Abebe, 2019) y utilizada para cuestionar y reinterpretar eventos y situaciones.

Narrativas como la de Fabiola no sólo hacen palpable la participación de algunos niños y niñas en esta nueva dinámica de migración en tránsito, representada por las caravanas centroamericanas, sino que también hacen visible su capacidad de recordar episodios sobre su migración al cruzar la frontera sur de México que pudieran ser diferentes a las experiencias de otros niños y niñas migrantes de Centroamérica (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, 2018). Por último, su narrativa también devela un proceso de rememoración que pone de relieve la vulnerabilidad de la niñez migrante y su reflexividad para sopesar proyectos migratorios familiares en el marco de la violencia social pasada y presente.

Desde esta perspectiva, el argumento de este trabajo es que para las niñas y los niños que viajan en las caravanas migrantes, la memoria en general tiene un cúmulo de funciones cognitivas, sociales y políticas. Esto se ve representado al recordar y cuestionar procesos sociales en sus países de origen y en su tránsito. Adicionalmente, la memoria es un constante acto de rememoración que permite a las niñas y los niños enunciar, denunciar e incluso, resistir configuraciones pasadas y presentes, a pesar de los olvidos (Halbwachs, 2004). En esto consisten las políticas de la memoria de las niñas y los niños migrantes: en rememorar y narrar episodios de la migración, mostrando una versión paralela al registro narrativo de los adultos que les acompañan.

Metodológicamente, el artículo se sustenta en trabajo de campo antropológico realizado en dos albergues para migrantes de la frontera de Tamaulipas. A mediados de febrero del 2019, arribaron dos grupos de una caravana de migrantes centroamericanos, conformada tanto por adultos como por menores de edad. Específicamente, este artículo analiza, desde la política de la memoria, las narrativas de dos niñas y cuatro niños que viajaban con sus familias en la caravana; narrativas que se han tomado como relatos de episodios de su vida itinerante en una espacialidad y temporalidad definida, pero también como relatos que dejan entrever procesos, relaciones y significados (Bertaux, 2005).

Con base en estos prolegómenos, este trabajo está diseñado de la siguiente forma: en primer lugar, se contextualizan la participación de la niñez migrante centroamericana utilizando algunos estudios migratorios; en segundo, se resalta la necesidad de un giro epistémico que retome la memoria como narrativas políticas situadas de forma temporal, espacial y lingüísticamente; en tercer lugar se describe una estrategia metodológica para realizar investigación con niños y niñas migrantes, y que es apropiada para realizar reflexiones y análisis empíricos; a partir de los resultados, en cuarto lugar se analizan las formas que adoptan las políticas de la memoria entre niñas y niños migrantes de la caravana; finalmente, se esbozan conclusiones y comentarios finales.

Niñez migrante y memoria

En la última década, la migración irregular de niñas y niños de Centroamérica hacia Estados Unidos ha estado inmersa en políticas migratorias álgidas. Desde la denominada “crisis humanitaria”, con Barack Obama, ante la llegada de más de 51 000 niñas y niños migrantes en el año 2014, hasta la criminalización de la migración centroamericana, con Donald Trump, y el caso de los “niños enjaulados” en el año 2018, el debate central ha sido que “el gobierno de US considera a esta población como inmigrantes antes que como niños”. Asimismo, que “las políticas migratorias de US protegen selectivamente a ciertas sub-categorías de niños migrantes” (Galli, 2018, p. 2).

Más allá de la vulneración de los derechos de la niñez migrante centroamericana, tanto en Estados Unidos como en México, alrededor de 60 por ciento de esta población lo constituyen los denominados menores no acompañados, de entre 12 y 17 años de edad. Esto da como resultado una alta gama de desafíos para ambos países en materia de condiciones de detención, trato en centros de aseguramiento y respeto de sus derechos básicos (Cruz y Payán, 2018). Por otro lado, los niños y niñas acompañados, es decir, quienes viajan en compañía de sus familiares, constituyen 40 por ciento de esta población. Desafortunadamente, muy poco se han explorado sus experiencias migratorias y cómo enuncian, denuncian o resisten el desplazamiento.

Al menos en el contexto mexicano, según Mancillas Bazán (2009), hasta hace dos décadas el desinterés de los analistas sociales en las niñas y niños migrantes centroamericanos que viajan con sus familias, se debió a que consideraban que “la participación de los menores en la migración México-Estados Unidos era poco significativa, o bien, que su importancia en este proceso no era tan trascendente como la de los adultos migrantes” (Mancillas Bazán, 2009, p. 211). Por otro lado, como recientemente han afirmado Thompson, Torres, Swanson, Blue y Hernández (2017), tanto en Norteamérica como en Europa el problema deriva de una noción dicotómica de la niñez migrante: con percepciones que los consideran o como víctimas o como criminales.

No obstante, estos debates acerca de la relevancia de las narrativas y experiencias de niñas y niños centroamericanos que viajan acompañados en su tránsito por México, y su condición de víctimas o criminales, es un tema que se ha abordado limitadamente desde las ciencias sociales. Los reportes que existen se limitan a trabajos periodísticos que intentan dar un panorama de sus condiciones. Por ejemplo, un reportaje del año 2018 señaló que poco más de 2 000 menores de edad acompañados viajaban en la caravana, y que ellos y ellas estaban expuestos a riesgos de salud física y emocional; esto se veía reflejado en su deseo por querer retornar a su hogar, y en su falta de nociones geográficas sobre el lugar donde estaban (Notimex, 2018).

Otro reporte de Diario del Sur destacó que las niñas y los niños migrantes centroamericanos, acompañados o no acompañados, eran los más vulnerables en las caravanas, y que tanto las organizaciones como las autoridades mexicanas invisibilizaban la migración infantil (Zúñiga, 2019). En ambos reportajes, se puede observar el enfoque de victimización de las niñas y niños migrantes en su tránsito por México. Es indudable la vulnerabilidad que vive esta población, en especial si se trata de niñas y niños no acompañados, sin embargo, no se puede negar que en cualquiera de los casos la niñez migrante construye una memoria que registra y transmite las condiciones de vulnerabilidad.

