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Frontera norte

On-line version ISSN 2594-0260Print version ISSN 0187-7372

Frontera norte vol.15 n.29 México Jan./Jun. 2003

 

Reseña bibliográfica

 

La Gran Chichimeca. El lugar de las rocas secas

 

Miguel Olmos Aguilera*

 

Beatriz Braniff C. (coordinadora), México, Conaculta, Editorial Jaca Book, 2001, 306 pp.

 

*Profesor-investigador del Departamento de Estudios Culturales, El Colegio de la Frontera Norte. Dirección electrónica: olmos@colef.mx.

 

La Gran Chichimeca. El lugar de las hojas secas, representa para todos los chichimecólogos una publicación que coloca en su justo valor los estudios arqueológicos de lo que hoy llamamos norte de México y sur de los Estados Unidos. Los que vivimos en la Gran Chichimeca vemos con orgullo la envergadura de esta obra, que en presentación y calidad de investigación se encuentra, en muchos casos, por encima de las publicaciones sobre la Mesoamérica central. Desde la aparición de Antropología del desierto, coordinado también por Braniff en 1976, y reeditado recientemente en 1996, han sido muy escasas las compilaciones que abordan con profundidad la realidad arqueológica de la Chichimeca.

Esta obra, bellamente ilustrada, está escrita por cinco investigadoras que han dedicado su vida al estudio de las culturas arqueológicas del noroeste: la coordinadora Beatriz Braniff C., quien trabaja actualmente en el centro del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH)-Universidad de Colima; María de la Luz Gutiérrez, del INAH en Baja California Sur; Elisa Villalpando C., del INAH en Sonora; asimismo participan Marie-Areti Hers, del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, y Linda S. Cordell, investigadora de los Estados Unidos y miembro de la Academia de Ciencias de San Francisco, California. En cada capítulo de la obra, las autoras participan indistintamente de acuerdo con el período en el que se especializa su investigación arqueológica.

Tal como lo señala la doctora Braniff en la introducción, el libro cubre 14 000 años de historia, pero centra su atención en las regiones y culturas mejor conocidas en el trabajo de investigación. Esta obra, de carácter eminentemente diacrónico, está dividida en seis grandes capítulos históricos con una introducción que ilustra perfectamente el contenido y las premisas sobre las que se define la región Chichimeca. Beatriz Braniff, reafirma su profunda convicción de llamar la Gran Chichimeca al actual territorio del norte de México y sur de los Estados Unidos, dejando atrás todo tipo de confusiones y malentendidos mesoamericanistas acerca de las denominaciones y clasificaciones del norte de México. A propósito de las representaciones de esa región y del mito que circulaba entre los mexicas —incluso antes de la llegada de los conquistadores— sobre lo inhóspito, salvaje y bárbaro del norte, la autora lo ejemplifica citando a los informantes de Sahagún:

Ellos llamaban aquella región Chichimecatlali o tierra de los Chichimecas— también la Teotlalpan Tlacochcalco Mictlampa,—o "campos espaciosos que están hacia el norte-lugar de la muerte"—, y comentaban que "Es un lugar de miseria, de dolor, de sufrimiento, fatiga, pobreza y tormento. Es un lugar de rocas secas, de fracaso, un lugar de lamentación, es un lugar de muerte, de sed, un lugar de inanición. Es un lugar de mucha hambre, de mucha muerte" (p.7).

La obra está dividida en cinco capítulos: "Los más antiguos pobladores", "Los nómadas de siempre", "De las aldeas primitivas a los grandes poblados"; "Las grandes rutas de intercambio y comercio" y "El ocaso y la supervivencia". Este último capítulo destaca las revueltas, contactos, y desencuentros entre indígenas, españoles y mestizos en la época posterior a la conquista.

