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Frontera norte

versión On-line ISSN 2594-0260versión impresa ISSN 0187-7372

Frontera norte vol.14 no.27 México ene./jun. 2002

 

Artículos

 

La herencia jesuita en el arte de los indígenas del noroeste de México*

 

The Jesuit Heritage in Northwestern Mexican Indigenous Art

 

Miguel Olmos Aguilera**

 

** Departamento de Estudios Culturales. El Colegio de la Frontera Norte. Correo electrónico: olmos@colef.mx.

 

Artículo recibido el 13 de junio de 2001.
Artículo aceptado el 29 de octubre de 2001.

 

Resumen

El objeto principal de este artículo es hacer una evaluación de la trascendencia del legado artístico que dejara la Compañía Jesús en la población indígena del noroeste de México durante la época colonial. Para alcanzar este objetivo se revisan, por un lado, las fuentes coloniales escritas por los misioneros que tratan tangencialmente esta temática y, por otro, se utiliza información suministrada por la etnografía contemporánea de diversos grupos indígenas de la región, y los "datos" derivados de la experiencia ritual en el seno mismo de las comunidades indígenas del nordeste mexicano. Entre las crónicas utilizadas destacan las de Cristóbal de Cañas, Eusebio Kino, Jean Fonte, Andrés Pérez de Ribas, Mateo Mange y documentos dispersos de los jesuitas que habitaron en el noroeste de México y en la península de Baja California en el siglo XVII, y en la primera mitad del siglo XVIII durante la conquista de la región.

Palabras clave: 1. arte indígena, 2. jesuita, 3. evangelización, 4. México, 5. noroeste.

 

Abstract

This article evaluates the importance of the artistic legacy of the Society of Jesus, left within the indigenous community in northwestern Mexico during the colonial period. For this purpose, the article, on one hand, reviews the colonial sources, written by missionaries who tangentially address the topic, and on the other hand, uses information from current ethnographies on the region's various indigenous groups. It also uses "data" taken from the ritual experience at the heart of these indigenous communities in northwestern Mexico. Among the accounts the most remarkable are from Cristóbal de Cañas, Eusebio Kino, Jean Fonte, Andrés Perez de Ribas, and Mateo Mange, as well as scattered documents from Jesuits who lived in the northwestern Mexico and the Baja California peninsula in the seventeenth century and the first half of the eighteenth century during the conquest of the region.

Keywords: 1. indigenous art, 2. jesuits, 3. evangelization, 4. Mexico. 3. Northwest.

 

PRESENTACIÓN

La reconstrucción historiográfica nos ofrece una extensa gama de herramientas que ayudan a fundamentar y elaborar interpretaciones sobre el panorama general de "educación" y evangelización del noroeste de México. En consecuencia, nos permite encontrar cierta continuidad de sentido estético, reflejado en el arte ritual indígena, en particular en la danza y la música que, dentro de tantas otras actividades artísticas, son llevadas inicialmente al noroeste de la Nueva España por la Compañía de Jesús. Mediante las referencias sobre las artes traídas al noroeste de México en el siglo XVII, he intentado restituir el contexto histórico en el que fueron enseñados en la región las artes y los oficios vinculados directamente con el pensamiento católico. Para esta tarea señalo los colegios y pueblos de misión instalados por la Compañía de Jesús en los actuales estados de Sonora, Sinaloa, Chihuahua y algunos de Baja California. Asimismo describo brevemente la formación artística de la Compañía de Jesús en los colegios europeos y en el centro de la Nueva España.

Entre el conjunto de manifestaciones artísticas enseñadas por jesuitas a indígenas del noroeste de México, se cuentan diversos géneros de música religiosa: misas, salmos, himnos, oratorios, letanías, magnificat, alabados, te Deum y otros cantos derivados del canto llano, así como una gran diversidad de instrumentos musicales propios del ambiente secular como arpa, violín, sistro, campanas y sacabuches, cuya interpretación se extiende a los ritos religiosos de indígenas y mestizos. En ese tiempo se enseñan también danzas que incluyen variadas prendas para su vestuario. Los misioneros introducen, por otra parte, objetos litúrgicos y representaciones que, en el conjunto simbólico, forman parte de la estrategia de evangelización y conversión de los indígenas del noroeste mexicano. Así, pues, otro de los propósitos de este trabajo es hacer un recuento de los objetos artísticos llevados por los misioneros jesuitas a la frontera septentrional de la Nueva España. Estos objetos, utilizados a menudo en la liturgia católica, fueron cargándose paulatinamente de sentido religioso en la lógica de los indígenas coloniales. Esta visión de lo sagrado se constituye a partir de las referencias semánticas originales, que se insertaban en cada uno de los "objetos" litúrgicos y (o) artísticos.

Con la conquista espiritual del noroeste se instaura una cultura indígena y mestiza que incorpora y apropia los objetos con una visión artística particular, fundamentada en la puesta en escena ritual y religiosa de éstos. Este fenómeno repercute en una concepción neoindígena y neohispana de las manifestaciones del arte europeo llevado a la región durante los siglos XVII y XVIII.

 

LOS JESUITAS EUROPEOS EN EL NOROESTE NOVOHISPANO

El arribo de los jesuitas al noroeste de México marca radicalmente el curso de las artes que florecerán en la región; los misioneros perciben la dificultad de imponer las prácticas católicas como éstas se enseñan en el centro de México o en los países de origen cristiano. Este forcejeo ideológico trastoca el significado de los objetos artísticos de evangelización. Incluso algunos objetos no estrictamente religiosos, como pinturas que aluden a ciertos personajes o pasajes bíblicos, o de la vida cotidiana, se transforman en objetos de adoración.1 Esta transculturación trae como consecuencia el trastorno de sentido o la pérdida del significado original de los objetos artísticos en sus "contextos de creación".2

La instalación de la Compañía de Jesús en el centro y norte de la Nueva España es relativamente tardía. A la caída de Tenochtitlán en 1521, varias órdenes religiosas se concentran en la evangelización de los infieles. Franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas participan activamente en la conversión de los indígenas del nuevo mundo. La Compañía de Jesús funda su primer Colegio de San Pedro y San Pablo en 1574, en lo que fuera la antigua ciudad azteca.

