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Frontera norte

versão On-line ISSN 2594-0260versão impressa ISSN 0187-7372

Frontera norte vol.32  México  2020  Epub 25-Set-2020

https://doi.org/10.33679/rfn.v1i1.1937 

Artículos

Hombres jóvenes del poniente de Ciudad Juárez: construyendo identidades en contextos de violencia

Héctor Sebastián Rosas Landa Bautista 1  
http://orcid.org/0000-0003-0582-7536

María Alejandra Salguero Velázquez 2  
http://orcid.org/0000-0002-8610-3726

1Universidad Nacional Autónoma de México, México, hectorrosaslanda@yahoo.com.mx

2Universidad Nacional Autónoma de México, México, aleves@unam.mx


Resumen

El objetivo del presente trabajo es analizar el proceso de construcción de identidad en seis hombres jóvenes residentes en el poniente de Ciudad Juárez, al norte de México. Se realizó una investigación cualitativa que empleó la observación participante y la entrevista semiestructurada como principales técnicas para coconstruir la información, teniendo como ejes de análisis la vida cotidiana y las experiencias afectivas significativas de su trayectoria de vida. El trabajo de campo se realizó entre 2016 y 2017. A través de las categorías de análisis, los datos muestran que la violencia –muchas veces mortal y representada predominantemente por grupos del narcotráfico–, es el principal ordenador en la vida cotidiana y/o afectiva de los participantes. También se encontró que ante la violencia, los jóvenes responden pragmáticamente, construyendo identidades que les permiten salvaguardar su integridad y seguir formando parte del contexto social.

Palabras clave: violencia; identidad; hombre joven; Zona poniente; Ciudad Juárez

Abstract

The purpose of the present study was to analyze the process of identity construction in six young men from the west of Ciudad Juárez, in northern Mexico. Qualitative research was carried out using participant observation and semi-structured interviewing as the main co-construction technique, focusing on everyday life and significant affective experiences in their life trajectories. Fieldwork was carried out between 2016 and 2017. The analysis of the data shows that violence, often fatal and predominantly represented by drug trafficking groups, is the main driver in participants’ affective and everyday lives. It was also found that young people respond to violence pragmatically by constructing identities that allow them to safeguard their integrity and remain part of the social context.

Keywords: violence; identity; young man; western area; Ciudad Juárez

INTRODUCCIÓN

Ciudad Juárez se ubica en el estado de Chihuahua, al norte de México. Está asentada en una región árida que hoy en día forma parte de la zona fronteriza con Estados Unidos. A nivel estatal, Ciudad Juárez es el centro urbano de mayor densidad poblacional. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (2015), la ciudad cuenta con 1 391 180 de habitantes, de los cuales 249 808 son jóvenes de entre 15 y 24 años de edad.

Hasta mediados del siglo XIX Ciudad Juárez formaba parte de una región conocida como “El Paso del Norte”, con población mexicana asentada a las orillas de Río Bravo. En 1848 México perdió la guerra contra Estados Unidos, quien había iniciado el conflicto un par de años antes debido a que buscaba extender su territorio. La derrota significó para México la reconfiguración de su territorio nacional, ya que cedió más de la mitad de su territorio. Dicho acuerdo entre estas naciones alcanzó a los pobladores de El Paso del Norte. Intempestivamente, en esta región emergieron dos ciudades diferenciadas: Ciudad Juárez, en Chihuahua y El Paso, en Texas, localizadas en dos naciones distintas, México y Estado Unidos.

La intempestiva reconfiguración territorial y política que experimentó la región permitió el desarrollo de una cultura “fronteriza” particular, la cual constituye un mestizaje vivo que permanentemente produce significados y prácticas sociales a partir de la fusión, la complementariedad y la yuxtaposición de “la mexicanidad” y del “estilo de vida americano”, en donde confluyen relaciones trasfronterizas (vínculos cotidianos y variados entre los habitantes de El Paso, Texas, y los habitantes de Ciudad Juárez, Chihuahua) y trasnacionales, entre Estados nación –Estados Unidos y México–, caracterizadas por asimetrías de poder y por sujeciones de dependencia con el vecino país (Ojeda, 2009).

Por su condición fronteriza, Ciudad Juárez ha sido un polo de atracción para distintos tipos de migrantes, muchos de ellos captados por su industria maquiladora, principal motor económico de la región que tuvo su auge en los años setenta y que hoy día se caracteriza por inestabilidad, bajos salarios y malas condiciones laborales (Sánchez, Ravelo y Melgoza, 2015).

Ciudad Juárez es una ciudad que por un lado está enlazada al mercado global, mientras que por otro padece intensa marginación y pobreza. En esta ciudad año tras año crece la producción y el empleo, al mismo tiempo que disminuye el poder adquisitivo de sus trabajadores, sobre todo entre aquellos que laboran en la maquila,3 cuyos ingresos oscilan entre uno y dos salarios mínimos (Peña, 2018); a nivel estatal estos salarios resultan ser de los más bajos. En el año 2012, un 39.8 por ciento de la población juarense presentó situación de pobreza, 22 por ciento resultó vulnerable por carencias sociales y 15.9 por ciento, por ingresos; mientras que solo 22.3 por ciento fue considerado no pobre y no vulnerable (Fuentes, Peña y Hernández, 2018).

Desde 2008 la ciudad fronteriza acaparó la atención nacional e internacional, más que por su bonaza económica o industrial, por los altos índices violencia que registró al posicionarse como la ciudad más peligrosa no solo de México, sino del mundo (Monárrez, 2017). Este incremento estuvo asociado con la constante y mortal disputa entre el Cártel de Juárez (los de casa) y el Cártel de Sinaloa (los de afuera, los de El Chapo) por el control del territorio para el trasiego de drogas, así como por la comisión de otros delitos de alto impacto igualmente rentables, como la trata de personas, el tráfico de armas, el secuestro y la extorsión (Díaz, 2008; Monárrez, 2017). Tan solo en cuatro años (2008-2011) ahí ocurrieron más de 13 000 homicidios (Sánchez et al., 2015). Se estima que 74.2 por ciento de los asesinatos acaecidos en Juárez entre 2007 y 2010 sucedieron por presunta rivalidad delincuencial (México Evalúa, 2012). También contribuyó la supuesta “guerra contra el narco” que emprendió Felipe Calderón (2006-2012) y continuó Enrique Peña Nieto (2012- 2018), ya que esta “guerra” implicó la militarización de la frontera norte y de otras zonas del país. Estas intervenciones bélicas, además de prácticas violentas, generaron violaciones a los derechos humanos de la población (Sánchez et al., 2015), principalmente de ciertos sectores juveniles.

El fenómeno de la violencia en Ciudad Juárez es añejo, complejo y multifactorial. En él intervienen condiciones estructurales de desigualdad social, que es otra de sus vetas constitutivas; así como la pobreza desde lo individual, la exclusión social y la marginalidad desde su vertiente amplificada (Nateras, 2016). Lo anterior puede aunarse a una histórica cultura de impunidad e ilegalidad agudizada por el problema del narcotráfico y la militarización de la región. También a las condiciones que impone el sistema neoliberal que rigen la economía regional, así como a una ideología de género que mantiene vigente formas tradicionales y estereotipadas de ser hombre, que incluye el uso de armas de fuego, el homicidio, el consumo de alcohol y drogas, la complicidad y el silencio (Cruz, 2011, 2014, 2016; Monárrez, 2017).