Uno de los logros de esta publicación es resumir la investigación arqueológica sobre el norte de México generada en los últimos 50 años. Cada capítulo contiene un cúmulo de información sobre la datación de objetos, sitios arqueológicos, petrograbados, mapas de la región, fechas, culturas y tradiciones arqueológicas, asentamientos humanos y todo tipo de evidencias dejadas por el hombre que ha habitado la Gran Chichimeca. El libro comprende, por un lado, los territorios del norte —fuera de Mesoamérica— que no fueron colonizados por los grupos mesoamericanos en los actuales estados de Coahuila, Chihuahua, Sonora, Baja California e inclusive el territorio de Arizona, Nuevo México y sur de Utah y Colorado, y por otro lado, la región de la Mesoamérica septentrional colonizada por grupos mesoamericanos durante los primeros 12 siglos de nuestra era, y ejemplificados en los actuales estados de Tamaulipas, San Luis Potosí, Querétaro, Guanajuato, Zacatecas y Durango.

En el primer capítulo, "Los antiguos pobladores", las autoras nos presentan las fechas y los restos más antiguos encontrados en territorio chichimeca: puntas folsom, clovis, plainiev,agate basin, firtiew y cody, como evidencias de la caza de fauna pleistocénica, en la que se incluye el mamut, el buey almizclero y el Bison anticus, similar al actual bisonte de las praderas pero de mayor tamaño. Los fechamientos del período clovis ubican la presencia humana entre 11 200 y 10 900 antes de nuestra era, al final del período glacial. El análisis conjunto de los diversos sitios esparcidos en todo el noroeste muestra otros materiales líticos como acanaladuras de lanza, raspadores, cuchillos, navajas, perforadores y herramientas de hueso (p. 17). El trabajo sobre la península de Baja California incluye datos de fechamiento de sitios donde se han encontrado puntas similares a las que se utilizaron en el pleistoceno en el norte de la Gran Chichimeca. El trabajo de Elisa Villalpando señala, en el estado de Sonora, por lo menos 12 sitios asociados con evidencias clovis.

En el capítulo titulado "Los nómadas de siempre en el noroeste" se indica que el período arcaico americano comienza en 5500 a.C., cuyo fin en el noroeste ocurre entre 200 y 500 de la era cristiana, período marcado por la aparición de la cerámica (p. 39). En el arcaico del noroeste, los antiguos chichimecas comenzaron a asentarse en planicies adonde llegaron a cultivar el maíz desde 1750 antes de nuestra era, en los actuales estados de Arizona y Nuevo México.

Dentro de todos los ecosistemas del norte de México, sin lugar a dudas el ambiente de la península de Baja California representó uno de los retos más grandes para los asentamientos humanos. El trabajo de María de la Luz Gutiérrez muestra cómo diversos grupos humanos de cazadores y recolectores vivieron al sur de la península. La investigación revela fechas de 4 000 años para la mujer de Jatay. Asimismo se ha encontrado, entre otros objetos arqueológicos, parafernalia chamánica como capas de cabello, bastones, tablas ceremoniales y pipas. A este período corresponden también las pinturas rupestres de la sierra de San Francisco.

En el tercer capítulo del libro, llamado "De las aldeas primitivas a los grandes poblados", se expone lo que en arqueología se denomina el período formativo, que oscila entre 1400 y 50 a.C. En este tiempo surgen las primeras aldeas, que en algunos casos coinciden con la introducción de la agricultura en Mesoamérica. Los trabajos presentados en este apartado estudian no sólo el norte de la Gran Chichimeca sino las zonas consideradas como de transición, representadas, por un lado, por la tradición chupicuaro, que tiene su raíz en el occidente de México y abarca los actuales estados de San Luis Potosí, Guanajuato, el altiplano Potosino, Zacatecas y Durango; por otro lado se encuentra la cultura chalchihuites, entre los límites de Durango y Chihuahua en el sitio Loma San Gabriel, en Zacatecas en La Quemada, y en parte de Jalisco, territorios que fueron colonizados por toltecas durante el primer milenio de nuestra era. La segunda etapa de esta tradición, alrededor del año 600 de nuestra era, se caracteriza, entre otras cosas, por las representaciones del kokopelli o flautista, encontradas también en la cultura hohokam en el sur del actual territorio de los Estados Unidos. Se presume, además, que en el corredor donde aparece el kokopelli se localiza una de la rutas de intercambio con el noroeste. Otros de los objetos presentes en esta etapa son la turquesa y la amazonita, pertenecientes al ajuar funerario.

