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Frontera norte

On-line version ISSN 2594-0260Print version ISSN 0187-7372

Frontera norte vol.17 n.33 México Jan./Jun. 2005

 

Reseñas bibliográficas

 

Tijuana la horrible: Entre la historia y el mito

 

Luis Ernesto López Aspeitia*

 

Humberto Félix Berumen, Tijuana, B. C., El Colegio de la Frontera Norte y Libros Península, 2003.

 

*Estudiante del doctorado en sociología de la Escuela de Altos Estudios de París. Dirección electrónica: laspeitia@yahoo.fr.

 

El libro de Humberto Félix Berumen es una defensa apasionada de la historia y la riqueza cultural de la ciudad de Tijuana y, por ende, una denuncia de la imagen de Tijuana como un lugar de turismo sexual, violencia y degradación moral. Igualmente es un análisis semiótico de la diversidad de textos y lecturas a los que Tijuana ha dado lugar, sea en la literatura, el cine o la música, es decir, en el imaginario social de la cultura popular, tanto en México como en Estados Unidos. En la lectura de sus páginas, pasamos del panfleto emotivo a la erudición académica; de la crítica de arte a la anécdota ilustradora, todo ello, al servicio de una hipótesis más bien simple: de la diversidad de representaciones sociales con las cuales Tijuana ha sido observada, significada, construida o apropiada, predomina una en la que la ciudad se construye como una encarnación del desorden social y moral, de la violencia y la falta de ley, de la corrupción y el narcotráfico.

El trabajo de Berumen no se contenta con mostrar efectivamente la imposición de este significado de la ciudad de Tijuana; su propósito es mucho más ambicioso: se trata de desmontar el mito, volver evidentes sus efectos, los dispositivos con los cuales funciona y, por consiguiente, liberar el campo que éste coloniza al juego de las representaciones simbólicas diversas. A estas dos dimensiones se suma una tercera, que vuelve la empresa aún más compleja: el autor se interesa en mostrar el origen histórico del mito, la manera en que éste se impuso y sus efectos sociales hasta el día de hoy.

La primera tarea que emprende Humberto Félix Berumen es, pues, la de demostrar la existencia del mito de Tijuana como una anticiudad, como "[...] la ciudad del vicio y de la perversión por antonomasia" (p. 24). Situándose desde una perspectiva centrada en el análisis discursivo de los relatos que se han producido sobre Tijuana a lo largo de la historia, que datan desde finales del siglo XIX pero que se concentran en dos períodos —entre los años treinta y cuarenta y en los años recientes—, el autor se esfuerza en convencernos cómo la identificación de Tijuana como una ciudad decadente, epítome de aquello contra lo cual el occidente puritano se ha construido, es producto de un largo y consistente proceso histórico de simbolización de Tijuana como una negación de los valores de la civilización occidental. Se trata no tanto de mostrar la secuencia histórica del mito —es decir, la historia de la aparición de cada uno de los relatos mitificadores de la ciudad de Tijuana—, sino más bien, de evidenciar cómo la misma historia de la ciudad, la misma imagen que ésta tiene de sí misma es producida por esos relatos. Así, el mito funciona como un dispositivo de gestión de lo pensable. Esto significa que el mito no es tanto un relato en sí, sino la operación simbólica que hace posible describir, pensar y experimentar la ciudad.

La estructura del libro está compuesta de tres partes. La primera destaca fundamentalmente los orígenes del mito de Tijuana como una ciudad del vicio, la ciudad-Babilonia, asociada a la función turística de la urbe como válvula de escape para la sociedad norteamericana durante el período conocido como la prohibición. Es el período de la llamada leyenda negra de Tijuana. Una segunda parte analiza el funcionamiento del mito como un sistema de gestión de lo simbolizable a través de la literatura, el cine y la cultura popular. Es el espacio de la mitología de Tijuana; es decir, de los relatos que se nutren del mito originario de la ciudad babilónica, que institucionalizan el mito al rango de verdad y que a su vez nutren las imágenes con las que los propios habitantes de la ciudad se significan a sí mismos. Finalmente, la tercera parte analiza los efectos de sentido del mito y la mitología, al mostrar cómo en la actualidad, bajo el discurso que evoca la ciudad como un espacio posmoderno, sigue operando la mecánica del mito, aunque ahora se presenta bajo la forma de un discurso mucho más académico. En esta tercera parte, el mito pierde su origen religioso, asociado a los temores y visiones puritanas de la sociedad norteamericana de los años treinta y cuarenta, para secularizarse bajo la forma de un lugar donde "todo lo sólido se desvanece", donde las identidades culturales son fluidas y donde prevalecen la hibridación y el caos sobre la identidad y el orden modernos.

