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Frontera norte

On-line version ISSN 2594-0260Print version ISSN 0187-7372

Frontera norte vol.13 n.25 México Jan./Jun. 2001

 

Nota crítica

 

¿Más allá de las fronteras? Transdisciplinariedad y estudios culturales*

 

Francisco de la Peña Martínez**

 

** Profesor-investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Dirección electrónica: paco61@prodigy.net.mx.

 

El alcance de un debate necesario

La aparición en el campo de las ciencias sociales de una corriente de ideas y un ámbito de investigaciones conocido bajo el término de "estudios culturales" es uno de los fenómenos más significativos de los últimos años. Aunque bajo la bandera de los estudios culturales se cobijan los trabajos más disímiles y los intereses académicos más diversos, comienza a desplegarse un debate en torno a ellos cada vez más polémico. Entre los académicos mexicanos dicho debate apenas comienza, entre otras cosas porque la mayor parte de la bibliografía sobre estudios culturales no está traducida al español. En este sentido, el más reciente trabajo de Carlos Reynoso, Apogeo y decadencia de los estudios culturales, un lúcido y penetrante análisis crítico de los llamados estudios culturales, es un estudio que llena un vacío y aporta una primera visión de conjunto sobre una corriente de ideas que goza de una gran popularidad en el mundo anglosajón.

Carlos Reynoso es un antropólogo argentino, especialista en teoría antropológica, que ha escrito varios ensayos sobre antropología simbólica, cognitiva y psicológica. También es responsable de un estudio preliminar y una compilación sobre la antropología posmoderna que le ha dado una gran proyección entre el público mexicano.

El libro de Reynoso, de lectura amena, bien escrito y erudito, es un buen punto de partida para situar los puntos álgidos del debate en torno a los estudios culturales. Reynoso hace una reconstrucción detallada del nacimiento y desarrollo de los estudios culturales, describe las diferentes etapas por las que ha atravesado este movimiento, las ideas de los autores que las han representado y los temas, los problemas y los dilemas de este campo de investigación. Todo ello manejando una masa de información y una bibliografía sobre el tema bastante considerable. Reynoso elabora una penetrante crítica de este movimiento intelectual desde la perspectiva de la antropología científica, en una clara toma de posición a favor del proyecto antropológico y en contra del programa de los estudios culturales.

 

El fantasma de la transdiciplinariedad

El libro está organizado a partir de una serie de preguntas cuyas respuestas se despliegan a lo largo de nueve capítulos. El autor revisa en primer lugar las definiciones existentes y propone una según la cual

...los estudios culturales son el nombre en que ha decantado, plasmada en ensayos, la actividad interpretativa y crítica de los intelectuales. Los estudios culturales se han estandarizado como una alternativa (o una subsunción de) las disciplinas académicas de la sociología, la antropología, las ciencias de la comunicación y la crítica literaria, en el marco general de la condición posmoderna. El ámbito preferencial de los estudios es la cultura popular (p. 19).

Reynoso enumera algunos de los temas de estudio más comunes (género y sexualidad, raza y etnicidad, cultura popular, identidad cultural y nacional, discurso y textualidad, globalización, colonialismo y poscolonialismo, etc.), así como la especificidad de este campo del saber frente a los llamados "estudios poscoloniales" y el multiculturalismo.

Efectivamente, si bien los estudios culturales pueden converger con algunos de los tópicos que interesan a los estudios poscoloniales, los referentes intelectuales y los principales teóricos del poscolonialismo se caracterizan por ser pensadores no occidentales vinculados al mundo ex colonial, a diferencia de los ideólogos culturistas, mayoritariamente anglosajones. Los estudios sobre el multiculturalismo, por su parte, se distinguen de los estudios culturales por su fuerte acento político, por su ecumenismo y por no apelar a los referentes que están en el origen del culturismo.

A este respecto, el segundo capítulo aborda la genealogía y el desarrollo del movimiento culturista, en el que pueden reconocerse tres etapas: una marxista, una postestructuralista-posmodernista y la más reciente, influida por el poscolonialismo.

En efecto, los orígenes del culturismo reenvían a la sociología y al marxismo inglés. Edward P. Thompson, Raymond Williams y Richard Hoggart, considerados por muchos como los padres fundadores del culturismo, se interesaron sobre todo en desarrollar un marxismo antidogmático sensible a los aspectos culturales, subjetivos e identitarios de los sectores populares y a su papel en la lucha de clases. Como Reynoso lo hace notar, hoy en día es prácticamente inexistente la influencia de sus ideas en los culturistas actuales, quienes sólo de manera retórica les rinden memoria (y en especial a Williams). Reynoso da cuenta de la manera como, a través de Stuart Hall, heredero no muy fiel de este neomarxismo británico y gran profeta de los estudios culturales, éstos se difunden a Norteamérica y son transformados profundamente al contacto con el pensamiento postestructuralista y posmodernista.