La memoria individual y colectiva de niñas y niños migrantes de Centroamérica –al igual que la de los jóvenes de esta región– ha sido explorada por diferentes analistas sociales a través de técnicas cualitativas y de entrevistas en profundidad. Pese a que no todos los estudios tienen como marco epistémico la memoria o la construcción social del recuerdo entre esta población –ya sea que se trate de niñas, niños o jóvenes que viajen solos o acompañados– las historias, relatos o fragmentos de testimonios dan cuenta de memorias individuales y colectivas de sus travesías e itinerarios migratorios de esta población, destacando su vulnerabilidad y la violencia que viven, tanto en Centroamérica como en su tránsito por México (Porras Gómez, 2017).

Ante esto, el reto que presenta este artículo es cómo concebir y aprehender las políticas de la memoria construidas por niñas y niños que viajaban en una caravana de migrantes centroamericanos. Para ello, aquí se presentan tres pasos para enfrentar el reto. El primer paso es concebir la memoria no sólo como el acto de recordar el pasado, sino también como “un proceso social en el que se condensan historicidad, tiempo, espacio, relaciones sociales, poder, subjetividad, prácticas sociales, conflicto y, por supuesto, transformación y permanencia” (Kuri Pineda, 2017, p. 11).

El segundo paso es distinguir entre memoria individual y memoria colectiva. En su exégesis sobre la memoria colectiva y los procesos sociales, Manero Brito y Soto Martínez (2005, p. 179) afirman que la memoria colectiva se refiere a las “experiencias y conocimientos compartidos [que] se recuperan de los individuos que vivieron en el pasado circunstancias semejantes” y no a una “sumatoria de memorias individuales”. Esta distinción y precisión es pertinente conceptual y metodológicamente para este estudio, el cual se enfoca en la memoria colectiva (re)construida por niñas y niños migrantes de la caravana en torno a experiencias y conocimientos compartidos.

Por último, el tercer paso consta de precisar y apropiar una noción de memoria colectiva. Con base en los planteamientos de Halbwachs (2011), aquí la memoria colectiva se concibe como la memoria de los miembros de un grupo que reconstruyen el pasado a partir de sus intereses y de sus marcos de referencias presentes. Para este autor, no existe un pasado inmutable de la experiencia presente, sino un pasado que siempre es recomenzado y reconstruido. La idea es que la memoria, al explorar el pasado, se adentra en un viaje retrospectivo en el que se sabe que el presente constituye un objetivo de referencia o el punto de partida desde el cual se puede reconstruir y relatar.

Desde esta perspectiva, la memoria colectiva pasa a ser un proceso de rememoración, de identificaciones interpersonales y de valor grupal. Asimismo, la memoria opera dentro de marcos sociales; es decir, no únicamente remite a experiencias pasadas, sino también se ubica en coordenadas espaciales, temporales y lingüísticas. Por lo tanto, una memoria que carece de estos marcos corre el riesgo de cruzar la frontera de la fantasía, donde no se podría saber si se está ante un recuerdo o ante algo imaginado (Halbwachs, 2011). La razón más decisiva de fusionar la memoria con marcos sociales, temporales y espaciales, es mostrar que son los marcos los que proporcionan estabilidad y persistencia a la memoria. Desde esta perspectiva, el relato constituye el intermediario básico y necesario de la memoria. El relato da origen a la descripción, la cual tiene por objeto transmitir toda una situación. En otras palabras, la memoria se convierte en narración, que se apoya en un supuesto pasado desaparecido.

Para los propósitos de este trabajo, la memoria de las niñas y los niños de la caravana de migrantes centroamericanos será representada como un proceso de rememoración de acontecimientos colectivos articulados con su pasado y con el viaje migratorio; también como una memoria colectiva, en tanto comparten experiencias y conocimientos situados en marcos temporales, espaciales y lingüísticos; y, finalmente, como una memoria política, dado que dichas experiencias y conocimientos son enunciados, denunciados e incluso resistidos dentro de posibilidades y constreñimientos sociales que enmarcan sus vidas a nivel estructural.

ESTRATEGIA METODOLÓGICA

Esta reflexión y análisis deriva de un trabajo de campo antropológico realizado en la frontera de Tamaulipas, el cual tuvo como propósito elaborar un diagnóstico sobre una caravana de 202 migrantes centroamericanos que arribó a albergues de las ciudades de Reynosa (110 migrantes) y Matamoros (92 migrantes) a mediados de febrero del 2019. Tres quintas partes de los migrantes procedían de Honduras, mientras que el resto lo hacía de Guatemala y El Salvador. El diagnóstico se basó, por un lado, en una encuesta aleatoria simple que constó en la aplicación de un cuestionario a un 51.8 por ciento de los migrantes que llegaron a Reynosa, y a un 48.9 por ciento de los migrantes que llegaron a Matamoros. Por otro lado, se realizaron entrevistas informales con una docena de padres de familia de Honduras y Guatemala que en los albergues esperaban su cita de entrevista para asilo en Estados Unidos. El cuestionario se diseñó con preguntas que recopilaron información sociodemográfica de los migrantes, mientras que las entrevistas incluyeron preguntas abiertas que captaron parte de las experiencias y expectativas migratorias de los padres de familia (Hernández Hernández, 2019a). Sin embargo, como era de esperarse, en la caravana no sólo viajaban adultos, sino también niñas y niños.

