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Frontera norte

versão On-line ISSN 2594-0260versão impressa ISSN 0187-7372

Frontera norte vol.16 no.32 México Jul./Dez. 2004

 

Reseña bibliográfica

 

Tiempos de cultura, tiempos de frontera

 

Miguel Olmos Aguilera*

 

Sergio Gómez Montero, Fondo Regional para la Cultura y las Artes, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2003, 203 pp.

 

*Investigador del Departamento de Estudios Culturales de El Colegio de la Frontera Norte. Dirección electrónica: olmos@colef.mx.

 

Cultura y revolución

El texto de Sergio Gómez Montero es una invitación a recorrer diversos temas sobre crítica cultural, inscrita en la más auténtica y prolífica tradición marxista. Reconociendo la polisemia del concepto cultural y la importancia derivada de los trabajos antropológicos, el autor se sitúa en la crítica de la cultura política en contrapunto con la crítica del Estado nacional, su simbología y su reproducción ideológica. Además desarrolla otros temas de tipo cultural, artístico y folclórico vinculados con la crítica del Estado nacional.

Esta obra es particularmente valiosa porque introduce al lector, sobre todo en los primeros capítulos, en un panorama de la cultura desde el punto de vista del actor revolucionario, pues, como cita el autor, las referencias marxistas sobre cultura fueron tratadas por Carlos Marx y Federico Engels en textos dispersos y no fueron sino los revisionistas y los marxistas contemporáneos —sobre todo los marxistas como Gramsci, teórico de la superestructura— quienes realizaron reflexiones más amplias alrededor del tema de la ideología como parte integrante de la reproducción social. A este respecto, cabe destacar la errada definición señalada por Marx en el prólogo a la Crítica de la economía política sobre la determinación de la estructura económica, en última instancia, por encima de la superestructura. Esta aseveración fue el parteaguas del revisionismo marxista durante la primera mitad del siglo XX.

En el primer capítulo sobre cultura y revolución, escrito en la segunda mitad de la década de los años setenta, Gómez Montero, en su tradicional vertiente marxista ortodoxa, recupera postulados sobre la cultura y el marxismo y critica acertadamente el capitalismo y el imperialismo, que desembocarían, en los últimos capítulos, como la era de la globalización. La dominación capitalista lleva al autor a definir la cultura como la serie de conocimientos que permean la sociedad en su conjunto tanto en la superestructura como la estructura, debido a que el conocimiento difundido socialmente es generado por la dominación social de la clase capitalista y sirve como eje de poder. Esta posición salta a la vista cuando cita: "la cultura es en última instancia la que cambia y registra la totalidad de los cambios que origina una revolución" (p. 17).

Dentro de los cambios culturales y sociales que produce una revolución están aquellos que pertenecen al conocimiento artístico, utilizado también como arma revolucionaria o de dominación. Con todo, Gómez Montero se pregunta cómo se relaciona la cultura nacional con la cultura popular y el papel que han jugado el federalismo y los conflictos nacionales a partir del contexto cultural. Asimismo, en este apartado se discute incansablemente sobre la autenticidad de los sentimientos nacionalistas en autores como Orozco, Rivera y Siqueiros en la pintura, y en música Chávez, Revueltas y Moncayo, como forjadores del nacionalismo mexicano.

En el mismo capítulo, el autor señala la importancia del folclor en la reconfiguración del Estado nacional y destaca que el folclor es destruido por el Estado sirviéndose de él como justificación ideológica. Sin embargo, no hay que olvidar que los Estados nacionales de Europa y América Latina también echaron mano de las tradiciones populares para revertirlas al pueblo una vez resemantizadas por el Estado (Grim, Bartok, Lizt, Smetana).

Así, el autor enfoca su atención en las culturas regionales y su usufructo en pro del federalismo y del Estado nacional, y hace una reflexión sobre el fenómeno centralista en términos históricos, económicos y culturales. Para Gómez Montero (hace quizá 20 años), la conclusión latente, y con razón, se fijaba en la participación del Estado nacional en la sumisión real de las culturas regionales por una cultura nacional capitalista en menoscabo de otras culturas como las indígenas y de otros grupos que habitan al interior de una región. Con esta dominación se imponen patrones culturales lingüísticos como el uso del español por encima de las 72 lenguas indígenas, la imposición de reconocernos con una música en particular, la música de mariachi, o de ciertos estereotipos que, vistos desde el exterior, son considerados como fundamento de lo verdaderamente mexicano.

