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Frontera norte

versión On-line ISSN 2594-0260versión impresa ISSN 0187-7372

Frontera norte vol.14 no.28 México jul./dic. 2002

 

Reseña bibliográfica

 

Schemers and Dreamers: Filibustering in Mexico, 1848-1921

 

Lawrence Douglas Taylor Hansen*

 

Joseph A. Stout. Fort Worth, Texas, Texas Christian University Press, 2002, 148 pp.

 

* Investigador del Departamento de Estudios Culturales de El Colegio de la Frontera Norte. Correo electrónico: ltaylor@colef.mx.

 

El filibusterismo constituye una parte importante del legado histórico de la región fronteriza entre México y Estados Unidos. La obra reseñada expone un análisis sucinto de los principales movimientos filibusteros dirigidos en contra de México durante un período de más de siete décadas, desde el fin de la guerra entre los dos países en 1848 hasta los inicios de la etapa de consolidación que siguió a los años turbulentos de la lucha revolucionaria de 1910 a 1920.

El autor, Joseph Stout, reconocido investigador de la historia de la frontera norte y de las relaciones entre México y Estados Unidos, se ha dedicado durante más de 30 años al estudio de este tema intrigante. Su trabajo de investigación se basa fundamentalmente en los expedientes sobre el filibusterismo que se encuentran guardados en el Archivo Histórico Genaro Estrada de la Secretaría de Relaciones Exteriores en la ciudad de México, así como en la consulta de otras numerosas fuentes primarias en los archivos y bibliotecas de los dos países.

El autor comienza su estudio con una explicación de la evolución del término filibustero. La palabra, que proviene del holandés vribuiter (freebooter en inglés, y flibustier en francés), se empleaba originalmente para referirse a un bucanero o pirata en busca de botín. En Estados Unidos, a partir de la década de 1850, adquirió un nuevo significado: se utilizaba para denotar una expedición organizada y patrocinada ilegalmente por intereses particulares en territorio neutral para participar en acciones bélicas en países vecinos. La expresión también hacía referencia a los integrantes de tales expediciones, así como a la nave en que viajaban.

Cabe señalar, sin embargo, que la palabra en español continuó reteniendo su antiguo significado, es decir, de referirse a una expedición filibustera como una empresa pirática. Por ejemplo, en un editorial publicado en el periódico El clamor público del 28 de agosto de 1855, Francisco P. Ramírez, destacado periodista de Los Ángeles, al comentar sobre la expedición que el filibustero estadounidense William Walker dirigió contra Nicaragua en aquel año, declaró que "La historia del mundo nos dice que los anglosajones eran al principio ladrones y piratas, igual que otras naciones en su infancia [...]". Esta divergencia en las interpretaciones del significado del término ha sido uno de los factores principales de las diferencias en las opiniones de los historiadores estadounidenses y latinoamericanos con respecto a las características y motivaciones de los filibusteros.

Stout describe, en particular, la manera en la cual los movimientos filibusteros formaron parte del contexto general del expansionismo económico y territorial estadounidense. Las expediciones filibusteras lanzadas en contra de México y otras regiones durante este período -como Cuba, Nicaragua, Hawaii y Canadá- fueron fomentadas en parte por el sentimiento expansionista que prevalecía en los círculos gubernamentales y militares de Estados Unidos a mediados del siglo XIX, especialmente en los estados del sur. Las actividades de los filibusteros fueron nutridas en parte por las tradiciones violentas y el espíritu marcial de los estadounidenses. En general, durante el período anterior a la guerra civil, muchos de los oficiales y de la tropa del ejército angloamericano participaron en los proyectos filibusteros.

Esta simpatía por el filibusterismo, indica Stout, obstaculizaba los esfuerzos de las autoridades estadounidenses para hacer cumplir las leyes de neutralidad decretadas en 1818, que prohibían las expediciones filibusteras y estipulaban fuertes multas contra sus transgresores. Dado que el filibusterismo estaba profundamente enraizado en las tradiciones culturales estadounidenses de aquella época, los jurados frecuentemente dejaban libres a los que habían sido detenidos bajo el cargo de haber cometido violaciones de este tipo.

