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Frontera norte

versión On-line ISSN 2594-0260versión impresa ISSN 0187-7372

Frontera norte vol.12 no.23 México ene./jun. 2000

 

Nota crítica

 

La globalización económica: ¿Una nueva fase de la mercantilización de la vida social?

 

Miguel Ángel Vite Pérez*

 

* Asesor de la Comisión de Fomento Económico de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Dirección electrónica: miguelvite@yahoo.com.

 

Introducción

En la actualidad, la palabra globalización ha alcanzado una rápida popularidad bajo el impulso de los medios de comunicación electrónicos y los diferentes gobiernos neoliberales, en los ámbitos político, económico, social y cultural. Dicha palabra encubre un proceso complejo que ha provocado que las causas se confundan con las consecuencias. Por ejemplo, la desaparición de los sistemas políticos del llamado socialismo "real" en Europa central y del este aceleró la aparición de una idea que señaló el triunfo y la generalización de un modelo de organización social llamado democracia liberal y de mercado en la mayor parte de los países que integran el orbe. Son escasas las respuestas explicativas acerca de la aparición de nuevas identidades que, de una manera reduccionista, se han relacionado con el "regreso" de las exclusiones que conlleva el nacionalismo, el género, la raza y el territorio.

El término globalización es otra forma de nombrar a la nueva fase de acumulación de capital que se ha caracterizado por el predominio del mercado desregulado, es decir, con una mínima intervención estatal, colocando a ciertos Estados-nación en una posición de debilidad. Al mismo tiempo, ha favorecido la destrucción de las identidades sociales basadas en la relación asalariada. La uniformidad u homogeneidad sostenida también por los regímenes europeos del socialismo "real" y expulsada por la puerta después de la caída del Muro de Berlín ha sido introducida por la ventana, ahora bajo el nombre de globalización. Dicho término, en realidad, encubre un proceso de dominación y apropiación del mundo propio del sistema capitalista que se manifiesta en términos socioculturales, político-militares y financiero-tecnológicos, aunque los partidarios de la globalización lo niegan argumentando que "...se trata de una ruptura histórica y de un nuevo paradigma tecnológico ante los que no existen alternativas. Se justifican así las crecientes inequidades, polarización, hiperconcentración de la riqueza y brutal redistribución regresiva del producto mundial bruto a favor de los países capitalistas avanzados, de sus empresas multinacionales y de su enramado de relaciones clientelares con el Tercer Mundo" (Saxe, 1999).

La presente reflexión tiene como finalidad señalar que la globalización es una palabra que encubre otra forma de introducir una modernidad identificada con la uniformidad de preferencias y prácticas sociales, derivadas del modelo de democracia liberal y mercado, que, indudablemente, tiene un efecto sobre las identidades sociales.

Primero examino las características de la globalización económica identificada con una nueva modernidad; en una segunda sección trato el problema de las identidades sociales en el llamado contexto de la globalización económica, y luego elaboro una reflexión general sobre el tema.

 

La globalización económica: algunas características

Rafael Farfán afirma que en la actualidad existe un consenso ideológico sobre el vencedor, en la lucha ideológica entablada en los últimos cincuenta años entre el capitalismo y el socialismo, en este caso la democracia liberal y la de libre mercado. Para llegar a esta situación, la democracia fue despojada de "...los ideales normativos de justicia e igualdad y [reducida] a una técnica o procedimiento de elección de representantes, en los que se delega la facultad de decisión. Nace así la democracia liberal y con ella un concepto jurídico de lo político referido al Estado". Un proyecto donde el Estado tiene una autoridad limitada y complementada con la acción de agentes económicos y sociales autosuficientes en recursos. En el plano económico, se establece la privatización de empresas de propiedad estatal y desregulaciones gubernamentales a favor de la oferta, compuesta por los capitalistas, para mantener un supuesto equilibrio fiscal, privilegiando al mercado como regulador de la demanda. Esto implicó una crisis de la ideología del igualitarismo socialista y, al mismo tiempo, un mayor poder de las empresas transnacionales y sus instituciones, que, en ciertos casos, han descompuesto los Estados-nación en sus elementos básicos: regiones, etnias, religiones.