En un extenso capítulo, la investigadora Linda Cordell nos ilustra sobre cuatro grandes tradiciones arqueológicas regionales del noroeste: hohokam, anasazi, mogollón y paquimé. Estas culturas se remontan al arcaico tardío, entre el 200 y 500, y se prolongan hasta los siglos XII y XIII de nuestra era. A diferencia de otras tribus principalmente de cazadores, se trata, sobre todo, de grupos sedentarios agricultores. La autora comenta que los hohokam ocuparon algunos de los desiertos extremosos como el de Arizona y Sonora, asentándose a veces en las regiones de Trincheras en el norte de Sonora y Chihuahua, lo que deja entrever que la cultura trincheras es una extensión hohokam. Lo mismo sucede con paquimé, tradición a la que se le refería constantemente como una prolongación mogollón. No obstante, ahora se menciona como un núcleo diferenciado de ésta.

De acuerdo con ciertos restos, los grupos hohokam se alimentaban de liebres, ardillas, conejos, ratas y otros mamíferos pequeños. También sembraban maíz, frijol, calabaza y algodón. Al igual que algunos grupos contemporáneos del sur, cultivaban el bule, que utilizaban como utensilio para la comida. De igual manera se servían de algunas cactáceas como el saguaro, el nopal y otros agaves. En el desierto de Chihuahua, por ser más alto, se explotaba el pino piñonero. En el caso de los sitios hohokam se han encontrado decenas de canchas de juego de pelota en diversos sitios arqueológicos, como rasgo cultural de introducción mesoamericana. Los grupos hohokam, lo mismo que en otras regiones arqueológicas, tuvieron una cerámica particular producida de acuerdo con estilos y técnicas específicas de su cultura. Según Linda Cordell "Los diseños característicos de este período son patrones geométricos, intrincados en rojo sobre fondo café claro". Por otra parte, respecto de otros objetos comenta: "Con concha se fabricaban cuentas, pendientes, brazaletes, y anillos, objetos geométricos esculpidos y trompetas" (p. 162). Un dato sobresaliente en la información son las cifras para la población en el ocaso de la cultura hohokam. Según Cordell, en el siglo XVI

los o' odham [actuales pápagos del norte de Sonora y sur de Arizona], de la Cuenca de Phoenix, en estrecha relación de continuidad con los hohokam, se redujeron a una población de cerca de 3 000 personas, mientras que, según estimaciones, hubo ahí entre 30 000 y 60 000 en 1300. ¿Qué sucedió?" (p. 169).

En los sitios como Pueblo Bonito del cañón de Chaco, de los pueblos ancestrales, sobresalen las kivas, espacios ceremoniales por excelencia en este tipo de sociedades. Entre los sitios arqueológicos con construcciones tardías de los pueblos ancestrales se cuenta Mesa Verde, el cañón de Chelly y Hovenwep, que se remontan a la década de 1270. Entre las características de los pueblos ancestrales se encuentran las casas acantilados, que eran construidas, entre otros fines, para la defensa. Esta forma de construcción, junto con la de los muros de tierra, se encuentra en diversas partes del noroeste como Paquimé, en el estado de Chihuahua, y las casas acantilados se localizan tanto en Chihuahua como en la serrana sonorense. Por su parte, la región de mogollón destaca por su cerámica y mimbres, con dibujos de insectos y animales. La autora concluye el capítulo con una somera descripción sobre la cultura de Casas Grandes, ejemplificada con el sitio Paquimé. Señala que los habitantes de este sitio eran parecidos a los de Mogollón "ya que producían cerámica utilitaria de color café y vivían en casas foso" (p. 199). La ciudad de Paquimé llegó a albergar "grosso modo, a 2 240 personas y a controlar alrededor de 87 000 km2 de territorio" (p. 204). El texto viene ilustrado con objetos representativos de Casas Grandes, como el cascabel de cobre en forma de tortuga y la cerámica antropomorfa policroma con diseños geométricos.