Derivado de los resultados, el diagnóstico identificó que poco más de dos quintas partes de los migrantes que llegaron a ambas ciudades, viajaban con sus familias, conformadas por parejas, hijas o hijos; estos últimos, en su mayoría menores de edad, en un rango de entre los 6 y los 12 años de edad. Estos datos eran muy similares a los encontrados en otras ciudades como Tijuana, Baja California y Piedras Negras, Coahuila, ciudades donde arribaron las primeras caravanas de migrantes centroamericanos (El Colegio de la Frontera Norte, 2018; El Colegio de la Frontera Norte, 2019). Más allá de las cifras, las observaciones realizadas en los albergues permitieron identificar que las niñas y niños de la caravana de migrantes constituían un actor social relevante, y no sólo una parte más de esta población en tránsito.

Para lograr un acercamiento a los niños y niñas migrantes, durante el trabajo de campo en Reynosa y Matamoros, el cual se llevó a cabo durante la segunda quincena de febrero del 2019, se solicitó la autorización de los coordinadores de los albergues para realizar entrevistas. La respuesta fue afirmativa, con la condición de pedir consentimiento previamente a los padres. Caso seguido, se pidió el permiso de diez padres de familia, señalando que la intención era conocer las experiencias migratorias de sus hijas e hijos. Al final, en Reynosa solamente se obtuvo el permiso para conversar con su hija y su hijo de una madre de familia hondureña. Mientras que en Matamoros, dos padres de familia hondureñosdieron permiso para conversar con sus dos hijos varones, y otros dos padres de familia guatemaltecos, para conversar con un niño y una niña, respectivamente (más abajo se incluye un registro detallado de las niñas y niños participantes). A los padres se les garantizó, además, el anonimato de sus hijos y la confidencialidad de la información (Anguita y Sotomayor, 2011).

Las entrevistas con las niñas y niños se planearon realizar de forma individual y se diseñaron con preguntas abiertas, tales como de dónde eran, cómo era su lugar de origen, con quiénes viajaban, qué les llamó la atención durante el viaje, etcétera. Se llevaron a cabo en los patios de los albergues, ante la vista de otros migrantes. Sin embargo, cuando iniciaba la entrevista, las niñas y los niños daban respuestas muy cortas, solamente movían la cabeza o encogían los hombros, guardaban silencio, o bien se mostraban nerviosos a pesar de haber hecho contacto con ellos y ellas previamente y de hacerles preguntas de formas aparentemente claras. Ante esto, se procedió a usar una técnica diferente a la de la entrevista: la de la observación participante, la cual permite interactuar con los actores sociales y aprehender significados de fondo (Kawulich, 2005). Específicamente, se ideó un ejercicio de dibujos que se llevó a cabo en los patios de los albergues con el objetivo de conversar colectivamente sobre sus experiencias migratorias, al mismo tiempo que elaboraban dibujos sobre lo que extrañaban o recordaban del viaje en caravana.

Este ejercicio se implementó en los albergues de ambas ciudades de la siguiente manera: se les invitó a dibujar lo que recordaran de su viaje o de su país, se les entregaron hojas y crayones, se sentaron en el piso y mientras trazaban o pintaban se les hicieron preguntas acerca de lo que dibujaban, por qué dibujaban tal cosa (por ejemplo un río, gente, etcétera), qué significaba, incluso conversábamos si era diferente de otros dibujos o experiencias del resto de niños participantes. El ejercicio se grabó en formato de audio y se tomaron algunas fotografías, tanto de los dibujos elaborados como de las niñas y niños dibujando, sin mostrar sus rostros. Al final, en el ejercicio participaron las siguientes niñas y niños:

Tabla 1. Registro de niñas y niños participantes. 

Seudónimo Edad País de origen Albergue
Fabiola 10 Honduras Reynosa
José 12 Honduras Reynosa
Jason 9 Honduras Matamoros
Kelvin 9 Honduras Matamoros
Edin 8 Guatemala Matamoros
María 10 Guatemala Matamoros

Fuente: Elaboración propia con base en trabajo de campo, febrero de 2019.

El ejercicio de dibujar y las conversaciones colectivas, fue utilizado como un medio a través del cual captar los relatos y recuerdos de las niñas y los niños migrantes de la caravana. Tanto el ejercicio como las conversaciones permitieron captar algunos episodios en sus vidas, situados en marcos temporales, espaciales y lingüísticos (Halbwachs, 2004). En concreto: los relatos derivados del ejercicio se hicieron visibles a través de narrativas orales [las conversaciones] y visuales [los dibujos] que, en conjunto, dieron forma y contenido a las políticas de la memoria entre niñas y niños migrantes de la caravana.

Para analizar las narrativas que conforman los relatos, en una primera fase se hizo una transcripción de las grabaciones de audio de los ejercicios (alrededor de dos horas en cada ciudad) y de la única entrevista realizada (alrededor de media hora). En una segunda fase se identificaron temáticas que niñas y niños abordaron en sus narrativas orales y se enmarcaron como recuerdos relevantes, debido al realce espacial y temporal de los mismos. Asimismo, se subrayaron los significados y contextos que daban a sus recuerdos cuando mencionaban episodios de violencia, con el propósito de minimizar la “ficcionalización” de los hechos (Randall, 1992), o en este caso, la memoria construida. En el caso de las narrativas visuales (los dibujos), estas se tomaron como representaciones sociales de eventos vividos (Hartog, 2011). Finalmente, las narrativas en conjunto fueron situadas en marcos sociales (Halbwachs, 2004), es decir, en un contexto espacio-temporal y lingüístico de producción.

Con base en este procedimiento de análisis de la memoria colectiva de los niños y niñas migrantes, se identificaron tres dimensiones que adquieren las políticas de la memoria: 1) una memoria de enunciación y denuncia de la violencia en sus países de origen; 2) una memoria de vulneración en el tránsito migratorio por México, y 3) una memoria sobre denuncia y crítica de la política migratoria estadounidense. Las tres dimensiones están articuladas entre sí y en conjunto constituyen las políticas de la memoria de la niñez migrante de la caravana.

