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Estudios fronterizos

versión On-line ISSN 2395-9134versión impresa ISSN 0187-6961

Estud. front vol.5 no.9 Mexicali ene./jun. 2004

 

Artículos

 

Intercambio desigual y complejos urbanos binacionales en la frontera dominicana con Haití

 

Haroldo Dilla Alfonso*

 

* Coordinador general de investigaciones y coordinador del área de estudios fronterizos y desarrollo local en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). Correo electrónico: dill@verizon.net.do.

 

Artículo recibido el 11 de agosto de 2004.
Artículo aprobado el 21 de septiembre de 2004.

 

Resumen

La frontera dominico-haitiana está marcada por profundas asimetrías y el predominio de una relación de intercambio desigual que supone la transferencia de valores desde Haití a República Dominicana. Las relaciones transfronterizas resumen esta contradictoria relación, pero al mismo tiempo constituyen la única forma de supervivencia para más de medio millón de haitianos que habitan la región. Este artículo discute la historia de esta relación y sus tendencias actuales, incluyendo la formación de regiones económicas y complejos urbanos binacionales. La debilidad de las políticas públicas de regulación y la agresiva acción de los actores del mercado generan un escenario muy contradictorio que pudiera conducir a conflictos por el uso de los recursos compartidos, la explotación de la fuerza de trabajo haitiana y la agitación de posiciones nacionalistas.

Palabras clave: Frontera haitiano/dominicana, ciudades fronterizas, comercio transfronterizo, intercambio desigual.

 

Abstract

The Dominican/Haitian border is signed by profound asymmetries and the predominance of a relation of uneven exchange in benefit of Dominican Republic. Transborder relations summary this contradictory relation, but at the same time constitute the only form of survival for more than half million of Haitians that inhabit the region. This article discusses the history of this relation and its present tendencies, including the formation of economic regions and urban binational systems. The weakness of regulatory public policies and the aggressive action of the market generate a very contradictory setting that could lead to conflicts by the use of shared natural resources, the exploitation of the Haitian labour force, and the agitation of nationalist positions.

Keywords: Dominican/Haitian border, border cities, transborder trade, uneven exchange.

 

La frontera dominico-haitiana –como muchas otras en el planeta– es un producto del desarrollo regional desigual inherente a la evolución del capitalismo. Por siglos ha sido el eje de una relación binacional marcada por el intercambio desigual.1 En la actualidad se constituye como un punto de una subordinación escalonada de la economía haitiana a su contraparte dominicana, y a partir de aquí a la economía capitalista global.

Esta relación binacional, que se condensa en la frontera, tiene varios rasgos distintivos que la diferencia de otras experiencias.

1. Haití es actualmente un país sumido en una crisis política, económica y ambiental sin comparación en el continente, lo que marca una sustancial diferencia con su vecino. Aquí encontramos una de las relaciones fronterizas más desiguales del planeta.

2. La actual asimetría es un dato relativamente reciente, producto de la inversión de la correlación de fuerzas entre ambos países a principios del siglo XX. La inversión fue acompañada de una construcción ideológica que definía cada sociedad en términos antitéticos respecto a la otra, y que en el caso dominicano ha dado lugar a una "comunidad imaginada" blanca, católica e hispánica opuesta y amenazada por una supuesta invasión pacífica de un Haití negro, pagano y africano.

3. La refuncionalización de la frontera ocurre en medio de un marcado vacío de políticas públicas, sea por la virtual ausencia de mecanismos de regulación en el lado haitiano o por la precariedad institucional y legal del lado dominicano, y por consiguiente, se trata de un proceso liderado por los agentes desde el mercado que han conseguido condiciones idóneas para maximizar ganancias en procesos de acumulación altamente depredatorios en términos sociales y medioambientales.

Este artículo se propone explorar estas peculiaridades a partir de un ángulo: los procesos de regionalización binacional y la formación de incipientes complejos urbanos del mismo carácter, que tienen su más acabada expresión en el binomio Dajabón-Ouanaminthe, en la porción norte de la frontera.

 

Una introducción a la frontera

La frontera dominico-haitiana transcurre a lo largo de 380 km. En el lado haitiano se ubican 16 comunas (municipios) con una población total de 566 881 personas (IHSI, 2000). En la orilla dominicana, agrupada en cinco provincias y una veintena de municipios, la población era en el año 2002 de 308 979 habitantes (ver figura 1). En términos de densidad, la frontera haitiana presentaba valores 4.5 veces superiores al lado dominicano. En algunos puntos este desnivel era aún más marcado. La densidad demográfica de la comuna de Ouanaminthe era 6 veces mayor que la de la provincia contigua de Dajabón, mientras que la de Anse-a-Pitre era 7.4 veces la de Pedernales. La cota máxima de población haitiana se ubicaba en Cornillón, con 284 hab/km2, mientras que en el lado dominicano, la provincia de independencia no rebasaba los 25 hab/km2. Este comportamiento demográfico es típico de fronteras desiguales, advertido por Herzog (1990) y Ganster (2001) en la frontera México-Estados unidos, donde la parte correspondiente al país más pobre es regularmente menos pobre que la media nacional, por las oportunidades que ofrece el contacto con un lado más próspero; mientras que este último es regularmente más pobre que la media nacional de su país. Y, por supuesto, origina una fuerte presión demográfica y crecientes tensiones por el uso de los recursos. Lo singular para el caso que nos ocupa es que la frontera dominicana experimenta un estancamiento demográfico, y en algunas provincias un virtual despoblamiento, lo que puede percibirse en el cuadro 1.

