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Frontera norte

versión On-line ISSN 2594-0260versión impresa ISSN 0187-7372

Frontera norte vol.32  México  2020  Epub 10-Feb-2021

https://doi.org/10.33679/rfn.v1i1.1971 

Artículos

Entre la sierra y la ciudad: artesanas rarámuri en la ciudad de Chihuahua y sus contextos migratorios

Grissel Alejandra Ruiz Salazar 1  
http://orcid.org/0000-0001-5719-3155

Emma María Zapata Martelo 2  
http://orcid.org/0000-0002-1623-3322

Guadalupe Beatriz Martínez Corona 3  
http://orcid.org/0000-0002-0745-4270

Luz María Pérez Hernández 4  
http://orcid.org/0000-0002-3285-8357

Ana María Arras Vota 5  
http://orcid.org/0000-0002-4115-9646

Laura Elena Garza Bueno 6  
http://orcid.org/0000-0001-6880-648X

1Colegio de Postgraduados, Campus Montecillo, México, ruiz.sg21@gmail.com

2Colegio de Postgraduados, Campus Montecillo, México, emzapata@colpos.mx

3Colegio de Postgraduados, Campus Puebla, México, beatrizm@colpos.mx

4Colegio de Postgraduados, Campus Montecillo, México, luzmaph@colpos.mx

5Universidad Autónoma de Chihuahua, México, aarras@uach.mx

6Colegio de Postgraduados, Campus Montecillo, México, garzal@colpos.mx


Resumen

Este artículo presenta otra perspectiva de la migración indígena, que ocurre no sólo con fines económicos y de subsistencia, sino que es parte de la expansión del desarrollo y difusión de las culturas nativas. Para ello, con base en el marco interpretativo de los estudios de género en la migración, se analizan los contextos migratorios de 32 mujeres rarámuri, considerando aspectos residenciales, laborales y de relaciones multiculturales, en los que se hacen presentes logros importantes, pero también se evidencia la discriminación. Según sus trayectorias, ellas enfrentaron situaciones de pobreza, exclusión, abuso y desigualdad en las tres vertientes analizadas, pero también experimentaron cambios relacionados con su bienestar socioeconómico y personal, debido a que se incorporaron a actividades artesanales formales, lo que les ha permitido contribuir al fortalecimiento y difusión de su cultura, valorar sus saberes y generar ingresos.

Palabras clave: mujeres rarámuri; migración indígena; difusión de culturas nativas; contextos migratorios; Chihuahua Rarámuri

Abstract

This article shows another perspective on indigenous migration, which occurs not only for economic and subsistence purposes but as part of the expansion of the development and dissemination of native cultures. Based on the interpretative framework of gender studies in migration, the migratory contexts of 32 Rarámuri women are analyzed, as well as their residential, labor, and multicultural relations, where important achievements are present, but discrimination is also evidenced. According to their trajectories, they faced situations of poverty, discrimination, abuse, and inequality in the three aspects analyzed. Nonetheless, they also experienced changes related to their socio-economic and personal well-being because of their incorporation into formal artisan activities, which has allowed them to contribute to the strengthening and diffusion of their culture, value their knowledge and generate income.

Keywords: women; indigenous migration; diffusion of native cultures; migratory contexts; Chihuahua

INTRODUCCIÓN

La migración se puede concebir, de manera general, como expresión sociodemográfica e histórica que abarca distintas y complejas dinámicas de desplazamiento, en la que actores y actoras sociales se ponen en contacto con múltiples manifestaciones culturales. Según los alcances geográficos de las personas involucradas, se reconocen dos tipos de migración: internacional e interna.

En México, la migración interna muestra que la presencia de la población indígena en los sitios urbanos se debe a motivos relacionados con su supervivencia. Martínez y Hernández (2013) explican que este tipo de migración tiene su origen en el empobrecimiento y descapitalización de las comunidades indígenas y campesinas del país. Los y las pobladoras, ante la imposibilidad de mantener una actividad económica durante todo el año en sus lugares de origen –ya sea por las precarias condiciones de sus sistemas productivos o por la existencia de conflictos políticos y agrarios, así como por aspectos climáticos–, emigran a otras regiones en busca de ingresos económicos que les permitan su reproducción social. Así mismo, Arias (2013) afirma que la destrucción del tejido socioeconómico, local y regional, y la necesidad de salarios regulares y en efectivo, inducen a la gente a buscar trabajo e ingresos fuera y lejos de sus comunidades de origen de manera prolongada, si no es que indefinida.

La dinámica migratoria de las sociedades rurales se ha convertido en un movimiento que además de decrecer a la población campesina, provoca su transformación social, cultural y la de las actividades productivas en esas zonas.

Hasta hace algunas décadas se afirmaba que la mayoría de los migrantes eran hombres, pero con la incorporación de la perspectiva de género como categoría de análisis a las migraciones, hoy se reconoce el importante papel de las mujeres migrantes como trabajadoras, protagonistas activas y no sólo como acompañantes (Martínez y Hernández, 2012).

El presente estudio tiene como objetivo visibilizar los contextos migratorios de mujeres rarámuri en tres ámbitos: residencial, laboral y social, antes y después de su incorporación a un empleo formal, con base en enfoques metodológicos y marcos interpretativos del feminismo y los estudios de género en la migración. El texto se estructuró de la siguiente manera: en la parte inicial se plantean los antecedentes que habrán de permitir comprender la migración de mujeres rarámuri. Posteriormente, se aborda el contexto de la investigación, así como el marco metodológico de la misma. Por último, se describen los hallazgos y se establecen las conclusiones.

MIGRACIÓN RURAL-URBANA: FACTORES DE EXPULSIÓN EN LA SIERRA TARAHUMARA

Los patrones migratorios predominantes en los desplazamientos indígenas son de tipo rural- urbano y rural-rural. Se documenta que, en Latinoamérica, durante el periodo 1960-1980, la migración fue mayormente de tipo rural-urbana y femenina (Arizpe, 1980). Sin embargo, en la década de los años ochenta ocurrió una diversificación de la migración en lo rural-rural e internacional, así como en la participación predominantemente de hombres en ambos casos (Arizpe, 1990).

Singer (1998) amplía la visión de Arizpe y se refiere a que la incidencia de los factores de expulsión determina las áreas de origen de los desplazamientos migratorios, y señala que los factores de atracción son los responsables de fijar el destino. Dicho de otra manera, los principales sitios de atracción para las personas migrantes son las ciudades en las que existe demanda de fuerza de trabajo.

En el caso de la población rarámuri, desde los largos períodos de la evangelización, la colonización y posteriormente la Independencia y la Revolución Mexicana, hasta la actualidad, las y los integrantes de esta etnia originaria de la Sierra Tarahumara, en el estado de Chihuahua, al norte de México, han sido objeto de presión por parte de la sociedad mestiza, en la tenencia de la tierra y otros aspectos sociales.