RESULTADOS Y ANÁLISIS

“Es mejor que se vayan”: La enunciación de la violencia social en Centroamérica

En Reynosa, José y Fabiola, los hermanos hondureños de 12 y 10 años de edad, respectivamente, se sentaron en el piso del patio en el albergue, tomaron los crayones y las hojas que les di, y comenzaron a dibujar. Ambos se mostraban serios, un tanto temerosos al principio. Me preguntaron qué tenían qué dibujar y les respondí que lo que ellos recordaran del viaje. José le dijo a Fabiola que dibujaran cuando cruzaron el río (el Suchiate). Ella al principio no quiso, pero después accedió porque vio que José había empezado. “Por aquí cruzamos”, expresó José a la vez que tomaba un crayón color azul y trazaba el río. “No fue bonito pasar por aquí”, agregó. Fabiola hacía sus propios trazos y, sin alzar la mirada, complementó: “No, no fue bonito, estaba feo porque había policías y un helicóptero, pero fue mejor que quedarnos en Honduras”. José agregó: “Sí, mejor venirnos”.

Le pregunté a Fabiola que por qué mejor que en Honduras y señaló, un tanto incómoda por la pregunta, “por los Maras, ¿por qué más?”, y siguió dibujando en silencio. Un día antes había conversado con los padres de ambos y me habían narrado cómo los Maras los habían despojado de su casa y los habían amenazado de muerte; incluso me mostraron la copia de una denuncia policial que hicieron, pero también enfatizaron la respuesta de un policía ante su denuncia: “Es mejor que se vayan”. José, Fabiola y sus padres compartían este episodio de violencia y lo rememoraban como algo traumático que los había orillado a tomar la decisión de unirse a la caravana de migrantes (O. Hernández, diario de campo, 17 de febrero de 2019).

Jiménez (2016) reconoce la violencia que se vive en Centroamérica como la causa de “una trágica movilización humana, tanto interna como externa” (p. 169), y de éxodos humanos como los conformados por las caravanas de migrantes centroamericanos hoy en día (El Colegio de la Frontera Norte, 2018; El Colegio de la Frontera Norte, 2019; Hernández Hernández, 2019a). Groppo (2002) afirma que, debido a la violencia, el tema de la memoria adquiere cada vez más importancia, sobre todo cuando se dirige hacia “acontecimientos traumáticos”, como los que expresaron José y Fabiola. Ante esto, el autor señala que “la memoria es percibida como un punto de anclaje y como una garantía para las identidades amenazadas” (Groppo, 2002, p. 18). Desde esta perspectiva, la memoria es un elemento conceptual importante para registrar, enunciar y denunciar diferentes acontecimientos, pero sobre todo, es útil para rememorar el pasado y evitar reproducirlo, en especial si se trata de acontecimientos traumáticos que vivieron migrantes en tránsito en sus países de origen.

Aunque parezca un cliché, el primer anclaje de las políticas de la memoria entre niñas y niños de la caravana de migrantes centroamericanos entrevistados, se refiere a la enunciación de la violencia social en sus países de origen. No sólo se trata de meros recuerdos narrados, sino más bien de la denuncia de dicha violencia como una historicidad de conflictos en Centroamérica que persisten hasta el presente y, sobre todo, que continúa vulnerando a las niñas y los niños migrantes. Son recuerdos que, como expresa Halbwachs (2011), son reproducidos en tiempo y espacio con el propósito de reforzar el sentimiento de identidad, pero también para evitar amenazas a la misma. En otras palabras, la enunciación de la violencia por las niñas y los niños remite a una temporalidad reciente y a un espacio concreto como son sus países de origen, comunidades y familias.

Fabiola, junto con su hermano mayor, narró la migración de su familia como una forma de escape a la muerte segura en su país. Mientras ella dibujaba, explicó un poco más el contexto: “Como mi papá denunció a la policía que lo mareros matan a la gente, entonces nos iban a matar a nosotros”. ¿Y por qué los denunció? –le pregunté–, “Primero mi papá había venido acá a Estados Unidos para hacer una casa allá en Honduras, pero como los mareros se la quitaron, después andábamos huyendo, nos fuimos para Catacamas, entonces allá hicimos una casita” (O. Hernández, diario de campo, 17 de febrero de 2019).

Otro niño que rememoró y enunció la violencia social en su país de origen fue Edin, de Guatemala. Después de dibujar su casa –la cual trazó de forma simétrica en color negro, con dos ventanas y una puerta, el trasfondo de un sol amarillo y un árbol verde al frente–, le pregunté por qué había marcado con color rojo una ventana y parte de la puerta. Edin, con el rostro inexpresivo, en tono serio y con el crayón en la mano, me respondió: “Porque están cerradas, no quiero que entre la policía”. Lo cuestioné si alguna vez había entrado a su casa la policía, y me dijo: “Sí, iban por mi hermano, decían que había matado, luego no estaba y le gritaron a mi papá y se lo querían llevar a la cárcel” (O. Hernández, diario de campo, 19 de febrero de 2019; Hernández-Hernández, 2019b).

En primer lugar, ambas narrativas concuerdan con lo que Jiménez (2016) afirma acerca de la violencia en Centroamérica, la cual “sigue siendo el denominador común en la región, pero se manifiesta de forma diferente de la segunda mitad del siglo XX. Ahora se trata de delincuencia y crimen sin fines ideológicos” (Jiménez, 2016, p. 170), puesto que constituyen relatos sobre la violencia social en Honduras y en Guatemala, respectivamente. Ambas narrativas también son memorias colectivas en tanto que aluden a experiencias y conocimientos compartidos de Fabiola y Edin, quienes vivieron en el pasado circunstancias semejantes, aún siendo de diferentes países (Manero Brito y Soto Martínez, 2005). En ambos casos se ve representada la historia de violencia que ha prevalecido en Centroamérica desde los años setenta del siglo pasado, y que en el presente se sigue reproduciendo con otros matices, donde la policía y los mareros son actores principales (Índigo Staff, 2019); y donde, además, el tráfico de drogas, los homicidios, la violencia juvenil y las maras aparecen como otros factores de preocupación fundamental en Centroamérica (Banco Mundial, 2011).