La economía fronteriza es esencialmente agrícola. En ambos lados se trata de una agricultura de bajos rendimientos, efectuada sobre suelos pobres y mal irrigados, lo que en el caso de Haití se hace más grave por la extrema fragmentación de la propiedad de la tierra, la degradación del suelo y la deforestación. La parte dominicana de la frontera alberga algunas agroindustrias que no emplean más de 5% de la fuerza de trabajo total. Desde fines de los ochenta, la frontera ha experimentado un creciente tráfico comercial, cuya variante formal se ejecuta por cuatro puertos terrestres ubicados en ciudades limítrofes que han llegado a constituir especies de complejos urbanos binacionales con sus vecinas haitianas (Dilla y De Jesús, 2004). Dos de estos puertos –Jimaní y Dajabón– acaparan más de 90% del tráfico formal, y en Dajabón funciona la mayor feria binacional del país. Este auge comercial ha producido una creciente migración campo-ciudad en ambos lados de la frontera, con la consiguiente urbanización de la pobreza.

La mayoría de la población fronteriza es pobre. En el lado dominicano, según los datos censales, la población pobre por provincias oscilaba entre 73% en Pedernales y 92% en Elías Piña. Cerca de la mitad de la población no tenía acceso a agua potabilizada. Aproximadamente 25% de su población mayor de 15 años era analfabeta, contra 15% a nivel nacional, mientras que el nivel promedio de escolaridad, que a nivel nacional era de 6.7 grados, aquí no llegaba a los 5 grados. Sin embargo, en el lado haitiano la pobreza se amplifica y profundiza a niveles desconcertantes. Los servicios médicos y educacionales son virtualmente inexistentes, y los pocos hospitales que funcionan en las cabeceras comunales son atendidos regularmente por médicos cubanos. El acceso a agua por tuberías es menor a 20%. Los niveles de analfabetismo superan a 50% de la población. La mayoría de los centros urbanos fronterizos haitianos carecen de energía eléctrica regular, y la principal fuente energética que usan es la madera y el carbón vegetal, lo que ha contribuido decisivamente a la deforestación de la franja.

 

La construcción histórica

La frontera que actualmente conocemos tiene un origen colonial. La isla Hispaniola fue el primer asentamiento europeo en América. Durante varias décadas, desde su conquista a finales del siglo XV, la isla fue el centro político de la expansión colonial española, lo que favoreció un breve auge que hacia mediados del siglo siguiente era un motivo de nostalgia para los pocos colonos que decidieron permanecer en la "Primada de América".

La pobreza de la colonia fue la condición para el poblamiento francés, cuyo punto de arrancada fue una disposición real española de 1603 que obligó a todos los habitantes del norte y oeste a concentrarse en la región sureste, sobre el supuesto de que ello terminaría con el comercio de contrabando. Este hecho, conocido en la historia local como "las devastaciones de Osorio" –en alusión al gobernador encargado de efectuarlas–, abrió un espacio territorial considerable para la paulatina ocupación de la parte occidental de la isla por bucaneros, corsarios, piratas y, posteriormente, plantadores franceses.

En la medida en que la parte francesa, la colonia de Saint Domingue, inició un desarrollo de plantaciones esclavistas azucareras, sus pobladores comenzaron a ejercer una doble incidencia sobre la empobrecida posesión española. Por un lado, la colonia francesa representaba para los habitantes de la colonia española un mercado de primer orden para sus productos primarios y prácticamente la única oportunidad de abastecerse con alguna regularidad de manufacturas de distintos tipos. Y por otro lado, debido al crecimiento demográfico y económico acelerado de Saint Domingue, los imprecisos límites fueron sucesivamente movidos en dirección este, lo que fue reconocido en los tratados franco-españoles de Segura-Panacey (1679), Ryswick (1697) y Aranjuez (1777), hasta que en 1795 España cedió a Francia sus derechos sobre su colonia "primada".

La revolución haitiana situó a la frontera en un nuevo contexto. Los revolucionarios haitianos –inmersos en un ambiente internacional muy hostil– percibieron al santo Domingo español como una eventual base de operaciones de las potencias colonialistas europeas, por lo que lo invadieron varias veces y procedieron a ocuparla en el año 1822. En 1844, y tras una breve contienda bélica, fue proclamada la República Dominicana, lo que nuevamente revalidó la frontera entre ambas partes de la isla.

Aunque los gobernantes haitianos intentaron por una década reconquistar la parte oriental de la isla, en 1867 reconocieron la existencia de República Dominicana. La relación binacional fue desde entonces y hasta avanzado el siglo XX, favorable a Haití, más desarrollada y densamente poblada. Ello se manifestaba en las diferentes interacciones, desde el simple intercambio comercial hasta las complejas relaciones culturales.