En 1531, en el noroeste de la Nueva España, una de las primeras incursiones militares, al mando de Beltrán Nuño de Guzmán, es acompañada por el franciscano Marcos de Niza. Diez años más tarde, Francisco Vázquez de Coronado recorrerá este territorio hasta llegar al río Sonora. Poco tiempo después Francisco de Ibarra entrará por las faldas de la Sierra Madre Occidental.3

En 1590, en el actual estado de Sinaloa, se celebra la llegada de los primeros jesuitas al noroeste de México: Martín Pérez y Gonzalo de Tapia son recibidos en la villa de San Felipe y Santiago en el actual poblado de Sinaloa de Leyva. Los dos misioneros inician la evangelización de los gentiles de estas tierras; sin embargo, su intento se ve truncado por el líder cahíta Nacabeba, que da muerte al padre Tapia en acción misma de sus ejercicios espirituales. Antes de la muerte del sacerdote, se fortalece la educación del colegio: se enseña tanto a los hijos de españoles como a los indígenas. Después de la muerte del padre Tapia se suman a los esfuerzos de evangelización el siciliano Tomás de Basilio y el español Andrés Pérez de Ribas, quienes asientan las primeras misiones en la región, con lo que fortalecen considerablemente el trabajo evangélico. Ambos fundan una veintena de misiones en el territorio de los cahitas, que agrupaban, entre otros, a yaquis, mayos y a los desaparecidos tehuecos, vacoregues, ocoronis, zoeces y ahornes, que habitaban el actual estado de Sonora y el norte de lo que hoy es Sinaloa.

A la lista de evangelizadores se le sumarán Pedro Mendes, Cristóbal de Villata, Vicente de Águila, Diego de la Cruz, Pedro Castini y Giulio Pasquale, que junto con el portugués Manuel Martins mueren emboscados por los pimas entre los actuales estados de Sonora y Chihuahua. En la obra del jesuita Andrés Pérez de Ribas, Triunfos de nuestra santa fe..., publicada por primera ocasión en 1645, el autor incluye además los nombres de otros jesuitas como Juan Martínez del Castillo, Tomas de Soberanes, Juan Caballero y Antonio Ruiz, quienes, entre otros, fundan la villa de San Felipe y Santiago en el centro del actual estado de Sinaloa.

En cuanto a la segunda etapa misional, en la pimería y papaguería, en el actual norte de Sonora y sur de Arizona, participan misioneros de origen alemán, italiano y, sobre todo, sacerdotes de la región de la Bohemia del antiguo imperio Austro-Húngaro (véase el cuadro 1).4

Poco tiempo después de la llegada de los jesuitas a las costas del actual golfo de California, misioneros como Jean Fonte entran por la sierra para sumarse al trabajo de evangelización en la zona Tarahumara. Por su parte, Eusebio Francisco Kino incursiona en los territorios de Sonora y Arizona a finales del siglo XVII y funda varios pueblos de misión. La región sería visitada posteriormente por Joseph Och y Enrique Rhuen, entre otros, muerto este último en la insurrección pima de 1751.

En 1619, el portugués Pedro Mendes5 entra en la Sierra Madre Occidental, a la pimetía y opatería. El religioso es el primero en subir a esta zona para formar los primeros pueblos de misión. Mendes penetra por la sierra de Chínipas y bautiza a la población indígena pima.6 Entre 1619 y 1653, los jesuitas fundan 46 pueblos de misión en la pimería y la opatería, y de 1613 a 1620 establecen 27 misiones en la región cahíta. No obstante la fundación de diversos asentamientos de conquista en los actuales estados de Sinaloa, Chihuahua y sur de Sonora, las misiones jesuitas no llegan al norte de este último ni al sur de Arizona sino hasta finales del siglo XVII con la labor evangélica de Eusébio Francisco Kino, acompañado por varios escribas, que narran sus experiencias e impresiones en el trabajo de fundación de misiones, educación y evangelización, describiendo al mismo tiempo las rebeliones y guerras en contra de los indígenas pimas y yumas.

 

EL ARTE Y LA EDUCACIÓN JESUITAS EN EL SIGLO XVII

En la primera etapa misional del norte de la Nueva España, referida anteriormente, llegan inicialmente españoles, portugueses, franceses e italianos. En la segunda, a partir de la segunda mitad del siglo XVII, los sacerdotes jesuitas que arriban al noroeste de México provienen, particularmente, del antiguo territorio de la Bohemia, ubicado en Europa del este.7 Durante todo el siglo, XVII llegarán aproximadamente 150 jesuitas formados en el Colegio de Brno, situado en la actual República Checa.8 La participación de este grupo misionero tendrá consecuencias importantes en ciertas prácticas rituales artísticas. A través de las crónicas y la descripción ritual contemporánea del noroeste de México es posible reconstituir las formas de educación artística que se establecen en colegios y pueblos de misión desde finales del siglo XVI.

Muchos de los principios éticos sobre los que se fundan las enseñanzas artísticas jesuitas se encuentran contenidos en los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola. Los estados de recogimiento y la purificación mediante la meditación retomando el pecado como motivo para fortalecer el espíritu con la oración son enseñados a los indígenas de la Nueva España como consecuencia del proceso de evangelización. No obstante, esta suerte de estados de conciencia estética y religiosa es bien conocida por la población indígena que, con otros mecanismos y otra simbologia proveniente de su antiguo sistema de creencias, ejercita momentos de iluminación al igual que otras culturas.

