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Argumentos (México, D.F.)

versión impresa ISSN 0187-5795

Argumentos (Méx.) vol.26 no.72 Ciudad de México may./ago. 2013

 

Diversa

 

La influencia de los Borgia en el pensamiento político de Maquiavelo

 

Roberto García Jurado*

 

* Doctor en ciencia política por la Universidad Complutense de Madrid. Licenciado y maestro en ciencia política por la UNAM. Profesor-investigador de la UAM-Xochimilco. Miembro del SNI. Autor de La teoría de la democracia en Estados Unidos. Almond, Lipset, Dahl, Huntington y Rawls, Siglo XXI Editores, México, 2009; El que quiere el fin quiere los medios. Naturaleza humana y republicanismo en Maquiavelo y Rousseau, En-claves, ITESM, 2012; y Del profeta armado al vicario saboyano. La religión civil en Maquiavelo y Rousseau, Política y cultura, núm. 38, UAM-Xochimilco, México, 2012.

 

Resumen

La familia Borgia tiene un lugar muy importante en la historia del Renacimiento. Varios de sus miembros ocuparon posiciones políticas y religiosas muy relevantes. Maquiavelo se refiere en El príncipe a dos miembros de esa familia de manera significativa; al papa Alejandro VI y a su hijo César Borgia. Ambos personajes no sólo protagonizaron de manera muy importante la historia italiana de la época, sino que también influyeron de manera directa en el propio pensamiento político de Maquiavelo; Alejandro al consolidar el poder de la Iglesia y convertirla así en un obstáculo para la unidad italiana convocada en la parte final de El príncipe, César al constituirse en el modelo de príncipe nuevo que Maquiavelo consideraba la solución para lograr esa misma unidad del país. Así, en este artículo se analizan las condiciones históricas en torno a estos personajes y la manera en que influyeron en el pensamiento de Maquiavelo.

Palabras clave: Renacimiento, príncipe, virtud, papa, Iglesia.

 

Abstract

Family Borgia was very important in the Renaissance history. Some of them had important political and religious charges. Machiavelli mentioned two of them in The Prince: the pope Alexander VI and his son Cesare Borgia. Both personages had an important part in the Italian history of the time and influenced in a right way the Machiavelli's political thought: Alexander because he consolidated the church power in order to transformer it in an obstacle to the italian unity called in the final part of The Prince, Cesare because was the model of new prince adopted by Machiavelli to get that national unity. This paper analyze the historical conditions around these personages and the way in which influenced the Machiavelli's thought.

Key words: reinassance, prince, virtue, pope, church.

 

Introducción

La familia Borgia desempeñó una función muy relevante en la vida política, social y religiosa del Renacimiento. Gran parte de sus integrantes ocuparon posiciones muy destacadas, comenzando por los dos papas Borgia, Calixto III y Alejandro VI, y por Francisco de Borgia, canonizado en 1671, que en vida llegó a ser virrey de Cataluña bajo Carlos V y fue el tercer general de la Compañía de Jesús. Igualmente relevante fue la función de César Borgia, hijo de Alejandro, primero como obispo y cardenal, y luego como príncipe y duque de la Romaña. Asimismo, en el plano social, la vida y reputación de Lucrecia Borgia, también hija de Alejandro, trascendió de tal modo que dejó una significativa huella literaria en las obras de Víctor Hugo, Alejandro Dumas y Guillaume Apollinaire, por mencionar sólo la literatura clásica.

A pesar de que muchos otros miembros de la familia fueron protagonistas en las cortes europeas de esta época, sobre todo en España, Francia e Italia, este escrito se concentra sólo en tres miembros de la familia Borgia: Calixto III, Alejandro VI y el hijo de este último, César. La razón de ello, es que estas páginas no tratan de la genealogía o de la historia de esta familia, ni siquiera de la trayectoria vital de los tres personajes mencionados, sino de la significación que sus acciones y actitudes tuvieron en la elaboración del pensamiento político de Maquiavelo, contemporáneo de los dos últimos y muy familiarizado con el desempeño y el contexto del primero. Así, lo que se mostrará en las páginas siguientes es que la vida y obra de estos hombres, sobre todo de Alejandro VI y César, causaron una gran impresión en Maquiavelo, tal vez al grado de poder considerarse definitorias de sus ideas políticas fundamentales. Así, al conocer el ambiente y el entorno de las principales acciones de estos hombres, se podrán entender mucho mejor algunos de los principios políticos y morales considerados emblemáticos de Maquiavelo.

Además, los Borgia y Maquiavelo tienen un denominador común muy notable, pues tanto en su época como en la posteridad, los han condenado irremisiblemente; a ellos por conductas políticas y morales escandalizantes, a él por elevar al nivel de la teoría política muchas de esas conductas y actitudes.

Así, algunos de los consejos más polémicos y recriminados contenidos en El príncipe, como incumplir la palabra dada cuando sea necesario; la aceptación de que puede haber un buen uso de la crueldad; la preferencia de ser temido a ser amado; la utilidad del engaño en la política y la guerra, por ejemplo, son principios de conducta que Maquiavelo asume como perfectamente válidos, y para ilustrarlo recurre en varias ocasiones precisamente a las acciones de Alejandro VI y César, lo cual ha contribuido sin duda a reforzar de manera recíproca la leyenda negra que pesa sobre ellos.

De los tres Borgia que se incluyen en este estudio, es muy probable que el caso más relevante para este propósito sea el de César, ya que Maquiavelo lo utiliza como ejemplo de virtud; como modelo del príncipe nuevo que Italia necesitaba para ser pacificada, unificada y expurgada de los príncipes extranjeros que entonces reclamaban para sí diferentes partes de su territorio. Además, como se muestra más adelante, el contacto personal que Maquiavelo trabó con él rebasa el simple nivel de lo anecdótico y biográfico, constituyéndose en un elemento fundamental para entender mejor su pensamiento político.

Así, para analizar la conducta y acciones de César es imprescindible remitirse a las de Alejandro VI, de igual modo que la trayectoria de éste es impensable sin Calixto III, que fue quien trasplantó a esta rama de la familia Borgia desde su natal Xátiva, en España, hasta Roma y el resto de Italia. Más aún, la realidad política e internacional que vivió Maquiavelo cuando fue secretario de la república de Florencia y que aún tenía frente a sí cuando escribió El príncipe, en 1513, es en buena medida la misma que ayudó a forjar de una manera relevante estos integrantes de la familia Borgia, desde 1455 en que Calixto III fue elegido papa, hasta 1507 cuando César muere.

 

Calixto III y el equilibrio de poder en el siglo XV

Maquiavelo sólo se refiere directamente a Alfonso de Borja,1 que como papa adoptó el nombre de Calixto III, en la Historia de Florencia (VI.33 y VI.36), en donde la alusión se centra principalmente en tres cuestiones; en primer lugar, al señalar que luego de su elección como papa en 1455, se dio inmediatamente a la tarea de contribuir a la pacificación de Italia, la cual había iniciado formalmente el año anterior, con la Paz de Lodi; en segundo, a reseñar genéricamente la organización de la cruzada que deseaba emprender en contra de los turcos, que apenas tres años antes, en 1452, se habían apoderado de Constantinopla; y en tercero, a su proyecto de entregar a su sobrino Pedro Luis el reino de Nápoles tras la muerte del rey Alfonso, intento truncado a su vez por su propia muerte, acaecida en 1458.2

Independientemente de esta alusión a Calixto III, que podría considerarse hasta cierto grado marginal, uno de los rasgos más notorios de la historia europea de este periodo, y especialmente de Italia, es la posición determinante de la Iglesia católica, particularmente de Roma y el papa, lo cual Maquiavelo percibía claramente, al grado de condicionar las posibilidades políticas y diplomáticas que identificaba para Florencia e Italia a partir de la posición de la Iglesia.

Un resumen del diagnóstico de Maquiavelo en esta materia se encuentra en el capítulo XI de El príncipe, llamado "De los principados eclesiásticos".3 Ahí describe cómo antes de la incursión en Italia del rey francés Carlos VIII en 1494 existían cinco grandes Estados que determinaban el equilibrio interno del país: Milán, Venecia, Florencia, Nápoles y los Estados pontificios. Esta situación había imperado casi durante todo el siglo, especialmente a partir de 1454, cuando la Paz de Lodi vino a finiquitar la guerra entre Florencia y Venecia contra Milán, y duró prácticamente hasta que la incursión del rey francés en 1494 quebrara este equilibrio, iniciando un periodo de inestabilidad en el que no sólo Francia, sino otras potencias europeas, especialmente España y el sacro Imperio, intervinieron abiertamente en la península de una manera sin precedentes, privándola de la relativa independencia y libertad de que había gozado hasta entonces.4

Salvo este capítulo, no hay muchas más alusiones directas a la Iglesia en El príncipe, aunque el tan discutido capítulo final, el XXVI "Exhortación a ponerse al frente de Italia y liberarla de los bárbaros", la implica directamente. Este capítulo no sólo es una arenga emotiva, sino un corolario perfectamente coherente de la concepción del orden político por parte de Maquiavelo. Dadas las condiciones que Italia enfrentaba en 1513, la necesidad política apuntaba a crear o impulsar a un príncipe italiano con la capacidad y firmeza para unificar al país. La solución política consistía en la creación de un fuerte gobierno unipersonal como único recurso para someter a todos los estados a un solo mando para expulsar del país a los extranjeros que desde 1494 se habían posesionado de diversos Estados y territorios. Así, las preferencias republicanas personales de Maquiavelo pasaban a segundo término. Incluso sacrificaba lo que podríamos llamar el patriotismo florentino al nacionalismo italiano, ya que la libertad republicana de su ciudad natal no sólo se rendiría ante un gobierno principesco, sino también su independencia se sacrificaría ante una entidad territorial mayor.