Una visión instrumental de la democracia y del mercado ha provocado que las élites políticas actúen como gestores administrativos, porque lo político se ha reducido al sistema de partidos y a los procesos electorales, mientras que lo económico se limita al funcionamiento de un mercado que debe buscar su "equilibrio" entre la oferta y la demanda. Las leyes del mercado se transforman en un mecanismo que genera una nueva socialidad, que "...supone que la única relación que se establece entre los individuos es aquella mediada por el mercado" (Bilbao, 1999). En consecuencia, la exactitud matemática, el número de votos (en el caso de la democracia liberal) y la ganancia derivada de las transacciones comerciales son el centro de atención de políticos y de capitalistas.

Lo expuesto nos señala dos características importantes de la nueva modernidad globalizadora: la competencia partidista y la competencia mercantil, dos esferas independizadas una de la otra por las acciones limitadas de la autoridad gubernamental y complementadas con las de los agentes económicos. Lo que sucede en la esfera económica, tanto nacional como internacional, es lo que le ha conferido el significado principal a la palabra globalización. El capital ha impuesto sus condiciones: "...los empresarios que actúan a nivel global están privando a los Estados desarrollados de puestos de trabajo y contribuciones fiscales, a la vez que cargan sobre las espaldas de los demás los costos del paro y de la civilización avanzada" (Beck, 1998). A la globalización se ha identificado también con el crecimiento de los f1ujos financieros, de los bienes y servicios, sin importar las fronteras políticas, con tiendas abarrotadas con productos provenientes de diversas partes del mundo, y hasta se incluyen los costos de procesamiento de información a través de la Internet. La transnacionalización ha encontrado facilidades con la disminución de las regulaciones estatales, lo que ha permitido un abatimiento de costos que se ha ref1ejado más en las transacciones realizadas por el capital financiero. Las políticas públicas que buscaron la desregulación o liberalización de los mercados internos o nacionales se remontan a principios de los años setenta. Alemania abolió los controles en 1973, Estados Unidos en 1974, Inglaterra en 1979, Japón en 1980 y Francia e Italia en 1990.

La aceleración de las actividades comerciales transnacionales no es en realidad un fenómeno nuevo. Después de la Segunda Guerra Mundial, el comercio mundial se incrementó junto con el desarrollo de corporaciones multinacionales que tuvieron su auge en los años cincuenta y sesenta. Lo nuevo radica, en términos generales, en un impulso a las tecnologías de la computación que permiten a las firmas o empresas manipular información de manera confidencial para aprovechar las ventajas del comercio. Al mismo tiempo, se ha acelerado la volatilidad de los mercados financieros que tiene su origen en el abandono de las reglas monetarias establecidas en los acuerdos de Bretton Woods de 1944, permitiendo la desregulación de los movimientos de los capitales.

La globalización económica representa el fin del Estado como el principal regulador de la actividad económica y del mismo mercado. Esto fue producto de la crisis del Estado de bienestar en los países desarrollados, cuando dejó de garantizar el crecimiento económico y el pleno empleo. En los países del Tercer Mundo, el modelo de intervención estatal, basado en políticas proteccionistas, se agotó, lo cual se manifestó como una crisis de la deuda externa.

La rivalidad entre los bloques políticos antagónicos (por un lado el capitalismo, representado por Estados Unidos, y por el otro el socialismo "real", representado por la desaparecida Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas), basado en un equilibrio de terror y bajo la amenaza de una guerra nuclear de exterminio total, se transformó en un poderoso incentivo para mantener los gastos militares pero, al mismo tiempo, "...preservó la importancia del gobierno en el nivel nacional" (SELA, 1998).