En el capítulo "Los pobladores de Sonora", Elisa Villalpando nos vuelve a ilustrar acerca de las tradiciones arqueológicas de ese estado: al norte Trincheras, con el sitio cerro de Trincheras al poniente; Casas Grandes, con el sitio Paquimé al oriente; en el centro La Serrana, con el sitio San José Baviácora; en la costa, la Costa Central; y Huatabampo, en el sur de Sonora y norte de Sinaloa, con los sitios Machomomcobe y Guasave. En este último complejo arqueológico se encuentra la cerámica roja, descubierta inicialmente en Guasave por Gordon Ekholm. En el sitio Machomomcobe fueron halladas figurillas del tipo Smooth face. En los cerros de Trincheras, en el desierto de Sonora, se encontró la cerámica púrpura sobre rojo. En esta misma región y en todo el noroeste se han localizado varios sitios de arte rupestre, como La Proveedora, ubicado en el municipio de Caborca, Sonora. Prácticamente todas las tradiciones arqueológicas poseen objetos como el hacha de garganta, cuentas, brazaletes y diversos ornamentos de concha provenientes de la costa del golfo. En lo referente a Casas Grandes, las plumas de guacamaya eran objetos de intercambio con las culturas del norte, productoras de turquesa.

Las rutas de intercambio entre las diversas tradiciones culturales del norte y del sur de la Gran Chichimeca, consignadas perfectamente en la obra, ponen de manifiesto no sólo el intercambio de objetos sino el enriquecimiento entre las diversas visiones del mundo al interior de los antiguos pueblos del noroeste. Los objetos que circulaban se cuentan por docenas incluyendo motivos simbólicos, míticos, parafernalia ceremonial, turquesa, conchas, plumas, utensilios, herramientas y estilos cerámicos. Entre los diversos trabajos aparecen claramente delineadas las rutas de intercambio entre los sitios arqueológicos de la costa del Pacífico, entre Hohokam, Mogollón, Chaco, Casas Grandes y otros. Estas rutas indican, entre otros aspectos, la diversidad cultural generada durante el último milenio de nuestra era entre los antiguos grupos indígenas antes de la llegada de los conquistadores. De esta manera se terminan muchos mitos sobre el aislamiento y desarrollo independiente de los grupos antiguos.

El libro coordinado por Beatriz Braniff nos muestra, entre tantas otras cosas, que los grupos del norte vivieron intensas relaciones comerciales y de intercambio con los que se asentaron al norte y al sur de la Gran Chichimeca. Obras editoriales de esta naturaleza ponen de manifiesto la total irrelevancia de la frontera política actual, que no tiene más que 150 años. Este período, comparado con los 14 000 años de intercambio e intensas relaciones sociales y de experiencia cultural entre los grupos y culturas del norte, deja al descubierto, en el interior de la región, el inmenso vacío sobre la antropología en general y sobre la arqueología en particular. La Gran Chichimeca nos ubica en una realidad temporal diferente, en la cual los asentamientos humanos y las relaciones culturales en el sentido norte-sur se descifran y analizan con otra lógica social anclada en un profundo sustrato cultural que proviene de una experiencia humana y civilizatoria de por lo menos un milenio y medio, que a pesar de las contradicciones políticas contemporáneas, continúa vigente entre indígenas y mestizos que comparten hoy en día la región de La Gran Chichimeca. El lugar de las rocas secas.

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