En la Nueva España, los sacerdotes jesuitas no sólo enseñan el evangelio: también educan a la población en diversas artes y oficios.9 La concepción de la enseñanza espiritual jesuita se concentra en la formación integral del hombre. El aprendizaje que los sacerdotes obtienen en los seminarios instalados en diversos países de Europa les proporciona las herramientas necesarias para actuar tanto en la fe como en las ciencias y las artes. A este respecto, Soriau señala:

El arte jesuita es a menudo un arte de la teatralidad. En sentido estricto: los colegios de jesuitas organizaban espectáculos actuados por sus alumnos, en donde las piezas se amenizaban con música e incluso a veces con danzas, bajo la dirección del pater cómicas (generalmente el profesor de retórica).10

Los jesuitas forman personalidades de las humanidades y de las artes, enseñando, entre otras disciplinas, la filosofía, las letras, el teatro, la música y la geografía. En letras destacan los nombres de Molière, Calderón de la Barca y Cervantes.11 En música, uno de los compositores europeos más conocidos en las misiones de Paraguay es el italiano Domingo Zípoli, mientras que en el Perú es Juan de Araujo. Ambos estuvieron en este hemisferio aportando notables composiciones al barroco suramericano. En filosofía, uno de los ejemplos más célebres es René Descartes. En cuanto al aspecto científico resalta la preparación en geografía de Eusébio Kino, quien realiza las primeras cartas del noroeste de México en los últimos años del siglo XVII, con las que demuestra, entre otras cosas, que California no era una isla sino una península.12

 

EL ARTE JESUITA EUROPEO

En los siglos XVI y XVII, en los colegios y seminarios jesuitas de España, Francia e Italia se realizan representaciones teatrales donde se incluye música específica para cada ocasión. La puesta en escena incorpora libretos con diferentes escenas de la cultura católica. Según Fülop-Miller,13 tanto la dramaturgia, puesta en escena y argumento tenían una tendencia general hacia la dramática del infierno y pasión, fundamentada en los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola. De igual manera, la música tiene un lugar importante en otras puestas en escena que incluyen vestuario y gran colorido incorporado al universo de sensaciones procuradas para la representación. Frost señala que, en Europa, los jesuitas de Munich innovaron el teatro con música en el drama Sansón, y con una comedia lírica sobre la conversión de Ignacio de Loyola. Posteriormente y con éxito se presenta, en 1647, la ópera Pbiiotea.14 Sin embargo, este tipo de manifestaciones no son siempre bien vistas por las corrientes ortodoxas del pensamiento católico.

Los jesuitas no se contentan con montar piezas de teatro con música sino que también incorporan la danza. Los sacerdotes saben manejar este arte al grado que es aceptado, de acuerdo con Fülop-Miller, como "un ejercicio útil". El teatro religioso se convierte así en una de tantas actividades artísticas enseñadas en la Nueva España. La danza llega a integrarse a la educación de la nobleza para pasar posteriormente al escenario en una suerte de puesta en escena mágica.15 Este teatro, con el cual se educa a la población indígena y mestiza, es introducido en México no sin dejar de poseer una fuerte carga imaginaria de transformación hacia el pensamiento cristiano.

 

LAS ARTES JESUITAS EN LA NUEVA ESPAÑA Y EN SU FRONTERA SEPTENTRIONAL

Desde su llegada a la Nueva España, los jesuitas estimulan un desarrollo particular de la espiritualidad indígena y encuentran rápidamente que el teatro y las artes son una manera adecuada para convertir a "los salvajes". En el año de 1575, recién fundado el Colegio de San Pedro y San Pablo en la ciudad de México, los jesuitas representan su primera obra teatral. Se trata de "una tragicomedia que versaba sobre las injurias que inferían los herejes a la Iglesia Romana, principalmente su truculento enemigo Selim II.16 En la ciudad se llevan a cabo pomposas obras de teatro y piezas pastoriles -mejor conocidas en la actualidad como pastorelas—, con las que se exalta el espíritu evangélico. Estas piezas ponen en la escena el nacimiento de Jesús (el triunfo del bien contra el mal) y confieren al arcángel San Miguel un lugar preponderante como salvador de las almas tentadas por Lucifer. Se enseña también la danza de pastoras, en la cual los indígenas y criollos representan la versión noble de las fiestas indígenas. Entre otras piezas de teatro se cuenta con el texto del Triunfo de los santos, representada en 1578 en el Colegio de San Pedro y San Pablo, en la ciudad de México; Diálogo para la visita del padre Antonio de Mendoza; Coloquio por san Juan, representado el 24 de julio de 1582; la Comedia del hijo pródigo, el 24 de junio de 1583; un Coloquio latino, puesto en escena el 18 de octubre de 1596, así como la comedia del Triunfo del glorioso santo san Hipólito, representada el 13 de agosto de 1594.17 De esta manera, la lección evangélica puesta sobre un escenario se convierte en el medio para arrancar las costumbres demoníacas practicadas por los indígenas.

En el noroeste de la Nueva España, la enseñanza de las artes, incluyendo el teatro y la música, son actividades obligadas en colegios y pueblos de misión. A este respecto, Pérez de Ribas narra las actividades de los beatos en las misiones establecidas en el norte del actual estado de Sinaloa:

(...) por los años de 1620. Ya en ese tiempo era grande el fervor con que estos nuevos cristianos acudían a doctrina a misa aun los días entre semana; y los muchachos y mozos de las capillas, a aprender canto, leer, y escribir, a celebrar sus fiestas y a los demás ejercicios [espirituales] que se han contado en estas misiones.18

Entre los ejemplos literarios que se enseñan en el siglo XVII, se encuentra la décima.19

Décima a la tenanchi menor20

1. Voz de tenanchi21 menor,

2. que serviste en este templo,

3. dando a todos buen ejemplo

4. de nuestro oficioso amor;

5. con fidelidad en el señor

6. que ve vuestro corazón

7. estará en toda ocasión

8. dispuesto a favorecernos

9. y tendrá a bien concedernos

10. el cielo por galardón.

Las prácticas artísticas de los jesuitas del siglo XVII se basan en un cúmulo de conocimientos propios de la cultura popular de los colegios y seminarios situados en los países mediterráneos, de la Bohemia y, en general, del entonces territorio cultural Austro-Hungaro, debido, como antes señalamos, a la gran cantidad de jesuitas que provienen del colegio de Brno (véase el cuadro 1). Entre otras actividades, los jesuitas llevaron la práctica de las danzas populares moriscas, tan en boga en Europa desde el siglo XIV, y que siguen representándose en prácticamente toda América Latina y en las ciudades andaluzas de Granada y Almería:

Aún se conservan en España unas 200 poblaciones que anualmente celebran estas representaciones teatrales callejeras. Abarcan las regiones de Andalucia, Aragón, Baleares, Castilla, Cataluña, Extremadura, Galicia, La Mancha, Navarra, y Valencia.