Vía Foucault, Lacan, Derrida, De Certeau, Baudrillard, Lyotard y Bourdieu, autores venerados por los posmodernistas estadunidenses, los estudios culturales a la "americana" tomarán un giro semiológico y textualista cada vez más especulativo y retórico. Finalmente, en convergencia con los temas poscoloniales, el culturismo ha desembocado en el culto de nuevos gurús, entre los cuales destacan figuras intelectuales como Homi Bhabha, Edward Said o Gayatri Spivack.

Los estudios culturales son presentados por sus partidarios como una praxis transdisciplinaria y subversiva, una antidisciplina liberadora del último bastión de la modernidad, las ciencias sociales establecidas. Sin embargo, aunque los culturistas celebran la bancarrota de la "gran teoría" y la liberación de las "camisas de fuerza" disciplinarias, Reynoso sostiene que en el fondo los estudios culturales constituyen una nueva ortodoxia, autoritaria e intolerante, disfrazada de contradisciplina particularista y relativista.

En el capítulo cuarto Reynoso intenta demostrar que, más allá de su presumida superioridad frente a las limitaciones de las ciencias sociales instituidas, los resultados o aportes teóricos de los estudios culturales son nulos. El autor se detiene en particular en dos de estos pretendidos aportes, la teoría de la "recepción activa" y la teoría de la "articulación". Si a la primera la acusa de falta de originalidad (puesto que dicha teoría fue desarrollada desde hace tiempo al seno de las ciencias de la comunicación), a la segunda la descalifica por vaga e incoherente, como una tentativa fallida por desarrollar algunas ideas que están presentes en Althusser (aunque los culturistas erróneamente las atribuyen a Gramsci). Reynoso denuncia sin contemplaciones la proliferación entre los culturistas de una jerga incomprensible y alambicada, así como la práctica de un eclecticismo incontrolado, que no es sino la contraparte de la ausencia de cualquier clase de metodología.

Reynoso señala que los estudios culturales se caracterizan hoy en día por una verdadera crisis de crecimiento (hay demasiados "culturistas" que no se ponen de acuerdo en qué significa serlo) y por un periódico y sintomático llamado a retornar a sus "fuentes originales", producto de la tensión entre su programa original, de espíritu claramente modernista, y su programa actual, radicalmente afectado por el influjo de las ideas posmodernistas.

Dicha tensión da cuenta de la contradictoria evolución política de los estudios culturales. En efecto, Reynoso analiza detalladamente en el séptimo capítulo el declive de la dimensión política que marcó el nacimiento de los estudios culturales y la progresiva transformación de éstos en una práctica intelectual elitista y superespecializada. La mayor parte de los actuales estudios culturales, a pesar de presentarse como subversivos y radicales, destilan un claro antiizquierdismo, populismo y anticientificismo. Por lo demás, en ellos el marxismo y sus conceptos estratégicos (clase, ideología, producción) han sido evacuados.

Reynoso describe de manera precisa el estado en que se encuentran los estudios culturales en nuestros días:

En la década de 1990, los estudios culturales están claramente divididos en tres: la máxima tensión separa a los que desean retomar el programa socialista originario y a los que se encuentran cómodos cultivando un posmodernismo genérico, desleído e impersonal. En el medio hay algunos eclécticos sin programa, como Morley y los culturistas australianos. De éstos no hay mucho que decir: al estar bastante a la derecha de Marx ya no son subversivos, y al estar un poco a la izquierda de los posmodernos ya no son graciosos. Los socialistas hablan de una crisis general del movimiento y denuncian a los posmodernos por reaccionarios y conformistas; éstos retribuyen alegando que los estudios culturales gozan de buena salud y acusando a sus adversarios de encarnar la izquierda moral y el stalinismo... (p. 272).

El capítulo octavo aborda la relación entre los estudios culturales y las ciencias sociales, en especial la sociología y la antropología. Reynoso analiza la manera en que las tentaciones imperialistas que animan al proyecto culturista afectan al conjunto de las ciencias sociales y humanas. Prueba de ello es que, aunque el primer programa de estudios culturales surgió en un departamento de sociología, el de la Universidad de Birmingham, la sociología ha sido desplazada del horizonte en la mayor parte de las instituciones donde se han implantado los estudios culturales. En nombre de la crítica a las disciplinas establecidas, la sociología ha desaparecido tanto institucionalmente como epistemológicamente a favor de los estudios culturales, los cuales, en el marco de un "giro simbólico" que favorece lo discursivo y lo simbólico, han terminado por obliterar lo social mismo.