En la Sierra Tarahumara aún se perciben políticas remanentes del neoindigenismo de 1982, caracterizado por la creación de grandes empresas y con ello, de la pérdida de recursos debido a la explotación intensiva del bosque por parte de la población blanca y mestiza, así como del ecoturismo sin participación indígena, la expansión de la narcoeconomía y la cultura de la violencia (Sariego, 2002). Al respecto, Ayala, Zapata y Cortés (2017) reflexionan que el capitalismo cimentado en la violencia y en el despojo de la naturaleza, utiliza a los seres humanos y sus modos de vida para alcanzar su expansión a través del extractivismo y la acumulación continua, constituyéndose como factores de expulsión con los que se incrementan los desplazamientos de este grupo étnico hacia las ciudades.

También contribuyen y generan situaciones de pobreza las sequías, el empobrecimiento del suelo y la escasez de tierra cultivable (Morales, 2013). En consecuencia, Saucedo, Gardea, Sánchez, Mojica y Ramírez (2012, p. 83) explican que en la Sierra Tarahumara “se percibe la inseguridad alimentaria como el poco acceso a la alimentación en cantidad, calidad y variedad”. Los y las rarámuri viven al día: “temen que la cosecha no alcance, irán a dormir con hambre; para que la comida alcance para todos, comerán solo una vez al día. Por falta de dinero o alimentos, dejarán de comer por todo un día uno de cada dos adultos y uno de cada tres niños” (Saucedo et al., 2012, p. 84).

Fernández y Herrera (2010) estiman que 96 por ciento de la población rarámuri que deja la Sierra, lo hace para ir en busca de mejores condiciones de vida, llega a distintos municipios del estado de Chihuahua, y el resto emigra a otras entidades de la república.

Temporalidad en los desplazamientos del pueblo rarámuri

Según los datos de Cordourier (2010) en una comparación internacional, algunos municipios de la Sierra Tarahumara como Batopilas, Carichí, Morelos, Balleza, Urique y Uruachi, se encuentran entre los 20 municipios con población mayormente indígena del país cuyos índices de atraso, rezago social y desigualdad, son muy similares a países subdesarrollados en África. Por ejemplo, Batopilas registró un Índice de Desarrollo Humano (IDH) de 0.3010, mientras que Níger, el país africano con peores condiciones de vida y desarrollo humano, tuvo un IDH de 0.3300 (Cordourier, 2010).

La marginación que viven las y los rarámuri de la Sierra Tarahumara ha obligado a hombres y mujeres a migrar principalmente a otros municipios del estado, como Chihuahua, Juárez, Cuauhtémoc y Delicias. El primer empleo lo tienen en campos agrícolas a las afueras de las ciudades (Brouzés, 1998; Martínez y Hernández, 2012), y después se dedican al trabajo informal en las zonas urbanas. Como refieren Arizpe (1978), Martínez y Hernández (2014) y de Grammont (2015), las y los migrantes rural-urbanos en América Latina no encuentran acomodo en la estructura ocupacional industrial, y por ello tienden a dedicarse a trabajos de escasa productividad y bajos ingresos, generalmente en los servicios, la producción artesanal y el pequeño comercio ambulante.

La temporalidad y el tipo de establecimiento en los lugares de destino están determinados por las actividades económicas. Se reconocen diferentes desplazamientos entre los hombres y mujeres migrantes del pueblo rarámuri; concretamente, Martínez y Hernández (2012) mencionan que la migración temporal se relaciona con las actividades agrícolas que desempeñan las y los jornaleros en épocas de cosecha en la industria agroalimentaria, de ahí que se trate de una migración rural-rural. Mientras que los flujos migratorios dependen de la estacionalidad y del ciclo agrícola de los cultivos en los lugares de destino; al concluir el trabajo temporal las y los rarámuri retornan a sus lugares de origen para ocuparse de sus viviendas y de sus tierras, desplazamiento que se conoce como pendular.

La población jornalera que se mueve por distintos territorios siguiendo los ciclos agrícolas y las cosechas se conoce como golondrina, y el movimiento está asociado a la búsqueda de continuidad laboral. Algunos de estos traslados se vuelven permanentes o semipermanentes, en el sentido de que su temporalidad es indeterminada. Por último, las migraciones permanentes e integradas han sido las más reconocidas en las grandes ciudades del estado de Chihuahua (Servín y González, 2003).

Estos flujos migratorios representan estrategias que llegan a complementarse en una misma estructura familiar, es decir, se pueden combinar desplazamientos temporales y definitivos para favorecer el establecimiento y supervivencia de la familia, encontrándose diferenciadamente entre los y las integrantes de la unidad familiar, según convenga y beneficie su reproducción étnica, laboral y social en lo urbano.

Mujeres indígenas migrantes

A partir de las últimas décadas del siglo XX, la participación de las mujeres en los movimientos migratorios ha representado un cambio de paradigma en la caracterización de los patrones de desplazamiento. Se mencionó que las mujeres han estado presentes predominantemente en la migración rural-urbana, mientras que la mayoría de los hombres han seguido un flujo rural-rural. Sin embargo, la observación denota que se ha invisibilizado el papel activo de ellas en los desplazamientos fuera de sus lugares de origen; ellas se consideran sujetas pasivas, receptoras de remesas o migrantes asociadas a los hombres, quienes son vistos como generadores de riqueza (Monzón, 2017).

Al analizar los flujos migratorios desde la perspectiva de género se visibiliza a las mujeres migrantes como sujetas principales, con nuevos roles, contextos y transformaciones en lo subjetivo. De acuerdo con Cárdenas (2014) las y los indígenas, en particular las mujeres, son nuevos personajes que dan distintos rostros y manifestaciones al fenómeno migratorio.

La población indígena migrante rural-rural o rural-urbana representa una importante fuerza de trabajo, sobre todo en las actividades agrícolas del norte de México. En un estudio sobre la Mixteca y la migración indígena, Méndez (2000) subraya que el género es determinante en los destinos de la población migrante, pues las mujeres suelen desplazarse menos hacia el centro del país (9.5%), prefieren migrar hacia los Estados Unidos (19.3%) y la mayoría se desplaza hacia el noroeste de México (71.2%); a diferencia de los hombres, quienes tienden a migrar hacia Estados Unidos, seguido del noroeste y, finalmente, hacia el centro del país. La autora señala que la población indígena femenina que se desplaza de esta manera lo hace primero por la alta demanda laboral y la consecuente contratación de mujeres en los campos agrícolas, situación que reduce los costos de alimentación y limpieza en esos espacios; y segundo, por el interés de las mujeres de mantener la unión familiar, principalmente ante el abandono del padre de familia.

El proceso migratorio para las mujeres indígenas no es fácil. Ellas sufren distintas expresiones de subordinación, que incluyen desigualdad, violencia física y/o psicológica, discriminación de género y etnia en el ámbito educativo, inequidades y segregación en el ámbito laboral y alta participación en el sector informal (Gámez, Wilson y Boncheva, 2010; Martínez y Hernández, 2014).