 

El indigenismo, folclor y símbolos nacionales

Para continuar explicando este proceso de dominación nacional, Sergio Gómez Montero analiza el indigenismo como piedra angular del colonialismo interno impulsado por el Estado nacional. El autor refiere que este colonialismo parte también de un intento de hacer uniforme al indígena. En este colonialismo interno, el autor destaca también la participación de los discursos antropológicos, suponiendo que la antropología, desde sus inicios, estudiaba y continúa estudiando, en cierta medida, al indio muerto, no al indio con problemas como los ocurridos en Chiapas. Sin embargo, teóricos del indigenismo y de la educación indígena como Aguirre Beltrán o Moisés Sáenz también vivieron su momento ideológico que los orilló a tomar ciertos postulados de colonización interna. De hecho, la antropología misma institucionalizada surge en el contexto nacionalista como necesidad de justificación nacional.

En la actualidad, el problema indigenista no se limita sólo a los conocimientos derivados de la academia antropológica sino a las políticas gubernamentales surgidas del capricho institucional. En este apartado, Sergio Gómez Montero realiza un minucioso recorrido por los sistemas económicos nacionales y los sistemas económicos indígenas para demostrar, de manera determinante, que la plusvalía extraída a las sociedades más desprotegidas, con su consecuente vulnerabilidad étnica, se lleva a cabo por la dominación del Estado nacional capitalista mediante diversas formas impulsadas desde el indigenismo y reflejadas en los sistemas económicos desiguales en el territorio nacional. En este sentido, el autor apunta:

Sin cultura propia singular y actuante, ningún pueblo sobrevive; por el contrario, se queda al margen de la historia. Su cultura lo hace "ser" —y una vez hecho— respetar su existencia autónoma, —particularmente en un país como el nuestro donde los mestizos coexistimos con múltiples minorías étnicas— se convierte en una decisión política que nos permiten a la minoría étnica transformarse en minoría nacional en todos los procesos de toma de decisión del país (p. 101).

Posteriormente, en el capítulo sobre "Folklore, frontera, y resistencia", el autor retoma nuevamente la idea de folclor para reflexionar ahora sobre la cultura de frontera como una de las formas de resistencia. El autor señala que la investigación de los fenómenos folclóricos en la frontera ha sido casi nula. No obstante, lo que Gómez Montero denomina folclor, se inscribe también en lo que nosotros denominamos estudios etnológicos. La idea central señalada por el autor es que estas manifestaciones folclóricas provienen de un ecosistema desértico en contraposición a otros ecosistemas del centro del país. Asimismo, Gómez Montero plantea una pregunta sugerente a propósito de la mutabilidad e inmutabilidad del fenómeno folclórico en el momento en que lo folclórico se instala en la ciudad, reflexión, por otro lado, ampliamente planteada por la escuela de Chicago, que tiene como representantes a Robert Redfiel y Oscar Lewis con teorías sobre el folk urbano. Estos planteamientos son totalmente relevantes para el caso tijuanense a causa del tipo de cultura que se ha instalado en este territorio, moviéndose sin cesar del folk rural al folk urbano. En este contexto, Gómez Montero ubica el estudio de folclor como forma de resistencia sin mencionar la riqueza interpretativa de los fenómenos etnológicos y de saber popular.

En el capítulo consagrado a los símbolos nacionales, el autor entra en entramada discusión sobre los símbolos de la mexicanidad, apuntando a la madre, el maíz, la muerte y la bandera como representaciones simbólicas. Con todo, está claro que este tipo de nociones, si bien surgen de arquetipos como la madre indígena o el maíz como fuente de alimento —extendidos en prácticamente todo el territorio mexicano y de Centroamérica desde tiempos de la conquista—, estereotipos como la muerte o los símbolos patrios son construcciones de muy reciente adquisición, explotadas y difundidas por las instituciones del país en el nacionalismo con artistas como Posada, Kahlo o la mitificación de la historia de bronce sobre el origen nacional en sus héroes Hidalgo, los Niños Héroes, etcétera. Habría que aclarar también que la Tonantzin —sagrada madrecita, antecedente prehispánico de la Virgen de Guadalupe o Coyolxauhqui, hermana mayor de Huitzilopochtli, desmembrada al planear la muerte del hermano menor— que el autor menciona como representante del símbolo nacional, se restringe a la Mesoamérica y que estos símbolos, por lo menos en el norte del país, poseen una lectura distinta debido, entre otras cosas, a la experiencia de evangelización y el tipo de cultura de caza-recolección prevaleciente en la conquista.