En lo tocante a la antropología, Reynoso afirma que los estudios culturales han buscado apropiarse tanto de su objeto, la cultura, como de su método, el trabajo etnográfico.

A pesar de tal pretensión, el autor muestra acertadamente la limitada noción de cultura que manejan los culturistas. En efecto, para éstos lo cultural está asociado a lo popular y lo subalterno más que a la alteridad y la diferencia, y está más del lado de los objetos materiales que de las formas de vida (en general, la "cultura" que abordan los estudios está representada en artefactos, tales como revistas, filmes o libros académicos). Ello explica por qué el culturismo se interesa más en el análisis del consumo cultural que en el de la producción cultural.

Asimismo, el autor cuestiona el uso y la idea que se tiene del trabajo etnográfico, y destaca la diferencia existente entre la etnografía culturista y la antropológica:

Mientras ésta aspira, en general, a un conocimiento global de un modo de vida en función de una inmersión personal prolongada en el campo, la versión culturista se encuentra "circunscripta de manera muy estrecha" por una preocupación acotada a una temática individual; en consecuencia, se ha terminado reificando o ignorando otros determinantes culturales fuera del que se encuentra subrayado en cada investigación. Una práctica en particular (mirar televisión, por ejemplo) se halla así desconectada de las demás prácticas que contribuyen a hacerla una actividad significativa... (p. 214).

Con toda razón, Reynoso critica la posición de posmodernistas como Marcus o Rosaldo, tránsfugas de la antropología que ven en los estudios culturales el futuro de la antropología, la única vía por la cual ésta sobrevivirá a su "muerte". Como afirma el autor,

...unos cuantos antropólogos de esa extracción (james Clifford, James Crapanzano, Paul Rabinow, Georges Marcus, Michael Fischer. Renato Rosaldo, Emily Martin) se han deslizado insensiblemente hacia los estudios culturales. Ya viven allí, y no dan demasiadas explicaciones. En prólogos, charlas y comunicaciones directas, algunos (como Marcus) van una pizca más lejos y alegan que el tiempo de la antropología ya ha caducado y que los estudios culturales han venido a relevarla en buena hora (p. 203).

Reynoso afirma que para gentes como Marcus, editor de la revista Cultural Anthropology, "...sería altamente positivo que la antropología quede subsumida bajo el manto de los estudios culturales en el futuro próximo" (p. 222).

El argumento para ello es concluyente: a medida que la globalizacion erosione las diferencias culturales, el estudio de las culturas distantes, exóticas y primitivas dejará de ser relevante y el estudio de los complejos contextos culturales propios de nuestras sociedades proporcionarán un terreno vasto y desconocido para la exploración etnográfica.

Reynoso define al programa culturista como una mezcla de "posmarxismo anodino, textualismo inespecífico y etnografía rudimentaria" y, subiendo el tono de sus reproches, afirma que no por azar

...los estudios culturales sólo fueron reconocidos como tales por los antropólogos posmodernos ya entrada la década de 1990, o sea cuando aquéllos ya estaban americanizados, posmodernizados, desmarxizados y textualizados. A partir de esta domesticación los estudios culturales se presentan a los ojos de nuestros posmodernos como el mejor modelo para proponer un cambio para que nada cambie... (p. 255).

Porque, en el fondo, lo que realmente interesa a los antropólogos posmodernos

...no es el tesoro metodológico que pudieran traer los estudios culturales consigo, sino el lugar que ocupará cada quien en el campo de fuerzas de la academia, el tejido de las alianzas estratégicas que podrían surgir en función de la coincidencia ideológica entre los estudios posmodernos y los antropólogos de la misma denominación... (p. 256).

Así, para Reynoso, ante la idea de que la antropología y los estudios culturales son una y la misma cosa, el surgimiento de una suerte de "antropología culturista" no representaría sino el "triunfo de la pragmática", es decir, de una estrategia de alianza entre antropólogos posmodernos y culturistas a fin de dominar el campo intelectual y académico de las ciencias sociales.