En segundo lugar, las narrativas de Fabiola y Edin contribuyen al (re)conocimiento de la memoria; al rememorar, adoptan un posicionamiento que en sí es una política de la memoria: “si nos quedábamos, nos iban a matar” y “para que no entre la policía”, forman los dos lados de una denuncia: la amenaza de muerte y la amenaza policial latentes en sus comunidades y familias.

En tercer lugar, en narrativas como las de Fabiola y Edin se pueden observar las categorías de tiempo y espacio, de alguna manera invisibles, que definen a la política de la memoria. Aunque de diferentes países, ambos vivieron en municipalidades que también fueron impactadas por la violencia derivada de las guerras civiles y los desplazamientos forzados en los años ochenta: la primera en Catacamas, al noreste de Tegucigalpa, y el segundo en Santa Cruz del Quiché, al noroccidente de ciudad de Guatemala. Si bien la transpolación de este argumento parece anodina, lo cierto es que se trata de una niña y un niño migrantes vinculados a un pasado histórico de procesos migratorios, de refugio y reorganización de la frontera sur de México (Bovin, 2005).

Quizás una narrativa más permitirá comprender y en parte situar dicha política de la memoria de la niñez migrante en un marco temporal y espacial que oscila entre los años ochenta y la actualidad. Jason, de Honduras, mientras dibujaba junto a Kelvin y Edin, en el albergue en Matamoros, me contó que él venía acompañado de sus papás en la caravana. Le pregunté que dónde vivía y me respondió: “En Olancho” [un departamento de Honduras]. ¿Entonces ahí está toda tu familia?, volví a preguntar y expresó: “No, mi abuelo vive en Guatemala”. ¿Y qué hace ahí?, insistí. “No sé, se fue hace mucho, mi mama (sic) dice que por la guerra y ya se quedó”. ¿Y tú qué piensas de eso?, remarqué. “¡Pues que se fue por eso!, pero yo quiero conocerlo, que regrese” (O. Hernández, diario de campo, 20 de febrero de 2019).

Es posible que el abuelo de Jason haya participado en algún movimiento político-militar clandestino, como los que hubo en los años ochenta en Honduras, conformados por disidentes del Partido Comunista; o bien, que simplemente formara parte de la ciudadanía que se vio obligada a desplazarse a otros países de Centroamérica por el conflicto armado. Lo evidente es que se trata de un recuerdo que Jason ha construido en dos niveles articulados entre sí: por un lado, el referente de su abuelo como ausencia familiar, y por otro, el referente de la guerra como proceso etiológico de la ausencia. Además de lo anterior, también se trata de una memoria que comparte similitudes con otras narrativas y que denuncia el desplazamiento histórico.

“Yo también los vi”: la vulneración en el tránsito por México

En Matamoros, Edin le explicó a Kelvin, con quien viajó en la caravana: “Yo vengo con mis papás desde lejos… Y pasamos por donde había muchos policías y la gente corría.” Kelvin comentó que él también venía con sus papás y se quedó pensativo un rato; después de pedirle un crayón rojo a Edin, le dijo: “También los vi [a los policías], y mucha gente, luego los subían a camionetas a unos, otros corrían” (O. Hernández, diario de campo, 21 de febrero de 2019).

Las políticas de la memoria de niñas y niños de la caravana no sólo adoptan el matiz de enunciación y denuncia de la violencia que vivían los migrantes en sus países de origen, sino también de aquella que vivieron durante el tránsito por México. Se trata de una memoria colectiva, que media entre su tránsito por fronteras internacionales y el arribo a ciudades de la frontera norte de México y que hace visible dichas violencias. Las políticas de esta memoria, en tanto recuerdos traumáticos, no intentan únicamente delatar la violencia, sino también las formas en que las niñas y los niños migrantes sortean la vulneración.

La idea sobre la vulneración se propone como categoría analítica para trascender el cliché en torno a la vulnerabilidad de la niñez migrante como si esta se tratara de un “rasgo de la persona y no de las estructuras en las que viven las personas” (Madrid, 2015, s/n). Desde esta perspectiva, las niñas y los niños de la caravana fueron vulnerados por estructuras externas a la migración. Ante esto, las políticas de su memoria versan sobre la vulneración que se construyó en diferentes espacios y momentos: tanto al salir de sus lugares de origen, como al cruzar las fronteras de Honduras-Guatemala y de Guatemala-México, siendo víctimas de diferentes formas de violencia que matizaron sus recuerdos y templaron su capacidad para soportarla o rechazarla. Kelvin, por ejemplo, señalaba que su familia se quedó atrás porque él lloraba y le pidió a su papá que no siguieran, mientras que el resto de migrantes “rompía los portones”; José, al ver que la policía agredía a los migrantes, también se regresó junto con su familia, aunque previamente le dio aviso a su papá para protegerlos.

El tránsito hacia México inicia con una primera forma de vulneración rememorada por la niñez migrante cuando narran su cruce por la frontera de Honduras con Guatemala. Kelvin por ejemplo narró: “Ah, cruzamos, me acuerdo que estuvimos allá una semana, allá en Guatemala, en aquella semana que rompieron los portones de Guatemala, los migrantes”. ¿Ustedes también?, le pregunté. “No, nosotros no, nosotros nos quedamos atrás, los otros que venían en la caravana. Y después rompieron los portones de Guatemala, hubieron (sic) bastantes muertos” (O. Hernández, diario de campo, 20 de febrero de 2019). Incluso, José narraba lo siguiente: “Por romper los portones nos tiraron bombas lacrimógenas, los policías de Guatemala, y los de México también, pero nosotros nos regresamos y le dijimos a mi papa para protegernos” (O. Hernández, diario de campo, 19 de febrero de 2019).

