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Frontera norte

On-line version ISSN 2594-0260Print version ISSN 0187-7372

Frontera norte vol.17 n.34 México Jul./Dec. 2005

 

Reseñas bibliográficas

 

El Paso. Local Frontiers at a Global Crossroads

 

José L. Coronado Ramírez*

 

Víctor M. Ortiz-González, Minneapolis, University of Minnesota Press, 2004, 172 pp.

 

* Investigador de El Colegio de la Frontera Norte. Dirección electrónica: coronado@colef.mx.

 

La obra de Víctor Ortiz-González es un esfuerzo por desentrañar la complejidad de los espacios fronterizos desde una experiencia viva y comprometida con la región binacional El Paso-Ciudad Juárez, plena de contrastes y constantes cambios. Es un esfuerzo por apreciar la frontera desde una perspectiva teórica a partir del cuestionamiento de actitudes y representaciones culturales muy socorridas en las que se explica la frontera como "una tierra de nadie". En oposición a ello, el autor se interroga la pertenencia de tal espacio y si son los residentes sus propietarios o no, al enfrentar realidades locales y globales simultáneamente.

En este trabajo se incorpora la discusión —ya casi permanente— acerca del papel de la historia y de todos aquellos elementos que interrelacionan a los habitantes de un territorio determinado en la construcción de su espacio. Nos recuerda con gran nitidez las obras de E. Soja y D. Harvey cuando se analizan los lugares a partir de su realidad física, económico-social y cultural, con diferentes vínculos y aproximaciones metodológicas. Ortiz-González espera "sugerir nuevas vías de ver cómo viejos y nuevos parámetros de esas diversas dimensiones se sobreponen y fragmentan".

Nos dice que su intención está enfocada en "[...] la sobresaliente y compenetrada subordinación de las preocupaciones locales en los intereses no locales [...]" y que para ello intenta una reflexión acerca de "[...] la globalización y sus efectos en las múltiples transformaciones que implican sus contradictorios e inconclusos efectos [...]" en una frontera que todavía no ganamos ni perdemos y en la cual existen procesos de pobreza, violencia y caos sin precedentes, al mismo tiempo que altos niveles de confort y bienestar.

¿A quién pertenece la frontera?, se pregunta reiteradamente el autor, y desde el transcurso de sus reflexiones iniciales, expone una respuesta adelantada: la frontera pertenece a todos y no pertenece a nadie al mismo tiempo. No pertenece a nadie porque permanece abierta a todos y pertenece a todos porque se mantiene como una división reforzada y transgredida una y otra vez. Aborda lo que él mismo denomina "espectro del cambio"; es decir, argumenta que el carácter actual y heredado de El Paso como ciudad fronteriza estadunidense es la clave para entender su propia dinámica. Esta ciudad ha sido la vigésima tercera por su extensión en Estados Unidos y la décima en cuanto a condiciones de pobreza; situada en el extremo occidental de Texas, los 600 000 habitantes de esta urbe viven junto a casi 1.5 millones de mexicanos en Ciudad Juárez, séptima ciudad en importancia por su número de habitantes y con amplios márgenes de pobreza urbana.

Es aquí donde se observa la interconexión de elementos locales con flujos no locales de su vida económica y cultural. El autor menciona una "integración" entre México y Estados Unidos, principalmente a partir de los últimos 80 años, con una frontera donde la pobreza empeora y emerge en términos de género, etnia, edad, clase y divisiones nacionales, a partir de historias que envuelven a personas de origen mexicano principalmente. Historias que tienen facetas de éxito en parte, pero también de una pobreza mayor, comparada con el resto de la población estadunidense. Esta colindancia —insiste— ha permitido una "[...] dislocada coexistencia entre intensos intercambios comerciales y las más ásperas medidas para imposibilitar el flujo de personas que los procesos de integración hacen brotar de sus raíces".

Esta dinámica incorpora transformaciones complejas de relaciones económicas y sociales en un ambiente de aguda polarización y de una integración global intensificada. El autor se pregunta cómo apreciar y dar sentido a tales procesos de cambio, cómo formular respuestas democráticas a las tendencias opuestas, pues se comparten predicamentos con muchas ciudades del mundo, olas migratorias múltiples, relocalización de industrias e intercambio de productos y servicios intensos que reconfiguran el sentido de las fronteras nacionales así como los paisajes sociales y culturales en el ámbito local.