Una mención especial merece el pasaje en el que Reynoso aborda el trabajo de su compatriota Néstor García Canclini. El más conocido portavoz de los estudios culturales en México (y quien gusta hacerse pasar por antropólogo) es alguien a quien, entre otras cosas, Reynoso reprocha su "manejo sistemático del malentendido" y acusa de oportunismo intelectual, un rasgo que forma parte del pragmatismo reinante en el seno del culturismo. El juicio sobre García Canclini es sin concesiones:

Algunos autores de estudios culturales ingleses y norteamericanos nombran a Canclini como su comisionado autorizado en América Latina... Canclini se ha inclinado, siguiendo las nuevas usanzas, hacia temas de multiculturalismo y globalizacion. Demostró con ello, otra vez, ser menos un creador proactivo de teorías que un detector sensible de los cambios en las tendencias dominantes. La ecuación personal de Canclini coincide miembro a miembro con la serie de las novedades teóricas que se fueron sucediendo: interaccionismo simbólico, teoría de la práctica, posmodernismo genérico, posmodermismo antropológico, estudios culturales, multiculturalismo, globalizacion, y ahora mundos virtuales. Siempre esperó a que se impusieran para adoptarlas, y también aguardó a que menguara su prestigio para huir discretamente de ellas, o para sustituir la inspiración por la crítica... (pp. 245-246).

La embestida de Reynoso contra el culturismo concede, con todo, que en algunos contados casos los estudios culturales pueden ser relevantes:

No puedo pretender, sin embargo, que todo lo actuado en nombre de los estudios culturales sea, por estas únicas razones, abominable. Suele ocurrir que, cuando se dejan de lado las declamaciones y se adopta una instancia más sobria y tentativa, los resultados son dignos de ser tenidos en cuenta. Hay unos cuantos trabajos analíticos perfectamente legibles insertos en las antologías que van al grano de su investigación sin dar lecciones de epistemología, sin hacer aspavientos doctrinarios, sin pretender engullirse a las otras disciplinas y sin preocuparse por la vida de los Grandes Patriarcas (p. 267).

El último capítulo pasa revista a las más comunes críticas dirigidas a los estudios culturales y la actitud de sus defensores, quienes en general suelen tachar de reaccionario todo cuestionamiento a su campo de saber. Las críticas más conocidas reprochan a los estudios culturales su despolitización, su textualismo, su populismo, sus deficiencias etnográficas, su improductividad teórica, su metodología, su ortodoxia, su culto a los ancestros, su autocelebración y su engreimiento "antidisciplinario".

Reynoso lamenta la demora que ha caracterizado a los partidarios de la cientificidad y la precariedad de la crítica científica a lo que él denomina los diversos "irracionalismos contemporáneos", entre los cuales incluye, al lado del culturismo, el postestructuralismo, el posmodernismo, el relativismo epistemológico, la deconstrucción, el constructivismo sistémico, los estudios culturistas de la ciencia, la fenomenología, la hermenéutica, el lacanismo, la historia cultural y "cierta semiótica".

Lamenta también la endeble reacción crítica al culturismo en el plano de las diversas disciplinas (la historiografía, la semiótica, la sociología, la antropología). En el terreno de la semiótica, por ejemplo, Reynoso constata que muchos estudiosos que hace algunos años se habrían definidos como semiólogos hoy prefieren presentarse como culturistas. Señala también que el proyecto de una ciencia general de los signos que está en el origen de la semiótica está hoy en franca retirada, y que el ideal científico de los semiólogos ha sido desplazado por el ideal artístico de los culturistas: "Tal vez no sería abusivo considerar que los estudios culturales son lo que la semiología hubiese sido de haber escogido ésta ser más arte que ciencia..." (p. 295).

En lo que toca a la antropología, Reynoso sostiene que

La crítica de la antropología a los estudios culturales todavía tiene que articularse y adquirir volumen y fuerza más allá de la alarma institucional, de la diatriba más o menos motivada o del extrañamiento que produce un estilo distinto. A esta altura de los acontecimientos, tal crítica es absolutamente perentoria: ya no es posible contentarse con propagandas pueriles e interesadas, como las de Rosaldo, Marcus y Clifford, o con rechazos taxativos pero no elaborados, como los de Sahlins. Tampoco es productivo seguir pretendiendo que los estudios culturales no existen, como lo hacen Marvin Harris o Lawrence Kuznar en sendos libros sobre los dilemas que afronta nuestra disciplina en la actualidad. Como decía el mismo Hall, la coyuntura es mortalmente seria... los estudios culturales han venido para quedarse. Lo primero debe ser leerlos, y leerlos bien... (p. 298).