La Zona poniente de Ciudad Juárez y sus jóvenes

La realidad social de Ciudad Juárez es intensa, compleja y particular (Jusidman, 2007), aunque no es homogénea, ni impacta por igual a sus miembros (Dreier, 2011). En el caso de la Zona poniente, se exacerban muchas de las condiciones sociales que la constituyen. Históricamente, esta región ha sido ocupada por población pobre y migrante, a diferencia de la Zona oriente, que ha concentrado a los no pobres y no vulnerables (Fuentes et al., 2018). En el poniente de la ciudad se encuentran los niveles educativos más bajos del municipio y el mayor porcentaje de personas en situación de pobreza extrema y en condiciones de vulnerabilidad (Fuentes et al., 2018). Según datos del Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia y la Delincuencia (PNPSVD, 2015), 34.4 por ciento de su población no cuenta con alguna forma de empleo, y 26.9 por ciento trabaja en la maquila. Es decir, este último segmento percibe ingresos significativamente bajos, que no alcanzan para cubrir adecuadamente las necesidades básicas de alimentación, salud, vivienda o recreación.

La Zona poniente se conformó a partir de asentamientos irregulares y ha tenido que pasar por diferentes etapas de consolidación urbana, generalmente lenta y desfasada en comparación con el resto del municipio, llamado únicamente Juárez (Moreno, 2007; PNPSVD, 2015). Se calcula que 25por ciento de las casas que ahí se ubican se encuentran abandonadas (PNPSVD, 2015). Son construcciones que por lo general están hechas con materiales de desecho industrial que no ofrecen seguridad estructural ni protegen adecuadamente del clima extremoso de la ciudad; con servicios básicos deficientes (agua, luz, gas y drenaje) y otros servicios urbanos y sociales (como pavimentación, alumbrado y centros de salud) prácticamente inexistentes (Moreno, 2007).

Tradicionalmente, el poniente ha sido una de las zonas más conflictivas del municipio, con los índices más altos de maltrato infantil, delincuencia juvenil, inseguridad y violencia (Cervera y Monárrez, 2010). Durante décadas, en esa Zona se observó la presencia de un gran número de pandillas, enfrentadas violentamente por el control del territorio (Almada, 2012). A partir de 2008 los grupos del narcotráfico se apropiaron del espacio público y reclutaron centenares de jóvenes de la región, a veces a pandillas completas, al mismo tiempo que aniquilaron a otro tanto, ya sea como un medio extremo de control social o como resultado de la rivalidad delincuencial (Cruz, 2016). De manera que la Zona poniente resultó el principal campo de batalla entre los cárteles del narcotráfico (Díaz, 2008). A partir de 2013 se observó un decremento significativo en los índices de violencia en el municipio de Juárez, pero aún así la región poniente siguió presentando tasas delictivas superiores al promedio municipal en delitos como lesiones dolosas, homicidio y robo a casa, negocio o transeúnte (PNPSVD, 2015).

Los jóvenes del poniente cotidianamente experimentan estigmatización y criminalización; “los adultos” que habitan en la misma región los perciben como uno de los principales conflictos sociocomunitarios del entorno, sobre todo cuando los jóvenes se agrupan en espacios públicos como la calle (PNPSVD, 2015). Entre los pobladores de otras zonas existe la representación social de que en el poniente viven los delincuentes que bajan a robar al oriente (Moreno, 2007). Son jóvenes a los que, con base en su lugar de residencia, manera de vestir, hablar o relacionarse, se les cataloga como “drogadictos” o “delincuentes”, y que además sufren detenciones arbitrarias, extorsiones y hostigamiento por parte de los cuerpos de seguridad (Almada, 2012).

Se puede señalar que en Ciudad Juárez existen distintas realidades sociales que se complementan, se significan, crean subjetividad y lazo social, y que una de ellas es la del poniente. Identificando variaciones construidas y configuradas por el género, la raza y la clase social, como ha señalado Connel (1995), por el estadio biográfico por el que se atraviesa (Duarte, 2000; Taguencia, 2009; Urteaga y Sáenz, 2012), la posición que se ocupa dentro de la estructura social, la importancia pragmática en la que se está implicado y las experiencias afectivas significativas durante la vida (Dreier, 2011). Estas dimensiones pueden articularse a partir de la categoría “hombre joven”, entendida como la identidad resultante de la intersección entre el género, la sexualidad, la clase, la etnia y la edad social (Cruz, 2011; García e Ito, 2009).

Violencia en Ciudad Juárez, del homicidio masculino al juvenicidio

La violencia puede ser entendida como una trasgresión a los derechos humanos de las personas, que privilegia el uso deliberado e intencional de la fuerza desde una posición de poder, que uno o varios sujetos emplean con el fin de dañar, generando afectaciones emocionales, psicológicas, físicas, económicas y en algunos casos, la muerte (Cervera y Monárrez, 2010). Puede acontecer en cualquier tipo de vínculo social, incluido el Estado, y sus cuerpos de seguridad, el crimen organizado o cualquier otra institución social con respecto a determinados grupos sociales como suelen ser las mujeres, algunos grupos juveniles, indígenas, minorías sexuales o religiosas.

La violencia afecta directa e indirectamente, trasciende la materialidad (en lo político, en lo económico o en lo social), pues incluye lo que representa y lo que significa desde su veta simbólica, es decir, lo inmaterial, lo implícito y lo latente, de ahí su capacidad para perdurar a través del tiempo e incidir en la forma en que se construye la práctica social (Nateras, 2016).

Uno de los indicadores más utilizados para medir la violencia es el número de asesinatos que ocurren en un tiempo, lugar y población específica (Cervera y Monárrez, 2010), sin olvidar que este delito representa solo una de sus expresiones y que puede inscribirse en lo que Nateras (2016) denomina como “violencias de muerte”. El asesinato acaba intencionalmente con la vida de quienes lo padecen, y junto con las desapariciones forzadas y las ejecuciones extrajudiciales, quizá sea uno de los delitos más significativos debido al efecto directo sobre la víctima en lo individual, y al efecto social sobre el contexto. Crímenes irreparables que afectan no solo a las víctimas directas sino a las personas que les son cercanas, pues intempestivamente pierden a un ser querido (México Evalúa, 2012). El asesinato niega el derecho fundamental de la vida, por tanto, representa la más grave trasgresión de las leyes y normas sociales (Martínez y Howard, 2006).