Una característica de las migraciones indígenas es el hecho de que las transformaciones no necesariamente implican cambios profundos en la identidad (Oehmichen, 2005). Otros quizá pueden convertirse en sujetos colectivos, como los grupos estudiados por Velasco (2002), que mantienen vínculos estrechos con la dinámica étnica de comunicación debido a los retornos frecuentes y, en el caso estudiado, a la construcción del entonces llamado Frente Indígena Oaxaqueño Binacional.

Salles y Tuirán (2003) analizan aspectos que explican la pobreza femenina. Primero, se refieren al confinamiento tradicional de las mujeres en los trabajos domésticos y de cuidado como parte de una división sexual del trabajo que conlleva bajos ingresos; de ahí que difícilmente las mujeres ocupen empleos formales fuera del hogar. En segundo término, identifican la desigualdad en el acceso y uso de los recursos, en la educación y en el trabajo remunerado. Por último, atribuyen la pobreza de las mujeres a la desigualdad respecto a sus pares hombres en las esferas de poder. Suárez y Zapata (2004) reafirman este análisis y señalan que:

Los roles asignados social y culturalmente a las mujeres, hacen que deban consagrar mucho más tiempo que los varones a una combinación de trabajo para sostenerse y para alcanzar la reproducción doméstica: cuidado del hogar, preparación de alimentos, crianza de los hijos, etcétera. Estas cargas de trabajo hacen a las mujeres poco susceptibles para emplearse en actividades remuneradas fuera de su hogar, reduciéndose así las posibilidades de acceder a los mínimos de bienestar ( Suárez y Zapata, 2004, p. 36 ).

Gracia y Horbath (2013) mencionan que las mujeres indígenas y pertenecientes a minorías religiosas son más propensas a ser educadas para ser trabajadoras del hogar, de tal manera que son excluidas del acceso a una mejor educación y, consecuentemente, obtienen ingresos económicos bajos. Estos dos aspectos determinan en gran medida la subestimación económica de las actividades productivas desempeñadas por las mujeres indígenas, principalmente en el ámbito de la informalidad, lo que representa una alta vulnerabilidad en el contexto donde se desarrollan.

Una mirada al pueblo rarámuri

La mayor parte de los habitantes de la Sierra Tarahumara, en el estado de Chihuahua, pertenecen a la etnia rarámuri, y se conocen popularmente como tarahumaras por habitar en la sierra de ese mismo nombre, pero su autodenominación es la de rarámuri, que corresponde también a la lengua que poseen. De acuerdo al Inali (2008), existen cinco variantes de esta lengua. Este vocablo significa gente, en oposición al mestizo, al hombre de barba, el chabochi o yori (Pintado, 2004). Otros autores lo traducen como pie corredor o corredor a pie (Acuña, 2006; Bennett y Zingg, 2012) , o de los pies ligeros, por su tradicional e impresionante resistencia de su andar a pie, lo que les ha valido reconocimiento internacional como corredoras y corredores de grandes distancias.

La Sierra Tarahumara está dividida en 23 municipios, los cuales abarcan una superficie de 75 910 km 2 y representan 30 por ciento de la superficie estatal. Topográficamente está dividida en Alta y Baja Tarahumara. La Baja Tarahumara se caracteriza por sus barrancos, y está formada por los municipios con menor altitud sobre el nivel del mar (Temósachi, Moris, Ocampo, Uruachi, Chínipas, Guazapares, Urique, Batopilas, Guadalupe y Calvo, Morelos y Maguarichi); mientras que la zona Alta consta de los municipios de Guerrero, Carichí, Nonoava, Bocoyna y Guachochi. Entre sus principales características se encuentran la gran dimensión de su territorio, los climas extremosos y la variedad de especies de fauna y flora (Sariego, 2002).

En Chihuahua habitan una multiplicidad de pueblos indígenas que conforman una gran diversidad cultural y son parte de la historia de la entidad. En 2016 habitaban alrededor de 110 grupos indígenas, 90 por ciento tarahumaras, quienes comparten territorio con los tepehuanos (8%), 1 por ciento son guarojíos y 1 por ciento restante corresponde al pueblo pima (Gobierno del Estado de Chihuahua, 2016).

Martínez y Hernández (2012) señalan que 85 por ciento de la población indígena del estado se concentra en 23 municipios serranos, entre ellos Guachochi, Balleza, Bocoyna, Batopilas, Guadalupe y Calvo, Urique, Guazapares y Morelos.

Respecto a las actividades de subsistencia del pueblo rarámuri, Bennett y Zingg (2012) mencionan que estas se basan en el cultivo de maíz y en menor medida, de frijol; con estos granos mantienen su alimentación diaria, si hay excedentes, los intercambian o venden. La calabaza y algunas otras hortalizas y semillas forman parte de su dieta. Aunque la ganadería constituye una actividad importante, no suelen consumir carne, excepto cuando realizan alguna fiesta típica del pueblo. Los animales se emplean, principalmente, para arar la tierra.

Entre los rarámuri, como en la mayoría de los grupos humanos, existe división sexual del trabajo. A las mujeres se les asigna el trabajo doméstico, el cuidado de las y los hijos, la preparación de alimentos, la elaboración de ropas típicas y artesanías, y las madres con mayor edad se ocupan del cuidado de animales (excepto vacunos). En cambio, los hombres son responsables de las tareas pesadas, del cuidado y vigilancia del ganado vacuno y de la milpa, pero las mujeres participan también en actividades agrícolas. Esto no significa que las mujeres no realicen trabajos pesados; ellas saben utilizar el hacha para obtener leña y caminan durante horas para conseguir alimento en la sierra y para acarrear agua. Además de la agricultura y el pastoreo de animales, las mujeres participan en procesos migratorios temporales para insertarse en áreas de agricultura comercial.

El trabajo de las mujeres representa una importante fuente de ingreso económico para las familias cuando se encuentran en sitios turísticos de la Sierra, principalmente por la elaboración, intercambio y venta de artesanías, oficios que aprenden desde pequeñas: tejido de prendas y mantas; y elaboración de cestas y utensilios para cocina como ollas, platos y cucharas. No obstante, estas estrategias de las y los rarámuri no han sido tan eficaces, ya que aún persiste la pobreza extrema, la falta de alimentación y son escasos los apoyos económicos que beneficien directamente a la comunidad rarámuri en sus lugares de origen.

El estado de Chihuahua es territorialmente el más grande del país (Gutiérrez Casas, 2017). La ciudad de Chihuahua es la capital, se ubica al centro del estado y está clasificada en el quinto lugar a nivel nacional en cuanto al Producto Interno Bruto per cápita (PIB); asimismo, ha sido catalogada con muy bajo rezago social y marginación (Sedesol, 2013). Tiene una población de 876 062 habitantes (Inegi, 2015). Las actividades económicas se centran en el sector servicios y en el de la transformación. De igual forma, al igual que en varias zonas del mismo estado, en los últimos años se ha experimentado la violencia asociada al crimen organizado.