Podríamos decir que, en términos de su mitificación, Tijuana pasa de la premodernidad a la posmodernidad sin jamás haber sido moderna. Desafortunadamente, el autor no sigue esa línea de mostrar cómo la representación simbólica de Tijuana, de estar anclada en relatos que oponen el orden moral de la sociedad puritana al desorden moral de la ciudad, pasa a imágenes que la diseñan como un espacio del desorden posmoderno en oposición del orden de la modernidad. Pero, ¿es que, en ese sentido, Tijuana nunca ha sido moderna? La respuesta parecería obvia pero no lo es, porque de la lectura de Tijuana la horrible no podemos extraer la consecuencia de si hubo o no un discurso moderno sobre la ciudad (aunque algunos relatos apuntan a que sí lo hubo).

De acuerdo con Berumen, la producción del mito de Tijuana es un "efecto de mirada". Está estructurado en los discursos y relatos creados desde afuera, fundamentalmente desde el imaginario social norteamericano. En él, la ciudad emerge como un espacio que produce sensaciones ambivalentes. En efecto, Tijuana atrae, al mismo tiempo que repele, a los ciudadanos norteamericanos que llegan a ella buscando diversiones que en su país están prohibidas. Al mismo tiempo que la ciudad se desarrolla como un enclave turístico, adquiere, en los discursos de la prensa de la época, el estatuto de ciudad maldita, de lugar de perversión. Es la leyenda negra. Como dice Berumen, bajo la forma de la llamada leyenda negra se esconde un aspecto mucho más profundo que está enraizado en la mentalidad norteamericana de entonces: el mito de la ciudad corrompida o caída; el mito babilónico.

Además del carácter religioso del mito babilónico o premoderno de Tijuana, la matriz mitificadora introduce otros elementos: el racismo de la sociedad norteamericana contra los mexicanos; el etnocentrismo; el carácter liminal que adquiere Tijuana como ciudad fronteriza, como un espacio indeterminado, como un no-lugar (Augé), en donde todo puede acontecer. Lo importante por destacar es el hecho de que el mito de la ciudad es una representación impuesta desde fuera por la mirada ambigua del extranjero, doblemente extranjero puesto que norteamericano y anglosajón. No sólo se apuntala la superioridad racial del occidente puritano, sino su superioridad moral. El mito premoderno de Tijuana está construido, entonces, con referencia al mito por excelencia de las ciudades perdidas: Babilonia. Éste se encuentra fundamentalmente en el relato novelístico de la época, en el que la metáfora de Babilonia sirve a la vez tanto para comparar la ciudad con el vicio y la decadencia, como para informar el significado mismo de la ciudad de Tijuana. Es decir, en la construcción de los relatos sobre la ciudad se pasó del enunciado "Tijuana es como Babilonia" al de "Tijuana es Babilonia" (pp. 181-206). El espacio literario fue el terreno por excelencia donde se construyó esta versión del mito, aunque no excluye el cine, la prensa ni el relato oral. El autor analiza con cierto detalle las obras de Dashiell Hammet (La herradura dorada), Joseph Wambaugh (Líneas y sombras), aunque también hay ejemplos de escritores del lado mexicano como Rubén Vizcaíno y Fernando del Corral.