(...) También en el viejo mundo se conserva este tipo de representaciones (Portugal, Francia, Italia y Andalucía).22

Paralelamente a la educación teatral, los jesuitas instruyeran a sus discípulos en la música barroca religiosa, la poesía y las piezas populares de los siglos XVII y XVIII.

 

LOS OBJETOS LITÚRGICOS Y LAS ARTES JESUITAS

A pesar de que las fuentes no muestran información precisa sobre la función y significado de muchos objetos artísticos coloniales, estos rasgos se encuentran presentes en la arqueología colonial y en la restitución etnográfica de las culturas indígenas de la época. En la actualidad, diversos objetos introducidos durante la evangelización jesuita han permanecido en la región. Entre este conjunto, los objetos de carácter litúrgico representan el fundamento para llevar a cabo eficaces transformaciones en el sistema de creencias original.23

A propósito de la imposición de las prácticas católicas entre los yaquis del siglo XVII, Pérez de Ribas señala:

Y al fin todas las iglesias de los pueblos, que se redujeron a ocho, salieron hermosas y capaces, y como se iban perfeccionando se iban dedicando con grande solemnidad fiestas, danzas, convites, porque es gran celebridad ésta para estas gentes.

Y continúa más adelante:

Acabadas las iglesias procuraron los padres adornarlas de vistosos ornamentos, imágenes, colgaduras de seda, quitándoselo de la boca y vestuario, de la limosna que para esto les da el rey. (...) Un padre de los que administraron estas misiones envió de México para la Ermita arriba dicha, un retablo de pincel, en que estaba pintado el juicio final, con Cristo, juez de vivos y muertos y su santísima madre a su lado en la gloria, con todo lo demás que se usa pintar para declarar lo que ha de pasar ese señaladísimo día; poniendo a vista de los que los Ángeles llevan en su compañía al cielo, lo que los demonios arrastran condenados al infierno.24

Como hemos señalado en otro lugar, en el norte de la Nueva España, la lógica de poblamiento indígena seguía una pauta muy distinta a la predominante en el centro de esta colonia. En el norte, las poblaciones seminómadas o de sedentarios ocasionales representaban fuertes dificultades para las congregaciones en su labor evangelizadora y en la fundación de los pueblos de misión, en las cuales se instituye la enseñanza de las artes religiosas. Sobre el Colegio de San Felipe, en la misión de Sinaloa, existen en particular algunas referencias sobre la Navidad de 1585, en la cual los indígenas escenificaron una comedia:

Los festejos, cantares, ornamentación pública, bailes típicos, juegos de caña, entremeses, etc., etc., que tan bien sabían organizar los jesuitas suavizaron indudablemente las costumbres y comunicaron a aquellos hombres bárbaros en beneficio, que buena falta les hacía, de una sana alegría que reemplazara sus pasiones de venganza v de tristeza.25

Se les enseñaba a leer, escribir, cantar, tocar algún instrumento. Todo esto en su misma lengua y después en español; también asistían a los sermones y jubileos del seminario los hijos de los españoles. En el seminario les enseñaron el "adorno de retablo" e imágenes así de pincel como de escultura.26

Otro de los métodos que utilizaron a través de los niños, para acceder a la conciencia de los naturales, fue el de introducir la devoción a la Virgen María, así, en torno a esta figura fueron apareciendo lo que se conoce con el nombre de cofradías y congregaciones (1622).27

En la actualidad, estas cofradías siguen teniendo un importante papel en los grupos indígenas del noroeste. Así, por ejemplo, entre yaquis, mayos y tarahumaras, estas agrupaciones festivas y religiosas, poseedoras de una jerarquía ritual bien establecida, se presentan en los conjuntos rituales, en particular entre los yaquis, con personajes como los caballeros, alférez, temastianes, cantoras (quienes desde la época jesuita interpretan cantos en latín), angelitos, etcétera. Cada uno de estos grupos tiene la obligación de participar en momentos y actividades propias del ritual. Destaca la cofradía de los matachines o danzantes de matachines, quienes se encargan de cuidar a la virgen María, a la que le deben culto. Este grupo es también conocido como soldados de la virgen.

Contrariamente al arte enseñado por los jesuitas, también existen, evidentemente, prácticas artísticas de origen. A propósito del arte originario de los pápagos, el padre Och, que estuviera en las misiones del norte del actual estado de Sonora, declara:

(...) Los pimas, por otra parte estúpidos, hacían algunas cosas artísticas, de las cuales yo admiraba las cestas redondeadas, tejidas de plantas corniformes (coritas). El tejido de estas coritas es tan difícil, que la sangre corre por los dedos que tejen y nadie puede aguantar esto por espacio de dos horas. Ellos hicieron coritas para mí de tal tamaño, que podían ser usadas como bateas para amasar. (...) Tenían varios y bonitos colores: rojo, verde, amarillo, azul y blanco, los cuales ellos utilizaban para diversas ceremonias y cuando salían a pelear contra el enemigo, para parecer más temibles que ellos.28

Sin embargo, el desarrollo de las artes originarias indígenas se ve trastocado y truncado voluntariamente por los jesuitas. El arte enseñado por la Compañía de Jesús se deja sentir tanto en el tiempo musical como en todos los espacios de la vida de la colonia. Los misioneros construyen templos con una perspectiva arquitectónica particular, obras que intentarán representar, sin éxito, el centro de los pueblos de misión. En la actualidad todavía se aprecian esas construcciones en distintos pueblos del noroeste de México. En la sierra de Chihuahua, por ejemplo, se aprecian algunos de los templos que datan de la época jesuita. En otros casos, de las iglesias fundadas por Eusebio Kino no quedan más que vestigios, como es el caso de la de Cocóspera. Sin embargo, los templos de Oquitoa, Atil, Tubutama y Caborca, en el norte de Sonora, han sido restaurados y funcionan de manera regular (véase el mapa de misiones).29