Aunque Maquiavelo no lo dice de manera explícita, semejante propósito enfrentaba por principio el reto de la abigarrada fragmentación del país, pero quizá un reto todavía mayor era la presencia del Estado de la Iglesia, un Estado que no sólo reclamaba soberanía sobre una parte del territorio, sino que ejercía y defendía celosamente el máximo poder espiritual sobre toda la cristiandad, y con particular interés sobre la península italiana, lo que resultaba evidentemente un obstáculo formidable para el príncipe más virtuoso que se pudiera hallar.5

Habiendo elaborado Maquiavelo El príncipe con la intención de obsequiarlo a un Medici, y tomando en consideración que apenas el año anterior, 1512, se había restablecido el poder de los Medici en Florencia y se había elegido como papa a León X, miembro distinguido de esa familia, era previsible que Maquiavelo no desarrollara de manera clara y absoluta las premisas que había sentado en su escrito, las cuales llevarían hasta la conclusión lógica de que la Iglesia, y sobre todo el papa, era un serio obstáculo para la unificación italiana.6

Esto puede confirmarse sencillamente al cotejar el tratamiento que da Maquiavelo a la Iglesia en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, en donde expresa claramente la conclusión de las premisas que había planteado en El príncipe. Como se ha documentado ampliamente, ambos textos fueron elaborados casi de manera sincrónica, por lo que no puede considerarse que la diferencia de condiciones o circunstancias influyan de alguna forma en sus juicios. Específicamente, cabe recordar que el capítulo I.12 de los Discursos es reconocido por albergar una de las críticas más severas de Maquiavelo en contra de la Iglesia católica, considerándola por un lado la principal responsable de la corrupción moral y el comportamiento irreligioso de los cristianos, pero sobre todo responsabilizándola de perpetuar la desunión de los Estados italianos, impidiendo la unidad del país, lo cual había sido precisamente el motivo del llamado urgente e imperativo que Maquiavelo lanzara en el último capítulo de El príncipe.7

Sin embargo, aun cuando en el capítulo 11 de El príncipe Maquiavelo contara a la Iglesia dentro de los cinco Estados más poderosos de Italia en el siglo XVI, habría que advertir que esto no había sido así tan sólo unas décadas antes. Ciertamente, lo que observa Maquiavelo de los principados eclesiásticos, situado como estaba a principios del siglo XVI y cuyo único ejemplar era el de los Estados pontificios, es que son Estados que se "sustentan en antiguas leyes de la religión ya que son tan poderosas y de tanto arraigo que mantienen a sus príncipes al frente del Estado, sea cual sea su forma de actuación y vida [...] Estos principados son, pues, los únicos seguros y felices [...]".8 Esta descripción arroja una imagen del Estado pontificio fuerte en lo interno y en lo externo, sin embargo, lo que habría que notar es que esto no era así unas décadas antes, sobre todo a principios del siglo XV. Cuando los papas volvieron a asentarse en Roma después de su larga estadía en Aviñón, cuya ausencia había propiciado la disgregación de los Estados pontificios, Roma había caído en un pleno desgobierno y se había producido un notable debilitamiento del papa frente a la aristocracia de la ciudad. Por ello, durante una buena parte del siglo XV, los papas debieron emprender la tarea de reconstruir el poder dentro de su mismo territorio y hacerse también un espacio en la constelación de Estados italianos y europeos.9

Odonne Colonna, que como papa adoptó el nombre de Martín V y había sido elegido en 1417, fue quien en 1420 decidió volver a Roma después de la larga estancia del papado en Aviñón. Desde el principio asumió esta ardua tarea, es decir, reconstruir la autoridad del papa tanto dentro como fuera de la Iglesia, lo cual representaba un gran reto, aun para él, que era miembro de los Colonna, una de las familias nobles romanas más poderosas, a la que se refiere el mismo Maquiavelo en el citado capítulo 11 de El príncipe.10

El largo conflicto entre el Colegio cardenalicio y el papa alcanzó su clímax en el Concilio de Constanza (1414-1418) en donde claramente se estipuló la superioridad del Concilio sobre el papa. Sin embargo, esto no significó el fin del enfrentamiento, pues el mismo papa elegido en el Concilio, Martín V, que declaró solemnemente su aceptación de estas resoluciones, apenas terminó la reunión desconoció dicho acuerdo y se dio a la tarea de afirmar la autoridad suprema del papa por sobre cualquier otra instancia de la Iglesia. Y es en este escenario, en el cual comienza a destacar la actividad de Alfonso de Borja, futuro Calixo III.11

Alfonso de Borja era un modesto canónigo en la catedral de Valencia y profesor de derecho en la Universidad de Lérida. En 1417 Alfonso V de Aragón lo llamó a su corte, haciéndole más tarde el encargo de obtener la renuncia del antipapa español Clemente VIII, quien se había negado repetidamente a reconocer los acuerdos del Concilio de Constanza y también a aceptar el nombramiento y la legitimidad de Martín V.

Ya otros emisarios habían fracasado en esa misión y nadie sabe del todo qué factores influyeron para que en esa ocasión Clemente VIII aceptara dimitir ante Alfonso de Borja. Con ello, el papa Martín V ganaba una importante dosis de legitimidad, pues luego del catastrófico cisma, era el primer papa reconocido y válido para toda la cristiandad, con lo cual podía afirmar su posición y enfrentar en mejores condiciones al resto de los príncipes temporales y a las propias familias nobles romanas. Tan importante fue el logro obtenido por Alfonso de Borja, que el mismo día que entregó la dimisión de Clemente VIII al cardenal Pierre de Foix, recibió de éste el nombramiento como obispo de Valencia, uno de los más ricos de Europa en esa época. Así inició toda una dinastía de los Borja en este obispado, pues le sucedieron Rodrigo de Borja, futuro Alejandro VI; César Borgia, su hijo, y dos Borgia más, hasta 1511, año en que el papa Julio II, acérrimo enemigo de los Borgia, le concedió el obispado a un hijo natural del rey Fernando el Católico.12

Alfonso de Borja abandonó España al seguir a su soberano Alfonso de Aragón, quien desde 1420 salió de su reino y se dirigió al Mediterráneo con el objetivo de conquistar nuevos territorios. En esa aventura acertó al acercarse a la reina Juana de Nápoles y ayudarla a defender su reino en contra de los Anjou, quienes reclamaban sobre éste derechos ancestrales. El agradecimiento de la reina Juana hacia Alfonso de Aragón llegó a tal grado que lo reconoció como hijo adoptivo con plenos derechos hereditarios, con lo cual se dieron las bases para el asentamiento de los Aragón en Nápoles.

A la muerte de la reina Juana y ante la negativa del papa Eugenio IV (1431-1447) para reconocer a Alfonso de Aragón el derecho al trono, éste inició una feroz guerra en contra de los Anjou para ocupar el reino, cuya victoria logró finalmente adjudicarse en 1443. Una vez que accedió al reino le encomendó nuevamente a su fiel servidor Alfonso de Borja la tarea de obtener el reconocimiento del papa Eugenio IV, quien dando muestras nuevamente de su gran habilidad diplomática no sólo obtuvo su objetivo, sino que logró ganarse el nombramiento de cardenal.

Aun cuando Martín V había dado importantes pasos en la afirmación del poder del papa en Roma y en toda la iglesia, todavía estaba lejos de considerarse completamente consolidado, al grado de que su sucesor, Eugenio IV, enfrentó tales dificultades, especialmente para gobernar Roma, que ante una gran rebelión debió huir de la ciudad en 1434 e instalarse en Florencia, donde permaneció por casi 10 años, hasta 1443, cuando pudo volver a ella. Además, casi 10 años después, en 1452, la ciudad de Roma volvió a verse sacudida por el intento de revolución republicana encabezado por Stefano Porcari, que aun cuando fue más una aventura que una verdadera rebelión, daba cuenta de las dificultades del papa para legitimarse como gobernante de la ciudad.13

A la muerte del papa Nicolás V en 1455 el Colegio cardenalicio se enfrentaba a un complejo escenario. Por principio, el nombramiento del nuevo papa era una vez más motivo del enfrentamiento entre las dos familias romanas más poderosas, los Orsini y los Colonna. Ambas querían influir lo más posible en el nombramiento, incluso, dado que cada una tenía un cardenal en el Colegio, pretendían que saliera de ellos mismos. El gobierno de la ciudad y de la Iglesia enfrentaba serias dificultades en ese momento: en primer lugar, los franceses buscaban influir directamente en la elección, tratando de recuperar la influencia que habían tenido ya cuando el papado se encontraba en Aviñón; en segundo, aún continuaban vivas las fuerzas y tentaciones republicanas y comunales que habían propiciado la conspiración del propio Porcari dos años antes; y en tercer lugar, los turcos habían tomado Constantinopla hacía apenas tres años y su amenaza sobre Occidente se hacía más intimidante.14 Éste fue el contexto que favoreció la elección de Alfonso de Borja, que adoptó el nombre de Calixto III, un candidato hasta cierto punto neutral con respecto a los principales partidos en contienda, que por su avanzada edad, 77 años, auguraba un papado breve, lo cual permitiría a cada facción reunir más apoyos a fin de vencer en la siguiente partida.