De acuerdo con Morales (2018), para la población rarámuri las opciones de empleo son, para los varones la albañilería y el peonaje en ranchos ganaderos, mientras que las mujeres laboran en el servicio doméstico, la limpieza de hoteles o restaurantes, la venta ambulante de artesanías y golosinas; y muchas de ellas también se dedican a pedir kórima7 con la cual alimentan a sus hijos.

CONTEXTO DE LA INVESTIGACIÓN Y MARCO METODOLÓGICO

La investigación se llevó a cabo en 2018 y se trabajó con 32 mujeres rarámuri migrantes provenientes de la Sierra Tarahumara Alta, quienes participan en actividades artesanales en dos cooperativas en la ciudad de Chihuahua. Se empleó la entrevista en profundidad con mujeres bilingües y la observación como técnicas de investigación. Las participantes contribuyeron voluntariamente como informantes en el estudio; en la exposición se cambiaron sus nombres para proteger sus identidades.

De las participantes destaca su edad, que varía entre los 22 y 56 años; dos están casadas y viven con su pareja, cuatro viven en unión libre, 23 están separadas y tres son solteras. Únicamente una de ellas no es madre, y de las que lo son, una tiene una hija, otra tiene cinco; 16 informantes tienen dos, ocho tienen tres hijos e hijas, y las cinco restantes tienen cuatro; 26 de ellas ya eran madres cuando migraron y lo hicieron sin la pareja; 28 de las entrevistadas son bilingües (rarámuri y español) y el resto solamente habla su lengua originaria (rarámuri); seis tienen carrera técnica trunca, 19 estudian actualmente la primaria y siete no cuentan con estudios de ningún tipo.

El denominador común de las 32 migrantes rarámuri incluidas en el estudio es su participación en dos cooperativas dedicadas a la producción y venta de artesanías textiles propias de la cultura de este grupo étnico. La primera cooperativa está formada por 14 mujeres, una de ellas es mestiza; la segunda cooperativa está integrada por 22 mujeres, donde hay tres mestizas. El origen de ambos grupos es similar, surgieron por el interés de dos grupos de mujeres rarámuri y mestizas que mantenían profundos lazos de amistad y se propusieron formar un pequeño taller casero de costura. Posteriormente, inspiradas por sus saberes y pertenencia a la cultura rarámuri, acordaron no solo confeccionar prendas de vestir con motivos originarios, sino, además, crear entre todas las socias un espacio para generar autoempleo y superarse y de ser posible alcanzar la autonomía. En un principio, las ventas se desarrollaban con amigas(os), conocidas(os) y por medio de redes sociales. Hoy en día abarcan un mercado más amplio, lo que les permitió formalizar sus grupos en esa figura asociativa.

Las cooperativas son espacios donde se intercambian conocimientos por la constante convivencia; las mujeres rarámuri comparten sus tradiciones y cultura mientras que las mujeres mestizas las instruyen en el uso de tecnologías. A pesar de que el objetivo principal ha sido la generación de autoempleo para las integrantes, se ha generado una red de apoyo entre ellas. La relación entre las socias de cada cooperativa se basa en el respeto; la opinión de cada una es considerada para la toma de decisiones, lo que suscita un ambiente agradable. Cabe señalar que en la asignación de horarios y puestos no hay diferenciación entre mestizas y rarámuris.

Para cumplir con los objetivos del estudio, se tomó la teoría fundamentada, los marcos analíticos e interpretativos del feminismo (Carosio, 2017), y los estudios de género en la migración (Monzón, 2017). De acuerdo con esta última autora, los estudios de género y migración han avanzado a nivel teórico-metodológico porque se plantean investigaciones interdisciplinarias que complementan el enfoque sociodemográfico con los recursos analíticos de la sociología y la antropología, y con las categorías propuestas desde el feminismo. Se mira más a las mujeres como sujetas sociales, económicas y políticas en los procesos migratorios, donde las ubican desde sus lugares de origen, tránsito, destino y algunas veces de retorno, si es el caso. Como menciona Martínez (2003), en estos estudios se pretende diversificar los focos de análisis que tienden a destacar la heterogeneidad de los procesos migratorios, antes que su generalidad. Es decir, las experiencias de cada mujer en el proceso de migración son diferentes y por lo tanto, requieren enfoques interdisciplinarios para su análisis.

Por lo anterior, se da voz a las mujeres rarámuri migrantes para conocer sus experiencias particulares, sus habilidades para subsistir y la forma en la que se insertan en la ciudad. Se utilizó la técnica de relatos de vida, originado a partir de entrevistas semiestructuradas, entrevistas a profundidad, pláticas informales y la observación. Del universo de estudio integrado por las 32 mujeres rarámuri, los testimonios aquí plasmados muestran las tendencias de cómo se autoperciben en el contexto en el que se desenvuelven, y de esta manera identificar cómo se entreteje la experiencia individual con la realidad histórica (Sautu, 2004). Para la definición del tamaño de la muestra cualitativa se consideró el muestreo teórico y la saturación de datos, y en el análisis de la información se emplearon técnicas de la teoría fundamentada de Glaser y Strauss de 1967 (en de la Cuesta, 2006).

Dado el número de participantes y de casos observados en el presente estudio, se consideró la técnica de muestreo teórico (Vivar, Arantzamendi, López-Dicastillo y Gordo Luis, 2010) para llevar a cabo una selección según fuese necesario afinar y ajustar las categorías derivadas del análisis.

De tal manera que para examinar los datos se generaron las siguientes categorías, tomando en cuenta los momentos clave del circuito migratorio (salida del lugar de origen, tránsito, primeros acercamientos al lugar de destino y, finalmente, la inserción en la ciudad): 1) factores de expulsión de lugares de origen y patrones de desplazamiento, 2) residencia en lugares de destino, 3) condiciones laborales y discriminación, 4) discriminación y exclusión en espacios públicos y 5) de migrantes a residentes: las rarámuri artesanas en la ciudad de Chihuahua.

RESULTADOS

A partir de las categorías arriba señaladas, a continuación se detalla cada una de ellas y se presentan testimonios que destacan algunas particularidades de estas experiencias migratorias.

Factores de expulsión de lugares de origen y patrones de desplazamiento

A pesar de ser regiones más cercanas a la capital, en los municipios de la Sierra Alta de Chihuahua aún existen territorios muy apartados y de difícil acceso. Un factor que ha motivado a las mujeres a desplazarse es la pobreza extrema que viven en sus lugares de origen; destaca la falta de fuentes de empleo que repercute principalmente en la escasez de alimentos, incidencia de enfermedades y elevados índices de mortalidad entre las y los pobladores más vulnerables de la Sierra.

Nosotros siempre fuimos muy pobres […] pero muy pobres, vivimos en una cueva y sólo comíamos una vez al día, tomábamos pinole y un poquito de quelite […] éramos muchos hermanos y no alcanzaba pa´ comer (María, comunicación personal, 9 de junio de 2018).

En algunos casos la migración fue generacional, la madre y el padre migraron a la ciudad y posteriormente, sus hijas e hijos.