En el diario del padre Juan Mateo Mange se relata la introducción de muebles y bienes materiales empleados para la liturgia en las primeras misiones jesuitas:

(...) en sus pueblos hay grandes y adornados templos colaterales, cuadros de pintura y talla, campana y ricos ornamentos, cálices, patenas, cruces y otros vasos de plata, hasta blandones y candeleras de los mismos, instrumentos de música, y en algunos pueblos, de seis años acá, órganos con muchas y buenas voces de cantores con que celebran y cantan en las misas, vísperas y procesiones de las fiestas de sus titulares, pascuas, cuaresma y dominicas del año, y todos bien instruidos y radicados los indígenas antiguos en los misterios de nuestra santa fe católica.30

Con respecto a las danzas, se narra la introducción de diferentes objetos integrados al vestuario, compuesto principalmente de coronas, pañuelos, collares, túnicas, capas y rosarios. Además de los instrumentos musicales señalados en el texto de Mange,31 en otras fuentes, Pérez de Ribas y Joseph Neumann mencionan también chirimías, tambores, clarines, arpas y violines. A propósito de la iglesia de Carichi en la sierra Tarahumara, este último señala, alrededor de 1698:

se procuraron además de un rico mobiliario plateado y ornamentado artísticamente, jarrones y abundantes ornamentos sagrados. Para hacer más solemnes las letanías de Nuestra Señora, cantadas todos los sábados, y para realzar la celebración de otros días de fiesta, se disponía normalmente de un órgano y diferentes instrumentos de música.32

En la obra de Neumann, Luis González señala:

Según el informe de Juan Ortiz Zapata, visitador de las misiones, en 1678 había en total 51 capillas musicales, o pequeños grupos de cantores en las misiones del noroeste mexicano: 14 en la misión de San Francisco de Borja (Sonora), 8 en la de San Francisco Xavier (Sonora), 12 en la de San Ignacio yaqui (Sinaloa), 13 en la de San Felipe y Santiago (Sinaloa) [de Leyva], y 4 en la de Santa Cruz de Topia (Durango). Existían 14 [sic] instrumentos musicales distintos: clarín, chirimía, arpa, guitarra, rabel, bajón, chabeba, flauta, trompeta tenor, monocordio, lira, sacabuche, y órgano. Antiguamente, hacia 1667, los pequeños cantores de la misión de San Miguel de Bocas eran célebres.33

De los misioneros jesuitas que participan en la evangelización de la Tarahumara, destaca el padre Neumann, que deja sus escritos publicados con el título Revueltas de los indios tarahumaras. Este misionero es formado también en Brno, y de 1681 a 1732 dedica su vida a la misión tarahumara. En su obra existen múltiples referencias a la enseñanza de las artes. Por ejemplo, comenta la introducción de música instrumental, pintura, bordado y escultura.34 De acuerdo con Luis González, Joseph Neumann tenía muchas razones para estar orgulloso de su capilla musical en la Tarahumara, pues en 1667 no se encontraba otra que sobresaliera en calidad musical.

Plegaria tarahumara35

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Por su parte Spicer, sin dar más referencias, encuentra que en el territorio yaqui:

el tipo de órgano portátil usado en Europa durante los siglos XVI y XVII, fue utilizado por los misioneros para introducir a los yaquis a la música de la iglesia. El órgano podía llevarse en el lomo de un burro. Un tipo antiguo de trombón, y otros instrumentos como el oboe y la flauta, fueron introducidos por los jesuitas, pero para el siglo XX no se usaban más en las iglesias yaquis.36

Es indudable la huella dejada por los instrumentos musicales que aportan los jesuitas. Algunos desaparecen; otros se integran y evolucionan como instrumentos de banda en la población mestiza, mientras que algunos más, sobre todo de la familia de cuerdas -violín, guitarra y arpa—, forman parte del acervo musical contemporáneo de yaquis, mayos, guarijíos, tarahumaras y pápagos. Estos instrumentos de madera son construidos y tocados por los grupos indígenas. Los tarahumaras, por ejemplo, utilizan la palabra label para designar al violín, siendo que en su origen europeo el rabel es un violín pequeño, utilizado para la música del renacimiento. La introducción de estos instrumentos se asocia con cultos católicos en donde se venera a la virgen María, a Jesús, a los santos a la Trinidad o la asunción, tal como se aprecia entre yaquis, mayos y tarahumaras durante el año litúrgico. A pesar del claro significado católico de las fiestas traídas por los misioneros, algunas ceremonias de posible origen prehispánico se rigen por un calendario solar y lunar. Un ejemplo de lo anterior se observa durante el ritual de Semana Santa y Cuaresma entre los tarahumaras, en el cual se perciben tanto los elementos católicos como los que se ciñen a una cosmovisión no católica. En este ritual se hace evidente la influencia que guardan la virgen y la luna llena, ambas anunciando la llegada de un nuevo ciclo agrícola.38

En cuanto a las formas musicales, en la época colonial se introduce el minuete, la contradanza,39 el motete, el villancico (diversas formas de música popular, sobre todo en el siglo XVIII) y cantos antifonales en latín, como parte de la liturgia, que continúan siendo interpretados durante las procesiones indígenas. Igualmente se introducen las formas instrumentales que acompañan la música de las danzas de tipo morisco. A propósito de la música traída a la región, Varela indica:

El canto que cultivaron durante la colonia los misioneros de las diferentes órdenes, dejó su huella, tanto en la población indígena como en la población mestiza, que siguen entonando misas, salmos, letanías, lamentaciones, te Deum, magnificat, y otros cantos en latín tan modificado como el canto llano o polifónico original, y del que sólo quedan restos reveladores. Los alabados cantados en español abundan por todo el estado [de Sonora], sobre todo entre los habitantes mestizos.40