Sin embargo, aunque pudiera verse a Calixto III como un papa neutral en el contexto romano, no era precisamente así en el escenario internacional. Ciertamente, con él se le cerraba el paso a las aspiraciones francesas, pero Calixto III era también extranjero, o catalán, como los romanos de la época designaban genéricamente a los españoles. Los catalanes ya tenían más de una década de haberse instalado en Nápoles, y se temía que ocurriera lo mismo en Roma con este nuevo papa.15

Y en efecto, eso fue lo que ocurrió. Apenas se instaló Calixto III en Roma comenzó a llamar a una gran cantidad de familiares y connacionales, entre quienes destacaban claramente sus sobrinos. Al llegar, los Borja vieron transformado su apellido en Borgia, el modo italianizado con el cual trascendieron su tiempo y origen. Al año siguiente de su nombramiento, Calixto III nombró cardenales a dos de sus sobrinos, Luis Juan de Milá y Rodrigo Borgia, el futuro Alejandro VI; a otro de ellos, Pedro Luis Borgia, le dio tal cantidad de distinciones y cargos, entre éstos el de prefecto de Roma, desplazando de ese cargo a un miembro de la poderosa familia Orsini, que pronto se convirtió en el familiar más odiado del papa y en el emblema de su nepotismo. Pero el afecto del papa hacia este sobrino no sufrió mella. Como lo comenta también Maquiavelo en la Historia de Florencia (VI.36), a la muerte del rey Alfonso de Nápoles, su antiguo soberano y bienhechor, Calixto III se negó a reconocer como heredero a Ferrante, su hijo bastardo, declarando a Nápoles feudo de la Iglesia, y planeó entregarlo también a su sobrino Pedro Luis, lo cual no llegó a realizar debido a que lo sorprendió la muerte. Sin embargo, ya desde ese momento sembró en los Borgia un apetito por ese reino que alcanzaría al propio Alejandro VI así como a César.16

Como se había previsto, el papado de Calixto III fue muy breve, apenas duró 3 años. Cuando murió, hubo en Roma un verdadero estallido social en contra de los odiados catalanes, lo cual obligó a huir de la ciudad al mismo prefecto, Pedro Luis. No obstante, a pesar de su brevedad, logró encaminar a su familia en una ruta de riqueza, prestigio y poder.

Cuando en 1513 Maquiavelo escribía El príncipe, daba cuenta de los principados eclesiásticos y de cómo había dificultad sólo para adquirirlos pero no para conservarlos, además de ser Estados que, por un lado, no requerían ser defendidos y, por otro, tampoco sus súbditos necesitaban ser gobernados. Sin embargo, como puede verse, no era así unas cuantas décadas atrás, y si en la época de Alejandro VI, o más bien gracias a su gobierno, estos Estados adquirieron tal apacibilidad y firmeza, no era así de modo alguno en la época de Calixto III.17

 

Alejandro VI y la felicidad de los principados eclesiásticos

Como ya se ha dicho, cuando murió Calixto III se dio una gran insurrección en Roma contra los odiados catalanes, por este motivo, el propio prefecto de Roma, Pedro Luis Borgia, huyó disfrazado. Sin embargo, Rodrigo Borgia no huyó, ni se amedrentó, y de hecho fue prácticamente la única persona que hizo guardia junto al cadáver de su tío.

Rodrigo Borgia desempeñó un papel fundamental en el cónclave de ese año del cual había de surgir el nuevo papa. En éste, la candidatura más fuerte era la del cardenal francés d'Estouville, sin embargo, aun con el máximo esfuerzo, no logró reunir los votos necesarios, que debían ascender a dos terceras partes más uno. Se trataba de un impasse difícil de superar, por lo que Rodrigo Borgia se irguió para proclamar la accesión a favor del cardenal de Siena, Eneas Silvio Picolominni, es decir, manifestar en voz alta su apoyo a esta candidatura, un método que a diferencia del más común, el sufragio secreto, ponía en evidencia las preferencias de quien lo encabezaba, arriesgándose a fracasar si el resto de los cardenales renuentes no accedía a la iniciativa. La audaz decisión de Rodrigo fue seguida por otros cardenales, incluido el influyente Próspero Colonna, con lo que se logró la elección de quien como papa se hiciera llamar Pío II.18

Con su acción, Rodrigo no sólo se ganó el reconocimiento del papa, sino también ganó un gran prestigio dentro y fuera de la corte de Roma. En el cónclave de 1471, y ante un escenario similar al de 1458, volvió a encabezar la accesión a favor de Francisco della Rovere, quien se convertiría en Sixto IV, consolidado su liderazgo dentro del Colegio cardenalicio y en toda la curia romana. Así, aun cuando había sido nombrado vicecanciller de la Iglesia por su propio tío en 1457, el cargo más alto después del papa, quien era tenido por el canciller de Dios en la tierra, logró conservar dicho cargo hasta 1492, cuando él mismo fue elegido papa. Esto significa que los cuatro papas que sucedieron a Calixto III; Pío II (1458-1464), Paulo II (1464-1471), Sixto IV (1471-1484), e Inocencio VIII (1484-1492), le confirmaron el nombramiento, lo cual acredita que ocupó tan altos cargos en la Iglesia no sólo por el nepotismo de su tío, sino también por su gran habilidad personal.19

Durante todo el periodo en el que Rodrigo Borgia fue vicecanciller, desempeñó una función relevante en el gobierno de la Iglesia. Desde el cónclave de 1471 se le había nombrado como un fuerte candidato al papado, lo cual se repitió en 1484, al grado de ser considerado uno de los principales contendientes, sin embargo, no fue sino hasta el cónclave de 1492 cuando fue elegido.

Ya durante todo el periodo en el que había sido cardenal se habían desatado fuertes rumores sobre su vida privada, calificada de excesivamente permisiva y licenciosa. Dentro de los motivos que había para ello destacaban los hijos que había tenido, algo por lo demás común en la vida privada de los prelados de la Iglesia, de lo que no escapaban los mismos papas, quienes no sólo no se abstenían de tener relaciones sexuales con mujeres, sino que además era común que procrearan hijos, a los que favorecían con múltiples prebendas. Fue Inocencio VIII el primer papa que no llamó sobrinos a sus propios hijos, asumiendo directamente su paternidad, algo inédito hasta entonces, pues dado que los papas habían acostumbrado referirse a sus hijos como sobrinos, se acuñó entonces el término de nepotismo para referirse a la práctica de favorecer a los hijos y familiares, ya que en italiano nipote significa tanto sobrino como nieto.20

En el conclave de 1492 las principales candidaturas al papado eran las de Giulliano della Rovere, sobrino de Sixto IV y futuro Julio II; la de Ascanio Sforza, hermano del Duque de Milán, y la del propio Rodrigo Borgia. Al final, Ascanio Sforza declinó a favor de Rodrigo y esto definió la elección, lo cual dio pie a uno de los principales componentes de la leyenda negra que pesa sobre Alejandro VI: haber accedido al papado por medio de simonía, es decir, por haber comprado los votos de los cardenales con favores, nombramientos y dinero, incluyendo al propio Sforza. A partir de este conclave, Guilliano della Rovere, que había sido en un tiempo aliado de Alejandro VI, se convirtió en su acérrimo enemigo, al grado de que durante todo su pontificado insistió con vehemencia tanto dentro del Colegio cardenalicio como en la corte del rey francés en convocar a un concilio para destituir a Alejandro VI acusándolo de simonía. El mismo Ascanio Sforza, factor decisivo en su elección, se convirtió también en su enemigo jurado y clamó junto con della Rovere para destituirlo por el mismo motivo. No parecía importar que el mismo della Rovere hubiera recibido del rey francés una importante suma para comprar los votos de otros cardenales en ese mismo cónclave, el mismo acto por el que pedía la destitución de Alejandro VI.21

Como puede observarse, el influjo y la importancia de Alejandro VI en los asuntos de Roma precedió con mucho a su propio periodo en el papado, lo que Maquiavelo distingue claramente en El príncipe, señalándolo como un hito en el devenir de la Iglesia. En este texto, Maquiavelo alude a Alejandro VI en varias ocasiones, cinco para ser exactos, aunque los temas con los que se relacionan estas alusiones son esencialmente tres: 1) el equilibrio de poder dentro de Italia anterior a 1494; 2) el poder del papa al interior de la Iglesia; y 3) la conducta recomendada a los príncipes, particularmente en lo referido a no cumplir la palabra dada.22

Por lo que se refiere al equilibrio de poder dentro de Italia a partir de 1454, año de la firma de la Paz de Lodi, y 1494, año de la incursión del rey francés Carlos VIII, y que Maquiavelo describe en el ya citado capítulo XI, hay que hacer notar que Alejandro VI sólo alcanzó a protagonizar un muy breve lapso de este periodo, pues había sido elegido pontífice en 1492. Sin embargo, aunque en los años posteriores cayeron de una forma u otra varios de los Estados que mantenían ese equilibrio, todavía en 1513, cuando Maquiavelo escribe El príncipe, persistían los restos de ese esquema, o su añoranza, pues al menos éste había tenido la virtud de mantener a las potencias europeas fuera del territorio italiano.