Como fenómeno social, el asesinato es susceptible de generar “dolor social”, ya que influye en el ánimo, emociones, sentimientos, afectividades, comportamientos y actitudes (Nateras, 2016). Asimismo, cuando el fenómeno es intenso y/o permanente, puede devenir en “trauma social” y perdurar a través del tiempo, ocupando un lugar en la memoria colectiva e incidiendo en los miembros de una sociedad en su conjunto debido a que altera profundamente la estructura social, las normas que rigen la convivencia y las instituciones que regulan la vida cotidiana (Kovalskys, 2006). En el caso de Ciudad Juárez, la violencia ha generado sentimientos permanentes de miedo y de terror entre sus pobladores debido al riesgo de inseguridad y muerte que ahí acontece cotidianamente, al mismo tiempo que provoca una suspensión fáctica de garantías constitucionales y derechos civiles a la que Domínguez y Ravelo (2011) denominan como el “desmantelamiento de la ciudadanía”.

Entre los tipos de asesinato se encuentran el feminicidio y el homicidio, actos dolosos con causas distintas, aunque íntimamente relacionadas, pues remiten a asimetrías de poder en torno al género, la clase y la edad social (Cervera y Monárrez, 2010; Cruz, 2014; Monárrez, 2017). Mujeres que son asesinadas por hombres simplemente por su condición de género, varones que se matan entre ellos como resultado del uso sistemático de prácticas relacionales violentas. En ambos casos, las más afectadas suelen ser las personas jóvenes y pobres, que además de ser víctimas mortales, permanentemente resultan estigmatizadas o criminalizadas debido a su género, estilo de vida, condición social, lugar de residencia o adscripción identitaria.

En Ciudad Juárez el homicidio masculino es añejo (Martínez y Howard, 2006), aunque en la última década creció exponencialmente en relación con la presencia incontrolada del crimen organizado. La violencia mortal encontró en los jóvenes las víctimas por antonomasia (Cruz, 2011; Monárrez, 2017), llegando a conformar lo que Valenzuela (2015) denomina como juvenicidio. Es decir, una condición límite en la que se asesina a sectores específicos de la población juvenil, previamente estigmatizados y desacreditados. Violencia mortal en la que intervienen procesos de precarización económica y social, la banalización del mal, el descrédito de las instituciones y el despliegue de corrupción, impunidad y muerte. Lo anterior siempre bajo la complicidad del Estado, ya sea por omisión, como ocurre con su incapacidad de garantizar un Estado de derecho, o por acción, sobre todo cuando criminaliza y persigue a ciertos sectores juveniles.

Así, la violencia mortal, genérica, y muchas veces juvenil, comenzó a formar parte de la vida cotidiana de los juarenses. Devino estructural, al mismo tiempo que estructurante de su realidad social y de las subjetividades que ahí acontecen (Domínguez y Ravelo, 2011; Sánchez et al., 2015). Cruz (2016) menciona que de 2008 a 2011 ocurrieron en Juárez más de 9 500 homicidios de hombres, de los que 4 000 correspondieron a personas menores de 29 años; Estas víctimas mortales son criminalizadas sistemáticamente, peyorativa y contextualmente se les clasifica como “cholos”,4 “delincuentes”, “narquillos”, “del poniente”, más allá de sus adscripciones identitarias o del papel que desempeñan en los actos violentos. En general, suelen ser jóvenes con pocas o nulas posibilidades de acceder a educación, vivienda, recreación social; a un trato digno, a la cultura, a un proyecto de vida en el aquí y en el ahora (Nateras, 2016).

Se trata de jóvenes cuya existencia transcurre entre el abandono, la violencia y la exclusión social (Almada, 2012), que como comenta Díaz (2008) a nadie le importan, provenientes de familias en condiciones de pobreza y vulnerabilidad. Hijos de migrantes unos, y otros de madres solteras, cuyos hijos muchas veces son abandonados debido al trabajo en la maquila. Jóvenes con apenas educación básica y pocas alternativas para construir un proyecto de vida digno, que transitan entre la informalidad y la ilegalidad, un poco estudiantes, un poco delincuentes, muchos de ellos consumidores de drogas. Son jóvenes que son vistos como “carne de cañón” por parte de los grupos del narcotráfico, quienes aprovechan las condiciones sociales para reclutarlos, a veces de manera forzada, a cambio de un “sueldo” que aunque precario, supera considerablemente lo que se gana trabajando como obrero o ejerciendo algún oficio, que son los tipos de empleo a los que comúnmente pueden acceder (Cruz, 2014).

Con relación al narcotráfico, Núñez y Espinosa (2017) refieren que este puede ser pensado como un dispositivo de poder sexo-genérico que produce ideas, valores, actitudes, percepciones, prácticas, relaciones, subjetividades, identidades sexuales y de género. Un dispositivo que tiene como eje articulador la dominación. Esta concepción permite entender la facilidad con que los hombres jóvenes de la región ingresan al dispositivo y acceden al poder que este produce, eso sí, ocupando los lugares con menores privilegios y mayores riesgos dentro de su organización, casi siempre con destinos mortíferos.

Por su posición geográfica, Ciudad Juárez ha sido un lugar privilegiado para el trasiego de drogas hacia Estados Unidos, que es el país con el mayor mercado de consumo a nivel mundial. Tradicionalmente, ese territorio había sido controlado por el Cártel de Juárez, sin embargo en 2007 el Cártel de Sinaloa llegó para “disputarle la plaza”, hecho que provocó una encarnizada y mortal disputa. Estos cárteles del narcotráfico aprovecharon las añejas disputas pandilleriles en la región para conformar algunos de sus “brazos armados”, entre los que destacan “Los Aztecas”, al servicio del cártel de la ciudad, y “Los Mexicles”, los doblados, que trabajan para el de Sinaloa. Ambos grupos, integrados en su mayoría por hombres jóvenes sin entrenamiento formal en el manejo de armas, también son los encargados del narcomenudeo y otros delitos en los territorios que controlan.

En el último lustro, en Juárez disminuyeron significativamente los índices de violencia. Este decremento está asociado con la implantación de algunas estrategias gubernamentales y de la sociedad civil, el repliegue de las fuerzas armadas, pero sobre todo con los acuerdos pactados entre los cárteles del narcotráfico (Sánchez et al., 2015). Fueron ellos quienes “acabaron” con la violencia al acordar un control territorial de facto, donde el nor-poniente- centro es gobernado por el cártel de la ciudad, mientras que el sur-oriente por los de afuera, pacto que queda al descubierto en la red de narcomenudeo que acontece al interior del municipio o en la reciente escalada de violencia asociada con la recaptura del líder visible del Cártel de Sinaloa, Joaquín Guzmán Loera (“El Chapo”), que generó reacomodos internos y nuevas disputas.

En este contexto, el homicidio masculino y el juvenicidio estarían íntimamente relacionados con asimetrías de poder e ideologías de dominación extremas. Desigualdades que encuentran representación en sistemas como el patriarcal, caracterizado por privilegiar “lo masculino” sobre “lo femenino”, pero también lo “masculino hegemónico” sobre “otro tipo de masculinidades”. Así los hombres también resultan excluidos y dañados de diferentes maneras en tanto sujetos genéricos que el mismo orden clasifica, estratifica y aliena, ya sea porque hacen frente a los discursos dominantes (Núñez, 2004) o porque participan activamente en ellos (Cruz, 2011, 2014, 2016).