Para los habitantes de la frontera –en particular aquellos de su parte central– no solamente era más fácil visitar Puerto Príncipe que santo Domingo, sino también que resultaba más atractivo.2 Para muchos opositores políticos dominicanos, en una época en que la oposición sólo conocía el lenguaje de las armas, Haití era un santuario seguro, lo cual había sido comprobado cuando este país sirvió de refugio y centro de aprovisionamiento durante la guerra de independencia librada contra la reconquista española entre 1861 y 1865. La zona fronteriza, a pesar de la indignación crematística de los grandes comerciantes capitalinos ante el auge de un comercio que escapaba de su control y de los celos de la élite política, pudo conservar una notable autonomía política y económica hasta bien avanzado el siglo XX (Baud, 1993).

Desde el punto de vista geopolítico, no existieron conflictos territoriales o posicionales significativos (Prescott, 1987). Pero habría que anotar que esta coexistencia binacional estaba determinada por la inoperancia del Estado dominicano para ejercer un real dominio sobre las partes legalmente adjudicadas por los antiguos tratados coloniales. En realidad, la frontera legal fue lentamente moviéndose hacia el este como el resultado de la ocupación pacífica por los campesinos haitianos de territorios deshabitados. No faltaron intentos de normalizar estas relaciones mediante acuerdos comerciales y políticos (en especial los malogrados tratados de 1867 y 1874), pero dada la inestabilidad política de ambas partes y el desinterés haitiano por llegar a un acuerdo, estos intentos fracasaron sin resultados positivos visibles (Peña Batlle, 1946).

Esta situación comenzó a cambiar desde principios del siglo XX con la paulatina incorporación de la economía dominicana al mercado mundial capitalista como productora de alimentos baratos, y en especial de azúcar. El ciclo de incorporación fue facilitado por la ocupación estadounidense de 1916-1924, la expropiación de miles de familias campesinas, la represión de las protestas y la entronización en el país de una de las dictaduras más terribles del continente.

Aunque el programa expansionista estadounidense también implicaba a Haití, y el país fue ocupado entre 1915 y 1934, los resultados económicos aquí fueron diferentes, entre otras razones porque la alta densidad demográfica y la fragmentación de la propiedad agrícola sólo hacían viable la gran plantación a un costo social y político muy alto. Así, mientras la parte oriental de la isla iniciaba un proceso de modernización y crecimiento económico en el marco de un modelo capitalista agroexportador dependiente, la parte occidental quedó parcialmente desconectada de las dinámicas principales del capitalismo en la región.

Una premisa para el nuevo derrotero dominicano era el establecimiento de un Estado centralizado, y con ello, la extensión de su control hasta la propia frontera. Ya en 1908, paralelamente al incremento de la presencia económica y militar estadounidense, se decidió trazar una demarcación provisoria entre República Dominicana y Haití, y establecer una guardia fronteriza a cargo de garantizar el cobro de los impuestos aduanales, condición esencial para sanear las finanzas dominicanas y pagar la deuda externa contraída. Posteriormente, en 1929, fue firmado un acuerdo binacional para el deslinde definitivo de la frontera.

En 1930 subió al poder en República Dominicana Rafael Leonidas Trujillo, quien permaneció en él por tres décadas. Trujillo fue en muchos aspectos el fundador del Estado nacional dominicano y un garante decisivo de la inserción subordinada de República Dominicana en el mercado mundial capitalista. Lo hizo a sangre y fuego, bajo una férrea dictadura que no dejó resquicio alguno para la acción política independiente, pero lo hizo con notable eficacia. No fue diferente en sus relaciones con Haití y en particular respecto a la frontera. Tras intensas negociaciones, en 1936 logró un acuerdo de delimitación fronteriza y buena vecindad. Y le dio a la situación un toque muy personal cuando, un año más tarde, ordenara una campaña de limpieza étnica que costó la vida a cerca de 20 mil haitianos y descendientes de haitianos que vivían en la franja fronteriza o que cruzaban diariamente para trabajar en ella. Ello fue el comienzo de la llamada "dominicanización" de la frontera.

La "dominicanización" constituyó un típico proceso de colonización. La violencia antihaitiana fue también la violencia contra una serie de prácticas sociales, valores, relaciones primarias e identidades que estas poblaciones habían desarrollado por siglos, y que desde entonces pasaron a ser considerados como "simples escorias de civilizaciones anteriores" (Massiah y Tribillion, 1993), definitivamente superadas por un nuevo orden que reservaba a la frontera el rol de contén de la influencia haitiana y eje de la construcción ideológica racista.