Entre 1454 y 1494 Nápoles, Florencia, Milán, Venecia y los Estados pontificios, que eran los cinco mayores Estados italianos, habían logrado mantener una paz relativa al interior del país cifrada esencialmente en la condición de que ninguno de ellos se engrandeciera a costa de los demás. Sin embargo, dicho esquema se rompió con la incursión de Carlos VIII, quien reivindicando los derechos hereditarios de los Anjou al reino de Nápoles y aliándose a Francisco Sforza, duque de Milán, penetró en Italia sin enfrentar mayor resistencia. No obstante, ocupó Nápoles por un muy breve periodo, ya que se vio obligado a dejarlo debido a la alianza en su contra que pactaron los otros Estados italianos liderados por el propio Alejandro VI. Al morir Carlos VIII en 1498 fue sucedido en el trono por su primo Luis XII, quien emprendió una nueva incursión en Italia, mucho más duradera y contundente, y sobre todo, cuidándose de no enfrentar a Alejandro VI, como Carlos VIII, sino ahora aliándose con él.23

En el capítulo III de El príncipe, cuando Maquiavelo se refiere por primera vez a Alejandro VI, lo hace señalando precisamente el error que cometió el rey Luis XII al permitir que éste, por medio de César Borgia, ocupara la Romaña y adquiriera un poder muy importante en el centro de Italia.24 En ese capítulo, Maquiavelo trata el tema de los principados mixtos, es decir, de los que se componen de una posesión previa y una nueva adquisición. En este caso, de acuerdo con la clasificación de Maquiavelo, hay dos grandes probabilidades; o que el territorio anexado sea de una cultura similar a la del Estado original, lo cual facilita la posibilidad de su conservación; o bien, que sea de una lengua, costumbres e instituciones diferentes, en cuyo caso Maquiavelo recomienda seguir tres reglas para conservar dicho Estado: 1) Que el príncipe resida en él; 2) Que establezca colonias; y 3) Que colabore con los vecinos menos poderosos, debilite a los poderosos y procure que no entre en el país ningún príncipe tan poderoso como él.25

Como puede observarse, esta tercera regla que Maquiavelo establece para conservar los Estados anexionados que tienen una cultura diferente puede ser vista de alguna manera como la fórmula política que habían adoptado los Estados italianos entre 1454 y 1494. Asimismo, es también el error que cometió Luis XII al ayudar a Alejandro VI y su hijo César para que se adueñaran de la Romaña, incrementando el poder del que ya disponía la Iglesia y que fue la base de la expulsión de los franceses del suelo italiano años después.

Por lo que respecta al segundo de los temas de las alusiones de Maquiavelo hacia Alejandro VI, es decir, el incremento del poder del papa dentro de la Iglesia, se pueden ubicar dos menciones específicas sobre ello en el texto; una, claramente menor, que se encuentra en el capítulo VIII, cuando refiere que Oliverotto de Fermo, uno de los condotieros al servicio de César, habla de la grandeza de Alejandro VI y de su hijo, y la otra, la mención más importante, que se encuentra en el capítulo XI cuando habla de los principados eclesiásticos.26

En este capítulo, Maquiavelo menciona cómo antes de que incursionaran los franceses en Italia la Iglesia y el propio papa no tenían gran poder, y cómo a partir del papado de Alejandro VI dicho poder se incrementó notablemente.

Como puede verse, Alejandro VI no sólo ocupa un lugar muy importante dentro de la historia de la Iglesia y del papado, sino dentro de la estructura misma de El príncipe, ya que en buena medida gracias a él Maquiavelo prestó atención a un tipo de principados sui generis, es decir, los eclesiásticos, de cuya especie sólo existía uno en el mundo occidental, y que seguramente se hizo más visible para Maquiavelo y los hombres de su época debido al protagonismo de Alejandro VI.

El pontificado de Alejandro VI (1492-1503) fue uno de los más agitados en la historia de la Iglesia y del propio Renacimiento. Tanto para Roma, como para el país, Europa y el mundo, tuvo una trascendencia histórica. Como señala Maquiavelo, a él se debió en buena medida el acrecentamiento del poder de la Iglesia, tanto dentro de Roma como fuera de ella. Antes de Alejandro VI, ciertamente, la ciudad de Roma era prácticamente ingobernable para un papa, pues su poder se veía acotado notablemente por el de las familias nobles romanas, fundamentalmente los Colonna y los Orsini, como lo refiere Maquiavelo en el capítulo XI. No obstante, Alejandro tuvo la decisión y la capacidad para doblegar a estas familias y convertir a Roma en un verdadero principado eclesiástico, tal y como se describe en El príncipe.27

De la misma manera, Alejandro recuperó los Estados de la Romaña mediante César, que aunque teóricamente eran de la Iglesia, estaban gobernados por príncipes cada vez más renuentes a reconocer cualquier autoridad eclesiástica. Ciertamente, Alejandro los recuperó no para restituir o acrecentar el territorio de los Estados pontificios, sino para crear un Estado propio para su familia, específicamente para César, sin embargo, sentó involuntariamente las bases para que su sucesor,28 Julio II, los incorporara de manera efectiva a la Iglesia. Por otro lado, en el plano europeo, Alejandro también desempeñó una función muy relevante, ya que tan sólo unos meses después de iniciar su pontificado emitió la famosa bula Inter Caetera, por medio de la cual legitimó y privilegió el dominio español en el Nuevo Mundo.29 Por otro lado, la alianza con el poder español que marcó el principio de su gestión contrasta ciertamente con su alianza con Francia hacia el final de éste, ya que si bien él fue el príncipe italiano que con más decisión se opuso al avance de Carlos VIII en Italia, su ulterior alianza con Luis XII determinó la situación del país a principios del siglo XVI.30

Desde el principio de su pontificado Alejandro VI dio muestras de su apetito político, pues tan sólo en el primer año casó a tres de sus hijos con integrantes de importantes familias italianas y españolas, dos de ellas gobernantes.

También su avidez económica llegó al escándalo, pues buscaba atraerse recursos económicos de todas las maneras posibles, incluso mediante el asesinato de diversas personalidades con el fin de apoderarse de sus bienes. Incluso corre la versión de que su propia muerte se debió a un intento fallido de envenenamiento, es decir, que bebió su propio veneno, el que había destinado a otro, al cardenal Adriano de Corneto. No obstante, una buena parte del dinero que obtenía por éste y otros medios lo destinó a financiar la empresa militar de su hijo César en la Romaña, a partir de lo cual se ganó la aprobación del propio Maquiavelo, quien consideraba que no había mejor manera de usar el dinero que la de Alejandro VI.31

Finalmente, el tercer tema de las alusiones de Maquiavelo sobre Alejandro en El príncipe consiste en ponerlo como ejemplo del no cumplimiento de la palabra dada, lo cual, como se sabe, Maquiavelo no cuestiona, sino que lo destaca como una conducta necesaria y acertada. Esta afirmación se hace en uno de los capítulos más polémicos y relevantes del libro, el XVIII, llamado precisamente De qué modo los príncipes han de cumplir la palabra dada. En este capítulo, Maquiavelo expone una de las tesis más discutidas del libro, la que propone en términos metafóricos que los príncipes deben tener una doble naturaleza, es decir, saber actuar como hombre y como bestia, lo que en términos formales equivale a la proposición de saber actuar con las leyes y con la fuerza. Sin embargo, Maquiavelo hace una derivación más, pues al comportarse como la bestia el príncipe no debe hacer uso solamente de la fuerza, sino también de la astucia, es decir, debe saber comportarse como el león pero también como la zorra.

Una parte esencial de la astucia que Maquiavelo observa en la zorra es el engaño, dentro de cuya conducta entra el no cumplir la palabra dada, para lo cual Maquiavelo utiliza precisamente el ejemplo de Alejandro VI.32

Sin duda, ésta es una de las partes de El príncipe que la posteridad ha condenado en todos los sentidos, ya que promulga de manera abierta un principio de conducta moralmente cuestionable, pues ninguna sociedad puede basarse en la práctica generalizada del engaño, y ni siquiera admitirla como una permisión concedida a sus gobernantes.

Sin embargo, habría que advertir sobre una dificultad que se encuentra presente en esta proposición de Maquiavelo, y que de hecho es una constante en una buena parte del libro, es decir, la complejidad para distinguir la prescripción de la descripción.

El ambiente político renacentista estaba marcado por el engaño y la simulación. Italia y Europa estaban sumidas en un verdadero estado de guerra, al más puro estilo hobbesiano, en donde los breves periodos de paz eran realmente tiempos de una guerra latente. Ciertamente, Alejandro VI trataba todo el tiempo con príncipes practicantes del engaño y la falsedad, dentro de lo cual se destacó él mismo, sin embargo, lo que hace Maquiavelo aquí es reconocer un principio de racionalidad política elemental, reconocer la necesidad del engaño en donde éste se encuentra generalizado, sobre todo en el plano internacional, en donde una conducta distinta colocaría al príncipe en la excepción y no en la regla; en la ruta del fracaso y no del éxito. Esperar una opinión diferente de Maquiavelo significaría pasar por alto lo que se precia de poseer, lo que desde el mismo Proemio de El príncipe presume: conocimientos sobre las acciones de los grandes hombres, adquiridos a través de una larga experiencia de las cosas modernas, y una repetida lectura de las antiguas. Sí, Alejandro VI no tenía ningún escrúpulo para ajustar su conducta al signo de los tiempos, como tampoco la tuvo su hijo César, que también en ello demostró ser un consagrado.