Por tanto, buena parte de los homicidios masculinos que acontecen en Ciudad Juárez pueden ser pensados como una especie de transacciones mortíferas entre hombres, que como señala Foucault (1988) constituirían prácticas relaciones violentas en torno al poder que actúan sobre el cuerpo, fuerzan, someten, destruyen, cierran la puerta a todas las posibilidades, pues quitan la vida, teniendo como polo opuesto la pasividad y la sumisión absoluta. Por lo anterior resulta de interés analizar el proceso de construcción de identidades como hombre joven en contextos específicos como el de la Zona poniente de Ciudad Juárez.

IDENTIDAD, GÉNERO Y JUVENTUD

Para Wenger (1998), la identidad es una manera particular de estar en el mundo y de actuar en consecuencia, que se construye relacional, cotidiana y contextualmente. Alberti (1995) refiere que la identidad se aprende y se construye como un instrumento útil que servirá a los individuos para regular su conducta, relacionarse con el aparato social, con los otros y consigo mismo, encauzando sus fantasías, metas, deseos y decisiones, por lo que no es fija, sino dinámica, al igual que la realidad social a partir de la cual se construye y en la que se está implicado.

La identidad integra un conjunto de significados y representaciones propias y de los otros, conformadas a partir de la estructura política, económica, social y cultural, instituidas históricamente. La identidad no es un atributo o una propiedad intrínseca, inamovible o inmutable, sino una posición subjetiva, relacional y dinámica, que incluye lo que se hace y se dice, pero también lo que no se hace y lo que se calla, lo que se piensa y siente, los anhelos, los temores y las fantasías (Salguero, 2008). No existe una identidad absoluta, sino distintas identidades que pueden ser relativas, temporales, contextuales, estratégicas o “predominantes”, capaces de supeditar y configurar a otras, las cuales pueden sufrir fracturas, fragmentaciones y combinaciones.

Marcela Lagarde (1990) refiere que las identidades que los sujetos asumirán a lo largo de la vida se desarrollan a partir de una primera gran clasificación genérica, que posteriormente hará sentido con otras condiciones tales como la clase o la raza. Lagarde (1990) concibe las referencias genéricas como hitos primarios en la conformación de las personas y de su identidad, sin que esto signifique estabilidad o inmutabilidad.

Por su parte, Butler (1990) propone que las personas solo se vuelven inteligibles cuando poseen una “identidad de género” que se ajusta en cierta medida a normas sociales reconocibles, que tomando como base la diferencia sexual, encausan el comportamiento, funciones, oportunidades y valoraciones para mujeres y hombres. También menciona que las identidades de género conllevan una temporalidad social que se sostiene en un espacio exterior mediante una repetición estilizada de actos, constituida como una realización performativa que implica cierta obligatoriedad de las normas que son anteriores al sujeto y que se asumen como verdaderas, de ahí su fuerza y arraigo.

Entre las identidades que caracterizan a las sociedades modernas se encuentra la juventud, una construcción sociocultural que se presenta como “una fase de la vida” comprendida entre la infancia y la adultez, estadios biográficos igualmente construidos que presuponen fronteras más o menos laxas y formas más o menos institucionalizadas de paso y actuación entre ellos. Al respecto, Urteaga y Sáenz (2012) refieren que la característica que ha distinguido a la juventud desde su emergencia social es su situación liminal en las relaciones de poder que acontecen entre la dependencia infantil y la autonomía de los adultos. Por su parte, Valenzuela (2015) concibe a la juventud como una condición social diacrónica, heterogénea y dinámica, lo mismo que perecedera, a la que se puede acceder o no independientemente de la edad biológica, siempre en función de la clase social y el contexto histórico-sociocultural, que no solo le otorga orden y sentido, sino que impone y exige determinadas prácticas sociales con variaciones significativas a partir de las construcciones culturales de género.

Entre los principales referentes simbólico-relacionales que permiten la articulación de la condición juvenil se encuentra, por un lado, la relación binaria, dialéctica y antagónica con la adultez, en la que sistemáticamente los jóvenes ocupan posiciones de subordinación, mientras que por el otro, la vinculación de correspondencia y similitud entre pares con quienes se comparten ciertos universos simbólicos (Reguillo, 2005), independientemente de la voluntad, y sin que ello suponga interacción o igualdad de condiciones.

Desde el surgimiento de la condición juvenil, los adultos y las instituciones que estos gobiernan han buscado su control para preservar lugares de privilegio, generando una mirada “adultocéntrica” que homogeniza y estigmatiza a los jóvenes, encasillando sus formas existenciales bajo etiquetas como “irresponsabilidad”, “irreverencia”, “grupo social riesgo-amenaza” al que resulta necesario controlar y someter, pues “no pueden cuidarse solos”, “no saben lo que quieren o hacen” (Duarte, 2000).

El adultocentrismo también impone ideales sociales sobre el deber ser organizados en torno a la noción de moratoria social, que más allá de las exigencias que las sociedades de consumo imponen, concibe a los jóvenes como sujetos para el futuro (susceptibles de ser reconocidos y validados socialmente solo al alcanzar la adultez), al mismo tiempo que deniega su presente, niega su ser en tanto sujetos sexuados con deseos e intereses propios, actuales y vigentes que suelen ser distintos a aquellos que se les presuponen (Taguencia, 2009).

Por su parte, el grupo de pares hace las veces de modelo referencial identificatorio que permite a los jóvenes agruparse y reconocerse, al mismo tiempo que diferenciarse y disgregarse. El grupo constituye un espejo subjetivo-relacional que permanentemente confronta con la alteridad (necesaria para afianzar la identidad), que no es sinónimo de diferencia, que más bien implica verse a través de la mirada del otro para entender y conciliar las discrepancias internas y así articular y organizar características precisas, contenidos, límites y sentido al continente “ser joven” (Reguillo, 2005).

En la Zona poniente de Ciudad Juárez, un tipo de agrupación juvenil con bastante arraigo y tradición es el “pandillerismo”, conocido contextualmente como “el barrio”, que desde hace décadas ha permitido a cientos de jóvenes de la región resarcir ciertas carencias afectivas, construir lealtades, conformar una “nueva” familia simbólica y un sentido de vida, trasformando la exclusión social en identidad (Almada, 2012). Para el año 2008 se tenían registradas por lo menos 600 pandillas que desarrollaban alguna actividad delictiva dentro de la ciudad (Monárrez, 2017).

En este contexto, “el barrio” puede ser pensado como una comunidad de práctica constructora de identidad (Wenger, 1998) que es predominantemente masculina, estratificada, juvenil y violenta. La identidad “de barrio”, se caracteriza por la búsqueda y demostración pública de la masculinidad asociada con el poder y la fuerza física, a partir de la dominación de los territorios sociales que incluye a las personas que los habitan, sobre todo, a otras agrupaciones juveniles (Cruz, 2014).