El gobierno de Trujillo realizó numerosas obras infraestructurales en la zona. De hecho, la mayoría de los edificios públicos aún existentes datan de aquel esfuerzo "civilizatorio". En las regiones sur y central, virtualmente despobladas, se fundaron varias ciudades, como Pedernales y Jimaní. Los nombres de los pueblos y provincias fueron cambiados, buscando nuevas alegorías al dictador, a su familia, o simplemente a personajes históricos que se habían distinguido en las campañas militares contra los haitianos en el siglo XIX. Con el objeto de "blanquear" la zona, se impulsó el asentamiento de ex convictos, militares e inmigrantes, paradójicamente muchos de ellos japoneses cuyos descendientes mestizados aún habitan la región. Pero ninguna de estas acciones pudo compensar el empobrecimiento de la región debido al despoblamiento, al abandono de las parcelas y a la prohibición del comercio.

La frontera fue cerrada a todo tipo de intercambio, excepto el paso de los contingentes de braceros para las zafras azucareras. La propia orden de exterminar a los haitianos asentados en la frontera fue acompañada de otra que indicaba impedir manu militari el regreso de sus aterrorizados compatriotas ubicados en los bateyes de los centrales azucareros estadounidenses. El tráfico de mano de obra haitiana pasó al control directo de Trujillo y de los altos mandos militares. Una hábil jugada que combinaba la rigurosidad ideológica con el pragmatismo en el manejo de los negocios para consolidar la subordinación de los haitianos en los nuevos procesos económicos.

La muerte de Trujillo en 1961 no cerró este capítulo. Los gobiernos siguientes, hasta fines de los ochenta, sólo prestaron atención a la frontera de manera marginal y como una franja de contención respecto a Haití. En el marco de los planes de desarrollo (Plandes) y con el auspicio de extensos estudios técnicos llevados a cabo por la Organización de Estados Americanos (OEA), se mantuvieron algunas acciones de fomento público, atracción de inversiones y uso más racional de los recursos naturales como el agua. Pero muchos de estos proyectos –marcados por un fuerte tecnicismo– no tuvieron un efecto duradero, dada la falta de recursos y el bajo nivel de los recursos humanos en la región.

 

La apertura fragmentada

Desde fines del siglo XX la frontera comenzaría a cambiar su signo. Siguiendo los tipos ideales formulados por Martínez (1994), se trataría del tránsito desde una frontera alienada durante la época trujillista, hacia una nueva situación de interdependencia. Lo que más nos interesa a los fines de nuestro trabajo es destacar que esta evolución opera sobre un escenario internacional y binacional marcado por profundas diferencias y desigualdades que son incorporadas a y reproducidas por esta transición. Y lo hace en el marco de una institucionalización incompleta donde perviven y se solapan formas contradictorias de comportamientos públicos y privados estandarizados.

Como antes anotábamos, la creciente interdependencia fronteriza que aquí analizamos no ha contado con una construcción institucional y normativa deliberada desde las políticas públicas, ni con concertaciones y acuerdos estatales binacionales, lo que la distingue sustancialmente de otras experiencias latinoamericanas.3 su evolución ha dependido esencialmente de la lógica acumulativa del mercado que aprovecha las ventajas comparativas de ambas partes, incluyendo este vacío institucional.

Una premisa política para la apertura fue el derrumbe de la dictadura duvalierista en Haití (1986) y el consiguiente desmantelamiento de sus mecanismos de control represivo, lo que privó a los militares dominicanos de un interlocutor fiable y eficiente para el manejo de la frontera.

La crisis subsiguiente del sistema político haitiano y la virtual inexistencia de poderes públicos en ese país ha agregado a esta frontera una nota especial de impunidad que ha resultado un escenario propicio no sólo para los tráficos de drogas, armas y personas, sino también para la implementación de estrategias de acumulación francamente depredatorias.

Simultáneamente, a fines de los ochenta la economía dominicana cerraba un ciclo de crecimiento desarrollista. Bajo los efectos de varios acuerdos con el Fondo Monetario Internacional (FMI), la economía dominicana fue sometida a un ajuste neoliberal que desprotegió una planta industrial ineficiente, fuertemente apuntalada por los subsidios estatales y con una orientación mercado internista. Para este sector, el mercado haitiano resultó una invitación indeclinable, por su cercanía, sus bajos costos de transporte y, sobre todo, su poca exigencia.

La evaluación cuantitativa de este comercio es siempre imprecisa, pues se trata de un mercado complejo y fracturado donde legalidad e ilegalidad, formalidad e informalidad son categorías poco distinguibles en la vida cotidiana. En términos analíticos, es posible percibir al menos tres niveles de este mercado:4

• El comercio de bienes propiamente ilegal, sea con el consentimiento o no de las autoridades de ambas partes. Aquí se incluye tráfico de mercancías como armas y drogas, pero también de otros productos agrícolas haitianos o industriales reexportados por Haití. Es imposible cuantificar el volumen de este tráfico, que tiene regularmente dirección oeste-este, pero podría ascender a varias decenas de millones de dólares.

• El comercio formal, al que nos referiremos más adelante, que incluye principalmente las exportaciones dominicanas a Haití, sea en el comercio propiamente binacional o en las ferias locales bisemanales que tienen lugar en algunos poblados fronterizos dominicanos. Se desplaza mayoritariamente de este a oeste.