Hay que situar las narrativas de Kelvin y José en el contexto de la caravana de migrantes centroamericanos en la que viajaron. Las familias de ambos –incluso la de todas las niñas y los niños con los que se conversó en Reynosa y Matamoros– se unieron a la caravana que salió desde San Pedro Sula, Honduras, el 15 de enero de 2019, en el marco de un llamado que circuló en redes sociales, según dijeron otros migrantes (O. Hernández, diario de campo, 20 de febrero de 2019). Sin embargo, al llegar a la zona fronteriza de Agua Caliente, entre Honduras y Guatemala, se enfrentaron a un retén de la Policía Nacional, donde fueron asegurados alrededor de 23 menores de edad y se dieron diferentes incidentes de violencia en el intento de cruzar hacia Guatemala (El Colegio de la Frontera Norte, 2019).

La segunda forma de vulneración rememorada por la niñez migrante se sitúa al cruzar la frontera Guatemala-México. A partir de la actividad con dibujos, se identificaron diferentes representaciones visuales de dicha vulneración: un helicóptero sobrevolando el río Suchiate, personas ahogadas flotando en el río, policías aventando gas lacrimógeno y la vigilancia y detención en “perreras”. El dibujo elaborado por José es un ejemplo del evento evocado; él dibujó un helicóptero y un río de color azul, y a lo largo del río, dos figuras humanas erguidas [una mujer y un hombre] y enseguida la descripción: “y a qui fue cuando crusamos el rio (sic)”. Posteriormente dibujó otra figura humana: un varón acostado y encima de este la leyenda: “a qui fue cuando se aogo porque pusieron el elicontero (sic)”. Finalmente, frente al río, dibujó una pequeña figura humana, con algo en la mano, a quien se refirió como un militar (O. Hernández, diario de campo, 19 de febrero de 2019).

Cuando le pregunté a José por su dibujo, él expresó: “Sólo me acuerdo que nos aventaron el gas lacrimógeno. Con eso uno no puede ver ni puede respirar tampoco. Nos cruzamos por el río, fue cuando nos prendieron el helicóptero, allá nos encendieron el helicóptero y lo pusieron bajo para que se ahogara la gente. Nosotros fuimos de los primeros que pasaron y de los de atrás se ahogó uno”. ¿Eso es lo que más recuerdas?, le pregunté y me respondió: “De lo que me acuerdo, que fue de que entramos a México, caminamos una semana sin bañarnos […] eso fue lo más feo. Que caminábamos, nos quedábamos atrás y nos iba recogiendo la policía, los federales, en las perreras que les dicen […] nos metían y nos regresaban otra vez. A nosotros nunca nos metieron en una perrera. Los que se quedaban atrás, se los llevaban” (O. Hernández, diario de campo, 19 de febrero de 2019).

Tanto la representación visual como la narrativa oral de José dejan entrever una memoria de la vulneración que vivieron otros niños y niñas, como él al cruzar la frontera Guatemala-México, pero fue su hermana Fabiola quien, después de hacer un dibujo similar al de él, matizó las formas en que sortearon dicha vulneración: “Yo le decía a mi papa que ya veníamos, que cruzáramos agarrados de la mano, porque ya habíamos viajado y en Honduras ya no podíamos volver, mejor acá” (O. Hernández, diario de campo, 19 de febrero de 2019). Como se observa, la agencia desplegada por niñas como Fabiola se puso en escena para replantear el esfuerzo del viaje migratorio, la estrategia del cruce por el río en familia y las desventajas de regresar a su país de origen como argumentos para resistir a la vulneración vivida.

Como han afirmado algunos estudios recientes, los jóvenes migrantes de Centroamérica no sólo viven diferentes formas de violencia en sus países de origen, sino también al transitar por México (Porras Gómez, 2017). Sin embargo, como se ha mostrado, dichas expresiones de violencia no sólo son vividas por los jóvenes, sino también por las niñas y los niños migrantes provenientes de aquella región. Es así que dichas expresiones de violencia forman parte de una memoria colectiva que construyen las niños y los niñas migrantes como los de la caravana, sino que sobre todo se trata de formas de vulneración que resistieron a través de una agencia que se tradujo en la capacidad de soportar, de rechazar y de buscar alternativas (Abebe, 2019).

“Es desastroso por Donald Trump”: La denuncia de la política migratoria estadounidense

Durante el ejercicio realizado en Reynosa, le pregunté a José, de Honduras, si él se imaginaba cómo era Estados Unidos. Antes de que respondiera, su hermana Fabiola intervino: “¡Desastroso!”. José reviró y expresó: “Yo creo que es más bonito que aquí”. Como si se tratara de un debate infantil sobre políticas migratorias transnacionales, Fabiola volvió a intervenir: “Yo me imagino que es desastroso por Donald Trump”. José y Fabiola iniciaron un diálogo como si se tratara de dos pequeños adultos conversando. El primero destacando los pros y contras de Estados Unidos, comparado con México, y la segunda enfatizando los contras. En ese momento, ambos pararon de dibujar por unos segundos. Fabiola fue la que, después de haberse mostrado un tanto seria y cabizbaja, alzó la cabeza y la voz para refutar lo que decía su hermano José. En algún momento, José me miró como tratando de encontrar mi respaldo, pero Fabiola lo seguía refutando y reafirmaba lo que pensaba (O. Hernández, diario de campo, 18 de febrero de 2019; Hernández-Hernández, 2019b).

A priori, narrativas como las de José y Fabiola carecen de marcos sociales y cruzan la frontera de la fantasía –ella imagina el paisaje de Estados Unidos–. Sin embargo, las narrativas en sí mismas constituyen una coordenada lingüística que más bien toman un referente político –Donald Trump– para imaginar la situación –desastrosa– de un país idealizado por los migrantes de la caravana. Más adelante, el referente político y la situación del país son significados y llevados a coordenadas temporales y espaciales que remiten a historias de deportaciones.