ACERCAMIENTO METODOLÓGICO

Se realizó una investigación cualitativa empleando una metodología hermenéutica- relacional5 con la finalidad de identificar algunas prácticas, discursos e instituciones que intervienen en el proceso de construcción de identidades como hombre joven en el poniente de Ciudad Juárez. Se tomó como base del corpus de datos la información derivada de los discursos de entrevistas semiestructuradas llevadas a cabo con seis jóvenes de la región que al momento de la entrevista contaban con edades de entre 18 y 25 años, y de la observación participante en algunos de los contextos donde transcurría su cotidianidad.

El trabajo de campo se realizó entre los años 2016 y 2017, a partir de cuatro incursiones, con duraciones de entre cinco y 15 días. Los principales ejes que guiaron la recolección de la información y el posterior análisis de contenido por categorías fueron la vida cotidiana y las experiencias afectivas significativas en la trayectoria de vida. Con base en los principios éticos de la investigación, los datos de identificación de los participantes fueron resguardados para proteger su integridad.

Asimismo, una primera aproximación que orientó el estudio de los procesos identitarios de los participantes fue situarlos dentro de la estructura social de la ciudad, caracterizada por el predominio de relaciones asimétricas de poder que generan vínculos sociales de dominación, explotación y/o alienación de subjetividades. Es en esta ubicación contextual en la que los jóvenes cotidianamente ocupan posiciones de subordinación que dificultan su capacidad de agencia en tanto sujetos sexuados, políticos y sociales (Nateras, 2016; Reguillo, 2005; Urteaga y Sáenz, 2012).

VIOLENCIA, NARCOTRÁFICO Y VIDA COTIDIANA

En el poniente de Ciudad Juárez la violencia muchas veces mortal, y casi siempre representada por los cárteles del narcotráfico, devino desde hace una década el principal ordenador de la vida cotidiana y/o efectiva de los participantes. Es “la mafia”, que valiéndose de distintas prácticas violentas, detenta el verdadero control social en esa región, con incidencia directa en la práctica social y las subjetividades que ahí se construyen.

A partir de 2008 muchas de las agrupaciones juveniles del poniente de Ciudad Juárez modificaron sus prácticas de socialización cotidiana, tal y como sucedió con el pandillerismo, con “el barrio”, que prácticamente desapareció en sus formas tradicionales debido a que algunas de sus prácticas constitutivas, como el agrupamiento y la apropiación violenta de espacios públicos, devinieron casi imposibles debido a la peligrosidad que adquirieron. Israel, un joven de 19 años, habla sobre algunas experiencias violentas que lo forzaron a “cambiar de vida”. En el año 2011 “la mafia” asesinó a varios de sus “compas”, pues esta última consideró que sus formas de socialización atentaban contra su dominación territorial; esta violencia mortal contribuyó en la trasformación de su identidad, esa de “cholo… bueno, de pandillero, pos”:

No, pues haz de cuenta pues dos tres rollos, o sea que empezaba eso de la mafia y todo ese pedo…o sea que empezaba la mafia , empezaban acá a llegar esos güeyes y pos ya no querían que calentaran el terreno , y empezaban a levantar gente , y pos dos tres compas sí los levantaron y les dieron acá kill; y yo pus vi ese rollo, y dije ¡no pus fuga !... como que esos güeyes [la mafia] no querían… como que, no calentar el terreno , porque esos güeyes llegaron y como que sabían dónde es el pedo , y uno que es cholo , no cholo , bueno, pandillero, pos, viene otro barrio, pues se arma la campal , los vergazos , botellas, se hace un desmadre , pero esos güeyes no quieren, como que no quieren que venga la policía o ese pedo, ¡sí!, como que quieren ya más terreno (Israel, comunicación personal, 25 de marzo de 2017).

La Violencia en poniente de Ciudad Juárez, un fenómeno añejo

La violencia que se vive en el poniente de Ciudad Juárez no comenzó hace diez años, a partir de la instalación y la operación de los grupos del narcotráfico en la región; desde hace décadas que los hombres de esa región han sido socializados sobre ejes de dominación y control que utilizan la violencia como principal medio relacional, muchas veces con consecuencias mortales. José Luis, un joven de 25 años de edad que actualmente trabaja como “supervisor” en la maquila, refiere que una de las experiencias “más dolorosas” que ha vivido es el asesinato de uno de sus “hermanos simbólicos” debido a que ambos participaban activamente en el pandillerismo. El homicidio ocurrió hace 12 años, y por tanto es anterior al periodo de violencia exacerbada asociada con las disputas entre los cárteles del narcotráfico:

Lo primero que pasó cuando falleció uno de mis amigo s, bueno era como mi hermano , era mi mejor amigo el que falleció, teníamos catorce, quince años y pues por andar ahí pues así en los barrios y todo, pues tocó la mala suerte que él fue el que falleciera... estábamos ahí platicando todos los del barrio, todo igual… estábamos así y llegaron los de un barrio de acá arriba que son los de X, llegaron y empezaron a hacerla de pedo… sino lo que vimos que la cagó un chavo de nosotros fue qué fue a rayar hasta allá, sabiendo que nosotros no podíamos cruzar de nuestro barrio ¿verdad?, y ya empezaron a hacerla de a pedo y sacaron una pistola, un cuete , y cuando lo sacaron prácticamente todos corrimos, pero cómo que mi amigo se quedó más impactado, cómo que ¡a no manches!...cuando iba a saltar fue cuando le dispararon, le dieron tres balazos en la espalda y pues prácticamente cayó al barranco de golpe (José Luis, comunicación personal, 29 de marzo de 2017).

Hombres jóvenes del poniente, víctimas recurrentes de la violencia

El fenómeno de violencia en Ciudad Juárez ha acabado con la vida de miles de hombres jóvenes en la última década. También ha generado otro tanto de víctimas que la mayoría de las veces sufren en silencio, a las que cotidiana y permanentemente se les invisibiliza: jóvenes de los que nadie habla ni se ocupa, aún y aunque hayan vivido experiencias dolorosas muchas veces traumáticas, asociadas con el asesinato de algún ser querido o con agresiones que han puesto en riesgo la vida de alguien cercano e incluso la propia.

Fredy, un joven de 21 años actualmente empleado en la maquila, es una de las miles de víctimas indirectas que la violencia mortal ha producido en esa región. Este joven habla sobre el homicidio de uno de sus amigos, ocurrido en el año 2013, durante su vida de estudiante. Considera esta experiencia violenta como “lo más triste” que ha vivido, y que impactó negativamente en su afectividad, dificultó gravemente el ejercicio del lazo social y reforzó su deserción escolar. En su relato también se observa una criminalización de la víctima directa:

Pues lo más triste… qué será… cuando mataron a mi compa , sí pues, era un compa de ahí de la prepa, siempre andábamos para todos lados juntos, siempre cotorreando pa’ llá y pa’ cá, de la prepa a comer o de la prepa a su casa o a mi casa; y ahí andábamos, ya hasta que un día me entero que le dieron piso , lo mataron porque andaba en cosas malaséramos muy unidos, machín , fue lo más triste… cuando lo matan, pues yo ya no quería salir, ya no quería hacer muchas cosas, por decir, con él, pues en veces nos íbamos, nomás él y yo, nos íbamos, en veces su novia o mi novia o sus amigos y mis amigos, y como que… ‘¡no hay que dejarnos caer por esta acción!’, ‘¡vamos pues a salir adelante ¿no?!’, yo pues la neta mejor en la casa y en la casa, de la escuela a la casa y ahí nomás (Fredy, comunicación personal, 26 de marzo de 2017).