Pieza de matachines yaqui41

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La introducción de música y de la danza de matachines, en particular, tiene repercusiones en la nueva concepción de la sonoridad cultural de varios grupos indígenas. La música modal y, sobre todo, la sonoridad proveniente de la cuerda punteada y frotada son, en ese entonces, totalmente desconocidas para los indígenas. Por esta razón el estilo de interpretación musical se ve alterado.42 Un aspecto que determinaría la lógica acústica colonial son los modos musicales eclesiásticos enseñados, entre otros, por los jesuitas, y a su salida son cultivados por diversos compositores franciscanos, sobre todo en el norte de California. Sin embargo, como veremos más adelante, en el transcurso de la historia colonial, la música indígena se apropia de rasgos musicales diversos y se transforma en algo muy distinto a lo que pudieron imaginarse los primeros jesuitas que enseñaron diferentes modelos de la música europea. Hoy en día, la música indígena ha incorporado la tonalidad como parte del proceso de cambio de las artes musicales, producto de influencias diversas. Los elementos que se entreveran con los principios musicales de origen provienen, por un lado, de la música coral e instrumental religiosa de los primeros años de conquista. Los indígenas adaptan géneros vocales como organums, himnos y misas. Otras influencias fundamentales (no desarrolladas en este espacio) son, por una parte, la que establece el clero secular y, por otra, la que emana de la cultura musical de colonos y militares, que tiene eco principalmente entre la población mestiza. Además de las implicaciones estéticas de la sonoridad de la música vocal, de cuerda o de aliento en las que se inspiran las prácticas litúrgicas, la danza de matachines participa directamente en la colonización imaginaria indígena debido, entre otras cosas, al fuerte simbolismo de conversión.43

A propósito de la música de flauta interpretada en las ocasiones funerarias, en el siglo XVII, el padre jesuita Pedro Mendes comenta sobre los desaparecidos ocoronis:

tienen estos indígenas buenas habilidades y toman cualquiera cosa fácilmente que se les enseña. En menos de quince días aprendieron unos ocoronis muchachos a tocar flautas bien (...)44

Y continúa más adelante:

A materia de religión y culto divino, pertenece también lo que toca al canto y música de la iglesia; y aunque a los principios se puso en esto algún cuidado, ése no se podía adelantar, porque era menester enseñar primero a escribir, leer y luego el punto de canto a los músicos y escoger voces, todo lo cual con el tiempo se consiguió (...).

Prevenidos estos hábiles niños, se procuraron maestros de canto, cristianos antiguos, y juntaron y (...) formaron capillas muy diestras en cada uno de los partidos del Yaqui, donde ya hoy se celebran las fiestas a canto de órgano y con otros instrumentos músicos, de bajones, sacabuches, chirimías, y flautas, que en todo han salido diestros.45

De las antiguas misiones e iglesias de la California, Francisco Xavier Clavijero advierte:

Las iglesias de las misiones, aunque pobres por la mayor parte, se mantenían con toda decencia y aseo posibles. La de Loreto era muy grande y estaba bien adornada; la de San José de Comondú, edificada por el padre Francisco Inamma, era de tres naves, y la de San Francisco Javier, fabricada de bóveda por el padre Miguel del Barco, era muy hermosa. Cada iglesia tenía su capilla de músicos y en cada misión había una escoleta en donde algunos niños aprendían a cantar y a tocar algún instrumento como arpa, violín, violón, y otros. (...) En la misma iglesia repasaban la doctrina cristiana y cantaban en alabanza de Dios y de la santísima Virgen un cántico que los españoles llamaron alabado porque comienza con esta palabra.46

Entre los géneros enseñados por los jesuitas que dejan huella todavía entre los yaquis se encuentran los himnos, responsos, misas y cantos antifonales, interpretados en la liturgia yaqui con un estilo similar en una mezcla lingüística con partes de latín, yaqui y español. La cantora entona la melodía de la primera frase arrastrando la melodía, mientras que el conjunto de cantoras entona otra melodía a manera de responsorio. No obstante, el maestro rezandero puede también intervenir como voz principal, seguido por las otras cantoras, mientras que éste se alterna con la cantora para dirigir cada una de las frases.

La música litúrgica del siglo XVII crea en el noroeste los inicios de la polifonía, que será apropiada posteriormente por la música indígena para violín y arpa, compuesta a menudo sobre una base modal. A finales del siglo XVIII, se incorporan probablemente ciertas escalas y cadencias provenientes de la evolución armónica de la música occidental; es decir, cadencias que pueden ir del quinto al primer grado de una tonalidad o del cuarto al primero. Pese a que los indígenas aprenden estas cadencias armónicas, el estilo final de una pieza no siempre sigue este patrón. Actualmente, en muchos sones para cuerda, la melodía persiste en la tónica realizando al mismo tiempo un leitmotiv melódico que se mantiene hasta concluir la pieza, "como sucede en algunas segundas secciones de sones en el cual pende una melodía cortísima sobre el subdominante, misma que se repite varias veces antes de regresar a la tónica".47

 

CONCLUSIONES

La música y el arte, "austero en apariencia", de los grupos indígenas del norte de México integra, recupera y se fundamenta en los elementos enseñados por los jesuitas durante la evangelización del noroeste de México en la época colonial. En la última década del siglo XVI hasta la primera mitad del XVII, los misioneros evangelizan sustentados en un universo multicolor de imágenes y sonidos puestos en escena, sirviéndose igualmente de las tradiciones indígenas ya enraizadas. Este cúmulo de conocimientos artísticos difundidos a través del teatro, la música, la danza y varias formas literarias, es apropiado por las culturas indígenas. En el caso de los cantos litúrgicos, por ejemplo, los indígenas repetían frases y palabras en latín. Sin embargo, más allá de la forma, el contenido ideológico no era en lo absoluto el cristiano sino el de la cultura autóctona. Esta situación trajo como consecuencia el fortalecimiento paulatino del pensamiento mestizo. Desde las primeras misiones, incluso, no es posible aludir a un arte estrictamente jesuita, sino a un género artístico indígena en el que las tradiciones litúrgicas y "paganas" traídas del viejo continente se incorporan a la sensibilidad indígena en un esfuerzo de adaptación a las necesidades de la enseñanza del evangelio. Este proceso de trastorno y, finalmente, incorporación de signos evangélicos plantea también un arte indígena de influencia jesuita, específico del septentrión novohispano. Sin embargo, por otra parte, el arte de la Compañía de Jesús en la Nueva España sufre, de la misma forma, un vuelco y se convierte en un conjunto de manifestaciones que integran las expresiones artísticas indígenas. Al igual que en el noroeste de México, por ejemplo, el auge del arte pictórico y musical jesuita —desarrollado con notables polifonías en América del Sur— comprende manifestaciones que responden a una nueva corriente estética del arte introducida por esta compañía. En realidad, el arte de los jesuitas nace y se reproduce en la evangelización y colonización de América Latina, retomando estilos e imágenes del nuevo mundo.