El autor también examina algunos factores internos de México que, conjuntamente, hicieron que se quedara vulnerable a los planes y ambiciones de los líderes filibusteros. Hubo una larga serie de cuartelazos, revueltas y guerras civiles durante el período entre 1821 y 1876, cuando Porfirio Díaz asumió la presidencia. Las fuerzas militares del gobierno nacional también eran débiles. Las áreas fronterizas del norte, que en general constituían los blancos de ataque de los filibusteros, carecían de habitantes y se quedaban muy lejos del centro de poder en la ciudad de México. Aún después de la construcción de las grandes líneas ferroviarias hasta la frontera durante la década de 1880, el noroeste, en particular, quedaba muy aislado del resto del país.

A pesar de estos problemas, el gobierno mexicano intentó, durante el período después de la guerra de 1846 a 1848, fortalecer su control sobre la zona fronteriza del norte y limitar las incursiones de indios y forajidos provenientes de Estados Unidos. Al mismo tiempo, también adoptó medidas para aumentar el número de habitantes de esta extensa región. Existía la posibilidad de que el gobierno de Estados Unidos emprendiera nuevos intentos para extender sus territorios en esta zona. Algunos políticos estadounidenses consideraban que su gobierno no había sido suficientemente severo con respecto a los términos del Tratado de Guadalupe Hidalgo. Opinaban que los negociadores de paz estadounidenses también debían haber exigido la cesión de Sonora y Baja California.

Entre 1848 y 1852, el gobierno mexicano desarrolló tres planes distintos para el establecimiento de una serie de colonias militares a lo largo de la frontera. Se contemplaba que los inmigrantes para estas colonias -que tendrían la doble función de ser guarniciones y núcleos para un incremento futuro de la población civil de la zona- se compondrían, en primer lugar, de los grupos de gente más marginados del centro de México; en segundo, por aquellos mexicanos que habían sido expatriados a México en conformidad con el tratado de 1848 y, en tercer lugar, de inmigrantes de los países europeos. El plan con respecto a los inmigrantes mexicanos y europeos fracasó finalmente debido a la falta de empeño y de fondos de las autoridades federales y regionales.

El problema de la discordia política interna de México, particularmente en los estados, mostró ser mucho más serio que los factores relacionados con la falta de población y el aislamiento de las regiones del norte. Los filibusteros se aprovecharon de la lucha entre los grupos de poder para la realización de sus planes. Como muestra Stout, las supuestas alianzas entre los grupos filibusteros y las facciones gubernamentales o rebeldes sólo eran aparentes y carecían de una armonía de intereses en el fondo. Las autoridades mexicanas fueron engañadas con respecto a los propósitos verdaderos de los filibusteros, quienes, como en el caso de aquéllos que penetraron en el noroeste de México, pretendieron ser miembros de proyectos colonizadores o aliados de una u otra de las facciones en pugna. Aunque el gobierno mexicano tenía interés en atraer colonos para poblar la frontera, prefería, en primer lugar, a los mexicanos y, como segunda opción, a los inmigrantes europeos. A los estadounidenses, en cambio, se les prohibió que se establecieran como colonos en las zonas fronterizas del norte. De mala gana, el gobierno permitió que una parte de los integrantes de la expedición encabezada por Joseph C. Morehead (la que desembarcó en Mazatlán en mayo de 1851), así como las dirigidas por los aventureros franceses Charles de Pindray, T.P. Sainte-Marie y Gaston Raousset-Boulbon (con la excepción de la segunda de éste -la de 1854) entraran en Sonora en calidad de colonos. Se estipulaba, sin embargo, que no deberían llevar armas y tendrían que obrar de acuerdo con las leyes mexicanas y las instrucciones del gobierno sonorense con respecto a los lugares en que podrían asentarse.