Para los jóvenes, el fenómeno de violencia no es impersonal o abstracto, para ellos las víctimas directas resultan ser hermanos, amigos o padres, sin mencionar que no pocas veces experimentan un alto grado de implicación en los hechos violentos, intensidad que generalmente deviene traumática con efectos perjudiciales que perduran a través del tiempo. Jesús, un joven de 19 años que gusta de practicar futbol, refiere que “lo más doloroso que ha vivido” ocurrió en 2014, cuando “le tocó ver” que “balacearon” a su padre, un expresidiario acusado de distribuir drogas y de intento de homicidio, y que a decir del joven era miembro de “Los Aztecas”, en permanente y mortal disputa con “sus contras”:

Cuando recién salió mi jefe [del CEFERESO] 6 me tocó ver cuando lo balacearon y yo waché todo, recuerdo que ese día me quedé en su cantón ; me dijo ‘vente, vamos a comprar menudo’ y le dije; ‘¡simón, arre!’; llegó una camioneta y le preguntaron: ‘hey X’, y ya, pos mi jefe se arrimó y le dijeron ‘presta dos bolsas’ [con marihuana], les dijo; ‘simón’, y en lo que se volteó, pos ahí ‘taz-taz-taz’… yo estaba bien agüitado… dije ‘¡a la madre ya lo chingaron !’, y luego pos no sé… la imagen de verlo ahí tirado al piso [sic], me quedé en shock , lo miraba y decía ‘¡ no, qué rollo !’; luego un compa salió a madres, se agarró una fusca, correteó a los güeyes de la troquilla ‘taz-taz-taz’, y se chingó a uno… a mi jefe de volada lo subimos a la camioneta… y fuga … duró como una semana en terapia intensiva… Hay veces que no puedo dormir porque tengo la imagen de verlo ahí tirado, la sangre y todo balaceado (Jesús, comunicación personal, 26 de octubre de 2017).

También existen casos en los que los jóvenes del poniente resultan ser las víctimas directas de la violencia que los grupos del narcotráfico ejercen en la región. Jóvenes que aunque no perdieron la vida, sufrieron experiencias violentas traumáticas que trastocan significativamente su identidad. Israel narra cómo “la mafia” estuvo a punto de asesinarlo debido a sus prácticas identitarias como hombre joven de la Zona poniente:

Haz cuenta [sic] que una vez llegaron, pero contra mí, ‘a ver pues, súbete’, ‘no pues ¡arre!’; y ya pues qué hacía, ya con un cuete, pues ya me subí y ya desde ahí me empezaron a verguiar, y ya qué: ‘¿tu pinche barrio qué güey?’ y ‘no, pues ahí andamos, tirando la placa sabe qué, qué pedo’, y no, pues me empezaron a dar cachetadas, vergazos , ‘¿quieres qué te quiebre?’ dije ‘¡no!’, pues ya paniqueado , ‘¡no, pues qué carnal, no hacemos nada malo, nos defendemos de quien nos tire!’, y ya pues ya me soltaron, ya después de un día; al siguiente, ya como a las ocho de la mañana, y ya me soltaron, ya me fui pa´l cantón , ya fui pensando, mientras se me curaban vergacillos que me dieron y los vergazos , ¡sí! (Israel, comunicación personal, 25 de marzo de 2017).

Algunas consecuencias subjetivas-relacionales de la violencia

Aunque la violencia ha llegado a formar parte de la cotidianidad y de la cultura juarense, esto no significa que haya perdido su efecto perjudicial, muchas veces traumático, por el contrario, provoca permanentemente significados asociados al dolor cuando la experiencia resulta cercana en términos relacionales y afectivos.

El homicidio no solo provoca dolor entre las personas que pierden a un ser querido, también genera frustración y desamparo asociados con las asimetrías de poder que las víctimas indirectas perciben con relación a los supuestos victimarios. La mayoría de las veces los asesinos son representados como integrantes del narcotráfico debido al tipo de prácticas violentas utilizadas para matar. Delitos que acontecen dentro de un contexto social de impunidad que impide a los deudos el acceso real a la justicia. En el caso de los hombres jóvenes, adicionalmente experimentan ciertas presiones y límites que los estereotipos de género tradicionales les imponen en la verbalización de emociones como el miedo o la tristeza, tan comunes en este tipo de experiencias.

Gabriel, un joven deportista de 18 años, habla visiblemente conmovido sobre “lo más difícil que ha vivido”. Narra un par de vivencias asociadas con la muerte de seres queridos entre las que se observan diferencias significativas. Por un lado, la defunción “natural”, que ocurre por “enfermedad”, aunque dolorosa, encuentra menores complicaciones para su elaboración subjetiva-relacional. Por otro lado, habla del homicidio, fenómeno caracterizado por la opacidad, tanto en los motivos como en la identificación de los perpetradores, circunstancias que dificultan gravemente su elaboración. También denota ciertas dificultades en el autoreconocimiento de la emotividad asociada con las defunciones:

…a él [el abuelo] no lo mataron ni nada de eso , llegando al hospital él murió de una enfermedad que tenía… a él [el padrastro] también lo mataron, lo asesinaron; de eso ya tiene como cinco años… no pues él andaba tomando con unos amigos y de repente llegó una troca y se los subieron , y se los llevaron, y ya, lo tiraron ahí por donde está El Camino Real , de ahí ya no supimos nada … sí fue difícil… más para mi mamá” (Gabriel, comunicación personal, 26 de octubre de 2017).

El homicidio masculino también confronta a los jóvenes con la posibilidad de la propia muerte a través de los mismos medios y por los mismos personajes, sobre todo cuando la víctima resulta ser otro joven, alguien del grupo de pares con quien existía una fuerte vinculación no solo de correspondencia, sino afectiva. Israel narra cómo el asesinato de sus “camaradas” intempestivamente lo posicionaron ante el riesgo de morir, experiencias que contribuyeron en la trasformación de su identidad:

…lo aprendí también por cabeza propia y por cabeza de otros güeyes, pus miraba como, como iban cayendo mis camaradas … hasta el día que me tocó, dije; ‘ mejor fuga , mejor a la verga’ , mejor me abrí , porque otro día va a ser la mía, me va a tocar a mí… y ya pus me alejé del barrio y de las calles” (Israel, comunicación personal, 25 de marzo de 2017).