Como antes apuntamos, si bien la música y las artes se inician en la población indígena, éstas repercuten y se cultivan a menudo, en otro estilo, en la población mestiza. A este respecto, Varela señala:

Decorme atribuye al padre Azpilcueta el haber establecido una escuela de música en Batuc [Sonora], para la cual trajo un maestro de música para enseñar a sus neófitos cantos y devociones.48

Según Leticia Varela, en esta región del estado de Sonora han proliferado grandes compositores y actualmente se desarrolla una fuerte tradición musical en la que participan orquestas típicas e instrumentistas.49

Recapitulando la herencia jesuita en el arte de los indígenas del noroeste mexicano, es posible resumir que buena parte de los conocimientos artísticos, literarios, musicales y pictóricos fueron enseñados probablemente por la Compañía de Jesús. El hecho de que la misión jesuita llegara a finales del siglo XVI y se fortaleciera durante más de 150 años me lleva a pensar que su influencia en el noroeste de México es determinante en las diversas formas artísticas, litúrgicas y musicales de los indígenas durante este período colonial y posterior. Por consiguiente, la sociedad indígena contemporánea, en su conjunto, es incomprensible sin los conocimientos artísticos, técnicos y religiosos llevados por la Compañía de Jesús a la región. Pese a que los rasgos arquetípicos se encuentran presentes en los ritos religiosos de los pueblos indígenas, también se perciben en las formas éticas y religiosas de la sociedad mestiza. La práctica religiosa de la Cuaresma, la Pascua, el culto a la virgen, la Santa Trinidad, son sólo algunas de las tantas fiestas religiosas que continúan celebrándose entre muchos grupos indígenas y no indígenas en su versión sincrética de uno y otro lado. Asimismo tienen un significado particular para la población mestiza.

No obstante el peso que le otorgamos a los jesuitas, el conjunto de enseñanzas artísticas y religiosas son reafirmadas por las órdenes franciscanas y dominicas, establecidas después de 1763, o por el clero secular. Además existe la rama de conocimientos transmitidos por militares y colonos en el contexto cotidiano.

Finalmente, después de la interrupción de la actividad jesuita desde finales del siglo XVIII, la Compañía de Jesús regresa al noroeste a principios del siglo XX a los lugares como la sierra Tarahumara, donde habían trabajado anteriormente. En pueblos como Carichi, Sisoguichi y Creel -en la sierra Tarahumara—, la Compañía de Jesús continúa su labor con importantes provectos de acción social y evangélica.

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Notas

* Agradezco la ayuda y documentos proporcionados por Humberto Barquera, S.J.

1 Estos objetos eran contextualizados en la cultura indígena como objetos con poderes particulares (tal es el caso de la pintura de Francisco Xavier, venerada en la sierra Tarahumara). Otro ejemplo de esta situación son los cascabeles de metal que se colocan en las pantorrillas, que en el contexto europeo eran codificados como instrumentos de arlequines y payasos de la corte, mientras que en el noroeste poseían -y poseen- particular relevancia ritual asociada con varios personajes sagrados.

2 Las incursiones españolas en América Latina se acompañan invariablemente de la conquista espiritual, lo cual implica también la colonización del goce artístico.

3 Las incursiones de diversos aventureros, impulsados por el sueño de oro, continuarán hasta el siglo XIX.

4 Sobre el período colonial en Baja California existe una lista importante de jesuitas, entre los que se cuenta a Ferdinand Konsak, Juan María Salvatierra y Miguel Venegas.

5 En algunos apellidos de los misioneros se ha conservado la ortografía original.

6 Luis González Rodríguez, Crónicas de la sierra Tarahumara, México, D.E, SEP, 1984, pp. 14-15.

7 Kaspar Oldich, Los jesuitas checos en la Nueva España 1678-1767, D.F., UIA, 1991, pp. 27-60.

8 Ver Miguel Olmos, "En la búsqueda de los salvajes. Conquista, alteridad y colonización del imaginario estético en el noroeste de México: Cabeza de Vaca y Pérez de Ribas", en frontera Norte, núm. 22, julio-diciembre de 1999, pp. 23-24.

9 Frost, 1992:21.

10 Soriau Etienne, Vocabulaire d'estétique, París, PUF, 1990, p. 916. Traducción del autor.

11 Frost op. cit.

12 Estos documentos se encuentran en la Universidad de Arizona y en la Biblioteca Nacional de París.

13 René Fülop-Miller, El poder y los secretos de tos jesuitas; monografías de cultura histórica, Madrid, Biblioteca Nueva, 1931, p. 431.

14 Fülop-Miller, citado por Frost, op. cit., p. 18. La obra literaria se adjudica al sacerdote jesuita, quien fuera obispo de Puebla de los Ángeles en México. Véase Juan Palafox y Mendoza, Peregrinación de Philotea al santo templo, y monte de la Cruz / del (...) Señor Don (...) Obispo de Osma (...), Madrid: Mateo Fernández (...) [en la imprenta Real], 1659, [12], 182, [2] h.; 4º.

15 Fülop-Miller, op. cit.

16 Quiñones Melgoza, Teatro mexicano, historia y dramaturgia. Teatro profesional jesuita del siglo XVI (estudio introductorio de J. Quiñones Melgoza), Conaculta, México, D.F., 1992, p. 13.

17 Op. cit., pp. 117, 126 y 127.

18 Andrés Pérez de Ribas, Triunfos de nuestra santa fe entre gentes las más bárbaras y fieras del nuevo orbe, vols. I y II, Hermosillo, Gobierno del Estado de Sonora, 1985, p. 29.