Mi decisión de venir a la ciudad fue sola [...] y sí me pudo [dolió] porque no quería dejar solas a mis hijas [...] mis papás cuando se vinieron de la Sierra también batallaron, pero aquí se quedaron a echarle ganas (Mónica, comunicación personal, 14 de junio de 2018).

Al respecto, Suárez y Zapata (2004) mencionan que la familia es un elemento estructural que alienta o desalienta el proceso migratorio, y que bajo este contexto se habla de una reunificación familiar de mujeres casadas, y de otras solteras, llevadas por uno de los padres, no en un solo momento, sino por etapas, no siempre estratégicamente planeadas.

Estos desplazamientos se ven condicionados por el ciclo de vida de las mujeres en la migración. Como lo menciona Woo (2002), incluyen la educación, el acto de desplazarse, el matrimonio y el empleo; y este ciclo de vida, reproducción de la pobreza y la migración, depende de la posición de parentesco que tengan las mujeres en el entorno familiar, ya sea como esposas, hermanas, hijas o madres. De tal manera que al momento de migrar, 26 de las 32 mujeres rarámuri ya eran madres; además, la mayoría migró sin pareja, en compañía de miembros de su familia nuclear.

Las mujeres rarámuri que migraron a temprana edad exponen las razones: además de la pobreza extrema en la que vivían, dijeron haber rechazado las prácticas y costumbres de su comunidad que les afectaban personalmente. La ingestión desmedida de bebidas alcohólicas durante días continuos y el consumo de sustancias psicoactivas (peyote) en sus bebidas tradicionales (teshuino, bebida de maíz fermentada), favorecen la violencia física y sexual contra ellas por hombres de su misma comunidad; también se veían forzadas a casarse sin su consentimiento. Por eso decidieron salir de sus comunidades, solas, siendo aún niñas. Y cuando lo hicieron de adultas expresaron como una de las razones el miedo a ser violentadas físicamente. No obstante, continúan visitando a familiares que se quedaron en sus pueblos de origen, llevan dinero o despensa para ayudar en lo que pueden a quienes no quisieron o no pudieron desplazarse.

[…] prefiero estar trabajando y sacar adelante a mis hijos que estar sufriendo en la Sierra; la pura sinceridad yo sufrí muchos abusos, ni usted se imagina y nadie me ayudó, sólo los mestizos cuando yo pedía [kórima], ellos abrieron la puerta para yo dormir con cuatro niños aquí en la ciudad, […] ahora yo ayudo a mi gente, lo que yo puedo les llevo a la Sierra, pero yo ya no regreso (Josefina, comunicación personal, 22 de junio de 2018).

Oehmichen (2005) refiere que quienes emigran no rompen necesaria ni irremediablemente con las personas que permanecen en la comunidad de origen. Unos y otras forman una comunidad que se extiende más allá de los límites comunitarios. Ha significado el reforzamiento de la solidaridad con los hombres y las mujeres que se quedan, que ya antes las caracterizaba, y de los lazos que perduran a pesar de su movilidad.

El sistema de tenencia de la tierra y propiedades del pueblo rarámuri se distingue por la igualdad de condiciones entre mujeres y hombres, además de ser individual. Cada objeto o inmueble tiene un dueño (Bennett y Zingg, 2012). Algunas informantes mencionaron que las tierras de la Sierra que les pertenecían y les fueron heredadas a ellas o a alguien de la familia, se encontraban en malas condiciones, principalmente por el mal uso del suelo o por el clima desfavorable, y no les quedaba otra opción que migrar a la ciudad en busca de otro tipo de ingreso.

Aunque hayan dejado sus propiedades al cuidado de familiares o amistades, eventualmente regresan, sobre todo cuando llega el tiempo de cultivar y cosechar lo poco que dan sus tierras. Algunas regresan temporalmente a sus lugares de origen, obedeciendo a la estacionalidad de los cultivos que tienen en sus parcelas; así, al terminar la cosecha, vuelven a su antiguo trabajo en la ciudad –donde ya están establecidas–, si el trabajo les permite ausentarse; de lo contrario, buscan otro trabajo o recurren al kórima.

Algunas veces la decisión de migrar a la ciudad ha sido del grupo familiar. El factor principal es la falta de escuelas en sus localidades de origen, la lejanía, y las pocas oportunidades para que sus hijos e hijas continúen sus estudios después de la educación básica. Fue así como encontraron otro motivo para migrar: el anhelo por obtener una mejor situación de bienestar a través de mayores oportunidades de educación y, por ende, de encontrar un buen empleo. Sin embargo, otras mujeres aspiran a una mejor educación para regresar a su comunidad de origen y poder colaborar con el bienestar de su gente. Este es el caso de Amelia, quien con lágrimas en los ojos, señala:

Yo veía a la gente cuando se enfermaba y mi mamá se los llevaba a Creel […] y sí tenía ganas de estudiar eso, pero no se pudo. Eso era lo que necesitaba el pueblo […] nosotros no estamos por gusto en la ciudad, es por alguna necesidad (Amelia, comunicación personal, 5 de mes julio de 2018).

Residencia en lugares de destino

Cuando la decisión de migrar está tomada, otro factor importante en el proceso migratorio de las rarámuri son las redes sociales en el lugar de destino. De acuerdo con Fernández y Herrera (2010), las y los tarahumaras que llegan a la ciudad de Chihuahua lo hacen valiéndose de redes familiares que les facilitan asentarse en tres posibles lugares: domicilios particulares, vecindades, y núcleos residenciales colectivos. Existen diferentes actores y actoras sociales que promueven este último tipo de asentamiento, como son instituciones de gobierno, instituciones religiosas y asociaciones civiles. Estos espacios son ocupados por familias rarámuri, en calidad de arrendamiento, bajo condiciones preestablecidas. Existen 12 asentamientos distribuidos en diversos espacios en la ciudad de Chihuahua, en los cuales habitan aproximadamente 2 700 personas (Morales, 2018).

Todas las entrevistadas residen en la ciudad, la mayoría en casas arrendadas por sus hermanas o tías; seis de las entrevistadas residen en los asentamientos rarámuri y una minoría reside con sus familiares en los ranchos donde trabajan.

[…] yo vine a la ciudad porque mis hermanas aquí estudiaron enfermería, mis papás me apoyaron, pero sí se quedaron tristes porque ya no les iba a ayudar en la casa. Yo aquí, junto con mis hermanas, rentamos una casa que una amiga nos dejó, y todas ayudamos a pagarla (Luz, comunicación personal, 13 de julio de 2018).

Sin embargo, hubo quienes no contaron con algún familiar o amistad en los lugares de destino. Relataron que encontrar un lugar dónde quedarse, sin conocer el sitio ni a nadie, resultó un desafío; algunas tuvieron que dormir en la calle durante mucho tiempo, antes de encontrar un lugar dónde residir –como el asentamiento rarámuri–; a otras, en algún trabajo les proporcionaron residencia temporal; y si no fue el caso, vivieron en alguna casa de renta que pudieron compartir.