Independientemente de sus prácticas cotidianas, los jóvenes del poniente viven permanentemente amenazados por la violencia que ahí acontece. Jesús narra cómo las prácticas violentas asociadas con el estilo de vida del padre amenazaron su integridad y provocaron un distanciamiento relacional y afectivo con él:

Pos no me entona ir pa´ llá, porque él [el padre] sigue igual, con las drogas, las armas y todo, y pos la última vez que fui me quisieron levantar porque era su chavillo y pos quién sabe cómo me salí corriendo, dije: ‘a la verga de aquí me voy’, salí a madres y esos güeyes iban atrás de mí, y ya llegué a un cantón y me metí y un señor me dijo ‘arre, métase mi’jo no hay pedo’, y ya pos me metí, me brinqué para atrás de un cantón y ya salí a madres y ya dije: ‘¡no, a la verga, no vuelvo allá!’, yo creo que eran los contras de él … pos es que mi jefe es Azteca y Los Mexicles andan en broncas… por eso no me he parado allá (Jesús, comunicación personal, 26 de octubre de 2017).

Otro de los efectos que genera la violencia entre los jóvenes del poniente de Ciudad Juárez son los desplazamientos forzados, que llegan a movilizar familias enteras casi siempre al interior de la misma región. Jóvenes como Israel o Jesús se vieron obligados a abandonar intempestivamente su lugar de residencia con el objetivo de salvaguardar la integridad personal o la de algún miembro de la familia. Tomás, un joven de 18 años sumamente tímido que “siempre se la mantiene en la calle”, “puro estarse drogando”, comentó que en 2016 la violencia asociada con los grupos del narcotráfico generó la mudanza familiar al barrio donde se realizó la entrevista:

Es que no es queriendo , tuvimos un pedo ahí en X y nos tuvimos que venir pa´ cá…sí pos nos fueron a hacer un desorden ahí en la casa, nos quebraron vidrios y todo…pus nos amenazaron que nos iban a matar … dicen que tienen mucha gente movida aquí y allá en Mazatlán y otros lados , que pueden venir hasta acá y que no sé qué…desde ese día que dijeron que nos iban a matar no he visto movimiento…pero mejor no confiarme porque si no… (Tomás, comunicación personal, 26 de octubre de 2019).

Si bien al lugar al que llegan los jóvenes desplazados representa un entorno “seguro”, con ordenamientos sociales similares en comparación con el lugar de procedencia, también es cierto que representa un territorio simbólico “ajeno” del que constantemente son excluidos violentamente, sobre todo si buscan participar del espacio público. Jóvenes que con base en los ordenamientos juveniles y de género dominantes en la región, experimentan presiones y agresiones físicas por parte de sus pares. El propio Tomás habla sobre algunas de las prácticas violentas que acontecen entre los hombres jóvenes del poniente, las cuales también afectan a las mujeres, toda vez que resultan cosificadas:

Solo fueron los tres primeros meses q ue nadie me quería , me bronqueaban por unas morras y a mí la neta no me gusta estar bronqueando por una morra, mucho menos si la morra le mente duro , aquí duro al bato … como pasa algo y le dice a otro bato cosas que no, y me vienen a bronquear los batos y me caliento , pos me meten un chingadazo y me caliento (Tomás, comunicación personal, 26 de octubre de 2019).

Identidades juveniles, respondiendo subjetivamente y relacionalmente ante la violencia

La violencia que acontece en el poniente de Ciudad Juárez se impone a sus jóvenes de manera masiva, urgente e intensa en el más alto grado, obligándolos a elaborar distintas posturas que les permiten salvaguardar su integridad y seguir formando parte del contexto social. Incluyen el abandono del lugar de residencia, de los contextos de participación cotidiana e incluso de personas cercanas afectivamente, toda vez que les representan un peligro. Elaboraciones que también resultan conflictivas y dolorosas al ser obligadas e intempestivas, que en ocasiones son vividas como verdaderas pérdidas del ser toda vez que atentan contra la propia identidad. Israel, al hablar sobre “lo más difícil que ha vivido”, visiblemente confundido da cuenta de las cruentas trasformaciones que su identidad sufrió a causa de distintas experiencias violentas:

¿Lo más difícil?… pues no sé… vivir esta vida… he tenido dos tres problemas, pero pos quitármelos es el pedo… ¿sabes cuál?, ¡ajá!… sí pues, lo más difícil pues… pues no sé, no seguir los mismos rollos de otros batos , o sea ya no ir a lo de los camaradas , o sea ya no estar ahí porqué es como si ya no estuvieras , lo más difícil es el día que me mataron a esos güeyes , es lo más difícil que he vivido y pues me soltaron ya verguiado (Israel, comunicación personal, 25 de marzo de 2017).

Aunado a las condiciones de pobreza y vulnerabilidad, la violencia también precipita el ingreso formal de los jóvenes al campo laboral; incorporación que acontece sobre todo a la maquila, que aunque les representa bajos sueldos y malas condiciones, es una de las pocas opciones que tienen para acceder a un proyecto de vida dentro de la legalidad, que ha sido negociado contextualmente, es decir, que les ofrece ciertas condiciones de seguridad. Otros más se ven obligados a readaptar sus prácticas de socialización, sobre todo entre pares, trasladándolas a “espacios cerrados” que brindan mayores condiciones de seguridad, además de que sufren ciertas autorregulaciones.

Muchos jóvenes, como Israel (comunicación personal, 25 de marzo de 2017), siguen “agarrando la loquera…pase, mota, birra, ¡nomás!...la fiesta…la pachanga, entre homies, pero entre drogas, una que otra morrita” aunque ahora “la cortan temprano” porque al otro día “hay que ir al jale”. Otros más, como Fredy, que aunque continúan consumiendo drogas, “un toquecillo de vez en cuando, una birra, cigarros y así” (comunicación personal, 27 de marzo de 2017), lo hacen en casa de algún amigo, y casi siempre en fines de semana, cuando ha concluido la jornada laboral. Mientras que otros, como en el caso de Jesús (comunicación personal, 26 de octubre de 2017), reorganizan su cotidianidad entre las antiguas y nuevas prácticas, “después del jale… unos días la retita, unos días la morra y otro día las cheves, unas birriecitas”.

En el mismo sentido, y cuando su economía lo permite, los hombres jóvenes del poniente también utilizan las nuevas tecnologías de la información para establecer relaciones afectivas, amorosas o eróticas. Un tipo de vinculación contemporánea que también les permite protegerse de la violencia.

Hay jóvenes que ingresan en contextos de práctica que otrora no eran atractivos como “la iglesia”, “el centro comunitario”, “el parque”, o en actividades artísticas, a partir de lo cual desarrollan “nuevas” adscripciones identitarias que se entretejen a las limitaciones que impone la violencia. Trasformaciones que no siempre son favorables, como en el caso de Tomás, quien después de mudarse obligadamente construyó una “nueva” identidad, ahora como “drogadicto”, ahí “en el parque”, que más allá de los daños a su salud y la discriminación que le provoca, en la praxis le ha permitido integrarse a la organización social masculina-juvenil que acontece en su nuevo barrio, eso sí, ocupando uno de los lugares más bajos dentro su estructura jerárquica:

No, pos siempre me la mantengo en la calle ; bueno, no siempre, no tanto, ni todo el día, pero sí todos los días me la mantengo aquí en el parque, desde la mañanita hasta la noche y pos ya que todo mundo está aquí , pos es todo lo que hago en mi día nomás, y como ahorita dejé de trabajar pues con más razón vengo aquí al parque, y pos ya es lo único que hago , la neta, puro estarme drogando … ya ahorita soy un drogadicto como dice toda la gente, yo me siento lo que dice la gente , todos los días fumando mota y andar en la calle y pos cómo que… ¿cómo le llamarían a uno así?... pos drogadicto ¿no? (Tomás, comunicación personal, 26 de octubre de 2019).