Lo local, lo global y lo empañado de un icono posmoderno existen, para el autor, con una claridad cegadora en la cristalización de las ambigüedades en la región fronteriza. De hecho reconoce la existencia de dos regiones contiguas que se sobreponen y distancian, al mismo tiempo, con asimetría y divisiones. La frontera entre México y Estados Unidos se compone de diversas ciudades y diferentes magnitudes demográficas y económicas, con una cualidad en común: el crecimiento y los flujos continuos de personas, bienes, materiales, tecnología y capital, al mismo tiempo que flujos de drogas, personas indocumentadas y desechos tóxicos. La frontera es un puente, pero al mismo tiempo es una barrera. El autor insiste en la existencia de una integración en proceso, aun cuando los flujos se observen fragmentados y con diversas intensidades. La cultura se cristaliza a partir de las intenciones de los que viajan hacia el sur como de aquellos que lo hacen hacia el norte, lo que genera múltiples contactos y relaciones multilocales. México es influido, pues numerosas comunidades rurales dependen del flujo de dinero proveniente de Estados Unidos, mientras que amplias comunidades de mexicanos crecen en aquel país.

Cuestionando el sentido que se le ha otorgado a la frontera como un área de tránsito exclusivamente, Ortiz-González nos aproxima a la clásica discusión acerca de la forma como se construye el espacio —de acuerdo con Henri Lefebvre—, recordando las categorías de análisis en torno a que los lugares son tanto producto de su historia como de los factores del propio espacio que interactúan con sus ocupantes. Lefebvre nos habla de la producción de la frontera como una frontera eterna. Las acciones, ideas y experiencias se traducen en prácticas espaciales como sucesos materiales, en representaciones del espacio como construcciones mentales y en espacios representados como significados existenciales adscritos al lugar, lo que tiene una aplicación directa a la realidad de El Paso.

La construcción de la frontera ha sido paulatina y a través del tiempo. Su nombre coincide con el sentido de senda o paso por el cual se ha transitado, incluso, antes de que existieran los países que ahora limitan en esta frontera. El Paso se produce a partir de su historia como un lugar de tránsito. Sí, pero con la participación de sus residentes y de la propia capacidad para soportar las prácticas espaciales necesarias, como una ciudad en frontera permanente, como eterna frontera. Su representación, en cambio, ha sido diversa en cada época, desde lugar de paso a sitio donde las condiciones de trabajo han permitido empezar y rehacer escenarios de vida nuevos. La frontera en El Paso ha llegado a experimentarse de diversos modos, a partir de los acontecimientos generalmente surgidos lejos de su propio territorio. Y su espacio representado se ha vivido como un sitio de pobreza e inmerso en una dinámica ascendente donde las decisiones en políticas públicas generalmente se alejan de la voluntad de sus habitantes.

Ortiz-González sugiere que la frontera es una encrucijada en una encrucijada, donde las asimetrías entre los países son lo que complica mucho la idea de integración en la cual se insiste. Aspectos culturales, políticos, sociales y económicos las profundizan, dado que, aun cuando aparentemente existen fuertes contrastes en ambos lados de la frontera, también existe una evidente pobreza en ambas ciudades, además de una tendencia muy clara en la ampliación de las polarizaciones en el ingreso y en el empobrecimiento de la mayoría de sus habitantes, tanto en México como en Estados Unidos. La continuidad entre las dos ciudades se rompe a partir de los retrasos en el punto de inspección de Estados Unidos. Son reglas que no han sido acordadas por los habitantes de la región y constituyen un ejemplo de una clara subordinación de lo local a lo no local, con costos en los posibles parámetros de integración de los dos países.