Tampoco existía, como indica Stout, ningún caso de una verdadera "alianza militar" entre los filibusteros y las varias facciones mexicanas. Esto se reveló particularmente en el caso de la expedición dirigida por Henry A. Crabb. Al parecer, en el transcurso de un viaje previo a Sonora, Crabb, junto con su cuñado Agustín Aínza, hicieron un trato con el general Ignacio Pesqueira, líder de la facción federalista del estado, en el cual aquél se comprometió a apoyarle en su lucha contra el gobierno centralista, encabezado por el general Manuel María Gándara. Pesqueira y los demás dirigentes federalistas supuestamente acordaron, una vez que resultaran victoriosos, entregar, a sus "aliados", concesiones mineras, así como una cantidad no especificada de terrenos y dinero. Los adictos de Gándara, al intentar desprestigiar el movimiento encabezado por Pesqueira, acusaron a éste de haber hecho una alianza con los "gringos" para ganar el poder. Al mismo tiempo hubo rumores, divulgados por la prensa sonorense, controlada por Pesqueira, respecto al supuesto apoyo de Gándara en favor del proyecto de Crabb y Aínza para introducir colonos estadounidenses en Sonora. Después de derrotar a las fuerzas de Gándara y tomar el control del estado, Pesqueira negó la existencia de un pacto con Crabb. Esta situación, junto con el hecho de que nunca llegaron los refuerzos de Estados Unidos con los cuales Crabb contemplaba reunirse al llegar a Sonora, condujeron a la derrota subsecuente de los filibusteros en Caborca, en abril de 1857.

Stout concluye su estudio con un examen de lo que considera ser la última invasión filibustera a México. Ésta ocurrió a finales de 1921, cuando dos grupos de rebeldes armados, integrados por una mezcla de participantes mexicanos y estadounidenses, cruzaron la frontera en la región de Tijuana y fueron derrotados y dispersados por elementos del ejército federal que vigilaban la zona. Las columnas invasoras supuestamente estuvieron dirigidas por el ex gobernador del Distrito Norte de la Baja California Esteban Cantú, quien había sido derrocado a mediados de agosto de 1920. Nunca fue comprobada, sin embargo, la supuesta conexión de Cantú con estas invasiones y, además, no hubo otros ataques después de esta fecha.

A pesar del fracaso de estas últimas expediciones, Stout señala que algunos estadounidenses siguieron teniendo interés en la adquisición y anexión de porciones de México a Estados Unidos. Algunas de las propuestas que surgieron con este propósito durante la primera mitad del siglo XX se derivaron de consideraciones estratégicas. Hasta finales de la Segunda Guerra Mundial, el temor de una invasión desde el mar -en vista de que la costa de la península mide más de 1 000 kilómetros-constituyó uno de los motivos principales del interés de los estadounidenses en adquirir la región. Otras de las propuestas se asemejaban a aquéllas que se hicieron durante el porfiriato, al opinar que el territorio era de poco valor o utilidad para los mexicanos y que, en cambio, podía ser de gran beneficio para Estados Unidos. Las propuestas en este sentido han continuado surgiendo de vez en cuando hasta los años relativamente recientes.

El autor muestra que, en términos de sus repercusiones sobre la historia subsecuente de las relaciones entre los dos países, los asaltos filibusteros a la región del noroeste aumentaron el grado de enojo y desconfianza de los mexicanos respecto a Estados Unidos y sus ciudadanos, sentimientos que hasta la fecha no ha sido posible erradicar. Las agresiones filibusteras, junto con la intervención francesa de 1861 a 1867 y las concesiones favorables que el gobierno porfirista otorgó a inversionistas extranjeros hicieron patente, para muchos mexicanos, la necesidad de la unidad nacional. También estimularon entre ellos un fuerte sentido de xenofobia, que llegó a caracterizar las actitudes y políticas de las sucesivas facciones revolucionarias que surgieron después del estallido de la revolución de 1910.

En conclusión, el libro de Stout ofrece al lector un análisis a fondo en torno a un tema que, por sus complejidades y elementos de drama, sigue siendo fascinante para los historiadores, biógrafos y escritores en general. Proporciona, además, una base esencial para futuras investigaciones sobre la historia del filibusterismo, en general, en las diferentes regiones del mundo.

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