Existen otros casos como el de José Luis, en el que los jóvenes echan mano de las artes, en su caso, de la música rap, para elaborar algunas experiencias violentas y trasformar su identidad lo mismo que el contexto social; jóvenes que asumen un papel mucho más activo en la recuperación no violenta de espacios públicos, siempre hasta donde su seguridad lo permita:

Dicen que este barrio es de muy mala fama , muy mala, sí pues, que les ha dejado malas experiencias [a otras personas del entorno], pero este barrio realmente desde que empezamos muchos chavos a rapear ha cambiado mucho , porque ha estado más el movimiento aquí y te digo que gracias al rap yo he salido un poco más adelante , porque pues es lo que me ha ayudado a cambiar en mi vida… todos los domingos vamos como a un eventillo que hacemos, que prácticamente queremos hacer un movimiento aquí en Juárez …que es para juntarnos todos los domingos c on los chavos que rapean para poder hacer algo más (José Luis, comunicación personal, 29 de marzo de 2017).

ALGUNAS CONSIDERACIONES A MANERA DE CIERRE

En el presente estudio se encontró que la violencia, muchas veces mortal y representada predominantemente por los cárteles del narcotráfico, destaca como el principal ordenador de la vida cotidiana y afectiva para los jóvenes participantes, e incide significativamente en la construcción de sus identidades, sin que ello implique homogeneidad entre ellos, ni la reproducción automática de los discursos o prácticas sociales dominantes; por el contrario, conlleva una complementariedad relacional que incluye concordancias, pero también discrepancias, lo mismo que el desarrollo de distintos tipos de participación y posturas.

La violencia es un fenómeno añejo en la región, que ha estado presente en los distintos contextos donde participan los jóvenes, aunque en la última década trastocó sus formas tradicionales de socialización entre pares, con la familia, con los adultos, y en general, con la organización social de la región, toda vez se convirtieron en las víctimas por antonomasia.

En el poniente de Ciudad Juárez la violencia resulta un elemento estructural y estructurante de la realidad social, que incide directamente en los jóvenes de la región. Esta violencia ha posibilitado el juvenicidio, el ingreso al pandillerismo o al narcotráfico, el desplazamiento forzado, el consumo exacerbado de drogas e incluso, la ruptura o distanciamiento en las relaciones afectivas. Esta violencia también interviene en la deserción escolar, en la incorporación anticipada al campo laboral, a la vida en pareja o a la paternidad. Todas las prácticas sociales anteriores forman parte del proceso de construcción de identidades como hombres jóvenes de la Zona poniente.

Ante los distintos contextos de violencia, los jóvenes responden pragmáticamente, construyendo identidades que les permiten salvaguardar su integridad y seguir formando parte del contexto social. Elaboraciones que las más de las veces resultan conflictivas, al ser obligadas e intempestivas, lo mismo que dolorosas debido a los daños que la violencia genera, y que es la que las motiva. Experiencias que por su intensidad y permanencia en muchas ocasiones devienen traumáticas, sostenidas fuertemente por el contexto de impunidad e ilegalidad, y por una ideología de género que mantiene vigente formas tradicionales y estereotipadas de ser hombre como aquel que enfrenta, el que no debe mostrar miedo, el que no “se raja”, “no se abre”, el que confronta, aunque vaya su vida de por medio.

También se observó que los jóvenes asumen una posición activa ante el fenómeno de la violencia, y que desarrollan distintas acciones de resistencia identitaria que les permiten conservar parcial, temporal o contextualmente algunos de sus elementos constitutivos, ajustándolos a las limitaciones que el contexto impone. Operaciones que incluyen: cambio de residencia, incursión anticipada al campo laboral, sobre todo en la maquila, autorregulación de las prácticas sociales y su traslado a espacios “cerrados y seguros”, utilización de tecnologías de la información para establecer vínculos sociales, participación en grupos comunitarios, desarrollo de actividades deportivas o artísticas, como el rap, o el consumo severo de drogas.

Asimismo, aunque los jóvenes resisten, trasforman o desarrollan “nuevas” identidades debido a los contextos de violencia exacerbada; dichas elaboraciones guardan relación con aquellas que se asumían previamente. Estas identidades se articulan a partir de su condición de hombre joven, en ellas convergen el género, la sexualidad, la clase, la etnia y la condición juvenil, las dimensiones construidas histórica y culturalmente; es decir, que difícilmente pueden abstraerse de ciertas ideologías de dominación y control que imperan en la región, de ordenadores que posibilitan su incursión al narcotráfico o el pandillerismo, en el consumo explosivo de drogas, las riñas, o en algunas elaboraciones artísticas que promueven el sometimiento y la humillación del otro.

La violencia sigue estando presente en la clasificación que los jóvenes hacen de las mujeres, en actitudes homofóbicas, en el ejercicio de la sexualidad íntimamente relacionada con fines reproductivos, en la construcción de proyectos de vida a partir de roles de proveeduría cuando llegan a ser padres, el cuidado de los otros, o como “jefes” de familia, en dificultades para el autocuidado y en los problemas para verbalizar necesidades emocionales.

Finalmente, estudiar el proceso de construcción de identidades como hombre joven en la Zona poniente de Ciudad Juárez, permite ampliar el conocimiento sobre su compleja realidad social y las identidades que ahí acontecen. Este conocimiento constituye un bien común que posibilita la trasformación socio-identitaria sobre todo entre los jóvenes participantes, en tanto sujetos activos en la construcción de la realidad social y de sus identidades, cuyas voces pueden ser escuchadas por otros, y resignificadas por ellos.

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3Nombre coloquial con el que se denomina a la industria maquiladora.

4Cruz (2016) señala que la identidad de cholo en Ciudad Juárez surge como fenómeno juvenil, trasfronterizo y contracultural. Que más allá de cierta vestimenta o caló, se caracteriza por la segregación étnica, el consumo de drogas, violencia, pobreza y cierta vergüenza por la propia cultura. Una identidad proscrita, rechazada y en ocasiones, perseguida.

5Las construcciones individuales son extraídas y reelaboradas a través de la interacción entre el investigador y el investigado al mismo tiempo que son interpretadas por ambos con el objetivo de crear cierto consenso al respecto.

6Centro Federal de Readaptación Social.

FinanciamientoEl autor agradece al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT) el apoyo para realizar estudios de Doctorado en Psicología en el que desarrolló del presente trabajo (CVU/No. Becario: 323958/230234).

Recibido: 20 de Octubre de 2018; Aprobado: 09 de Mayo de 2019

Translator: Miguel Rios

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