Con la desaparición del peligro de tipo nuclear, junto con la imposibilidad de detener las consecuencias negativas derivadas del avance de la desigualdad socioeconómica en el mundo, al Estado se le ha asignado la tarea de represión de las acciones contrarias a la cohesión social y la detención del flujo de migrantes que buscan mejores condiciones de vida en los países desarrollados.

La remoción de las regulaciones estatales en el mercado nacional favorece la movilidad del capital, que siempre ha buscado eludir los controles normativos e institucionales que evitan el aprovechamiento de las ventajas de localización, de transporte y comunicación, de asociación entre firmas, de fragmentación de los procesos productivos, todo avalado por las instituciones financieras internacionales con el apoyo de los diferentes gobiernos de los países desarrollados.

La globalización alude, entonces, a una homogeneización en un sentido cultural. Por ejemplo, en Estados Unidos se le identifica con la americanización de los gustos y preferencias de los consumidores localizados en diferentes partes del mundo. En Japón, por lo menos en la década de los ochenta, era sinónimo de internacionalización. En América Latina, hombres de negocios y economistas asesores de sus respectivos gobiernos le dieron más un sentido económico.

La globalización económica conlleva cambios, transformaciones, rupturas, destrucciones que afectan, a su vez, la experiencia vital de los habitantes del mundo, su sistema de valores y de percepción de los hechos que suceden más allá de sus fronteras, gracias a la existencia de los medios de comunicación. Los avances científicos y tecnológicos han acelerado y han cambiado patrones de producción y de reproducción de la vida social. Se trata de un proceso no lineal sino multidimensional que la ideología neoliberal reduce a una subordinación de la vida social a la lógica mercantil, al mercado.

La modernización capitalista provoca cambios debido al desarrollo de las fuerzas productivas a través del conocimiento científico y la aplicación de tecnologías y nuevas formas de organización del trabajo. Todo en busca de nuevos mercados y lugares dónde abaratar costos para incrementar ganancias. Por ejemplo, la tecnología le permite a la industria automotriz disminuir la incertidumbre del mercado debido a que puede controlar la sub o la sobreproducción. La firma japonesa automotriz Toyota estableció un sistema de producción basado en las necesidades diarias para fabricar, en un mismo día, la pieza que necesitaba un ensamblado, gracias a la presencia de un grupo selecto y pequeño de obreros calificados con altas remuneraciones que contrastan con las que reciben los trabajadores de las empresas subcontratistas donde se desarrollan actividades secundarias. Para reducir los costos, algunas grandes empresas se han desintegrado en pequeñas firmas.

La globalización económica identificada con la racionalidad mercantil condena el pasado histórico en nombre de un futuro más promisorio, llamado modernidad.

El programa económico neoliberal, que cuenta con la fuerza o apoyo de accionistas, operadores financieros, industriales, políticos conservadores o socialdemócratas, ha individualizado las relaciones sociales. El salario y los bonos de compensación van de acuerdo con la competencia o el mérito individual, son responsables directos de la producción, de las ventas, de la marcha mercantil de la tienda o sucursal. Son técnicas que exacerban en demasía el compromiso personal y que fomentan la desaparición de las solidaridades colectivas. Una "...lucha de todos contra todos... mundo que en la inseguridad, el sufrimiento y el estrés encuentran los resortes de la adhesión a la tarea y a la empresa..." (Bourdieu, 1998), debido a la generalización del desempleo y subempleo.

 

Globalización e identidad

Para el pensador francés Cornelius Castoriadis, el individuo en la sociedad democrática contemporánea ha dejado de luchar por más libertad para privatizarse, encerrarse en su esfera personal y votar solamente por la opción política menos mala con relación a la precedente. El modelo de la democracia liberal y el mercado pretende hacer autónomas las esferas del poder político y del poder económico, y también de la vida privada. En consecuencia, la vida de los ciudadanos se debe restringir al ámbito familiar o del hogar.