Después de enumerar en una larga lista las deficiencias fundamentales del culturismo (alrededor de 37), Reynoso, lamentando el que los filósofos hayan terminado por desplazar a los científicos en el estudio de la cultura, concluye su trabajo con una tesis implacable acerca de los estudios culturales, según la cual, "todo ponderado, estamos en presencia del conjunto de propuestas de más bajo estándar de excelencia (pero de más elevada autoimagen) en el campo de las investigaciones sociales" (p. 305), tesis a la que completa la idea de que los estudios culturales

se volvieron plenamente legítimos cuando el pensamiento débil se impuso como preferible a las formas del saber que se atenían a regímenes de precisión, productividad y consistencia; que fue también cuando el brillo literario pudo pasar por método, el sarcasmo por rigor y un intertexto doméstico por interdisciplinariedad (p. 308).

 

El futuro de una ilusión

Como es evidente, el ensayo de Reynoso, aparte de sus méritos, es de una gran osadía (hace falta valor para rechazar en bloque toda una corriente de ideas) y muy poco amistoso, por no decir que agresivo, con respecto a los practicantes de los estudios culturales. Sin duda, el autor, erigido en único árbitro, somete a los estudios culturales a un juicio sumario sin complacencias y en algunos casos excesivo.

Reynoso defiende a la antropología frente a las pretensiones del culturismo, y ello no sólo es legítimo sino muy encomiable. Con todo, sólo en parte coincidimos con el autor cuando afirma que

...ahora que la antropología está a la búsqueda de objetos nuevos en la propia cultura, encuentra que los estudios culturales ya se han hecho cargo de todo. El nombre que ellos mismos se pusieron y la lista de temas que oficializaron malogran cualquier esperanza de reclamación por parte nuestra. ¿Qué valor agregado aportaríamos? ¿Una disciplina en expansión? ¿Alguna iniciativa original en los últimos veinte años? ¿La cultura como texto, tal vez? Nuestras mejores prácticas son más rigurosas y más vanadas, pero en nuestros momentos flacos nos parecemos bastante. Nosotros seremos estrategas más prolijos, pero ellos son tácticos mas eficaces, tienen mejores reflejos y toda la prensa a su favor. Fíjense que hasta el peso de las pruebas se ha puesto en las manos equivocadas; ahora somos nosotros los que debemos dar excusas, como si les hubiéramos sustraído a ellos culturas y etnografías (y no a la inversa) y como si no tuviéramos nada mejor que ofrecer. Al punto que se nos propone siempre ir allá, en lugar de que ellos vengan para este lado... (p. 310).

Un cierto aire apocalíptico y paradójico parece dominar a Reynoso cuando nos advierte sobre la amenaza que los estudios culturales representan para la antropología, a la que pretenden absorber y hacer desaparecer. Apocalíptico, porque si los estudios culturales amenazan a la antropología, ello tal vez sea cierto en ciertos contextos (por ejemplo, en Estados Unidos o incluso en Argentina) pero no en otros (como en México, donde la antropología goza de muy buena salud, o en Francia, en donde, como el mismo autor reconoce, es mínima la incidencia del culturismo), y paradójico, porque Reynoso, queriendo evitar la "muerte de la antropología", defiende una antropología "científica" cuyo programa nunca define frente a los cantos de sirena hermenéuticos, irracionales y transdisciplinarios del posmodernismo y los estudios culturales.

Todo ello despierta algunas sospechas. En realidad, podría pensarse que la crítica de Reynoso al oportunismo de los posmodernistas y culturistas no es menos oportunista, pues el rechazo y la condena al odioso irracionalismo, al que con talento se aboca Reynoso, no sólo sigue estando de moda sino que se vende bien. Y la feroz crítica a su compatriota García Canclini parece remitir más a un pleito entre intelectuales argentinos por delimitar territorios y ganar influencias que a una reflexión imparcial sobre los aportes de un investigador.

Siendo honestos, la antropología posmoderna y los estudios culturales han aportado no pocas ideas críticas y pertinentes que habría que considerar con más calma. Por otra parte, los temores de Reynoso me parecen en alguna medida infundados, ya que tengo serias dudas de que el futuro de la antropología esté amenazado. Antropólogos como Marc Augé, Jonathan Friedman, Georges Balandier o Marc Abeles desarrollan un trabajo de renovación y reinvención de los objetos, los terrenos y las teorías antropológicas al margen de cualquier tentación culturista y sin perder de vista los ideales de objetivación que animan al quehacer científico. Y en no pocos países, entre ellos México, la antropología ha ganado en popularidad, y más que extinguirse a la sombra de los estudios culturales, tiende a convertirse en una disciplina toral en el campo de las ciencias sociales. En todo caso, el debate en torno a los estudios culturales está abierto, y Reynoso nos brinda una buena oportunidad para entablarlo.

 

Nota

* A propósito del libro de Carlos Reynoso Apogeo y decadencia de los estudios culturales, Barcelona, Gedisa, 2000.         [ Links ]

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