 

César Borgia como modelo del príncipe nuevo

La leyenda negra que pesa sobre toda la familia Borgia y recae sobre todo en Alejandro VI y sus dos hijos, Lucrecia y César, cae sin duda con mayor peso sobre este último. Como se ha visto, aun cuando los tres Borgia aquí tratados ocupan una posición relevante en la historia del Renacimiento y sus acciones marcaron de uno u otro modo la formación del pensamiento de Maquiavelo, tal vez sea César quien mayor significación tiene en ello por ser el estereotipo del príncipe que Maquiavelo retrata en su libro, atrayendo hacia su persona la repulsión provocada por su propia actuación política y, adicionalmente, la que se le suma por encarnar las crueldades y perversidades asociadas al príncipe maquiavélico.33

Sin embargo, es conveniente denotar que la figura de César en el pensamiento político de Maquiavelo no es uniforme, ya que si bien por un lado se le presenta como el estereotipo de príncipe, por otro, en muchos de sus escritos breves, se presenta una imagen totalmente distinta, contradictoria incluso.34

Pero antes de analizar las percepciones y expresiones contrastantes de Maquiavelo sobre César, sería conveniente describir y examinar, así sea brevemente, la trayectoria de César para comprender mejor la valoración propia de Maquiavelo.35

De los múltiples hijos que se le atribuyen a Alejandro VI, los que tuvo con Vanozza Catanei fueron sin duda a los que más apegado estuvo y los que más beneficios recibieron de su parte: ellos fueron César (n. 1475), Juan (n. 1476), Lucrecia (n. 1480) y Joffré (n. 1481).

Desde la más temprana infancia, César, por intercesión de su padre, que por entonces era cardenal, fue colmado de cargos y distinciones eclesiásticas. A la insólita edad de 7 años, el papa Sixto IV lo nombró protonotario apostólico, archidiácono de Xátiva y rector de Gandia. Por supuesto, lo insólito de estos nombramientos no era exclusivo de los Borgia, pues en la época era muy común que papas, cardenales, obispos y demás prelados de la Iglesia concedieran a familiares y amigos altas distinciones eclesiásticas, aun cuando los beneficiados no reunieran las mínimas condiciones para ejercerlas.

Siendo César el primogénito de los hijos engendrados entre Alejandro y Vanozza, fue destinado desde la infancia a la carrera eclesiástica, por lo que luego de estos tempranos nombramientos fue enviado a realizar estudios de Derecho canónico a Perusa y luego a Pisa, en donde incluso coincidió con Piero de Médicis, hijo de Lorenzo el Magnífico, quien luego desempeñaría un papel determinante en la relación entre César y Florencia.

Fue precisamente durante su estadía en Pisa que su padre Rodrigo fue elegido papa, por lo cual se trasladó a Roma pocos meses después. Como se ha dicho ya, desde el principio de su papado Alejandro VI trató de colocar y encaminar lo mejor posible a sus hijos. No fue la excepción César, a quien ese mismo año de 1492 lo nombró arzobispo de Valencia y luego, al año siguiente, cuando César no había cumplido aún los 20 años, lo elevó al cardenalato, ocupando una posición en la que se habían sucedido su tío y su padre, y que todavía después de él ocuparían otros dos Borgia, en una pretensión de sucesión hereditaria que sólo frenaría el archienemigo de la familia, Julio II.

Sin embargo, la meteórica carrera eclesiástica de César se vio perturbada en 1497 por el asesinato de su hermano Juan, el duque de Gandia, a quien su padre lo estaba encaminando también en una fulgurante carrera militar y política. Este asesinato sacudió inesperadamente la vida de la ciudad y conmovió de una manera desgarradora a su padre, además, como nunca se supo quién había sido el asesino, surgieron versiones que se lo atribuyeron al propio César, las cuales, a pesar de su escaso fundamento, alimentaron su malvada y monstruosa reputación.36

No obstante, dado que con la muerte del duque de Gandia la familia Borgia se quedaba sin brazo armado, César abandonó los hábitos y se convirtió en el principal instrumento de Alejandro VI para construir un Estado dentro de Italia bajo la soberanía de los Borgia. De esa manera, como lo describe Maquiavelo en El príncipe, César se convirtió en el arquitecto de un principado nuevo, más aún, se convirtió en el modelo de príncipe nuevo que la agitada vida política y militar del Renacimiento requería.37 Sin embargo, dado el delicado equilibrio de poder que había al interior de Italia, se habría requerido arrebatarle su Estado a uno de los príncipes existentes, o siquiera apropiarse de una parte de sus territorios. Ante los graves riesgos y desafíos que esto implicaba, no quedó otra alternativa que construir el Estado de los Borgia en la Romaña, en ese territorio de la Italia central que tradicionalmente había pertenecido a la Iglesia pero que debido al cambio de residencia de los papas a Aviñón y, también, a raíz del gran Cisma de Occidente, había caído bajo el dominio de una serie de príncipes tiránicos, los cuales en un principio habían sido meros feudatarios de la Iglesia, pero luego adquirieron y reclamaron tal margen de independencia y autonomía que se convirtieron prácticamente en señores soberanos y ejercieron el poder arbitrariamente.

Ante esta situación, alegando la falta de pago de las contribuciones a la Iglesia, Alejandro VI declaró terminados los derechos de estos señores en 1499, y junto con César se dieron a la tarea de preparar una campaña militar en contra de ellos. El fin aparente de estas empresas militares era restituir dichos Estados a la Iglesia, aunque para todos quedaba claro que la intención de los Borgia era apropiarse de ellos.38

César había pedido permiso al Colegio cardenalicio para renunciar a los hábitos y a su propia investidura púrpura en 1498. En ese mismo año, la muerte del rey francés Carlos VIII y la elevación al trono de su primo Luis XII le dieron a Alejandro VI una oportunidad magnífica para recomponer sus alianzas internacionales. Luis XII quería divorciarse de su esposa Juana de Francia y casarse con Ana de Bretaña, viuda de su primo Carlos, con lo que no sólo ganaba una esposa más joven y bella, sino sobre todo la posibilidad de anexar Bretaña a su Estado. Por el otro lado, Alejandro VI necesitaba el apoyo de él para casar a su hijo César con Carlota, la hija de Ferrante, rey de Nápoles, y colocarlo en la posibilidad de ocupar ese trono. Aunque la negativa de Ferrante, y de su propia hija, para realizar ese matrimonio frustró las expectativas de los Borgia, la alianza de todos modos se llevó a cabo; Alejandro VI le concedió a Luis XII la dispensa y el rey, a cambio de Carlota de Nápoles, le ofreció a César otra dama de su corte, Carlota de Albret, hermana del rey de Navarra, a cuyo servicio, por cierto, muriera César en 1507. Otra parte de la alianza consistía en que el mismo César le sirviera a Luis XII en su expedición para la reconquista de Nápoles a cambio de que éste recibiera el auxilio de tropas francesas para su empresa en la Romaña.39

César pasó así al servicio del rey de Francia, quien como distinción le confirió el Ducado de Valentinois, en el Delfinado. De esta manera, el mismo día en que César solicitara al Sacro Colegio la dispensa para dejar el cargo de cardenal de Valencia, llegó a Roma el nombramiento del rey francés confiriéndole el Ducado de Valentinois, en la Valencia francesa, lo cual dio pie a que desde entonces se le conociera popularmente como el duque Valentino.

De este modo, César inició su campaña en la Romaña en 1499 auxiliado principalmente por tropas francesas, y en los dos años sucesivos fue apoderándose una a una de las ciudades y fortalezas de ese territorio, hasta dominarlo por completo, anexionándose además otras ciudades como Camerino, Urbino, Piombino, Perugia, Senigallia y muchos otros dominios. En 1502, cuando la insubordinación de sus condotieros frenó su campaña, había comenzado a dirigir sus baterías hacia Bolonia y la Toscana, incluida la propia Florencia.40

Fue precisamente en estas condiciones en las que Maquiavelo conoció personalmente a César, pues la Señoría de Florencia lo envió a él y al obispo de Volterra, Francisco Soderini, a pactar un acuerdo con él para que no atacara a la ciudad ni sus dominios. Aunque esta embajada fue muy breve, y Maquiavelo iba tan sólo en calidad de secretario, fue el primer acontecimiento de una experiencia trascendental.

No obstante la brevedad y la posición subordinada que Maquiavelo ocupaba en la embajada, en los comunicados que Soderini y él enviaban a la Señoría se aprecia claramente la fuerte impresión que causó la personalidad de César ante estos enviados. Más aún, es inevitable deducir que la exigencia de claridad y definición de las relaciones diplomáticas que Maquiavelo prescribe a los príncipes se deba en buena medida a la conducta del propio César y a sus exigencias, ya que insistentemente presionaba a estos embajadores para que instaran a sus superiores, la Señoría de Florencia, para que abandonaran la ambigüedad y la neutralidad y claramente asumieran una posición frente a él; para que se convirtieran en sus amigos y aliados incondicionales o en sus enemigos declarados y absolutos.41

No obstante, la segunda legación ante César fue la que dejó una huella más profunda en el pensamiento de Maquiavelo. No sólo ésta fue mucho más larga, sino que además fue él, el único responsable de la representación de la Señoría Florentina. Para entonces Maquiavelo tenía 33 años y César 27, y aunque Maquiavelo llevaba sirviendo a la república 4 años, desde 1498, la personalidad fulgurante de César lo deslumbró a tal grado que incluso llegó a insistir ante la Señoría en que para dicha embajada se requería a todo un embajador, lo cual probablemente decía no sólo debido a las comprometidas decisiones que había que tomar, sino también a que él era entonces sólo un secretario.