[…] llegando tenía 12 años, llegué sola con mi hijo de chiquito y ya quería regresar a la Sierra. El primer día fue feo, no sabía dónde dormir y sólo pedí kórima […] no me gustaba nada nada estar en la ciudad […], mucho calor y muy feo, pero le eché ganas para ya no vivir en la calle (Laura, comunicación personal, 7 de agosto de 2018).

Al inicio, a ninguna de las mujeres les gustó la ciudad, pero con el tiempo han tomado lo que podía generar algo positivo en sus vidas. Ahora no les disgusta vivir en la ciudad, aunque prefieren sus lugares de origen: el ruido, el calor y la diferencia en la alimentación, fueron los aspectos negativos de la ciudad que señalaron las informantes.

Las entrevistadas expresaron que antes de migrar tenían miedo de lo que podrían enfrentar en la urbe. Uno de sus principales temores era no conocer la ciudad; para ellas, tomar el transporte público, caminar en sitios desconocidos, resultaba complicado.

La primera vez que vine me perdí. Salí a las 5 a.m. y mis dos compañeras me llevaron a la parada de camiones, [me dijeron] “véalo bien”, y me entretuve y me subí al camión sin leerlo y ya me perdí […]. Duré como cinco horas perdida […] (Mónica, comunicación personal, 14 de junio de 2018).

También es común que regresen a sus pueblos con el único propósito de participar en las festividades y costumbres de la etnia, como la fiesta-danza yúmari 8 (Bonfiglioli, 2008).

Condiciones laborales y discriminación

Al principio de sus procesos migratorios y al llegar a la ciudad, las mujeres afrontaron distintos obstáculos, principalmente el choque cultural en una sociedad multicultural, con predominio de población mestiza, hablante de español; para algunas, la barrera lingüística también fue problema, otras ya sabían español y comentaron que se les facilitaba más la comunicación, pero en ese proceso todas tuvieron malas experiencias. Ellas enfrentan mayores dificultades que los hombres de la etnia para insertarse en un trabajo y obtener acceso a recursos, lo cual significa que sigue existiendo una división sexual y diferencial del trabajo dentro y fuera de las urbes, que también es reproducida por la población mestiza y sus empleadores y empleadoras, así como patrones culturales que definen los comportamientos de mujeres y hombres de la etnia.

Morales (2013) menciona que en las ciudades las mujeres y hombres rarámuri se han insertado en diferentes nichos laborales: los hombres principalmente en la albañilería o en el peonaje en ranchos, y las mujeres en el servicio doméstico y en menor medida, en la venta de artesanías. Las rarámuri se encuentran en un entorno de desventaja no sólo por los altos niveles de pobreza, sino también por las pocas opciones de trabajo formal.

Cabe señalar que 17 de las entrevistadas, antes de ser residentes en la ciudad de Chihuahua, migraron durante un tiempo a otros municipios del estado, por ejemplo, dos de ellas fueron maestras en Creel, 11 fueron jornaleras de pizca de verduras que trabajaban en Delicias y en otras entidades como Ciudad Juárez; una entró como operadora en una maquilladora, dos laboraron como empleadas domésticas en Jalisco y Sonora, e incluso, una viajó a Estados Unidos para ser niñera. Las 15 restantes migraron directamente de la sierra tarahumara a la capital chihuahuense.

[…] me fui a Estados Unidos, al Paso, Texas, con mis exjefas. Ellas consiguieron para la visa, yo cuidaba a sus hijas y hacía comida; pero no sólo eso, después me pusieron a limpiar. Al principio sí me gustó, pero después no […]. Yo dejé con mis hermanas a mis hijas y eso no me gustaba. Aunque les mandaba dinero, yo regresé por mis hijas (Luz, comunicación personal, 13 de julio, de 2018).

Cuando llegaron a otros lugares en la Sierra –como Creel–, Luz y Guadalupe se emplearon como maestras para dar clases a personas de su etnia y del gobierno.

[…] me pagaban muy poco, casi nada, cuando era maestra en la Sierra. Pero yo iba porque quería enseñar a los niños y que entendieran, porque no sabían español y entonces no entendían. Yo caminaba horas para poder llegar a enseñar a los niños, […] así todos los días (Guadalupe, comunicación personal, 12 de agosto de 2018).

Estrella y María fueron promotoras de salud, para apoyar sobre todo a mujeres que daban a luz en comunidades lejanas, donde ellas eran quienes las atendían para facilitar el parto. Ellas recuerdan que los médicos eran escasos y las enfermeras especialistas atendían a las embarazadas, por lo que el número de muertes de infantes y madres en la Sierra iba en aumento:

[…] los doctores no hablan nada de tarahumara, siempre necesitan a alguien que entienda y, por ejemplo, se sentían mal y nadie los entendía. Yo por eso quise ayudar, porque yo vi todos los enfermos y a muchos niños […] (Estrella, comunicación personal, 15 de agosto de 2018).

Once de las 32 artesanas trabajaron anteriormente como jornaleras: Mónica, que participó en la pizca –principalmente de verduras como chile, cebolla y tomate– y en la limpia de cacahuate, mencionó que era muy pesado; su día comenzaba desde las 4 a.m., hasta mediodía era su primer alimento, que consistía en lo que ella misma preparaba un día antes. Explicó que aun realizando las mismas actividades que los hombres, ella recibía menos sueldo, y que si continuaba en ese trabajo era por la necesidad de sacar adelante a sus hijos e hijas y para pagarles servicios de salud ya que, como la mayoría, ella no contaba con ningún apoyo del padre de sus hijos e hijas. En algunos casos, los hijos mayores iban al trabajo de la pizca junto con la madre, para ayudar a la economía familiar.

[…] porque pues el papá pues no me ayuda, no me quiso ayudar, no me quiso dar el dinero para los niños y me dijo pues te ayudaré con un niño y tú te quedas con el otro, y entonces yo agarré uno y él agarró uno […] (Mónica, comunicación personal, 14 de junio de 2018).

Gregorio (1998) menciona que en los estudios de migración femenina, uno de los aspectos más importantes a considerar dentro de los grupos domésticos son las relaciones de poder, que se reflejan en el acceso a recursos, la autonomía en la toma de decisiones y el tipo de éstas; y que estas relaciones se dan en función del género, la edad y el parentesco.

Otro elemento dentro del grupo doméstico, según Arias (2013), se refiere a la idea de solidaridad, cuestionada ante la organización de acuerdo con una jerarquía de poder en las relaciones de género y generación donde la solidaridad y la cooperación coexisten con los conflictos y la violencia. En el caso particular de Mónica, la decisión de separarse y llevarse cada quien un hijo fue tomada por su expareja, no por ella, quien no quería separarse de ninguno de sus dos hijos, a pesar de su situación económica.

La pizca de verduras, además de ser un trabajo de mucho desgaste físico y con muy bajo sueldo, no permitía a las jornaleras satisfacer sus necesidades y les traía preocupación y frustración porque no tenían otro ingreso.

No me alcanzaba. Ahí tenías que apurarte a trabajar; si no te apuras, pos no sacas para la comida y te apuras y ya llevas comida a la casa […] (Chabela, comunicación personal, 2 de septiembre de 2018).