Si al explorar el pasado la memoria, tal como plantea Halbwachs (2011), se adentra en un viaje retrospectivo en el que se sabe que el presente constituye un objetivo de referencia, entonces las políticas de la memoria entre las niñas y niños migrantes de la caravana también pueden tomar un referente del presente para rememorar un pasado reciente, como es la política migratoria estadounidense.

Dicha política migratoria es un fenómeno transnacional que les ha sido contado, incluso que han vivido de cerca, pero que también han apropiado como una historia que debe ser denunciada. Una vertiente más de las políticas de la memoria entre niñas y niños migrantes, entonces, es la denuncia de la política migratoria en Estados Unidos en tres vertientes: las deportaciones, las detenciones y la separación familiar. Las dos últimas íntimamente relacionadas, tanto en las narrativas como en la política migratoria.

En el primer caso, el de las deportaciones, la narrativa de Fabiola es ilustrativa. Después de que expresó que para ella Estados Unidos era un país desastroso, por culpa de Donald Trump, le pregunté por qué pensaba eso del presidente, y respondió:

“Porque es muy malo”. Pero mucha gente quiere ir para allá, le repliqué. Después de reflexionar algunos segundos, me contestó: “Ah, pero los que ya se pasaron, otra vez están en Honduras. Como un amigo de nosotros que se pasó y ya está en Honduras. Y volvió a venirse en la caravana y se quedó en Guatemala, ya no pudo pasar para acá” (O. Hernández, diario de campo, 18 de febrero de 2019).

La narrativa de Fabiola constituye parte de una memoria que retoma un pasado inmediato caracterizado por las deportaciones recientes de migrantes de la caravana, sin embargo, también es parte de una memoria que se inscribe en un pasado no tan reciente, sino más bien en uno de larga data caracterizado por políticas migratorias estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX.

Se trata de un pasado que, como han afirmado Massey y Durand (2009), se ancla en la década de los sesenta y abarca hasta la década de los ochenta, en la llamada era de la inmigración indocumentada, durante la que los migrantes cubrieron la demanda laboral, los empleadores exigieron mano de obra barata y sin derechos, a la vez que el gobierno instrumenta las repatriaciones forzadas a lo largo de la frontera para acallar los ánimos de parte de la población antiinmigrante. No obstante, también es un pasado inmediato, en el que las deportaciones masivas adquieren visibilidad, nuevamente, en los gobiernos estadounidenses de la última década del siglo XXI.

La narrativa de Fabiola entonces constituye un recuerdo, una memoria de denuncia de las deportaciones de migrantes de la caravana centroamericana, pero simultáneamente su recuerdo se inscribe en una historia de deportaciones masivas desde Estados Unidos que precede décadas de la temporalidad desde la que ella recuerda, narra y denuncia. Además, su narrativa también tiene un referente histórico familiar de deportación: años antes su padre fue deportado: “Primero mi papá había venido acá a Estados Unidos, yo tenía cinco, para hacer una casa allá en Honduras, pero como los mareros se la quitaron, después andábamos huyendo” (O. Hernández, diario de campo, 19 de febrero de 2019).

Como se observa, el marco o coordenada lingüística enunciada por Fabiola, forma parte de un recuerdo que articula diferentes temporalidades: la reciente deportación de migrantes de la caravana en la que llegó a México, y la no tan reciente deportación de su padre. Se trata de temporalidades que se inscriben en políticas migratorias estadounidenses diferentes (la de Barack Obama y la de Donald Trump), pero con un mismo resultado: las deportaciones. Además, el recuerdo en sí mismo articula diferentes espacialidades que, a final de cuentas, se encuentran entrelazadas por un proceso migratorio: el éxodo desde Honduras, el tránsito por México, la deportación desde Estados Unidos.

La narrativa de Edin se suma a esta memoria colectiva de denuncia en contra de Estados Unidos, él mencionó: “Mi papa fue hace mucho allá (sic), yo era un niño, pero dice que el gobierno lo regresó y ya no pudo regresar [a Estados Unidos], por eso ahora vamos en la caravana”. Le pregunté a Edin que hacía cuánto tiempo que su papá había ido a Estados Unidos y respondió otra vez que cuando era niño. “Pero si tú eres un niño, Edin” le repliqué, considerando que tiene ocho años de edad. “Sí, cuando era más niño”, expresó, al momento que hacía una seña alzando su mano derecha para precisar una estatura menor a la que tenía.

La narrativa de Edin, al igual que la de Fabiola, los posiciona como actores sociales con capacidad de recordar y reflexionar acerca de las experiencias que ellos y sus familias tienen durante la migración (Abebe, 2019). Dicha capacidad también enuncia y denuncia las deportaciones que experimentaron sus familiares o amigos; esto les permite formar una memoria colectiva crítica con una política antimigratoria.

En el caso de las detenciones y la separación familiar, se trata de dos vertientes que, como se decía al principio, están íntimamente relacionadas porque hacen referencia a lo que niñas y niños han escuchado sobre la detención de niños migrantes centroamericanos en Estados Unidos y, simultáneamente, la separación de sus familias. La narrativa de María es un ejemplo concreto de la política de la memoria centrada en la denuncia de estas vertientes:

Mientras ella estaba en el albergue observando un mapa de Estados Unidos y parte de la frontera norte de México, me acerqué y le pregunté si sabía dónde nos ubicábamos en el mapa y me respondió que sí, a la vez que, con el dedo índice de su mano izquierda, señalaba la ciudad de Matamoros. Más allá de su capacidad para situarse geográficamente, le pregunté si ella quería ir a Estados Unidos. Aunque un tanto cohibida, María expresó: “No sé, porque dicen que allá encierran a los niños”. María se quedó callada por unos segundos y continuó mirando el mapa en la pared. Volví a preguntarle quién decía que en Estados Unidos encerraban a los niños y expresó: “Mi hermana me dijo, pero yo vi en la tele que sí los encerraban y por eso no sé [si quiero ir], pero vamos con mi mamá” (O. Hernández, diario de campo, 20 de febrero de 2019).