Una radicalización del proceso de individualización y racionalización (medios-fines o costos-beneficios) propio de la globalización económica capitalista, llamada ahora modernidad, ha desechado el anterior equilibrio entre lo económico y lo social sustentado en una variedad de trabajadores con capacidades productivas diferentes, en empresas con una baja capacidad competitiva. Este arreglo se rompió en los años ochenta y noventa porque varias empresas decidieron "modernizarse", abaratar costos para incrementar ganancias, con la consecuente pérdida de fuentes de empleo, y el Estado de bienestar o asistencial, en consecuencia, tuvo que indemnizar a un mayor número de desocupados. El desocupado o desempleado se convirtió en un individuo excluido, de acuerdo con el principio de la productividad, pero como ciudadano, según el principio de la igualdad e inclusión, seguía perteneciendo a la colectividad; lo que ahora se alcanzaría, finalmente, con la intervención del sistema de bienestar administrado por el Estado.

La separación entre lo económico y lo social ensanchó la brecha entre los incluidos y los excluidos, entre los empleados y los desempleados, con una autodestrucción de la solidaridad que ya no se pudo reconstruir por medio del Estado de bienestar, porque su "manto" protector se transformó en un bolsón cada vez más caro ante el crecimiento del número de parados.

Sin discutir el éxito o fracaso de las nuevas formas de empleo o reinserción de los parados de largo plazo, establecidas por el Estado y algunas empresas, desde un punto de vista general y sobre todo en los países desarrollados, el Estado de bienestar ahora no atiende a una población homogénea, a trabajadores en paro temporal, sino a una gama de individuos que viven en situaciones diferenciadas o particulares. En este caso, son "...la sombra proyectada de los disfuncionamientos de la sociedad, resultan de un trabajo de descomposición, de desocialización en el sentido fuerte del término" (Rosanvallon, 1995). Los subsidios estatales dirigidos a los excluidos son ahora más focalizados y se acompañen de medidas represivas para socializar al individuo; se razona más en términos de costo y eficacia.

El desarraigo y la desorientación provocada por la globalización económica o la generalización del modelo de la democracia liberal y libre mercado han significado la aparición de nuevas identidades que tienen como base la etnicidad, la religión o el patriotismo estatal, que pueden considerarse como "...gritos de dolor y llamadas de socorro; y en el peor, de ciegas protestas, particularmente de aquellos sin esperanza" (Hobsbawm, 1994). Son entonces movimientos "defensivos" que, a pesar de sus diferencias (por ejemplo, entre el movimiento de milicianos armados de ultraderecha, en Estados Unidos, y la secta de la "Verdad Suprema", en Japón, pasando por el movimiento armado zapatista en el estado sureño de Chiapas en México), Manuel Castells considera como reacciones locales en contra del orden global propio de la era de la información, donde el uso de la internet es de suma utilidad para dar a conocer el ideario correspondiente y ganar adeptos en el plano internacional. Mientras unos grupos sociales prefieren mantener su identidad colectiva apelando a la etnia o al territorio, condenando la asimilación y luchando con otros grupos para obtener una parte de los recursos que maneja la autoridad general, otros prefieren la estrategia del nacionalismo separatista étnico (como en la ex Yugoslavia y en menor medida en Rusia, que después de la caída del llamado bloque soviético ha permitido que algunos Estados-nación se hayan restructurado y otros fueran víctimas de la fragmentación pacífica o violenta).

 

Reflexión final

La modernidad implica cambios que se manifiestan como una separación entre la esfera económica y la política y entre ésta y el espacio de la vida privada. Una separación, sin embargo, justificada bajo la ideología de la eficiencia en una situación en la que la competencia mercantil ha subordinado diversos aspectos de la vida social. A diferencia de la utopía humanista de la Ilustración, en el siglo XVIII, la mercantil o neoliberal considera como el centro de las relaciones sociales al mercado "puro" y "perfecto", con una desregulación financiera que quiere canalizar a su favor la protección estatal para terminar con los obstáculos que limitan la expansión de la lógica mercantil sostenida por financieros, tecnócratas, políticos neoliberales o socialdemócratas. Dicha situación se ha extendido sobre todo tipo de colectivos (sindicatos, asociaciones, cooperativas y la familia, entre otros), porque son considerados como frenos para el proceso de la individualización de los ingresos o salarios, contrario a los derechos sociales. La destrucción de los colectivos ha provocado que la visión mercantil o del cálculo racional basada en los costos y beneficios encubra intereses mezquinos como si fueran el interés público y se le identifica como la "mejor" forma de realización humana.