Aquellas que se ocuparon en un empleo doméstico vivieron ambientes de inseguridad, humillación y explotación. El acceso a la vivienda era complicado, ya que les pedían cartas de recomendación de algún trabajo previo y ninguna cumplía ese requisito. Otro factor era la inseguridad, pues desconocían los antecedentes de quienes las empleaban. Las mujeres rarámuri, en sus relaciones de poder con mujeres mestizas, sus patronas, en el trabajo de servicio doméstico, vivieron diversas formas de discriminación, como las humillaciones por su vestimenta, además de la explotación, ya que las dejaban sin pago hasta por semanas. Flor comentó que su contratante la acusó de ladrona para evitar pagarle y así correrla injustamente:

[…] antes de este trabajo de la cooperativa, trabajé en una casa y era muy pesado, no me pagaban bien, siempre decían que hacía mal las cosas y no me pagaban. Después un día me echaron la culpa de que robé cosas y no era verdad, sólo eso hicieron para no pagarme y me corrieron y gritaron (Flor, comunicación personal, 7 de octubre de 2018).

Las mujeres rarámuri con hijos e hijas tenían prohibido llevarlos a las casas en las que se empleaban, con el argumento de que su presencia entorpecía su trabajo, o simplemente, que perderían el tiempo atendiendo a los menores.

[…] mi hijo nació y yo no sabía cómo hacerle. Él tomaba mi leche. Me corrieron, […] la señora me corrió porque yo falté. Mi hijo tenía hambre y ni me pagó completo […] (Josefina, comunicación personal, 22 de junio de 2018).

Las cinco mujeres se hospedaban en la casa donde trabajaban; al respecto, comentaron tener una buena relación con las empleadoras; sin embargo, la jornada laboral era larga y el sueldo muy poco, y se sentían aisladas, por eso duraban poco tiempo.

No me gustaba estar sola adentro de la casa […], yo terminaba mi trabajo y quería salir, pero la patrona siempre se enojaba si yo le pedía permiso […] aparte nunca me dejaba ir a la Sierra y yo tenía que regresar para dar dinero a mi mamá […] (Juana, comunicación personal, 16 de octubre de 2018).

Al respecto, Calfio y Velasco (2006) identifican diferencias y espacios de discriminación y exclusión relacionados con la raza, la clase social, la etnia, y especialmente, en relación a las mujeres rurales, negras e indígenas. Todas sufren discriminación de las mujeres urbanas: las empleadoras, que discriminan a las empleadas, las alfabetizadas, que discriminan a las analfabetas, lo que se ha llamado desigualdad cruzada, donde la discriminación no sólo se ejerce de los hombres hacia las mujeres, sino de mujeres a mujeres.

Las mujeres sabían que no sólo en la Sierra existían peligros de algún tipo de abuso, en la ciudad temían enfrentarse a varias formas de violencia; sin embargo, no conocían los riesgos que existían en el aspecto laboral, por lo que no estaban preparadas para hacerles frente. Antes de llegar a la ciudad e ingresar en la cooperativa, el pago por sus productos era mínimo y comercializarlos en comunidades de la Sierra resultaba difícil; además de las largas distancias que recorrían, su trabajo no era valorado, principalmente por los turistas que siempre regateaban.

Discriminación y exclusión en espacios públicos

A lo largo del tiempo, las mujeres indígenas han enfrentado constantemente discriminación, desigualdad y violación de sus derechos. Según Calfio y Velasco (2006), son ellas las que más experimentan violaciones a sus derechos humanos relacionadas con su género: ultrajes, esterilizaciones forzadas, servicios inadecuados de salud y desprecio por su lengua materna, quizá por esto las Naciones Unidas han calificado este tema como emergente.

Aun en la actualidad, pertenecer a un grupo étnico constituye un motivo de exclusión e inequidad para las personas. Todas las indígenas rarámuri participantes en el estudio experimentaron algún tipo de discriminación en los espacios públicos, en algunos casos sin que ellas lo reflexionaran como tal, o la toleraban por su condición de pobreza. Las entrevistadas aceptan que han enfrentado dificultades y distintas formas de exclusión y agresión.

Cuando fui a comprar tela para hacer una falda para m’hija no me atendían. Duró mucho la muchacha en ayudarme. Me desesperé y me fui […]. Qué le decía […], otro día volví y me quisieron sacar porque me dijeron que no podía entrar a vender dulces. Pude comprar la tela cuando me ayudó una muchacha (Claudia, comunicación personal, 6 de septiembre de 2018).

Parte del entorno de desventaja que amenaza a las mujeres y hombres de la etnia, tiene que ver con el poco o nulo acceso a programas y servicios de salud, dificultades en la comunicación con la población mestiza –quienes desconocen su lengua– y que carecen de información para realizar cualquier tipo de trámites.

No todas las rarámuri estaban afiliadas a servicios de salud, sobre todo las de mayor edad, como Martha de 54 años, quien señaló que tuvo problemas porque no hablaba español y no sabía cómo realizar los trámites para obtener el servicio, por lo que prefiere recurrir a personas de su etnia, que tienen conocimientos de plantas medicinales.

De migrantes a residentes: las rarámuri artesanas en la ciudad de Chihuahua

Durante el trabajo de campo se encontró que las entrevistadas trabajaban en las dos cooperativas, una formalizada legalmente desde 2013 y la otra en 2017. Todas participaban en la elaboración y comercialización de sus artesanías, las cuales incluyen desde souvenirs – llaveros, muñecas, pulseras, aretes, monederos, utensilios de madera para la cocina, tejido de ware (cestería) hecho de palmilla, pino o sotol– hasta textiles, como blusas, faldas, bolsas de mano, trajes típicos rarámuri y otras prendas de vestir con colores brillantes y formas geométricas (triángulos), características de la simbología rarámuri.

El objetivo de las actividades artesanales en las cooperativas es contribuir al desarrollo humano e integral de las mujeres rarámuri, respetando y reforzando su cultura como un medio de sustento en el contexto mestizo. Para ello, es fundamental el aprovechamiento de las habilidades adquiridas en su entorno étnico, que no sólo se traducen en la creación de productos típicos de su cultura, sino que además promueven la difusión de las culturas originarias y el fortalecimiento de los lazos con sus antepasados(as).

Las rarámuri afirmaron que sus condiciones de vida cambiaron luego de su participación en dichas actividades. Con su trabajo artesanal, ahora les alcanza para cubrir sus necesidades básicas; y también tienen la oportunidad de conservar parte de su ingreso para gastos extra, como diversión y otros gustos. Sienten que son independientes, ya que antes acataban la voluntad del marido o de sus padres.

[…] hoy sé que puedo hacer las cosas sola y que mis hijos pueden ir a la escuela […]. Ahora yo soy sola, me dejaron, pero trabajando puedo hacer muchas cosas, hasta comprar tela para hacer las faldas de mis hijas (Luz, comunicación personal, 13 de julio de 2018).