Al final del capítulo, Sergio Gómez Montero menciona en algunas líneas el problema de la familia y la educación como asunto medular para entender la manipulación e ideología que reproducen los símbolos nacionales; asimismo, explica que la familia y la escuela son las instituciones por excelencia en donde se reproducen los sentimientos de la nación. Por desgracia, a mi parecer, no desarrolla suficientemente estas premisas. La importancia de esta reflexión radica en el hecho de que no sólo estas instituciones forman el sentimiento nacional sino que moldean toda la ideología con la que vivirá el individuo durante toda su existencia. A este proceso le llamó endoculturación Ralph Linton, de la escuela gringa de cultura y personalidad.

Al tratar el problema de las políticas culturales, el autor retoma otra vez la noción de la cultura para hablar ahora de la educación artística y lo que se entiende institucionalmente como cultura y su aplicación en el campo administrativo nacional. Para esto realiza una revisión de la presencia de instituciones en Baja California y señala, con razón, que el desarrollo de toda sociedad se realiza con base en lo que él llama las políticas culturales del desierto, respondiendo así directamente a las necesidades de sociedades muy distintas a las de Mesoamérica. Además, Gómez Montero subraya una aguda crítica en contra de los procesos transculturales como los que se viven en múltiples sociedades indígenas y mestizas como la de Cabo San Lucas en Baja California Sur, en donde la cultura del consumo al estilo gringo se impone muy por encima de cualquier cultura regional.

 

Espacio y tiempo

En su reflexión sobre el tiempo y el espacio, el autor destaca, entre las formas de alteridad, la fronteriza, y de qué manera el tiempo sincrónico y sagrado del eterno retorno, en el que se insertan las comunidades indígenas, no es igual que el tiempo diacrónico y cronométrico de la maquinaria capitalista. Finalmente, apunta que para dar una visión distinta de la frontera es necesario adoptar ciertos postulados posmodernos que permitan el trabajo vinculado con la abstracción y la reflexión. Esta aseveración también es necesario sopesarla pues los aportes del posmodernismo se vinculan, según nuestra manera de ver, con un colonialismo académico acrítico que ha fomentado una visión muy particular de los estudios culturales.

 

Lo multicultural y la etnicidad

En el penúltimo capítulo sobre "La construcción de valores en espacios multiculturales", Gómez Montero analiza la sociedad multicultural como temática crucial en el panorama fronterizo. Parafraseando a Alain Touraine, el autor se pregunta cómo, perteneciendo a culturas tan diversas, podremos vivir juntos en un Estado nacional que pretende uniformar a todos los individuos de acuerdo con una cultura dominante que viene del centro. A este respecto, el autor va todavía más allá cuando señala cómo vivir juntos con sistemas de valores éticos tan marcadamente distintos, pues lo que puede ser bueno o malo para un mixteco no lo es para un náhuatl ni para un k'miai de Baja California. Así, Gómez Montero señala acertadamente que empresas como Televisa, que funciona como integradora de la cultura del vecino país del norte, acaba paulatinamente con la cultura y la multiculturalidad regional. Nuestro autor menciona que los símbolos nacionales de raíz cultural, como los llama, deberían ser fortalecidos de un lado y otro de la frontera. Sin embargo, este tipo de símbolos, pese a su raíz indígena y aparente autenticidad, se nutren de un imaginario vendido hacia el exterior como estereotipos. Además, dentro de las manifestaciones culturales, el autor inscribe también la cultura del narcotráfico como una forma de resistencia, aseveración que sería necesario estudiar al detalle, pues, a nuestro entender, parte de esta cultura es asimilada por los intereses ideológicos del Estado.

La parte final del libro de Gómez Montero decanta sus reflexiones de 30 años vertiéndolas sobre la crítica cultural en la frontera y destacando que la etnicidad —con la identidad y la alteridad implícitas— se presenta en el contexto fronterizo como proceso cambiante de aceleración de la historia.1 En su análisis, el autor menciona atinadamente que las culturas fronterizas pertenecen a una sociedad del cambio y maduración prematura, al igual que todas las sociedades urbanas modernas, y es en este sentido como entiende la etnicidad contemporánea. "No se trata sólo de recuperar el pasado, sino entender cómo a través del tiempo la esencia identitaria nos mantiene como pueblo" (p. 189). Y continúa más adelante: "Mas es cierto que hoy la etnicidad implica un encadenamiento ineludible de pasado, presente y futuro" (p. 191).

Finalmente, el texto de Gómez Montero es una muestra de las otras maneras de plantear la problemática de la cultura innovando teorías y aludiendo diversos paradigmas en el terreno epistemológico contemporáneo —que van desde la filosofía, la antropología o la educación—, anclados en una percepción del mundo construida con base en una visión marxista, tan poco frecuente en la frontera norte.

 

Nota

1Cfr. Marc Augé, Antropología de los mundos contemporáneos, Gedisa, 2000.         [ Links ]

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