Difícilmente puede pasarse por alto que a partir de esta experiencia Maquiavelo comenzó a formarse una serie de principios políticos cuya esencia se aprecia con claridad en los preceptos que hay en El príncipe. Como se ha dicho, la exigencia de claridad y definiciones en la diplomacia es un precepto maquiavélico que difícilmente se puede disociar de la actitud de César en general, y específicamente de la actitud que éste adoptó frente a Maquiavelo y le pidió que comunicara a sus superiores. Del mismo modo, la elocuencia, la discreción, la disposición al engaño, la cautela, la atención prestada a las armas, la importancia de los ejércitos propios, el uso de la crueldad y un sinfín de características que Maquiavelo atribuye a un príncipe virtuoso, se encuentran en César, o al menos en la imagen que Maquiavelo percibe de él en esta etapa, su segunda embajada ante éste, y que todavía se aprecia con claridad en un documento ligeramente posterior, de 1504, que refiere acontecimientos de este periodo, la Descripción de cómo procedió el duque Valentino para matar a Vitellozzo Vitelli, Oliverotto da Fermo, Paolo Orsini y al duque de Gravina.42

No obstante, apenas unos meses después de esta legación, en agosto de 1503, acaeció casi de manera inesperada la muerte de Alejandro VI. Como César se lo dijo al propio Maquiavelo, él había tomado provisiones para esta situación, es decir; quedar sin la protección de su padre, debido a que entonces seguramente se le echarían encima todos los enemigos de ambos. Sin embargo, lo que no había previsto es que él mismo se encontrara gravemente enfermo, al borde de la tumba, lo cual le impediría estar en condiciones de defenderse.

Maquiavelo tuvo la suerte de ser enviado como legado a Roma entre octubre y diciembre de 1503 y observar personalmente las pifias en que incurría César y la ruina que él mismo se iba fincando. La imagen de César que se proyecta en las cartas de Maquiavelo a la Señoría de Florencia de la segunda legación ante él, octubre de 1502 y enero de 1503, y la correspondiente a las cartas de esta legación en Roma apenas nueve meses después, muestran un contraste absoluto. Se trata de dos apreciaciones completamente distintas, como si se tratara de dos hombres diferentes. Mientras que en las primeras vemos a un César imponente, certero, infalible, en las segundas aparece un hombre apocado, errático, amedrentado.43

Sigue siendo materia de estudio y de interrogación el porqué Maquiavelo proyecta una opinión tan favorable y enaltecedora de César en El príncipe, cuando de acuerdo con su propia opinión, César cometió errores monumentales tras la muerte de su padre, errores que produjeron su hundimiento y perdición, los cuales aparecían con una claridad transparente para todos los que lo rodeaban, incluido el propio Maquiavelo, excepto para el propio César.44

Para apreciar esto, conviene describir de manera genérica las circunstancias. Como se ha dicho ya, en agosto de 1503 Alejandro VI y César cayeron gravemente enfermos. Al decir de algunos, debido al veneno que ingirieron por error cuando ellos mismos querían suministrarlo al cardenal Adriano de Corneto, de cuya fortuna pretendían adueñarse. Sin embargo, también corre otra interpretación, la cual propone que dados los síntomas de la enfermedad, especialmente los de Alejandro, muy probablemente se tratara de malaria. 45

Tras la muerte de Alejandro VI, César estuvo a punto de morir también, aunque se salvó milagrosamente y pudo acudir a Roma en los días que se celebraría el cónclave para designar al nuevo papa. El cónclave estaba compuesto de 37 cardenales divididos esencialmente en tres nacionalidades; españoles, franceses e italianos. Aunque por su alianza con Luis XII tal vez la mejor opción para César era el cardenal de Rouen, la previsible resistencia de italianos y españoles le forzó a inclinarse por el cardenal de Siena, Francesco Piccolomini Todeschini, sobrino de Pío II, quien era un aliado muy cercano. Gracias a la influencia que tenía César sobre una buena cantidad de cardenales, sobre todo españoles, logró que se eligiera a Piccolomini, sin embargo, la frágil salud del que como papa se hiciera llamar Pío III se quebrantó rápidamente y sólo duró 26 días en el trono. Aun cuando había confirmado a César en todos sus cargos y distinciones, en pocos días César tuvo que enfrentarse a la indefinición de un nuevo cónclave.

En el nuevo cónclave se produjeron condiciones similares a las del anterior. Debido a la dificultad para que venciera un candidato español o francés, quedaba tan sólo la alternativa de uno italiano. Sin embargo, en esta ocasión el que parecía gozar de mayor apoyo era Giulliano della Rovere, el archienemigo de Alejandro VI y del mismo César. Ante lo que parecía inevitable, César trató de sacar algún provecho y a cambio de brindarle su apoyo acordó con el que como papa se hiciera llamar Julio II. De acuerdo con Maquiavelo, tal vez éste fue el mayor de todos los errores cometidos por César, y de donde parece brotar con demasiada claridad varias de las sentencias más enfáticas de El príncipe, como la de que no se puede ofender a un príncipe y luego fiarse de él.46

Como se ha dicho ya, la percepción que tiene Maquiavelo de César contrasta notablemente cuando se cotejan diversos escritos.47 Sin embargo, debe considerarse que aun en el mismo libro de El príncipe hay notables ambigüedades.

El pasaje principal en el que se habla de César se encuentra en el capítulo VII "De los principados nuevos que se adquieren con armas ajenas y con fortuna". Este capítulo parecería haberse escrito para contrastarlo con el anterior, el VI "De los principados nuevos conquistados con las armas propias y con virtud". En este capítulo VI, Maquiavelo habla de hombres que a su juicio han merecido el mayor elogio porque conquistaron su principado mediante dos de los recursos que más valora; la virtud y las armas propias. Y la muestra de ello son los ejemplos que elige para ilustrar tal comportamiento, todos extraídos de la antigüedad; todos hombres heroicos y legendarios: Moisés, Ciro, Rómulo y Teseo.

De este modo, al dedicar el siguiente capítulo, el VII, a los principados adquiridos mediante los principios contrarios, es decir, no con las armas propias, sino con las ajenas; y no con la virtud, sino con la fortuna, se esperaría que Maquiavelo eligiera como casos ilustrativos también lo contrario que en el anterior, es decir, hombres carentes de virtud y de dotes militares, sin embargo, lo que encontramos es que Maquiavelo pone como ejemplo a Francisco Sforza y a César Borgia, dos de sus contemporáneos cuya vida conocía muy bien y que destacan, al decir del propio Maquiavelo, no por su vicio o ineptitud militar, sino por lo contrario, por su virtud y destreza con las armas. Aun cuando Maquiavelo reconoce que ambos, Francisco y César, fueron ayudados por la fortuna y las armas ajenas en la conquista de sus Estados, no es esa la circunstancia que en esencia quiere destacar en el capítulo, por lo que si en algún momento del plan de la obra pensó en proponer estos ejemplos como casos reprobables o, al menos, poco encomiables, al final cedió a su admiración original por César.48

En un capítulo posterior, el XVII "De la crueldad y de la clemencia, y si es mejor ser amado que temido y viceversa", Maquiavelo también utiliza como ejemplo de la crueldad bien utilizada a César, una crueldad que le llevó a cometer múltiples asesinatos, incluido el de su propio cuñado, el esposo de Lucrecia.49 Una crueldad que le haría presentar encadenada en Roma a Caterina Sforza, la señora de Imola y Forli; y que también le llevó a presentar descuartizado en la plaza de Cesena a Ramiro d'Orco, a quien le había encargado precisamente el gobierno de la ciudad, y una larga lista de crueldades más, de las cuales fácilmente podría deducirse que César no reparaba en ninguna barbaridad si consideraba que era necesaria y conveniente. En todo caso, y a pesar de estas ambivalencias, la conclusión que puede obtenerse es que, al menos en El príncipe, Maquiavelo proyecta una valoración positiva de César.

Más aún, si se considera que en Del arte de la guerra, escrito por Maquiavelo en 1519, las dos alusiones que se hacen de César pueden ser interpretadas como positivas, podría concluirse que al final, Maquiavelo se quedó con la imagen del César temible y victorioso que conoció a fines de 1502.50

Muy frecuentemente se habla de Maquiavelo como el fundador del pensamiento político moderno, y de la misma manera se habla del Renacimiento como el movimiento cultural que también marca el arranque de la vida moderna. Una noción de este tipo nos debería hacer sentir completamente familiarizados e identificados con el ambiente político, moral y religioso de esta época, sin embargo, cuando examinamos la vida de los Borgia y la interpretación que hacía Maquiavelo de ella, nos damos cuenta de que a pesar de todo hay diferencias notables en cuanto a la institucionalización de la vida social y cultural, las cuales bien debían tenerse presentes para asumir, por un lado, a Maquiavelo como el iniciador del pensamiento político moderno, pero por otro, como el observador de un estado social y político renacentista salvaje, cruel, pérfido y distante en muchos sentidos de la sensibilidad plenamente moderna.