• El comercio informal que se despliega en las mismas ferias y cuyos principales componentes son las ropas usadas y los productos industriales reexportados desde Haití. En este caso la dirección es predominantemente de oeste a este.

Las exportaciones dominicanas a Haití registradas de manera formal han crecido a un ritmo anual de entre 15% y 20%, y en el año 2003 ascendían a unos 130 millones de dólares. La mayor parte de los bienes exportados se trata de productos que no son competitivos en ningún mercado internacional, e incluso que ni siquiera serían realizables en el mercado nacional, lo que constituye un subsidio a sectores económicos ineficientes.5 Al mismo tiempo, la autorización para ubicar en territorio dominicano ferias binacionales que funcionan dos veces a la semana, ha generado un intenso tráfico de dudoso registro formal y dominado por la venta de alimentos agrícolas de la parte dominicana, y de tejidos usados y reexportaciones de la parte haitiana. De estas mercancías, 98% circula a través de los puertos fronterizos formales, todos ubicados en o alrededor de los centros urbanos fronterizos. Esto ha generado una interesante sinergia transfronteriza con la emergencia de complejos urbanos binacionales que pudiéramos identificar como ciudades contiguas ubicadas a ambos lados y cerca del borde fronterizo, y cuyas economías constituyen sistemas de relacionamientos biunívocos. Asimismo, estas ciudades registran otras cualidades como el uso compartido de espacios y servicios, sean estos formales (salud, educación) o informales (lúdicos/culturales, religiosos), organizaciones equivalentes al nivel de la sociedad civil, y la percepción de la convivencia como dato ingénito e imprescindible.

Es posible identificar al menos cuatro complejos urbanos de esta naturaleza, de dimensiones y niveles de integración diferentes:

• Un primer caso pudiera ser el complejo formado por Pedernales (9 000 habitantes)6 y Anse Pitre (20 000 habitantes), ambas situadas en el extremo sur de la frontera. Estas ciudades comparten un mercado binacional ubicado en el mismo borde –del lado dominicano–, y que constituye prácticamente el único medio de vida de los habitantes de Anse Pitre. Dada la modesta dimensión de ambas ciudades y su ubicación en lugares aislados y mal comunicados, este complejo funciona como una suerte de gueto local.

• Un segundo caso es el binomio Jimaní/Fond Parisién, ambas ubicadas sobre la carretera que comunica a santo Domingo con Puerto Príncipe y eje del 60% del comercio entre ambos países. Jimaní posee unos 10 mil habitantes y toda su actividad económica gira en torno al puerto fronterizo y el intenso tráfico de mercancías que tiene lugar. Fond Parisién, distante una decena de kilómetros del borde, ha transitado en pocos años desde una condición de modesto poblado agrícola hasta constituirse en un centro urbano comercial de cerca de 30 mil habitantes, con ingresos familiares notablemente superiores a la media haitiana. Ambas ciudades constituyen dos típicas "ciudades factorías".

• Un tercer caso lo constituye el complejo Comendador/Belladere. Éste ha sido históricamente uno de los puntos más conflictivos de la frontera, inicialmente por las disputas posicionales entre ambos países, y en la actualidad por constituir un paso muy activo de contrabando. Belladere posee cerca de 20 mil habitantes y Comendador alrededor de 12 mil, y al igual que las anteriores, dependen absolutamente del intercambio comercial. Lo que distingue a este complejo de los anteriores es la fuerte interpenetración en términos demográficos (una parte considerable de los barrios marginales de Comendador están poblados por haitianos) con sus consecuencias culturales.

• Por último, en la porción norte de la frontera se encuentra el binomio Dajabón/Ouanaminthe, con 20 mil y 30 mil habitantes, respectivamente. Constituye el segundo puerto comercial (40% del comercio formal) y comparten la feria binacional más grande de la frontera, ubicada en Dajabón. El signo distintivo de este binomio es que ambas ciudades constituyen las bisagras interiores de una relación más amplia que apunta a la maduración de una región económica que subordina al noroeste haitiano a la región nordeste dominicana, con Santiago de los Caballeros y Cabo Haitiano como centros urbanos dominantes.

 

Intercambio desigual y regionalización binacional: El caso de Dajabón/Ouanaminthe

La formación de una región económica binacional en la zona norte de la frontera es ya algo más que un proyecto. Como se observa en la figura 1, esta remodelación regional tiene cuatro componentes reales o potenciales. El primero –al que ya nos hemos referido– es la existencia de una intensa actividad comercial y en particular de la feria fronteriza. Esta feria reúne dos veces a la semana a varios miles de personas, compradores, vendedores y prestadores de servicios de ambas nacionalidades. Sin embargo, en realidad los habitantes de las dos ciudades sólo se enrolan en la feria en actividades secundarias y mal remuneradas. Para la mayoría de los haitianos residentes en Ouanaminthe, esta feria constituye la única vía para obtener algunos ingresos y adquirir alimentos; mientras que para los dominicanos es una importante fuente suplementaria de ingresos y la oportunidad para adquirir productos vitales para la subsistencia de mayor calidad y a menor precio.7