La modernidad, llamada ahora globalización económica, ha reactivado la creencia de que una mayor competencia mercantil a escala mundial, sustentada en el desarrollo de nuevas tecnologías informáticas, sin barreras institucionales y legales propias del Estado-nación, es la única vía de uniformar no solamente gustos y preferencias de los consumidores, sino que es una condición necesaria para el establecimiento de la democracia liberal, que tiene la ventaja de transmitir el poder de una manera pacífica, lo que supuestamente reduce al máximo los conflictos políticos.

Pero la exclusión social prosigue su camino y el individuo vive una situación de desesperación, de desarraigo, ante la pérdida de protección de parte del Estado de bienestar o de la amplia red institucional orientada a proteger al individuo de las calamidades del desempleo y la enfermedad generadas por el mismo desarrollo capitalista. La historia no termina ahí, porque la misma disolución de los sistemas políticos del llamado "socialismo real" establecidos en los países de la Europa central y del este ha dado paso al nacimiento de identidades que tienen como sustento la etnia, la lengua, la religión, el territorio. Esto es un síntoma de la falta de soluciones y esperanzas al disolverse las creencias keynesianas en el pleno empleo y en la realización del bienestar a través del Estado. Esta situación ha debilitado los colectivos y las instituciones estatales frente a una mercantilización que ha agudizado el problema de la desigualdad social y hace realidad la fragmentación social. La globalización económica es un proceso que disuelve la cohesión social basada en normas y reglas, donde se destacan los valores morales para dar paso a los valores concretizados en productos que se intercambian en el mercado internacional.

Según los pensadores franceses del siglo XVIII, inclinados a favor de la Revolución Francesa, la democracia era el alma del Estado y la igualdad sería su amor; la desigualdad era vista como la fuente principal del desorden social, incluso entre los Estados dominados por la aristocracia. El pensador francés de ese periodo histórico, Condorcet, consideraba que las instituciones deberían combatir la desigualdad porque producía dependencia. Por ello, fue partidario de la instrucción pública como una forma de garantizar la ciudadanía a través de la ley. Esto ha sido dejado de lado por los gobiernos de la tecnocracia neoliberal, al convertirse en los más entusiastas partidarios de la privatización de los bienes sociales administrados por el Estado ya al transferir la dirección del desarrollo social y económico, como sucede en América Latina, a los organismos internacionales responsables de la operación de su política económica.

Las empresas o multinacionales con mayor fuerza dentro de la economía globalizada son básicamente estadunidenses, alemanas y japonesas. Entre los años 1996 y 1998, de acuerdo con su volumen de venta, la empresa norteamericana General Motors fue la número uno, seguida en 1998 por la empresa alemana-norteamericana Daimler-Chrysler, y en tercer lugar se ubicó otra empresa norteamericana, la Ford Motors. Hay que destacar que las fusiones son de vital importancia en la actualidad para conservar mercados y utilidades. Por esta razón, en este año 2000 la Ford Motors intentará fusionarse con la empresa francesa Volvo, que con su alta tecnología le permite producir autos que cumplen con las normas de la ecología.

Finalmente, la lógica del mercado autorregulado, de acuerdo con la retórica neoliberal, no ha generado bienestar general o universal, sino el particular para los grupos más privilegiados, y los costos se han socializado de tal manera que la mercantilización "extrema" amenaza, sin hacer referencia a los plazos de tiempo, a la misma existencia humana.

 

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