Si el mito premoderno de Tijuana es producto de la mirada del doble extranjero, la producción del mito posmoderno es, al mismo tiempo, continuidad y ruptura: ruptura con la estructura religiosa del mito, y continuidad con la mirada exterior acerca de la ciudad. En este sentido, Berumen analiza, sobre todo, la generalización del mito de Tijuana ya no sólo como la ciudad caída, sino como la capital del caos, la violencia, el narcotráfico y la desnacionalización, tal como ésta es definida en la mirada del otro extranjero. del lado mexicano. En efecto, la mitología posmoderna de Tijuana es hija del centralismo y de la persistencia de los estereotipos con que se ha mirado la ciudad desde el centro del país. En esta otra mirada ya no predominan el racismo ni la superioridad moral, pero sí el reproche y el temor a la pérdida de la identidad nacional, así como la vulgarización y banalización del tema de la violencia y el narcotráfico tanto en el cine y la literatura como en los llamados narcocorridos. En este sentido, Tijuana ya no emerge como un espacio-otro, como una heterotopía, sino más bien como una antiutopía, como un relato negativo de anticipación del futuro que espera al país. El mecanismo por excelencia de esta mitificación de Tijuana es la música popular, fundamentalmente el narcocorrido, en el cual Tijuana aparece como el teatro de operaciones del narcotráfico donde reina el mundo de las drogas, la violencia y el desorden. Esta misma imagen ha trasminado, a decir de Berumen, el propio discurso académico. Así, para autores como Néstor García Canclini, Tijuana representa un laboratorio de la posmodernidad. Un elemento central del mito posmoderno de Tijuana es que éste funciona como referente para designar otras realidades sociales. Así, cuando se habla de tijuanizar, se hace referencia al aumento de la violencia, el caos y la delincuencia. Como dice el autor, Tijuana pasa del estatuto de ciudad mítica a ser "[...] una referencia mítica más. Su función simbólica consiste en servir de soporte para nuevas y diferentes representaciones sociales que aparecen condensadas a través de su nombre" (p. 351).

Considero que el libro de Humberto Félix Berumen representa un importante aporte a los estudios culturales de la frontera, sobre todo en la medida en que se aleja un tanto de lo que otros académicos están realizando en este momento. Sin embargo, la perspectiva adoptada en el libro, así como la carencia de estudios empíricos sobre el tema, hacen que el proyecto de desmitificación, en el que el autor pone tanto empeño, corra el riesgo del autosabotaje. Es un trabajo que evidencia, al mismo tiempo, la riqueza y los límites de los estudios culturales y, particularmente, de los análisis del discurso. Ciertamente, por las propias premisas del libro, quedan excluidas de antemano las referencias a los actores que consumen o hacen propio el discurso sobre Tijuana. Así, hablan en el libro aquellos quienes producen el mito pero no quienes lo habitan. Un estudio al respecto mostraría que los actores sociales no necesariamente reproducen mecánicamente el mito.

Otro problema deriva del carácter acrítico con que el autor asume los postulados de las distintas teorías que utiliza, algunas de las cuales son contradictorias. En el tratamiento que Berumen da a las fuentes no aparecen las prácticas sociales: sólo los contenidos semánticos, pero éstos no pueden confundirse con las prácticas sociales mismas. Un análisis de los actores sociales permitiría mostrar cómo ha cambiado la composición social de la frontera en los últimos años y las consecuencias de esos dramáticos cambios en las prácticas sociales de los habitantes de la ciudad. Finalmente, el autor excluye deliberadamente algunos discursos sociales que construyen la ciudad de Tijuana como un espacio de reconstrucción de identidades, como una "tierra de oportunidades". Este fondo narrativo no está sólo presente en el discurso político de los empresarios o los políticos locales. En muchas de las entrevistas que yo mismo he realizado, encuentro que predomina un discurso más bien positivo de los inmigrantes y las inmigrantes residentes en Tijuana, para quienes la ciudad es, ante todo, un lugar de trabajo. Con ello no quiero negar la tesis central del libro, pero sí apuntar la necesidad de relativizarla o al menos someterla a una contrastación empírica más amplia.

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