Figura 2

La feria, inicialmente una actividad local, ha devenido un espacio de realización de capitales mayores localizados en las ciudades capitales: Cabo Haitiano y Santiago de los Caballeros. El intenso comercio transfronterizo resulta una oportunidad de la sobrevivencia para los pobladores de Dajabón y Ouanaminthe, pero sólo reporta oportunidades de acumulación a los grupos empresariales de las ciudades mayores, y en ese sentido actúan como dos "ciudades factorías". Es significativo, por ejemplo, que Dajabón, una pequeña ciudad que en los últimos años ha visto instalarse en su territorio sucursales de los tres principales bancos del país, muestre uno de los peores comportamientos a nivel nacional en la relación entre ahorros depositados y créditos canalizados, de manera que hacia el año 2001, por cada peso ahorrado sólo se prestaban en la provincia 29 centavos (Banco Central, 2002), en lo que constituía un drenaje de recursos hacia otras partes y la descapitalización de la región.

El segundo pivote, y sin lugar a dudas el más significativo, es la instalación de una zona franca industrial (maquila) sobre el borde y en territorio haitiano. Esta zona franca es operada por el Grupo M, radicado en Santiago de los Caballeros y con una larga trayectoria en este tipo de instalaciones. Esta zona franca es una excelente muestra de la capacidad del capital para explotar las ventajas comparativas de cada lado de la frontera. En realidad sus instalaciones sólo dan terminado a las piezas textiles elaboradas en las zonas francas santiagueras, y con ello, ganan un espacio en la insatisfecha cuota textil haitiana.

Por otra parte, cabe mencionar que la zona franca opera en condiciones de superexplotación de la fuerza de trabajo, con jornadas laborales de 11 horas y un pago mensual menor de 50 dólares estadounidenses. Asimismo, al estar ubicada en Haití, los inversionistas no tuvieron que enfrentar regulaciones gravosas, y los pocos logros laborales conseguidos (por ejemplo, el derecho a la sindicalización) han sido alcanzados gracias a la presión de instituciones como la federación sindical de textileros (ITGLWF) (Duvillier, 2004).

Otro aspecto importante es que la ubicación sobre el mismo borde garantiza la seguridad que ofrecen los militares dominicanos (en particular cuando Haití es sacudida por alguna de sus cíclicas crisis políticas) y la posibilidad de contratar personal técnico y de seguridad de este país.

El tercer pivote, aún en proyecto, es la construcción de una carretera que uniría a Cabo Haitiano con Dajabón, y desde aquí con Santiago de los Caballeros, lo que permitiría el tráfico de mercancías en el nordeste haitiano, donde las vías de comunicación están en estado deplorable. Es un proyecto a cargo de la unión Europea, y su dilación ha estado determinada por la inestabilidad política haitiana.

Por último, se prevé la construcción de un superpuerto de gran calado por un consorcio internacional en Manzanillo, a unos 20 km al norte de Dajabón. Este puerto está concebido para operaciones de transporte de mercancías (y eventualmente de turistas) para todo el Caribe y el sur de los Estados unidos, y su eventual realización produciría un giro acelerado de la configuración socioeconómica de la región fronteriza.

En este punto conviene discutir acerca de hasta qué grado Dajabón y Ouanaminthe constituyen un complejo urbano binacional, y si es así, de qué manera puede considerarse esta relación sistémica. Sin lugar a dudas la reproducción de ambas ciudades está vinculada de manera estrecha a esta relación biunívoca construida a lo largo de tres siglos y que sólo parcialmente refleja (y en ocasiones confronta) la dinámica de las vinculaciones existentes entre las dos naciones y sus gobiernos. Es una relación que ha implicado una gama de intercambios culturales y de vínculos primarios que se expresa en un rico mestizaje cultural. Muchos habitantes de Ouanaminthe reciben servicios médicos en Dajabón, aunque no faltan dominicanos que cruzan en sentido inverso para consultar a los especialistas cubanos ubicados en el maltrecho hospital de la ciudad haitiana.

De igual modo, ambos pueblos comparten festividades, y es usual –aunque de manera discreta– que los habitantes de Dajabón acudan a los servicios religiosos haitianos.

Las ciudades poseen organizaciones sociales paralelas que coordinan acciones. Así, el alcalde de Dajabón de manera periódica presta sus equipos de recolección de basura a las autoridades de la ciudad vecina.

Pero estos ejemplos de relaciones biunívocas y eventualmente de cooperación no omiten el hecho de que están apoyadas por las relaciones desiguales que establecen las dos comunidades en los procesos de producción, intercambio y consumo, y que en la actualidad supone la inserción de ambas ciudades como virtuales factorías de una regionalización escalonada periférica.

En tal contexto, la relación entre ambas ciudades está marcada por una constante transferencia de externalidades negativas desde el lado dominicano al lado haitiano. Dajabón consume fuerza de trabajo y mercancías que abaratan los costos de producción y reproducción de la vida urbana. En el mercado binacional, los actores dajaboneros logran los mejores posicionamientos, sea porque cuentan con más capacidades educativas y medios técnicos, o por el hecho de que cualquier concurrente haitiano está sometido a un entorno de inseguridad que lo debilita frente al competidor dominicano.