La narrativa de María forma parte de una memoria colectiva que, al menos entre familias provenientes de Centroamérica, señala las recientes detenciones y separaciones de familias migrantes indocumentadas en Estados Unidos. Tales detenciones y separaciones se enmarcan en la política denominada “Tolerancia cero”, la cual ha separado a cientos de niños y niñas de sus padres y han sido encerrados en jaulas situadas en centros de detención del sur de Texas (Clarín Mundo, 2018).

Durante el trabajo de campo, menores de edad como la hermana de María, incluso adultos migrantes de la caravana, constantemente rememoraban la separación familiar y el encierro de niñas y niños migrantes en Estados Unidos. Se trataba de un precedente que los hacía claudicar en su decisión de solicitar asilo en aquel país, así como del registro de un recuerdo reciente que utilizaban como evidencia de la vulnerabilidad histórica y transnacional de los migrantes centroamericanos. También se trataba del recuerdo frecuente de una política migratoria que trastocó las vidas de niñas, niños y familias migrantes en la época de un gobierno que aún permanecía.

Para María, no obstante, el registro del recuerdo no sólo derivaba de lo dicho por su hermana o de las noticias en medios, sino también de su experiencia en su comunidad de origen. Poco después de observar el mapa en la pared me dijo: “Allá de donde soy, en Verapaz, hace tiempo se fueron unos niños con sus papás y luego ellos [los niños] regresaron sin ellos [sus papás], uno iba conmigo a la escuela” (O. Hernández, diario de campo, 20 de febrero de 2019). Su narrativa constituye una política de la memoria, temporal y espacial-comunitaria que denuncia las detenciones y separaciones de niñas y niños migrantes de sus padres (Malkin, 2019).

CONCLUSIONES

El objetivo de este trabajo es explorar las políticas de la memoria de niñas y niños que viajaron en una caravana de migrantes centroamericanos. Con base en el trabajo de campo etnográfico y en el análisis de narrativas tanto orales como gráficas, entre los principales hallazgos del estudio se identificó que las políticas de la memoria de esta población se construyen en torno a tres dimensiones relacionadas entre sí: la enunciación y la denuncia de la violencia social en sus países de origen, la resistencia de la vulneración vivida durante el tránsito migratorio hacia México y en México, y la denuncia y crítica de la política migratoria estadounidense. En conjunto se trata de memorias construidas colectivamente, pero también de memorias que cuestionan la violencia y resignifican experiencias de vulneración.

Sin duda, como afirma Moscoso (2005), “la migración se convierte a la vez en un objeto de discursos y en el contexto desde el cual se recuerda” (Moscoso, 2005, p. 14). En otras palabras, la migración es un fenómeno vivido y narrado simultáneamente. Incluso, para la autora la migración marca profundamente las experiencias de niñas y niños, de tal forma que cuando las relatan, reactivan su memoria, construyen narrativas que saltan entre temporalidades y espacios, pero sobre todo, al relatar sus experiencias se ubican como sujetos, como agentes sociales, en diferentes situaciones y problemas.

La migración entonces es un fenómeno y una experiencia que es descrita con base en el contexto desde el que se le recuerda, y con base en el narrador o narradora, además de los significados que este le atribuye y los silencios u olvidos en los que incurre. En otras palabras, los recuerdos sobre la experiencia migratoria no son cronológicos, pero sí sitúan temporal y espacialmente un abanico de eventos significativos para los sujetos, en este caso, para las niñas y los niños migrantes centroamericanos que viajaban en una caravana.

Se espera que los hallazgos de este trabajo aporten a los estudios sobre la niñez migrante centroamericana en tránsito por México y hacia Estados Unidos (Porras Gómez, 2017; Cruz y Payán, 2018; Galli, 2018), y que contribuyan a abrir debates en torno a la agencia de la niñez en general (Abebe, 2019) y de la niñez migrante centroamericana en particular (Thompson, Torres, Swanson, Blue y Hernández Hernández, 2017). Como se ha mostrado, los menores migrantes son agentes sociales importantes en los movimientos migratorios contemporáneos, tales como son las caravanas, que además despliegan capacidades de rememoración, denuncia y crítica de procesos o eventos que los han situado como testigos o víctimas de la violencia social.

La memoria colectiva de la niñez migrante de las caravanas, en tanto experiencias y conocimientos compartidos de individuos que vivieron en el pasado circunstancias similares (Manero Brito y Soto Martínez, 2005), hace visible a esta población. Su proceso de rememoración tiene un matiz político que no se limita a la mera narración del recuerdo: este proceso se sitúa en marcos temporales, espaciales y lingüísticos de producción (Halbwachs, 2004). Es decir, las políticas de la memoria de la niñez migrante son construidas colectivamente y se anclan en tiempos, lugares y significados diversos.

El análisis de las políticas de la memoria de niñas y niños migrantes, entonces, cobran sentido e importancia al colocarlas en marcos sociales. De otra manera, sin comprender la historia de violencia en Centroamérica, difícilmente podría entenderse la enunciación y denuncia que hacen niñas y niños de la violencia social en sus países de origen. Tampoco puede entenderse la resistencia de la vulneración vivida durante el tránsito migratorio si se desconocen las acciones del Gobierno mexicano durante el cruce de las caravanas de migrantes. Mucho menos podría comprenderse la denuncia y crítica de la política migratoria estadounidense que hacen las niñas y los niños migrantes, sin tener el contexto antiinmigrante que abarca desde la administración de Barack Obama hasta la de Donald Trump.

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Recibido: 07 de Junio de 2019; Aprobado: 30 de Septiembre de 2020

Translation: Miguel Ángel Ríos

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