Por ello se considera que la actual región de El Paso se encuentra en una encrucijada en su papel y significado tradicional de encrucijada. Para demostrarlo, Ortiz-González nos relata cinco aproximaciones empíricas que defienden las posibilidades de prácticas espaciales centradas en la colaboración y participación ciudadanas: primera, el movimiento laboral, ejemplificado en "La mujer obrera", el cual promueve los derechos y oportunidades de las trabajadoras de la confección, visualizadas por él como un punto clave en la región contemporánea; segunda, la promoción de estrategias de negocios para el desarrollo de parques industriales masivos en ambos lados de la frontera; tercera, el desarrollo de una amplia base industrial; cuarta, la fundación de la cámara de comercio hispánica, que promueve a posiciones de poder a latinos, en oposición a las tradicionales elites; y por último, el movimiento popular de El Paso Unido, que se opone a las acciones del estado de Texas que limitan los recursos fiscales y de política pública para los servicios de la ciudad. Cada ejemplo tiene esbozada su propia ruta paralela, sus propias condiciones de organización y prioridad, así como profundos análisis que se constituyen con un sentido hacia la "producción" de una ciudad en un espacio abierto.

Ortiz-González nos hace reflexionar acerca de que existen múltiples parámetros y delimitaciones en el espacio fronterizo. Nos habla de "[...] proximidades distantes y fronteras locales, [...] de espejismos y sobreposiciones" y trae a la memoria las reflexiones de David Harvey y su noción de la "compresión del espacio y el tiempo" debido a los avances tecnológicos que directamente modifican y transforman las comunicaciones, en particular los flujos de información, y abren posibilidades operacionales en una nueva relación entre competencia y tecnología, un mundo cada vez más encogido en el cual el sentido de la proximidad provoca profundos procesos de cambio. De la misma forma reflexiona en torno a la idea de Robert Reich acerca de que los factores no económicos juegan cada vez con menor peso en una intensa competencia, aun cuando los beneficios no se distribuyan más igualitariamente, y más bien lo hagan al contrario, acusando una marcada polarización.

Resumiendo a ambos autores, afirma que es en el sentido de tales tendencias como "La oportunidad se ha incrementado y las distancias se han contraído". Además nos recuerda, de acuerdo con la obra de Zygmunt Bauman, las tremendas contradicciones que se observan, por ejemplo, entre un turista y un vagabundo, como la analogía inevitable entre los habitantes de las regiones que poseen no solamente la apropiación del tiempo y el espacio a partir de oportunidades incrementadas, y aquellos que, carentes de dinero, conocimientos, habilidades y capital social, desperdician el tiempo por no tener espacio propio, obligados, una y otra vez, a buscar opciones de supervivencia ante reglas locales que se definen globalmente.

Para el autor, los beneficios crecientes de la posición geográfica de la frontera son mejor aprovechados por los residentes de otras regiones, lo que considera como una instrumentalidad alienada: los flujos carreteros y las maquiladoras son ejemplos ya recurrentes en estudios y tratados diversos. Identifica este proceso como una propensión del espacio hacia el hiperespacio, pues las instrumentalidades han existido desde siempre, pero ahora en el nivel de nuevos símbolos obligados que ejercen un poderoso impacto. La sociedad industrial —nos dice— ocupó —y ocupa— un espacio, mientras que la sociedad de la información ocupa un hiperespacio. Este nuevo escenario hace que las prácticas espaciales estén subordinadas a los significados adscritos al espacio, es decir, a los espacios representados. En el caso de la región de El Paso, según Ortiz-González, los símbolos coinciden en transgresiones como la violencia, la contaminación, los embotellamientos viales y el caos. Las prácticas espaciales en la frontera y los espacios representados convergen; no surgen de ella.

La identidad del habitante local y la del no local se encuentran también en discusión. El hecho de haber nacido el autor en El Paso, habiendo vivido y estudiado en Ciudad Juárez para posteriormente trabajar "lejos" de la frontera y escribir acerca de ella, lo hacen cuestionar las propias pertenencias y las de sus coterráneos. Ortiz-González se pregunta: "¿Quién es local en este territorio accidental de flujos y desplazamientos?" y "¿Quién es no-local en este abierto y sobretransitado espacio?". Son dudas que alimentan el conjunto de su obra, y en ella se encuentran y proponen respuestas a partir de un balance etnográfico detallado con precisos filones teóricos.

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