La situación no es diferente en el mercado laboral provincial y urbano. Miles de residentes de Ouanaminthe y de las localidades vecinas cruzan la frontera para ofrecer su mano de obra barata en trabajos agrícolas, construcciones y en tareas domésticas. Una parte de ellos lo hacen con autorizaciones formales expedidas por las autoridades de inmigración, pero otros no, y todos están expuestos a extorsiones, abusos y deportaciones que han sido reiteradamente denunciados por las organizaciones defensoras de los derechos humanos en la zona.

Este desnivel es también visible en la capacidad de ambas comunidades para usar los recursos naturales, y sobre todo el más preciado de ellos: el agua. Dajabón posee varios acueductos que abastecen a cerca de 90% de la población urbana. El mayor de ellos toma el agua del curso superior del río Masacre, antes de que éste se convierta en la línea divisoria de ambos países y de ambas ciudades. A esa misma altura, el río es aprovechado por varios canales de riego, lo que determina una reducción dramática del caudal de agua al nivel en que esta agua puede ser aprovechada por los vecinos de Ouanaminthe (Bernardote, 2002). Debido a que el río cruza frente a ambas ciudades, varios drenajes de Dajabón vierten sus aguas contaminadas en la corriente. Ouanaminthe sólo posee un pequeño acueducto que resulta insuficiente para las necesidades de su población, por lo que un alto porcentaje de ésta se sirve de agua en un río de corriente menguada y contaminada, sin control sanitario alguno.

Si bien es cierto que la reproducción de la vida de la depauperada y creciente población de Ouanaminthe depende de la relación con Dajabón, también es innegable que si en la parte dominicana hay menos pobres es, al menos en alguna medida, porque la pobreza de la relación binacional se aglomera en Ouanaminthe y en otras poblaciones haitianas alineadas a lo largo de la frontera. Y en este sentido, Ouanaminthe opera como un barrio marginal de Dajabón, de igual manera que en una escala mayor de subordinaciones espaciales, Dajabón es una sección pobre de la rica ciudad de Santiago de los Caballeros. Es además, una cualidad que se confirma en el comportamiento del sistema cotidiano de desplazamiento urbano entre ambas ciudades, y que se caracteriza por el uso de Dajabón por los habitantes de Ouanaminthe como una suerte de centro urbano, donde venden y compran, y afortunadamente pueden usar sus servicios públicos.

Y es llamativo el hecho de que los habitantes de Ouanaminthe usan con frecuencia para fines lúdicos un segmento de camino que continúa al puente divisorio y que penetra por unas decenas de metros en territorio haitiano. Es el espacio más cercano a Dajabón y uno de los pocos iluminados por unas bombillas eléctricas instaladas sobre la reja divisoria por las autoridades dominicanas como una clara advertencia a los potenciales migrantes. Esta reja no es, por tanto, simplemente una delimitación fronteriza binacional, sino también social: separa y une a estratos sociales diferentes en los procesos de producción, distribución y consumo que tienen lugar a lo largo de la frontera. La frontera entre Dajabón y Ouanaminthe es, por consiguiente y de manera creciente, una frontera social. Es la lógica de funcionamiento de un sistema urbano binacional en condiciones de extrema desigualdad de las partes.

 

La esterilidad de los nacionalismos

Por décadas las culturas políticas de ambos países han estado signadas por el nacionalismo antitético. En República Dominicana existen grupos organizados –llamados nacionalistas– que ocupan importantes espacios de los medios masivos de comunicación con una prédica racista antihaitiana de franco contenido decimonónico, al mismo tiempo que los sectores intelectuales y políticos progresistas –salvo honorables excepciones– prefieren no incursionar en un tema que consideran muy costoso en términos políticos.

En Haití, aún cuando enmarcado en un discurso reivindicativo, también prevalece un enfoque nacionalista antidominicano que cierra espacios a las concertaciones.

Ambos discursos constituyen piezas claves del enmascaramiento ideológico de una gama de relaciones que sólo pueden explicarse a partir de los lugares de cada sociedad en el sistema capitalista mundial y de sus usos como espacios periféricos de acumulación. Y específicamente en la frontera, un obstáculo mayor para las acciones comunes, sea en el plano estatal o de la sociedad civil.

Esta situación pone un límite muy estricto a las posibilidades de cambio de las percepciones mutuas y a los propios programas de acción de los sectores más democráticos y progresistas de la sociedad civil local. Ciertamente los habitantes de la frontera y sus organizaciones han logrado superar en muchos aspectos las posiciones racistas y xenofóbicas antihaitianas predominantes en la cultura política nacional. Existen numerosas experiencias de luchas sociales marcadas por la solidaridad y la cooperación de las comunidades de ambos lados, indicativas de la lenta pero promisoria identificación de intereses e identidades comunes. Pero no puede olvidarse que estas comunidades y sus organizaciones son parte de una historia y comparten con el resto de la nación –y posiblemente de manera más intensa– el dilema esquizofrénico de la relación con un "otro" tan objetivamente imprescindible como supuestamente peligroso.