El análisis de la personalidad de César Borgia es un excelente medio para aproximarse a una de las reflexiones más importantes de Maquiavelo, la que se relaciona con el binomio de la virtud y la fortuna. No representa ninguna dificultad percatarse de que Maquiavelo considera a la virtud como uno de los principales valores humanos, un valor y atributo fundamental en la vida pública. En una época, como la suya, en donde la astrología seguía siendo una fuente de explicaciones y justificaciones de los más diversos fenómenos, resultaría hasta cierto punto natural asociar a la fortuna simplemente con la suerte, con el azar, incluso con las fuerzas indomeñables de la naturaleza. Sin embargo, al observar la vida y las decisiones políticas de César, se puede deducir cómo la virtud y la fortuna son dos caras de la misma moneda, que constituyen un binomio insuperable en la acción política, pues ciertamente un hombre virtuoso es aquel que con su previsión, esfuerzo y decisión somete a la fortuna, la pone a su servicio. Sin embargo ¿hasta qué grado puede hacerlo? ¿Acaso el hombre puede llegar a tener un dominio total y absoluto de la fortuna? ¿Puede lograr que no interfiera para nada en su vida?

Sin duda hay limitaciones insuperables, pues de lo contrario estaríamos hablando de hombres infalibles, beatos o dioses. El mismo Maquiavelo llegó a decir en un pasaje célebre "accedo que la fortuna sea juez de la mitad de nuestras acciones, pero que nos deja gobernar la otra mitad".51

Más aún, en el terreno de la acción política la fortuna no proviene simplemente del azar, sino esencialmente es dada por la actuación de otros individuos, por la voluntad manifiesta de otras personas contra la que choca la voluntad del propio agente.52

¿Hasta qué grado era virtuoso César Borgia? ¿Hasta qué grado puede ser virtuoso un príncipe, o un ciudadano? Sin duda Maquiavelo tuvo demasiado cerca la virtud de César para sentirse deslumbrado, de la misma manera que tuvo demasiado cerca su infortunio para titubear y llegar a sentirse engañado por su primera impresión.

La vida de los Borgia, y en particular la de César, permite entender más claramente la idea de acción política que subyace en los escritos de Maquiavelo. Una acción emprendida por hombres guiados por el interés, atravesados por sus pasiones, limitados por sus luces, y al mismo tiempo, una acción enmarcada en un espacio donde el accionar de otros hombres, con iguales aspiraciones y fallas, la condiciona y modifica, al grado de que la interacción entre la virtud y la fortuna son los dos términos mediante los que Maquiavelo expresa su idea de la política como ese espacio de lucha, confrontación y conformidad entre los apetitos y aspiraciones de los seres humanos.

 

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Notas

1 Al asentarse en Italia el apellido de los Borja se italianizó como Borgia. Véase Infra.

2 Nicolás Maquiavelo, Historia de Florencia, Tecnos, Madrid, 2009, pp. 339-340, 343-344. No obstante la diversidad de sus acciones, el papado de Calixto III es reseñado y recordado sobre todo por la cruzada que trató de organizar en contra de los turcos. Véase Javier Paredes (dir.), Diccionario de los papasy los Concilios, Ariel, Barcelona, 2005.

3 Nicolás Maquiavelo, El príncipe, Aguilar, Madrid, 2010.

4 Braudel hace una periodización muy útil de esta etapa. A la primera simplemente la llama la Paz de Lodi (1454-1494); a la segunda la Italia desgarrada (1494-1559); y a la tercera la larga Paz (1559- ...), un periodo de hegemonía española que se prolongó hasta el siglo XVIII. Véase Fernand Braudel, Il secondo Renascimento. Due secoli e tre Italie, Giulio Einaudi, Turín, 1986.

5 Ciertamente el Estado pontificio era una anomalía, como lo concibe Hale en su descripción de la época, pero acumuló tal poder que entre el siglo XV y XVI definió en gran medida la política regional. Véase J.R. Hale, La Europa del Renacimiento 1480-1520, Siglo XXI Editores, México, 1998.

6 Véase John T. Scott y Vickie Sullivan, "Patricide and the Plot of the Prince: Cesare Borgia and Machiavelli's Italy", The American Political Science Review, vol. 88, núm. 4 (dic. 1994).

7 Un pasaje revelador de este capítulo es el siguiente: "Los italianos tenemos, pues, con la Iglesia y con los curas esta primera deuda: habernos vuelto irreligiosos y malvados; pero tenemos todavía una mayor, que es la segunda causa de nuestra ruina: que la Iglesia ha tenido siempre dividido a nuestro país", Nicolás Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Alianza Editorial, Madrid, 2005, p. 73.

8 Ibid., p. 92.

9 Véase Denys Hay y John Law, "Italy", The Age of Renaissance 1380-1530, Longman, Londres y Nueva York, 1989, especialmente el cap. X.

10 Maquiavelo da cuenta de la relevancia y rijosidad de esta familia de este modo "[...] para someter al papa (el resto de los Estados italianos) se servían de los nobles romanos, quienes —divididos en las dos facciones de los Orsini y los Colonna— siempre tenían motivos para promover desórdenes públicos". Nicolás Maquiavelo, El príncipe, op. cit. p. 93.

11 Véase Luiggi Salvatorelli, Sommario della storia italiana. Dei teimpi preistorici ai nostri giorni, Einaudi, Turín, 1955.

12 Véase el recuento de los importantes logros diplomáticos de Calixto III en la primera etapa de su carrera en Susanne Schüller Piroli, Los papas Borgia. Calixto III y Alejandro VI, Institució Valenciana D'Estudis i Investigació, Valencia, 1991.

13 Véase Peter Partner, "Florence and the Papacy in the Earlier Fifteenth Century", en Nicolai Rubinstein (ed.), Florentine Studies. Politics and Society in Renaissance Florence, Northwestern University Press, Evanston, 1968.

14 El conflicto entre el papado y las familias nobles romanas databa de muchos años atrás. Véase George Holmes, Florencia, Romay los orígenes del Renacimiento, Akal, Madrid, 1993.

15 Los Borgia enfrentaron la impopularidad tanto en España como en Italia. En España eran vistos como italianos, y en Italia como españoles. Véase Benedetto Croce, España en la vida italiana del Renacimiento, Imán, Buenos Aires, 1945.

16 Véase la entrada sobre Alexander VI en Gordon Campbell, The Oxford Dictionary of the Reinaissance, Oxford University Press, Oxford, 2003.

17 Este capítulo comienza de este modo: "Solamente nos quedan ya por examinar los principados eclesiásticos, con respecto a los cuales las dificultades surgen antes de entrar en posesión de los mismos, pues se adquieren o con virtud o con la fortuna, y se conservan sin la una y sin la otra, ya que se sustentan en las antiguas leyes de la religión, las cuales son tan poderosas y de tanto arraigo que mantienen a sus príncipes al frente del Estado, sea cual sea su forma de actuación y vida". Nicolás Maquiavelo, El príncipe, op. cit., p. 91.

18 Véase la explicación que ofrece Corvo de los métodos que había para la elección de un papa. Frederick Baron Corvo, Chronicles of the House of Borgia, Dover, Nueva York, 1962.

19 Anny Latour reúne en un pequeño pero coherente volumen una serie de testimonios contemporáneos sobre los Borgia que da una clara idea de la personalidad y capacidad de Rodrigo Borgia. Anny Latour, Los Borgia. Reconstrucción de su vida a través de testimonios de sus contemporáneos, Mateu, Barcelona, 1965.

20 Véanse por ejemplo Roberto Gervaso, Los Borgia. Alejandro VI, el Valentino, Lucrecia, Barcelona, Península, 1996; y Giuseppe Portigliotti, I Borgia. Alessandro VI, Cesare, Lucrecia, Frateli, Treves, Milán, 1921.

21 Hubo una intensa polémica respecto a si Alejandro incurrió o no en simonía para encumbrarse en el papado. Algunos historiadores lo asumen sin más duda, y otros tratan de explicar cómo, haya sido por simonía o no, la elección de Alejandro no se diferenció esencialmente de la del resto de los papas del periodo. Como muestra de uno y otro extremo de la interpretación, véanse E.R. Chamberlin, Los papas malos, Orbis, Barcelona, 1969; y Orestes Ferrara, El papa Borgia, La Nave, Madrid, 1943.

22 Op. cit., pp. 92, 93 y 120.

23 Véanse Alberto Tenenti, La edad moderna. Siglos XVI-XVII, Crítica, Barcelona, 2000; y el detallado análisis de la incursión en Italia del rey francés Carlos VIII en Giovanni Soranzo, Il tempo di Alessandro VI Papa e di Girolamo Savonarola, Vita e Pensiero, Milán, 1960. Especialmente el Segundo estudio "Papa Alessandro VI e la discesa di Carlo VIII, re di Francia, in Italia".

24 Maquiavelo lo expresa así: "Sin embargo, tan pronto como [Carlos VIII, rey de Francia] ocupó Milán, hizo justamente lo contrario al dar su apoyo para que el papa Alejandro ocupase la Romaña. No se percató de que con esa decisión se debilitaba a sí mismo [pues se privaba de sus propios aliados y de aquellos que se le habían arrojado a los pies] y engrandecía a la Iglesia a la cual venía añadir tanto poder temporal a aquel poder espiritual que le confiere tanta autoridad", op. cit. p. 57.

25 Ibid, pp. 56-58, 71-72.

26 Ibid, pp. 81, 91-95.

27 Acerca de la relatividad del poder del papa en Roma véase Lepold von Ranke, Historia de los papas, FCE, México, 1993.

28 El sucesor formal de Alejandro VI fue Pío III, pero como su pontificado duró apenas 26 días y quien le siguió fue Julio II, habría que considerar a éste el sucesor real de Alejandro VI. Véase Infra.