Al respecto, Monzón (2017) precisa que la migración puede constituirse como factor de emancipación mediante el mejoramiento de su estatus social, al tener acceso al trabajo y a redes sociales, así como a nuevas interacciones con instituciones sociales en el lugar de destino; mientras que para los hombres algunas veces este proceso va acompañado de la pérdida de estatus público y doméstico.

Así mismo, ellas valoran la participación y el acceso a un trabajo formal, en el que reciben un salario, cuentan con horario de trabajo, tienen prestaciones de ley, como vacaciones y servicio de salud. En general, ha sido para ellas una oportunidad para desarrollarse en la ciudad, ya que el estar inmersas en un sistema laboral donde pueden intercambiar ideas, opinar, sentirse útiles y plasmar su cultura en una tela que les gusta, las hace sentir importantes y parte de un proceso de construcción indígena femenina, lo que abona y expande su sentido de emancipación.

Siempre he tejido ropa, desde niña mi mamá me enseñó y siempre me gusta este trabajo porque tejo parte de lo que somos los tarahumaras y por los colores que le ponemos, si no me gustan no los pongo y si peleamos votamos para que ya se pase el enojo, […] yo siempre opino (Josefina, comunicación personal, 22 de junio de 2018).

Estar inmersas en actividades artesanales ha fungido como un abanico de oportunidades en sus relaciones sociales y laborales. La confianza, la creatividad y la libertad han hecho de ellas las protagonistas de sus propias historias, desafiando cada obstáculo para llegar a los destinos que prometían conseguir alimento para sus familias y una oportunidad de salir adelante, a pesar de que las condiciones laborales iniciales fueron muy difíciles para ellas.

Al igual que las mazahuas estudiadas por Oehmichen (2005), las mujeres rarámuri no están asimiladas, mantienen vínculos con la comunidad de origen; algunas logran reconstruir y resignificar sus identidades tradicionales en los nuevos espacios donde hay cambios, pero también continuidades culturales.

CONCLUSIONES

Los contextos destacados por las mujeres migrantes son variados: pobreza, inseguridad, abuso físico y sexual, vulnerabilidad por ser indígenas, así como crisis económica en las zonas de origen. La problemática alrededor de estos contextos está relacionada con los procesos de la globalización económica y deterioro ambiental, representando la razón para moverse a la zona urbana de Chihuahua. El objetivo del desplazamiento es proteger su integridad y mejorar la calidad de vida de ellas y de sus hijos e hijas.

Las redes sociales de apoyo generadas en el lugar de destino jugaron un papel importante en el acomodo residencial. La mayoría tenía amistades o familiares en la ciudad, y eso facilitó su estancia. Quienes no contaban con ningún contacto enfrentaron una situación más difícil a su llegada, porque tuvieron que pernoctar en las calles, y algunas pidieron kórima para sobrevivir.

Las migrantes desarrollaron estrategias para enfrentarse al cambio, con ventajas al relacionarse con otras mujeres que hablaban rarámuri y español, que las ayudaron para colocarse en algún trabajo. Sin embargo, a las monolingües les fue más complicado integrarse. La mayor satisfacción de las artesanas rarámuri es trabajar en las dos cooperativas, ya que para ellas las artesanías que elaboran les permiten la difusión de su cultura y recrear lazos con sus antepasados, lo cual es muy importante. Además, al ser un empleo formal han resuelto el problema del regateo en la comercialización de sus productos. La actividad artesanal les permite acceder a recursos para vivir, divertirse, darse gustos y ser independientes, es decir, alcanzar algún grado de autonomía, lo que ha contribuido a su bienestar socioeconómico y cultural.

La motivación de migrar a la urbe no sólo obedece a cuestiones económicas, sino también por la seguridad personal ante la violencia generada por el abuso del alcohol y otras sustancias por parte de los hombres de sus comunidades, lo que es visto como “normal” en sus lugares de origen. Adicionalmente, otras se desplazaron en busca de mejores oportunidades de estudio para poder ayudar a su comunidad, es el caso de las promotoras de salud y las maestras.

A pesar de los logros de las mujeres rarámuri migrantes, son conscientes de la desigualdad cruzada que sufren, no solo comparada con la de los hombres, sino también con la de las mujeres mestizas. Las rarámuri son discriminadas por su vestimenta, por ser analfabetas, monolingües, por la dificultad para cumplir con las exigencias burocráticas, por ser pobres y al aceptar condiciones de trabajo flexibles y con sueldos inferiores a los de sus compañeros varones. También son excluidas de espacios públicos por ser indígenas, e incluso pueden ser acusadas de acciones no cometidas para escamotearles el salario devengado con su trabajo.

Las rarámuri entrevistadas son protagonistas activas de su propia vida, han salido adelante a pesar de la desconfianza que ellas tuvieron al inicio de sus procesos migratorios, porque pensaban que sin el apoyo de un hombre no podían trabajar o vivir en la ciudad. Ese pensamiento ha ido cambiando y han sabido confrontarlo. Gracias a su inserción en un sistema de trabajo formal, experimentaron cambios que han incidido en su bienestar socioeconómico. En conjunto, estas mujeres han manifestado su capacidad de resiliencia a través de superar los retos presentes en sus procesos migratorios y en su integración en las dos cooperativas, donde al aplicar sus conocimientos y valores culturales al trabajo artesanal pudieron generar ingresos, sentirse útiles, trascendentes, e incorporar en su subjetividad genérica los crecientes niveles de su emancipación.

Para las rarámuri son importantes los lazos de cooperación y solidaridad tejidos a través de compartir el kórima y la vivienda, así como facilitar información a las que llegan de la comunidad que la precisan para enfrentarse a la urbe. Además, están siempre pendientes para compartir con las y los que se han quedado en la sierra.

En el estado de Chihuahua aún falta garantizar el respeto a la diferencia cultural y reconocer los derechos humanos de los y las indígenas migrantes, para contribuir a su bienestar social, laboral y residencial en los lugares de destino, promover políticas públicas a favor de los pueblos originarios, tanto de los asentados en zonas urbanas como los asentados en las comunidades de origen, e impulsar programas gubernamentales con perspectiva de igualdad de género y etnia, donde se les considere como actoras a partir de un diálogo intercultural.

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7Kórima , forma de cooperación que “…asegura que ningún individuo o familia sufra de hambre; da lugar a la redistribución de la riqueza y los alimentos y, por último, aumenta la relación y comunicación entre los/las individuos y familias de pueblos y ranchos estableciendo una corresponsabilidad general y una clara conciencia de ayuda mutua para la subsistencia y reproducción del grupo” (Urteaga, 1998, p. 521).

8Danza tradicional que realizan las y los rarámuri en cualquier época del año para pedir por la lluvia, buena salud y buenas cosechas en sus comunidades; así como agradecer por las mismas. El ritual se realiza como reflejo de la deuda permanente que tiene el pueblo rarámuri con el dios Onorúame por la vida.

Recibido: 01 de Mayo de 2019; Aprobado: 13 de Agosto de 2019

Translation: Miguel Ángel Ríos Zapata

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