Esta lamentable combinación de vacío de políticas públicas, escasos acuerdos binacionales, alta voracidad de los actores desde el mercado e insuficiente capacidad de acción de la sociedad civil y las comunidades, debe afrontar en el futuro retos muy altos, al menos en tres dimensiones:

• El consumo indiscriminado de los recursos naturales y la fuerte presión demográfica del lado haitiano crean un escenario altamente conflictivo para el uso de los recursos compartidos. Ello es evidente en el uso del agua (a lo que nos referimos antes), pero también de otros recursos como la tierra agrícola y los bosques secos.

• Es evidente que se está produciendo una nueva modalidad migratoria haitiana. A diferencia de las décadas anteriores, cuando la frontera era solamente un lugar de tránsito de los flujos migratorios, cada vez es más frecuente el asentamiento de haitianos en las ciudades y campos adyacentes a los bordes. Esto conduce a una fuerte presión sobre los servicios e infraestructuras de estas ciudades.

• Los datos anteriores, y la implantación en territorio haitiano de zonas francas industriales, conduce inevitablemente a una acentuación de las pasiones nacionalistas de ambos lados, y de hecho ha conducido a acciones de represalias por grupos organizados en ambas partes.

De cualquier manera, los tiempos avanzan y la frontera ha pasado a ser de manera irreversible un lugar de contactos. De la época trujillista quedan muchas cosas, tales como un régimen jurídico agujerado por la práctica, un balance crítico no realizado, los malos recuerdos de la represión y edificios, y altares católicos que aspiraban a señalizar la pureza católica, hispánica y blanca de una sociedad profundamente sincrética, con una herencia española notablemente débil y posiblemente la más mestiza del continente. Muy cerca de la ciudad de Dajabón, al borde de la carretera que conduce a la ciudad de Loma de Cabrera, el tirano hizo construir un altar a la virgen de la Altagracia, coronado por una inmensa cruz. Los árboles han crecido y la cruz es difícilmente divisible a la distancia. El altar, en cambio, está repleto de ofrendas sincréticas, que parecen mostrar las ventajas de la convivencia y la tolerancia en este mundo de pobladores, comerciantes y soldados.

 

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Notas

El autor desea agradecer a Sobeida de Jesús, investigadora de la Facultad Latinoamerica de Ciencias Sociales (Flacso), sus valiosos comentarios y aportes para la realización de este artículo. Este documento está basado en los resultados obtenidos en dos investigaciones desarrolladas en la zona: la primera bajo los auspicios del International Development Research Center (IDRC) de Canadá; y la segunda, con el Instituto Politécnico de Lausana (EPFL) en el marco del National Centre of Competence in Research (NCCR) y bajo el auspicio financiero de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (Cosude) y del Fondo Nacional de la Investigación Científica (FNRS) de Suiza.

1 El concepto de intercambio desigual que se adopta aquí, está directamente tomado de Emmanuel (1972), como "todo proceso de intercambio económico que implica la transferencia regular de plusvalor de una parte a la otra".

2 "Conocer Puerto Príncipe, escribe un cronista de principios del siglo XX, era el sueño de todos los fronterizos, que desde siempre oíamos hablar de sus grandes tiendas, de sus mercados y sus licorerías... era una ciudad muy activa, con más movimiento comercial y vida social que el santo Domingo que conocería cinco años después" (Ramírez, 2000). En esa época la moneda fuerte era el gourde haitiano, y las aduanas dominicanas estaban a decenas de kilómetros de la frontera actual.

3 Para una interesante descripción del lugar de las políticas públicas en los procesos de construcción fronteriza en América Latina, ver: Morales y Tamayo (1992), Gasca (2002), Udaneta (2002) y Velasco (2002).

4 Por razones de espacio omitimos toda referencia a la migración haitiana a República Dominicana, aunque habría que precisar que estos braceros constituyen la principal "mercancía" de exportación haitiana, y al mismo tiempo un subsidio considerable a la economía dominicana. Se calcula que hay cerca de un millón de haitianos residiendo en República Dominicana, la mayoría de ellos personas en edad laboral óptima, con nivel escolar primario provenientes de centros urbanos (Flacso/Organización Internacional para las Migraciones [OIM], 2004).

5 Entre otros productos, las exportaciones dominicanas a Haití se componen de huevos de gallinas, cemento, varillas de acero, productos agrícolas de baja calidad, arroz picado, desechos de galletas, residuos de papel, leña, hielo, vino tinto nacional y azúcar (Cedopex, 2004). En el año 2003 Haití era el tercer socio comercial dominicano, y República Dominicana el segundo de Haití. Las exportaciones formales haitianas a República Dominicana eran menores de tres millones de dólares.

6 La información sobre población urbana que a continuación se ofrece es un cálculo aproximado basado en dos fuentes: ONE (2004) e INESA (2002).

7 Como antes decíamos, los haitianos venden en estas ferias productos importados y beneficiados por los bajos aranceles en Haití (aceite comestible, arroz, cosméticos, zapatos) y tejidos usados.

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