19 Este tipo de verso, propio del ambiente intelectual mediterráneo europeo en los siglos de colonización, tiene en la actualidad gran difusión en América Launa y el Caribe. Como forma literaria popular casi ha desaparecido en el noroeste de México. No obstante, he encontrado algunos ejemplos en el pueblo mestizo de Tacuichamona, ubicado en el sur del estado de Sinaloa. Esta muestra fue registrada en 1994.

20 Esta décima forma parte de un cuaderno escrito con décimas y versos sobre las costumbres rituales de Semana Santa de este pueblo. En la introducción se precisa que lo que se escribe son costumbres que datan del año 1656.

21 En la tradición nahua del altiplano mesoamericano, el tenanche es el encargado de organizar las fiestas religiosas.

22 Francisco Checa y Concha Fernández Soto, "Moros y cristianos en Andalucía oriental. Textos y fiestas", en Nueva Revista de Fonología Hispánica, tomo XLVI, mim. 2, México, D.F., Centro de Estudios Lingüisticos y Literarios de El Colegio de México, 1998, pp. 265-308.

23 Es preciso señalar que aun siendo los jesuitas los que sientan las bases de las artes indígenas, los frailes franciscanos —que llegan una vez que los jesuitas son expulsados —, así como el clero secular, influyen tambien en las artes que cultivará la población indígena. Entre los tarahumaras, y en particular yaquis, mayos y pápagos, saltan a la vista los cultos, ceremonias y prácticas religiosas, donde el imaginario del arte cristiano esra presente en sus creencias.

24 Andrés Pérez de Ribas, op. cit., vol. II, p. 163.

25 Cuevas, 1928:336, citado por Frost, 1992:26.

26 Ma. Elena Álvarez Tostado A., "jesuitas, educación y cultura", en Gilberto López Alanis, (comp.), Presencia jesuita en el noroeste (400 años del arribo jesuita al noroeste), Culiacán, Editorial Difocur, Serie Historia.

27 Ídem.

28 Arturo Arellano Romero, "El padre Joseph Och en las misiones de Sonora 1756-1765", en López Alanis Gilberto (comp.), op. cit., p. 13.

29 Los tres primeros templos son poco frecuentados por los grupos indígenas contemporáneos, mientras que, por lo general, los otros templos de la región continúan siendo sedes de los cultos religiosos indígenas; por ejemplo, algunos que se encuentran en los pueblos yaqui, en la zona mayo, en la sierra Tarahumara o en Magdalena, donde yacen los restos de Eusebio Kino, poblado que sigue funcionando como santuario para los indígenas de la región, por lo menos desde el final del período jesuita.

30 Juan Mateo Mange, Diario de las exploraciones de Sonora, Hermosillo, Gobierno del Estado de Sonora, 1985, p. 153. El órgano que menciona Mange en este escrito se refiere al organum como forma coral a dos o más voces, v no al instrumento de teclado.

31 Mange, op. at.

32 Joseph Neumann, Révoltes des Indiens Tarahumars. Traducción del latín e introducción de Luis González Rodríguez, París, Institut des Hautes Études de L'Amérique Latine de L'Université de Paris, 1969, p. 133. Traducción del francés al español por el autor.

33 Cita de Luis González en Joseph Neumann, op. at., p. 133.

34 Joseph Neumann, op. at.

35 Plegaria interpretada en una Semana Santa tarahumara en la comunidad de Tatawichi en el municipio de Guachochi. Pieza registrada por Miguel Olmos en abril de 1996.

36 Edward H. Spicer, Los yaquis. Historia de una cultura, México, D.F., UNAM, 1994, p. 28.

37 Spicer, 1994:28-29. En la referencia original aparece el nombre de trombón; sin embargo, en los siglos XV y XVI, al ancestro del trombón moderno se le conocía como sacabuche. Este último no presenta diferencias sustanciales con respeto al trombón contemporáneo. El autor menciona también un oboe en lugar de un fagot similar al fabricado en Dresden por Koch Siegfried en 1696.

38 Las relaciones entre la luna llena, la virgen María, la resurrección de Jesús y el inicio del ciclo agrícola son evidentes en diversas comunidades. Esta observación se circunscribe particularmente a la comunidad tarahumara de Tatawichi, Chihuahua.

39 En Inglaterra es cultivada como el country-dance.

40 Leticia Varela, "Tradición y religión en armonía", en La Onda, num. 79, año VIII, octubre de 2001, pp. 22-23.

41 Fuente: Música grabada en la región yaqui en Potam, Guaymas, Sonora, en abril de 1995. La pieza es interpretada por Ismael Castillo Rendón, alias El Charo. La transcripción de la música es de Miguel Olmos.

42 En las actuales piezas indígenas tocadas con violín, arpa y guitarra, se aprecia la influencia jesuita pero es innegable la fuerte presencia del estilo indígena.

43 Véase Miguel Olmos, "Moros y cristianos en el noroeste de México", en Revista de la Universidad Autónoma de Sinaloa, núm. 8, Culiacán, 1999.

44 Luis González Rodríguez, Crónicas de la sierra Tarahumara, 1984:37. En este libro, el autor cita el Texto de la relación de la entrada de Chínipas de Pedro Mendes.

45 Pérez de Ribas, Andrés, Triunfos de nuestra santa fe entre gentes las más bárbaras y fieras del nuevo orbe, op. cit., vol. II, p. 164.

46 Francisco Xavier Clavijero, Historia de la antigua o Baja California, México, D.F., Universidad Iberoamericana, 1986, pp. 250-251 [1789].

47 En el noroeste de México no se compusieron obras polifónicas como las que se encuentran en el estado guaraní de Paraguay o como las del centro de México y del Perú. Lo más cercano a la tradición polifónica indígena en el noroeste de México es el coro de las niñas de Norogachi en la alta Tarahumara, aun cuando este conjunto no tiene más de 30 años y nace en un contexto casi mestizo con fuerte influencia externa.

48 Varela, op. cit., p. 21.

49 Ídem.

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