29 Véase John Hale, The civilization of Europe in the Renaissance, Atheneum, Nueva York, 1994. Especialmente cap. III, "The Divisions of Europe".

30 A pesar de las cambiantes configuraciones de las alianzas europeas en esta época, y especialmente de las italianas, los vínculos de Alejandro VI con España se evidencian de varias maneras, una de ellas es que de los 43 cardenales nombrados durante su papado 19 eran españoles.

31 "Vino después Alejandro VI, el cual —a diferencia de todos los demás pontífices que han existido— mostró hasta qué punto un papa podía ampliar su poder haciendo un uso correcto del dinero y de la fuerza". Nicolás Maquiavelo, El príncipe, op. cit., p. 93.

32 "No puede, por tanto, un señor prudente —ni debe— guardar fidelidad a su palabra cuando tal fidelidad se vuelve en contra suya y han desaparecido los motivos que determinaron su promesa [...] Se podría dar de esto infinitos ejemplos modernos y mostrar cuántas paces, cuántas promesas han permanecido sin ratificar y estériles por la infidelidad de los príncipes, y quien ha sabido mejor hacer la zorra ha salido mejor librado [...] No quiero callarme uno de los ejemplos más frescos: Alejandro VI no hizo jamás otra cosa, no pensó jamás en otra cosa que en engañar a los hombres y siempre encontró con quien poderlo hacer". Nicolás Maquiavelo, El príncipe, op. cit., pp. 119-120.

33 Véase, por ejemplo, la opinión de Federico el Grande sobre César Borgia en su interpretación del cap. VII de El príncipe. Federico el Grande. "Antimaquiavelo o examen del príncipe". En Nicolás Maquiavelo, El príncipe, EDAF, Madrid, 1964.

34 Como simple muestra de esta ambigüedad basta considerar, por ejemplo, la opinión que Maquiavelo expresó sobre él en dos breves escritos separados por un muy breve espacio. El primero da cuenta de su primera legación ante el mismo César Borgia en los últimos meses de 1502, cuando entre muchos otros reconocimientos expresó "[...] este hombre es un hombre valiente, afortunado y lleno de esperanza, favorecido por un papa y un rey [...]" y "[...] había que pensar en él como un nuevo potentado en Italia [...]". Sin embargo, de manera contrastante, apenas un año después, cuando ya Julio II había sido elegido como nuevo papa, Maquiavelo es enviado en otra legación ante Roma, desde donde informó a la Señoría "[...] el papa ha necesitado al duque [César Borgia] para su elección y le ha hecho grandes promesas, le conviene entretenerlo de esta manera y temen, si [César] no toma otra decisión que la de permanecer en Roma, que se quede en la estacada, porque es sabido el odio natural que su santidad ha sentido siempre hacia él [...] cree [César] que las palabras de los demás han de ser más firmes de lo que han sido las suyas". Nicolás Maquiavelo, Antología, op. cit., pp. 127, 137 y 170.

35 Considero que la mejor biografía sobre César Borgia es la de Gustavo Sacerdote, Cesare Borgia. La sua vita, la sua famiglia, i suoi tempi, Rizzoli, Milán, 1950. Sin embargo, son también interesantes las de William Harrison Woodward, Cesare Borgia. A Biography, Chapman and Hall, Londres, 1913; y la de Rafael Sabatini, The life of Cesare Borgia, Brentano's, Nueva York, 1912.

36 Al momento del asesinato se hicieron muchas hipótesis, ninguna verificable. El rumor sobre la autoría de César apareció mucho después. Historiadores de la época tan reconocidos como el propio Guicciardini admitieron sin discusión esta hipótesis. Incluso más recientemente historiadores como Ranke reproducen sin mucho cuestionamiento lo que en su momento fue un simple rumor bastante infundado. Véase Francisco Guicciardini, Historia de Florencia 1378-1509, FCE, México, 2006 p. 250; y Leopold von Ranke, Historia de los papas, op. cit., p. 33.

37 "Quiero aducir dos ejemplos que nuestra propia época nos ha proporcionado a propósito de las dos maneras de llegar al principado, o sea, por la virtud y por la fortuna. Se trata de Francesco Sforza y César Borgia [...] Por otra parte, César Borgia —llamado vulgarmente duque Valentino— adquirió el Estado gracias a la fortuna de su padre, y con el irse de ella lo perdió, a pesar de haber recurrido a todo tipo de medios y haber hecho todas aquellas cosas que un hombre prudente y virtuoso debía hacer [...]". Nicolás Maquiavelo, El príncipe, op. cit., pp. 70-71.

38 Véase el interesante análisis financiero de los ingresos del papado provenientes de las rentas producidas por los Estados pontificios. Michael Mallett, The Borgias, Paladin, St. Albans, 1975.

39 El reino de Nápoles fue el primer Estado italiano importante del siglo XV en desaparecer, y lo hizo simbólicamente el último año de ese siglo, 1500, cuando se partió y repartió entre España y Francia, todo lo cual contó con la anuencia de Alejandro VI. Véase Ignazio Dell'Oro, Papa Alessandro VI "Rodrigo Borgia", Ceschina, Milán, 1938.

40 Véase el famoso opúsculo Descripción de cómo procedió el duque Valentino para matar a Vitellozzo Vitelli, Oliverotto da Fermo, Paolo Orsini y al duque de Gravina. En Nicolás Maquiavelo, Antología, Península, Barcelona, 2002.

41 Véase una selección de los interesantes documentos diplomáticos que Maquiavelo escribió para la Señoría de Florencia en Antología, op. cit.

42 Es ampliamente compartida la opinión de que la personalidad de César impactó fuertemente a Maquiavelo. Véase J.R. Hale, Machiavelli and Renaissance Italy, Penguin, Londres, 1961; Rafael del Águila y Sandra Chaparro, La república de Maquiavelo, Tecnos, Madrid, 2006. Especialmente el cap. IV. "Maquiavelo y César Borgia"; y Miguel Ángel Granada, Maquiavelo, Barcanova, Barcelona,1981. Especialmente el cap. "El secretario florentino (1469-1498)".

43 Nicolás Maquiavelo, Antología, op. cit.

44 Aunque no estoy del todo de acuerdo en ello, hay una interesante reflexión al respecto en el texto de José Manuel Bermudo Ávila, Maquiavelo, consejero de príncipes, Universitat de Barcelona, Barcelona, 1994. Especialmente el cap. IV "El príncipe o la política de excepción".

45 No sólo los síntomas, sino también el aspecto del cadáver sugirieron a algunos la idea de que su muerte pudo deberse a la malaria. No obstante, dado que el clima caluroso de agosto aceleró sin duda la descomposición del cadáver de Alejandro VI, su aspecto tan desagradable aunado a muchos otros rumores populares propiciaron incluso la rápida propagación de la creencia de que tenía un pacto con el diablo, J.N. Hillgarth, "The Image of Alexander VI and Cesare Borgia in the Sixteenth and Seventeenth Centuries", Journal of the Warburg and Courtauld Institutes, vol. 59, 1996.

46 Maquiavelo señala enfáticamente este error: "Solamente se le puede reprender [a César] en la nominación del papa Julio, donde la decisión por él adoptada fue contraproducente: no pudiendo, como hemos dicho, hacer un papa a su gusto, podía, sin embargo, conseguir que alguien no lo fuera, y no debía permitir jamás que llegaran al papado aquellos cardenales a quienes él había hecho daño o que, una vez papas, hubieran de sentir miedo de él. Porque los hombres hacen daño o por miedo o por odio". Nicolás Maquiavelo, El príncipe, op. cit., p. 78.

47 Véase la nota 33.

48 Hay múltiples indicios y declaraciones del reconocimiento de Maquiavelo sobre la capacidad y talento militar de César, pero quizá uno poco referido y muy sugerente sea que Maquiavelo propuso como capitán de las milicias florentinas a Michelle Corella, el lugarteniente más cercano y leal de César, quien incluso le sirvió como instrumento directo de muchas de sus crueldades. Más aún, la recomendación tuvo efecto, pues en 1507 se le otorgó dicho cargo a este personaje. Véase Sacerdote Gustavo, op. cit., p. 536.

49 "César Borgia era considerado cruel y, sin embargo, su crueldad restableció el orden en la Romaña, restauró la unidad y la redujo a la paz y la lealtad al soberano. Si se examina correctamente todo ello, se verá que el duque había sido mucho más clemente que el pueblo florentino, que por evitar la fama de cruel permitió, en última instancia, la destrucción de Pistoya. Debe, por tanto, un príncipe no preocuparse de la fama de cruel si a cambio mantiene a sus súbditos unidos y leales". Nicolás Maquiavelo, El príncipe, op. cit., pp. 114-115.

50 Nicolás Maquiavelo, Del arte de la guerra, Tecnos, Madrid, 1988, pp. 178 y 185.

51 Ibid., p. 119.

52 Considero que una de las reflexiones más interesantes sobre el concepto de virtud de Maquiavelo se encuentra en el estudio clásico de J.G.A. Pocock, El momento maquiavélico. El pensamiento político florentino y la tradición republicana atlántica, Tecnos, Madrid, 2002. Especialmente el cap. VI. Véase también el clásico de Quentin Skinner, Los fundamentos del pensamiento político moderno, vol. I. El Renacimiento, FCE, México, 1993; y también Harvey C. Mansfield, Machiavelli's Virtue, University of Chicago Press, Chicago, 1996.

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